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Núria 2

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Hacía cosa de un mes, Silvia, mi compañera de piso, me había convencido para que me comprara un vibrador, y como me daba corte ir a una tienda erótica me compré uno por Internet. Era genial, con 6 marchas distintas, 50 euros muy bien invertidos. Solía usarlo cuando mi compañera salía de casa, o de noche, cuando ya dormía.

Aquel viernes noche Silvia había salido con unos amigos, y como al día siguiente no madrugaba imaginé que llegaría tarde. Me encerré en mi habitación y desenvainé a Jimmy. Ah sí, mi vibra tiene nombre. Desde lo sucedido en la casa de campo de Marcos me sentía con la excitación a flor de piel, y cada vez que tenía la oportunidad de masturbarme lo hacía.

Cogí mi portátil y me puse algo de porno. Vi un vídeo donde dos negros se follaban a una chica de piel muy blanca, el contraste de los colores de su piel me ponía mucho. La pusieron a 4 patas, y mientras uno le follaba el coño el otro se la metía en la boca, y eso que era una polla enorme. Luego, el que le estaba follando la boca paró y comenzó a follarle el culo, en una doble penetración. La chica empezó a gritar como loca, y yo, en vez de pensar que estaba actuando, pensé que si estuviera en su lugar gritaría lo mismo. Sin embargo, la fantasía de un trío todavía la tenía por cumplir, y ni siquiera había probado el sexo anal.

Llevé mis manos bajo mis pantalones y mis braguitas, y comprobé que ya había empezado a humedecerme. Llevé una mano a mi clítoris y comencé a jugar con él. Pronto me desnudé de cintura para abajo para tener mejor acceso, y empecé a frotármelo más cómodamente con dos dedos. Extendí el flujo que destilaba mi coño hasta el clítoris, y seguí torturándomelo hasta tenerlo hinchado y dispuesto. Me tumbé en la cama con las piernas bien separadas y encendí el vibrador. Lo puse a la cuarta marcha (las tres primeras apenas solía gastarlas, demasiado suaves para mi gusto) y lo llevé a mi entrepierna.

-Ahh –gemí cuando entró en contacto con mi clítoris.

El vibrador vibraba sobre él deliciosamente, y comencé a moverlo en círculos. Enseguida comencé a animarme, y cuando estaba a punto de decidirme a metérmelo, oí que se abría la puerta de casa.

Se trataba de Silvia, y por lo que se escuchaba no estaba sola. Oí risitas, y junto a la voz de mi compañera de piso, otra masculina. Aunque no era la primera vez que se llevaba a un chico a casa, si era la primera que coincidía con que yo estuviera tocándome, y me quedé cortada. Sin molestarse en averiguar si yo estaba en casa le llevó a su habitación. Yo seguía tumbada en la cama desnuda de cintura para abajo (tenía echado el pestillo de mi habitación), como sin saber si seguir a lo mío o no. Oía que hablaban, aunque no distinguía nada. Al rato, las palabras dieron paso a gemidos suaves, que poco a poco dejaron de ser suaves. Cuando quise darme cuenta, me sorprendí todavía más mojada que antes, y aunque estaba sola me sonrojé. No obstante, esto no impidió que volviera a coger el vibrador, y esta vez lo puse a la quinta marcha. Mi amiga gemía en la habitación de al lado, y yo no podía dejar de imaginarme lo que estaría haciendo con el otro chico. Situé la punta de mi juguete en la entrada de mi coño y me lo metí despacito, sintiendo como me invadía poco a poco. Era una maravilla, y empecé a meterlo y sacarlo lentamente. Me mordí el labio inferior con la intención de silenciar un gemido, mientras sentía como me acercaba lentamente al orgasmo. Puse la última marcha del vibrador dispuesta a disfrutar, oír a Silvia gemir me provocaba un morbo increíble, había empapado gran parte de las sábanas de mi cama. Hasta ese momento había tratado de reprimir mis gemidos, pero recordando cómo de caliente me puse cuando descubrí al desconocido espiándonos a Marcos y a mí en su casa, decidí dejarme llevar y gemir con naturalidad.

-¡Ahh! Sí, dios… -gemí, y estaba segura de que me oían.

Ellos por su parte siguieron con sus gemidos, y yo sentía la inminencia de mi orgasmo.

-¡Sííí! –chillé fuera de mí.

Me corrí de una forma increíble, emanando una gran cantidad de flujo y empapándome completamente hasta los muslos. Sabía que me habrían oído, incluso pensé que quizá me hubiera oído algún vecino. Esa idea me resultaba de lo más excitante, aunque al día siguiente me moriría de vergüenza cuando la viera. Decidí ducharme por la mañana, y me dormí empapada en sudor y flujo y oliendo a sexo.

Me levanté a eso de las 11 de la mañana, aprovechando que era sábado. Sin molestarme en cambiarme el pijama fui a la cocina y me senté a desayunar unas tostadas con mermelada.

-Buenos días, golfilla –me saludó Silvia, que entró poco después que yo.

-Buenas –me limité a responderle sin levantar la vista de mis tostadas, aunque debía de notarse que estaba más roja que nunca.

-Con lo silenciosa que eres normalmente me extraña que no te hayas quedado afónica.

-¿Qué? –pregunté yo haciéndome la loca.

-Nada, nada, si me alegro por ti. Aunque últimamente echas mano de Jimmy muy a menudo, deberías de buscarte una de verdad.

Y la verdad es que tenía razón, pero siendo la última semana de exámenes a Marcos le era casi imposible quedar, y yo no tenía la facilidad que tenía Silvia para llevarme a un chico a la cama. Todavía.

-¿Y tú cómo sabes cuándo echo o dejo de echar mano de Jimmy, si tan silenciosa soy? –le pregunté más que nada por cambiar de tema.

-Bueno, eso se nota –dijo sonriendo con suficiencia-. Cuando te tiras una hora “duchándote”, cuando oigo el pestillo de tu habitación a las tantas de la noche, cuando no te toca lavar las sábanas y te ofreces a hacerlo…

-Vale, vale –le dije entrecerrando los ojos-. Ya veo que eres toda una Sherlock en cuestiones de sexo.

-¿Entonces te pone cachonda que te oigan gimiendo en plena faena? –me preguntó guiñándome un ojo-. ¿O te pusiste tan caliente al oírnos que no pudiste controlarte?

-No era yo. Era… porno. Se me desconectaron los auriculares en el peor momento.

-Reconozco tu voz, morena. Eras tú, aullando como una perrita en celo.

-Qué guarra estás hecha, Silvia. Voy a darme una ducha.

-Al menos yo no voy de mosquita muerta –me respondió sacándome la lengua.

Me metí en el baño y abrí el grifo del agua caliente de la bañera. Silvia se lo había tomado bien, pensé. Era una suerte contar con una compañera de piso como ella. Me metí poco a poco en la bañera, el agua estaba casi ardiendo, como a mí me gustaba, si no se enfriaba enseguida. Cuando el agua tocó mis labios vaginales me estremecí. Un baño caliente, a su manera, puede ser casi tan placentero como el sexo. Me separé los labios cuidadosamente, y me metí un dedo dentro, sin prisas. Ya no estaba tan apretada como hacía un año. Seguía estrecha, pero no tanto. Metí un segundo dedo y traté sin éxito de buscarme el punto G. Aún así, la sensación era bastante placentera. Mientras comenzaba a mover esos dos dedos dentro de mi coñito, mi otra mano acudió al clítoris, que ya reclamaba atención. Comencé a frotármelo mientras sentía como mi calentura iba en aumento.

-Oh, sí –gemí, sin hacer nada por evitarlo.

Era mi forma de confesarle a Silvia que tenía razón, que me ponía a cien que otra persona me oyera gemir, como ella había dicho, como una perrita en celo. En verdad era una suerte contar con una amiga como ella. Alcancé un orgasmo maravilloso, siempre son especialmente intensos cuando estoy mojada, y chillé como si no hubiera mañana.

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