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¡Dámela toda, mi amor! (6): Espectáculos nocturnos, putas y clientes.

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En los siguientes días dejé la habitación del hotel, que no me podía costear pues sabía que me iba a quedar allí una buena temporada, y me alojé en un pequeño estudio alquilado que afortunadamente ya estaba amueblado, cerca del casco antiguo de Budapest. Trabajaba solo por las noches, dormía por la mañana, y por la tarde acudía a un gimnasio y seguía las instrucciones de Dimitri durante el entrenamiento. Se murmuraba por la ciudad que pronto habría un nuevo combate de boxeo.

Anochece.

Mi primer día de trabajo en el Club Lastritza. Todavía era pronto, pues de hecho debían abrir, pero yo entré por la puerta del almacén. Ya me conocían y los hombres que cargaban con cajas de cerveza me dejaron el paso libre. Llegué al bar. La jornada en el gimnasio había sido dura. Había salido de la ducha y estaba otra vez sudado. Pedí una pequeña botella de agua. Entonces se acercó una muchacha para pedir un café.

-Hola Helga -saludé con cierta ironía-. Veo que desde nuestro primer encuentro en el tren llevas una vida muy ajetreada.

-Te había visto cómo entrabas por la puerta del almacén y por eso me he acercado aquí -continuó ella con una libidinosa sonrisa.

-¿Y quién te ha dejado aquí? ¿Tú novio, el médico?

-No, mi historia era falsa. Aquel día en realidad regresaba de ver unas dos semanas a mis padres, que viven en Praga. No saben que me dedico... a esto. Piensan que soy una brillante y competente secretaria en una oficina de abogados.

-Sí, tenemos nuestras propias historias -alegué y paré con mi acento sarcástico, pues ella esta vez fue sincera conmigo.

No se trataba de un furtivo encuentro para el placer como en el compartimiento del tren. Era otro contexto completamente diferente.

-Eh... Permíteme que te invite a tomar una copa antes de que empiece la función y... -proseguí con gentileza.

-Te lo agradezco, boxeador -dijo ella amablemente-. Pero apenas me puedo sentar. El cabrón de Nino me hizo mucho daño en la actuación de ayer. ¡Escucha! Debo dejarte, viene Rowena, la novia del Miklos, que se encarga de la sección de maquillaje y ahora nos preparan para la actuación, ya hablaremos. Por cierto, un consejo de... amiga. No te fíes de Sándor. ¡Es un hijo de puta!

Helga desapareció por una puerta mientras movía su culo que tenía forma de manzana. ¡Uf! No sabría qué decir ante este desorden de emociones. Para enfriarme un poco, me bebí el agua en rápidos sorbos.

Así se inició la noche.

Me paseaba como uno más del público entre las mesas, tomaba cualquier refresco que no tuviese alcohol en la barra sin dejar de observar el local. Lo mismo hacían los otros cuatro compañeros, entre ellos destacaba el corpulento Macro. Las chicas servían bebidas a los clientes que podían ser desde sencillos camioneros o motoristas hasta respetables hombres de negocios.

Otras muchachas se sentaban con determinados señores, donde había posibilidad de dinero, y hablaban con ellos. Conversación agradable. Risas. Recuerdos de anécdotas graciosas. Después, un furtivo beso y roce mutuo de manos en los muslos y entrepiernas. Por fin, la pareja recién formada subirá las escaleras para consumar ese amor, ese falso amor que durará aproximadamente de media hora a una hora. Depende del poder adquisitivo del caballero.

El resto de las mujeres, entre ellas Helga, bailaban en los reducidos escenarios de ambos lados del local. Se retorcían lascivamente como serpientes entre las barras metálicas. Salió mi amiga, por ejemplo, con unas medias de seda, ligueros negros. Se quitó el sujetador y las bragas después de múltiples y sinuosos movimientos. Las arrojó al público. Muchos se acercaban a la plataforma. Macro y yo no perdíamos de vista a aquella jauría humana. Pero afortunadamente no pasó nada. Sólo dejaban billetes de diferentes cantidades en las apretadas medias. Un caballero de rostro bastante orondo y espeso bigote metió un considerable fajo. Así demostraba su generosidad porque las perfumadas bragas de Helga habían ido a parar a sus callosas manos. Los gritos y silbidos de los hombres se sucedían caóticamente entre las intermitentes luces de neón.

Así transcurría cada noche.

Son las doce. Irrumpe un hombre con un traje caro, corbata de seda, pantalones oscuros. Destaca por su altura y por su perilla bien arreglada.

Yo estaba en ese momento en la barra para descansar unos segundos y beber una limonada fría pues allí manda el calor. El individuo habló unos segundos con una camarera. Ésta sonrió y entró al pequeño despacho de Miklos, el cual salió después inmediatamente. Se saludaron y se sentaron para tomar una copa en una mesa cercana.

Ahora el local no está tan lleno y la tranquilidad se nota bastante. Hablan. No se sabe de qué pero Miklos se mantiene con un rostro en cierto modo preocupante. No hacía falta que nos presentasen.

Sabía que el hombre de la perilla era el temido Sándor.

Acabé mi bebida y me di una vuelta. Pensaba conversar unos minutos con Macro, sin embargo no me fue posible. Una camarera se me acercó y me dijo que el dueño quería verme. Esperaba que no hubiese ninguna queja sobre mi primer día de trabajo. Me acerqué a su mesa, se levantaron los dos de sus sillas educadamente y nos presentamos.

-¿Es usted el boxeador? ¿No es así? -preguntó Sándor con una cínica sonrisa-. Vi su combate por la televisión local. Todavía no me creo que tumbase al "Zar de Kiev".

-Fue un competidor difícil, debo reconocerlo -añadí con mi rostro serio.

-¡Ah! -exclamó Miklos-. Es modesto. Se rumorea que ha llegado a derribar a púgiles que hasta el momento eran imbatibles.

-No siempre el poder reside en los puños, Sr. Méndez -replicó Sándor.

-Sí, lo sé, pero ayuda mucho el que te puedas defender -contesté.

Miklos hizo un gesto con su cara y yo volví a mi puesto.

Los seductores movimentos de Helga se acabaron cuando la música finalizó también. Por tanto ella se retiró a su camerino para descansar unos momentos. Iba ataviada con sus medias y billetes. El Administrador se levantó de su silla y desapareció por una puerta del local. No había ninguna duda. Iba a ver a la bailarina de Strip-Tease. Reconozco que la idea que aquel individuo engreído y repugnante tocase a esa chica me hacía hervir la sangre. Debería caer ante el primer impacto de mis puños. Pero en cierto modo tenía razón. La fuerza física no era suficiente. Aquel cerdo con su dinero e influencia podía derrotar a quien quisiese.

No debió ser una conversación muy amigable. Sándor salió por la misma puerta al cabo de unos escasos minutos y abandonó el club con cierta prisa.

-Esta vez no han ido bien las cosas -susurró la camarera que había a mi lado.

Helga tardaba en salir, pues normalmente después de una actuación ella acudía al bar para tomar cualquier bebida que no tuviese alcohol. Mi corazón se volvía a acelerar. Quería verla. Sí, amigos, sí. Lo confieso. En aquel instante cambió el tono de la música y aparecieron en una plataforma dos chicas, las dos eran rubias. Altas. Buenos pechos y cimbreante culo. Llevaban como única indumentaria unos tangas de color escarlata.

Iniciaron ellas una lasciva danza, propia del apareamiento de los animales. Seguramente eran lesbianas. Sabían cómo tocarse y acariaciarse los pechos y el coño a través de la tela de sus reducidos y apretados atavíos. En realidad todavía no había empezado lo mejor.

A continuación se intercambiaron una serie de besos con lengua, entre sus carnosos labios. ¡Ja! Parecían moverse pequeñas víboras de color rojo. En sus ojos claros había cierto magnetismo. Y sus delicadas manos no paraban de pasar una y otra vez por sus caderas, pechos, hombros, cuello y el coño, pues una de ellas ya le había quitado a su amiga de trabajo el tanga y sus dedos rozaban con cierta insistencia su disparado clítoris.

No podían disimular su verdadero rostro de placer... Sentían con afición su provocativa tarea. Pocos disfrutan con sus responsabilidades laborales. Y decidió que ya era el momento de compartir los placeres con su compañera. Se desprendió de un modo accidental el otro tanga e inmediatamente tocó su sonrosada raja, que también empezaba a estar húmeda.

Las dos, sin dejar de acariciarse el coño, se deslizaban al mismo tiempo por la barra metálica. Los hombres que contemplaban la escena no decía nada. ¡Cuántos querrían compartir sus placeres sáficos!

Reconozco que no podía apartar la mirada de la citada pareja. Sabían interpretar muy bien su papel. Siempre lo afirmaré.

-No te las comas con los ojos, boxeador.

La voz de Helga me despertó de aquella placentera visión, digna del mejor Coleridge o Poe.

-Los hombres siempre reaccionais del mismo modo -prosiguió ella en un tono severo-. A ver... ¡Mirka! Pon una limonada muy fría. Después de mi actuación me he quedado sin fuerzas.

Bebió. Yo intentaba repartir la mirada entre las lesbianas y ella. La pareja de rubias habían llegado a la favorita postura del 69 y se daban mutuas lamidas en sus torturados coños. El nervioso público pedía en secreto ese final, en realidad. Las chicas debieron tener varios orgasmos seguidos, pues con frecuencia se retorcían y temblaban brevemente, cogidas, abrazadas, como si tuviesen miedo de separarse para siempre. No se veía que fingiesen. Después de esas bruscas contorsiones, volvían a pasar la lengua con suavidad y a continuación aumentaban el ritmo hasta alcanzar otro orgasmo.

-...He enviado a la mierda a ese cabrón de Sándor -me hablaba Helga aunque en aquel instante no recordaba exactamente el comienzo de su conversación-. Pero no se atreverá a sacarme de mi puesto de trabajo, pues soy la figura más importante del club y no todas las chicas hacen lo mismo que hago yo. ¡Eh! Pero... ¡No me estás escuchando, boxeador!

-Perdona... - titubeé como un niño -. Yo...

-Sí en esa plataforma hubiesen dos hombres, pocos miraríais -siguió ella-. Sin embargo Misty y Lucy, aparte de ser lesbianas en la vida real, saben interpretar sus placeres ante la gente.

El show acabó y, tras los aplausos de los satisfechos caballeros, se retiraron cansadas y empapadas por el sudor. Su piel lechosa brillaba por las luces de neón. Desaparecieron entre las cortinas.

-Viven en una habitación, aquí, en el local. Además los fines de semana sirven como camareras -continuaba Helga.

-Sí... -afirmé con un acento aturdido.

-No seas un niño, Gallo Méndez. Jamás te las podrás follar, si estás pensando en eso. ¡Jamás! Son dos lesbianas liberadas de los convencionalismos sociales y reconocen públicamente su condición. También Sándor quiso joder con Misty, sin embargo tuvo problemas, pues topó con las serias amenazas de las dos. Son peligrosas si son atacadas.

-No te preocupes. No quiero más preocupaciones. ¿Y ese Sándor? Hoy el dueño me lo ha presentado.

-Hablaremos de eso en mi apartamento. ¿No te parece una buena idea? Son cerca de las cinco y pronto cerraremos.

 

Francisco

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