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Bautizando el culo de mi casera Ramira

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Trabajé como gerente de ventas de una farmacéutica, pero después de mi divorcio perdí muchas cosas, entre ellas mi trabajo y mi casa. Así que sólo me quedó un auto con el cual me dediqué a chambear de Uber. Vivía donde podía y a veces hasta en mi auto.

Pero quiso mi buena suerte conocer a una señora madura rubia, chaparrita, de tetas no tan grandes pero deliciosas y unos muy bien torneados muslos. Sus vecinos y clientes le llamaban Ramira, pues era el nombre que tenía su negocio de venta de comida a domicilio y gracias a una amistad en común, ella me rentó un cuarto en su departamento para tener una entrada de dinero más. La señora nunca dormía ahí, sino en casa de su mamá con su hija, solo utilizaba la cocina del departamento para preparar la comida de su negocio o para recibir alguna amistad en su sala, pues aún estaba amueblado y de esa manera no le causaba molestias a su mamá. Por eso casi siempre la veía en fachas, con el cabello amarrado y sin maquillar, por lo que casi no se notaba la voluptuosidad que escondía su suculento cuerpo.

Hasta que un día quiso el destino que conociera la ricura de aquella madura. Llegué por la noche al departamento coincidiendo con que ella iba saliendo muy maquillada, con el cabello suelto, un rico perfume floral y dentro de un vestido sin tirantes, de tela semitransparente por cuyo escote dejaba adivinar un rico busto; muy entallado en la cadera y sobre todo corto porque dejaba ver un par de piernas cubiertas por unas sensuales pantimedias naturales y con un par de sandalias de plataforma, que se sujetaban muy sexi en sus tobillos. Sorprendido le lancé un piropo, diciéndole que dónde había escondido a la señora Ramira.

Ella algo apenada me dijo que saldría a bailar con su novio, qué pasaría en su carro por ella, así que se apresuró a bajar las escaleras del edificio, llevando su bolso y un saco negro en una mano mientras que con la otra tomaba el barandal para no caer. Me quedé mirando como bajaba las escaleras mostrando aquellas piernas tan suculentas que se veían aún más torneadas por aquellas pantimedias, mientras sus tacones de aguja sonaban eróticamente sobre los escalones.

Mi miembro se puso duro pero no me quedó de otra que irme a dormir al cuarto sin imaginar que mi suerte cambiaría en unas horas. Cómo a eso de las dos de la madrugada del día siguiente un ruido me despertó, alguien trataba de entrar en el departamento, pero no podía, así que me levanté y al ver por la mirilla me di cuenta que era mi casera que al parecer no podía meter la llave en la cerradura de la puerta, así que me apresuré a abrirle. Cuando entró me percaté que la madura venía un poco mareada, con su saco negro puesto y además con los ojos llorosos.

Ella me dio las gracias y me pidió que me fuera a dormir pues no quería molestarme más. Le dije que sí pero que antes pasaría al baño, pensando en que mi verga se desinflamaría después de orinar. Cuando salí, la señora Ramira estaba sentada en la mesa del pequeño comedor, ya sin el saco, mostrando unos hombros sensuales con pecas y dejando traslucir sus pechos voluptuosos por la tela del vestido. Estaba tratando de servirse un poco de vodka en un vaso de cristal, derramándolo, así que yo muy atentamente me apresuré a ayudarla a limpiar la mesa. Pensé que me volvería a pedir que me fuera a dormir, pero por el contrario me pidió que me sentara a la mesa y brindáramos juntos. Yo de forma atrevida, le pregunté sobre lo qué le había pasado.

Ella me contó sin pudor que su novio la había estado manoseando en el antro, calentándola demasiado, tanto que pensó que después de aquello irían a coger a casa de su novio. De pronto él recibió una llamada en el celular, hablando por algunos minutos con alguien, para después decirle que le había surgido un imprevisto y que tenía que regresar a su casa y que a ella la mandaría en un taxi a casa de su mamá. Ella le reclamó, diciéndole que se había vestido tan sensualmente para esa ocasión y ahora le salía con esas pendejadas. Cuando subió al taxi le dijo al novio que ya encontraría a alguien con quien disfrutar esa noche.

Ella empezó a llorar asegurando que seguramente su novio ya tenía otra. Para quedar bien con ella, le dije que él era un pendejo, que cómo podía dejar ir a ese monumento de mujer que tenía enfrente. Mientras decía eso, servía otro trago de vodka para cada uno. Ella apenada se limpió las lágrimas y me dio las gracias.

Ese piropo la hizo entrar en confianza, así que me pidió que prendiera el estéreo de la sala y pusiera algo de música para que bailara con ella. Así que, cuando sonó la música, y empezó el baile, la tomé por la cintura, viendo lo sensual que se veía contoneándose dentro de aquel vestido, con sus pantimedias y sus sandalias de plataforma. Yo aprovechaba cada giro del baile para tocar disimuladamente sus tetas sobre la tela transparente y pegar mi miembro endurecido en sus nalgas y caderas.

En eso estábamos, cuando aproveché el calor del alcohol y el baile para jalarla por la cintura y besarla en la boca. Ella sorprendida trató primero de separarse de mí, diciéndome que eso no estaba bien, girándose para tratar de sentarse en uno de los sillones de la sala, lo que aproveché para tomarla por la espalda y poner mis manos toscas en sus senos y empezar a lamer su cuello y sus hombros, mientras le decía que, si así estaba mejor.

Ella soltando un gemido de placer y con una sonrisita me dijo que sí, que así estaba mejor, luego sin previo aviso baje el escote de su vestido, quedando al aire un par de senos voluptuosos con los pezones ya todos duros. Entonces puse mis manos sobre la blanca piel de sus senos y empecé a apretar suavemente una y otra vez los rubios pezones de la señora Ramira, mientras lamía y daba pequeños mordiscos en los hombros y espalda llenos de pecas de la sabrosa madura.

Tanto ajetreo hizo que la mujer tropezara con los tacones, cayendo de nalgas sobre el sillón. Yo aproveché para agacharme sobre su pecho, prenderme de sus blancos senos con mi boca y empezar a chupar sus pezones, dándoles pequeños mordiscos en la punta, mientras ella gemía de placer. Pensé que trataría de quitarme de su pecho sin embargo, me pidió que se los succionará más fuerte, así que introduje uno de los voluptuosos pechos de la madura en mi boca, mientras que con mi lengua le acariciaba la punta de su pezón. Luego tomé ambos pechos con mis grandes manos y apretujándolos entre ellos, metí ambos pezones en mi boca.

La música continuaba sonando, por lo que los ricos gemidos de la madura no se escucharían fuera del departamento, mientras yo seguía amamantándome en sus pezones. Entonces aproveché para subirle el vestido y descubrir que por en medio de las suculentas piernas de la madura, las pantimedias ya estaban mojadas de líquido vaginal. Yo más que excitado, empecé a masturbarla con mis manos por encima de las pantimedias, mientras seguía prendido a sus hermosos senos.

Ella se recostó sobre el sillón, lo que me dejo claro que quería que le chupara su vagina, así que me recosté sobre su cadera y comencé a besar y lamer la vagina de mi casera por encima de las pantimedias, mientras colocaba los muslos de la mujer sobre mis hombros. Así, mientras mi boca masturbaba la vagina de aquel mujerón, yo acariciaba con mucha lujuria una y otra vez las piernas en pantimedias de la madura. Ella gemía un poco más fuerte, colocando sus delicadas y blancas manos en los pezones mojados por mi saliva.

De pronto tomó mis manos y las puso sobre sus tetas para que los dos acariciáramos al mismo tiempo sus voluptuosos pezones, mientras yo seguía con el sexo oral. En eso estábamos cuando volví a colocar mis manos hasta su vagina, pero esta vez para hacer un agujero por en medio de las pantimedias. Ella al ver lo que intentaba me pidió que no las rompiera pues eran un regalo de su novio. Yo le respondí que después le compraría otras, mientras con mis dedos las rasgaba para descubrir lo que tanto deseaba.

Cuando por fin logré mi objetivo, quedo al descubierto una tanga de encaje color blanco. Baje mi boca hasta su vagina para chuparla por encima de aquella sexi prenda. ¡Qué rico olor salía de su vagina! Era una mezcla de sexo y perfume. No pude contenerme, así que con mis manos hice a un lado la tanga para poder deleitarme con los jugos de su vagina al natural.

Su pubis se notaba recién rasurado, su vagina muy mojada y de un color rosita en su interior. Parecía un tierno duraznito, listo para ser devorado. Introduje mi lengua en su vagina, lo que hizo que la madura gimiera otra vez de placer. Mi lengua recorría desde el culo hasta el clítoris de la madura mientras ella se tapaba la boca con una de sus manos para no dejar escapar sus gemidos, no fuera a ser que los vecinos de los otros departamentos la escucharan, a pesar de la música.

Luego, empecé a succionar su clítoris, mientras volvía a acariciar sus pezones con mis manos. Estaba tan caliente que empecé a lamer su culo, al mismo tiempo que bajaba mis manos hacia su cadera, estimulando con una su clítoris e introduciendo los dedos de la otra en su vagina, cual consolador. Los gritos ahogados de la señora Ramira me excitaron aún más, así que no me pude contener, y me puse de pie sacando mi grueso y babeante miembro del pantalón, para después alzar sus piernas sobre mi pecho y poder penetrar su pequeña vagina. A pesar de que ya estaba más que húmeda, tuve cierta dificultad para penetrar su bello cuerpo, mientras que ella volvía a contener un grito de dolor y placer.

Mi verga entraba y salía del cuerpo de mi casera, rozando el interior de su vagina, a la vez que se ponía más gruesa, sobre todo por la excitación que me causaba sentir en mis manos, la sedosa lycra que cubría aquellas voluptuosas piernas. Mis grandes manos apretaban cada uno de sus delicados pies sobre aquellas sexis cintas que los mantenía sujetos a sus sandalias de plataforma. Luego, las deslizaba hacia sus tobillos, pantorrillas y muslos. ¡Qué maravillosa sensación!

Tomé sus piernas entre mis brazos, para besar y morder los sensuales pies de mi casera, mientras observaba como a través de la ajustada licra, los pequeños dedos pintados de barniz rojo que salían de la punta de las sandalias de plataforma, se estiraban y contraían con placer al ritmo que indicaba mi miembro endurecido dentro de su cuerpo. Pensé en terminar dentro de ella, pero quería más, así que saqué mi miembro de su vagina, tomándola por las manos, para incorporarla, darle un abrazo y un beso profundo en la boca, compartiéndole un poco de su líquido sexual.

En ese momento le dije al oído que ahora le tocaba chupármela. Ella obedeció sin chistar. Me senté sobre el sillón y ahora la madura se arrodilló sobre el tapete de la sala, mientras tomaba mi verga todo abultada y llena de los jugos de ambos, sosteniéndola con sus blancas y delicadas manos, que se veían más sexis con los anillos y pulseras que tenía puestos. Se veía que apenas le alcanzaban para poder sostener tamaño pedazo de carne endurecida. Empezó por chuparme cada uno de mis testículos, para después subir con la punta de su lengua por todo su grueso tronco, hasta llegar a la punta y empezar a besar mi glande con sus labios, como si de un bilé se tratar.

Después, la introdujo en su boca mientras al mismo tiempo que me masturbaba con sus manos. Parecía que no le cabía toda, pues sus cachetes se inflaban cada vez que mi glande chocaba en el interior de su boca. Luego sacándosela de la boca, empezó a restregar la punta enrojecida de mi verga en cada uno de sus duros pezones, para después colocarla entre sus senos para frotarla una y otra vez.

Ella me decía que llegara en sus pechos y su boca, pero yo quería terminar dentro de ella, así que puse de pie a la rubia, tomándola por la cintura y besando su delicado cuello, mientras la arrastraba hacia la mesa, donde aún estaban los vasos y la botella de vodka. En eso, prácticamente le arranqué el vestido de un tirón, dejando al descubierto su rubio y sensual cuerpo, solo cubierto por las pantimedias y los tacones, para después inclinar su torso boca abajo sobre la mesa, lo que me permitió deleitarme con sus nalgotas blancas y apretadas por las pantimedias.

Introduje todo el grueso de mi miembro por en medio del agujero que había hecho antes en la lycra, pero ahora no buscaba la humedad de su vagina, sino intentaba entrar directo en el culo de la señora Ramira. La madura al notar lo que intentaba hacer, me dijo que por ahí no, que su pequeño ano aún era virgen, al mismo tiempo que trataba de levantarse, lo que ya no logró pues la mitad de mi verga ya había entrado en su cuerpo.

Yo sentía como se apretujaba dentro de aquel pequeño orificio. Luego tomé las caderas de la hermosa rubia para poder entrar y salir a gusto de ella y sus pantimedias, mientras veía su blanca espalda llena de pecas reclinada sobre la mesa y sus manos sujetándola fuertemente. Con tanta intensidad me la cogía, que casi tiramos los vasos y la botella de vodka que habían quedado en la mesa. Así que tomé la botella con una de mis manos, le di un trago y después vacié un poco de la bebida sobre las nalgas de la señora Ramira, diciéndole que su culo ya había sido bautizado, por ser su primera vez

Arrojé la botella casi vacía sobre uno de los sillones para después empezar a nalguearla con una mano mientras que con la otra jalaba su cabello rubio. ¡Que rico sentía mi miembro dentro del culo caliente y virgen de mi casera! También noté como sus piernas ahora estaban sobre las puntas de sus delicados pies, pues sus tacones de aguja ya no tocaban el piso, además que sus deditos envueltos en esas ajustadas pantimedias volvían a estirarse y contraerse al compás con que entraba y salía mi miembro de su cuerpo.

Tan hinchado y endurecido estaba el tronco de mi miembro, que ya no podía deslizarse en el interior del ano de la madura, por lo que cuando quise sacarlo para derramar mi semen en las pantimedias de la señora Ramira, mi miembro no logró salir, vaciándose dentro de la rica madura. Cuando mi miembro se desinflamó, todavía logré cubrir con algo de mi semen y los jugos de ella, las pantimedias que cubrían sus bellas nalgas, mientras ambos jadeábamos de cansancio.

Ella aún se quedó unos momentos con el torso recostado sobre la mesa, mientras sus piernas en tacones temblaban. Yo me senté en una silla mientras mi miembro se ponía flácido cubierto de los líquido vaginal y anal de la mi bella casera. Ella se levantó de la mesa y solo atinó, con algo de pena, a tomar su vestido. Su cara estaba roja de placer y de excitación. Rápidamente entró al baño para tomar una ducha, mientras yo me quedaba dormido.

Creo que la madura al salir del baño se fue directo a casa de su mamá, sin despedirse, pues estaba yo tan cansado que no escuché cuando se fue, despertando unas horas después para bañarme y comenzar el trabajo. Yo seguí rentando un mes más la recámara del departamento, en las que aproveché para comerse a mi casera otras tantas veces, aunque seguramente que, el ya no tan pequeño culo de la señora Ramira, no volvió a sentir lo mismo que la primera y memorable vez que perdió su virginidad con mi verga.

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