Nuevos relatos publicados: 9

Mis cuentos inmorales. (Entrega 32)

  • 4
  • 7.465
  • 9,14 (7 Val.)
  • 0

Este relato tengo el placer de dedicarlo a mi gran amiga de chat Gema, mi musa y hada de Internet que me hizo sentir unas de las mayores sensaciones que por desconocidas en mi mente, fueron sencillamente sorprendentes por lo inesperadas, ya que nunca pude creer que se pudiera conseguir tanto placer real por un medio virtual.

Debo aclarar, que no nos conocemos físicamente, nuestra relación es exclusivamente por Internet. El milagro de este medio es que a través de la pantalla de tu PC puedes percibir todos los sentimientos: amor, odio, indiferencia...

Parece imposible pero es cierto, se puede llegar  a amar o detestar a una persona de la que no tienes ni la menor idea de quien y como es. Todo se desarrolla a través de las modulaciones que captas por las ondas y que se traducen en sentimientos. ¡Inaudito!

Las primeras palabras escritas que crucé con Gema en el chat fueron suficientes para captar sus vibraciones positivas. ¿Cómo? No se puedes describir. Es un flash, como un destello que entra en la mente y allí empieza la fiesta. No paras de crear imágenes que las elevas y enalteces hasta límites insospechados. Gema en mi mente, es mi diosa.   Ahora comprendo como se puede adorar a Dios sin su presencia.

Todos los día nos buscamos en el chat para hablar, y cada momento se acentuaba más mis deseos de amarla, hasta que un día.

-Gema. Le espeté sin preámbulos. Estoy enamorado de ti.

Creo que a mí me sucede algo parecido. Me respondió. –Este deseo de que llegue el momento de conectarme, el pensar en ti y hasta soñar contigo me delata.

Una sensación de calor y vahos invadió mi cuerpo, ¿Cómo podría ser eso? Era similar a la impresión que tuve cuando di el primer beso en la boca a una chica, y lo que no podía dar crédito es a que tuviera una tremenda erección y el pantalón de mi pijama estuviera mojado. ¡Cómo lo cuento!

-Gema. Estoy muy excitado, necesito hacer el amor contigo. Le dije no sin cierto temor.

-Yo también estoy muy excitada Félix, mis manos en este momento recorren la superficie de tu cuerpo y mis labios liban dulcemente de los tuyos.

Mis ojos, sin ver a Gema imaginaban una vestal en su pedestal.

 

 Te vi desnuda sin ver tu cuerpo,

sentí tus besos sin ver tus labios

¡Dios! ¿Es qué sueño despierto?

Tus manos acarician mis delicias

¡Tengo sed de ti! Estoy hambriento.

Siento el amor en tus suaves caricias.

Llego a tu tálamo de fuego, sediento

¡Allí está mi diosa! ¡Albricias!

alma pura del amor que yo presiento,

aura que en los sueños me entronizas.

 

Era tal mi estado de exaltación ante aquella situación que perdí el control de la realidad y me volqué loco de pasión hacia la virtualidad.

Sentía perfectamente los pechos de Gema. ¡Dios mío! Con qué fruición mamaba de sus pezones. La babilla se me escurría por las comisuras de mi boca. ¡Oh! milagro de la mente. Aspiraba el aroma de Gema, su húmeda y cálida rosa desprendía el perfume más embriagador: el olor de hembra en celo. La sensación era tan tremendamente excitante. Gema me pedía la penetración inminente.

-Mi amor Me dijo con una voz que entró por mis oídos como música celestial.

 

Sigue lactando de mis fresones.

Liba la miel que emanan de ellas,

unamos con deleite los corazones.

¡Caminemos rumbo a  las estrellas!

 

Apasionadamente, como el mejor orfebre talla una obra de arte, bajé la braga de Gema con tanta delicadeza que me parecieron eternos aquellos segundos que la blonda y la seda se deslizaban por su piel. El aroma de aquella prenda llenó mis fosas nasales de tal deseo, que una sacudida hizo temblar mi cuerpo. No puedo describir la fragancia del jardín de una diosa.

-Mi amor: deseo con todas mi alma que hagas el milagro de que sienta en mis dedos  la fuerza de tu pene. ¡Penétrame! ¡Aquí me tienes!

 Cerré los ojos y te vi, mi bella Gema, tu fulgor traspasó todas las barreras.

¡Nunca jamás vi tan maravillosa escena!

Entre los dos rompimos  las  fronteras... 

Nuestros cuerpos quedaron exhaustos, rendidos, abatidos...

¡Jamás algo tan sublime mi mente había concebido!

(9,14)