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Historia anónima

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En el restaurante, delante de su plato de ensalada, le dijo lo guapa que estaba y lo bien que se conservaba siendo una mujer madura, tenía muchísimo encanto y un cuerpo con solera, de los que todavía quitan el hipo.

Esos halagos siempre gustan y además hicieron el efecto para que la cena fuera discurriendo cada vez por caminos más placenteros. Los piropos también vinieron, en parte, por lo bien que le quedaba la ropa y lo sensual que la veía.

La conversación antes fue pasando por temas dispares, desde el tiempo climatológico que hacía en la ciudad hasta los trabajos y los agobios que hay en la vida diaria, con sus reglas, sus compromisos, sus automatismos y la carga emocional que supone tanta rutina, llegando a la conclusión de que en el fondo la vida se ha hecho para disfrutar de esos momentos y esos días en los que de verdad tenemos las riendas de nuestra propia existencia, que hay que aprovechar para saborear cada trago que nos da. Por eso hacía hincapié en dejar volar la mente y el cuerpo para disfrutar lo máximo que podamos cuando podamos.

La verdad, es fácil ponerse de acuerdo con esas premisas, no era una conversación complicada ni existencial sino más bien sencilla, difícil de rebatir las afirmaciones y sobre todo tranquila, mirando siempre a los ojos, con media sonrisa, el tono suave y agradable.

Sin prisas fuimos dando cuenta de los platos y sus vasos de vino, estábamos terminando el postre, era quizá el momento adecuado para subir un peldaño más en la relación o tal vez dos. Con los pedazos de tarta variada que había en el centro para compartir entre los tres, le hizo una pregunta comprometedora a Ana, acerca de que, si se veía con ganas de disfrutar de esos momentos, ya que en el fondo era una mujer afortunada pues disponía de dos hombres allí a su lado, que esperaban para hacerla pasar una noche muy agradable y atenderla en todo lo que quisiese.

Eso la verdad, dicho así, es otro halago que además sonroja un poco si no estás acostumbrado y nosotros no lo estábamos. Yo mismo sentí algo de pudor, al verme junto a él como un ayudante para crear placer, más que como el artífice de la situación. Pero es algo fácil de entender, el muchacho había pasado parte de la tarde con nosotros y no quería perder la presa que tenía ante él, deseaba disfrutar tanto o más que nosotros esa noche, de ella y de todo lo que sucediese.

Ana sabía que tenía que dar una respuesta para no terminar de golpe con la cita y la situación creada, inteligentemente dijo que estaba dispuesta a dejar que esa noche pasase todo lo que tuviese que pasar, sin cerrar puertas, pero dejando una vía de salida por si las cosas se torcían.

Esas palabras que parecían un aviso, sirvieron para que Chicogranada levantase su vaso y se apresurase a brindar con ella y por ella, también conmigo que asistía allí como convidado de piedra, como parte de la pareja, a ese ritual de asedio y seducción con el que sometía a mi mujer y que parecía le estaba dando resultado. Tras brindar con ella, sin dejar de mirarla a los ojos, para mí que, relamiéndose por dentro, brindo conmigo sonriéndome también, se encontraba a gusto y se notaba, había dado con gente agradable y ella con muy buena pinta.

Pedimos el café y unos chupitos para terminar la cena y dar el pistoletazo de salida a los sabores fuertes y embriagadores.

Tras brindar los tres y sonreírnos sin dejar de mirarnos (cada uno pensando en algo relacionado con la noche que podría haber), Chicogranada se dirigió a Ana para comentarle que estaba muy feliz de conocernos y que esperaba que ella tuviese esa misma sensación al día siguiente. Le dijo que su meta, esa noche, era conseguir que ella fuese la mujer más dichosa de mundo y que procuraría agradarnos a ambos en todo lo que pudiera, que estaba allí para hacer realidad nuestras fantasías y deseos (esto último lo dijo mirando a Ana), también le aseguró de forma solemne que nada sucedería sin que diese su aprobación, que le pediría permiso antes de hacer nada.

Ella no dejó pasar la ocasión de recordarme y hacerle saber a él que la reunión era más cosa mía que suya, por lo que tuve que salir al quite para dejar claro que era algo que llevaba tiempo queriendo regalarle a ella deseando que aquella noche fuese inolvidable. Aun así, Ana volvió a hacer mención de que esperaba que los celos no me jugasen una mala pasada, fue uno de los momentos en los que el sudor afloró por todo mi cuerpo. 

Él se metió en medio de nuestras replicas para decirnos que creía ser una persona normal, agradable a quien le gustaba la tranquilidad, la sensualidad y el morbo sin muchas más complicaciones. Dicho esto, se volvió a encarar con Ana (la cual ya era su único objeto de deseo) para preguntarle si a ella le gustaba la sensualidad y el morbo. Ella por supuesto dijo que si y él se aceleró un poco más internamente si cabe. Le pidió un beso allí mismo, si no le importaba, ni le incomodaba a ella ni a mí. Nos dejó algo descolocados, tanto a ella como a mí, pero al fin y al cabo había que empezar de alguna manera y esa era una de tantas. Seguro que Ana y yo pensamos algo parecido, así se empieza y no sabemos cómo va a terminar.

Ana acercó su cara y él hizo lo mismo con ella, fue un beso en los labios corto pero dulce que dejo una sonrisa en ambos y una cara de circunstancia en mí. Por supuesto que la gente del local ni se inmutó. Después del beso Chicogranada siguió por la senda que tenía marcada, volvió a interpelar a Ana por el morbo que le gustaba a ella, pero casi ni la dejó hablar, parecía que ya la conocía. Él le comentó que le gustaban mucho las mujeres maduras, mujeres que fuesen auténticas damas, señoras casadas o solteras con clase, con elegancia, bellas. Dijo que le gustaba dar masajes, satisfacerlas y estar a su disposición, que le gustaba la lencería y que hay pocas cosas más bellas que una mujer con un conjunto de lencería bonito para pasar una noche de pasión.

Ana estuvo de acuerdo con él, haciendo que volviese a acelerarse el chico un poco más en la silla del restaurante, revolviéndose al parecer, nervioso por el deseo.

Centrándose ya solamente en ella y obviando en parte mi presencia la siguió cercando poco a poco, intuía que no faltaba mucho para que cayese en su red. ¿Por cierto, puedo preguntarte algo íntimo?, Ana no puso objeción, quería saber el color de su ropa interior, de la ropa interior que llevaba en ese mismo momento, allí en el restaurante.

Ana se sonrojó por unos segundos, pero echándole valor al momento se enrocó un poco más y animó al chico para que dijese un color, parar ver si acertaba. Entre medias sonrisas y el juego de seducción que se traían yo solo podía meter baza animando a uno o a la otra a dar el siguiente paso.

Chicogranada dijo que era difícil y que, aunque ella llevaba una camisa muy bonita y un escote aceptable no había visto nada más que su collar de perlas, pero siguiendo el juego y por decir un color, dijo el negro.

En esos momentos, tuve que esforzarme en recordar la ropa interior que llevaba, pero caí en la cuenta de que para ir a cenar no había escogido nada diferente de lo que se había puesto en un principio.

Ana con media sonrisa negó con la cabeza, Chicogranada le pidió un poco de ayuda y que a modo de pista se desabrochase, durante unos momentos, un botón más de la camisa de forma disimulada, puesto que allí estábamos pasando desapercibidos a los ojos de todos y para mayor tranquilidad ella estaba sentada con la pared a su espalda, por lo que nadie se la acercaría sin que lo viese.

Ella aceptó el juego y desabrochó otro botón de su camisa azul marino, por la situación en la que yo me encontraba no veía nada de nada y me puse más nervioso aún. Ana hizo un movimiento como para colocarse el cuello de la camisa y ahuecarla un poco, echándose hacia delante y apoyando sus brazos en la mesa, mirando fijamente a Chicogranada, solo pude intuir que dejaba a su vista el canalillo de sus pechos, mostrándole parte de su pecho derecho y el sujetador que lo guardaba.

Chicogranada fijó su vista en el pecho de mi mujer y una sonrisa comenzó a dibujarse en su cara, comprobó que llevaba el conjunto azul marino que tan bien le queda. Sin pensárselo dos veces Chicogranada se aproximó a su cara y le susurró algo al oído, después la beso en la oreja suave y furtivamente, Ana se estremeció un poco, se le puso la piel de gallina mientras que yo comenzaba a tener una erección considerable.

Llamé al camarero y pagué la cuenta, Chicogranada aportó unas monedas para la propina y nos levantamos de la mesa para marcharnos, Ana se retrasó unos segundos guardando alguna pertenencia en su bolso y Chicogranada permaneció de pie, allí a su lado, esperando a que terminase y se levantara, le apartó la silla, la ayudó a ponerse la cazadora ofreciéndole después la mano para guiarla.

Cuando atravesé el restaurante y llegué a la puerta esperé a que llegasen, Ana venía siguiendo a Chicogranada, de la mano, la traía cogiéndola suavemente.

Estaba claro que él estaba actuando con determinación y comenzaba a explotar la situación de hacerse pasar por el acompañante de ella, a tomarla como si fuese su pareja, a hacerla suya con intención ante el resto de los comensales, los camareros y ante mí, siempre con el beneplácito de Ana.

En la calle el frio se dejó sentir pronto en la cara, mientras encendía un cigarro, pude observarlos como salían del restaurante, parecían tener algo en común, mientras que yo pasaba a ser acompañante. Chicogranada cada vez acentuaba más su papel pareciendo su escudero, su verdadera pareja.

No dejé pasar el tiempo y le sugerí que indicase un local donde pudiésemos tomar algo, una copa o un baile, algún sitio donde continuar, era de allí y debía de ser nuestro cicerone.

No sé si es lo que deseaba o si le apetecía, hasta ese momento yo seguía al frente de la situación. Chicogranada pensó durante unos segundos y nos sugirió un par de sitios tranquilos y cercanos donde tomar algo, no pusimos pegas, nos encaminamos los tres por la calle cogiendo entre los dos a Ana, él de la mano y yo suavemente por la cintura. Ella estaba algo nerviosa, pero aun así se dejaba guiar con una sonrisa, sin oponer resistencia. Noté que se abrazó fuerte a mí, pegando su cara a mi brazo y distanciándose algo de Chicogranada, él lo notó también. Pareció por unos instantes que había perdido parte de la confianza ganada y del clímax creado, pero parecía tranquilo y seguro de volver a recuperar el terreno perdido.

Tras un par de manzanas llegamos a un pub que por supuesto no conocíamos. Nos abrió el paso, después de saludar al camarero de la barra se encaminó por el local para sentarse en una mesa del fondo.

Había gente, pero no estaba muy concurrido, era una hora temprana en la noche. Chicogranada nos preguntó lo que deseábamos tomar y se fue a la barra a pedírselo al camarero, en esos momentos a solas Ana y yo nos miramos, le pregunté por su estado de ánimo y por saber si se encontraba bien, me dijo que si, aunque la noté nerviosa, no por fuera pero si por dentro. Le indiqué en voz baja que pasaría lo que ella quisiera que pasase y volvió a decirme que si nos encontrábamos allí era porque mí, yo lo había querido así.

No tuve mucho más que decirle, era verdad y era a mí a quien hacía responsable de todo lo que sucediese esa noche. En seguida llegó Chicogranada con las copas en la mano, nos puso a cada uno la nuestra, se sentó en la silla en medio de Ana y de mí. Nos comentó que el local era de un conocido suyo y que solía ir por allí de vez en cuando. Puestos así los tres en el local, con una copa delante, parecía que esperábamos que llegase el momento de la verdad, el momento en que nos levantásemos y fuésemos a lo que esperábamos que llegase, Chicogranada lo esperaba con más ahínco que nosotros. Fue para mí un momento difícil, aun podía dar marcha atrás a todo, Ana también podía, pero no lo haría, el chico le agradaba y ella no había buscado esa situación, era cosa mía.

Chicogranada era consciente que después del restaurante había perdido algo de terreno, algo de complicidad con ella y estaba dispuesto a no perder mucha más por lo que, así sentados, cogió las manos de Ana y las puso entre las suyas, primero con la excusa del frio y segundo con la intención de hacerla sentir tranquila.

Ana no se opuso, no se oponía a nada mientras no le disgustase mucho. Así, con las manos cogidas acercó su cara y volvió a besarla en los labios delante de mí, un beso ligero, noté que incluso quiso meter la lengua entre sus labios ya que al separarse Ana tenía los labios boquiabiertos. Ana soltó una de sus manos, para poder tomar un trago de su copa, pero la otra mano la tenía Chicogranada bien aferrada. En esa situación el chico me preguntó por mi estado, por si me encontraba bien y por si las cosas se desarrollaban a mi gusto, no recuerdo muy bien lo que respondí, pero tampoco fue nada que le hiciese preocuparse. Tan solo que, por el momento todo iba bien.

En esos instantes, bebiendo, mirando el local, escuchando la música, Chicogranada soltó la mano de Ana y la posó en su pierna, en su muslo, acariciándolo, subiendo y bajando un pequeño tramo de la pierna de mi mujer, ella seguía sin ofrecer resistencia y aceptando, por el momento, todo lo que viniese de él. Yo vi su mano en la pierna, subiendo y bajando un poco por su panty y sobre su falda, pero sin adentrarse más abajo, al fin y al cabo, era un sitio público y había suficiente luz, aunque a nosotros no nos conocía nadie siempre nos quedaba una extraña sensación de pudor.

No hablábamos mucho allí y Ana se levantó para ir al servicio. Chicogranada aprovechó para comentarme que veía a mi mujer dispuesta a participar, a jugar, que le gustaba mucho, que le parecía una mujer fabulosa y que deseaba hacerla disfrutar mucho.

Yo asentí y le dije que me parecía bien, pero que no se pasase mucho, ya que prefería ser yo quien marcase algunas pautas, pues soy quien conoce bien a mi mujer, no me replicó, simplemente aceptó lo que le dije.

Cuando Ana salió del servicio se acercó a nosotros, Chicogranada se levantó para recibirla y acercarle la copa sin dejar que se sentara, una situación que no me gustó mucho ya que el único allí sentado era yo.

Le sonreía continuamente a Ana y ella le correspondía igual, lo cual le hacía creer a Chicogranada que ya estaba todo casi hecho, evidentemente no la conocía como yo y no sabía que era su forma de ser.

Los dos estaban de pie, él se contoneaba al ritmo de la música junto a Ana, cada vez más pegado a ella y ella no lo rechazaba, pero tampoco se acercaba más. El chico podía pensar que era timidez o corte ante mí presencia, en un instante la cogió por la cintura acercándola a su cuerpo y pegando su cabeza a la de ella, frente con frente, para darle otro pequeño beso en los labios. Ana seguía aceptando.

De pronto, se vio sorprendida cuando Chicogranada la pegó contra su cuerpo y tras un breve cuchicheo la besó con más fuerza en la boca, me fijé y fue algo repentino, ni ella ni yo lo esperábamos. Ahora el beso que le dio fue de verdad, largo, ladeando la cabeza, notándose que la lengua se la había introducido en su boca y la movía con delicadeza, pero sin pausa, Ana quedó sorprendida, dejándose llevar recibió sus labios y su lengua, mientras su cuerpo se pegaba al de él, no sé si llegó a notar la erección de Chicogranada, yo sí que tenía una gran erección.

Pero no fue solo el beso, mientras la besaba e introducía la lengua en su boca, su mano se posó en el culo de mi mujer, primero lo acarició y después lo apretó contra sí. Se separaron tras unos instantes, largos para mí y cortos en el tiempo, le dijo algo que no llegue a oír, pero pareció que buscaba la aprobación de Ana.

Siguieron de pie, él sujetando a Ana por la cintura, sin dejarla escapar se puso a su espalda, permitiéndola coger el vaso para que bebiese un poco, pero sin soltarla, marcando su terreno y sintiéndose cada vez más seguro y a ella más de su propiedad.

No me quedó más remedio que levantarme, con mi vaso en la mano me acerqué a la parejita que tenía en frente, Ana me miraba con los ojos entrecerrados sonriéndome como si estuviera drogada y Chicogranada estaba tras ella, me miraba algo más serio, la tenía cogida por la cintura y se la aproximaba contra sí mismo, con fuerza, haciendo que el culo de Ana se posase en su entrepierna, ella lo notaba y no parecía que le molestase.

Chicogranada acercó su boca al cuello de ella para besarlo, Ana no pudo reprimir un suspiro y un escalofrío, mientras le decía bajo al oído que notase como estaba de excitado por ella.

Ana sonreía con los ojos entrecerrados, comenzó a contonear sus caderas, con el vaso en la mano, al son de la música que inundaba el local, mirándome, sonriéndome y moviendo su culo en el paquete del chico, no sé si nerviosa por la situación o bien intentando subirle unos grados el calor interno. Se notaba que a ella le divertía la situación o que había empezado a disfrutar.

Chicogranada posó su barbilla entre el hombro y cuello de Ana y mirándome me preguntó por si deseábamos ir a un sitio más tranquilo, después se lo repitió a ella al oído, con un beso en su oreja para hacerla disfrutar más.

Ana me miró indecisa y yo la cogí de las manos, la aparté del chico acercándomela para poder besarla, me correspondió con su lengua en mi boca, un beso entre apasionado y lascivo que indicaba que ella se encontraba preparada para la siguiente fase, es más, creo que si no hubiese habido nadie allí mismo no le hubiese importado quedarnos a jugar en el local.

Esa sensación me puso más caliente, le hice una indicación a Chicogranada para que nos siguiera, ahora era yo quien volvía a marcar el tiempo.

Recogimos nuestras cosas y encaminé a Ana hacia la salida, primero ella, luego yo sin preocuparme del chico ya que estaba seguro de que nos seguiría, salimos del local sin apenas dirigirnos la palabra.

Llegamos a nuestro coche, antes de subirnos le dije a Chicogranada que íbamos a nuestro hotel y que podía acompañarnos. Ana me miró y aunque no dijo nada, sus ojos reflejaban que seguía siendo una decisión solamente mía y que no podía acusarla de nada.

En el coche, Ana se puso delante, a mi lado, Chicogranada en la parte de atrás, antes de partir le pregunté al chico si llevaba consigo todo o si necesitaba coger algo, pensando sobre todo que no olvidase los preservativos, pero él me aseguró llevaba todo. No hablábamos casi nada durante el trayecto, había poco tráfico. Callados los tres, tragando saliva y seguramente pensando durante el camino la noche que nos esperaba, con algo de incertidumbre, quizá con sexo, con sudor. Él puso una mano en el hombro de Ana y le acarició el cabello una sola vez.

Cuando aparqué y nos bajamos tomé una decisión. Le dije a Ana que subiese a la habitación, que se pusiese cómoda y guapa mientras nosotros fumábamos un cigarro en la calle, Chicogranada me miró con un poco de desconcierto, no esperaba esa decisión por mi parte y casi podría jurar que distinguí un resplandor de miedo en sus ojos viendo peligrar la noche con mi hermosa mujer.

Mientras ella se encaminó hacia el ascensor, un poco confundida, le hice una indicación a Chicogranada para que me acompañase a la salida y poder tener unas palabras con él.

Ya fuera del hotel, se notaba el frio, casi parados y fumando le pregunté por su parecer acerca de Ana, la respuesta fue rápida y concisa, estaba muy buena, le había gustado mucho y deseaba pasar la noche con nosotros. Era lo que esperaba.

Bien, ahora lo que faltaba es que calmase un poco las ansias y fuese despacio, yo le marcaría los tiempos y lo que debía ir haciendo. Ella no pondrá muchas pegas, aceptará casi todo lo que le digas y le vayas haciendo, pero seré yo quien te diga cómo y cuándo lo debes hacer. Le pregunté por si se acordaba de los gustos eróticos de Ana y tardó un poco en recordar que le gustaba el masaje, las caricias en su trasero y lo que le gusta a toda mujer, que hundas la cabeza entre sus piernas. Le dije que cuando subiésemos, debía de actuar despacio, incluso para desnudarla si era necesario, todo con suavidad.

Aceptó encantado, con algo de impaciencia por saber si había alguna otra premisa. Por supuesto que tenía alguna más, nada de sexo sin preservativo, nada. Y mis indicaciones hacia él y para ella serian con pocas palabras, esperando que el hablase poco también.

Al final fui un poco amenazante, como hubiese algo extraño o que no nos gustase se acabaría todo. Chicogranada me preguntó si yo quería intervenir o mirar, le dije que haría ambas cosas y que al final él tendría las riendas de la situación. Eso le calmó, casi le aseguró que hoy, esa noche, pasaría una velada maravillosa.

Me dijo que siempre le pediría permiso a ella antes de hacer algo nuevo, que quería su consentimiento a no ser que fuese algo que ella pidiese y que a él le gustaba dar y entregarse antes de pedir nada, pero que si todo iba bien terminaría solicitando o exigiendo algo de ella, siempre y cuando no le pareciese mal. Dude un poco, no sabía muy bien a qué se refería, aunque lo podía intuir, por lo que le recordé que siempre quedaba la premisa anterior por encima de todas, que ella era libre para aceptar o negarse y que si la cosa se desviaba todo terminaría rápido

Terminé de fumar y le invité a que fuésemos al hotel y a la habitación.

La entrada al hall era agradable, dejar el frio atrás y encaminarnos al ascensor fue rápido, la verdad es que con cada paso sentía un nerviosismo interior más fuerte, de pronto me sudaban las manos o bien me martilleaba el estómago.

Aún así, mis instintos se avivaron, notaba cada sonido, cada segundo, era capaz de sentir sensaciones que normalmente me pasan desapercibidas, desde la mullida moqueta del pasillo, hasta el tacto rugoso de botón del ascensor que marca la planta. Estaba muy nervioso, aunque aparentaba una fría tranquilidad. Parecía yo el experto y Chicogranada el principiante, como si fuese él quien me iba a compartir a su mujer. Ni que decir tiene que no hablamos durante el trayecto a la habitación, yo esperaba que mi charla le hubiese quedado clara y lo hubiese puesto en alerta para no meter la pata.

Llegamos a la habitación del hotel y llamé suavemente a la puerta.

Hasta ese momento no había caído en la cuenta del tiempo que Ana nos había estado esperando, no sabía cómo la encontraríamos, si estaría medio desnuda o vestida, en la cama en bragas o medio dormida, era toda una sorpresa para mí tanto como para Chicogranada.

Se escucharon los pasos de Ana que se dirigían a la puerta y como giraba el pomo de la puerta para abrirnos.

Me la encontré verdaderamente radiante y tranquila, se había maquillado y había alguna que otra prenda de ropa esparcidas por la cama y el sillón. La luz del cuarto de baño estaba encendida, su chaqueta en la cama, me fijé en Ana, llevaba la misma ropa que durante la cena, la camisa azul, el collar y la falda, pero se había quitado los pantis, puede que se hubiese cambiado las braguitas y el sujetador, se había metido en el servicio para lavarse un poco, peinarse y pintarse. No estaba seguro de lo que llevaba debajo de su ropa, pero estaba convencido de que lo descubriría en breve.

La verdad, me sorprendió algo lo tranquila que la encontré, parecía dispuesta a tener sexo con Chicogranada y conmigo, quizá pensó que, ya puesta en situación, lo mejor que podría hacer era disfrutar al máximo.

Chicogranada entró detrás de mí, quizá algo acomplejado por mis palabras y por mi tono de hace unos instantes en la calle junto al hotel.

La habitación era amplia, con una cama de matrimonio grande frente a un espejo con una mesa debajo con una carpeta, anuncios e información del hotel, a cada lado un butacón.

La luz principal de la estancia estaba apagada, pero se veía lo suficiente con la del cuarto de baño que tenía la puerta abierta y daba al pasillo de entrada. También estaba encendida una lámpara que estaba en la mesa junto al espejo y que inundaba la habitación de luz sin ser directa.

Bueno, la habitación se me quedó corta, parado junto a la cama no sabía dónde ir. Estábamos los tres de pie, sin saber muy bien qué hacer o donde colocarnos. Me decidí a sentarme en el primer butacón y le indiqué a Chicogranada que se sentase en los pies de la cama, lo cual hizo despacio y entonces los dos miramos a Ana que nos miraba con media sonrisa entre tímida y descolocada por la situación.

Chicogranada tras quitarse la cazadora y dejarla en el otro butacón comenzó a tomar la iniciativa y le pidió a Ana que se sentase junto a él, ella se acercó y se sentó a su lado con un poco de distancia entre ellos, tuve que intervenir rápido y pararle los pies al muchacho. Les dije que antes de nada debía buscar una música de fondo suave para ponerla en tono bajo, luego le comenté a Ana que podría hacernos un baile sexy para los dos, un pequeño estriptis para el público entusiasta que tenía congregado, me miró y creo que no estaba por la labor, aunque se levantó. Chicogranada y yo esperamos que comenzase a mover las caderas, con la melodía de fondo, Ana me miró como diciéndome que qué es lo que debía hacer a continuación, se acercó mirándome hacia donde yo estaba mientras sus manos subían a su camisa para desabrocharse el tercer botón, se lo desabrochó mientras estaba frente a mí, como si ese gesto hubiese sido un brindis entre los dos. Pero, evidentemente, estaba descolocada y no era capaz de seguir, ni se sentía con ganas de ser ella la que hiciese los esfuerzos de caldear el ambiente, así que me levanté, la bese en los labios, la abracé llevando mis manos a su culo empujándola un poco contra mi mientras su cabeza reposaba en mi pecho.

Me dio la sensación de que estábamos más cerca de la torpeza que de la sensualidad, del muermo, que, de la excitación, mientras tuve abrazada a Ana notaba los latidos de su corazón y su nerviosismo, le hice una indicación a Chicogranada para que se levantara y se acercara por detrás, fue rápido, aunque no sabía muy bien cómo colocarse, si detrás de Ana o si yo le dejaría mi sitio.

Se puso detrás pegando su cuerpo a la espalda de mi mujer.

Entonces me separé un poco de Ana y la dejé en sus manos de espaldas al muchacho, él la giró para encararla y la besó. El beso fue largo y con lengua, las manos del muchacho se fueron una al culo de Ana y la otra a su pecho derecho abarcándolos y apretándolos. Ella mientras, se dejó hacer, cerró los ojos y de dispuso a disfrutar, yo retrocedí hasta volver a sentarme en el sillón.

Cuando aún se besaban le dije a Chicogranada que la ayudase a ponerse cómoda para darle un masaje, eso hizo que el beso terminase y sus labios se separasen dejando un pequeño hilo de saliva que iba desde el labio de ella hasta el de él. Chicogranada sonrió y miro a Ana, tuve que volver a repetirle que la ayudase a quitarse la camisa, ella instintivamente subió sus manos para seguir desabrochando los botones de su camisa, pero viendo que Chicogranada fue más rápido las bajó dejándolas caer.

El tercer botón ya estaba desabrochado, dejando una vista generosa del pecho de Ana, pero aún era poco. Chicogranada desabrochó el cuarto y el quinto botón y antes de continuar desabrochando le abrió la camisa para ver sus pechos, rebosantes de energía, de vida, de morbo, embutidos en su sujetador, su cara lo decía todo. Estaba hambriento y delante había un manjar.

Fue a inclinar la cabeza para besar el pecho, pero en ese momento Ana hizo el gesto y la acción de ayudarle sacándose la camisa que estaba metida entre la falda, así quedó con la camisa casi abierta y por fuera. Antes de terminar su acción y desabrocharle entera la camisa volvió a besarla, Ana volvió a recibirle en su boca, sin rechistar y con placer.

Los dejé besarse, tras unos segundos que para mí fueron eternos volvieron a separar sus labios. Chicogranada terminó de desabrochar la camisa, la abrió ante sí para ver los pechos de mi mujer. Yo la tenía de espaldas a mí y no sabía si se habría puesto otro conjunto de lencería para la ocasión, instantes después le quitó la camisa desde los hombros sacándosela y dejándola en la otra butaca que estaba tras de sí.

Efectivamente se había cambiado la ropa interior, llevaba un conjunto negro con un ribete rojo, ya supe sin verlo que llevaba el tanga a juego.

Ahora Ana estaba frente al chico con el sujetador negro, el muchacho acerco sus labios para besar primero un seno y luego el otro mientras que Ana inclinaba algo su cabeza ofreciéndoselo y siguiendo la acción con la mirada. Chicogranada la abrazo por la cintura, con fuerza, bajando una mano hasta el culo de mi mujer empezando a subirle la falda mientras besaba el pecho y apretaba su culo.

Yo me ponía más caliente a cada momento, no encontraba la forma en que pudiese estar mirando cinco segundos sin revolverme en el asiento. Me levanté y me dirigí a la espalda de Ana, me acerqué a ella y mis manos fueron a su falda y a su culo, mi boca a su nuca. Le subí la falda con decisión y la mano del chico se posó en la piel de su culo, abarcando una nalga y apretándola y abriéndola. Cogí la mano del chico y la llevé al enganche lateral de la falda para que se la quitase, pero tardó algo en reaccionar ya que estaba aún con los labios en sus pechos. Tuvo que apartarse un poco de ella para concentrar la mirada y las dos manos en intentar desabrochar la falda. Ana ayudó a desabrocharla, yo se la bajé hasta el final, le dije con voz un poco ronca que le sacase la falda de los pies. Los dos captaron mi atención y ambos dirigieron sus miradas al suelo, Ana sacó primero un pie y luego el otro.

Le pedí a Chicogranada que dejase la falda junto a la camisa, momento que aproveché para girar a mi mujer y ponerla frente a mí, la besé y abracé, mis manos en su espalda y en su culo. Ana me recibió igual que había hecho con el chico, sin rechistar, entregándose. Mi beso fue corto, la aparté hacia un lado y le hice un gesto al muchacho para que se sentase en los pies de la cama. Lo hizo, aunque creo que su intención y su deseo eran otros.

Tenía la boca seca, pero no quería dejar pasar la ocasión de ralentizar la situación, me alejé un paso de Ana dejándola allí de pie, con el collar, el sujetador, el tanga y los zapatos. Le dije a Chicogranada que, si la encontraba atractiva, su respuesta fue para afirmar que era una de las mujeres más bellas que había visto nunca. Entonces, puse mi mano en la cintura de mi mujer empujándola suavemente hacia donde se encontraba el chico.

Ella se acercó despacio pues la distancia era corta, pero la justa para ver mover sus caderas y su culo con su tanga, camino de otro hombre.

Me senté dejándome caer sin poder quitar los ojos de las caderas y el culo de mi mujer. Era una imagen impresionante, de esas que se te quedan grabadas para toda la vida, de las que contienen morbo para dar a manos llenas.

Me había hecho con el papel de maestro de ceremonias y se me ocurrió decir, decirles, que ahora ella debía de ayudar al chico a ponerse cómodo.

Ella se acercó, se situó delante de él y el chico abrazó sus caderas, su culo, mientras que la miraba de arriba abajo pasando sus ojos desde la cara al cuello con el collar, del pecho al vientre, de sus bragas a las piernas de Ana.

Estaba tan embelesado mirándola y poniendo sus manos en las caderas, en su culo, que tuve que volver a indicarle que se levantase para que dejase a mí mujer ayudarle a ponerse más cómodo.

Se levantó frente a ella y la besó de forma rápida en la boca. Ana estaba ya concentrada en el cinturón del pantalón, desabrochándolo con alguna dificultad, pero Chicogranada la ayudó rápidamente.

Las manos de Ana fueron hacia la camisa del chico, desabrochando un botón tras otro, bajando lentamente, mientras que él la abarcaba con sus manos, cada una en un cachete del culo de mi mujer, abriéndolos y masajeándolos, ella dejándose hacer mientras desabrochaba la camisa.

Tuvo que ayudarla para sacarse la camisa por dentro del pantalón, al final Ana se la quitó por los hombros, dejando el pecho del chico al aire frente a ella.

Lo siguiente fue el botón del pantalón, cuando el chico aceleró para bajarse el pantalón con ambas manos desde su cadera caí en la cuenta de que debía quitárselos entero junto con zapatos y calcetines, salté como un resorte del sillón y me fui hasta mi mujer para poner las manos en su cintura y besarla en el hombro y en el cuello, la giré a propósito hacia mí, la besé en los labios y acaricié su culo, mientras tanto Chicogranada se apresuraba a quitarse calcetines y zapatos, llevaba un slip blanco bonito y además apareció bastante abultado por la parte delantera, también insinuaba un culo bonito.

Dejó rápidamente su ropa junto al sillón, el pantalón lo tiró de cualquier manera, con prisa por volver a la acción.

Yo indiqué sin palabras a mi mujer que se sentase en la cama, se echase de espaldas tumbada con las piernas colgando de la cama. El chico se acercó con rapidez mientras hacía la intención de bajarse el slip, bastó una mano para darle el alto a su acción, déjalo puesto ya se encargará ella de bajarlo. Ana permanecía tumbada, con los ojos medio cerrados dirigidos al techo, esperando la siguiente caricia, el siguiente movimiento, la siguiente mano, el próximo beso o bien esperando una indicación. Allí tumbada parecía resignada a dejarse hacer y disfrutar al máximo.

Chicogranada se sentó al lado de ella, mirándola puso su mano en el muslo de mi mujer y esperó. Incorporé un momento a Ana ante la atenta mirada del muchacho, le dije que me permitiese quitarle el sujetador. Ella seguía con los ojos casi cerrados, como si estuviese en trance, ayudó a desabrocharse el cierre de atrás y se quitó su sujetador negro ante nosotros. Allí quedó, en medio de los dos hombres, desnuda con el collar y el tanga puesto.

El muchacho seguía con una mano en el muslo de Ana, la otra se la puso en pecho izquierdo, acariciándolo y pellizcando suavemente el pezón, yo por mi parte permanecí observándola, enseguida la mano de Chicogranada fue al cuello de mi mujer, la elevó para llevar su cara y sus labios a los suyos, la besó con lengua, sin miramientos, metiendo y sacando su lengua en la boca de Ana, pasándola por sus labios, dejando saliva en su barbilla y en sus comisuras, ella se abrazó a su cuello y él le apretaba el pecho y la besaba. Ajeno a la situación decidí levantarme y dirigirme al sillón para quitarme la camisa y el pantalón, los zapatos y los calcetines, pero seguía con los ojos fijos en ellos. Parecían una pareja de amantes en la intimidad de la habitación de un hotel, yo un privilegiado viendo la escena en vivo.

Chicogranada no paró de besarla y acariciar su pecho y su pezón, pero terminó por tumbarla sin separar sus labios, su mano pasó a la entrepierna de mi mujer acariciando con tres dedos extendidos el hueco que cubría su tanga y que tapaba sus labios vaginales, atrapados los dedos ya por los muslos de Ana que parecía no querer soltarlos.

No dejaba de besarla, me volví a levantar, le puse una mano en el hombro tirando un poco de él para separarlo, al final lo conseguí, aunque seguía con la postura de estar medio tumbado encima de ella, ella mientras seguía tumbada, con los ojos casi cerrados y con una respiración entrecortada. Tuve que insistir un poco más para incorporarle, con gestos le indique que se levantase y se arrodillase frente a la cama y las piernas de mi mujer.

Chicogranada lo entendió sin mucho esfuerzo, se notaba que tenía una erección de caballo dentro de su slip.

Arrodillado frente a ella, puso las manos en sus muslos, ella a su indicación, abrió suavemente las piernas. Seguidamente el chico hundió su cabeza entre los muslos comenzando a besar y a lamer las ingles y el tanga de mi mujer, manteniendo las manos en sus muslos en afán de que siguiese con las piernas abiertas para facilitarle la labor.

Tardó poco en subir una de sus manos, para ayudarse con los dedos en apartar la tela negra del tanga y que su lengua fuese llegando cada vez más a lo que guardaba en su interior.

Ana con los ojos cerrados y la cabeza hacia un lado se llevó una mano a la boca, comenzó a morder su dedo para evitar gemir con fuerza, aunque ya se notaba en su respiración, los pequeños gemidos que se le escapaban denotaban que estaba muy excitada.

Chicogranada tenía el tanga completamente apartado y pasaba su lengua arriba y abajo por sus labios vaginales, labios que parecían abrirse con cada lametazo. Lo deje así unos minutos trabajándose a mi mujer, ganándose el disfrute de esa noche. Subía su cabeza y la bajaba para llevar su lengua por los contornos de la vulva de Ana. Pasó ya sin miramientos a ayudarse de ambas manos, con sus pulgares abrió sus labios para poder introducir mejor su lengua dentro de la vagina y también recorrer toda la vulva de arriba hasta abajo. Los gemidos de Ana eran cada vez mayores y su vientre y su pecho se agitaban con la respiración cada vez más espasmódica.

Tras unos minutos viendo la actuación de Chicogranada y comprobando el goce de Ana decidí que era el momento de cambiar de postura.

Puse la mano en la cabeza del chico para que se fuese separando, la tuve que poner un par de veces para hacerle desistir, al final ya con palabras le indique que la dejase, que iba a colocarla de otra forma.

Siguió Chicogranada de rodillas, cuando levantó la cabeza tenía la boca y la barbilla algo enrojecidas y llenas de saliva. Ana permanecía con las piernas abiertas y con gemidos que se le escapaban, respirando con dificultad.

 La dejé un tiempo para que recuperase algo la consciencia, después le pedí que se subiese a la cama y se pusiese boca abajo. Ella obedeció sin decir palabra, se tumbó con la cabeza de lado, boca abajo y con los ojos cerrados. Siguió así unos instantes más, tumbada con el tanga aun puesto. Chicogranada se incorporó, estaba de pie a mi lado, hizo ademan de bajarse otra vez el slip y le dije que no, no era el momento. Le indiqué que observase de pie sin hacer nada.

Me puse a los pies de la cama, separé las piernas de Ana, me agaché y fui besando la parte trasera e interna de sus muslos subiendo hasta llegar a sus nalgas. Pasé mi lengua primero por el contorno de una y luego por la otra, instantes después besé la tela del tanga que se perdía entre ellas.

Me ayudé de mis manos para separar los cachetes del culo y permitir que mi lengua siguiese bajando para llegar hasta donde fuese posible, pero así tumbada no es una postura cómoda para besar y jugar en su ano.

Me incorporé y le indiqué que levantase las caderas, la ayudé un poco a ponerse de rodillas, cuando lo hizo la imagen de tenerla así, esperando, con el culo levantado, el collar y el pecho colgando ante dos hombres era espectacular, pocas cosas he visto que mejores.

Puse las manos en sus caderas para bajar su tanga, lo bajé hasta sus muslos. Le abrí las nalgas e introduje mi lengua dentro, pasándola por sus contornos, besando, lamiendo su ano, que instintivamente se iba abriendo cada vez que forzaba mi lengua en su interior.

Ana dejó de apoyarse en las manos y hundió su cabeza en la almohada. Pasé poco tiempo más en esa posición, me incorporé y le pedí a Chicogranada que me sustituyera.

Cuando se arrodillaba junto a la cama, detrás de Ana, le comenté que mi mujer posee un trasero espectacular, que se lo besase, bajando luego hasta su vagina con la lengua.

Él se colocó, separó desde atrás un poco más los muslos de Ana con una leve indicación, ante si tenía el culo casi abierto de ella y un poco más abajo el comienzo de la parte inferior de su vagina con sus labios.

El chico obedeció, metió su cabeza y su lengua entre las nalgas de ella, se notaba que bajaba con ahínco hasta su intimidad y volvía a subir al ano, en una de esas lamidas, mientras su lengua estaba en la vulva de Ana, Chicogranada puso su mano derecha junto al culo de ella y la yema de su dedo índice se posó en su ano, sin forzar, solo para que notase que estaba ahí con una leve presión. Después, le introdujo parte de su dedo índice en el ano sin esfuerzo, Ana dio una pequeña sacudida y levantó un poco la cabeza al tener la sensación de que algo le entraba por detrás, pero lo tenía tan lubricado de saliva que el dedo no tuvo dificultad al entrar y al salir de su ano,

Fue solo un instante con la cabeza levantada, lo suficiente para oír sus gemidos, segundos después volvió a hundirla en la almohada.

Chicogranada repitió la operación, recreándose con su lengua por todos los contornos, pero esta vez cambió de orificio, se dedicó a hundir la lengua en el ano de Ana mientras su dedo índice de la mano izquierda se introducía en la vagina de mi mujer, que para entonces la tenía totalmente lubricada. Los espasmos y gemidos aumentaron en intensidad, moviendo en parte sus caderas para que dedo y lengua se introdujesen más en ella.

Me quedé, por unos momentos, allí de pie observándolos y disfrutando de lo que veía. La verdad es, que había perdido la noción del tiempo y no sabía si llevaban así en esa postura unos minutos o unas horas.

Los dejé, creo, unos minutos más hasta que consideré que Ana ya estaba bien lubricada y ardiente, le hice una indicación al chico para que parase y se retirase a tomar aire unos momentos, con la promesa de que ahora le tocaba a él disfrutar un poco más si cabe.

Ana siguió con la cabeza hundida en la almohada, el culo levantado, ensalivado y el tanga a medio bajar por sus mulos, sin moverse. La dejé también recuperar el aliento.

Pasado un par de minutos, ayude a Ana a girarse y tumbarse en la cama. Sus ojos seguían cerrados y su respiración se iba acompasando poco a poco. Tiré un poco de ella hasta sentarla en la cama con las piernas dobladas y fue abriendo la vista a su entorno y descubriéndonos en la habitación.

Hizo un pequeño comentario con una sonrisa de que apenas veía nada. Se notaba que hasta ahora estaba disfrutando de la noche.

Chicogranada estaba de pie, apoyando un hombro contra la pared, con una de sus manos masajeándose el pene por encima del slip.

Ayudé a Ana a ir incorporándose poco a poco, hasta que puso los pies en el suelo. Le bajé entero el tanga. Me levanté y tiré de ella hasta llevarla a los pies de la cama y sentarla allí, ella obedecía sin problema, dejándose llevar y dejándose hacer.

Una vez que estaba sentada miré a Chicogranada y con un gesto le indiqué que allí la tenía. Ana estaba allí sentada, con el pecho al aire, los pezones erguidos, a su disposición. Fui a por él y lo llevé hasta colocarlo de pie delante de ella.

Ana abrió los ojos un poco más, levantó la cabeza para mirar con media sonrisa a Chicogranada a la cara, parecía un poco dormida, la empujé diciéndole que ahora era ella quien debía de trabajar y me senté a su lado. Cogí su mano y la llevé al paquete de él.

Ella puso la mano casi sin presión, sin dejar de mirarle, comenzó a moverla muy despacio por encima del slip, por encima de su bulto.

Estábamos los tres muy cerca, tuve que poner una mano en la cadera de Chicogranada para acercarlo más a ella. De tal forma, que su abultado slip quedaba a muy pocos centímetros de la cara de Ana.

Me giré a besar la cabeza de mi mujer y con una leve indicación en su cuello acerqué su cabeza y sus labios al slip del chico, hasta que se posaron en su paquete.

Chicogranada estaba de pie, con la cabeza inclinada mirando a mi mujer, su cara indicaba que estaba a la espera, que desconocía el siguiente movimiento de ella, pero sabía cuál era el fin de ese juego.

Ana posó sus labios, suave, dulcemente sobre el bulto, sobre el slip de Chicogranada, tras unos besos cortos y ligeros por todo el paquete, abrió un poco su boca para abarcar el contorno del miembro que se adivinaba dentro de la tela, movió despacio su cabeza de un lado a otro dejando al final una marca de saliva en el slip.

La mano de Ana se dirigió al comienzo de esa gran incógnita que se escondía, sus dedos palparon y acariciaron despacio, casi sin presión, la cabeza del miembro. Volvió a besarlo, ahora sus labios y sus dientes si apresaron mejor el contorno del pene, siguió hasta el comienzo y se detuvo en la cabeza de su verga para besarla.

Presionando con sus labios intensamente, para después sacar su lengua y lamer despacio el slip. Chicogranada estaba ya nervioso viendo como la melena rubia de mi mujer se movía por debajo, sintiendo sensaciones, pero sin ver muy bien sus acciones.

Vamos, bájamelos. Fue lo que le dijo.

Y ella obedeció. Llevó una mano a cada lateral de los calzoncillos, fue bajándolos lentamente.

La mirada de Ana estaba fija en lo que tenía en frente, sabía lo que iba a encontrar, pero no sabía cómo era. Estaba desenvolviendo su regalo.

Vio cómo se marcaban sus ingles, como aparecía el vello púbico, negro y ensortijado y una parte de un miembro que se resistía a aparecer.

Tiró con más fuerza hacia abajo el slip y como un resorte junto a su cara saltó el pene hinchado.

Ana se sorprendió, parecía un chiste esa sorpresa de golpe, sonrió como si hubiese sido una broma abriendo mucho los ojos mientras que Chicogranada ya estaba ansioso de que empezase la siguiente fase.

Volvió a mirar el pene, ahora ya estaba frente a ella, ya veía como era, de una longitud satisfactoria y un grosor muy apreciable, no una bestialidad, pero si más de lo que ella estaba acostumbrada.

Chicogranada no podía callarse, ¿te gusta?, le dijo con una sonrisa orgullosa. Ana, sin decir nada, hizo un gesto de asentimiento y de duda ante ese miembro. Lo cogió con su mano izquierda y acercó su cabeza llevando su boca hacia el pene, cerró los ojos y abrió los labios sacando la punta de su lengua hasta que tocó el glande y una pequeña de gota de líquido seminal que asomaba, la posó en su lengua.

Sin cerrar la boca se lo introdujo un poco, muy poco, para a continuación sacar la lengua y pasarla por la cabeza del pene. Dio varios lengüetazos rápidos al prepucio y volvió a introducírselo en la boca cerrando los ojos, esta vez un poco más.

Chicogranada cerró los ojos y echó hacia atrás su cabeza, puso su mano derecha sobre la cabeza de ella, acariciándosela, dando su consentimiento y aprobación para que continuase.

Ana notó su mano y se esmeró en su trabajo. Se introdujo más el pene en la boca y lo sacaba chupándolo lentamente, cuando lo tuvo fuera por completo, giró la cabeza, para poner los labios en el lateral del miembro mientras su mano izquierda se aferró a los testículos del chico, movió la cabeza para que sus labios recorriesen el lateral hasta la base, introduciéndose parte del vello púbico en la boca. Luego hizo el camino inverso hasta llegar a la cabeza, donde volvió a sacar la lengua para lamer con gusto y de continuo el glande. Se lo metió en la boca, ahora casi entero, con la boca muy abierta, pues las dimensiones del miembro eran considerables. Mientras, el chico bajó la mirada y tomó el mando de la cabeza de mi mujer con su mano, que ahora si se posaba con más fuerza en la melena de Ana.

Mantuvo la cabeza de ella quieta y Chicogranada comenzó a mover las caderas como si estuviese follando esa boca. Yo le hice un gesto para que dejase de moverse y que fuese ella quien realizase la felación.

Me miró y se paró. Ana siguió chupando esa verga gruesa con el mismo ritmo que le había dado el chico, hasta que la detuvo suavemente acariciándole la cabeza y recogiendo el pelo de Ana con las manos, formándole una coleta, mientras que ella seguía con los ojos cerrados y su pene en la boca.

La velocidad disminuyó. Le estaba haciendo una buena felación, mientras, su mano seguía en sus testículos, acariciándolos, sopesándolos.

El chico le sacó lentamente el pene de la boca y Ana fue pasando sus labios por cada centímetro de piel que salía de ella. Cuando la tuvo fuera, Chicogranada cogió su miembro con la mano y lo levantó, con la otra mano encaminó la cabeza y los labios de Ana hacia sus testículos. Ella siguió lamiendo, primero uno y luego el otro, engulléndolos y saboreándolos mientras que sus manos fueron al culo del muchacho y con los dedos comenzó a acariciarle el ano.

Yo sentía que iba a explotar de la excitación que tenía.

Me quité los calzoncillos y me acerqué empalmado. Aparté un poco a Chicogranada con el hombro para ponerme al lado, haciendo un triángulo con Ana. Le aproximé el pene a su cara, pero ella siguió chupando y lamiendo la base del pene del muchacho. Por fin, tuve que llamar su atención cogiendo su cabeza y llevando su boca hasta mi pene. Ana abrió los ojos y se lo introdujo en la boca también, me hizo un par de chupadas y lo saqué.

Ahora era el pene de Chicogranada el que rozaba la comisura de sus labios, pidiendo su atención, Ana lo introdujo en su boca, pasaba de uno a otro a indicación nuestra, sin escatimar lametazos a uno y a otro.

Siguió un rato complaciéndonos, unos segundos a cada uno. Mientras tenía una verga en la boca la otra le acariciaba la mejilla o bien le daba cerca del pómulo, así sabía que tenía dos para ella a la vez.

Me retiré unos segundos en un intervalo en que se la besaba y lamia a Chicogranada, el chaval estaba encantado de tener toda la atención de ella para él solo y pude apreciar como Ana parecía disfrutar chupando y lamiendo ese miembro, grueso y totalmente endurecido que estaba allí delante de ella para su goce y su disfrute.

Durante esa lamida se veía claramente que se encontraba desinhibida, sin vergüenza, que saboreaba con gusto el pene duro, mostrando agradecimiento y esperando compensación.

Los gemidos de Chicogranada llegaron poco a poco, contoneaba algo las caderas, despacio, para no molestar la felación. Viendo que me había atrasado y que estaba solo ante ella, quiso hacerlo a su manera, más despacio y marcando el tiempo.

Puso la mano en la frente de Ana, en señal de alto, de que parase, ella fue sacando de su boca el pene lentamente, apretando los labios para darle más placer. Aun así, la boca debía de estar bastante abierta ya que el diámetro era importante. Chicogranada sacó el pene y marcó media sonrisa en su cara. Se lo sujetó con su mano derecha frente a ella. Ese pequeño respiro sirvió para que Ana abriese los ojos, sonriese y lo mirase mientras que unía su mano a la de él sobre su pene.

Fue un pequeño triunfo para Chicogranada, acarició la cara de mi mujer y le pasó el prepucio a modo de caricia por ambas mejillas, por la nariz, por su barbilla, por su cuello rozando su collar, por parte del pelo, finalizando en ambas comisuras de su boca, llevó luego el glande por sus labios entreabiertos sin introducirlo, solo acariciándoselos para que lo notase y sintiese.

Ana creyó entender el juego y cerrando los ojos sacó la lengua para lamer, besar y ensalivar esa cabeza de pene cada vez que pasaba cerca de su boca. Chicogranada siguió jugando por la cara de ella, repitiendo la operación varias veces. En una ocasión, Ana cogió la verga con su mano y la apretó contra su mejilla, pero tuvo que soltarla cuando el chaval se la retiró.

Cuando el chico acarició los pechos de mi mujer dejando libre su pene, Ana volvió a introducírselo en la boca, pero él lo sacó de nuevo. Continuaba acariciándole los pechos y los pezones con el pene en la cara de ella, Ana adelantándose a su deseo se irguió y llevo sus manos a sus pechos levantándoselos, ofreciéndoselos, sirviéndoselos para que pasase su miembro por ellos, por sus pezones.

Chicogranada se inclinó un poco para pasar el prepucio por el pezón derecho y luego por el izquierdo. Cuando terminó su juego volvió a apuntar a los labios de Ana.

Y ella, creyéndose sabedora de sus gustos, cogió el pene con ambas manos y fue a tragárselo una vez más, pero Chicogranada fue rápido y le negó las manos. Ana tuvo que bajarlas y hacerlo solo con la boca y moviendo su cabeza. Se lo metió, ralentizando el movimiento, casi entero, no creí que Ana pudiese tragar semejante instrumento, parecía increíble. Sacándolo, metiéndolo, chupándolo, lamiéndolo. Tan pronto hacía cinco o seis entradas continuas, como de pronto lo sacaba para que ella jugase con su lengua en su glande.

Me senté al lado de Ana para disfrutar de esa visión y Chicogranada agradeció que no los interrumpiera. Ella estaba absorta en la felación, como si no hubiese nada ni nadie junto a ella, nada más que esa nueva verga que se introducía en su boca.

Chicogranada me sorprendió cuando en un momento dado, teniendo su pene en la boca de mí mujer le pidió que se acariciase, que se masturbase ante él mientras le hacía la felación, yo no pude decir nada ya que Ana llevo inmediatamente su mano a su entrepierna, moviendo su muñeca y sus dedos entre sus piernas. Estuvo así un rato. Eso me invitó a facilitar la labor de mi mujer, me agaché bajo Chicogranada y separé las piernas de ella lo suficiente como para meter mi cabeza entre medias y llegar con mi lengua a su vagina. Pero la postura no era la más cómoda, ya que Ana no paraba de mover su cabeza y el tronco, tras un par de minutos lamiendo y sin ver nada me volví a apartar y le dije al muchacho que íbamos a buscar una postura mejor.

Tardó un tiempo en aceptarlo, ya que seguía disfrutando de la faena de ella, dirigiendo la boca y lengua de mi mujer por toda su verga, de principio a fin, de frente y por los laterales.

Al final se apartó y fue a sentarse en el cabecero de la cama con las piernas abiertas. Ana le siguió con la mirada sin moverse.

Chicogranada apartó las almohadas y cuando estaba en posición la llamó.

Ella acudió a gatas cruzando todo el largo de la cama, con el collar y el pecho gravitando bajo su cuello y cuerpo, algo despeinada, la cabeza levantada.

Así a gatas llegó, llevó sus labios a los de él, se besaron con pasión. El chico con la mirada hacia su pene le indicó que continuase la felación. Ana inclinó la cabeza para volver a introducirse el prepucio en la boca y lamerlo, sin variar su posición.      

Me subí a la cama y de rodillas me puse tras ella, mis manos a sus caderas, ella mientras seguía subiendo y bajando su cabeza, sus labios recorrían el contorno del miembro de Chicogranada. Él tenía ambas manos en la cabeza de Ana, cogiéndole el pelo para formar una coleta, quieto, sentado y abierto de piernas, dejándola hacer, dejándose lamer y viéndola pasando su lengua para luego engullirlo en su boca.

Introduje mi pene en su vagina despacio, estaba muy húmeda y fue fácil. A decir verdad, no sé si notó mi penetración con lo ensimismada que parecía realizando su labor, pero sí que aprecié un ligero contoneo de caderas que me animaba a seguir enchufado a ella. No quise hacer grandes movimientos para evitar molestarla en su postura.

Tan solo metí y saqué mi miembro con lentitud, fijándome en su pelo y su cabeza, subiendo, bajando y moviéndose por los contornos del pene de Chicogranada. Él seguía fijo en ella, continuaba apresando su pelo, dejándola hacer.

En un momento dado paró la acción de Ana y salió de la cama. Mientras yo seguía conectado a mi mujer penetrándola.

Ella le siguió con la vista mientras lo tuvo en su campo de visión, después cuando dejó de verle hundió la cabeza en la almohada.

Chicogranada se acercó a su ropa, revolvió y buscó en los bolsillos de su pantalón, nosotros continuamos con lo nuestro.

Pronto volvió a la cama, quedándose de pie allí al lado. Llevaba en la mano un sobrecito, esperó hasta que yo paré y ella levantó la cabeza para mirarle. Él le dio el sobrecito y volvió a su antigua posición. Ella se incorporó, permaneciendo aun de rodillas en la cama, se llevó el sobrecito a la boca y tiró hasta romper el envase y sacar su contenido. Era un preservativo.

Ana se sentó sobre sus talones y sin mediar palabra se agachó para poner la goma en el pene del muchacho, lo bajó lo mejor que pudo con sus manos, dejándolo instalado y listo para usar.

Se miraron y ella se acercó de rodillas hasta colocarse frente a él, muy cerca, seguidamente intentó subirse encima, pero él la detuvo, simplemente la cogió por el cuello para besarla. Un beso largo, donde hubo más lengua que labios, se entretuvieron en lamerse la boca y todo su contorno. Después Chicogranada se aferró con su lengua a los pechos de Ana, pasando de uno a otro mientras ella se aferraba a su cuello y llevaba su cabeza hacia atrás dejando caer su melena rubia por la espalda, mantenía los ojos cerrados dejando salir pequeños gemidos por su boca. Cuando terminó o se cansó, Chicogranada le dijo que se alejase que iba a situarla de otra forma, ella se apartó mansamente dejando que él se bajase de la cama.

Chicogranada se situó de pie, en un lateral junto a la cabecera y la llamó para que se tumbase frente a él, ella acudió dócil en silencio. La colocó tumbada con los pies por fuera, buscó una almohada y la puso debajo de ella, en sus riñones, para tener su pelvis algo levantada. Cuando consideró que estaba en la posición correcta cogió sus piernas levantándolas y llevándoselas a los hombros.

Antes de continuar, la miró sonriendo y le dijo que no iba a penetrarla, tan solo iba a masturbarla, ella no dijo nada. Yo, al final, me puse al lado del chico para no perderme nada.

En esa posición tenía su pene junto a la vagina de mi mujer. Lo cogió con su mano y acarició sus ingles, pasó después su glande por su vulva y continuó subiendo y bajando la cabeza del pene por todo el largo de sus labios vaginales, abriéndose a su paso y cerrándose después. Ella tenía los ojos cerrados, con una mueca parecida al dolor, pero no era dolor de eso estoy seguro.

Siguió subiendo el cabezal de su pene, pasándolo otra vez por fuera, por los laterales de los labios, ya en alguna ocasión lo llevó hasta su ano para que sintiese un poco de presión, pero sin forzar. Luego volvió a repetir la misma acción de abrir sus labios en toda su longitud con su prepucio. Ana gemía en tono bajo, pero cada vez de forma más incontrolada. Chicogranada se detuvo en la parte alta, comenzó a mover su verga para que su cabezal masturbase el clítoris, eso hizo que Ana empezase a mover su cabeza de un lado a otro, casi sin poder soportarlo.

Él supo enseguida que había dado en el blanco y se detuvo allí recreándose, sonriendo por encontrar ese punto débil que la volvía loca. Ella no pudo aguantar mucho mas así y de pronto soltó un “métemela” que le dejó parado por un segundo, pero le sirvió de ánimo para repetir sus mismas acciones un par de veces más.

Cuando Chicogranada lo estimó conveniente, volvió a situar su glande en los labios de la vagina, que se abrieron ante él como una flor, la cabeza de su pene se perdió, por un momento, en su interior, volviendo a aparecer segundos después. Repitió la operación cinco o seis veces hasta que Ana hizo una mueca de dolor/placer, pero me equivocaba, su mueca era de apremio para que continuase y no se detuviese.

Chicogranada introdujo, ahora sí, lentamente su miembro, en toda su longitud y grosor haciendo escapar en ella un gemido de placer, dando comienzo a un movimiento de caderas de delante hacia atrás por parte del chico que me hacía ver parte de su pene entrar y salir de mi mujer, un movimiento rítmico que nada tenía que ver con la música de fondo.

Los impulsos eran acompasados, lentos en un principio, rápidos alguna que otra vez, haciendo que los pechos de Ana ondulasen como flanes, cada uno hacia un sitio diferente, solo su collar permanecía, nacarado, en su lugar. Su cara, pasaba de un gesto de placer/dolor, girando la cabeza y dejando escapar soplidos de aire, acompañando los movimientos de pelvis del chico, a mantener la boca abierta intentando tragar el máximo de aire posible.

 La entrada del pene era limpia, sin oposición, al igual que su salida, con alguna mota blanca de líquido vaginal impregnada en el condón. Durante varios minutos siguieron disfrutando del placer, cada uno para sí mismo, hasta que el chico paró sacando su miembro del interior de Ana.

Bajó las piernas de sus hombros rápidamente, con un leve toque en la cadera de ella la motivó para que se girase. Ella solícita, se levantó, se giró y subiendo a la cama se colocó rodillas ofreciéndole toda su parte posterior. El chico volvió a colocarla, tomándola por las caderas, acercándola hacia sí, aproximó su culo y abrió sus piernas un poco por la cara interna de sus muslos. Ella giraba la cabeza a un lado y a otro para comprobar si su posición era del gusto del muchacho. Chicogranada volvió a coger su pene con la mano y lo encaminó hacia el interior de ella, repitiendo la misma acción de abrir con el prepucio los labios de la vagina en toda su longitud, pero el juego fue corto. Introdujo su pene de golpe sin consideración, sin avisarla, consiguiendo de ella un pequeño suspiro que se confundió con un gemido de sorpresa y placer. Esa sacudida vino acompañada de un golpe de cadera que empujó a Ana hacia delante, haciendo que pareciese perder su equilibrio y preocupándose por afirmar y reforzar su postura. Ella abrió un poco más sus piernas, clavando primero una rodilla y después la otra. El golpeteo de la entrepierna del chico contra el culo de Ana continuó unos segundos más, ella se dejaba empujar, dejando que el chico la moviese a su antojo, sus pechos oscilaban al contrario que su cuerpo, libres, colgando y con los pezones medio erectos. Chicogranada paró su vaivén de golpe y nos sorprendió a todos con un azote seco en la nalga derecha de Ana, no sé si fue fuerte, pero si fue sonoro. Ella giró su cabeza para mirarle y soltar un pequeño grito de placer dolor, no hubo otra queja, se quedó mirándole esperando que siguiese, pero él saco su miembro del interior y me invitó a penetrar a mi mujer.

Creo que Chicogranada estaba excitado y muy cercano a eyacular, para evitarlo decidió parar.

Yo relevé al muchacho colocándome en su lugar, introduje mi pene en ella poniendo una mano en su cadera y la otra cerca de su culo con uno de mis dedos en su ano presionando en su entrada con la yema y parte de la falange. La acompañé en sus movimientos rítmicos, volviendo a ver sus pechos bamboleándose al unísono, Chicogranada se colocó delante de ella para verla, para ver su cara y su expresión, sus pechos, su espalda, toda su figura desnuda. Yo continué penetrándola hasta que eyaculé en su interior. Ana se quedó parada en la misma postura mientras yo sacaba mi miembro de ella. Tenía medio enrojecida la parte interna de sus muslos y todo el contorno de sus partes íntimas, imagino que algo irritado por el uso que había hecho Chicogranada de ella.

Tras el breve descanso del muchacho y viendo que yo había terminado jadeando y separándome lentamente, se acercó a la cama y a mi mujer, le levantó la cabeza agarrándola sin fuerza del pelo y la besó en la boca. Se subió a la cama junto a ella y se colocó otra vez en la cabecera, sentado con sus piernas abiertas. Ana se incorporó de rodillas, tuvo que apartarse para dejarle paso y sitio, cuando consideró que estaba preparado le hizo una indicación con el dedo para que se aproximase. Ella, de rodillas, salvó la distancia, colocándose frente a él y permitiendo que pasase sus piernas por la parte interna de las suyas. Ana estaba frente a él, con sus pechos muy cerca de la cara y la boca del muchacho, levantó su cadera y con su mano agarró el pene para introducírselo ella misma. Cuando lo consiguió relajó su cuerpo, haciéndolo descansar su culo en los muslos del chico, de esta forma el pene se le introdujo hasta el final, no pude ver su expresión, pero imagino que cerró sus ojos y abrió la boca exhalando el aire de su interior.

El muchacho situó sus manos en las caderas de mi mujer y la boca en sus pechos tragándose, mordiendo y succionando su pezón izquierdo. Ana comenzó a levantarse un poco y a dejase caer sobre el pene despacio, inclinó su cabeza para ver como Chicogranada le comía los senos enderezando algo su tronco para facilitarle la labor, moviendo suavemente su cintura para llevarle el otro seno a la boca del muchacho.

Mientras ella subía y bajaba, el chico mantenía su cabeza entre los pechos con las manos de ella en su cuello y cara indicándole que no se separase de ella.

Cuando se cansó de los senos, se besaron apasionadamente en la boca, sacando la lengua y lamiéndose la cara mutuamente. Ana no paró en su movimiento ni un solo momento, entrecortando la respiración y gimiendo sin pudor cada vez que bajaba y el pene se le introducía hasta el fondo. Las manos de Chicogranada se posaron en el culo de ella, apretando, amasando y abriéndole las nalgas, después llevó sus dedos al ano de Ana, para masajearlo y presionarlo con suavidad al principio y con más fuerza después, hasta que su dedo índice se perdió en su interior, ella gimió con fuerza e imagino que se corrió. Mantuvieron la acción, ya no soy capaz de recordar cuanto, hasta que Chicogranada soltó un gemido fuerte con su boca pegada al cuello y se corrió también.

La abrazó, sudando ambos como estaban, la desmontó de su posición sacando su miembro lentamente del interior de ella, cuando lo tuvo fuera se quitó el preservativo despacio, con el poso de semen en su interior y lo dejó caer a un lado de la cama. Tenía el miembro algo más flácido y embadurnado de su propio líquido, Ana le sonrió y volvió a besarle en la boca, él la correspondió. El beso se alargó deliberadamente por parte de él, para así poner su mano derecha en su cuello de ella y empujarla suavemente para que bajase la cabeza, ella notó la presión y llevó sus ojos al pene, giró la cabeza para mirarle y sonreírle al entender su indicación y deseo.

Ana se inclinó, bajando la cabeza hasta que sus labios llegaron al pene, lo besó dos o tres veces y sacó la lengua para pasarla por él, limpiando su semen que se esparcía por el glande y gran parte del miembro. Lo cogió con su mano para introducírselo en la boca, chupándolo cerrando los labios, primero solo la mitad, luego todo lo que pudo del miembro en su boca. Lo lamió por fuera y lo chupó haciendo desaparecer todo el líquido que lo había cubierto, dejando a su paso el brillo de la saliva que lo limpiaba.

Subió y bajó su cabeza varias veces con el pene dentro, acompañando su mano en la subida y en la bajada, masturbándole, sacaba el pene de su boca para jugar con la lengua en el prepucio, lamiéndolo en la punta y pasando su lengua por todo su contorno. Tenía el pelo revuelto, sus rizos caían sobre las piernas y el pene de Chicogranada, él se lo recogió mirándome, para que así pudiese verla claramente hacerle una felación, Ana tenía los ojos cerrados.

Estuvo masturbándole y lamiendo su pene durante un buen rato, se lo introducía casi entero algunas veces, pero no paraba nunca de mover su mano arriba y abajo. Le llevó unos minutos endurecerle el miembro otra vez, pero lo consiguió orgullosa. Continuó en su afán, poniendo cada vez más empeño, sabía que contaba con la aprobación del chico, que le estaba gustando y lo estaba disfrutando. Él la animó, con algún gemido y con alguna palabra, para continuase en su acción y ella se esmeró hasta que levantó la cara y sus labios del pene, mientras su mano seguía con los movimientos frenéticos hasta que en un momento dado vio manar de la punta del glande el líquido blanco que le indicaba que Chicogranada había vuelto a correrse, para ella y por ella.

Ana lo miró sonriendo, él con cara de circunstancia volvió a indicarle con su mano en su cabeza que se inclinase para que absorbiese y tragase su semen. Ana sonrió, se agachó sacando la lengua para absorber y saborear su semen, seguidamente se introdujo casi todo el pene en la boca limpiándolo. Cuando levantó la cabeza, tenía un hilo de semen en la comisura de los labios. Chicogranada sonrió y la beso suavemente agradeciéndole su gran trabajo y el placer que le había ocasionado.

Se levantaron ambos de la cama y mientras que Chicogranada no paraba de alabar la noche y de elogiar a Ana, por su cuerpo, por su morbo, por sus ganas, por su clase y por una infinidad de detalles que salían de su boca, ella fue a ponerse una camisa que había en el butacón y revolvió algo en uno de los cajones de enfrente, sonriendo se fue al servicio a enjuagarse la boca y lavarse un poco.

A una indicación mía Chicogranada se comenzó a vestir, para irse. No recuerdo la hora, ni el tiempo que llevábamos allí reunidos.

Ana una vez que salió del cuarto de baño, se aproximó a la cama donde dejándose caer se medio tumbó, solo llevaba la camisa, su collar y un tanga blanco que se había puesto. Se quedó mirando a Chicogranada, viendo como terminaba de ponerse los zapatos y de abrochar lo que quedaba de su vestimenta.

Cuando estuvo casi vestido, él se acercó a la cama, se agachó para besarla en la boca y poner una mano en su pecho desnudo, ella le correspondió con un beso largo y cálido. La mano del chico se perdió en el interior de la camisa abierta, acariciando un pecho y jugando con sus dedos en el pezón. El beso duró más de la cuenta, pues a ella le gustaba. Separaron sus labios, pero no sus miradas, Chicogranada llevó su mano al tanga blanco para acariciar por encima el contorno de la vulva de Ana. Le dijo lo mucho que le había gustado estar con ella, que nunca imaginó al conocerla que se fuese a comportar con tanto morbo, docilidad y sensualidad cómo lo había hecho.

Antes de marcharse, hubo promesas de mantener el contacto y de repetir el encuentro, cuando fuese y donde fuese.

Salí a despedirle hasta la puerta de la habitación donde tras darme la mano y agradecerme el encuentro volvió a dar alabanzas de la mujer que tengo.

 

Cuando regresé a la cama, Ana yacía tumbada, cansada, muy cansada y comenzaba a dormirse.

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