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Vestida como una zorra

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Mi novio llevaba un mes fuera, por cuestiones de trabajo, y yo estaba empezando a desesperarme. No estaba acostumbrada a pasar tanto tiempo sin sexo así que tenía todo el día la cabeza ocupada pensando en las fantasías que podríamos convertir en realidad cuando volviese.

El día antes de su llegada decidí ir de compras para darle una pequeña sorpresa. Mi primera parada fue en una tienda de lencería; me divertí probando varios conjuntos para al final decidirme por lo más clásico, un sujetador negro que realzase mis no muy grandes pechos y un tanga diminuto a juego, acompañado de un liguero muy sugerente. Siempre había querido tener uno así, puede que no fuese muy práctico, pero me daba un punto muy sexy. El resto de la tarde lo empleé en completar el resto de la indumentaria, una falda demasiado corta que apenas acertaba a tapar el liguero, una camiseta ajustada y unas botas.

Llegué a casa muerta de la risa pensando que jamás saldría con esa ropa fuera de mi habitación y en la cara que pondría Miguel cuando me viese. Probé el conjunto frente al espejo e inmediatamente empecé a calentarme. Parecía una puta… Podría ser divertido cubrirme con un abrigo e ir a recogerle así al aeropuerto; no se esperaría verme y la sorpresa sería aun mayor cuando me desabrochase el abrigo y dándole un beso largo le sugiriese coger un taxi para follar en el asiento trasero ante la cara de incredulidad del taxista. Sabía que no aceptaría, pero mis historias le excitan mucho y me encanta verle cachondo. Creo que, en realidad, sabe que podría llevarlas a cabo si quisiera y eso las hace aún más excitantes.

Al final, de tanto pensar en sexo, no pude evitar comenzar a masturbarme. El problema es que cuando estoy tan caliente hasta la idea más descabellada empieza a cobrar sentido y en aquel momento tenía una en mente…

Estaba empezando a anochecer, yo me veía preciosa y… me apetecía mucho salir así a la calle. Sólo dar una vuelta a la manzana, fijándome en la reacción de la gente al verme. Metía mis dedos en mi coño y me veía caminando despacio por la calle, una chica con cara dulce e inocente vestida como si quisiese que se la follasen ahí mismo. Me imaginaba las miradas lascivas de los chicos que se cruzasen conmigo, quizás alguno se atrevería a decirme algo.

De pronto decidí que no quería imaginarme esas miradas, quería verlas, así que con mucha dificultad dejé de masturbarme y divertida, de nuevo frente al espejo, me llevé los dedos empapados a la boca para lamerlos.

-Como una auténtica puta. -Le dije a mi imagen.

Después caminé hacia la puerta y antes de salir me quité el tanga, total, para lo poco que cubría…

Empecé a ponerme nerviosa en el ascensor, pensé en echarme atrás, en volver a la seguridad de mi piso pero… sólo era un inocente paseo, ¿no? Al salir al portal suspiré aliviada, apenas había gente en la calle.

Había recorrido unos veinte metros cuando reparé en un chico parado en la esquina de enfrente que no me quitaba ojo de encima. Un escalofrío muy intenso me recorrió la espalda y me arrepentí de haberme quitado el tanga, necesitaba sentir algo entre las piernas… Le observé con detenimiento. Era algo más alto que yo, moreno y delgado, de ojos oscuros… pensé que era muy guapo, justo mi tipo.

Seguí avanzando hasta dejarle a mi espalda y giré en la siguiente calle para continuar mi camino y volver a casa. Caminaba contoneándome, coqueta, segura de que me miraba. En ese momento sentí unos pasos. Era él, había cruzado y me estaba siguiendo… No lo podía creer, ¡la que había armado! Decidí detenerme en un escaparate para ver si el chico pasaba de largo. Pero no lo hacía… los pasos también se habían detenido y yo no me atrevía a mirar atrás; así que me quedé curioseando la tienda.

Era un pastelería, que irónico, montones de chocolate negro, el que a mí me gusta, y en ese momento lo único que me apetecía era leche, su leche. La excitación volvió a jugarme una mala pasada y no pude evitar intentar provocarle. Sabía que tenía los ojos clavados en mi así que fingí prestar atención a los dulces y me incliné hacia delante dejando que mi ya de por sí corta falda se subiese unos centímetros más. De nuevo me recorrió un escalofrío, ¿habría notado el desconocido que no llevaba ropa interior?

Oí un ruido, se acercaba. Me puse nerviosa y retomé mi camino pero en la siguiente calle se habían fundido las luces, ¿qué hacer? Me metí de lleno en la boca del lobo y le dije adiós a mi sentido común. No podía pensar con claridad, sólo veía su polla y sólo me apetecía comerla.

No había nadie más a parte de nosotros dos y estaba demasiado oscuro para que pudiesen vernos, el morbo pudo conmigo. Quería que se acercase más a mí. Me detuve fingiendo que buscaba las llaves de casa y con los nervios se me cayeron al suelo. Me agaché para buscarlas y al girarme le vi, parado a sólo unos pasos de mí. Le miré mientras tanteaba el suelo con las manos, no conseguía ver su expresión pero me imaginaba la mía, anhelante, suplicante…

Seguía parado frente a mí, ¿qué hacía?, ¿por qué no venía? No pude contenerme más y recorrí el espacio que nos separaba. Entonces me di cuenta, tenía la mano dentro de sus pantalones y no paraba de moverla.

Quería irme, había llegado demasiado lejos y la tontería se me estaba escapando de las manos pero estaba paralizada por la excitación.

- ¿Estás buscando algo? -Su voz me devolvió a la realidad.

- Yo… no… ya me iba. -Me di la vuelta rápidamente, para huir.

- Yo creo que buscas algo. ¿No será esto?

Otro error, miré. Imposible apartar la vista de la polla que sobresalía de su pantalón. Se me hacía la boca agua y el coño… Me estaba derritiendo, literalmente. El chico me observaba, retándome con la mirada.

- Sé que es esto lo que buscas, no intentes engañarme.

Me moría por lamerle, lo necesitaba.

- Ven aquí.

Fueron sólo dos palabras; y lo desencadenaron todo. Me acerqué evitando mirarle, estaba tan cerca que podía sentir su respiración contra mi cara, su polla contra mi vientre, así que olvidando el sentido común le sonreí y me arrodillé frente a él. ¿Para qué resistirme si era lo que quería?

Saqué la lengua y comencé a lamer la punta. Mmmm… aún recuerdo su sabor. Seguí bajando por el tronco y me acerqué a los huevos, imposible no intentar metérmelos en la boca. Lo hice y él bajó su mano para acariciarme el pelo, me encantaba el contacto de su piel, sentir su excitación. Comencé a tocarme imaginado que era él quien lo hacía y al mismo tiempo empecé a chuparle la polla como si no existiese nada más. Estaba desesperada, necesitada…

- Quiero que te corras, quiero sentirte corriéndote sobre mi cara.

- Sigue, no pares. ¿Es eso lo que quieres zorra?

- Mmmm… sí…

Me agarró la cara con las manos, no podía moverme y él no paraba de hacerlo. Me estaba follando la boca y me estaba encantando. Llegó un momento en que apenas podía respirar, notaba la saliva saliendo por la comisura de mis labios, me ahogaba… Intentaba gemir pero de mi boca sólo salían sonidos ahogados, él los oía y eso parecía excitarle aún más.

De pronto sacó la polla de mi boca y la colocó sobre mis labios, empecé a lamerle de nuevo el capullo, a acariciarle, no podría aguantar más y yo lo sabía. Abrí la boca, esperando que la llenase.

- ¿Es esto lo que estabas buscando?

Me lo preguntó con una mueca mientras golpeaba mi lengua con su polla. No sé si tuve tiempo de responder, porque cuando me di cuenta un chorro se semen caía en mi frente y bajaba por mis mejillas. Notaba el líquido caliente sobre mi cara, intentaba recogerlo con la lengua, mientras varios chorros más seguían cayendo sobre mí, algunos en mi boca abierta. Durante un rato el mundo sólo consistía en su polla y lo único importante era no dejar escapar ni una gota de su leche. Seguí lamiéndole hasta no dejar nada, ni una gota.

- ¿Te ha gustado exprimirme?

De nuevo volví a la realidad, a lo que había hecho, en plena calle. Me dolían las piernas de estar en la misma posición y estaba cubierta del semen de un desconocido. Me incorporé para irme, estaba avergonzada, excitada como nunca. Sólo quería llegar a casa, darme una ducha y acabar lo que había empezado masturbándome. ¿Pero dónde estaban las llaves?

La situación era muy violenta, estaba avergonzada. No pensaba pasar ni un minuto más en la calle, ya cambiaría la cerradura. Me fui de allí medio corriendo suplicando porque mi vecina estuviese en casa y encontrase rápido la copia de mis llaves que le había dejado. Estaba tan nerviosa que no me importaba lo que pudiese pensar de mi aspecto. Miguel… al día siguiente llegaría Miguel y mi pequeña aventura sólo sería un recuerdo, algo irreal, quizás una nueva historia que contarle, que él nunca se creería.

Aún no he cambiado la cerradura…

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