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Recordando al primer amor (capítulo 24)

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CAPITULO XXIV

Me daba perfecta cuenta de que sólo podía ofrecer a Cristina, un amor inmenso, pero nada más; y me di cuenta cuando ¡por fin! un domingo por la mañana me convenció para ir a ver unos pisos en el Barrio de San Ignacio de Loyola.   

Llevábamos de novios más de seis meses, y cómo digo, empecé a entender que no era nada, y por lo tanto nada tenía para acceder a la compra de ese piso tan bonito que vimos; con su chimenea y todo en el salón.

No había querido seguir en la Guardia Civil y labrarme un futuro dentro del Cuerpo; y como me había despedido de la empresa donde trabajaba antes de hacer la mili, me encontraba a los veinte y tres años en una situación profesional y económica precaria. Y lo peor: que no sabía de que manera salir de esa situación tan inestable.

Me informé de unos cursos de Formación Profesional Acelerada organizados por el Ministerio de Trabajo, eligiendo el de electricista de automóviles; pero aquello fue otra frustración más, ya que en los tres meses que duraba el curso  no aprendí nada más que algo de teoría; insuficiente para colocarme en un taller.

Las Navidades de 1962, como a la sazón los novios no salían de noche, las pasamos cada uno en su casa. Yo con bastante amargura y con sombrías premoniciones de futuro con mi amada Cristina.

Se había cumplido medio año de nuestro noviazgo y aunque tenía y veía muy claramente que ese futuro del que hablo, no podía darle crédito  porque el inmenso amor que le profesaba me lo impedía, y a mis razonamientos no oía.

Tenía que hacerle los regalos de Reyes, y mísero de mí, sólo disponía de cien miserables pesetas.  ¡Qué podría regalar a mi amada con tan poco peculio!

Intenté pedir algo de dinero a mis hermanos, pero estaban "tan tiesos" como yo. Mi amigo José Luis tampoco pudo prestarme nada por idénticas razones.

La melancolía me invadía, y sólo me quedaba un recurso: regalarle un poema, un bello poema que le llegara al alma y que fuera el regalo más hermoso que una mujer enamorada puede desear. Y me puse a ello, pues "la soga la sentía alrededor de mi cuello". Y le compuse estos versos alejandrinos. (14 sílabas)

 

¡Amadísima Cristina! Esencia de virtudes.

Mi corazón se acongoja en esta Epifanía

porque anidan en él todas las vicisitudes

que se engendran en esta terrible angustia mía.

Un collar de perlas regalarte yo quisiera...

O un brazalete de oro con diamantes y gemas;

y si otro regalo más valioso tu prefieras,

mi hálito vendería al Infierno, y si se quema

por tus caprichos, al Diablo yo que me vendiera.

Al no tener riqueza, (mi pobreza es extrema)

en un bosque de castigos, que yo me perdiera

si con ello consigo apaciguar esta pena;

condena que llevaría si me permitiera

regalarte los lazos que a tu amor me encadena.

Comprende cariño estos desmedidos apuros,

conflictos que mi pobreza a la depresión lleva,

Pues al no disponer nada más que veinte duros,

me encuentro tan deprimido igual que triste ameba.

¿Comprendes mi amor "el fondo de mis espesuras"?

¿Comprendes amor que me encuentre hoy tan desgraciado?

¿Comprendes ya cuántas angustiosas amarguras?

¡Amor! sólo puedo dar el vivir a tu lado.

Y si buscas verdadero amor, no sinecuras,

aunque en estos Reyes nada te haya regalado

un inmenso amor te ofrendo pleno de ternura

 

Se llevaba entonces un collar de piedras imitación de gemas y esmeraldas de varios colores. Los había de una, dos y tres vueltas; por supuesto que el de tres vueltas era el más caro, y el que mejor luciría en su precioso cuello, y al igual que cascadas de oro y plata en el canal de los pechos de Cristina desembocaría. ¡Pero cómo comprarlo! Si sólo veinte duros tenía y el de tres vuelta quinientas pesetas valía.

¡Jo! que puñetera agonía; regalarle el de sólo una vuelta no me seducía. Pero pensé: con los versos Alejandrinos igual atino; pues al fin y al cabo un collar sea de una vuelta o de tres, un poema de amor será siempre un regalo más fino.

Y contento y convencido de que valoraría más mis versos que el collar de una sola vuelta, fui a buscarla al trabajo con alegría. A las seis en punto, pues a esa hora salía.

-Salía más preciosa que nunca; mientras en el rellano del portal la esperaba, cada día más hermosa estaba. Y al contemplar tanta belleza, se me fueron los malos presagios de la cabeza. A su encuentro fui con presteza para tomarla de la mano.

-Hola cariño. ¿Qué tal el trabajo? Dije por decir algo. Ya que me parecía ver en sus ojos unos destellos distintos a los habituales; no se asemejaban a los fulgores aquellos que iluminaban todo mi ser cuando me miraban. Le entregue el collar (de una sola vuelta) que le había comprado con aquellos infelices veinte duros que disponía; y volvía a ver otra vez en su rostro si no una decepción, si lo más parecido cuando desenvolvió el envoltorio que le contenía.

Empecé a entender a partir de este momento, que se escapaba de mi vida como a mí se me escaparon los suspiros al perderla unos meses después. Pero lo que no entendí ni sigo entendiendo como aquel noviazgo continuó tanto tiempo más, cuando estoy seguro que ella estaba decidida a dejarme. Y lo que se escapa de todo entendimiento cual fueron los motivos que tuvo para pedirme una relación sexual en toda regla; no como en "El Chispero", sino en una cama, y con su Cristo en la cabecera. Pero eso sucedió más tarde, poco antes de dejarme. Por eso sigo alucinando como una mujer sea desflorada por el novio que va a dejar poco tiempo después. ¿Qué fue lo que motivó a Cristina que fuera yo el que "rompiera" su virginidad?

En una mujer de hoy, se comprendería perfectamente, ya que la virginidad es algo que no tiene ningún valor ni fundamento. Pero hace cincuenta años, era de un valor moral  que la sociedad, (sobre todo la machista) lo consideraba consustancial y determinante de la mujer casta y pura. ¡Ah! y decente.

 Pero Sigamos relatando los acontecimientos. 

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