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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 16)

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—Te aseguro que después del discurso que te has soltado, al emperador todavía le están dando aire: debe de estar cabreado de cojones, —dijo Ushlas mientras la ayudaba a quitarse el arnés místico. Una vez desnuda, la puso una batita corta de seda—. Me encanta como te queda esto: como se te marcan los pezones y los músculos.

—A mí lo que me encanta es lo fetichista que eres.

—Un día de estos, te voy a poner ligas y corsé, —dijo Ushlas riendo.

—Ni lo pienses.

—¿No te apostaras nada?

—¡Joder nena…! —no pudo seguir porque los labios de Ushlas no se lo permitieron. Se besaron mientras Matilda empezaba a desnudar a Ushlas, cuando llamaron a la puerta.

—Como sea A2 te juro que le corto… un circuito, —exclamó Ushlas recomponiéndose la ropa.

—El nunca llama: pasa directamente. Además, estamos en un hotel tía, no estamos en el Tharsis, —dijo Matilda riendo divertida—. Se te va la olla: que lo sepas.

—Voy a ver quien cojones es, —y mirándola con ojos felinos, añadió—. No te enfríes, que ahora vuelvo.

Salio al salón de la suite, abrió la puerta y desde el dormitorio, Matilda, la oyó hablar animadamente con alguien.

—¡Matilda, tienes visita! —gritó Ushlas desde el salón. Se anudó la bata y salio del dormitorio.

—¡General Hassard! —exclamó Matilda al ver al general sonriendo en medio del salón mientras abría sus acogedores brazos. Se aproximó a él y se fundió en un afectuoso abrazo—. Que alegría. ¿Cuánto hace que no nos veíamos? Un montón.

—Desde que salvaste mi viejo culo en Yenizze, —respondió el general, provocando las risas de los presentes—. Si no hubiera sido por ti, el hijo de puta de Rahoi todavía me estaría dando por él.

—Anda, anda, no exageres.

—Matilda, estás esplendida, eres tan preciosa como tu madre, y mira que eso es difícil. Y tu amor también, —dijo mirando a Ushlas—. Déjame presentarte a alguien que lleva tiempo dándome la tabarra para que os presente, —se volvió para tender la mano a su acompañante. Era una hembra humana y llevaba uniforme de oficial de estado mayor de la División de Inteligencia Federal—. Te presento a mi ayudante, la teniente comandante Nicci.

Matilda se aproximó, y mientras esta intentaba saludarla militarmente, la dio dos besos.

—¿Eres de Nueva Italia? —preguntó amigablemente.

—Si, mi señora, de Nova Florencia, —se sentaron y comenzaron a charlar de forma animada sobre las maravillas italianas. Finalmente, Hassard entró en materia.

—Mira Matilda, tus victorias en Karahoz e Hirios 5, unido a la muerte del mariscal Rahoi, ha enloquecido a una parte de los miembros del Consejo Federal. Todos quieren apuntarse algún merito cuando todo el merito es tuyo y de tu gente.

—Son políticos, —intervino Nicci—. Y no hay nada más despreciable que ellos. Salvo el emperador, por supuesto.

—Los políticos son un mal necesario, no lo olvides, —la reprendió amigablemente, y mirando a Hassard añadió encogiéndose de hombros—. Mi general, que se apunten lo que quieran: me la pela.

—Eso ya lo sé, hijita. El problema no es ese, —siguió el general—. El problema es que… digamos que se están metiendo en cuestiones que corresponden exclusivamente al Estado Mayor.

—¿Cómo es eso? Las funciones están perfectamente delimitadas.

—Ya lo sé, pero está ocurriendo. Están metiéndose en cuestiones estratégicas…

—¿Cómo? ¿Qué están metiendo las narices en la estrategia militar? —saltó Ushlas frunciendo el ceño—. ¡Es inadmisible! Los militares nunca nos hemos metido en las decisiones políticas, salvo Matilda que esta en los dos organismos, por su puesto en el Consejo de los Cinco.

—A la reunión de mañana, van a llevar una propuesta para ordenar a la flota atacar inmediatamente el sistema Evangelium, —intervino Nicci. Matilda la miró con cara de sorpresa—. De hecho, han empezado movilizar unidades. Según nuestros informes, están agrupando naves medias en 238359. Por fortuna el grupo de cruceros, y la mayor parte de las fragatas, permanecen leales al estado mayor.

—Si eso lo hiciéramos los militares, habría que oírles ladrar, —dijo Ushlas muy cabreada—. Estarían hablando de golpes de estado, traición a la democracia, y gilipolleces así. ¡Es inadmisible!

Matilda no intervenía en la conversación. Pensativa, intentaba asimilar con preocupación la información que la estaban proporcionando. Entonces, volvieron a llamar a la puerta. Ushlas se levantó a abrir y en la puerta aparecieron tres consejeros. Pasaron, y después de saludarse se sentaron también. Mientras lo hacían, volvieron a llamar a la puerta y entraron otros cuatro consejeros. Ushlas y Nicci estuvieron sacando sillas del dormitorio y de la terraza para que todos estuvieran sentados. Mientras tanto, Matilda seguía en silencio observando cómo se acomodan los recién llegados. Nuevamente llamaron a la puerta y esta vez tres altos mandos militares entraron en la habitación.

—No cierres Ushlas, que vienen más, —dijo el último que entró. Con Nicci, requisaron todas las sillas y sillones del pasillo del hotel. Finalmente, diecinueve consejeros y mandos militares, se amontonaban en el salón de la suite, produciendo un guirigay ensordecedor. Frente a ellos, Matilda, sentada, con su corta batita de seda, descalza, y muy seria, los miraba a todos.

—Caballeros, caballeros, —comenzó a decir levantando la mano con mucha calma, para que guardaran silencio—. Durante nuestra misión en el Sector Oscuro, he perdido el 28% de mis fuerzas, algunos, muy buenos amigos: gente a la que quería. Cuando se me encomendó la misión, hubo que sacrificar a cien mil soldados, y a toda la 3.ª Flota en Rulas 3, para sacar todas las naves de Numbar que allí había. Es cierto, hemos conseguido un triunfo muy importante, y lo último que esperaba encontrarme a mi regreso, ¡es ver al Consejo Federal convertido en un puto gallinero! Ahora voy a ponerme algo más apropiado. Cuando regrese, quiero las cosas muy claritas; principalmente, porque se ha dado orden a parte de la flota… a mis espaldas y a las del ejército, para que se reagrupe en 238359.

Matilda entró en el dormitorio, seguida por Ushlas y Nicci, que no podía disimular su cara de susto: nunca había visto a nadie hablar de esa manera a un grupo de poderosos consejeros federales. Matilda, en silencio, estuvo unos minutos meditando mientras paseaba por el dormitorio ante la atenta mirada de sus compañeras.

—Ushlas, llama inmediatamente a los consejeros de Mandoria, Tardania, Maradonia, y de Numbar por supuesto, y localiza también a mi hermano: que se presenten todos aquí, ya, —y volviéndose hacia Nicci la dijo—. Ayúdame a poderme el arnés místico.

Al rato, Ushlas regresó y la informó de que todos estaban avisados. Matilda ya estaba vestida y preguntó a Nicci.

—¿Por qué miras tanto mis cicatrices?

—Discúlpame: no quería incomodarte. No pensaba que tuvieras tantas. Eres un guerrero místico y se supone que tienes cierta protección…   

—Ojalá fuera como dices Nicci, pero cada vez me la estropean más esos cabrones, —la interrumpió Ushlas mientras la terminaba de ajustar en uniforme, y señalando hacia un armario, añadió—. Trae a Eskaldár. Que esos hijos de puta se enteren de quien es la que manda ¡joder!

—Tranquila mi amor.

—Es que me ponen de los nervios.

—¿Qué pasa hermanita? —preguntó Neerlhix entrando en el dormitorio, jovial como siempre—. ¿El Consejo Federal se reúne ahora en tu dormitorio? Menudas juergas te corres: a la próxima me apunto.

—Habla con el general Hassard, que te de la lista de todos los involucrados en este asunto. El mismo te pondrá al corriente de lo que pasa. Pero primero avisa a Ramírez: que baje el escuadrón armado y con ropa civil, y que controle los movimientos de todos los implicados. No quiero que ninguno escape a nuestro control. También ordena al Atami que, discretamente, recoja en Konark a la superiora, y algunas sacerdotisas del más alto nivel y las traiga aquí cagando hostias.

—Cuenta con ello, —contestó Neerlhix cambiando de actitud: se daba cuenta de que algo grave ocurría.

—¿Estás segura? —la preguntó Ushlas—. ¿Tan grave es?

—Cuando Hassard me lo contó no, pero cuando fueron entrando, mi sentido místico se ha disparado y eso solo ocurre si están contaminados.

Matilda salió al salón y se sentó en una silla, frente a ellos. Durante más de una hora escuchó las explicaciones de unos y otros, y el debate que se originó lleno de reproches entre políticos y militares. Finalmente, se levantó y se acercó al mapa holográfico que Nicci había desplegado a su espalda.

—El sistema Evangelium, es la encrucijada de toda la red de corredores subespaciales que recorren la galaxia y que conducen a los principales sistemas. El acceso principal está guardado, y muy bien, por el sistema de fortalezas orbitales Ahydin, con el apoyo de los dos únicos acorazados de que dispone la Frota Imperial. Frente a esos acorazados, solo podemos oponer el Tharsis, el Atami y el Hagi. En un ataque contra esas fortalezas, tendríamos que emplear a toda nuestra flota de cruceros pesados, y tengan la certeza que perderíamos dos de cada tres. En nuestra situación, esas perdidas no son asumibles: son inaceptables. Además, si lográramos hacernos con el control, el emperador focalizaría el objetivo, nos mandaría todo lo que tiene, y nos arrasaría, —volviéndose hacia un grupito de consejeros, continuo—. El intento que están haciendo algunos de ustedes para imponer la estrategia militar, contradice los acuerdos de Konark, y los pactos de fundación federal basados en ellos. Les recuerdo que, según estos, los guerreros del Primer Círculo, en concreto, cualquiera de los cinco componentes del Sagrado Consejo de los Cinco, actuaran de moderadores al estar presentes en los dos consejos: el político, y el militar y ostentan el mando supremo del último. Ustedes han maniobrado a mis espaldas, para imponer una estrategia militar que, a todas luces, es suicida. ¿Por qué? Podría decir que no lo sé, pero no lo voy a hacer. Mañana propondré al Consejo Federal que inicie una investigación exhaustiva sobre estos hechos, y exigiré, que una persona de mi confianza, Neerlhix, mi hermano, dirija las investigaciones. Por supuesto, también investigara como es posible que unidades navales, obedezcan ordenes directamente del Consejo sin pasar por el mando de la Flota, —Matilda miró detenidamente a los involucrados, que no sabían dónde meterse, ni a donde mirar—. En mi opinión, y así lo expondré en el Estado Mayor, tenemos que consolidar lo que hemos conseguido. Durante un año, actuaremos en acciones de guerrilla por toda la galaxia apoyando las protestas ciudadanas. Después, cuando la Princesa Súm este con nosotros, iniciaremos una ofensiva general contra el Sector 1. Eso obligara al emperador a replegar la mayor parte de su flota hacia Axos, la capital imperial, para protegerla. Desde allí, posteriormente, podremos atacar los sectores circundantes, y partir de ahí, ya veremos. Pero antes, estos planes de guerra se discutirán en el Estado Mayor del Ejército, como es preceptivo, y posteriormente haremos la propuesta al Consejo Federal.

Matilda dio por concluida la reunión y Ushlas echó a todos los políticos, salvo a los que había llamado Matilda y a los miembros del Estado Mayor.

—Matilda, atacar el Sector 1 es más suicida, y más descabellado si cabe, que atacar Evangelium, —dijo uno de los almirantes, cuando todos los demás habían salido de la suite.

—Lo sé almirante, lo sé, —respondió Matilda con una sonrisa mientras le apretaba el brazo en un gesto afectuoso—. No puedo revelar nuestra estrategia al emperador.

—¿Estás segura de que el emperador…?

—No quiero que esto salga de aquí: he percibido su impronta en cinco de ellos. He mandado avisar a la reverenda superiora de Konark. Ella nos ayudara a desenmascararlos.

—¿Cuándo regresara la Princesa Súm? —preguntó el consejero de Mandoria.

—Dentro de diez meses. Mañana propondré al Estado Mayor que paralicemos todas las operaciones de envergadura hasta que ella regrese. Los astilleros de Raissa están a pleno rendimiento, después de ese plazo la Flota Federal será más fuerte.

—¿Y entonces Matilda?

—Entonces, en mi opinión, habría que atacar los sectores, 15, 17, 21, y 22, respondió ante el mapa—. Y desde ellos, a Evangelium.

Todos estuvieron de acuerdo y Matilda dio por concluida la reunión. Ushlas se encargó de ir echando a todos. El último en salir fue Hassard.

—Sé que nunca has querido tener un oficial de inteligencia en el Tharsis…

—Es para evitar tener que estrangular a alguno, cuando recibimos informes incorrectos, —interrumpió Matilda riendo.

—Lo siento mi señora, pero trabajamos en condiciones muy precarias, y en ocasiones no podemos contrastar la información, —alegó Nicci.

—Ahora es distinto, ahora hay mucho en juego, —dijo Hassard abrazándola—. Quiero que te quedes con la teniente Nicci como oficial de inteligencia, así tendrás una vía directa conmigo… o alguien a quien estrangular.

—¡Eso me tienta! Déjame que lo piense. Mañana en la reunión de Estado Mayor te contestó.

Hassard y Nicci se fueron y se quedaron solas. Las dos pasaron al dormitorio donde Ushlas ayudo a Matilda a quitarse el uniforme místico.

—Mi amor ¿Por qué es tan laborioso de quitar, o poner este uniforme? Tantas piezas independientes, tantas correitas.

—No sé, siempre ha sido así.

—Podríais cambiar el diseño, no sé, como un mono de trabajo, —Ushlas intentaba distraer a Matilda y liberarla de la tensión de la reunión—. Te metes dentro, subes la cremallera y listo.

—No seas payasa, —dijo Matilda riendo—. Mira, puedes hacer una cosa: cuando llegue la reverenda madre, se lo comentas.

—¡Una leche! Sabes que no le caigo bien a esa bruja.

—La verdad, nunca he entendido por qué. Con lo buena y simpática que es.

—¡Pues yo que sé! Porque soy azul, o porque me como el chochito de su pupila: de su niña bonita.

—Anda, anda, como eres.

—Venga Mati, si todo el mundo sabe que eres su ojito derecho.

—¡Joder!, pues en el monasterio me trataba como el ojo del culo.

—Anda, anda. Si besa por donde pisas, —y cuando la tuvo nuevamente desnuda, añadió—. Bueno ¿por dónde íbamos?

La besó y tirando de ella la llevó a la cama. La estuvo besando incansable mientras sus manos recorrían su cuerpo.

—¿Por qué yo estoy desnuda y tu no, mi amor? —preguntó Matilda entre beso y beso.

Ushlas se desnudó atropelladamente mientras seguía besuqueándola. Después sus manos se dedicaron a recorrer los perfilados músculos de Matilda.

—¿Sabes? Me ha puesto muy cachonda verte en plan machota, con esos cabrones.

—Ya lo estoy notando, —dijo mientras Ushlas se alojaba entre sus piernas, y su cola se movía en alto de un lado a otro.

—Baja la cola que me desconcentro, —dijo sin poder aguantar la risa.

—¿Qué te desconcentras con mi cola? Serás sinvergüenza.

Dos días después, la reverenda superiora de Konark, y cuatro de sus sacerdotisas llegaron a Raissa. Se reunieron con Matilda, que la puso al corriente de los últimos acontecimientos, y visitaron la tumba del conde Nirlon.

—Hija mía, —dijo la superiora—. Aún no me puedo creer que se hiciera el Phom Madóx y que se completara la trasferencia. Es una noticia importantísima hijita. Por fin dejaras de estar sola frente al traidor. La única pega es que este formándose en…

—Reverenda madre fue decisión mía, —la interrumpió Matilda cogiéndola del brazo—. Sin las naves de Numbar, el emperador no la puede alcanzar allí. Los ejércitos de dos buenos amigos la protegen. El emperador sabe lo que se juega, y si la hubiera traído a Konark, podría haber movilizado a toda su flota y arrasar el sector.

—Si, si, lo sé hijita. Son tonterías de vieja: me hubiera gustado formarla como te formé a ti.

—¿Y hacérselas pasar moradas como me lo hiciste pasar a mí? —preguntó riendo mientras la hacia cosquillas. Las dos se abrazaron y entonces Matilda añadió—. Te prometo, que cuando regrese, el primer sitio donde ira es a Konark.

Durante la semana siguiente, la superiora y sus sacerdotisas, desenmascararon a todos los traidores, en total once. Desde que empezó la guerra, había sido el intento más peligroso llevado a cabo por el emperador. Se acordó, que periódicamente, las sacerdotisas del Konark evaluarían a todos los miembros del Consejo y del Estado Mayor.

Durante los meses siguientes, las fuerzas federales, llevaron a cabo un trabajo de contención con la flota imperial, y siempre que fue posible, de apoyo a las distintas insurrecciones, cada vez más frecuentes. El trabajo desarrollado por el general Hassard y su servicio secreto estaba dando resultados, y el emperador se veía obligado a acudir a decenas de sistemas a apagar los incendios. La teniente Nicci, ocupó definitivamente un puesto entre los oficiales mayores de la Tharsis y demostró a Matilda que merecía el puesto.

Así las cosas, el tiempo seguía descontando el regreso de la Princesa Súm al sector 23. Ya quedaba poco, para que Matilda y Eskaldár, dejaran de combatir solas.

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