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Piel de Oveja

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La carrosa fúnebre arribó al camposanto seguido de una larga fila de vehículos que darían el último adiós a Diego. Su desconsolada familia observaba como cuatro hombres sacaban el féretro para llevarlo hasta aquel inevitable pozo donde -algún día- todos terminaremos. Amigos, familiares y compañeros de trabajo se abrazaban compasivamente. Una vez más, la violencia que estruja inmisericorde al país arrebataba un alma buena y caritativa. La misma pregunta que ronda todos los funerales –no importa si es gente buena o mala- se repitió un centenar de ocasiones aquella tarde.

-¿Por qué Diego?, era una persona tan pura, tan buena, tan sincera, tan joven, trabajadora, amorosa, respetuosa, generosa, responsable, fiel y desinteresada- 

Generalmente estas afirmaciones se dan para consuelo de la familia. Sin embargo, en esta ocasión específica, parecía ser verdad. Diego era un joven de 27 años de edad. Recién casado y con una pequeña niña –Debanhi. Trabajaba doble turno como maestro de escuela. Admirado por sus alumnos y respetado por sus colegas, este joven encontró la muerte de manera salvaje y violenta.

Los desgarradores sollozos contagiaron a todas las personas en el cementerio. Dos jóvenes se encontraban a 100 metros de distancia. Contemplaban el triste retrato del “día después de la muerte”.

-uno más- expresó Fermín Castellanos.

-así es, ¿Hasta cuándo ira a parar esta horrenda guerra sin sentido? - contestó con fastidio Alex de la Cruz.

-hasta que ya no quede nadie- contestó Fermín.

-así parece-

Alex se mostraba sumamente conmovido. Observaba con interés a todas las personas y no podía evitar sentir una profunda tristeza. Fermín le propuso acercarse al entierro, pero De la Cruz rápidamente rechazo la petición. Argumentó que no lidiaba bien con el ambiente trágico que representaba aquel grupo de personas. La madre sufrió un desmayo mientras era sostenida por dos mujeres a su alrededor. Trataban de ventilar su rostro al momento que un hombre -al parecer su esposo- llamaba a las emergencias médicas. La viuda vestía elegantemente sus anteojos obscuros para la ocasión y sostenía a la pequeña Debhani. La amargura trágica restregaba su potencia en cada rostro. Mientras tanto, a la distancia, Fermín y Alex se observaron uno al otro.

-Dios santo, esto es terrible- se lamentó De la Cruz.

-siempre lo es- acentuó Castellanos. En seguida prosiguió comentando -muy bien, creo que ya es hora.

Fermín golpeteó suavemente el hombro de Alex e indicó su dedo índice hasta una dirección particular. –Mira allá-

Un joven desorientado se tomaba la cabeza, observaba con desesperación a cada uno de los familiares. Se posicionaba justo en frente de ellos y les gritaba incansablemente. Intentaba ademan tras ademan, pero al parecer su acto era ignorado por todos. Fue entonces que Alex suspiró y levantó su mano derecha. El joven desesperado no se había percatado del llamado. Continuó haciendo el ridículo delante de la viuda. Alex observó a Fermín y le pidió amablemente su intervención.

-Siempre es lo mismo, ve a traerlo por favor, sabes que yo no manejo bien estar cerca de ellos…

Castellanos suspiró con desgano y caminó hasta las afligidas personas. El joven desesperado continuaba en su labor hasta que finalmente Fermín lo detuvo.

-deja de hacer el ridículo, ven conmigo…-

El proceder del muchacho afectado no podía ser contenido por un simple llamado de atención. Cuestionaba furiosamente sus más profundas dudas y requería explicaciones inmediatas. De esta forma Fermín ofreció su ayuda.

-yo te contestaré cualquier pregunta, pero tienes que venir conmigo.

El joven se calmó misteriosamente y siguió los pasos de Castellanos. Caminaron una centena de metros hasta encontrarse con Alex. Una vez reunidos, el perturbado muchacho dio rienda suelta a sus nervios.

-¿Qué está pasando?- preguntó

Alex observó penosamente a Fermín, quien suspiró con profundidad y reveló la cruda verdad.

-¿no me reconoces?-

El joven negó con su cabeza.

-muy bien, a la mierda con las sutilezas… ¡estás muerto!

En ese preciso instante, Diego observó sus manos y se tentó el rostro. Negaba enérgicamente la explicación de Fermín, no obstante, observó fijamente a De la Cruz y lo reconoció.

-esto no puede ser, tu eres Alex de la Cruz… pero tu estas…-

El semblante confundido de Diego no podía asimilar la información proporcionada. Entonces Alex terminó la incompleta frase.

-…muerto, así es… fui asesinado saliendo del cine con mi novia. Un par de camionetas simularon un retén policiaco en la calle principal. Pero eran criminales, dijeron que me inspeccionarían, sin embargo, al ver que no cargaba nada de valor me mataron como un perro. No supe que paso con mi novia.

Diego se acariciaba la frente y se golpeaba la sien con regularidad. Tenía que tragarse un evento de tal surrealismo que ni siquiera en sus sueños habría considerado. No obstante, él recordaba aquella anécdota contada por Alex, lo conocía de sus años estudiantes. Segundos después terminaría la historia.

-tu novia se llamaba Martha Pineda ¿cierto? – Alex asintió positivamente. Diego continuó la explicación. –Ella escapó de aquel asalto, hubo rumores que fue violada pero no creo que haya sido cierto. Años después se casó con el Doctor Marcelo Hernández y se mudaron a Londres Inglaterra.

El rostro desencajado de Alex se llenó de tristeza al escuchar que el amor de su vida se había casado. Sin embargo, se encontraba feliz de saber que no había sido lastimada aquella trágica noche. Fue el turno de la presentación de Fermín.

-soy Fermín Castellanos.

Diego no reconoció ni su cara ni su nombre. Sin embargo, su historia era popular también.

-no te conozco. - comentó el recién fallecido.

- Hace 17 años fui secuestrado por una banda criminal que reclamó una cantidad exorbitante de dinero por mi vida. Mi familia reunió la suma y la entregaron a esos malditos, pero ya era demasiado tarde; Me mataron a las 3 horas del plagio. No te preocupes si no me conoces, supongo que eras demasiado pequeño cuando fui asesinado.

Diego calmó su ansiedad gradualmente y se dispuso a observar su propio funeral. Parecía que las aclaraciones de Alex y Fermín eran verdaderas. Los tres se sentaron debajo de un árbol y conversaron amistosamente. De pronto, una fría gota de lluvia cayó justo en los pies del maestro de 27 años. El par de hombres se observó mutuamente, parecían reconocer algo que Diego desconocía.

-está a punto de llover...- mencionó la nueva alma.

-de hecho, creo que ya te vas...- expresó Fermín.

-¿Por qué?..¿a dónde voy?..- externó con preocupación Diego.

-si tu familia es muy devota, es probable que atravieses la luz… el paraíso te espera...- comentó Alex con una sonrisa empática. 

-pues no, la realidad es que somos Ateos...-

-eso es nuevo...- Fermín arqueó sus cejas con sorpresa.

De pronto el cielo se vistió totalmente de negro. La obscuridad trajo consigo un frio viento que golpeteó de forma inesperada a todos los presentes. La lluvia arreció de forma descomunal mientras que sombras aterradoras se desplegaron de cada rincón obscuro. Alex y Fermín brincaron rápidamente y advirtieron al nuevo difunto.

-Diego, corre, escóndete. Pensé que serían los seres luminosos, pero son los contrarios.

El par de jóvenes huyó entre las criptas y tumbas. Diego por su parte, observó curioso a su alrededor. 7 figuras macabras de parcas rodearon al joven y lo tomaron violentamente. A rastras lo llevaron hasta su propio pozo. Diego forcejeaba contra los espíritus siniestros y con un grito desgarrador desapareció en el hoyo que era rellenado por un par de hombres ajenos a los hechos espirituales. Increíblemente el torrencial cesó y las nubes negras que cubrieron el cielo se despejaron para dar entrada al brillante resplandor del atardecer.

Fermín apareció nuevamente y buscó a su compañero, unos cuantos minutos después Alex aparecía también. Ambos se mostraban desconcertados ante los extraños sucesos. No era la primera vez que las parcas ultrajaban almas atormentadas y las llevaban hasta el fondo del infierno. Sin embargo, los casos anteriores eran por demás obvios. Violadores, asesinos y delincuentes naturales se retorcían ante el poder obscuro de estos entes terroríficos, ¿pero Diego? ¿Un simple maestro y padre de familia, querido por toda la comunidad? El misterio invadió a los jóvenes espíritus.

-¿tal vez se lo llevaron por ser Ateo?- cuestionó dudoso Alex.

- no lo creo, sabes que el traspaso al cielo o el infierno es muy subjetivo. Existen personas sin creencia religiosa que jamás hicieron daño a nadie y se ganaron el beneficio de la duda. Quedan atrapados en el purgatorio, pero con amplias posibilidades de llegar al cielo. Esto es diferente. - explicó metódico Fermín.

-tu y yo estamos aquí porque nadie ha rezado por nosotros lo suficiente, ¿pero entonces? ¿Porque Diego ni siquiera se quedó en nuestra dimensión?... se supone que era un alma justa…- expresó con detalle Alex.

-las apariencias engañan... - comentó Fermín mientras golpeaba conciliadoramente el hombro de su compañero. Juntos caminaron entre las criptas y desaparecieron. La gente abandonó lentamente el cementerio, todo quedó en silencio tenebroso. Solo una joven de 18 años permaneció al pie de la nueva tumba.

-Dios te perdone por todo el daño que le causaste a tantas mujeres.

Diego se había encargado de una red clandestina de prostitución. Utilizaba a sus alumnas mediante extorsiones para satisfacer los bajos instintos de políticos y empresarios millonarios. De esta manera, tal y como lo mencionó Fermín. “las apariencias engañan”. El difunto era un auténtico lobo vestido con piel de oveja.

 

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