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Aventuras y desventuras húmedas: Segunda etapa (10)

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—Espero que no te haya parecido mal —le comentó Alicia mientras se vestían.

—¿El qué? —Sergio todavía sentía que vivía en otro planeta.

—Que me haya quitado cuando te has corrido. —el joven torció el rostro, no sabía por qué le iba a molestar eso— No es que me guste, tampoco me flipa hacerlo, pero solo se lo hago a mis novios.

—Alicia, si no te gusta, no lo hagas. ¿No crees?

De pronto la vio como era, una niña a la que sacaba unos años y que estaba madurando, pero que todavía le quedaba mucho al igual que su a hermana. Se vio mal, muy mal, una sensación de asco le recorrió todo el cuerpo. La chica era maravillosa, estupenda, preciosa…, pero era una niña para él. Seguramente en unos años las edades no importarían tanto, pero de momento, sí que importaban.

Se vio dándole explicaciones a Marta de lo que había hecho, incluso a su hermana, “¿Qué diría ella?” sintió un leve mareo. Apoyándose en la puerta recobró el equilibrio y vio como la muchacha con sus brillantes ojos avellana le miraba con preocupación.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, mucha fiesta. Ahora… bueno… marcho.

—¿Hablamos? —con una sonrisa que trataba de ser esperanzadora.

—Hablamos. —salió por la puerta, para girarse de nuevo y en el umbral decirla— De momento, por favor, no digas nada.

—Lo entiendo, no pasa nada.

La joven se lanzó hacia Sergio y sin poder evitarlo impactó en sus labios, dándole un rápido beso. Algo que tanto le había gustado, algo que él había buscado nada más llegar, ahora le sabía mal… fatal. No puso mala cara, la chica no se lo merecía, solo le sonrió, que quizá fue peor, ya que Alicia le devolvió el gesto.

—Hablamos entonces.

Sergio solo asintió y caminó al ascensor. Allí dentro no se dio cuenta de nada, ni siquiera en el paseo a casa, donde el frío daba un poco de tregua y el sol ya salía por el horizonte. Solo fue consciente de sus actos cuando volvió a despertar en su cama, más calmado, menos abotargado por el alcohol y con un leve dolor de genitales.

Alzó su cuerpo en la cama y se sentó sin querer mirar el móvil. Se sentía hecho polvo, realmente confuso. La cabeza le daba vueltas a una velocidad sideral y no tenía nada que ver la resaca. Meditó sobre lo ocurrido, sobre el coito con Alicia, se lo había pasado bien, sin embargo ¿a qué precio?

Se puso las manos en la cara queriendo tapar las imágenes que volaban por su mente punzándole como cuervos hambrientos. No paraba de ver a la amiga de su hermana gozar y gozar, una imagen que le podría gustar en cualquier otro momento, no obstante, ahora no era así. Los recuerdos se amontonaban en su cabeza, los buenos momentos con Marta venían a la memoria con la fuerza de una cascada.

Volvió a tumbarse en la cama sin fuerzas para levantarse, se sentía la peor persona del planeta, no entendía como se le había pasado por la cabeza hacerle eso a su novia. Intentó escudarse que ella lo había hecho primero, que aquello no era nada más que devolverle la moneda, pero ¿en verdad habían vuelto para eso?

Se puso en pie con todas las fuerzas que pudo para dirigirse al baño. Primero sacó la cabeza de la habitación para comprobar que no hubiera nadie, la luz del baño estaba apagada, por lo que perfecto. Anduvo lo más rápido que pudo sin hacer ruido y pasó la puerta cerrándola a su paso.

El reflejo del espejo le proporcionaba una visión de lo asqueroso que se sentía. El vientre le daba vueltas y las imágenes del coito, le revolvía los intestinos. Tuvo que agacharse en un momento, movido por todas aquellas sensaciones y un poco también por el alcohol del día anterior. Con ambas manos apoyadas en el retrete y la cabeza bien colocada hacia el agujero, vomitó con fuerza.

Las lágrimas fluían por su rostro debido solo al vómito, porque él no se veía capaz de llorar, sintiéndose tan mala persona no se podía dar ese lujo. Tiró de la cadena y se enjuagó la boca que le supo a alcantarilla, para luego desnudarse y meterse a la ducha, tratando de lavar su conciencia. Todavía le ardía el estómago por haber echado la cena del día anterior y se dijo, ya pisando el plato de la ducha, “me merezco cosas peores”.

El agua comenzó a caer por su cuerpo, limpiando su piel que la sentía asquerosa. Se pasó varias veces la esponja, sobre todo limpiando su pene que aún contenía el aroma a látex. Pero aquello no le proporcionaba una satisfacción, lo que hacía era únicamente entretenerle para no pensar en lo que de verdad había hecho. Vio de nuevo el rostro de Marta, la última vez que hablaron, ella estaba al borde del llanto, quizá sin ningún motivo real, aunque ahora sí que lo tendría.

Toda la traición que sentía se apoderó de su cuerpo y golpeó la pared de la ducha, haciéndose más daño él, que las baldosas. Después, no hubo más pensamientos, ni más reflexiones. Por fin… comenzó a llorar.

Después de unos minutos que las lágrimas disimuladas por el agua corrían por su rostro, unos golpes sonaron en la puerta. Se limpió el rostro por mero instinto, aunque nadie podría notar jamás sus lágrimas, es lo bueno de desahogarse en la ducha.

—¿Sergio, estás ahí? —era la voz de Laura.

—Sí —contestó tratando de poner el tono más normal posible.

—¿Puedo pasar?

Su hermana nunca pedía permiso, solía entrar como un elefante en una cacharrería, aquello era poco habitual. El joven pensó que igual le había escuchado llorar, que su hermana pequeña se había dado cuenta de lo que había hecho y venía a consolarle, esperaba que no fuera así.

Le contestó que podía pasar, que no había problema. La puerta se abrió y después con suma cautela fue cerrada poco a poco.

—Oye, Laura —saltó prestó para disculparse—. Ayer… lo del mensaje… lo siento por no acompañarte.

—Es normal, me imaginaba que seguirías de fiesta, fue solo por probar, no me apetecía ir sola a casa y pensé que podríamos ir juntos.

A Sergio se le clavó un puñal en el corazón. Mentir de esa forma a su hermana simplemente por un mísero coito, que además implicaba infidelidad, le dolía como una tortura.

—Lo siento mucho, de verdad —evitó que el sollozo se escuchara tras la mampara, las ganas de seguir llorando no desaparecían.

—No te preocupes, tato.

“Tato”. No le llamaba así desde hacía muchos años… muchísimos. Le encantaba cuando se lo decía, notaba que lo decía con amor, con complicidad, con esa ternura que solo un hermano puede sacar, aunque… sea solo de vez en cuando.

Se agarró el pecho con fuerza con el recuerdo muy vivido de verla sola al final de la cuesta, volviendo a casa. Era una mierda de ser humano, o eso se dijo sin parar en su cabeza, la mayor mierda.

—Laura…

Abrió la mampara para mirarla. Allí estaba su hermana, cogiendo el cepillo de dientes para poder limpiarse la boca aún corroída por las copas del día anterior. Sergio la vio como era, todavía una niña que se estaba convirtiendo en una mujer. Sus ojos brillaban con las bombillas del espejo y tras la fina camiseta se podía atisbar un cuerpo que cada vez tenía más curvas.

—Tendría que haber estado para acompañarte.

—No le des tanta importancia de verdad, otro día. —echó la pasta de dientes y se pensó si decirle algo más a su hermano— Y… ayer, me lo pasé muy bien. Pensaba que iba a ser un infierno, que te ibas a reír de mí. Pero me lo pasé de cine, no me importaría vernos otro día.

—Si tengo la oportunidad, iré donde estés. —aunque imaginando que estaría con Alicia, le costaría horrores— Oye, acércate un momento.

Laura torció el rostro sin saber lo que quería, sin embargo le hizo caso. Dio unos pocos pasos hasta la parte de la mampara por donde Sergio sacaba su cabeza. Uno de los brazos de su hermano salió de detrás de su cuerpo e inesperadamente se dirigió a su rostro. No se lo esperaba, Laura se quedó de lo más quieta al siguiente movimiento, que aún le sorprendió más, fue una caricia.

—Te parece que algún día, cuando quieras, ¿hagamos algo?

—¿Cómo? ¿Tú y yo? —Laura no podía creerse esa proposición, hacía demasiados años que no hacían nada juntos.

—Sí. Vamos a donde quieras, incluso podemos coger el coche y hacer algo.

—Eh… —su cerebro había colapsado ante tal petición— Bueno, no sé… o sea sí, ¿no? Sí, claro que sí.

Laura acabó por sonreír mientras notaba la mano de Sergio acariciando su mejilla. El joven sabía que aquello no le haría limpiar su conciencia, pero al menos, se resarciría con su hermana. Tantas veces que la había insultado o pensado en que era una pesada, ahora se arrepentía por cada una de ellas.

Quizá hubiera sido un momento místico en la ducha lo que le había hecho recapacitar, o el mero hecho de sentirse tan culpable que no quería volver a tener esa sensación en su interior. Pasó su mano hasta la nuca de su hermana y la atrajo hasta su rostro. Laura se dejó hacer sin saber que tramaba su hermano, solo veía como sus ojos cada vez estaban más cerca y le miraban de una forma penetrante.

Sus rostros estaban muy pegados, “demasiado” pensó Laura para ser dos hermanos aunque en el último instante, cambió de posición. Sergio se elevó un poco más y posó sus labios en la frente de su hermana dándole un fraternal beso que duró par de segundos.

Laura abrió la boca y los ojos ante tal sorpresa, sentir de nuevo los labios de su hermano sobre su piel fue reconfortante, además que en esta ocasión estaba sereno, no como unas horas atrás. Desde que tenía más o menos diez años que no se daban un beso y notar el calor en su frente sumado a ciertas gotas de agua la llenó de felicidad.

—Te quiero mucho, Laura, quiero que lo sepas. Siento si alguna vez te traté mal.

La joven estaba totalmente tocada y casi hundida. Aquella demostración de amor de su hermano le había pillado recién levantada y no supo responder algo tan sencillo como “y yo”. Sus labios se habían sellado y no emitían sonido, solo miraban a su hermano con unos ojos azules temblorosos.

Sergio apartó la mano de la cabeza de Laura y volvió a cerrar la mampara después de dedicarle una clara sonrisa. La joven se quedó allí perpleja sin saber que más hacer o como proseguir con su vida. Al final consiguió darse la vuelta, dejar las cosas en el lavabo y abrir la puerta.

—Te pareces muchísimo a mamá —dijo finalmente Sergio bajo el agua.

Laura cerró la puerta sin despedirse y resoplando sin saber muy bien por qué, pero el corazón le daba saltos, seguramente de amor. Amor por un hermano que parecía que volvía a tener. Eso sí, ¿qué era aquello de que se parecía a su madre? Sabía que físicamente eran muy similares, pero dedujo que lo decía por otra cosa. Quizá… ¿Por lo poco que ambas mostraban sus sentimientos? Debía mejorar.

****

De nuevo en su cuarto y todavía con el pelo húmedo de la ducha, encendió el móvil. Lo primero que vio fue un mensaje de Alicia que le decía “qué duermas bien”. Lo obvió con rapidez, no quería ni siquiera abrir la conversación, no por la joven, que era amable, guapa y buena, si no por el asco que le producía sentirse de esa forma.

Miró la conversación con Marta, hacía un día que no hablaban, debía decirla algo, quizá un perdón al menos, pero cuando comprobó que estaba en línea dejó el móvil. Sintió como si su novia pudiera verle a través del teléfono, que su culpa iba a llegar en forma de mensaje y ella lo sabría. No quería que sufriera, no quería hacerla daño, pero… ya se lo había hecho.

Decidió entrar en el ordenador, mirar la cartelera del cine más cercano y elegir una película. Ir al cine o ver películas en casa, era algo que les apasionaba a ambos, seguramente la única cosa en la que conectaban a la perfección. Poco había dónde elegir, alguna película de dibujos animados, de miedo y “dramones” como los solía llamar su novia, una semana pobre en cuanto a calidad.

Vio el tráiler de la única que le llamó la atención, una de acción, y compró las entradas para la sesión de las diez de la noche. Su plan era algo simple, quería resarcir el momento nefasto que había cometido esa madrugada, pero tampoco le podía regalar flores, no quería que fuera sospechoso. Con aquellas entradas y una conversación para zanjar el tema del día anterior, bastaría.

La intención del joven era enterrar bien hondo lo sucedido y seguir con su vida normal, al menos hasta que todo le explotara en las narices. Descargadas ya ambas entradas en el móvil, lo cogió de nuevo y vio el mensaje de Alicia, que aún seguía allí y tampoco se iba a ir.

Quitó la notificación, sonriendo por primera vez en el día al pensar lo curioso que era, un día atrás, habría dado botes de alegría porque Alicia le hablase, incluso su madre lo había notado. Ahora, le daban ganas de vomitar… de nuevo.

Se olvidó de su amante por un momento y buscó el número de su novia. Era ya mediodía y estaría más que despierta por lo que la llamó, no quería mandarla un frío mensaje. Eso sí, cuando sonó el primer tono se quedó atemorizado pensando en si notaria en su voz que la había traicionado.

—Hola, Sergio —la voz tras el teléfono la sintió apagada, Marta aún estaba triste.

—¿Qué tal estás?

—Bien, bueno, no he tenido mi mejor noche, pero bien.

—Creo que lo de ayer estuvo fuera de lugar. —en el interior, Sergio imploraba el perdón, pero no por eso, sino por su adulterio.

—Ya… creo que… te pasaste con lo que dijiste, aunque no estuvo nada bien que dudara de ti.

El corazón se le detuvo, no podía ser que su novia le dijera eso. Prefería mil veces que le insultara a escuchar que había hecho mal en pensar que era un infiel, un traidor… una mierda de persona. Sergio se sentía mal, quería gritarle por el teléfono lo que le había hecho, pero no pudo, solo le comentó.

—Sí, no estuvimos bien ninguno de los dos. Quería preguntarte algo —no esperó a que contestase— ¿te apetece ir esta noche al cine?

—Esta noche he quedado, voy a salir con las chicas.

—Entiendo. —su mente sabía que si había hecho un plan con tanta antelación era porque estaba enfadada— ¿Quieres hablarlo ahora u otro día?

—Mejor otro día… —en su voz había más duda de la que Sergio podía calcular— no estoy bien. Lo de ayer me hizo pensar en cosas acerca de nosotros, creo que tenemos dudas el uno del otro.

Sergio mantuvo el silencio al otro lado del teléfono, él no tenía dudas acerca de ella, no había pensado en que le podría ser desleal. Sin embargo, tenía muchas dudas acerca de si él, podría hacerlo otra vez.

—Entiendo por qué lo dices, hoy no te molesto más, Marta. No te preocupes, hablamos cuando quieras.

—Bien. —el tono era muy seco— Pásalo bien, Sergio.

—Y tú también.

—Adiós.

—Adiós.

Sergio se mantuvo escuchando el pitido final del teléfono sin despegarlo de la oreja. Un simple adiós, ni un te quiero forzado de esos que creía rutinarios, ni un amago de “te quiero” o un simple cariño. Marta estaba dolida, muy dolida. Las palabras de Sergio le habían hecho daño, pensaba que todo aquello había quedado atrás, que no volverían a tratar el tema, ella estaba con su novio de forma incondicional. Sin embargo, no creía que Sergio pudiera olvidarlo.

La habitación se convirtió en una jaula para el joven. Se asfixiaba dentro, pero también era en el único sitio donde le apetecía estar. Miraba de vez en cuando el móvil por si su novia le hablaba, pero solo le surgía en la pantalla la notificación de Alicia, que volvía una y otra vez aunque la quitase.

Comió sin ganas, solo respondiendo a que estaba así por la fiesta del día anterior, que estaba cansado. No tardó en volver al cuarto donde se sumergió bajo el edredón para tratar de ocultarse del mundo y que siguiera girando sin él presente. Sin embargo, así no son las cosas, las situaciones hay que afrontarlas y lo primero era, al menos contestar el mensaje de Alicia.

El mensaje seguía allí y lo abrió viendo que otra pregunta se había añadido al primer “qué duermas bien”.

—¿Qué tal amaneciste?

—Bien y ¿tú? —respondió Sergio mintiendo como nunca.

—Demasiado bien… —añadió un icono que se reía y Sergio solo podía ver a una niña, su cuerpo no notaba lo mismo que antes.

—Me alegra saberlo.

Vio que la joven amiga de su hermana estaba escribiendo y se sentó desencantado. No quería seguir con la conversación, se sentía demasiado mal y lo peor, era lo que le decía el cuerpo, para Sergio, Alicia ya había cumplido su función. Así de cruel estaba siendo su pensamiento, la muchacha ya le había servido para sus intereses, ¿para qué hablar con ella?

“Soy asqueroso…” pensó en el momento que volvió a mirar el móvil, viendo que el nuevo mensaje de Alicia había llegado.

—¿Tienes algo que hacer hoy?

Resopló al ver aquello, pasándose una mano por el cabello de forma agobiada. Pulsó rápido las teclas y evadió todo por el momento, no quería hablar con Alicia, al menos por ahora.

—Tengo planes.

—Comprendo. Bueno, si mañana u otro día te apetece quedar o algo, me puedes decir.

—Ahora en enero empiezo con los exámenes —por lo menos no mentir con eso le sentaba bien— estaré atareado. Pero si tengo un hueco ya te lo comentaré.

—¿Puedo preguntarte qué tal con Marta?

Sergio cerró los ojos y suspiró lleno de rabia. No quería hablar más con ella y de un momento a otro, la mandaría al quinto pino, debía relajarse, la chica no tenía culpa de nada. El malo de la película, únicamente era él.

—Mejor que no, no estamos en un buen momento.

—Te quería decir, aunque suene algo lanzado, que si lo dejáis, no me importaría pedirte una cita.

—Tomo nota.

Cerró el móvil con esa frase a modo de despedida, no quería meterse en lo que podría derivar en una conversación absurda que no le traería nada claro. Ya tenía bastante con el enfado de Marta que tenía pinta de ser mucho más serio de lo que pensaba, “¿y si lo dejamos?”.

La idea le recorrió la mente y por un momento sintió dolor, aunque era algo absurdo, había estado pensando en esa posibilidad todo el mes de diciembre. Ya no era lo mismo de antes, era rutina tras rutina, no cambiaban nunca sus planes, entonces ¿para qué seguir?

Los planes elaborados en la cabeza están muy bien, pero llevarlos a cabo es otra cosa muy diferente y pensar que podría romper con Marta le dolía. Se vistió y salió a dar una vuelta en solitario, solo un pequeño paseo por cerca del barrio. No pensó en nada, solo en caminar, quería olvidarse de todo, no pensar. Aun así la mente le daba vueltas y le recreaba cada momento con Alicia y después, imágenes de Marta poblaban su memoria. No había hecho lo correcto, pero no debía martirizarse más, si su novia quería dejarlo, vale, lo aceptaría, y si Alicia quería algo más, le diría que sintiéndolo mucho, no. En su mente todo era muy sencillo.

Debía alejarse de esa versión suya movida por el erotismo, había hecho una locura y dañado a una persona que quería… incluso dejó a su hermana sola para volver a casa. Volvió sobre sus pasos en dirección a su hogar, con un aire renovado, quizá en parte a que el frío del invierno le había quitado parte de la resaca. Sentándose junto a su padre en el sofá de la sala, vio que sus progenitores estaban viendo una película que daba la impresión de ser realmente mala. Su madre reposaba tumbada en el otro sofá, parecía que la película no le iba mucho porque Sergio tuvo la sensación de que estaba dormida.

—Papá, —Dani le miró alejando la vista de la televisión— ¿esta noche trabajas?

—Sí, entro en un rato, a las nueve.

Mari miró hacia atrás. Estaba casi dormida y escuchar la voz de su hijo la había desvelado.

—Qué pena, tenía dos entradas de cine, iba a ir con Marta, pero… —prefirió mentir a dar explicaciones— se ha puesto mala. Era por si la queríais aprovechar vosotros.

—Gracias, Sergio, pero por mi imposible, el trabajo me llama.

—¿Laura? —preguntó el joven mirando a su madre.

—Se fue hace nada, iba a cenar por ahí.

—Y para mí —cortó Dani levantándose del sofá—, es hora de que me vaya preparando, que en dos horas tengo que estar allí.

—Que te sea leve, papá.

Le comentó Sergio apiadándose de todo lo que trabajaba su padre. Este le revolvió el pelo como cuando era joven y siguió su camino. El muchacho quedó en silencio observando la película de vaqueros que estaban proyectando y después volvió la vista a su madre. Estaba tumbada de lo más tranquila mientras sus pies desnudos le salían por debajo de la manta.

—Mamá.

Le llamó la atención, sin saber si aquello que se le había ocurrido era una buena idea. Quizá el estar tan mal le había hecho pensar en su madre, en la única que siempre estaría para cuidarle. Mari giró de nuevo el cuello para mirarle y fijó la vista con sus ojos azules.

—¿Quieres venir al cine conmigo?

El silencio recorrió la habitación, solo los vaqueros que aniquilaban a los indios lo interrumpían. Mari se quedó totalmente perpleja, su hijo le estaba invitando a ir al cine, ¡con él!

—Pues no sé, cariño, ¿a qué hora es?

—Empieza a las diez, pero bueno con los tráileres y los anuncios pues diez minutos más tarde supongo.

—Acabará muy tarde…

Mari se quedó callada observando a su hijo. Como le miraba con unos ojos algo rojos que le hicieron pensar “¿ha llorado o es la alergia?”. Un sentimiento de protección la invadió y notando que su pequeño tal vez pudiera estar herido, quizá no físicamente, seguro que de una forma más emocional, terminó por decir.

—Bueno… si es buena, me apunto.

—Eso no te lo puedo asegurar. —ambos rieron— Aunque no tengo mal gusto. Entonces, ¿salimos para las nueve y algo? —Mari asintió, le parecía bien, el cine estaba cerca— Voy un rato a jugar al ordenador. Cuando estés lista, me avisas y marchamos.

Sergio se marchó a su habitación y Mari se quedó viendo la misma película, pero esta vez mucho más despierta. Hacía tanto que no iba al cine, que le comenzó a provocar una leve ilusión. Debatió un buen rato mientras los indios eran masacrados, que ropa se iba a poner, cuál sería la adecuada para ir a ver una película, estaba totalmente fuera de esas cosas, ir al cine lo consideraba de… jóvenes.

Dani la dio un beso para despedirla, algo que más que anunciarle que su marido se marchaba, era una alarma para avisarla que debía cambiarse. Fue a su habitación cerrando la puerta tras de sí. Abrió el armario y lo miró con detalle. Cada vez tenía menos ropa “moderna”, toda ropa de “madre”. ¿No era una madre?

Le quedaba media hora hasta las nueve y en todo ese tiempo se probó varios modelitos, que aunque le quedaban bien, ninguno parecía gustarle. “Si Carmen estuviera aquí, sería más fácil” pensó la mujer recordando las vacaciones con su hermana.

Al final se decidió por llevar unos vaqueros algo holgados, con un jersey ajustado y una chamarra de cuero negra. Con todo ello puesto se vio de maravilla, el cabello peinado en una coleta, esta vez bien hecha, le daba un tono bastante juvenil, salvo por una cosa que no le gustaba.

El jersey de color gris, era bastante ajustado y tenía un escote pronunciado en forma de V. cualquiera que mirase podría ver sus senos apretados el uno contra el otro, no quería ir tan “descocada”. Para arreglarlo, se puso una camiseta básica blanca por debajo, tapando el exceso de pecho sin dejar ningún trozo de seno a la vista.

Para culminar el vestido, tomó prestado a su hija, unas zapatillas All Star que le quedaban como anillo al dedo. En verdad se veía muy guapa, joven y a la moda. En el tocador de la habitación, terminó por pintarse las pestañas y después darse un toque de pintalabios, aunque poco, tampoco quería ir excesivamente preparada. Al fin y al cabo iba al cine, no a la recepción con el presidente del gobierno.

Estaba lista y se volvió a mirar en el espejo. Su reflejo era bello, precioso, incluso ella misma lo sintió. Solo se había preparado en Navidades y un poco en Nochevieja, con ese día ya eran tres en muy poco tiempo, puede que algo estuviera comenzando a cambiar en el interior de la mujer. Cogió un bolso negro y se lo cruzó desde el hombro a la cintura, comprobó si tenía dinero para invitar algo a su hijo, le tenía que devolver el favor por la entrada.

Cierto. Sergio la había invitado, no lo había pensado, pero tal situación en un momento le hizo sentir un escalofrío en su espalda. Salió de la habitación, la luz de la sala le hacía suponer que allí se encontraría su hijo. Anduvo con calma aunque con cierto nerviosismo, pero ¿por qué esos nervios?

Sentía lo mismo que cuando Dani la esperaba para salir de fiesta o hacer algún plan. Ella se arreglaba, se ponía guapa y cuando llegaba donde él, sentía unos pequeños cosquilleos, como si quisiera escuchar que lo había conseguido, que estaba preciosa.

Apoyó un hombro en el umbral de la puerta y vio a su hijo sentado en el sofá, al parecer había terminado con el ordenador. Se había puesto un vaquero, uno de los tantos que le quedaban fenomenal, “a los jóvenes todo les queda bien”. Por arriba una camiseta que tapaba un jersey ceñido de rayas con diferentes azules. Se puso de pie al verla y Sergio le lanzó una mirada de satisfacción.

—Vaya… estás muy guapa, mamá.

Desde sus pequeñas vacaciones los halagos de Sergio habían sido habituales, quizá en menor medida, pero siempre tenía alguno preparado para ella. Eran casos puntuales, ya fuera, por verla guapa, por ver como solucionaba un problema o simplemente diciéndola que su comida estaba sabrosa.

—Gracias. Hace mucho que no voy al cine, me he preparado un poco… no llamaré la atención.

—Bueno… —Sergio no reprimió una carcajada— llamarás la atención porque vas muy guapa, por nada más. —Mari sonrió— Si ya estas lista, ¿marchamos?

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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