Nuevos relatos publicados: 12

Mis cuentos inmorales. (Entrega 17)

  • 9
  • 6.250
  • 9,67 (12 Val.)
  • 0

Aquellas preciosas enfermeras alicantinas

A mis 25 años, afirmo que era un hombre muy atractivo, de verdad. Ese metro ochenta; esa frondosa cabellera azabache; ese rostro agradable estilo Tony Curtis, y esos andares de torero hacían que un servidor fuera el "objeto del deseo" de miles de femeninas; mujeres que a pesar de la represión sexual de la época, en sus ojos se observaban las ganas de sus devaneos libidinosos hacia mi humilde persona.

Aquellas damitas podrían estar muy reprimidas por el Régimen, e incluso por sus preceptores y padres, pero el chumino "les picaba" exactamente igual que "les pica" a las de hoy. ¡O quizás más! Porque antes "esas mozas célibes" no consentían que un mozo "se lo rascara" aunque lo estuvieran deseando. Tenían que llegar "enteritas y sin catar" al altar.

A la sazón, trabajaba de comercial en una importante empresa distribuidora de productos de alimentación para la Zona del Levante Español. Vivía en Madrid, y como estaba solterito y sin novia salía de viaje tal día, y tardaba unos dos meses en volver; por lo que "este morenazo" con su cochecito, sus quinientas pesetas diarias de dietas; (pesetas del año 1965) y su palmito, ni que decir tiene que era el "rey de la carretera"; frecuentaba buenos hoteles, y por la noche me quedaba peculio para visitar los locales nocturnos de las capitales donde hacía noche.

Tengo que agradecer a Franco su sistema represivo sexual en la mujer española, aunque le odiaba con todas mis fuerzas, ya que "la caza del conejo de monte" estaba vedada. Y digo que se lo agradezco, puesto que de haber estado tan liberada en el sexo como está la de hoy, este galán posiblemente estaría "criando malvas" de tanto fornicar, o en una silla de ruedas. ¡Quién sabe!

Un buen día tuve un accidente en el hotel de Alicante donde me alojaba; resbalé bajando las escaleras y me fracturé los huesos cubito y radio del brazo izquierdo, y me disloqué la muñeca del derecho. Ni que decir tiene que a mis 25 años no podía ir al baño para hacer mis necesidades solo, y mucho menos abrocharme los botones de la bragueta; y aquí viene mi "odisea", que al final se convirtió en una especie de "dicha y gozo". Placer que comprenderán cuando les cuente lo que aconteció en el hospital al que me llevaron.

Como tuvieron que operarme dos veces para soldarme los huesos fracturados, estuve casi un mes en ese hospital antes de que me dieran el alta y volver a mi casa a recuperarme. Era atendido por las enfermeras de turno, sobre todo por dos preciosidades de unos 20 o 22 años, a las que llamaremos Pilar y Carmen, nombres de mujer muy comunes en España.

Nunca he sido una persona tímida, y no recuerdo que se "me subiera el pavo a la cara" (sonrojarse de vergüenza), pero para mí era "un trago" eso de que una mocita por muy enfermera que fuera, tuviera que llevarte al baño a hacer caquita o pis con todos los ritos que conllevan tales acciones, me hacía sentirme muy mal; sobre todo lo de la caquita. ¡Joder! que apuros pasaba a la hora de hacer fuerza para soltar los detritus de mi cuerpo. Obvio decir, que podía levantarme para ir al baño, por lo que no me ponían esas incómodas cuñas para hacerlo en la cama.

Pero como casi todo se supera en la vida ¡qué gran verdad es! Yo también superé aquellos malos momentos escatológicos: que una mujer por muy enfermera que fuera (vuelvo a repetir) y muy acostumbrada a esos eventos, tuviera que oler los "aromas" que emanaban de mi vientre, uno que presumía de oler a esencias de Lowe me ponían en evidencia.

Pero a la semana más o menos, aquella vergüenza se me había pasado. Seguía con mi brazo izquierdo en cabestrillo, y el derecho escayolado hasta el codo ¿Se imaginan la guisa? Pues así estaba este "moreno guapo". Y al final pasó lo que irremediablemente tenía que pasar.

Mi vergüenza se tornó en descaro; ¡eso si! con mucho tacto y delicadeza, (propias de mi educación y clase); sabedor por "los mensajes" que me mandaban los ojillos de las galanas empecé a tender "mis redes" para intentar "llevarles a mi huerto". Un buen día.

-Buenos días Carmen. Le dije a las ocho de la mañana, (hora en que me hacía la primera visita). Hoy te veo más guapa que nunca; seguro que tu novio te ha hecho un bonito regalo.

-¡Pues no! Porque no lo tengo. Me dijo con una risita. Y añadió –¿Has hecho pis y caca?

-No tengo ganas de hacer caca, ando algo estreñido, pero me estoy meando que reviento.

-Hala vamos, que te pongo.

Debo aclarar que estaba en una habitación doble, pero que la otra cama ese día estaba desocupada; por lo que me atreví a "atacar" con más motivo.

Es compresible que, por los efectos naturales de la situación, uno no sintiera en su entrepierna los otros efectos propios de la edad. Pero en ese momento la tenía como el "palo mayor" de un barco de vela: 18 centímetros enarbolados.

-Verás Carmen... es que hoy...

-Hoy ¿qué?

-¡Qué!... ¡Qué!... Mis dudas, sacaron las de ella. Se dio cuenta enseguida lo que me turbaba. La "muy lagarta", puso su vista en mi bragueta del pijama de una forma descarada, y dijo con cierta guasa.

-Venga, vamos.  Me dijo a la vez que me ayudaba a incorporarme del lecho.

Evidentemente Carmen o Pilar "me la sacaban" cada vez que tenía ganas de hacer pis, pero era como el que se la saca a un niño de tres añitos, ya que el dolor me impedía notar los efectos eróticos que las dos mozas me producían con sus manipulaciones en semejante parte. Pero esa mañana habían remitido los dolores y a mi mente volvieron los deseos sexuales que casi nunca me han abandonado a lo largo de mi vida.

Me puse en posición delante de urinario, y "aquello" seguía tieso como la mojama. Carmen situada a mi costado derecho desbrochó los dos botones de la abertura del pantalón del pijama; pero esta vez para "sacarla" tuvo que hacer una maniobra distinta, ya que no es lo mismo "sacar el pájaro de su nido" despierto que dormido, por lo que tuvo que meter su mano derecha más adentro de "la jaula" con el fin de poder asirlo con más seguridad.

Cuando noté la mano de Carmen como abrazaba todo el contorno, se me puso todavía más dura, y di un respingo mi culo que casi me meto dentro del urinario.

-¿Qué te pasa? Dijo conteniendo una carcajada, ante aquella escena.

-¡Joder! Carmen. Qué no soy de piedra.

Como me estaba meando, y no aguantaba más, ella me la apuntaba hacia la taza haciendo fuerza para abajo con el fin de que la meada no hiciera el efecto de un surtidor, pues "aquello" subía y subía. Oriné como pude, ya que el contacto de su mano con mi pene ardiendo me llevaba al borde de un orgasmo.

No sé si por piedad o por placer, al acabar la micción, en vez de dar las tobas de rigor para que caigan las últimas gotas, lo que hizo fue movimientos de muñeca ascendentes y descendentes a la altura del frenillo; justamente el punto de más placer en el hombre. "La corrida" fue inevitable. El primer chorro de semen se estrelló contra los azulejos del servicio. Carmen quedó como asombrada, pero al momento empezó a reírse de una forma desenfrenada contemplando como aquel borbotón de semen resbalaba muy lentamente por los baldosines queriendo alcanzar el suelo. Los siguientes borbotones quedaron en su mano, que no les hizo ningún asco. Y hasta me dio la impresión de que le entraron ganas de lamerlos, pero se contuvo.

-Gracias Carmen. Sólo supe decir. Lo necesitaba más que el comer.

-Ya lo sé, cielo. Por eso te lo he hecho. Pero de esto, a nadie, ¿eh?

-¡Por favor! Qué soy un caballero. Esto no saldrá de estas paredes.

A partir de esa "furtiva paja", estuve en el hospital quince días más. Excuso decir, que de "aquello" pasamos "al polvo". Los días que le tocaron servicio nocturno, si no recuerdo mal fueron seis. En el turno de las tres de la madrugada, iba preparada con el condón, que me colocaba en mi pene hambriento de sexo. Me lo ponía con un amor exquisito. Y como un servidor no podía utilizar ninguna de las dos manos, me quedé sin ese magreo que preludia al amor; pero no me importaba, ya que ella sabedora de mis limitaciones manuales me pasaba sus hermosas tetas por la boca para que lamiera sus pezones, pedúnculos que emergían de sus pechos como dos cerezas.

Por las circunstancias relatadas, era ella la que me follaba, yo no podía poner nada más; pero eso de no asir sus redondas nalgas y abrazar sus caderas con mis manos me llevaba los demonios.

-No te preocupes, me decía. Cuando te quitemos las escayolas ya podrás acariciar mi cuerpo.

-¡No sabes cuánto lo deseo! Carmen.

-Vivo con una compañera en un apartamento cerca de la Explanada, ya buscaremos el horario que esté sola. Y aunque esté no importa, si se lleva a su novio muchas noches.

Cuando me dieron el alta salí disparado para mi casa de Madrid. Ardía en deseos de estar con mi familia, que dicho sea de paso dos fines de semana fueron mis padres a verme, pero deseaba estar en Madrid lo antes posible.

No volví a ver a Carmen porque me hubiera enamorado de ella, pero guardo un mechoncito de los pelitos de su coñito en una cajita de nácar con el siguiente poema.

 

¡Carmen! Más virgen que mujer.

Postrado allá, en esa triste cama,

hiciste en mi alma y mente tejer,

apasionantes y asombrosas tramas.

Con inmenso amor y adoración,

Llevo segmentos de tu "anagrama"

que me confirieron tanta emoción,

y que mi mente con pasión desgrana.

Te lo confieso con el alma y el corazón.

 

Lo que pasó con Pilar es digno de ser contado A ver si tengo ganas otro día.

(9,67)