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Aventuras y desventuras húmedas: Segunda etapa (14)

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Sergio abrió los ojos, pero no estaba en su habitación. La estancia aunque similar, había cambiado. Se levantó con algo de pereza y descolocado, sus pies flotaban como guiados por nubes y la puerta parecía acercarse sola.

Salió al pasillo, la bata que tenía había desaparecido y solo llevaba puesto su pijama, sin obviar una erección mucho más grande de lo que jamás había visto. Comenzó a andar hacia la sala, pero allí lo que encontró fue el cuarto de su hermana, estaba hablando por teléfono y no le vio. Cerró la puerta, más descolocado de lo que estaba, era imposible lo que sucedía, al salir de su habitación hacia la izquierda… estaba la sala, no el cuarto de Laura.

Volvió sobre sus pasos y se dirigió esta vez a la derecha, atravesando una puerta la cual sí que era la sala. Estaba su padre dormido, seguramente después de un duro día de trabajo, pero a Dani hoy le tocaba hacer noche, no podía estar allí. La situación era más rara por momentos y el joven no entendía que podía suceder.

Toda la estancia se movió sin que el muchacho se diera cuenta, puesto que sin dar un paso, se encontraba delante de la puerta de la cocina. Esta estaba abierta o… ¿No había puerta? Daba lo mismo. Lo que si podía resaltarse era la imagen que los ojos del joven captaron. Su madre volvía a estar en la misma posición en la que la vio esa misma noche, de rodillas y limpiando con sus guates de fregar una gran mancha.

Sin embargo, no era así como recordaba la situación, varias cosas habían cambiado. Para empezar la bata que su madre llevaba seguía siendo rosa, pero se asemejaba más a un kimono adornado con preciosas rosas al estilo oriental. La fina tela la envolvía hasta los muslos donde no había ningún pantalón que la tapase. Sergio tragó saliva al ver aquello.

Todavía quedaba la parte de arriba, donde por arte de magia o unas casualidades físicas, la suave tela guardaba los senos sin que los pezones lograran ver la luz.

—Sergio, mi vida ¿me ayudas? —dijo Mari lanzándole una sonrisa mientras sus ojos brillaban.

El joven le asintió y se arrodilló delante de su madre, como bien recordaba haber hecho. Trató de no mirar todo el espléndido cuerpo de la mujer y bajó la vista hacia el charco de café que había en el suelo. Sin embargo aquello también había cambiado, no era café, era una sustancia blanca y ligeramente pegajosa que Mari limpiaba con suma felicidad.

—Hay mucha —sugirió ella— mejor siempre tenerla fuera que dentro, ¿no crees?

Sergio no sabía que contestar, solo observó cómo su madre se levantaba, se quitaba los guates amarillos y los tiraba contra la fregadera. No podía asegurarlo con total certeza, pero algo le decía que su madre aparte del kimono… ¡No llevaba nada!

Dio unos pasos hasta la encimera donde se apoyó y dio un sorbo de agua. Sergio ensimismado contemplaba la imagen, sumido por unas ganas que le explotaban una y otra vez en el interior. Quería poseerla.

Se levantó del suelo dándose cuenta de que la mancha blanca del suelo había desaparecido y también… su ropa. Estaba desnudo, con su cuerpo totalmente similar salvo por la exageración de pene que poseía entre las piernas, parecía salido de una viñeta erótica.

Su madre lo escrutó con una normalidad abrumadora y volvió a dar un buen trago de agua mientras con la otra mano se colocaba la cabellera bien peinada a un lado de la cabeza.

—Tengo demasiado calor, menos mal que el agua está fresquita…

—Sí… yo también…

Sergio apenas sabía qué decir, la figura imponente de su madre hacía que sus labios temblaran, más aun pensando en la vergüenza de su desnudez. Aunque Mari no reparaba en ella.

—Últimamente lo hemos pasado muy bien, cariño. —Mari dejó el vaso en la encimera y cruzó sus brazos debajo de los senos, haciendo que sus pezones casi se vieran— Pero siempre me acuerdo de una vez. Esa fue la mejor de todas.

—¿Qué vez?

—Una en casa de tu tía. ¿Te acuerdas cuando nos metimos los tres en el jacuzzi?

—No lo podría olvidar.

El pene de Sergio parecía que no podía agrandarse más, pero la mirada libidinosa de su madre consiguió que lo hiciera. Mari parecía una bruja que hacía y deshacía a su antojo, y en ese momento lo que quería era más longitud del miembro de su hijo. Estaban a medio metro de distancia y ese pene descomunal casi podía tocarla.

—Qué bien lo pasamos… como nos pusimos… me refiero al alcohol, claro… ¿Verdad?

Sergio asintió tontamente. Mari se dio la vuelta con los guantes en la mano (¿no los había tirado?) y dio un paso hacia el joven, el pene de este estaba a unos centímetros del trasero de la mujer. Ella lo sabía y cuando se agachó para abrir el armarito y dejar debajo del fregadero los guantes (¿por segunda vez?), el miembro sexual y el culo impactaron.

—Espero que aquel día, aquella cosa que rugía en los pantalones, fuera… por mí.

Se alzó de nuevo y de espaldas, puso todo su cuerpo contra el joven, abriendo las piernas y dejando que los incontables centímetros de su pene pasaran entre sus piernas. Se sentía como en un columpio con aquel pene de dibujos animados debajo de ella, era algo bárbaro que no tenía ni pies ni cabeza.

Posó su cabeza en el hombro del joven, que veía el kimono mucho más abierto desde su posición, pero todavía sujeto por unos pezones a los que parecía estar cosidos. Abajo, la vestimenta se había abierto más y encima de la cabeza de su pene, solo había piel, nada de ropa. Por lo que… estaba en lo cierto, Mari solo tenía el kimono, ¡nada más!

La mano de la mujer rozó la punta de aquel monstruo que atravesaba su vulva y la acariciaba a partes iguales. Con sus uñas tocó un glande poderoso con más forma de seta que otra cosa, apenas rozándolo y haciendo que se moviera para su gusto.

—¿Sabes? Tu padre está al otro lado de esa pared. —Mari volvió su rostro para hablar a la cara a su hijo mientras seguía acariciando su pene— Puede entrar en cualquier momento. Entonces vería a su mujer, con una tremenda polla entre las piernas…

La respiración de Sergio se agitaba, sus manos temblorosas rodearon a la mujer llegando donde una cinta de tela gritaba por ser desatada. Pasó la mano por la punta y estiró de ella, era tan suave que casi le daba placer al tacto.

La atadura que ocultaba la poca piel que Mari no tenía al aire, se soltó. Desde su posición más elevada con la boca de su madre respirándole a unos pocos milímetros, contempló su cuerpo. El vientre estaba al aire y abajo, aunque no era visible, podía notar como una vulva sin pelos le saludaba con variados fluidos.

—¿Te lo imaginas? —Mari no paraba de acariciar la punta del joven— ¿Qué entre ahora mismo Dani y te pillé con tu morcilla entre las piernas de su mujer? Sería algo de locos, ¿no crees?

El joven no tenía que responder, no era su cometido, sin embargo sí que lo era ese dichoso kimono. Subió las manos por la pequeña cintura de su madre, dirigiéndose a esas mamas que apenas le dejaban ver el suelo, tan hinchadas, tan jugosas, ciertamente eran como las recordaba en su cabeza.

—Me haces cosquillas… —dijo ella con unos labios carnosos que luchaban por pegarse a los de su hijo.

Sergio asió el kimono por el dobladillo que separaba cada uno de los lados y antes de llegar a los senos, lo comenzó a separar. Al parecer, los pezones no estaban pegados, ni tampoco cosidos, con un leve movimiento que dio la sensación de ser más que sencillo al final aparecieron.

—Perfectos… —susurró el joven mientras dejaba la tela lo más apartada posibles de los senos de Mari.

Los dedos seguían nerviosos y aunque ya habían cumplido su tarea querían más, deseaban tocarlas, sobarlas e incluso pellizcar los dos pezones que coronaban erectos ambas montañas. Las manos con lentitud rehicieron su camino y en el instante que el contacto se iba a producir, Mari chistó.

—¡Ey!… Todavía no tienes permiso para eso… todavía… no. —quitó la mano del joven y se dio la vuelta alejándose de él. Le empujó con cierta fuerza y Sergio topó con un sillón que no conocía, el cual evitó la caída— Sentadito, cariño. Sentadito…

Mari avanzó hacia el como si de una modelo se tratase, abrió ambas piernas y se sentó sobre las de su hijo. Sergio la vio a la perfección, una diosa descendida de los cielos para su disfrute y sí… su vulva estaba rasurada y… mojada.

—Te he estado observando, cariño mío.

La pelvis de Mari había comenzado a moverse, dejando justo el pene de Sergio entre sus piernas y masajeándolo con su sexo una y otra vez.

—Me miras demasiado, te he pillado viéndome el culo, las piernas… y hoy… ¿Has gozado mirando las tetas a mamá?

—Sí… mucho… —el calor de Sergio era incalculable y sentía que la explosión se estaba acercando.

Las manos de su madre se juntaron en una dirección, sacando entre sus piernas el tremendo trabuco de su primogénito y colocándolo contra el vientre de este. Gracias a los jugos del sexo de la mujer, todo el tronco estaba impregnado de líquido, Sergio lo notó como si fuera la mejor crema del mundo.

—Hijo, no me culpes. —comenzó a hablar Mari mientras pasaba sus uñas por toda la longitud del pene de Sergio recogiendo las gotas que ella misma había depositado— Soy una mujer y tengo mis necesidades. Tu padre ya no me da lo que necesito.

Las manos de la mujer rodearon lo que pudieron la carne que desbordaba en sus manos y colocaron la polla contra su propio vientre. Mari inició un sube y baja lento mientras acercaba la cara a la de su hijo y los grandes pechos… casi los podía tocar con la punta de su pene.

—Necesito un hombre en casa, un macho… alguien que me lo haga, alguien que me posea. Sea de día o de noche, haga frío o calor, alguien que jamás ponga excusas. Necesito alguien que me dome, alguien que me monte.

Sus labios estaban tan cerca que apenas podía ver el movimiento de las dos manos subiendo y bajando su exagerado pene. El aliento en su boca era como un perfume, un bálsamo embriagador que le hacía perder el norte.

—¿Conoces a ese hombre? —preguntó Mari para fulminándole con una mirada de sus preciosos ojos azules y para después, lamerle los labios culminando con un pequeño mordisco.

—Sí… —la voz de Sergio se comenzaba a perder por el placer que sentía.

—No te he oído bien. Dile a mamá quien es ese hombre que necesita en casa.

Los labios de Mari ahora habían viajado hasta el odio del joven, que recostado en el sillón, gozaba de la mejor masturbación que le habían hecho en la vida. Los senos de la mujer estaban cerca… muy cerca, tanto que uno de los pezones rozó su pectoral, algo que le produjo placer y cosquillas.

—Yo…

—Dilo más alto, que se enteren todos en esta casa —le dijo su madre esta vez con los ojos fijos en los del joven.

—¡YO!

Se abalanzó hacia delante, haciendo contacto con el cuerpo de su madre y dejando entre medias su pene. Mari no dejó de moverlo y mucho menos cuando las manos de su hijo apresaron sus dos nalgas apretando con una fuerza temible. El trasero le vibró a la mujer y apretó los labios en una mezcla de dolor y placer que Sergio divisó perfectamente.

Ahora sus pechos estaban casi en el cuello del chico, apretados. Mientras por debajo de este, en un espacio que era muy reducido, el pene de Sergio con líquidos que parecían no tener fin, se movía gracias a las manos de Mari en una excelente masturbación.

—Yo. —volvió a decir mientras su madre seguía apretando los dientes— Tu hijo. Eso es lo que necesitas.

El movimiento de muñeca de Mari se aceleró al escuchar aquello y Sergio se alejó algo del cuerpo, o mejor dicho, de los senos de su madre para dejarla hacer. El kimono le caía ahora hasta los antebrazos dejándola los hombros libres, como si no llevara nada. Sergio la observó en toda su desnudez, con un gesto torcido del placer, unos ojos que eran puro fuego y un rostro enrojecido que no se quedaba atrás.

Las manos del muchacho seguían apretando con cada dedo las nalgas de la mujer como ella seguía haciendo con su miembro. El final era cercano, Sergio comenzaba a notar espasmos que no podían ser más que el anuncio de que el orgasmo llegaba.

Como nunca en su vida los genitales le ardieron, la espalda le centelleó en un sinfín de electrocuciones, era lo más cercano a estar sentado en la silla eléctrica. Su madre en cambio no mutaba su rostro, era la diosa de la lujuria reencarnada que había vuelto para darle un placer increíble a su hijo.

Apenas podía divisar el movimiento de manos, solo lograba ver que su pene se hinchaba por momentos al lado del vientre de la mujer. Las gotas del “lubricante” natural de Mari, volaban para diferentes direcciones, alguna incluso con dirección al rostro del muchacho donde este las recibió con la lengua. Sabían a su madre.

Ya estaba, había llegado, solo unos segundos le separaban de tocar el cielo. El paraíso se encontraba a unos pocos movimientos de distancia y su madre no cesó en el empeño, es más le alentó.

—Dale la leche a mamá, mi vida, dásela. —volvió a acercar su cara y muy bajito le añadió— Dime una cosa, ¿Qué quieres hacerme? Dilo. —el movimiento era más duro, más rápido, Sergio pensaba que le iba a explotar— Dilo. ¡Vamos, dilo!

—Te quiero… te quiero…

La voz no le salía de la garganta porque el placer era ya uno con su cuerpo, estaba atenazado, totalmente paralizado por el colosal miembro que su madre manejaba con soltura. Sin embargo Mari quería escucharlo, quería esas lindas palabras que culminarían todo el proceso.

—Dilo, hijo, solo dilo y lo tendrás… te quiero… vamos… te quiero… que se enteren todos en casa. Que se entere tu padre, que se entere tu hermana, que se entere tu novia… incluso, que se entere Carmen. ¡Vamos, dímelo! Te quiero…

—¡MAMÁ, TE QUIERO FOLLAR!

El clímax llegó en ese instante, la cabeza del joven se echó hacia atrás y golpeó el sillón con violencia. Su boca y sus ojos quedaron abiertos como cada poro de su piel. Comenzaba a traspirar deseo, pasión y por una zona muy específica un chorro de magnitudes bíblicas.

Desde otro punto de vista, como si de un viaje astral se tratase, Sergio se vio tirado en el sillón con su madre sentada en sus piernas. La imagen se podía mover o rotar, lo contemplaba desde todos los ángulos posibles y desde todos era magnifico.

Sus fluidos salieron con una virulencia terrible. Las manos de Mari no cesaron en su empeño mientras el primer disparo impactaba entre sus senos, parecía más una manguera de bomberos que un pene.

El segundo no tardó en llegar… y el tercero y el cuarto… más bien un inacabable disparo fue lanzado sin parar. Algo que Sergio pudo contemplar desde una posición más elevada, mientras su “yo” del sillón, seguía cerca de la inconsciencia con la cabeza al borde de desnucarse.

La imagen de Mari era de ciencia ficción, el semen la llenaba tanto el vientre como los senos por completo. De sus pechos caían innumerables gotas que mojaban sus brazos y el cuerpo de Sergio. Incluso tan abundante chorro de líquidos masculino, había alcanzado el cuello y la barbilla de la mujer, que con una oportuna coleta que el joven no sabía cuándo se puso, había evitado mancharse el pelo. Pero ahora, en sus carnosos labios, se pasaba la lengua en un movimiento erótico sorbiendo unas cuantas gotas que habían llegado hasta aquel preciso lugar.

De pronto algo le sacó de allí. La proyección del joven que pululaba por diferentes algunos de visión, dejó de poder contemplar la mejor imagen de su vida, todo comenzó a volverse oscuro y una fuerza tiraba de él hacia atrás. Empezó a caer por un infinito de oscuridad que dio su tope cuando uno de sus pies se movió tratando de buscar apoyo, pero no lo había. Entonces… despertó.

Estaba sobresaltado y descolocado, tanto como al darse cuenta de que su calzoncillo se había mojado… y su pantalón… ¡Las sabanas!, “¡Qué locura es esta!” acabó por pensar.

El sueño lo tenía muy vivido, tanto que dudó por un momento si aquello había sucedido en la realidad. No era como la película que se había ideado en la ducha, allí simplemente aprovechando que su madre estaba de rodillas en el suelo, le hacía el amor en esa posición. Sin embargo, su sueño había sido infinitamente mejor.

Un ruido le sobresaltó haciendo que brincara de la cama con un gracioso charco en el pijama que se le notaba a la legua. El sonido de la alarma le anunciaba que era hora de ir al examen, “al menos he dormido de fábula”.

Se preparó con rapidez y sintió que la pesadez del día anterior se había esfumado, quizá lo que le pesara también tenía algo que ver con sus genitales. Por fin en su cabeza ya no se posicionaba en único lugar Mari. Había pasado a un segundo plano y todo lo que había estudiado para este examen comenzaba a ocupar su debido lugar.

En la cocina visualizó a su madre, tomando un café que esta vez no se le había caído. Cogió un bollo para marchar con rapidez y sin dar tiempo a pensar en ninguna otra cosa que no fuera su examen.

—Cariño, ¿vas al examen? —no le sorprendió que Mari hablase desayunando, cada vez lo hacía con más frecuencia.

—Sí. Marcho que tengo prisa.

—Mucha suerte, aunque no la necesitas sé que has estudiado mucho. Además se te ve con energías.

Miró a su madre recordando las imágenes que por la noche le habían llevado a un clímax que todavía perduraba en su cuerpo. No tenía el kimono, era la misma bata de la noche anterior con la camiseta blanca… incluso tenía unas pequeñas manchas marrones, pero… qué preciosa era.

—He dormido de maravilla, he tenido un sueño maravilloso.

—Pues me alegro, cielo, me alegro. —dio un sorbo a su café y añadió— Yo creo que también, pero no lo recuerdo. Aunque no sé, me he levantado como más feliz, bueno, ni idea… ¡Corre, que te entretengo!

—¿Quién sabe, mamá? Igual hemos soñado lo mismo.

Con una sonrisa de lo más pícara abandonó la cocina, mientras su madre debatía si era posible soñar lo mismo que otra persona. Preguntas intrascendentes que no llevan a nada. Aunque la cuestión que se planteó Sergio el día anterior en la ducha, ahora la podía contestar sin pudor.

Con la misma mueca de felicidad, camino a coger el coche para ir a la universidad, antes de dejar de pensar en su madre se hizo la misma pregunta “¿Mi madre me pone?”. La respuesta era evidente y mientras arrancaba el coche lo expreso con sus labios, alto y claro.

—Por supuesto que sí.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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