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¡Dámela toda, mi amor! (5): El nuevo trabajo.

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Después ante el televisor. ¡Nada! No me podía concentrar. Me puse finalmente una película X, no recuerdo ahora el título, sin embargo sé que actuaba la actriz Silvia Saint, checa, rubia, cara de niña, que hacía también unas soberbias felaciones ¡Oh, Silvia, Silvia, me gustaría ser una víctima más de tus malvados planes como interpretas magistralmente en esa escena.

Y a ella invoco, como una musa más para proseguir esta narración, es decir, mi experiencia como boxeador y vigilante en el Club Lastritza.

El local era una inmensa casa de aspecto antiguo, pero hábilmente reformada. Como esperaba, destacaban sus luces de neón y la frágil figura de dos bailarinas que indicaban el nombre del sitio. En su interior había tres plantas, la primera eran mesas, bar, a los lados pequeñas plataformas de forma circular para las strippers y también había un enorme escenario en el fondo. Sus rojos cortinajes se abrían solamente en espectáculos X los fines de semana. El resto de los días se podía ver a las bailarinas en las pequeñas barras adyacentes. La segunda planta por la que se podía acceder por un viejo ascensor o escaleras, daba a unos reducidos palcos para observar mejor los citados espectáculos. Después, a través de un laberinto y más escaleras se llegaba a las habitaciones donde dormían algunas chicas o parte del servicio. Era la tercera planta. Esas mismas habitaciones eran utilizadas también por las mujeres que conseguían tener su cliente.

-¿Qué le parece el Club Lastritza? -preguntó Miklos.

Estábamos el dueño, su novia Rowena, un guardaespaldas y yo en una mesa. Tomábamos una copa. El día de firmar mi contrato de trabajo me pidió que me quedase para ver cómo sería la primera noche allí, para que me acostumbrase. Un extraño detalle por su lado. Luego... luces intermitentes, música ruidosa que se alternaba con melodías lentas en deteminadas actuaciones.

¡Ah! Se me olvidaba. Era sábado, cuando preparaban el espectáculo X.

-Sí, es un buen sitio -añadí todavía perplejo, pues no me creía que fuese a trabajar en este edificio.

-Sr. eh... Usted tiene un nombre muy peculiar. ¿No es así? -preguntó el amo.

-Llámeme como aparece en los carteles que anuncian los combates, soy el boxeador Gallo Méndez.

-De acuerdo, amigo. Como puede ver, cuando empezó a derrumbarse la economía de los antiguos países del Este, mi negocio de vender y alquilar coches quebró y decidí invertir mis escasos ahorros en este local.

Aquellas palabras ofrecían serias dudas. Seguramente algún caballero importante había ayudado al Sr. Rastein, pues para montar este tipo de espectáculos se necesitaba mucho dinero.

En aquel instante subió al escenario un personaje que dejaría cierta fama al establecimiento. Se trataba de un individuo muy alto, visiblemente encorvado, con un rostro semejante a una cabra y sus mejillas llenas de granos. Muchas chicas de allí reconocían su fealdad y se esforzaban por mantener una conversación de breves minutos con él, pues además el Sr. Sanakos -así se llamaba- tenía bastante malhumor.

Con su micrófono anunció el espectáculo.

-...Y ahora se deben arrodillar y humillar ante la próxima actuacion -vociferaba-. Desde las profundidades de los bosques de Transilvania, ha llegado para vosotros...

Se abrieron ambas cortinas.

-...Libelt, la mujer-lobo -concluyó.

Se escucharon abrumadores aplausos. Los focos iluminaron el escenario y entonces apareció una altiva dama, con una extraña indumentaria. Llevaba la máscara de un lobo y desde su cuello y hombros hasta los pies colgaban unas tiras de piel gris, que se supone, pertenecían al animal. Empezó a moverse lascivamente por una barra de hierro. A través de su logrado disfraz se veían las curvas de sus caderas, de sus pechos, pero de momento mantenía oculto su rostro. Unos acordes suaves la acompañaban.

-Esa zorra es insaciable en la vida real -añadió entre susurros Miklos-. ¡Ah! ¡Cuántos han querido follársela y no han podido!

-Hasta Sándor, el administrador del club, no ha podido y si lo ha conseguido alguna vez, ha sido pagando -continuó la novia del dueño.

Pero no escuchaba las palabras de aquella pareja. Mis ojos se clavaban en aquel cuerpo voluptuoso que me estaba poniendo en un compromiso. Mi pene se endurecía por momentos, en la entrepierna de mi pantalón se formaba un bulto, que lentamente iba en aumento.

La mujer-lobo seguía jugando con su culo y sus hombros de manera alternativa. Se movía como una serpiente. Se pasaba por su coño suavemente las tiras de la piel lobuna, bajo el compás de una música seductora.

Luego ella bajó del escenario por aquellos cuatro pequeños escalones y, entre la hilera central de mesas, se acercó a la nuestra. La mujer pasó sus manos por mi asombrado rostro. Los presentes callaron, sus caras eran el reflejo de la perplejidad también. Seguía sin ver quién era por su máscara bien trabajada. El dueño y su novia sonrieron levemente.

Volvió a su escenario. Y allí apareció un hombre de elevada estatura con los mismos atavíos. Se abrazó con furia a la mujer y a continuación se quitaron las máscaras que no les permitían intercambiar los primeros besos y lamidas. Con lentitud, entre movimientos ondulantes, se fueron desprendiendo también de las tiras de piel hasta quedarse desnudos. Otra vez se besaron con pasión aunque los ojos de la muchacha no pudieron reprimir cierto gesto de disgusto ante su rival.

Entonces, entre la reinante penumbra, contemplé el rostro de Libelth, la mujer-lobo. ¡Y mi asombro no se detenía porque era la misma Helga! Una representación teatral muy bien lograda. No sabía qué decir. Esa mujer que se me entregaba con facilidad... ¡Para otros era inaccesible! Comprendí en aquel momento que eso me iba a traer problemas en el futuro.

Sigue el espectáculo. En la entrepierna del hombre se veía claramente su pene erecto, la mujer se puso de rodillas. Empezó él a lamer y oler su coño por turnos como ciertos animales antes de aparearse. Su copiosa saliva, su rápida lengua se entremezclaban en la sonrosada raja de Helga y adoptaron la postura del perro para finalizar la actuación. Las embestidas del macho, del lobo como pretendían simbolizar eran rápidas y bruscas. Se oían los gemidos de la mujer y se observaba su rostro a caballo entre el dolor y el placer.

Al mismo tiempo, el hombre pasaba sus manos para golpear con cierta saña las nalgas de la muchacha, hasta enrojecerse. Después alargó sus velludos brazos y palpó sus pechos y allí se detuvo unos instantes. Más que acariciarlos, los estrujaba. La mujer intentaba disimular las molestias. Y después él se apoyó con una mano en su espalda y con la otra tocó su clítoris. Entonces los gemidos de Helga se volvieron a oír.

-Nino se está vengando -susurró de nuevo Rowena-. Me contaron las chicas que después de intentar emborracharla y gastarse una buena cantidad de florines la noche anterior, no pudo follársela. Ahora...

-¡Ssst! -exclamó Miklos, que no podía disimular su excitación también-. ¡Callaos, por favor!

El hombre-lobo sacó del coño su miembro de repente. Estaba a punto de eyacular y la mujer se dio la vuelta rápidamente. Después de masturbarse unos segundos, una buena cantidad de semen se desparramó por la cara y los pechos de la mujer. Unos segundos... Convulsiones... Pérdida de la noción de la realidad por unos instantes.

Luego... la calma. Los aplausos devolvieron la realidad al actor Nino, pues Helga, como posteriormente me explicó, no disfrutó mucho de aquel número, pues el individuo fue para hacerla daño adrede y tenía consciencia del dolor en cada momento y las asquerosas caricias de su antagonista.

Se rumoreaba que los dos no volvieron a trabajar juntos, porque ella se quejó a Miklos, y el dueño argumentó en su defensa que en efecto había dejado bien claro que no estuviesen en el mismo espectáculo. Sin embargo alguien en el último momento decidió hacer el cambio. Las chicas comentaron con disimulo y cierto temor que antes se había pasado por el local el Sr. Sándor, amor frustrado que hacía meses acosaba a Helga descaradamente y el que de verdad mandaba en el club, y preparó aquello para maltratar a la chica.

 

Francisco

(8,00)