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A escondidas con Malena, la psicopedagoga con bastones

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El rostro de Malena es bien proporcionado, bellos ojos verdes alumbran donde posan la mirada; una boca ancha y de labios carnosos tientan a la mordida. La nariz un poco alargada pero bella al fin, dan un aire aniñado que rejuvenece una década a esta psicopedagoga de cuarenta y cinco años. Además, la mujer siempre mira desconfiada, los ojazos abiertos como si una ola la fuera a tragar en cualquier momento, lo cual suma delicadeza. Su cuerpo es pequeño en proporciones, los senos humildes; sin embargo, siempre están bien armados por el sostén y a veces, de la blusa o polera salen a relucir pezones de cabo de berenjena.

Malena huele rico y casi siempre usa polleras largas debido a una diplejía que la obliga a utilizar bastones canadienses para movilizarse. El contraste entre el polleron y lo ceñido de la prenda superior que convergen en una cintura de avispa es realmente atractivo. Generalmente trato de llegar antes que ella a la oficina que compartimos en el colegio secundario hebraico para verla sentar y bajar el cierre de sus botas de cuero, tal liberación produce en Malena un suspiro que orilla lo sexual.

Soy uno de los pocos profesores no judíos de la institución y a veces se hace difícil el día a día porque los asuntos importantes se hablan en idish. Malena y yo compartimos oficina en la planta baja pero tenemos diferentes jerarquías, ella es encargada de supervisar legajos y de asesoramiento psicopedagógico; en cambio, yo termine ahí porque no hay espacio en el salón de profesores y además, está implícito que asista a mi compañera en tareas propias de un cadete como sacar fotocopias y subir las escaleras para distribuir el papelerío.

Cuando no doy clases, pasamos entre seis y ocho horas juntos, apenas interrumpidos por algún auxiliar que nos alcanza una vianda o docente que consulta. Malena realiza las entrevistas por zoom, por tanto debo hacerme imperceptible esos ratos. La relación es buena, pero cuando parece que puedo avanzar al siguiente nivel de confianza, mi compañera se acomoda el flequillo castaño y se impregna de un distante profesionalismo. Malena tiene la manía de llevarse los lápices a la boca y escribir con ellos entre los dientes, lo cual termina por astillar la madera. Descubrí que cuando me habla con el grafo en la boca, la deformación de su voz por ffff y mmm permite entrever algún goce sexual.

Malena está en zoom y yo debo ser imperceptible. La engrapadora se me escapa de la manos y cae al suelo rebotando hasta los pies de ella. Me agachó instintivamente y estoy debajo del escritorio, levantó la vista y puedo ver un vértice de la bombacha blanca de mi compañera. Toco su pierna y recuerdo que lo más probable es que ella no sienta nada por la parálisis. Sin embargo, Malena se lleva la mano a la falda y acomoda una pierna cerrando la panorámica. El puño cerrado y diminuto queda apoyado sobre su entrepierna. Me siento abochornado, pero de repente me toman del pelo y me aprisionan contra la falda. Se corta la señal, te escribo luego -comenta la psicopedagoga y finaliza la comunicación. La cara incrédula y picara de mi compañera me tranquiliza. Traba la puerta- susurra.

Lo hago, subo la radio y vuelvo al escritorio; la abrazo de atrás, ella sentada, comienzo a besar el cuello frutalmente aromatizado y a morder la boca roja y carnosa. Mis manos acarician senos erectos y mi dedos alcanzan la vagina. Todo es rosa y perfumado, cada vez más húmedo. Malena se acuesta sobre la mesa y entonces subo la pollera, bajo braga y de a poco y dulcemente la penetro desde atrás. La vagina se estrecha lo cual hace más placentero todo. Su cuello, su torso, todo es frágil y bien proporcionado; me dejó ir, ella gira la cabeza y veo su pupilas dilatadas, la boca deformada de ricura. Me incorporo y me acomodo la vestimenta; tras el episodio erótico recobro conciencia que estoy en el trabajo.

Pero la oficina está pegada a la entrada del colegio y es imperceptible; nadie nunca se detiene apurado por llegar a tiempo o escapar temprano: la puerta de hierro ciega es parte del canal de circulación. Sonreímos pícaramente y casi no hablamos, volvemos al trabajo; el resto de la semana daré clases y no tendremos contacto.

Es lunes, me acerco y susurro a mi compañera, pregunto tibiamente por qué me bloqueó de whatsapp -soy casada suspira -veo sus dedos y confirmó que solo hay anillos y no alianzas.

-Pero está todo ok, a mi me sirve lo que hicimos y si a vos te hace bien, no hay problema. Comprende que ir a un telo es imposible, yo con los bastones canadienses, cualquiera me reconoce. Le doy la razón con la mirada.

Hay ratos que largamos todo y nos besamos apasionadamente para luego volver a nuestras tareas con indiferencia. Sus labios carnosos y rojos se complementan bien con la lengua. No puedo dejar de besarte -digo y ella sonríe mordiéndose los labios para taparse la boca con la palma de la mano. Cuando se vacía la planta baja, mi compañera se acerca a mi escritorio, deja los bastones de lado y se recuesta sobre mi regazo, enseguida abre la cremallera y yo ya estoy volando. Gime, me mira a los ojos, lame, me vuelve a mirar con verdor y sigue chupando y succionando. Traga y escupe en una servilleta, me limpia, se acomoda y sale para su casa.

Es martes y Malena llega quince minutos tarde, jornada docente y la acción se produce en el tercer piso. Me saluda con un beso y me pide que la acompañe a la biblioteca. Está ataviada con un bolso que cuelga de un bastón. Lo tomo y avanzamos, yo sigo sus desplazamientos con calma. Atravesamos la puerta. Cierro y trabó. Cuando Malena se quita el abrigo descubro que bajo su polera no hay sostén, sus pezones resaltan y bailan sobre la tela. Le quito la prenda, es la primera vez que veo su torso desnudo, distingo una bandada de lunares que rodean su pezón derecho, totalmente ciruela y erecto. Nos besamos y pollera afuera. Sus piernas están rígidas pero no distróficas.

Ella se recuesta en el sillón, acomoda las piernas las cuales sostiene con los brazos. En poco tiempo la penetro y el coito es dulce pero ella gime, es mucho el ruido y puede atraer curiosos. En el bolso hay una pañoleta, dale, amordazame. Susurra. Atravieso su bocaza con la tela roja y luego anudo en la nuca, sus comisuras se empapan. Vuelvo al trabajo y la mordaza distorsiona los gemidos y suspiros de una manera aún más sexy. Terminamos agarrados de las manos como trenzados en lucha libre, ella escupe a través de la tela. Desprendo la mordaza y me incorporo, Observo a Malena en el arte de vestirse, contorsionando el cuerpo y acomodando las piernas muertas.

Es miércoles. Malena me saluda fríamente y me pide que vaya a buscar el botiquín a preceptoría en el primer piso. Recorro la planta baja casi desierta, la mayor parte de la superficie la ocupa el patio interno y después dependencias poco concurridas como el salón originalmente de auxiliares, que de a poco se han apropiado de un aula en el primer piso quedando el recinto como vestuario. Después la garita de seguridad, la biblioteca y el depósito. Vuelvo, dejo el botiquín en el escritorio de mi compañera y enseguida me manda a llevar unos legajos al tercer piso, me podría haber ahorrado el viaje- susurro.

Entró a la oficina y Malena me esperaba en mi escritorio, la boca vendada con cinta blanca, las muñecas atadas. Gime pero no puede mantener el carácter y sonríe, lagrimea. Se recuesta boca abajo sobre la mesa, descubro que no tiene bragas lo cual me incinera. La penetro fácil y ella sigue gimiendo apagadamente; comienzo a mover mi pene dentro de su cuerpo y ella hace un bollo con las hojas. Continuo, su cuerpo se estremece, su conducto se vuelve de roca, placer infinito, sigo y por fin descargo. Malena se arranca la mordaza y queda boca abierta, como aturdida, después de unos minutos nos desprendemos. Ella se acomoda, toma los bastones y parte al baño a lavarse.

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