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Sombras de un diario (II Parte)

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SOMBRAS DE UN DIARIO.

Capítulo III.

21/12/2020.

No tengo buenas nuevas, apenas puedo escribir, y mis energías se están extinguiendo. Pelusa se me está apagando. Ya no estoy en el edificio, tuve que salir de allí.

Ahora escribo desde el suelo, con la tierra que me sirve de colchón. Estoy escondido en una pequeña cueva dónde apenas puedo entrar, parece ser la madriguera de algún animal. “Ellos” me están buscando, solo espero que no den conmigo. 

Estos fueron los eventos que me llevaron hasta aquí:

El día 19/12/2020, luego de haber tenido otro agradable y profundo descanso, cuando empezaba a rayar el alba, sentí ligeros chillidos de Pelusa, no me quería despertar, supuse que él solo quería desayunar. “Diez minutos más amigo”, le dije y luego me volteé en el colchón, enrollándome más en mi cobija, él dormía a mi lado, a la altura de mi cabeza, metido en su pequeño koala que le brinda calor durante el frío de la noche. Quizás pasaron dos minutos, tal vez menos, lo cierto es que tenía el frío cañón de un revólver “38” puesto en mi mejilla y una voz de mujer que me dijo “levántate”. Abrí los ojos y me giré para ver quién era. 

Quién me apuntaba era una mujer, llevaba jeans recortados a la altura de sus rodillas, el color de sus piernas era moreno como la canela, y pude distinguir que su piel estaba limpia, había finos vellos en sus piernas. Tenía una gastada franela deportiva de un equipo de fútbol y su rostro estaba parcialmente tapado por un pañuelo que le llegaba hasta la nariz, sus ojos eran hermosos, de un marrón claro como dulce miel que destila dentro de una colmena. Llevaba mucho tiempo sin ver a una mujer, tanto era mi embelesamiento que su arma no me asustaba.

Pude salir de ese estado emocional, gracias a una fuerte patada que recibí en mis costillas derechas, el golpe me privó de aire por unos segundos. Era otra persona, un hombre, el cual llevaba una braga roja y muy corroída, tenía las siglas de alguna empresa en la parte superior de esta. También me apuntaba con un arma, una larga escopeta de un tiro, de esas que se usan para cazar aves. “¡Te dijeron que te levantaras!”, gruñó el hombre, su rostro estaba cubierto por una vieja máscara de gas, de esas tal vez de la Segunda Guerra Mundial, lo que lo hacía aterrador. Tomé a Pelusa y me levanté, empezaba a aterrarme, “estoy muerto”, dije para mis adentros. Al pararme me fijé que la puerta de la azotea no había sido violentada. Aun no sé por dónde carajo entraron.

—Vacía esa mochila—me ordenó el hombre de la máscara, que era tan alto como yo—. Y deja esa maldita rata en el piso.

Hice caso, coloqué a Pelusa en el piso y vacié todo el contenido de la mochila. La mujer empezó a hurgar entre mis cosas de la manera menos delicada.

— ¿Quién eres tú? ¿Y qué haces en nuestra zona? ¿Eres de los Pirañas?—me preguntó el hombre de la máscara, mostrando nerviosismo y agresividad al mismo tiempo.

—Solo soy un hombre que sobrevive, no soy de esos Pirañas que tú nombras—respondí.

— ¿Y esa rata?—me cuestionó nuevamente el enmascarado.

_Es mi mascota.

— ¡Maldito mundo! Cada vez más loco—añadió el enmascarado, su voz era gruesa y a la vez era opacada por la máscara. 

Después de revisar todas mis cosas, la hermosa morena intervino:

—Nos llevamos estos cables, parte de tu papel, uno de estos bolígrafos y uno de estos lápices.

— ¡De mí no te llevas nada! –le contesté con fuerza a la mujer, y en ese instante recibí un fuerte culatazo que me hizo ver las estrellas de nuestra Vía Láctea, lo que hizo que cayera al piso.

—Es un cambio justo, has tomado nuestra agua, has encontrado comida y madera en nuestra zona—espetó la mujer. – Y También nos llevamos tu arma.

Me levanté nuevamente, noté que botaba sangre desde mi frente.

— ¡Pues mátame, mátame! Prefiero morir aquí, ahora mismo, antes que ser arrojado a ellos sin mi arma—expresé directamente a la mujer, colocando mi ensangrentada frente en el cañón de su revólver. 

Recibí otro culatazo, en la parte de atrás de mi cráneo, esta vez más fuerte que el primero, que me hizo desmayar.

Cuando me levanté, estaba frente al edifico dónde me había refugiado y muy cerca de la avenida. Tenía mi mochila a mi lado, mi escopeta estaba arriba de mí, mi machete y el cuchillo estaban en sus vainas. No vi a Pelusa, el pecho se me llenó de angustia y me levanté rápidamente. Abrí mi mochila, con la esperanza que estuviese allí. Al abrirla…allí estaba él, con sus profundos ojos negros brillando, me dio un chillido de saludo. En el koala de Pelusa estaba una nota que decía así: “No vuelvas nunca a estos edificios, sino serás hombre muerto. Te vas de aquí con tu maldita rata. Allí tienes agua en tu mochila y tus armas. Nuestros hombres te están vigilando en este momento, sí regresas, ellos no serán tan buenos como mi hermano y yo”.

Así que emprendí nuevamente mi viaje entre las tinieblas de afuera…

         …Un momento…Pelusa está chillando…

22/12/2020.

“Continuo lo que no pude terminar del día anterior a éste”. 

Ayer ellos casi me encontraron otra vez. Su olfato es igual al nuestro, no está muy desarrollado; pero su sentido del oído es altamente sensible. No sé qué sería de mí sin Pelusa. 

Los ochos espectros que llevo días observando, dieron conmigo el día que aquella mujer y ese misterioso hombre de la máscara me corrieron del refugio. Yo estaba caminando junto a la cerca de la zona militar que había descrito anteriormente. Pelusa había empezado a chillar, pero yo aún no los veía, parecía que se preparaban para cazarme, como si hubiesen desarrollado algo de inteligencia durante estos cuatro años. Saqué mi escopeta y me quedé estático, buscaba con desesperación verles. Pelusa seguía chillando, mis nervios se empeñaron en tomar el control total de mi cuerpo. Nunca les vi primero, pero ellos siempre estuvieron observándome. Hasta que logré divisarlos, estaban a unos escasos ciento cincuenta metros de mí. Mi cerebro solo me gritó “¡HUYE!”. 

Tomé a Pelusa y lo guardé en la mochila. Saqué mi sábana de arroparme y con ella cubrí los alambres púas arriba de la cerca, luego lancé la mochila al otro lado de la alambrada. Sentí la avalancha de esos ocho muy cerca de mí. Me metí la escopeta detrás de mi pantalón y brinqué el cerco. Me faltaba solo pasar una pierna para el otro lado, cuando de repente sentí que algo me sujetó. Era una de esas malditas manos de piel agrietada y escoriada, de un color pálido. El que me agarró había sido el primero en llegar hasta mí, el resto solo estaba a unos veinte metros o más, el infectado que me tomó de la pierna intentaba morderme; una maldita mordida de esas y, era mi fin. Saqué mi arma, apunté a su cabeza, y disparé. La potencia del cartucho calibre 12 con sus tres grandes perdigones de acero, le voló la mitad del cráneo, la sangre y los sesos salpicaron al resto de ellos que estaban por agarrarme. Terminé de pasar mi otra pierna y solo me dejé caer al piso, cayendo casi de cabeza. 

Agarré la mochila y me la coloqué a mis espaldas. Corrí con todo mi ímpetu. Volteé a ver la cerca, y allí estaban ellos, tratando de tumbar el obstáculo entre ellos y yo. Mi sábana quedó allí. Había hecho varios doblajes para que las púas no llegaran hasta mi piel. Ellos empezaron a desgarrar la manta, cómo si se tratara de un trofeo. Yo ya estaba a unos doscientos metros de ellos o más; trataba de agarrar aire, mi respiración era acelerada, de pronto, sucedió algo que no me lo esperé de ningún modo. Ellos empezaron a intentar brincar la cerca, ya no tuve duda, estaban evolucionando en inteligencia. Uno de ellos logró saltar la cerca, yo cargué mi escopeta rápidamente, solo me quedaban tres cartuchos. 

Preferí correr una vez más, no miré atrás, no sé cuántos lograron saltar, yo solo corrí, intentando llegar a algún lugar dónde pudiese esconderme. Corrí y corrí, solo había una planicie cubierta por monte que me llegaba a la altura de mi rodilla.

Llegué a un pequeño riachuelo que estaba al final de un pequeño barranco, me deslicé por este. Pensé por un instante que habría perdido al infectado. Yo estaba muy agotado, mis piernas empezaron a temblar, no se sí era por los nervios o por el gran esfuerzo en correr tanto.

A los pocos segundos, sentí movimientos por el monte, y también los chillidos de Pelusa. Tenía que ser uno o varios de ellos.

Crucé el riachuelo rápidamente y fue allí que me di cuenta de un agujero al comienzo del otro barranco frente a mí, el agujero era como una cueva. Ese orificio era mi única esperanza. Decidí adentrarme por la pequeña cueva, apenas podía entrar. Puse la mochila dentro del agujero, luego me fui arrastrando por allí, era la única forma de entrar, pero lo hice al revés, de manera que mis pies quedaran hacia dentro, y mi cabeza hacia afuera, al arrastrarme, empujaba al mismo tiempo la mochila hacia dentro con mis pies, “Ojalá no sea la guarida de algún animal”, pensé.

Allí me quedé, sin hacer ningún ruido. Si el resto de los infectados logró saltar la carca y daban conmigo, al menos la pequeña guarida me sería una ventaja, solo podrían entrar uno a la vez, el problema iba a ser que si intentaban acceder todos, yo quedaría tapiado de alguna forma.

Solamente quedaba esperar, no hacer ningún movimiento, quedar con mi escopeta apuntando hacia fuera, tener mi cuchillo listo, y comer la última ración de la poquita harina de maíz que nos queda a Pelusita y a mí.

Capítulo IV.

24/12/2020.

Salí de la madriguera, me encuentro cerca de unas instalaciones abandonadas del Ejército, parecen ser un conjunto de barracas. Ya no tengo comida. Ellos me siguen buscando. Frente a mí, a unos cien metros de distancia, se encuentra un árbol de mangos con pocos frutos, algunos de ellos maduros. También están un par de matas de coco, las cuales están cargadas; pero no puedo acercarme, o no debo hacerlo, porque es muy arriesgado. 

Ya casi no hay árboles en Ciudad Bolívar, fueron arrasados casi todos por sus habitantes al principio del apocalipsis. Eran cuatrocientas mil personas que sintieron desesperación cuando el gas doméstico dejó de ser suministrado a la ciudad, volcándose todos hacia la leña para cocinar. Las pocas matas que quedan, siempre son de alguna tribu o algún grupo de supervivientes, muchas veces son señuelos para cazar a los humanos. Nuestra carne es muy codiciada en estos estos días por los caníbales o por ellos. 

Llevo horas sin moverme, estoy acostado entre el monte, mi vista se mantiene en dirección de esos cocos y mangos, mi boca se hace agua, siento que caigo en el delirio. Pero debo esperar, seguir observando para ver si hay movimiento de alguna de estas tribus urbanas. No obstante, la debilidad por falta de calorías me está derrotando. Al menos estamos bien de agua, pude recargar en el riachuelo y tratarla con cloro, pero no la he filtrado con el lienzo, así que estoy tomando agua turbia.

Dentro de un par de horas va a oscurecer, y hay algunos mangos que han caído al piso. Me jugaré la lotería al buscarlos cuando llegue la noche. Tengo mucho sueño mientras escribo, no sé si es el hambre o el cansancio. Intentaré tomar una siesta. “Pronto vamos a comer querido amigo”, le comento a Pelusita, sus ojitos negros me ruegan por alimento. 

Lamento mucho que ya en pocas horas será navidad y trato de no pensar en ello para evitar deprimirme, porque es inevitable no pensar en todos tus seres amados que se han ido. También recuerdo la cena que preparaba mi madre, cuanto daría por comer una hallaca con pan de jamón. Mis ojos están humedecidos por mis recuerdos navideños en familia. “Maldita sea, ¿por qué?”. 

Intentaré descansar algo, luego iré por esos mangos.

25/12/2020. 

Voy avanzando hacia el río Orinoco. He recuperado mis fuerzas. Decidí no ir por los mangos ni por los cocos, pero recibí otro alimento de regalo, quizás fue la navidad o, mis padres desde arriba.

Ayer, no tenía más fuerzas, recordé ese sueño que se apodera de las personas cuando ya no tienen más energías en su cuerpo a causa de la hambruna, es un dulce sueño que se va apoderando de ellos hasta unirlos con la muerte. Yo estaba así, sumergiéndome en ese oscuro descanso. A Pelusa lo tenía en mi pecho, el pobre estaba como yo, con ganas de dormir. Había decidido, como escribí anteriormente, dejar que la oscuridad llegara para ir por aquellos mangos que estaban en el suelo, con la esperanza de que esos frutos no fuesen una trampa para ser casado por una tribu de caníbales. 

Me había quedado profundamente dormido, como si me hubiesen dado en un interruptor con la palabra “off”. Mis instintos de supervivencia dejaron de estar alerta. Empecé a soñar con cosas que no tenían sentido, en mundos surrealistas y, en medio de esos sueños empecé a sentir los fuertes chillidos de Pelusa. No me podía levantar, estaba totalmente paralizado, los empecé a ver; a ellos. Pensé al principio que se trataba de una pesadilla más de la que no me podía levantar.

Mientras me esforzaba por despertarme, me vi a mi mismo acostado con los ojos abiertos, siendo devorado por ellos. Los chillidos de Pelusa aumentaron en intensidad. Grité, grité muy fuerte, “¡Ahhhhhhh!”, y no sé si grité en mi mente o en la realidad, lo cierto fue que, tomé las pocas energías que me quedaban y abrí mis ojos, sentí que algo empezaba a recorrer mi pierna. Era una gran serpiente, di un gran respingo y ella me mordió en la pierna, causándome un agudo dolor. La luz de la luna me permitió visualizarla, era una gran tragavenado de unos dos metros de longitud. Me impresionó que la boa no huyera de mí, sino que se enrolló y emitió un rugido aterrador que me hizo helar. Su cabeza estaba en mi dirección. Tomé mi machete y lo levanté para cortar su cabeza, pero con impresionante rapidez intentó morderme otra vez, pero mi filosa arma le había hecho una moderada cortada cerca de su cabeza. Había Quedado herida, pero aún seguía defendiéndose, más no con la misma intensidad, hasta que en un segundo intento logré cercenar su cabeza, su cuerpo alargado siguió moviéndose por los impulsos recorriendo todo su sistema nervioso. 

Tomé la tragavenado y me fui de ese lugar. Me adentré más al desolado monte, intentando así alejarme de los peligros. Llegué a un conjunto de enormes piedras de color oscuro. En ese lugar, saqué de mi mochila, la madera de la mesita de noche, hice una fogata y empecé a hervir agua, allí cocinaría la boa. También lavé la herida de mi pierna con una solución de agua y cloro.

Desollé al animal. Saqué sus vísceras y las enterré para evitar que las alimañas vinieran a mí. La piel la froté con abundante tierra del lado interior para quitarle restos de carne y sangre, necesitaba lavarla pero no podía gastar mi agua. Luego rebané la carne blanca y maciza de la serpiente. Devoré dos grandes pedazos crudos y, sentí inmediatamente como las energías volvían a mí, cerré los ojos de placer por comer un alimento cargado de calorías y vitaminas, sentí su sabor agradable. Pelusa también devoró un pedazo crudo de carne blanca. En estos días no se consiguen suplementos vitamínicos y mucho menos hortalizas, la única forma de conseguir vitaminas es comiendo la carne cruda, para así obtener la vitamina c y evitar la enfermedad del escorbuto. Esto lo saben los pocos sobrevivientes que quedan en la ciudad, y esto fue lo que descubrieron los legendarios esquimales, donde su dieta mayormente consiste en carne cruda de pescado, focas, ballenas y otras especies, de hecho, suelen comer el hígado crudo de sus presas, para obtener la mayor cantidad de vitaminas y minerales, los cuales se perderían por completo si se cocieran las carnes. 

Calculo que saqué entre quince o dieciocho kilos de carne de la tragavenado. Pero tengo un problema, necesito asarla, para deshidratarla y lograr que el humo penetre por toda ella, así lograría conservarla por mucho más tiempo. Me queda solo un puñado de madera, así que debo encontrar por lo menos un arbusto de chaparro para asar la carne, la cual llevo conmigo en una especie de bolsa que hice con mi sábana. No puedo permitir que se descomponga, porque esto representa muchos días de alimento para mí y para Pelusita. Al menos con la cantidad que comí ayer y con el poco que logré sancochar tengo suficientes energías para encontrar una mata de chaparro. También debo encontrar más agua, porque el cuerpo humano usa mucha para poder digerir las carnes. El Orinoco tiene toda el agua que necesito, sin embargo es una zona de tribus caníbales, estaré obligado a ser muy cauteloso. Mi única ventaja es que es una zona muy amplia. 

Pelusa recuperó el brillo de sus ojos, no paro de hablar con él mientras seguimos avanzando.

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