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Aventuras y desventuras húmedas: Segunda etapa (12)

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Los días pasaron con calma, hasta que llegaron los primeros exámenes para Sergio. Era mitad de enero y sobre todo la semana anterior, no había tenido un momento de descanso, todo había sido estudio y más estudio.

La relación con Marta se había enfriado hasta tal punto que llevaban días sin hablarse y desde la discusión no habían vuelto a quedar. El joven sabía que aquello estaba más que muerto, pero aún se agarraba a que después de los exámenes todo volvería a la normalidad. No es que necesitase a Marta por encima de todo, sino que el desliz con Alicia aún le traía cargo de conciencia.

A esta última la había estado evitando durante todo este tiempo. Sus conversaciones no pasaban de cuatro frases anodinas y siempre acababan con Sergio pidiéndola tiempo, ya que este mes iba a ser muy duro.

Se lo tomó realmente en serio, tenía esos dos frentes abiertos y solo había una manera de olvidarse de sus problemas, estudiar. Así lo hizo, desde el gran día con su madre en el cine, trató de estar el máximo tiempo posible estudiando. Ni siquiera perdía el tiempo en viajar hasta la biblioteca de la universidad, en casa aprovecharía ese tiempo de traslado. Además que aquel lugar, sobre todo los baños de la tercera planta…, le traían demasiados recuerdos.

La relación con los demás miembros de la casa comenzaba a fluir de una manera fabulosa. Con su madre ya había mejorado desde el verano, pero después de compartir su tiempo en el cine, sus miradas eran más cómplices y algunas veces incluso mantenían largas charlas desayunando. Tiempo atrás aquello era impensable, Mari nunca había estado para nadie mientras tomaba su café mañanero, sin embargo, para su hijo, parecía que ahora todo era poco.

Con Laura todo había cambiado, era mucho más alegre y no habían vuelto a discutir desde el día que se “encontraron” de fiesta. Incluso algún que otro día, la muchacha le asaltó con alguna que otra duda con respecto a sus deberes y Sergio, sorprendido, se la resolvió de mil amores.

Sin embargo, eso detonaría en un punto, justo después del primer examen que concluyó el joven. Era un día como otro, nada especial, había ido a la tarde a la universidad y salió del examen con una amplia sonrisa al sentir buenas vibraciones, sabía que aprobaría.

Llegó a casa justo cuando anochecía, el tiempo se había vuelto bastante helador, incluso demasiado para esas fechas del año. Entró en su habitación y se desvistió con rapidez, el cuerpo le temblaba, sentía los huesos congelados. De pronto escuchó un golpe en la puerta que le sobresaltó, viendo que su hermana había entrado en la habitación. Traía una cara de pocos amigos que sumado al portazo, hizo que Sergio se sintiera incómodo.

—¿Tata? —preguntó sorprendido mirando a Laura.

—Sergio, —la voz de la joven sonaba dura, pocas veces la había visto tan enfadada. Sergio se quedó paralizado, como si un movimiento la pudiera irritar todavía más— te voy a preguntar una cosa.

El rostro del joven se contrajo y se acabó de subir los pantalones del pijama para que no se le notase que le comenzaban a temblar las piernas. Sergio sin saber a qué venía su hermana, por el rostro y el cabreo, se hacía una idea.

—Tú —señalándole con el dedo índice como si le fuera a apuñalar— y… ¿Alicia?

—¿Qué pasa?

Tomó una actitud que le valdría cuando Laura tenía doce años, pero no ahora que era una adolescente a pocos meses de ser mayor de edad. Hacerse el sorprendido y fingir a su hermana que nada iba con él, no era un buen plan y Sergio lo supo nada más la pregunta brotó de sus labios.

—¡Qué pasa y una mierda! ¿Te has liado con Alicia?

—No.

Le salió una voz cortada, sentía pánico por los gritos que podía desencadenar Laura, cuando se enfadaba era un terremoto. La respuesta le había salido automática, quizá negando la mayor saldría de aquella, pero estaba equivocado.

—Sergio… no me mientas.

Por un momento la ira que la joven sentía se transformó. Todo el cabreo acumulado al ver a su hermano mintiéndole mutó en un sentimiento más profundo que Sergio pudo ver. Se levantó de la cama para estar a su altura, casi una cabeza entera les separaba en distancia, pero se miraron a los ojos. “Esos dichosos ojos…” pensó Sergio recordando la rama femenina de la familia y su herencia ocular.

El rostro de la muchacha había cambiado y no había ira, el joven lo vio y no pudo hacer otra cosa que quedarse quieto. Esperaba que Laura se aguantara, sin embargo no las tenía todas consigo. Porque su hermana no estaba cabreada, sino… decepcionada… triste.

—Laura, mira…

—¿Sí o no?

Aunque cortada, la voz de Laura sonaba dura y determinada. El móvil en la mano le dio pistas a Sergio que algo había pasado, alguien lo sabía y le habían delatado. Todas las cartas estaban jugadas, solo él y Alicia sabían lo que había pasado, las dos opciones iban por el mismo lado. O Alicia se había ido de la lengua con una amiga, o directamente se lo había dicho a Laura. No encontró sentido lógico para ninguna de las dos.

—¿Te lo ha dicho ella o alguna amiga?

Laura vio la realidad, algo que no se imaginaba, que una amiga se liara con su hermano, con su querido hermano. Se dio la vuelta enfadada y no quiso contestar a Sergio, porque ya no era relevante, sabía la verdad. Aunque pensándolo bien, ¿por qué la propia Alicia la iba a mentir?

Sergio trató de agarrarla por el brazo. Sujetó su antebrazo, pero Laura tiró con más fuerza. La mano del joven se deslizó hasta sujetar su muñeca y allí con un peor agarré, Laura logró zafarse de la sujeción de su hermano.

—Te odio, joder. TE ODIO.

Le dijo mientras abandonaba su cuarto. Pero para sorpresa de Sergio no le había gritado, no había armado un escándalo, aquellas palabras habían sido casi un susurro, un suspiro que trataba de ahogar el llanto. Por un momento se sintió dolido, muy dolido, prefería que le hubiera gritado o pegado, pero no escuchar esa voz quebrada de su hermana mientras sus ojos se le clavaban como cuchillas.

Escuchó como la puerta de su hermana se cerraba con fuerza y al de nada, su madre asomó por la puerta. Eran los mismos ojos que tenía Laura los que ahora le miraban, sin embargo estos no lo hacían desde el odio y la tristeza.

—¿Sergio, pasa algo?

—No, mamá no te preocupes… solo que le tengo que pedir perdón a mi hermana. —el joven apenas la miró, se sentía fatal, no quería ver ni a su madre.

—Voy yo si quieres…

—Gracias, Mari, pero en serio, no. Ahora en un minuto voy donde ella.

Su madre sonrió, quizá por ver como su hijo había madurado en todo este tiempo, en cómo había criado a un joven tan bueno. Aunque ella no tenía la información de como este se había liado con la amiga de su hermana, tal vez sabiéndolo hubiera cambiado un poco su opinión.

Se sentó en la cama y la habitación se le vino encima. Había fallado en tan poco tiempo a su novia (o quizá ex, no tenía idea) a su ligue y a su hermana, “no paro de cagarla” se dijo con las manos en la frente. Golpeó con fuerza sus piernas y supo que el error lo había cometido en un principio al no acompañar a su hermana a casa y largarse corriendo donde su “amante”. Error que había desembocado en todo esto, debía arreglarlo y debía hacerlo ya.

Puso los pies en el suelo y colocándose de pie se decidió a que todo cambiaría, cogería las riendas de su vida y se decidiría a encaminarla. No podía ser que estuviera con una chica con la que no estaba bien, que diera largas a otra sin saber que quería y menos aún que aquello salpicara a su hermana. Solo se salvaba Mari en todo esto, su dulce madre, que tan buenos momentos le hizo pasar y que logró que todos los sentimientos se fueran a un lado.

Fue a dar el primer paso, sin embargo al pisar, se dio cuenta de que algo había bajo la planta de su pie. Lo alzó comprobando que era lo que había caído al piso. Al sujetar a su hermana, una pulsera de su muñeca había volado en el “forcejeo”. La cogió en sus manos, era una pulsera que conocía muy bien, puesto que la había hecho en clase hacía muchos años, cuando su hermana cumplió los diez años.

Era de goma y de diferentes colores, si no recordaba mal, la había confeccionado en clase de plástica y la profesora le había ayudado. Fue un momento muy bonito cuando Laura la recibió y comenzó a saltar de alegría, jurando que no se la quitaría jamás, incluso le dijo que le quería.

Pero el tiempo pasó y obviamente se la fue quitando hasta el punto que hacía unos años no se la había vuelto a ver. ¿Por qué ahora volvía ese regalo a su muñeca? Sergio buscó el motivo en su cabeza. Agarró con fuerza la pulsera entre sus dedos y reprimió unos sentimientos que emergían furiosos, porque sabía lo que simbolizaba, que su hermana lo volvía a querer.

—Laura… —Sergio abrió con dudas la puerta de su hermana— ¿Se puede?

—No.

La voz de la joven se escuchó de fondo. Estaba boca abajo contra la cama y tapaba su rostro con una almohada. Haciendo caso omiso a la respuesta, Sergio entró.

—Te he dicho que no —repitió Laura sin mostrar el rostro.

Sergio avanzó hasta la cama y allí se sentó, al tiempo que su hermana se giraba hacia el otro lado para poder darle la espalda. El joven no intentó nada, solo se quedó allí y por unos segundos observó la espalda de la muchacha.

—Primero de todo… lo siento, tata. —sabía que aquello la ablandaría el corazón.

Laura no contestó, no hacía falta, Sergio escuchaba su respiración acelerada y el sorber constante de mocos, estaba llorando o al menos a punto de hacerlo. Se tuvo que morder el labio para no ponerse a llorar con ella. Podían ser muy diferentes, en ocasiones podían llevarse como el perro y el gato, pero ver llorar a su hermana pequeña siempre le había partido el corazón.

—Vale, lo que me has preguntado, es verdad.

Laura se fue a dar la vuelta, seguramente para seguir insultando a su hermano, pero este le colocó la mano en la espalda para que se tranquilizara, la chica se quedó quieta. El joven comenzó a pasar su mano por encima de la camiseta del pijama y mientras la acariciaba con ternura prosiguió.

—Veo que te ha dolido mucho, no sé muy bien el porqué, pero da lo mismo. No te puedo ver así, se me parte el alma cuando estás mal, Laura. Por lo que me da igual porque te haya sentado mal, solo te pido perdón cuantas veces quieras. Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón…

—Ya vale, pesado.

Aquella última gracia le había sacado una leve sonrisa y el roce de su hermano contra su cuerpo la estaba aliviando, aunque la pena no se marchaba.

—Mira, vamos a arreglar todo esto muy rápido para que todo vuelva a ser como antes, ¿te parece bien?

Laura alzó los hombros mientras volvía a sorber los mocos que trataban de salir de las fosas nasales. No vio cómo su hermano, se tumbaba con ella en la cama y le abrazaba como podía con ambas manos, sumergiendo una bajo la almohada y otra rodeando su cintura. La apretó con fuerza y la joven se sintió feliz, muy feliz, como si todo se pasara, aunque algún resquicio de odio todavía anidaba en su interior.

—No entiendo… —a Laura le costaba hablar— por qué lo has hecho. Hay muchas chicas en el mundo, ¿por qué justo con una amiga mía? Y además, Alicia…

—No es su culpa, es solo mía, fue… —¿en verdad era así?, ¿Eso era lo que pensaba? Sí— un error. Estoy fatal con Marta… bueno, seguramente lo vamos a dejar, si no es que lo hemos hecho ya. Imagínate como estamos que ni lo sé. Creo que se me fue la cabeza y aproveché ese momento para… para… no sé para qué. —resopló golpeando con su aliento el pelo de su hermana— Quizá para sentirme hombre o para desfogar, ni idea.

—Lo siento, por lo de Marta. —Laura agarró con fuerza la mano de su hermano que reposaba en su vientre— No sabía nada, si te puedo ayudar cuenta conmigo. —recordó que estaba enfadada y añadió— Me ha dolido mucho… solo dime, ¿vais a tener una relación?

—¿Con Alicia? —ella asintió— No, para nada.

Laura ignorante del porqué, se alegró al escucharlo, no quería a su amiga de cuñada y por otro lado… no la veía una buena chica para su hermano mayor. Aunque si lo pensaba a conciencia, sabía que a sus ojos no habría ninguna buena.

Agarrando la mano de su hermano se sentía mejor, mucho más aliviada. El saber que Sergio no quería nada más allá de un rollo con su amiga, la reconfortaba, “¿Por qué solo ha sido eso?, ¿Habrán follado?”. No quiso saber la respuesta.

—¿Me lo prometes, Sergio? —el muchacho la dejó hablar— ¿Me prometes que nunca más te vas a liar con ella?

Con un beso en la cabeza la respuesta era más que obvia, no le hacía falta a Laura escucharlo de sus labios, aunque añadió otra cosa para matizar.

—Bueno, ni con ella, ni con ninguna otra de mis amigas…

—Lo que tú digas, enana —le susurró cerca de la oreja, algo que hizo que la piel de Laura se erizase—. Una cosa, ¿por qué te molesta?

—Contéstame tú a una cosa, ¿te gustaría que me liara o me tirase a uno de tus amigos?

“Dios, NO” gritó la mente de Sergio. No lo había visto de esa manera, en ningún momento había empatizado con su hermana y puesto en su lugar. Aunque a su modo de ver era diferente, ella era su hermanita, la pequeña de casa, era normal que no quisiera. Sin embargo su mente le hizo recapacitar y pensar que para ella, él era su hermano mayor y eso pesaba mucho.

—No, para nada.

—Entonces me entiendes un poco. —sintió otro beso en el cabello que volvió a calmarla, el llanto había cesado y el calor de su hermano la había relajado— Al principio, no me lo creí. Cuando me lo dijo pensaba que estaba de broma, que me quería vacilar, pero cuando me lo juró no entendí muy bien cómo podía ser posible.

—Espera, —cortó Sergio— me gustaría saber una cosa, ¿te lo ha dicho ella directamente?

—Pues sí. ¿Quién si no?

Sergio se separó de pronto de su hermana y levantándose enfadado de la cama. Laura maldijo por lo que había dicho, con lo a gusto que estaba…

—Pero, ¿para qué te dice nada…? Será… La dije que no contara nada, que tenía que arreglar unas cosas y hablaríamos.

—¿Eso es verdad? —preguntó su hermana sentada en la cama.

—¡Qué va! Se lo dije porque no sabía cómo salir del paso —el volumen de Sergio aumentaba, realmente aquello le había molestado.

—Me dijo que se sentía mal por mí y que me lo tenía que contar, la verdad que me pareció extraño.

—No se sentía mal para nada, te lo digo con total seguridad. —Sergio cogió su móvil y abrió la conversación con la amiga de su hermana— Mira, por si tienes dudas de que algo vuelva a pasar.

Sergio comenzó a teclear y Laura se sentó a su lado en la cama, observaba como en la pantalla del móvil su hermano saludaba a Alicia de lo más normal. Mientras esperaba que la chica contestase, leyó lo que la pantalla le permitía, casi todo eran frases normales que se podrían decir entre dos amigos, eso por algún motivo, la dejó un mejor cuerpo.

—¿Qué tal, Sergio? —leyó Laura el mensaje de su amiga.

—Conque le has contado a mi hermana lo nuestro… —las manos de Sergio echaban humo y Alicia esperó a contestar.

—Sí, es que me sentía mal por ella…

—¿No te dije que no dijeras nada? ¿Para qué vas y se lo cuentas justo a mi hermana? Le has hecho pasar un mal rato a lo tonto, incluso se ha puesto a llorar.

A Laura leer aquello por un momento le causó vergüenza, pero no le importó, sentirse al lado de su hermano, notar su calor, su cuerpo, la hacía estar tan protegida, que daba lo mismo.

—Joder, no me lo esperaba. En verdad… no te puedo mentir… lo hice para captar tu atención. Tío es que has pasado de mí todo este tiempo, ni un poco de caso.

—Te dije que tenía exámenes, este mes es muy jodido, necesito mi espacio para estudiar. —Sergio vio una clara la oportunidad de acabar con todo y no la desaprovechó— No me esperaba que fueras así. Me he llevado una desilusión, pensaba que teníamos posibilidades de que esto fuera a más, —mentira y gorda— ahora se acabó.

—No soy así, Sergio. Lo que pasa que no me has dejado otra.

—No has tenido paciencia y punto, voy a borrar tu número, Alicia. Qué chasco me he llevado… —quizá se estaba pasando un poco, pero todavía sentía el dolor de su hermana muy presente. En verdad, estaba siendo el rey del drama.

—¡No flipes! ¿Por esto ya no vamos a quedar?

—NO.

—Eres un capullo y una mierda, ¿solo por esto me dices que no…? No tienes valor a decirme la verdad y ya, eres un cagón. Que sepas que me voy a encargar de que se entere tu novia y te joda por cabrón.

—Tú misma, si quieres hacer daño gratuito a una segunda persona, adelante. Además que con Marta está todo acabado. ¿Y dices que no es para tanto…? Hacer daño a mi hermana, sí que lo es.

De la misma que borró la conversación y bloqueó a Alicia del móvil, sintió que caía un peso de su cuerpo, liberándose de una de las losas que lo ataba. No había sido la mejor forma y seguramente que al cabo de unos días se sentiría mal, sin embargo, tenía que hacerlo.

—¿Te ha molestado mucho que llorara? —la voz de Laura le hizo volver a prestar la atención que requería. Con tanto teclear se había olvidado que estaba allí.

—Por supuesto, eres mi hermanita y por ti lo daría todo.

Por un momento Laura se sonrojó, oír las palabras de su hermano tan sinceras, tan puras le hizo sentirse la más dichosa del mundo, no podía ser más feliz. Curioso como una “desgracia” para la jovencita, acabara en algo maravilloso. Miró a la pared por no mantener la vista por más tiempo en su hermano, le daba algo de vergüenza, como en el colegio cuando un chico le gustaba.

—Por cierto, antes de irme.

Sergio se levantó y sacó del bolsillo la pulsera de su hermana. Se la enseñó y ella se miró la muñeca buscándola, no se había dado cuenta de que la había perdido. Sin levantarse alzó su brazo derecho y Sergio se la colocó a la perfección, como siempre debería haber estado.

Laura se levantó para estar a la misma altura y con los brazos rodeó a su hermano propinándole un fuerte abrazo. Notó como Sergio hacia lo mismo y ambos se fundieron en unos cuantos segundos mientras sus padres eran ajenos a lo que pasaba en aquella habitación, solo los dos eran testigos del amor que se procesaban.

Sergio bajó la mirada y al mismo momento la joven la subió, conectando con aquellos ojos que tantas veces se habían mirado, aunque ahora se veían más sinceros… más amorosos. Los labios del muchacho se cerraron y descendieron con lentitud hasta el rostro de su hermana. Ella lo esperó con ganas y cuando el beso estaba a punto de impactar en su mejilla, giró levemente su rostro para devolverle el arrumaco.

Ambos se quedaron por dos segundos disfrutando del beso del otro, cada uno en una mejilla, pero muy cerca de la comisura de los labios, cerca de un límite que no debe ser traspasado.

—Te quiero mucho, Sergio, quiero que siempre lo sepas, pase lo que pase, haga lo que te haga… te quiero.

—Y yo, tata… y yo.

CONTINUARÁ

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