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Hace unos años con mi hermana Ana (Final)
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Tiempo de lectura: 21 minutos

Como decía en mi anterior relato, Ana se quedó embarazada. ¡Qué mala suerte! Todo el tiempo que había pasado yo intentando algo con ella y, cuando por fin pasa, nos ocurre esto. ¡Qué capricho del destino!

Ahora venía la parte peliaguda de la cuestión. ¿Qué podíamos hacer? Mi padre era tremendamente estricto así que cuando se enterara que su hija estaba en estado montaría en cólera y no sabíamos de lo que podía ser capaz. Haría cualquier burrada, seguro. ¿Y mi madre? También tenía un genio de órdago, así que por ahí tampoco encontraríamos ayuda. De mis hermanas mayores mejor no fiarse, por si acaso y los pequeños, ni pensarlo.

Dios, Dios, Dios… No había solución por ningún sitio y la desesperanza se iba apoderando de nosotros. Pensamos en pedir consejo a los curas de la parroquia, pero no era buena idea. Quizá comprendieran que Ana hubiera tenido un desliz, pero jamás entenderían que dicho desliz fuera conmigo. Con respecto a la pandilla, mejor guardar el secreto porque las noticias corren como la pólvora y, en seguida, se hubiera enterado hasta el Papa. Esa era otra idea, pedir una dispensa Papal y casarnos, pero no tenía ni idea de cómo funcionaban esas cosas. Conclusión, estábamos jodidos de verdad. Y yo, como buen Quijote, no iba a dejar que Ana cargara sola con el mochuelo.

Mientras tanto, mi hermana no dejaba que le pusiera la mano encima. Si ya se arrepintió del polvazo que echamos, ahora con el embarazo no quería ni que me acercara. Yo, preocupación aparte, estaba que me subía por las paredes.

Me parecía que estaba más guapa, menos infantil, más mujer… ¡Como la deseaba! Volvían los recuerdos de su coño… de sus tetas, de su sabor…

¡Jesús! Si seguía así, me iba a poner malo…

Un sábado o domingo, poco después, curiosamente, nos habíamos quedado solos en casa, Ana aduciendo que no se encontraba muy bien y yo porque tenía que estudiar. Ella estaba en el cuarto de estar viendo la televisión, aproveché para acercarme e intentar hablar del tema…

-Ana, ¿Qué tal estás? -Le pregunté entrando en la sala.

-¿A ti qué te parece? ¡Estoy jodida! ¡Estoy preñada! ¡Estoy que mato a alguien! ¿No te imaginas a quién? ¡Cómo quieres que esté, imbécil!

¡Joder, qué cabreo! Lo dicho, desde que se había enterado de la noticia no me podía ni ver…

-Venga Ana, no te pongas así conmigo. ¿Crees que lo hice a propósito? Además, te recuerdo que fuiste tú la que me provocó. Tú me empezaste a tocar la polla y con la tajada que tenía… Pues eso, que me lancé. Se suponía que tú querías lo mismo…

-¿Cómo iba a pensar que te ibas a lanzar de esa manera? Soy tu hermana, no una golfa de la calle. Y si te toqué un poquito fue para hacerte una broma.

-¡Pero si el otro día dijiste que me querías! -Ya me estaba empezando a poner de mala leche toda esta historia.

-¡El otro día no sabía que estaba preñada! ¡Y, además, claro que te quiero! Pero ahora no es cuestión de cariño ¿No te das cuenta de lo que tenemos encima?

Se le empezaba a quebrar la voz… Normal, estaba soportando una tensión tremenda y si a eso sumamos el caos hormonal que supone el inicio de un embarazo…

No sabía qué hacer, también a mí me entraba la congoja. Me senté a su lado en el sofá y le pasé un brazo por los hombros atrayéndola hacia mí, intentando darle sensación de apoyo.

-Venga, ya verás cómo lo arreglamos. Tiene que haber algo que podamos hacer… No sé… Ya se nos ocurrirá.

Ana se acurrucaba en mi pecho, buscando una seguridad que estaba lejos de poder ofrecerle. Lloraba en silencio. La levanté la cara subiéndola por el mentón y le di un beso tierno en los labios. Cerrando los ojos, llenos de lágrimas, se dejó besar…

-Mi niña… Mi Anita querida… No voy a dejar que nadie te haga nada. ¡Por mis pelotas que salimos de esta!

Qué cara tan guapa tenía ahora. La besé los ojos bebiéndome sus lágrimas…

Besos muy tiernos, con mucha dulzura, besos que expresaban mi estado de ánimo y mi cariño hacia ella… Besos correspondidos, en los labios, besos que fueron desatando la pasión, besos que liberaron toda la tensión acumulada.

Fueron haciéndose más profundos… Nuestras lenguas se buscaban y encontraban dentro de su boca o la mía, con ellas recorríamos los dientes, los pliegues de cada uno…

Subí mi mano derecha hacia su pecho mientras la tenía abrazada. Sobé con ganas por encima de la blusa y empecé a desabrocharle los botones mientras ella suspiraba y me apretaba más hacia sí. Introduje la mano dentro de las copas del sujetador y mis dedos, con habilidad, estimulaban sus pezones…

Solté el cierre del sostén y sus tetas salieron de su prisión de tela. ¡Qué ganas tenía de volver a verlas, de volver a chuparlas enteras!

Me dediqué a ello con ansia, chupando los pezones y jugando con la lengua por toda la areola. Mis manos tampoco estaban quietas y ayudaban acariciando los pechos desde abajo. Pasaba de una teta a otra, indistintamente, dejándolas brillantes de saliva. Casi había olvidado la suavidad de su piel… ¡Qué tetas tenía Ana!

Mientras ella me acariciaba la nuca con una mano, fue bajando la otra al botón de mi pantalón, soltándolo con un hábil movimiento de dedos. Bajó la cremallera y se introdujo dentro de mis calzoncillos, donde mi polla la esperaba ansiosa.

En el momento en que estuvo fuera pudo, por fin, estirarse en todo su esplendor. Me la cogía con esa mezcla de suavidad y firmeza que proporciona una mano femenina, la acariciaba y la agarraba subiendo y bajando la piel del prepucio.

Con un gesto rápido, tanto que me sorprendió, se agachó e introdujo el miembro en su boca y empezó una mamada rápida, nerviosa e inexperta pero que me hizo ver las estrellas. No recordaba cuándo me la habían chupado por última vez. Me empezaban a temblar las piernas y, si seguía así, me iba a correr enseguida, cosa que no me apetecía.

Dejé de acariciarle el pelo, la incorporé y empecé a quitarle la falda, ella ayudó a que le bajara las bragas levantando el culo, quedó ante mí desnuda de cintura para abajo, con la blusa abierta y el sujetador a la altura de la garganta. Mientras terminaba de desnudarla, hizo lo propio conmigo, soltándome los botones de la camisa y ayudándome a bajarme los pantalones y calzoncillos.

Ninguno decía nada, solo nos mirábamos con la cara arrebolada y ojos de deseo.

Volví a besar sus tetas, me tenían encandilado, acariciaba su culo y muslos mientras me dirigía hacia el fruto prohibido. Esta vez Ana no hizo ningún esfuerzo por detenerme, todo lo contrario, recostándose sobre el sofá abrió las piernas ofreciéndome su sonrosado coñito. No tardé ni en segundo en meter la cara entre sus muslos y empezar a recorrer toda la raja con la lengua.

Utilizaba hasta la nariz para presionar su clítoris mientras hacía dibujos en la entrada de su cueva. Sus jadeos iban a más al igual que los movimientos de mis labios y lengua sobre toda la zona, segregando flujo que se mezclaba con mi saliva.

Ana empezaba a mover la pelvis de forma incontrolada, síntoma inequívoco de que estaba disfrutando y yo arreciaba en mis caricias intentando arrancarle un orgasmo bestial. Ya estaba totalmente centrado en su tierno botón, succionándolo y aplastándolo contra los dientes, sin llegar a morderlo…

Arqueó la espalda, gimió, resopló, me incrustó la cabeza contra su pubis y se pegó una corrida fenomenal… Me dejó toda la cara pringosa pero estaba encantado.

Ya venía lo mejor… Tenía unas ganas enormes de clavársela hasta el corvejón… Nos miramos fijamente y la besé. Volví a centrar la vista en ella mientras, ayudándome de una mano, iba encajando la polla entre sus labios vaginales. En el momento en que noté la entrada empecé a empujar lentamente, sin apartar la mirada de su cara, viendo como cambiaba su expresión. Abría mucho los ojos y jadeaba con la boca abierta, tenía las mejillas coloradas, boqueaba mientras iba notando como taladraba sus entrañas…

Cuando la tuve toda dentro me detuve para recrearme en la sensación ¡Qué bien se estaba así! Dejé que Ana se fuera acostumbrando a tener metida mi herramienta para empezar un suave vaivén. A fin de cuentas sólo era su segunda vez y quería que lo disfrutara de verdad, que se olvidara del mundo entero durante un rato.

A pesar de las ganas, no aceleraba mis movimientos, en todo momento eran suaves y cadenciosos y, si estaba cerca de correrme, me detenía un ratito dentro de ella, mordisqueándola las orejas y el cuello, excitándole el clítoris con la mano, chupándole los pezones que tenía súper excitados… Ella me acariciaba la nuca y la espalda hasta el culo, levantaba las caderas y me aprisionaba con sus piernas… Gemía de una forma maravillosa…

Cada vez movía más el pubis, su orgasmo se acercaba y el mío lo tenía a las puertas desde hacía un buen rato. No es que aguantara, es que, como he dicho antes, me paraba… Era una técnica que había leído en no recuerdo que libro. Cuando me apretó fuerte con los talones supe que era el momento, aceleré mis acometidas todo lo que pude mientras me pegaba la mejor de mis corridas… Ella me clavaba las uñas y me mordía el cuello, mientras no dejaba de mover las caderas prolongando el orgasmo todo lo posible…

-¡¡¡QUE COÑO ESTÁIS HACIENDO!!!

No fue un grito, fue un alarido. ¡Horror! Mis padres acababan de entrar en casa con nuestros hermanos pequeños. Mi padre tenía la cara congestionada con un gesto de pura rabia y mi madre… Mi madre nos miraba con los ojos como platos, tapándose la boca con las manos, incapaz de hacer o decir nada. Los pequeños, de 13 y 14 años nos miraban alelados y nosotros nos habíamos quedado paralizados, todavía con la polla tiesa dentro de mi hermana.

En dos zancadas mi padre se plantó delante de nosotros y, levantándome en vilo, me dio las dos mayores bofetadas que me hayan dado en mi vida, tirándome al suelo y rematándome a base de patadas. Yo intentaba escabullirme alrededor de la mesita de café que había delante del sofá, en cuanto lo conseguí mi padre se lio a tortazos con Ana. Estaba totalmente fuera de sí, tuvo que ser mi madre el que le apartara…

-¡Cálmate Pepe, que la vas a matar!

-¿Que la voy a matar? ¡Claro que la voy a matar! ¡¿Pero tú has visto a tus hijos?! ¡Es contra natura! ¡Es un atentado a la moral! ¡¿Alguna vez has visto algo así?!

Mi madre ni intentaba responder, solo abrazaba a mi padre para evitar que siguiera con las tortas o para evitar que le diera un infarto. Nos mandó a vestir y que fuéramos a hablar con él al despacho.

Al llegar allí, él estaba un poco menos rojo, pero igual de cabreado y mamá estaba llorando sentada a su lado. Ana también lloraba como una magdalena y tenía la cara como un tomate de las tortas, la vergüenza… y por lo que podía venir ahora.

En cuanto entramos me volvió a partir la cara y, si no llega a intervenir mi madre otra vez, no sé qué hubiera pasado… Se sirvió un whisky que se tomó de un trago, repitiendo un par de veces. Yo nunca había visto a mi padre beber alcohol, a no ser alguna cerveza, muy esporádicamente, o algún vaso de vino en comidas especiales. No sabía cómo podía sentarle ahora. Parece que se calmó un poco…

-Chema, no sé si decir que eres hijo mío o eres un engendro de la naturaleza. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¿Pero, tú estás bien de la cabeza? -Iba subiendo el tono de voz cada vez más- Un chaval serio, estudiante de medicina… metido en una parroquia… con todas las comodidades en casa… ¿Se puede saber qué coño hemos hecho mal? ¡Con tu propia hermana! ¡Y tú! -dijo dirigiéndose a Ana, que no dejaba de llorar; estaba aterrada- ¡Eres una puta! ¡Una golfa! ¡Una ramera! ¡¿Pero, has visto cómo estabas?! ¡Abierta de piernas como una cualquiera! ¡En mi propia casa! ¡Y con tu hermano!

Aquello empezaba a resultar repetitivo…

-Para empezar, no os quiero a ninguno de los dos en esta casa. Para mí, se acabó, cómo si no fuerais mis hijos. Ahora mismo cogéis vuestras cosas y largo. No os quiero volver a ver.

-¿Y dónde vamos a ir? -Se me ocurrió preguntar- No tenemos dinero ni nada, no vamos a dormir en la calle…

-Haberlo pensado antes, degenerados, que eso es lo que sois, ¡unos degenerados!

Ni mi madre ni Ana decían una palabra, y yo veía el futuro más negro que el sobaco de un grajo… Me armé de valor…

-Mira papá, no sé cómo ha podido pasar pero Ana no tiene la culpa… He sido yo el que la he seducido, ella no quería… Lo malo es que, además, está embarazada…

¡Toma ya! ¡Lo había soltado!

El grito que dieron mis padres debió de oírse en todo Madrid. Ana me miró con cara de espanto y se puso a llorar todavía más.

-¡¡¡¿Pero estáis locos?!!! ¡¡¡Embarazada!!!

Se le hincharon las venas del cuello y parecía que los ojos se le salían de sus órbitas. Cayó desencajado sobre un sillón tapándose la cara con las manos… Mi madre me echó una mirada asesina…

-¡Como le pase algo a tu padre, te mato!

¡Coño! Aquí todo dios nos quería matar. Y todavía faltaban mis hermanas mayores. A lo mejor ellas también se apuntaban… y sus novios y los pequeños y nuestros tíos… ¡Hala! ¡Todos a hostias con nosotros!

Estaba ya delirando. No sabía si quedarme en esa habitación o salir pitando… Mi padre se recuperaba, respiraba fatigosamente…

-Iros a vuestra habitación. Ya hablaremos mañana. Vuestra madre y yo tenemos que pensar que hacemos con vosotros. -Dijo mi padre con voz agotada.

Salimos Ana y yo disparados a nuestros cuartos… En mitad de la escalera la sujeté un momento y le di un beso en la boca, sólo para darle ánimos. Me devolvió una bofetada… Aquí le iba tomando gusto todo el mundo a mi cara.

-¿Estás gilipollas? ¡Después de lo que ha pasado! -No dijo nada más y entró corriendo en su habitación, dirigiéndome yo a la mía. Allí estaba mi hermano pequeño, Pablo, con el que compartía el cuarto.

-Desde luego Chema, sois gilipollas. ¡A quién se le ocurre! ¡Con Ana y encima en casa!

-Mira enano, deja de darme lecciones que no estoy de humor…

-Es como si yo me pongo a follar con Isabel… ¡Imagina la cara que pondrías! Además, que no sé cómo te puede gustar tu propia hermana…

Isabel era nuestra hermana pequeña, infantil pero ya bastante mona. Al ser la menor de todos era la más mimada.

Pasé una noche infernal, sin pegar ojo, con pesadillas horribles sobre nuestro futuro… Supongo que Ana estaría igual que yo, pero no me atreví a ir a su cuarto. Ahora pienso cómo debían estar mis padres… Pobres… ¡Qué disgusto! Si me pasara a mí, no sé si sería capaz de entenderlo. Encontrarte a tus hijos follando en el salón de tu casa… Es como para que te dé un patatús.

A la mañana siguiente, temprano, mis padres nos volvieron a llamar a su despacho, tenían algo que decirnos… Entramos Ana y yo, acojonados, con la cara horrible de haber dormido fatal.

Allí estaban todos, mis padres, Laura y Sandra, mis hermanas mayores, Pablo e Isabel. Parecía un tribunal y nosotros los reos… Solo faltaban las chicas de servicio para estar al completo.

Mi padre se levantó y nos miró largamente, sin decir nada. No tenía la cara de rabia del día anterior, pero estaba serio… Muy serio.

-Chema, Ana… el disgusto que nos habéis dado a todos no se nos va a olvidar en la vida… Por más que lo hemos pensado, vuestra madre y yo, no hemos sido capaces de entenderlo… Pero hemos de rendirnos a la evidencia.

Si estáis esperando un niño es que la cosa es más seria de lo que nos podíamos imaginar. O es que sois idiotas de remate…

Hablaba de forma sosegada pero cargada de tensión. Los demás nos miraban en silencio…

-Nuestra primera idea, Chema, es que te vayas, que te vayas a estudiar fuera. Te mandaremos a una universidad lo más lejos posible de aquí. Y si es al extranjero, mejor, aunque será más difícil. Tú, Ana, tienes que terminar el colegio y examinarte de selectividad. Lo malo es que así no puedes volver por lo que irás a un instituto público, allí pasarás más desapercibida. Con respecto al niño, cuando des a luz, nosotros nos haremos cargo de él, como otro hermano más. Eso de cara a los demás, porque en casa le cuidarás tú, así que olvídate de salir por ahí. –Calló un momento, mirándonos a los dos…- Bueno, ¿No tenéis nada que decir?

Yo estaba anonadado ¡Separarme de Ana…! ¡Qué putada! Ella tenía la cabeza gacha y no decía nada. ¡Qué iba a decir! En mi casa siempre se hacía lo que decía mi padre. Lo que me daba cierta rabia era no saber si a mi hermana le sentaría igual de mal que a mí la separación. Me quedé sin saberlo…

Rápidamente se hicieron los preparativos de traslado, etc… Yo no podía irme todavía, por estar a mediados de curso, pero a Ana la cambiaron al instituto inmediatamente y la mandaron a vivir a casa de una hermana de mi madre, soltera, a fin de que no estuviéramos juntos nunca.

Se me hizo insoportable, no podía hablar con ella ni por teléfono, no podía verla, no podía sentirla… ¿Se puede ser más desgraciado?

No sé ni cómo aprobé el curso, supongo que por tener a mi padre encima todo el día, así que me matricularon en la universidad más lejana que encontraron, la de "La Laguna" de Santa Cruz de Tenerife, en Canarias. Lo dicho, más lejos imposible.

¡Qué años pasé! En todo ese tiempo sólo pude volver a casa las navidades del año siguiente y ni siquiera me dejaron verla. Eso sí, conocí a mi hija, si verla durante un minuto escaso es conocerla…

¡Qué preciosidad! Se parecía a su madre y me emocioné tanto que se me saltaron las lágrimas. Pero ya digo que solo la vi un minuto. Fueron unas navidades bastante desagradables, todo el mundo tenso y con actitudes forzadas, incluso mis hermanos… Decidí que no merecía la pena volver.

Me marché sin haber cumplido mi sueño de estar con Ana. Sabía que estaba bien por las cartas o llamadas de mis hermanas mayores o de mi madre, pero no me comentaban nada más. Ella nunca contestó a las que yo le escribí y jamás se puso al teléfono; poco a poco fui dejando de hacerlo. Supongo que había censura por parte de mi familia y no llegó a recibirlas, porque pensar que no quería se me hacía difícil de tragar.

Pero el tiempo lo cura todo… A mí me curó la amargura y el despecho pero no me hizo olvidar a mi hermana. Me juré a mí mismo que no estaría con ninguna otra mujer y que, algún día, volveríamos a estar juntos, sin embargo, cada vez lo veía más lejano, algo inalcanzable… Pasó a ser un sueño de juventud que dejó de atormentarme para convertirse en un dulce recuerdo.

Me centré solo en estudiar, acabar la carrera y preparar el MIR, seis años y, realizar la residencia, otros tres años más. A pesar de que siempre hubo oportunidades con otras mujeres, nunca las aproveché, no me interesaban, me había convertido en un hombre frío, serio y nada simpático con el sexo femenino.

Habían pasado nueve años desde que me fui de casa… ¡Nueve años! Se dice pronto… y hacía ocho que no había ido por la península. Cuantas cosas habrían pasado… ¿Y mi hija? Debía de haber cumplido ya siete añazos.

Estaría hecha toda una mujercita, pero sólo tenía de ella una foto que me habían mandado por carta hacía un par de años…

Aprobé las oposiciones a la Seguridad Social con muy buena nota y pude elegir destino… Decidí volver a Madrid. A pesar de que Tenerife es precioso, estaba un poco saturado de la isla, como si tuviera claustrofobia.

De todo esto en mi casa no sabían nada, ya era hora de tomar mis propias decisiones…

Alquilé un pisito en la capital y tomé posesión de mi puesto en un hospital como ginecólogo adjunto. Varios días después de mi llegada me decidí, me fui a casa de mis padres a visitar a mi familia. Iba con sentimientos contradictorios… No sabía lo que me podía encontrar… Por un lado me hacía mucha ilusión ver a mis hermanos, a mi madre y, a pesar de todo, también a mi padre, pero no sabía cómo me iban a recibir. De repente me di cuenta de que sería un extraño en esa casa, mi hija ni me conocía y, lo que es peor, yo no tenía un sentimiento de paternidad muy arraigado y ¿Estaría Ana? ¿Cómo reaccionaría al verme? Pronto lo averiguaría…

Toqué el timbre de la puerta y esperé… Salió a abrir una chica de servicio que no conocía ¡Empezamos bien!

-¿Si? ¿Qué desea? -¡Joder! ¿Qué le decía yo a la tía esta? ¿Le digo que soy el señorito Chema? ¿Y si no le han hablado siquiera de mí?

-Soy un antiguo amigo de la familia. ¿Están los señores? -Me pareció una salida airosa. Si no estaban, ya volvería otro día sin que supieran que había pasado por allí.

-Está la señora. ¿A quién debo anunciar? -¡Coño! ¡Esta tía era de lo más remilgado!

-Soy el Dr. Salcedo. -Mentí como un bellaco, en lo de Salcedo ya que Dr. sí que era…

-Pase, por favor, la señora está en el salón.

Me fui tras ella al cuarto de estar. ¡Qué recuerdos me traía! En fin…, cuando entré vi a mi madre en el sofá viendo la televisión. Estaba sola.

-Señora -Dijo la doncella- Tiene visita, el Dr. Salcedo.

Mi madre se giró a ver quién era.

-Hola mamá. Cuánto tiempo ¿verdad? -Me acerqué a ella para darle un beso.

-¡Chema! -Me miró con cara de asombro. Reconozco que físicamente había cambiado mucho y estaba irreconocible. Soy de ese tipo de gente, de rasgos poco marcados, a las que cualquier tipo de cambio las hace irreconocibles…

Me había dejado barba, tenía el pelo largo recogido en una coleta y llevaba gafas, vestido con traje de chaqueta y corbata. No me parecía nada a aquel chico que se había visto obligado a dejar su casa con diecinueve años.

-¡Hijo, cómo has cambiado! ¡Si eres todo un hombre! Ven, siéntate aquí conmigo. ¿Quieres tomar algo?

Apenas me puso la mejilla para recibir el beso, ni abrazo ni nada…

-Me tomaré un whisky, si no te importa. Solo, sin agua ni hielo. -Me gusta así el whisky, pero también era en memoria del día de las bofetadas de mi padre y para aguantar la mala hostia que se me había puesto con el recibimiento de mamá.

-Juani -Se dirigió a la chica de servicio- Haga el favor de servir al señorito y traiga café para mí.

-Si señora -La pobre debía de estar alucinando.

-Bueno, cuéntame cómo te van las cosas. ¿Cómo es que estás aquí? -Me dijo mi madre. Yo mantuve una actitud un tanto fría, ya no era el hijo cariñoso de hacía unos años. Su actitud tampoco estaba siendo como para echar cohetes, cualquiera diría que no me había visto en tantos años…

-Pues nada mamá, ya sabes que acabé la carrera ¿No? -Mi tono intentaba ser irónico- Me especialicé en tocología y ginecología. Ahora trabajo en un hospital de la Seguridad Social y a lo mejor pongo una consulta privada. Depende de cómo me vaya.

Parecía que se lo estaba contando a una desconocida. ¡Tener que decirle yo a mi madre lo que había estudiado o dejado de estudiar! ¡Era de locos!

-Bueno, y los demás? ¿Qué tal papá? -No quería pronunciar el nombre de Ana.

La doncella trajo el whisky y el café. Como mi padre, me tomé el primero de un trago, uno doble, y me serví el segundo, doble también. Al verme beber así mi madre me miró con recelo…

-¿Sueles beber mucho? -Me preguntó con cierto reproche.

-De vez en cuando. No suelo tener muchas cosas que hacer aparte de salir a tomar unas copas. Eso cuando no estoy en el hospital. -Contesté lo más fríamente posible.

Mi madre estaba tensa y pronto descubrí porqué. Yo estaba sentado en un butacón mirando hacia la puerta y entonces la vi. Me quedé alucinado. ¡Qué guapa estaba! Mi hermana Ana se había convertido en una mujer de bandera, con el pelo moreno, suelto y ondulado, los mismos ojazos, pero más madura, conservando cierto aire de ingenuidad en la mirada. Al entrar en la habitación me parecía que entraba una diosa… Todos los recuerdos, sueños y anhelos volvieron de repente.

-Mamá ¿Has visto a la niña? No sé dónde se ha metido esta cría. Ah, tienes visita…

-Si -dijo mi madre- ¿No vas a saludar?

-Sí, claro… -Se acercó a mí a darme dos besos en las mejillas. Me levanté…

-Hola, buenas tardes. Soy Ana… -Evidentemente no me reconoció…

-Hola Ana. Estás guapísima -Dije, de forma bastante protocolaria. Tenía un nudo en la garganta que apenas me dejaba hablar.

Me miró con cara de extrañeza que pasó a ser de sorpresa inmediatamente, casi de susto…

-¡Chema! ¡Eres Chema!

-Si Ana ¿No te alegras de verme? -Parecía que había visto un fantasma.

-¡Claro! ¡Cómo has cambiado! Es que… ¡No sé! ¡Qué sorpresa!

Mi madre le echó una mirada de advertencia, en el fondo las cosas no habían cambiado tanto para ellos; sin embargo, para mí sí, venía dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva, incluso a pedir perdón e intentar volver a ser la familia de antes, a olvidarme de Ana, en el plano sexual se entiende… Pero no me lo iban a poner fácil.

Ana entendió el aviso silencioso de mi madre y se separó de mí rápidamente.

-Bueno… Perdona Chema, te tengo que dejar, estoy buscando a la niña que no sé por dónde anda.

-Se la ha llevado tu hermana Sandra al cine a ver la última película de Walt Disney. Deben estar a punto de salir ¿Por qué no vas a recogerlas en el coche?

-Sí, claro mamá. Bueno Chema, me voy. Ya nos veremos ¿No? -Estaba nerviosa, no sé si desando irse por ella misma o por culpa de mi madre. Me fastidiaba sobremanera que siguieran separándome de ella y de mi hija y estuve a punto de decir algo de mala leche. A fin de cuentas era su padre aunque no la hubiera reconocido o, mejor dicho, no me hubiesen dejado reconocerla. No me habían dicho ni su nombre. Me contuve a duras penas…

Ana se fue y yo me quedé con mi madre, un tanto a disgusto. Me contó algunas cosas de mis hermanos; Laura, la mayor, se había casado, naturalmente no fui a la boda, Sandra seguía soltera, solterona diría yo, desde hacía tiempo no tenía novio. Los pequeños, Pablo e Isabel estaban en la universidad y pronto acabarían la carrera. De Ana no me comentó absolutamente nada.

También me dijo que mi padre estaba muy orgulloso de mí, de lo responsable que había demostrado ser a pesar de todo.

¡Qué cinismo! Pensé. Mi me habían dejado pisar mi casa en nueve años. Me levanté para despedirme, no aguantaba más tiempo la situación. Mi madre se mostró aliviada y eso me cabreó más. ¡Dios mío! ¡Y era mi madre!

Salí de la casa hecho polvo. Quizá esperaba un recibimiento tipo "la vuelta del hijo pródigo", no sé… algo más efusivo desde luego, no la frialdad con que me había encontrado. Ni siquiera mi amada Ana había demostrado demasiada alegría por mi vuelta. ¡Qué asco de familia! ¡Por mi parte, les iban a dar por culo a todos!

Estuve dando vueltas sin rumbo fijo durante un buen rato, me sentía desgraciado… como el patito feo, sin familia ni nada… ¡Mierda de vida!

Pasaron los días, me iba habituando a mi nueva casa, a mi trabajo, a las guardias en el hospital… Intenté contactar con antiguos amigos pero todos me contestaban con evasivas, parecía un apestado. Algo debían de haberles contado para que me trataran así, pero no supe el qué.

Salía solo o con algún compañero del hospital, siempre a beber como cosacos y, de vez en cuando, me tiraba a alguna enfermera o a alguna residente facilona. ¿Por qué tenía que seguir guardando ausencias a Ana? Que se fuera al carajo

Un par de meses después, estando solo en casa, dando buena cuenta de una botella de Ballantines, llamaron a la puerta. ¿Quién sería? Quizá alguna de mis ligues del hospital con ganas de echar un polvo… Pues no estaba muy por la labor, le diría que hoy no me apetecía quedar…

Abrí la puerta y me llevé una sorpresa mayúscula

-¡Ana! -Allí estaba, preciosa, como siempre, con el pelo recogido, sin embargo tenía los ojos rojos de haber llorado mucho. Llevaba un par de maletas en la mano. No supe reaccionar… Me había quedado de piedra

-Hola Chema. ¿Puedo pasar?

-Claro, claro, pasa -Me hice a un lado y cogí sus maletas; entró en casa y se sentó en el sofá del cuarto de estar, yo detrás de ella sin salir de mi sorpresa. Esperé a que mi hermana me contara lo que pasaba

La miré con interrogación. ¿Qué se estaba proponiendo? Me senté en otra butaca, no quería estar demasiado cerca de ella, me serví otra copa y le ofrecí algo de beber…

-Sí, gracias -Me contestó- Ponme un whisky con cola, si tienes.

Fui a la cocina a por un vaso, la cola y hielo. Me tenía en ascuas

-Bueno, ya me dirás que haces aquí y cómo me has encontrado. Esta dirección no la sabe nadie…

-Me la dieron en el hospital. Estuve llamando a todos los hospitales a ver en cual trabajabas. Luego tuve que convencerles de que era tu hermana y que era importante.

-Bien, vale ¿Y a qué has venido? -El tema de las maletas ya me estaba indicando algo, pero quería que fuera ella la que dejara las cosas claras.

-Mira Chema, no aguantaba más. Tú no sabes lo que he pasado. Me han hecho la vida imposible todos estos años. Desde que nació nuestra hija no he podido ni salir, solo para ir a la facultad, pero luego a casa a cuidar de ella.

Cuando acabé la carrera y me puse a trabajar, tampoco me dejaban; en cuanto insinuaba que me iba de casa y me llevaba a la niña, curiosamente me echaban del trabajo. Ya sabes cómo es papá… ¡Ojalá me hubieran mandado fuera como a ti! No has tenido que soportar sus reproches año tras año… Si no hubiera sido por la niña, no sé qué habría pasado…

Le volvían a aparecer lágrimas en los ojos. Verdaderamente tenía que haberlo pasado mal. En ese momento me sentía tremendamente egoísta, tenía razón en que yo no había pasado ese calvario

-Cuando viniste a casa el otro día, no sabes la que se armó después. -Continuó un poco más serena- En cuanto vino papá volvieron las amenazas. Que no se me ocurriera volver a verte, y yo por más que decía que no había sido culpa mía, nada, no me dejaban en paz. Me siguen tratando como cuando era una cría, tengo que pedir permiso hasta para respirar y siempre me chantajean con la niña ¡No puedo más!

-Venga, venga… No te preocupes. Aquí puedes estar el tiempo que quieras, ya lo sabes. De aquí no te pueden echar. ¿Y la niña? ¿Dónde la has dejado?

-Está con Sandra. Se porta fenomenal con Anita y conmigo, es la única que siempre me ha ayudado.

Me senté en el sofá al lado de Ana, le pasé un brazo por los hombros y la atraje hacia mí. Era un gesto idéntico al de hacía nueve años… la levanté la cara por la barbilla y le di un beso en los labios. Me abrazó por el cuello, muy fuerte, correspondiendo al beso introduciendo la lengua hasta mi campanilla. Después de lo que me parecieron horas, separó sus labios de los míos y me miró con amor y deseo.

-Si supieras lo que te he echado de menos Chema…

-No creo que tanto como yo a ti.

Levantándome del sofá, la cogí de la mano y me encaminé hacia mi habitación.

Ya era hora de hacer las cosas bien. Se dejó llevar dócilmente. La tumbé en la cama y me quedé admirando su figura… Llevaba un niki de manga corta, pantalones vaqueros y calzada con zapatillas toreras.

Me incliné sobre ella y nos volvimos a besar con pasión, me tumbé de costado pegado a Ana y metí la mano debajo del polo… ¡Ah, qué tetas! Ya no eran las de sus diecisiete años pero seguían bastante firmes, más grandes, más maduras, intentaba mirarlas a través de su sujetador. Incorporándola un poco le quité el niki y volví a tumbarla. Le mordía los labios suavemente mientras acariciaba y amasaba sus pechos. Metí la mano dentro de las copas del sostén para liberarlos, jugué con sus pezones, mucho más grandes que antes, con más capacidad de excitación. Se hincharon y endurecieron con mis caricias, Ana me acariciaba el pelo empezando a gemir quedamente… Bajé mi boca hacia ellos dejando un reguero de saliva por el camino y los fui lamiendo alternativamente a la vez que seguía sobándolos con la mano.

Desabroché el botón de su pantalón y los botones de la bragueta, acariciando su vientre hasta el límite del elástico de sus bragas. Me introduje tocando su pubis por debajo de la ropa interior, jugando con sus vellos, sin avanzar, haciendo que me deseara…

Mi polla reaccionaba a marchas forzadas y el empalme me hacía daño dentro de mis vaqueros, mi hermana me tocaba por encima sin atreverse a desabrocharlos.

Metí más la mano entre sus piernas sin dejar de chupar y morder sus tetas, llegué hasta sus labios vaginales, aún cerrados pero destilando humedad. No me costó nada abrirlos con los dedos, lo estaba deseando e introduje el dedo corazón en su coño. ¡Qué suave estaba! Esponjosa, lubricada… Llegué a tocarle el cuello de la matriz, me dediqué a hacerle círculos alrededor y jadeó con mayor fuerza.

Cambié de postura, situándome entre sus piernas para poder quitarle el pantalón, se lo fui bajando, poco a poco, mientras iba besando y mordiendo el interior de sus muslos. Levantó el culo para facilitarme la tarea y se los saqué rápidamente. Hice el camino inverso con la boca a lo largo de sus piernas hasta llegar a ansiado objetivo, me entretuve en sus ingles sin llegar a tocar el ansiado fruto, excitándola todo lo posible…

-Chema, por favor… Por favor…

La tenía a punto de caramelo, ella abría y recogía las piernas ofreciéndome su tesoro, me entretuve un ratito más, haciéndola sufrir, antes de atacar. Me tumbé entre sus piernas para tener un mejor acceso y metí la lengua entre su raja, pasándola de abajo hacia arriba hasta el clítoris, sin llegar a tocarlo. Jugué un ratito a la entrada de la vagina, saboreando su flujo, bajando posteriormente hacia su ano, de un color pardo clarito. Estuve intentando introducirle un poquito la lengua, levantaba las caderas para facilitarme la tarea, jadeaba cada vez más fuerte…

Volví a subir, a meter la lengua en su cueva todo lo que me daba de sí, ella movía la pelvis de forma enloquecedora y me agarraba fuerte del pelo. No pude aguantar más, cogí su hinchado botón con los labios y chupé… chupé fuerte mientras lo restregaba entre la lengua y los dientes, haciendo presión con toda la cara en su entrepierna.

Gimió con su orgasmo, un gemido prolongado, con los dientes apretados para después jadear con la boca abierta. Tiró de mí hacia arriba, me situó encima de ella y me besó en los labios con muchísima pasión, restregando su boca contra la mía, metiéndome la lengua hasta el fondo, mordiéndome los labios, abrazándome con brazos y piernas.

Me quitó la camiseta que tenía puesta con movimientos bruscos. Dándose la vuelta me quitó los pantalones y calzoncillos con manos febriles, liberando por fin mi polla a punto de reventar. ¡Que gusto! ¡Me la estaba destrozando dentro del pantalón! Se lanzó a por ella con ansia, introduciéndosela en la boca todo lo que pudo, chupando el glande, jugueteando con su lengua alrededor de él. No la dejé continuar… Si seguía me iba a correr enseguida y yo quería otra cosa… Entendió al instante, se irguió colocándose encima de mí, cogió la polla con una mano y la apuntó directa a su agujero. Se fue dejando caer encima con un suspiro de satisfacción… hasta el fondo, hasta que no cupo más. Se mantenía derecha apoyando las manos en mi pecho, seguía con el sujetador puesto pero con las tetas fuera, la imagen misma del erotismo. Se movía de atrás hacia delante, en círculos, utilizando solo las caderas. De vez en cuando se tumbaba, con lo que yo aprovechaba para realizar un mete saca rápido y volvía a incorporarse, a realizar aquellos movimientos de pelvis frotando su clítoris contra mi pubis. Me sonreía, tenía la cara muy roja y resoplaba.

Mientras acariciaba sus tetas iba notando que ya no podía más, no iba a tardar nada en correrme y no quería hacerlo dentro. Empezó a moverse más rápido, también ella debía de estar a punto… Quise levantarla pero no me dejó, se apretó fuerte contra mí y mis chorros de leche inundaron su interior. Allí iban nueve años de deseo… dejé escapar un gemido y empujé con las caderas hacia arriba, cada vez con más fuerza… Ana aceleró y en un par de minutos tuvo un orgasmo monumental, con todo mi semen dentro, me clavó las uñas en la espalda y me mordió un labio ¡Qué daño!

Fue relajando el ritmo y se quedó quieta, encima de mí, con la cara entre el cuello y el hombro, recuperando la respiración. Se izó y me dedicó una sonrisa radiante, correspondida por mí. Seguía con la polla dentro del coño y ella hacía pequeñas contracciones vaginales mientras se iba poniendo blandengue. No dejó que ocurriera… siguió con ello hasta que me fui recuperando. No tenía demasiada experiencia pero ninguna chica me había hecho esto nunca. Estaba en la gloria…

Ahora, con más calma, se levantó para hacerme una mamada en condiciones. Se introdujo el nabo en la boca y lo fue chupando, limpiando los restos de nuestras corridas. Hacía intentos de metérselo hasta el fondo, pero le daban arcadas, así que se dedicó a chupar y lamer el glande, dándome toquecitos con la lengua en la parte inferior. La fui girando para poder comerme su coño a gusto, la puse encima de mí, y ataqué sus labios y clítoris con fruición, intentando sacarle otro orgasmo. Metí un dedo en la vagina para lubricarlo y se lo empecé a introducir en el culo. Lo tenía muy estrechito, no parecía que lo hubiera usado nadie… fui apretando con cuidado, no quería hacerla daño. Lo sacaba, lo volvía a lubricar y vuelta a intentarlo, poco a poco. En un momento lo tuve entero dentro, jugaba con él, hacía círculos y un mete saca cada vez más rápido. Se movía tanto encima de mi cara que, a veces, me ahogaba. Entonces la empujaba un poco hacia arriba para poder respirar.

Cada vez estaba más descontrolada, se movía más rápido y dejaba, durante unos momentos, de chuparme la polla. Notaba como llegaba su nuevo orgasmo, se veía venir… Con un dedo en el culo y el clítoris entre mis labios se corrió como una loca, gritando de placer, llenándome la cara con sus flujos y restos de mi leche…

Cuando se relajó un poco la puse a cuatro patas, no sé si intuía lo que pretendía hacer pero colaboró sin problemas. Me llené la polla de saliva así como su ano, la apoyé en la entrada y empujé… Lo tenía un poco dilatado por el dedo pero no tanto como para permitir el paso a la primera.

-Chema, ten cuidado, por favor, ten cuidado…

-Si cariño, no te preocupes…

Volví a la carga, muy despacio, con una paciencia infinita… Me hubiera cortado yo mismo el rabo si le hacía daño pero quería poseerla por todos lados. Era superior a mí, la demostración de lo que la había necesitado y la venganza perfecta contra mis padres. Al pensar en ellos me entró la rabia y empuje con fuerza, hasta el fondo, como si fuera a ellos a quien sodomizara.

Ana dio un grito enorme y me sentí culpable…

-¡Cabrón, me has hecho polvo!

-Perdona, perdona. No sé qué me ha pasado… Aguanta un poco, anda…

Me quedé quieto, con la polla dentro y frotándole el clítoris con los dedos.

Lógicamente se iba relajando, el masaje en el coño hacía que ella misma se empezara a mover, al principio despacio, para ir acelerando progresivamente… Yo sí que me iba a correr, no aguantaba, pero fue Ana la que se pegó la gran corrida, apretando el esfínter y haciéndome llegar a mí.

Descargué todo lo que me quedaba dentro suyo, mientras no dejaba de meterle dedos en la vagina a toda velocidad. Caímos derrengados en la cama y me quité de encima para no aplastarla. ¡Qué polvo! ¡El más maravilloso de mi vida!

Nos quedamos acostados, acariciándonos y dándonos, de vez en cuando, pequeños besos en los labios. No hablábamos, ensimismados en nuestros pensamientos, no veía tan claro que Ana y yo pudiéramos seguir con una relación estable, había muchos impedimentos, la niña, mis padres…

Ana se quedó conmigo pero sufría por no poder ver a su hija. Llamada todos los días al teléfono móvil de Sandra para hablar con ella, pero yo veía que lo estaba pasando mal. Insistí en que no podía volver a casa de mis padres, sería la victoria total de ellos, podrían, entonces, hacer de ella lo que quisieran y a mí no volvería a verme el pelo.

Me hizo caso pero tuve que soportar verla llorar cada día, también yo estaba a punto de claudicar… Pero, oh sorpresa…

Casi un mes después vinieron mis padres a mi casa. Ana casi se muere del susto, pero venían en son de paz. No querían separar a la niña de su madre, la pobre cría debía de estar pasándolo fatal. A fin de cuentas la querían mucho… Insistieron a mi hermana para que volviera con ellos, pero ahora era yo el que no quería perdonar, no sólo por mí sino por lo que le habían hecho a ella.

Tras mucha discusión acabó por imponerse un poco de juicio y accedieron (no les quedaba más remedio) a que las dos, madre e hija vinieran a vivir conmigo. Como concesión, llevaríamos todos los fines de semana a la niña a ver a sus abuelos. Yo, sintiéndolo muchísimo, apenas aparezco por su casa.

Hace casi un año que vivimos así, encantados de la vida. Anita (la niña) me empieza a llamar papá, aunque le ha costado, y eso irrita sobremanera a mis padres ¡Que se jodan!

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1 COMENTARIO

  1. muy bueno el relato y conozco un caso similar ella 20 y el 17,los dos estudiaron juntos medicina y se recibieron casi juntos.hoy tienen 73 y 70,y tuvieron seis hijos sin problemas.

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