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Mis cuentos inmorales. (Entrega 28)

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Matías lloraba amargamente. Solo en aquel asilo, abandonado por todos menos por sus recuerdos. Su llanto no tenía fin y pedía que le llegara la parca; para qué quería vivir si le habían quitado la razón de respirar.

La hermana Filomena había destrozado la única esperanza de seguir vivo: sus recuerdos. Para qué quería seguir en este mundo si ya no tenía el talismán que avivaba sus evocaciones.

Una noche aciaga, la "monja cruel" descubrió al pobre Matías disfrutando del gran placer que le reportaba la contemplación de su gran secreto: La colección de pelitos de pubis que conservaba en cajitas de nácar y plata debidamente ordenados y engarzados en lacitos de sedas multicolores.

Matías esperó pacientemente a que se durmiera Cipriano, su compañero de habitación. Sus ojillos reflejaban el fulgor de las emociones, ese resplandor que aviva el fuego de las entrañas y te da la razón de vivir en tu mísero concurrir. ¡Triste es para un anciano no tener otras razones para recordar! Matías había vivido para lo que nació: para amar a su prójima, y a ello dedicó su existencia.

Tomó la primera cajita de nácar, en ella se leía: Margarita. Octubre de 1965. Madrid. La abrió con tal delicadeza y tal exquisitez como en aquella fecha tan señalada bajaba las bragas a Margarita.

En el interior de aquella cajita se hallaba un mechoncito de pelitos negros y muy rizados engastados en un lacito marrón, igual que el color de los ojos de Margarita. Los tomó con las yemas de sus dedos índice y pulgar de su mano derecha y se los llevó a sus fosas nasales para aspirar aquel aroma que sólo estaba en su sentido. ¡Oh! Dios de la Misericordia ¡Qué recuerdos más placenteros!      Milagros de la mente. El separar la espesura de Margarita para que su lengua pudiera saboreas aquella fresa colorada en flor como la más dulce malvasía. Cerró los ojos a la vez que cerraba la cajita, y la posaba suavemente en su lugar de reposo. Recordó con lágrimas en los ojos aquel poema que le compuso.

 

Margarita, mi bien amada Margarita:

quisera manifestar con esta poesía

las penas que tu recuerdo me quita;

y torna a mi corazón aquella algarabía,

que le produjo a mi alma aquella cita.

 

De tus besos me acuerdo todos los días;

caricias que en mi espíritu se recitan,

que convierten en piel tersa mis estrías;

que a mis neuronas con pasión excitan,

y a mi espíritu le concede nuevos brios.

 

Tomó otra cajita ovalada con serigrafía de ninfas y sirenas amadas por el dios Neptuno. En ella se leía: María Botas. Agosto de 1967 Albacete. Con la misma parsimonia Matías abrió la cajita.

Un vuelco le dio el corazón que le paralizaron sus dedos, y recordó aquel poema que con tanto deleite compuso en aquella alcoba a la dueña de sus enredos.

 

María de las Botas,

cercana a mis deseos

pero lejana y remota;

pido al dios Prometeo

que este amor que brota

se grabe en este camafeo

con la ilusión más devota

del más ansiado trofeo.

 

No pudo evitar que dos suspiros se le escaparan de su resuello. Aquella noche de Agosto, víspera de la Virgen la conoció. ¡Qué emoción la contemplación de aquella moza manchega en todo su esplendor! El amor fue fulminante, en un instante llego el fulgor. ¡Qué noche de pasión!

Los dedos de Matías descorrían aquella cortina de blondas y sedas, rosas y azules con inusitada porfía.

Aquel telón echado y descorrido, mostraban tal escena que el pobre Matías no pudo reprimir un gemido cual toro herido de muerte al ver aquella fosa en la que sepultaría toda su hombría.

Tomó aquellos pelitos con infinita ternura y los besó con una enorme dulzura.

¡Satanás de los avernos en forma de monja cruel! Quitaste de mis labios la miel que me da la vida.

Filomena que ha tiempo espiaba las elucubraciones de Matías, como una huracán irrumpió en su aposento sin piedad y sin miramientos, robó a aquel anciano el motivo de sus vivir aquellos momentos.

A las ocho horas de aquella mañana, por Matías doblaban las campanas.

Aquellas cajitas que Filomena con cruel sin razón quemara, las cenizas de aquellos pelitos por el aire volaban, y con sutileza en la tumba de Matías se posaban.

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