La vuelta a casa, aunque extraña porque apenas hablaron, estuvo llena de felicidad. Ambos terminaron con una sonrisa en los labios y la promesa de que al siguiente hablarían para ver qué rumbo tomaba la relación.
En una única tarde, los temores, la ira y el rencor que Sergio adquirió durante todos esos meses, se habían esfumado. ¿Tan fácil podía ser olvidar el pasado? Solo contempló la visión de un futuro que parecía ser esperanzador, quizá una relación diferente, alejada de la monotonía que destruyó la anterior. Lo pudo corroborar en el propio sexo, había sido más pasional, mucho más aguerrido que los que solían tener. Marta había gozado mucho más que en el pasado y si no llega a ser porque estaban en un lugar público, sabía que hubieran expresado su amor de forma mucho más obscena.
Sergio llegó a casa con una sonrisa exagerada, en verdad se sentía feliz. Se notaba liberado, sobre todo en la parte inferior de su cuerpo, pero también de la carga mental. Había aparcado por fin el estúpido rencor que cultivó hacia su exnovia y que no le había dejado de pasar por la mente. Aunque ahora ya no era su exnovia ¿Qué eran? No encontraba ni nombre, ni título para clasificarla. Solo tenía una cosa clara, la tensión vivida esa tarde, sumado a felicidad que ambos derrochaban, era un síntoma claro de que la pregunta ya estaba en la mesa, “¿podría volver con ella?”.
Pasada buena parte de la tarde y más cercana la noche, su padre salió para la fábrica después de cenar. En casa estaba solo con las chicas y su hermana ya se había metido en su cuarto a disfrutar de la soledad que tanto le gustaba. El entrechocar de platos que salía de la cocina delataba la ubicación de su madre. Sintiéndose feliz, quizá cercano al sentimiento que desarrolló en casa de Carmen, se acordó de Mari, la mujer a la que había prometido que intentaría ayudar y la había dejado de lado a las primeras de cambio.
Había pasado ya un tiempo y su relación volvió a ser tan lejana como era antes del viaje al pueblo. Sin embargo aquel día su positivismo ante la vida era tal, que con decisión caminó hacia la cocina sentándose en la mesa y mientras su madre miraba sorprendida le dijo.
—¿Qué tal estas, mamá?
Mari torció el rostro mostrando un gesto de extrañeza, era muy poco habitual que a esas horas del día su hijo apareciera por allí y menos para hablar con ella. La mujer apagó el grifo de agua caliente con calma y dejó los guates en el cajón que quedaba debajo del fregadero con la misma pasividad, estaba cansada. El tiempo de complicidad con Sergio había quedado en el olvido, un sueño lejano al que acudía a veces mientras miraba por la ventana evocando buenos momentos, similares a los que vivió un su época de juventud. Sin embargo, en ambos casos, cada día los veía más borrosos.
—Bien, algo cansada —contestó con voz apagada.
—Ahora que no hay “nadie” en casa, —entrecomilló aquello sabiendo que Laura estando en su habitación no hacía caso a nadie— quería hablar contigo.
—¿Conmigo? —la propuesta le pareció incluso descabellada— ¿Ha pasado algo?
—No, mamá. —sonrió Sergio viendo la preocupación de su madre al sentarse a su lado— Te quería hablar de algo que me ha pasado hoy, es algo bueno… eso creo.
—Vale, vale, Sergio… me había preocupado. —cogiendo una pera del frutero comenzó a moverla en sus dedos antes de morderla.
—Es solo que… bueno… ayer estuve hablando con Marta, ¿sabes de quién te hablo?
—Sí, claro, ¿Cómo no voy a saber quién es Marta? —A Mari aquella chica no le caía en gracia. Sabía de buena mano el dolor que le había hecho a su pequeño y eso no le gustaba ¿a qué madre le podría gustar?
—Pues nada, básicamente me dijo ayer que quería hablar conmigo, que todo había sido muy precipitado y necesitaba dar la cara.
—A buenas horas… —dijo sin contenerse dando el primer bocado a la pera.
—Eso mismo dije yo… Pero el tema es que le di una oportunidad para explicarse. Al final creo que todo el mundo la merece. —días atrás ni se le hubiera ocurrido mencionar tal cosa sobre Marta.
Mari sabía lo que venía después. Ese pero no le había gustado. “Un pero anula todo lo dicho anteriormente” decía siempre su padre y tenía más razón que un santo. Tenía la sensación de que su hijo le vendría con la cantinela de que la chica había cambiado y que podría pasar algo, lo leía en sus ojos. Sin embargo, también veía como estos estaban brillando, como su sonrisa no se apagaba y que su cuerpo emanaba una energía que no veía desde agosto.
—El caso es que hoy hemos quedado para estudiar después de clase y hemos hablado del tema. Ha estado muy maja, me ha pedido perdón, me ha explicado los motivos de porque lo hizo y bueno… al final nos lo hemos pasado muy bien.
—Hijo, —Mari pensó en decirle la verdad o seguir su juego. Estaba tan feliz… aunque quizá a la larga el golpe fuera mayor— ¿te ha hecho feliz volver a verla?
—Tenía mucha rabia acumulada en mi interior antes de verla. Sin embargo desapareció cuando comenzamos a hablar, como por arte de magia, no sé cómo explicártelo. Su voz, su rostro, su colonia, todo me gustaba, era como si en verdad la hubiera echado de menos todo este tiempo.
Mari lo entendió. Su hijo estaba enamorado de esa chica y por mucho que aquella vez se desahogase de una manera tan efusiva, pese a que no lo admitiera, en el fondo la seguía queriendo.
—Me alegro, de verdad. Lo que si te quiero decir es que tengas cuidado, solo has estado un día con ella, ir despacio, limando las asperezas y sobre todo olvidando el pasado.
—Sí… no quiero correr. Creo que ella se ha equivocado con el chico que estuvo y que ahora quiere volver, aunque no es definitivo.
—Haz lo que te diga tu corazón. —Mari quería que la rechazase. Cabía la posibilidad de que Marta hubiera tenido un desencuentro amoroso con el otro novio, no lo sabía, sin embargo querer volver atrás… algo tenía que haber pasado. O quizá… solo eran suposiciones suyas y en verdad lo que quería era que su hijo no estuviera con ella y punto— Yo te voy a apoyar con lo que sea.
Estar cerca de su pequeño, volver a hablar de cosas íntimas y tener la conversación más larga en dos meses hizo que Mari corriera el velo que tenía delante de los ojos. Volvía a estar frente al chico alegre que vio en casa de Carmen, no era su hijo, sino Sergio, el niño que había cambiado para ser un hombre. El muchacho con el que se contó confidencias en el río y con el que sintió una comodidad que había olvidado, llegando a opacar incluso a… su marido.
Estiró la mano que no sujetaba la pera y que se encontraba más cerca de donde el joven reposaba las suyas. Por un acto reflejo sintió la necesidad de contacto, de tocar la piel de su chico y sin pensárselo dos veces palpó una de ellas. Rozó primero los dedos de su hijo que acto seguido entrelazó y acabó por girar para cogerle la mano entera.
—Solo te recomiendo que esperes un tiempo, cariño. —“cariño” qué raro le sonó decírselo en casa, apenas lo hacía— Vuelve con ella si es lo que el cuerpo te pide. —su voz sonaba tenue como una nana de cuna— Sin embargo, creo que es mejor esperar un poco, si sale bien y estáis toda la vida, no creo que recordéis los días de más que esperasteis.
—Puede que tengas razón, mamá… —contempló los ojos de su madre, de ese color azul precioso que se veía más apagado junto a unas ojeras inacabables. Aun así, parecía que la Mari del río estaba por ahí… cerca… tratando de escapar de donde la tenían recluida— Lo de hoy ha sido todo. Intentaré ir despacio, aunque no lo sé, no tengo ni idea de lo que haré mañana, como para saber lo de pasado. Eso sí, muchas gracias, necesitaba contárselo a alguien.
Una pequeña sonrisa salió de su boca que llegó hasta la de su madre donde se pegó. Ambos sonreían bajo la luz de la lámpara de la cocina, mientras en silencio, con los ojos fijos el uno en el otro, sus manos seguían entrelazadas. El silencio pareció total, el mismo que en la cumbre más alta de la tierra. Mari no quería romperlo, parecía un momento mágico, de esos que solo recordaba en su memoria, un pasado lejano que apenas había sido unos meses atrás.
Sin saber que la impulsaba, apretó con más fuerza la mano de su hijo, como si le quisiera pedir que le devolviera la vitalidad, que llamase a aquella Mari que en casa se había perdido. Sergio en cambio, lo que vio fue a su madre, a esa madre que reía al lado del río, junto con un bikini de lo más sugerente. A la madre que se emborrachaba con su hermana, a la madre que vestía con ropas que estilizaban su ideal cuerpo, a esa madre… tan bella.
Su boca se movió, pero no emitió ningún sonido. Su madre le observó expectante esperando que su lengua acompasase el movimiento de los labios. Sergio lo volvió a intentar, esta vez con más ganas, una barrera creada por el mismo parecía impedirle lo que la mujer se merecía escuchar.
Emuló el apretón de su madre. En ambas manos los dedos rojos iban acorde con la zona blanquecina que dejaban al estrujar. Haciendo algo más de fuerza, al punto de no querer soltarla nunca y tirando de valor, le soltó algo que para Sergio era mucho más que dos palabras.
—Te quiero.
En casa de su tía no le hubiera costado, en cambio en la cocina del que había sido su hogar toda la vida y sin nadie alrededor, fue tan duro como subir a un volcán en erupción.
Mari abrió los ojos, queriendo complacer a su hijo que parecía querer escuchar una respuesta. Se propuso corresponderle, decirle que le quería… no… no le quería, ¿qué era lo que sentía por él? Era más. En el viaje lo sabía muy bien, pero ahora parecía haberlo olvidado, no le quería… lo amaba.
¿Por qué tan difícil? Su hermana le gritaría que era su hijo que le diera el amor que le correspondía. “A Carmen le sale tan natural…” pensó mirando a los ojos de su primogénito que comenzaba a levantarse. Los sentimientos olvidados en dos meses salieron poco a poco a la luz, su vientre comenzó a irradiar un leve calor que apenas recordaba, pero allí estaba, de nuevo removiéndola el alma.
Sergio se levantó sonriendo a su madre, pero seguía esperando… esperando que le dijera que ella también le quería. Mari no podía disimular la tristeza de su rostro, porque se lo quería decir, se lo quería gritar, lo gritaría por la calle si era necesario, sin embargo su garganta no articulaba palabra. Una estúpida vergüenza la retenía, una timidez que no dejaba expresar lo que sentía.
El joven alzó la mano y la movió para despedirse de forma juvenil, como haría un niño de tres años, desapareciendo tras las paredes de la casa. Mari se quedó allí, inerte durante varios minutos, maldiciéndose a sí misma y acabando por tirar con fuerza a la basura la pera que le sabía a decepción. No supo que hacer, solo se le ocurrió que con la cabeza gacha podría terminar de lavar los platos. Así lo hizo.
En cambio, Sergio con el cuerpo vibrante de felicidad se tumbó en su cama y salido del subconsciente una idea surgió de su mente. Algo había cambiado al hablar con su madre, todavía notaba el calor de su mano en la palma, esos ojos cansados, pero bellos, mirando a través de su piel. Todo aquello le recordó a alguien… a Carmen.
—¿Qué tal, tía?
—¡Vaya! —contestó la mujer con rapidez al leer el mensaje— Mi sobrino favorito.
—No tienes otro…
—Lo sé, aun así, lo serías. ¿Qué cuentas, cielo?
—Una novedad, quizá hasta te suene raro, pero hoy he quedado a estudiar con Marta.
—Raro no, rarísimo. Pero dime más, cariño.
—Me quería pedir perdón por todo y… se la veía afectada. Me la he creído, parecía sincera.
—Ya estoy viendo por donde vas. Ten cuidado, ¿vale, cielo? Despacio y comprobando que todo vaya bien. Ahora no puedo hablar mucho, pero si quieres en otro rato lo comentamos.
—Lo haré. —se dio cuenta de lo curioso que era que las dos hermanas le dijeran lo mismo— En otro momento te llamo y si quieres te doy detalles…
—Viniendo de ti, espero detalles algo marranos…
—Acertaste.
—Me encanta… eso sí, espero que no te olvides de tu tía favorita.
—Eso jamás.
Acabó por mandarle un corazón y dándose cuenta de que su tía le volvía a activar como siempre, no era solo cuando la tenía cerca, simplemente el mero hecho de hablar con ella le hacía calentarse. Comprobó con cierta sorpresa que su miembro saludaba, no se había olvidado de Carmen y el joven con picaresca adolescente, cogió el móvil, activó la cámara y le mandó una foto de lo más explícita.
—Para que veas que no me olvido de ti. —rezaba el texto que acompañaba la foto.
—Sergio… ahora voy a tener que buscar una excusa para un momento de soledad y… llevar el móvil conmigo.
—Te quiero, tía.
—Y yo, mi rey.
Apagó el móvil metiéndose en cama con una felicidad extrema y sin poder borrar la sonrisa de su rostro. Veía un día perfecto, con un futuro prometedor, iba a volver con Marta, estaba seguro y además, para redondear el día había hablado con Carmen con cierto picante sexual.
Su mente le disparó la imagen con su madre, como habían tenido cierta conexión que no sucedía en casa y mientras cerraba los ojos, reflexionó antes de dormir. “Debo prestarla más atención, pero… ¿Por qué no me dijo que me quería? Yo en verdad… no la quiero… la amo”.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.