Nuevos relatos publicados: 12

Mis cuentos inmorales. (Entrega 37)

  • 11
  • 14.811
  • 8,14 (22 Val.)
  • 0

Los besos de mi amor

 

¿Cómo podría describir los besos de mi amor?

Si fueran besos puramente materiales no me sería muy dificultoso, ya que la física es latente, se ve, se toca y se siente. Pero describir las sensaciones que concede el alma, es arduo complicado.

Los besos de mi amor son tan místicos e íntimos, que por eso digo la dificultad de trasladarlos a la comprensión de los mortales de forma que puedan ser interpretados.

Cuando nos besamos, nuestras bocas son simplemente el vehículo que nos traslada a ese paraíso en donde sólo acceden los que son capaces de llegar con un beso a tal estado de éxtasis, que se pierde toda la razón del mundo.

Dejamos de ser mortales; somos dos espíritus, dos halitos, dos soplos de viento que navegamos por el Universo, traspasando tosas sus galaxias, y aterrizando en un lugar donde sólo existe el amor puro y verdadero.

-¡Vida mía! Llévame con un beso a ese mundo maravilloso en donde todo es luz, paz y canción.

-Sí, mi amor. Te llevaré con mis alas de coral, a donde los dos seamos los reyes del Universo.

Unimos nuestras bocas...

Nuestras lenguas repican en arrebato cual torre de campanario...

Volamos... volamos... volamos...

Hacia donde los besos de los enamorados se funden y se plasman en el aire y en el viento, y allí quedan vagando hasta la eternidad.

Sólo tenemos un pequeño problema que nos impide remontar las cotas más altas de los cielos, pero pronto vamos a solucionar, para que nuestros besos sean el paradigma del amor.

Mi novio Jorge, también tiene bigote. ¡Ah! Me llamo Alberto, y unos de los dos se lo tiene que afeitar, ya que el contacto bigote con bigote, desvirtúa nuestros besos.

¡Qué feliz me siento cuando mi Jorge me besa!

Creo que ni Julia Roberts debe sentir tantas emociones como las que yo siento cuando le besa Richard Gere. Porque mis besos son de puro amor, de "hembra enamorada". Los de ellos son de película.

¡Qué maravilloso es ser mujer!

Por eso voy a operarme, me repugna ese bulto que convive furtivamente en mi cuerpo, y que me impide llevar las braguitas y tanguitas que me gustan; pero "mi novio" Alberto, no quiere que lo haga, ya que aunque es el "macho" de la pareja, le gusta sentir "mi bulto" de vez en cuando en sus entrañas.

Pero le he dicho que me opero y me opero, una "hembra" como una servidora no debe tener ese colgajo ahí. Y si quiere que le den por el culo, que se busque a otro macho.

Así que ya lo saben.

 

Los pedos en el tálamo del amor

No se rían por favor, que tengo un problema tan angustioso que me puede costar el matrimonio: el no poder evitar tirar pedos en la cama, y lo peor, que son "pedos rebozados" que huelen a mil rayos.

Tengo la costumbre de evacuar el vientre inmediatamente recién levantado. He intentado cambiar este ritmo a las diez de la noche, con el fin de acostarme con el vientre defecado, y evitar esos olorosos cuescos que a mi mujer tanto asco le dan, y que me has puesto un ultimátum, pero por más que lo intento y hago fuerzas, imposible.

-Mira: o dejas de tirar esos pedos, o no duermo más contigo. Me dijo una noche.

Generalmente me suelo acostar antes que ella; ya se sabe del ritual de las mujeres antes de acostarse: se tienen que desprender de todos los potingues que han configurado sus rostros durante el día; y eso a la mía le lleva como una media hora, tiempo suficiente para que haya caldeado la alcoba de tal manera, que cuando entra se tiene que ir al salón hasta "que pase la tormenta".

Mi mujer es muy "asquerosa" hasta tal punto le dan repulsión ciertas cosas, no he conseguido en los años que llevamos casados "que me la chupe", dice que es superior a sus fuerzas. Una vez a base de mucho insistir, conseguí que accediera a hacerme una "mamadita", pero estando su boca a menos de un centímetro de mi polla, le sobrevinieron unas arcadas que casi echa toda la cena por la boca.

-¿Qué te pasa cariño?

-Que huele muy mal. Huele como a sardinas.

Debo aclarar, que olía a polla, a su olor natural, no a "requesón" como suelen oler la de los tíos guarros que no se la lavan. Y un servidor es de calzoncillo diario.

-Mi amor: a mí me encanta como huele tu coño, naturalmente me refiero a su olor natural, y no me da asco, al contrario, me excita.

-Pues eso es de cochinos. Los olores corporales son una cochinada.

En ese preciso momento me sobrevino un pedo tan descomunal que me fue imposible evitar. ¡Joder! que pedo, uno de los más hermosos que han salido de mi ano.

Al momento, el receptáculo del amor se inundó de una fragancia mezcla de repollo, coliflor y judías pintas. ¿Ustedes se imaginan como se puede hacer el amor con una mujer que dice que la polla huele a sardinas, y que no soporta el olor de los pedos de su marido?

El rostro de mi señora se desfiguró por completo; aquel rostro tan bello, se transformó en algo feo, compuso una mueca tan grotesca, que al punto comprendí los efectos tan negativos que hacían en su alma y corazón los efluvios corporales de su marido.

He de aclarar, que esta situación (la de los pedos) me sobrevino a los cinco o seis años de casados, antes no me peía en la cama como ahora, por lo que no había problema, pero algo cambió en mis intestinos que se convirtieron en una máquina de tirar pedos.

Le pregunte a mi padre si había algún precedente en la familia, y me dijo:

-Sí, hijo sí. Nuestra familia es una familia de pedorros.- Y me contó la siguiente anécdota:

-Recuerdo que tendría unos doce años, iba mi padre (mi abuelo) montado en un mulo, y yo (mi padre) a unos dos o tres metros por detrás jugando con una vara de olivo. De pronto se oyó tal pedo que me asusto, y dije:

-Padre, quien ha sido ¿Usted o el mulo?

-Yo hijo, ¿Por qué lo dices?

-No por nada, es que me parecía muy gordo para ser del mulo

Es cierto, recuerdo de niños a mi hermano José Antonio, como se tiraba tales descomunales pedos, que el vecino del tabique de al lado de la habitación que dormíamos gritaba:

¡Animal!

Como intuía que el problema que se generaba en mi vientre era un obstáculo muy serio para la buena marcha de mi matrimonio, consulté a mi doctora de cabecera. Me dio unas pastillas, pero el efecto que me producía era tal dolor de tripas y una cagalera, que al ser el remedio peor que la enfermedad dejé de tomarlas. Por lo que el problema persiste, y lo peor: acentuado por la edad. Mis pedos son cada vez más odoríferos.

No se rían por favor, que mi problema es muy grave. Amo a mi mujer por encima de todas las cosas, hasta el punto que he renunciado a dormir en la habitación de matrimonio, con el fin de no inundarla de las "fragancias de mi ojete". Y no dormir con la mujer que amas, abrazarla, besarla y echar esos "polvazos" que solíamos echar, es un tormento que se me hace cada día más insoportable.

Estoy atravesando una terrible crisis matrimonial por culpa de mis pedos.

¡Qué quieren que yo le haga! Si no los puedo evitar.

Mi pregunta es la siguiente: ¿Debe estar el amor supeditado a los pedos de los cónyuges?

 

Las ejecutivas

Marta del Río, la hija de mi vecino acaba de terminar la carrera de económicas y quiere trabajar en el departamento de marketing y ventas de una multinacional, ya que le encantan las relaciones humanas, y en esta profesión sin duda las relaciones con muy diversos tipos de personas, es consustancial a la misma.      

Conocedora de que he ejercido la profesión de ventas durante toda mi vida laboral en muy diversas multinacionales, quiso que le diera unos consejos sobre ese mundillo, ya que su experiencia es prácticamente nula. Me comentó, que en la empresa que seguramente desarrollaría su labor, el equipo de ventas lo componen en su inmensa mayoría hombres.       

Cuando en la relación laborar hombre-mujer, ésta ha de ejercer el mando sobre aquel, todavía no está asumido socialmente por el hombre. Ser jefe, hombre o mujer, requiere poseer una serie de condiciones que le habiliten para el mismo, condiciones que nada tiene que ver con el sexo, pero si mucho con la formación profesional y el carácter de la persona.

Sin embargo, la mujer tiene un hándicap que ha de superar: que sus subordinados le vean como jefe, nunca como mujer. Este sin duda es uno de los escollos más complicados de salvar.        

Marta me escuchaba con mucha atención y asentía. Me preguntó:

-¿Eso significa que he de perder mi femineidad?

-No mujer. No quiero decir que dejes de ser femenina, quiero decir que tus subordinados tienen que llegar a aceptar que son dirigidos por una mujer, y para conseguirlo no valen las mal llamadas “armas de mujer”; tienen que aceptarte como la persona que les conduce al éxito en la labor encomendada al equipo, mantener la disciplina y armonía en el grupo, solucionar de una forma equitativa los problemas individuales, formarles día a día, controlar y supervisar la labor de cada uno, y adoptar las medidas disciplinarias cuando sean precisas; y todo ello con la anuencia de la empresa.      

Marta puso cara de preocupación. -Comprendo, comprendo. ¿Y qué he de hacer para conseguir la aceptación de los que he de dirigir?  

-Un buen jefe ha de conocer al detalle la política de la empresa y seguir sus directrices. Es el responsable de la consecución de los objetivos marcados en su departamento, y para llegar al éxito es imprescindible que conozca la capacidad profesional y carácter de sus empleados para poder adecuar y repartir responsabilidades; no olvides Marta, que el triunfo dependerá de la labor realizada por el grupo, labor que el jefe debe designar de una forma que sea posible su realización con los medios y elementos a su disposición.

-Ya, ya. Dijo muy convencida. Pero a mí lo que me preocupa es que los hombres a mi cargo me vean como a una extraña, y me creen problemas de identidad. ¿Cómo podría salvar esta circunstancia?       

-De una manera natural. Debes asumir las reglas de oro para el jefe.

-¿Y cuál son esas reglas?        

La primera condición para ser un buen jefe, es que sus empleados le reconozcan como su líder, que estén convencidos de que sus problemas laborales ante la empresa y los clientes estarán siempre apoyados por él o ella. Y esto sólo se consigue con acciones que crean satisfacciones a la comunidad.

-Otra cosa que me preocupa, Félix, es que... (Dudó un poco Marta) –Mi físico. Tú mismo me has dicho más de una vez que soy un “bombón” de mujer. ¿No me traerá esto problemas? Ya sabes cómo sois los hombres.

-Vamos a ver Marta: tú eres como eres. Un “bombón” de mujer, es cierto, y eso nadie te lo va a reprochar; y no tiene por qué ser obstáculo para el desarrollo de tus funciones profesionales. Lo que si debes de cuidar es tu “envoltorio” ¿Comprendes?   

-Creo que sí, ¿pero me lo puedes razonar?

-Muy sencillo. Tu actitud general en el trabajo debe limitarse a adoptar las formas requeridas para el mismo. Debes aparcar todo signo de apariencia física dirigida a la motivación de los instintos, me explico: ir a una discoteca o quedar con un chico al que te gusta, has de utilizar los recursos requeridos para a acción que vas a desarrollar, potenciar el “bombón” que eres; y para ello te preparas de la forma más atractiva que sabes.

Pero para conseguir el rendimiento en tu trabajo y el respeto de tus empleados, no hace falta que les excites con mecanismos extra laborales. Tu vestimenta debe causar impacto por su sencillez y elegancia, no por su aparatosidad. Y la elegancia en la mujer no provoca la libido, pero produce admiración.        

-Ya te comprendo. No hace falta que des más detalles.

Marta salió bastante convencida de mis argumentos ante la mujer dirigente, y seguro estoy que será una gran ejecutiva.

(8,14)