Nuevos relatos publicados: 13

El clan de los dominadores. Capítulo 1: El despertar de Lobo

  • 9
  • 6.396
  • 9,44 (18 Val.)
  • 0

Despierto cuando un grito de placer estalla junto a mi oído. Me descubro desnudo, sudoroso, en pleno coito. Está a oscuras y la mujer que está debajo de mí chilla como si la estuviera matando… y como si eso mismo la encantara.

No veo casi nada, pero siento sus movimientos. Golpea sus caderas contra las mías. Sus piernas están bien abiertas. No tengo que hacer mucho. Mi pene entra y sale sin dificultades. Me dice que tengo la pija enorme. Eso me excita más. Al parecer, a ella también, porque sus gritos se elevan y se elevan. Le muerdo la oreja con fuerza y grita un “ay” de dolor y de placer que casi me hace venirme.

Le pregunto quién es su hombre. Dice, gimiendo, que soy yo, que soy su hombre, su papi, su macho alfa, que mi pene es el más grande y que quiere que me la coja todos los días, todas las noches, en su cama y contra la pared y en el patio y en el baño… Le pregunto si le gusta mi pene, y responde que no ha visto cosa más grande, que soy todo un semental, su semental, su caballo, su vergota.

La cojo con más fuerza, para que sienta bien ese pene del que está hablando. Poco a poco, comienzo a distinguir mejor las figuras en la oscuridad. Sé que estoy en una habitación oscura, en la que apenas entra la luz del exterior a través de una ventana, y que la cama es muy ancha. La mujer que veo debajo de mí no me hace pensar en nadie. Todo antes de este momento se reduce a nada. Mi vida es nada. Soy un hombre nuevo. Y esta mujer es una puta bien entrenada.

Tiene las tetas grandes y los pezones erectos. Suda. Su cuerpo suda, su cuerpo se retuerce y suda. Suda a mares. Mientras la cojo, le lamo el cuello y las orejas, le lamo los senos y las axilas, le lamo los ojos y los labios. Tiene los labios delgados. Y la piel es suave. Es una puta de piel suave. Quiero correrme en esa boca. También en las tetas. Y en la cara.

Cuando menos se lo espera, saco mi verga y, con fuerza, le doy la vuelta. No lo ha visto venir. Antes de girar para quedar boca abajo, me mira con sorpresa. Le abro las piernas y le levanto el culo. Ella aguanta la respiración. Sabe lo que quiero. Me hinco detrás de ella, le jalo los pelos (negros, ondulados) y le hinco el pene por el culo. Grita. Sus nalgas, grandes y suaves, se estremecen. Las aprieta. Se lo meto de nuevo.

Tiene un ano sin usar. Eso lo noto. Está apretado. Muy apretado. Esto me gusta. Grita. Mueve mucho las piernas. Le jalo más el pelo y le doy a fondo. Tomo ritmo. Ella también: comienza a menear el culo. Sus gemidos son cada vez más placenteros. Pero no tardo en sentir la necesidad de lubricar. Le saco el pene y le jalo aún más el pelo, hasta que su cabeza toca la mía. Entonces le susurro al oído, mientras la tomo del cuello con la otra mano: “Chúpamela”.

No es lenta. Se da la vuelta con rapidez y, con servilismo, se agacha para hacer una felación de maravilla. Comienza escupiéndome el pene. Juega usando sus manos. Sus dedos son delgados y largos. Se ven experimentados. Culo nuevo, manos expertas: toda una incógnita de mujer. Arriba abajo. Luego se mete la cabeza en la boca y, mirándome, chupa arriba y abajo. Arriba y abajo.

Veo su cabeza subiendo y bajando, y eso me excita. Tomo sus cabellos y la obligo a meterse más el pene. Intenta hacerse para atrás, pero no se lo permito. Hace un ruido extraño con la boca y me aprieta los muslos con sus manos de puta.

Entonces saco el pene de su boca, la tiro en la cama, le doy la vuelta y, sin tiempo para recuperarse, le abro las nalgas y le siembro el cipote como si no hubiera un mañana. Grita como no lo había hecho hasta ahora. Se lo voy a destrozar, le digo. Le voy a destrozar el culo y voy a terminar dentro.

La meto y la saco y la meto y la saco, y ahora mi verga está bien lubricada. Siento bien sus nalgas estremecerse, le agarro las tetas, le aprieto los pezones, y entonces, entre una embestida y la siguiente, entre un grito y un gemido de placer, me vengo. Siento el semen caliente llenando su recto. Ella gime con tanta alegría, y la imagino sonriendo. Se ha venido. La leche sale y sale, y yo sigo dándole por culo un rato más.

Entonces, saco el pene (húmedo, exhausto), le doy una buena nalgada y me acuesto junto a ella. Mi cuerpo está sudoroso. El de ella también. Se me acerca por detrás y susurra al oído: “Eres toda una bestia”.

Me duermo con la verga parada.

 

Despierto con el alba en una cama de sábanas húmedas. Junto a mí, una mujer desnuda (que debe llamarse Rosa, pues no hay nombre más apropiado para ese rostro) duerme profundamente. Recuerdo la noche anterior, y nada más: sudor, gemidos y sexo. Antes de eso, oscuridad. Soy una persona sin pasado ni nombre: un hombre nuevo.

Pero, por muy extraño que parezca, estoy más tranquilo de lo que, sé, debería estar. Contemplo con serenidad cómo la luz del amanecer inunda poco a poco esta pequeña habitación en la que apenas cabe una cama. Descubro en el piso nuestra ropa, en las paredes dibujos. Es el dormitorio de un motel. No sé nada más.

El cuerpo de Rosa va cobrando volumen y color poco a poco. Las sombras crecen en su cuerpo, acentúan el tamaño de sus pechos, que suben y bajan lentamente. Serenidad. Así le llamaría a este momento. Serenidad.

Sin embargo, sentirla no me impide tomar acción. Con suavidad (en este momento descubro en mí algo así como amabilidad, algo que no he reconocido como mío hasta ahora, algo que no se manifestó la noche anterior), le muevo el hombro. Otra vez. Abre lentamente los párpados, solo un poco. Parpadea. Entonces voltea hacia mí. Tiene unos ojos hermosos.

Me pregunto si el hombre que fui hasta ayer a mitad del coito habría despertado a esta mujer de forma tan suave. ¿Acaso lo que hemos sido no nos deja ser otros, y debemos pasar por momentos de transición (como la pérdida de memoria) para cambiar? ¿O siempre seremos los mismos, recordemos lo que recordemos, creamos lo que sea sobre nosotros mismos? Las preguntas no me provocan nada, no hay respuestas por ningún lado. El sol sigue despertando, poco a poco, y Rosa a su vez.

Noto entonces que ella me ha estado hablando, mientras las preguntas me invadían. “Buenos días”. Su voz tiene un tono de repetición dulce, como una madre amorosa que dice a su hijo, por enésima vez, que debe hacer algo. Rosa… ¿Dónde están las espinas? Algo se inquieta dentro de mí. No quiero saber si ha sido solo la intuición o un recuerdo de mi vida anterior ha intentado llegar a este nuevo yo.

“Buenos días”, respondo. Pienso que en mi pasado (en ese archivo ahora en blanco, en espera de ser completado de nuevo) debe haber acumulados muchos más “buenos días” como este. Pienso en la calma, en el alba, en esos ojos y en mi rosa. “¿Quién soy?”, le pregunto. La inquietud efímera vuelve cuando me doy cuenta de que esta pregunta no le parece extraña; sonríe con dulzura, se apoya en un brazo y me besa en los labios con la dulzura de una madre. Su boca sabe extraño, como a jarabe.

“No molestes, tontito”, me dice. “Tenemos mucho que hacer hoy”. Se levanta, levanta ese cuerpo exuberante, esos senos firmes que se estremecen con cada paso. Se levanta, busca su ropa y se viste. La observo. La calma ha vuelto. Solo la observo desde la cama. Una erección adorna mi entrepierna. Cuando ha terminado de vestirse, voltea hacia mí y con la voz más dulce me pregunta: “Vístete ya, Lobo”.

Así que ese soy. Un lobo. Las reminiscencias del pasado me incomodan un poco. ¿Así que ahora deberé actuar como ese hombre que supuestamente fui? ¿Los demás me tratarán como Lobo? Pero no pongo objeciones. Si Lobo he sido, Lobo estoy dispuesto a ser durante un tiempo más. Me levanto y comienzo a vestirme.

 

Salimos del motel. Los vigilantes nos miran pasar y no nos dicen nada; al contrario: parece que nos evitan. Sus miradas se desvían hacia el cielo, hacia el piso, hacia los ojos de otros. Pasamos entre ellos en silencio. Nos sumamos al tráfico de transeúntes en la calle. Alguna gente nos ve. Sobre todo a ella. Sé que cualquiera estaría dispuesto a pagar los ahorros de una vida por jodérsela bien. ¿Qué habré pagado yo?, me pregunto.

Rosa se detiene frente a una casa que parece abandonada. Me dice que debemos entrar, que ya nos están esperando. Está seria y callada. Tensa. Su cuerpo se ha vuelto rígido y sus ojos me esquivan. Abre la puerta de la casa con una llave roja y me invita a pasar primero. Entro a la casa en penumbras, sus paredes desnudas y limpias. Esta no es una casa abandonada, me digo. En ese momento, escucho la puerta cerrarse detrás de mí.

Rosa no ha entrado conmigo. Intento abrir la puerta, pero no puedo. Golpeo, pero no hay respuesta. “¡Rosa!”, grito. No me importa que no sea su nombre. “¡Rosa!”, grito otra vez… y en ese momento me callo. Algo se está moviendo. La puerta está subiendo en la pared… no, el piso está bajando. Me quedo de piedra. La superficie se detiene cuando una segunda puerta ha aparecido por completo frente a mí, varios metros debajo de la otra.

La puerta está abierta y a través de ella puedo ver una habitación completamente blanca. En su centro, una cama. Y sobre ella, una mujer desnuda con las piernas abiertas hacia mí, masturbándose. Es asiática, y a través de las rendijas de sus párpados me mira. Y gime. “Ay”, gime, como si la estuviera penetrando. “Ay, papi… ¡dámelo, dámelo ya! ¡Mételo! ¡Por el culo, papi! ¡Ay, por el culo, sí, ajá… mjmmm, mmmm, aaah!”, y sigue.

La voz de Rosa se escucha de pronto en el lugar: “Lobo, esta es tu primera prueba. Si la pasas, te convertirás automáticamente en un agente del Clan de los Dominadores. Debes violar a la mujer que está sobre la cama. Ten cuidado: es una Dominadora y sabe lo que hace. Recuerda que de esta habitación solo puedes salir de dos formas: o como Dominador o como un cadáver. Adelante, Lobo”.

 

(Continuará)

(9,44)