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Recordando al primer amor (Capítulo 23)

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CAPITULO XXIII

La confesión de José Luis, me dejó anonadado

Como los hombres una vez hecha "la mili" ya éramos mayores de edad. (La mayoría de edad era entonces a los 21 años), no teníamos que estar en casa  a las diez; me dijo José Luis de tomar unas copas en la Mejillonera del Norte, bar sito en la  calle de los Mártires Concepcionistas (antes Sagasti), que nos pillaba a mitad de camino entre los domicilio de ellas y los nuestros.

-Bueno; espero que ahora me digas que te ha parecido Roberta, porque en el mesón te noté algo escéptico. Le pregunté con rostro expectante.

-La chica es muy maja, y muy culta.

-¿Y..?

-¡Bueno! es que yo estoy enamorado de otra mujer.

¡Hostias! aquella confesión me sonó como una bomba, ya que en los más de quince años que nos conocíamos, jamás le vi ni le noté ese enamoramiento. Por lo que dije con cierta ironía. -¿Tú... enamorado de una mujer? Pues será la mujer fantasma, porque jamás has hablado de ella ni la hemos visto nunca.

-No te rías Amador, que ese enamoramiento lo llevo muy en silencio.

-Ya, ya, si te pareces a "don Prudencio". Le dije siguiendo la ironía. -¿Y se puede saber quien es la culpable de tus desvaríos amorosos?

-Tu hermana María.

Ahora si que la sorpresa fue mayúscula, tanto, que casi se me cae el vaso de vino. Pues me lo dijo en un tono de voz con tanto patetismo, que no ofreció ninguna duda de la veracidad de la aseveración. Y me quedé mudo. Ya que José Luis para mi hermana María es igual que un hermano. Sólo se me ocurrió preguntarle:

-¿Y desde cuándo?

-¡Desde siempre!

-¿Desde niños?

-Desde que me hice mi primera "paja" a su salud.

-¡Coño "Jose"! Qué es mi hermana.

-Sólo te he querido decir que estoy enamorado de María desde que sentí la llamada del sexo, cuando tenía once o doce años. Pero no te mosquees, que jamás mancillaré su honor.

¡Joder! ¿Y cómo lo has podido llevar en silencio tantos años? Porque estoy seguro que mi hermana, al igual que  mi hermano y yo, no teníamos ni puta idea de tus sentimientos.

-Precisamente por eso, porque me consta que me mira como un hermano, he llevado esta condena que me devora.

Quedé tan impresionado, que no sabía que decir, hasta que reaccioné diciendo.

-¡Y qué diablos vas a hacer, ahora que yo lo sé! ¿Acaso quieres que interceda ante mi hermana?

-¡Ni se te ocurra! Cómo tu hermana se entere, te juro por mis difuntos que perdemos la amistad para los restos.

Si antes quedé anonadado, ahora quedé agilipollado, por lo que le dije algo airado. -Entonces... ¡Para que cojones me has confesado tus sentimientos!

Y aquí me di perfecta cuenta del carácter de José Luis, ¡mi gran amigo del alma! Tan predispuesto para "cantar las cuarenta" a un extraño por el simple motivo de que le cayera mal; e impotente para declarar su amor a la mujer que le "lleva por la calle de la Amargura".

También entendí, que sus actitudes tan extrañas eran motivadas por aquella moral, falsa moral que hacía extraños comportamientos en los jóvenes ante el temor de las consecuencias que se derivaban de la trasgresión de lo correcto, según las normas imperantes.

¡Pero coño! que ya habíamos hecho la mili, y que éramos unos hombres hechos y derechos. Pero aquella educación marcó a muchos jóvenes y les supuso un verdadero estigma para su desarrollo posterior como hombres, ya que el complejo debido a aquella absurda educación basada en conceptos arcaicos fue la culpable de que anidara en los sentimientos de aquellos muchachos. ¡Joder! pero si por echar "un polvete" fuera del matrimonio te condenabas a ir al Infierno.

-Entonces, con respecto a Roberta, que vas a hacer. Le dije intrigadísimo.

-De momento no lo sé, pero cómo me ha dado el teléfono, lo que decida al respecto lo hablaré con ella. Por lo tanto te eximo de toda responsabilidad de nuestro futuro. Con presentarnos ya has hecho bastante.

Esta declaración  me quitó un gran peso de encima, ya que el futuro de ambos dependía exclusivamente de ellos y a mí me liberaba del compromiso de haber sido el que propició esa relación.

La paradoja fue, que José Luis y Roberta llegaron a consolidar su relación y casarse; mientras Cristina me dejaba después de casi de tres años de noviazgo.

Y también perdí al gran amigo del alma, al casi hermano, ya que pasó a formar parte de la familia de los "de Juanes Vergara", mientras yo era rechazado por la misma; lo cual obviamente le cambió la naturaleza de las cosas y la perspectiva de aquella amistad que parecía eterna quedé en entredicho.

Sorpresas que da la vida.

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