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Gemelas ninfómanas: follando con papá (2)

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Papá corrió al servicio, como huyendo de mí. Dejé a mi gemela casi K.O. sobre la cama y me asomé para ver lo que hacía. De su reciente baño no quedaba nada. Sudaba por todos lados, el cabello lo tenía encrespado y tenia semen mezclado con nuestros flujos femeninos desde el abdomen hasta las rodillas.

—¿Puedo tener dos minutos de privacidad? —preguntó papá con una sonrisa.

—Papá, soy adulta —repliqué—. Nos has metido dedos, nos has sobado, has mamado nuestros senos, nos has masajeado, nos has penetrado, nos has dado varios orgasmos, has eyaculado dentro de nosotras, acabas de encular a mi hermana y estás a punto de darme por el culo a mí. ¿Qué más da que te mire cómo meas? ¡Anda, déjame ver, tengo curiosidad!

—¡Menuda faena! —suspiró resignado—. ¡Lo que hay que hacer por las hijas!

Ya desinhibido levantó la tapa Y EL ASIENTO del W.C., apuntó y disparó con certera puntería. Un punto más a su favor; siempre he pensado que los hombres que no levantan el asiento del water son idiotas y los que “no le atinan” tienen el pene muy pequeño.

Mi padre entró al cubo de la ducha y abrió las llaves para darse un rápido baño.

—¡Te quedas ahí, Nat! —sentenció adivinando mis intenciones de acompañarlo—. Quieres conocer el sexo anal y no seré yo quien te lo niegue, pero debes entender que acabo de encular a tu hermana y necesito estar limpio para ti. Me conozco; si vienes querré tocarte, te haré el amor aquí mismo, e pie y será vaginal, pues todavía no me atrevo a penetrarte de pie por detrás. Eso es lo que hay y tendrás que esperar. Yo nunca las habría tocado, ni siquiera con el pensamiento. Ustedes abrieron la Caja De Pandora, lo mínimo que puedo pedir es que tengas paciencia.

Fiel a la pulcritud, se lavó los genitales escrupulosamente. Jugando le hice muecas enseñándole la lengua en gesto lascivo, agachando la cabeza como para darle a entender lo que haría con su verga si me permitiera acercarme. Para incitarlo más le di la espalda y flexioné el cuerpo hacia adelante con las piernas bien separadas, me di un par de azotes y separé mis nalgas para enseñarle mis orificios.

—¿Así o más ansiosa? —pregunté—. ¿Así o más lasciva? ¿Te gusta lo que ves, papá? ¿Te gusta tener sexo con tus propias hijas? ¿Ya viste lo que te está esperando?

—Sí, me encanta —respondió cerrando la regadera—. Deja de incitarme y mejor pásame una toalla.

Me levanté y volví a mirarlo de frente. Tomé una toalla y la restregué por todo mi cuerpo en lúdicos movimientos. Separé las piernas y pasé el lienzo completo por debajo de mi vagina.

—Para que te seques con aroma a mí —señalé dándole la toalla—. No sé cómo nos vamos a organizar cuando regresemos a casa, pero esta noche dormimos contigo, bien desnudas para que no pienses que estás soñando.

Se acercó a mí mientras se secaba y me miró a los ojos.

—De hecho, siento que estoy soñando.

—Entonces debo pellizcarte para que despiertes.

Estiré mi mano para sujetar sus cojones y apretarlos delicadamente.

—¡Mejor te pellizco yo!

Traté de escapar, pero papá soltó la toalla y me atrapó abrazándome por detrás. Giré la cabeza y nos dimos un intenso beso de amantes. Con sus manos se apoderó de mis tetas, las masajeó y pellizcó suavemente mis pezones. Su verga se apretaba contra mis nalgas, separé las piernas y la acomodé en medio de mis muslos.

Pasamos a la habitación en esa postura, caminando a pasos cortos para no perder el contacto. Papá besó mi cuello mientras sus manos bajaban de mis tetas a mi vientre. Entonces noté que Edith no estaba en la cama. La pelvis de mi padre avanzaba y retrocedía, la curvatura de su verga friccionaba la entrada de mi vagina. Volví a segregar jugos y el calentón regresó a mi cuerpo.

—¿Lista para la inauguración de tu “túnel posterior”? —preguntó mi gemela desde la puerta.

Edith había vuelto a nuestra habitación para asearse de nuevo. Volvía con las baterías recargadas y el cuerpo pidiendo guerra. Me abrazó por delante y frotó sus senos contra los míos, en un combate de pezones que bien hubieran podido cortar cristal.

Papá seguía impulsando su pelvis tras de mí. Su miembro entre mis muslos era muy estimulante. Edith se acomodó para recibir sobre su clítoris los impactos del glande de papá mientras yo me sentía rodeada de amor en el emparedado sexual que era ahora mi familia.

Mi hermana se sentó en la cama e hizo que papá detuviera su movimiento. Nos acomodó ante ella tal y como estábamos. Abrió la boca para mamar el glande y parte de la hombría de nuestro padre. Cabeceaba para estimularlo al tiempo que acariciaba mi clítoris con la punta de su nariz.

No me aguanté. Deshice la posición y acosté a Edith. Me tendí sobre ella con mi anhelante sexo besando el suyo. Volvíamos a lo habitual, pero papá no nos permitiría olvidarlo.

Mi clítoris chocaba con el de mi gemela mientras nuestro padre separaba mis nalgas para lamer todo el contorno de mi ano. Se ensalivó dos dedos y jugó a digitar sobre el orificio mientras yo me movía sobre Edith.

Su lengua me penetró el trasero hasta donde pudo y arqueé la espalda en reflejo pasional. Su lengua se estiraba y contraía. Cuando regresaba al interior de su boca, sus labios atacaban el contorno de mi ano. Succionó con fuerza simulando una venosa y aullé de placer.

Me introdujo un dedo y luego otro, jugó con ellos probando la elasticidad de mi esfínter. Acompasó sus movimientos digitales con mis vaivenes pélvicos sobre el sexo de mi gemela.

—¡Papá es todo un semental! —le dije a mi hermana—. ¡Está matándome con sus dedos!

—¡Para que no quede duda de dónde salimos tan calientes! —gritó Edith.

—¡Ya las escuché! —replicó Elykner—. ¡Se van a enterar!

Nuestro padre separó las piernas de las dos y, sin dejar de abrir y cerrar sus dedos en mi ano, acomodó su glande entre nuestras vaginas. Empujó con violencia, consciente de que estábamos muy lubricadas y de que, al no ser una penetración real, no nos lastimaría.

—¡Gracias, Gemas! —suspiró embistiéndonos con brío—. ¡Gracias por esto! ¡De haber sabido que podríamos gozar los tres juntos, se los habría pedido hace mucho tiempo!

Papá avanzaba con todas sus fuerzas haciendo chocar su abdomen contra mis nalgas mientras sus dedos se esmeraban en dilatar mi orificio posterior. Su glande, empapado en fluidos, golpeaba nuestros nódulos de placer mientras el tronco era besado por nuestros labios vaginales. Edith y yo gemíamos a coro, Elykner estaba follando con la Bestia Gestálica que juntas formábamos, al mismo tiempo, en el mismo nivel y con el mismo placer.

—¡Las amo! —gritó—. ¡De todas las maneras, con todas las ganas, con el alma, con todo mi ser, por siempre y para siempre!

Sus acciones, sus palabras, el calor de nuestros cuerpos y la incandescencia del momento provocaron que Edith y yo tuviéramos un poderoso orgasmo que nos hizo gritar a una sola voz.

Papá retiró su hombría de entre nuestros cuerpos y apuntó el glande a mi culo. En una última maniobra de dedos estiró mi ya dilatada entrada y reemplazó sus falanges con la punta de su miembro. Separó mis nalgas con las manos y empujó despacio.

Se abrió paso con cuidado y maestría. Al principio me causó cierta molestia, pero decidí seguir adelante con esto y resistí, procurando relajarme. Edith me besó los ojos, la nariz y la boca mientras nuestros cuerpos permanecían inmóviles. Pasó el glande, la curvatura y, por fin, la totalidad del pene de nuestro padre se alojó en mi culo.

—¡Que gusto! —susurré.

—Tu cara lo expresa todo —señaló Edith acariciando mi cabello—. Tienes la expresión de la mujer ardiente que acaba de recibir un pene descomunal por el trasero. El pene de su padre, para más señas.

Papá se aferró a mis nalgas e inició un rítmico vaivén. Clavaba toda su verga en mi recto y su abdomen chocaba contra mis nalgas. Al mismo tiempo, mi cuerpo se balanceaba para friccionar mi coño sobre el de mi hermana. Edith colaboraba moviendo la pelvis en sincronía con las penetraciones e papá. Entre los dos me estaban destrozando de placer.

—¿Te gusta la nueva faceta de tus hijas, papá? —preguntó Edith entre jadeos.

—¡Me enloquece! —gritó Elykner acelerando sus movimientos.

Mi culo se adaptaba bien a las dimensiones y formas del pene de nuestro padre. El placer era distinto a cuando lo tuve por delante, pero era placer a fin de cuentas. Ocasionalmente arqueaba la espalda o levantaba el trasero, Edith sostenía mi peso sobre su cuerpo y se frotaba entera frente a mí. Nuestros nódulos de placer se friccionaban, nuestros efluvios vaginales se combinaban. Besamos nuestras bocas cuando nos atravesó un nuevo orgasmo.

Aprovechando nuestra corrida, papá intensificó su follada en el interior de mi ano. Me enculaba deliciosamente y esto era un nuevo incentivo para ir acumulando temperatura. Mi gemela se debatía debajo de mi cuerpo, frotaba sus senos contra los míos, nuestros coños se besaban una y otra vez. Retorciéndonos y gritando volvimos a sentir el ascenso de la adrenalina. Primero fue Edith, quien gritando sobre mi rostro alcanzó la apoteosis del orgasmo lésbico.

Enseguida la alcancé, sintiendo que mi coño eyectaba una cantidad de fluidos que me hizo temer una deshidratación, enseguida Elykner sujetó mi cintura, penetró mi ano hasta hacer chocar sus cojones con mi coño y eyaculó poderosamente en lo más profundo de mis entrañas.

Caímos rendidos por el placer. La habitación olía a combate sexual. Papá consiguió arrastrarse hasta el baño y mi gemela y yo escuchamos nuevamente la ducha. Pedimos el desayuno a la habitación. Cuando llegó el empleado no tuvimos fuerzas para volver a vestirnos, de modo que lo recibimos tan desnudas como estábamos. El chico se fue con la cara roja y se olvidó de alargar la mano para pedir propina.

—Papá, báñate bien y ven a desayunar —solicitó Edith.

—Pedimos de todo para que repongas energías —señalé.

—Sí, Gemas. Enseguida salgo. ¿Cuál es la prisa?

—¡La prisa es que hay unas Gemelas ninfómanas que te esperan para ser saciadas! —respondí.

—¡Lo de esta mañana ha sido sólo el sexo para despertar, falta el de la tarde y el de las “buenas noches”! —informó Edith.

—¡Feliz cumpleaños, papá!

 

FIN... Esto no da para más.

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