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Cuatro me aman, y las cuatro son ajenas
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Tiempo de lectura: 19 minutos

Melina, Lucrecia y Cristina son sobrinas por parte de mi hermano, mayor que yo por siete años, y han tenido la suerte de heredar una sola de sus características notables, su buen corazón. Se libraron de ser corpulentas, poco agraciadas y con un pésimo carácter. La belleza, físico hermoso y proporcionado, y trato generalmente afable son aportes genéticos de la madre, lo cual hace que dicha pareja sobresalga por el contraste, y quizá esa diferencia haya obrado a favor para que el matrimonio tenga más de dos décadas. Estas mujercitas se llevan dos años, siendo Cristina la menor con dieciocho.

Yo, Alejandro, estoy próximo a los cuarenta, permanezco soltero y tengo un pasar más que bueno, pues a lo heredado de mis padres le agrego, mes a mes, los ingresos que me genera un centro de hemodiálisis del cual soy dueño.

Por acuerdo, en vida de mis progenitores, ambos hermanos vivimos en el enorme predio donde se levanta la casa paterna, Julio construyó según su gusto y necesidades familiares, yo sigo en la casa de siempre, pues me niego a soportar la presión desgastante que significa edificar, y por eso es que la casa de los abuelos, hoy mía, mantiene su condición de espacio familiar al cual se puede acceder sin mayores limitaciones.

Un sábado, a media mañana, saboreaba un café en la cocina comedor cuando me llamó la atención el diálogo entre mi cuñada y la menor de sus hijas, en el pasillo fuera de mi vista.

– “Cristina, pienso que antes de entrar a esta casa debieras, por lo menos, anunciarte”.

– “Mamá, desde que tengo memoria me he manejado así, entro y salgo cuando quiero, sin pedir permiso ni dar explicaciones, pues el tío Ale nos vive diciendo que esta casa es tan nuestra como la que tenemos de vivienda. No entiendo por qué debiera cambiar”.

– “Porque seguramente Alejandro necesita momentos de tranquila intimidad como cualquier persona”.

– “Totalmente de acuerdo y yo soy respetuosa de eso. Sin ir más lejos, una hora atrás, la puerta cerrada de su habitación es el aviso de que no desea ser molestado, y hubiera seguido de largo lo más tranquila pero los gritos de una mujer me paralizaron”.

– “No habrás estado fisgoneando”.

– “No, pero cuando escuché <Lubricame bien antes de entrar por atrás>, me di cuenta que debía respetar la intimidad de Ale, y me fui”.

Al terminar la conversación me concentré en mensajes del celular y así me encontraron ellas al entrar. Un observador externo hubiera visto la cara despreocupada del varón, una cierta palidez en la mujer mayor y picardía en los ojos de la joven.

– “De más está decirlo porque ya lo saben, están en su casa, sírvanse lo que quieran”.

Ese domingo estaba previsto comer un asado en el quincho que hacía de unión entre ambas casas, tarea que esta vez me tocaba. Los invitados eran un matrimonio amigo con sus hijos y los novios de mis sobrinas. Éstas y su madre estaban preparando la mesa larga y después seguía yo solo. En un alto me preguntaron cómo me llevaba con mi hermano, el padre de ellas.

– “Bien, a pesar de que no suele hablar, sino ladrar, y además lo quiero mucho”.

– “Quién lo diría, pues no se deja querer”.

– “Es que, además del parentesco, gracias a él tengo cuatro bellísimas mujeres a las cuales amo”.

– “Te agarré lengua larga, metiste la cabeza en la boca del león ¿y a quién querés más?”

– “Querida Melina, como ninguna es igual a la otra, tengo una manera de amar particular, específica y exclusiva para cada una. Y lo mejor es que ninguno de los afectos ha sido elaborado, diagramado o pensado; los cuatro son espontáneos, salieron solos a medida de la destinataria”.

– “De todos modos el de mamá debe ser muy distinto por ser casada”.

– “Sin duda Lucrecia, ella es mi querida cuñada”.

– “Entiendo, pero si te da por abrazarla un rato, y al soltarla vemos que te chupás un dedo da para pensar que hay algo más”.

– “¡Pero qué buena idea para agregarle placer al abrazo! Gabriela, cuñada querida, estas jóvenes nos están poniendo a prueba y tratan de sacar de mentira verdad; confiás en mí?”

– “Por supuesto”.

Acercándola a la mesada la tomé desde atrás y giramos dándole la espalda a las tres que observaban; ahí le dije que hiciera un movimiento ostensible de separar los pies permitiendo que pusiera los míos entre los de ella, para luego mover la cabeza como quien chupa cuello, oreja y mejilla, mientras mi manos iban y venían a la altura de la pelvis. Pasado algo más de un minuto nos dimos vuelta chupándome el dedo mayor izquierdo, pero antes de terminar el giro escuchamos a la mayor de las hijas, en alta voz y gesto de incredulidad.

– “¡Mamá, es increíble lo que acabamos de ver!”

– “Hijita, no viste nada porque estábamos de espaldas”.

– “No hay que ser muy lista para darse cuenta que te chupaba cuello, oreja y mejilla, y encima te metía mano como un loco. Y encima el muy hijo de puta se chupa el dedo”

– “¡Melina, qué palabras son esas!”

– “Perdón, Ale dame el dedo que te chupaste”.

Hice lo que me pedía mientras metía la mano izquierda entre el cuerpo de Gabriela y el mío. Mi sobrina olió el dedo y me miró extrañada, luego cayó en cuenta que yo estaba ocultando la otra mano y se le iluminó la cara con una sonrisa.

– “Te agarré mentiroso, dame la otra mano”.

Olió ella y a sus hermanas les hizo hacer lo mismo.

– “Perverso, acá está el olor de la concha de esta . . .”.

– “¡Melina!”

– “Perdón mamá, me dejé llevar”.

– “Querida sobrina, estás imaginando cosas”.

– “Claro, y el olor es de las mollejas que pensás hacer a la parrilla”

– “Si estás tan segura apostemos”.

– “Perfecto, si tengo razón me regalás el último modelo de celular”.

– “De acuerdo, y si yo gano te puedo tener cinco minutos abrazada como la tenía a tu madre y haciéndote lo que vos decís que le hacía”.

– “Que sea otra cosa porque a mi novio le soy fiel. Aunque no importa, no puedo perder, hay testigos presentes. Acepto”.

Cuando salí de atrás de la madre y empecé a acercarme su cara sonriente cambió a seriedad y palidez. Luego la seriedad dio pasó a asombro con boca abierta al ver que mi pulgar izquierdo estiraba el elástico de bermuda y calzoncillo, allanando el camino del dedo mayor derecho a frotar el glande.

– “Ahora podrás sentir olores iguales”.

– “¡Perverso, malparido, me engañaste!”

Al verla taparse la cara y largar el llanto me arrimé para abrazarla.

– “¡No me toqués con esas manos!”

– “Sobrina querida, son solo los brazos. Fue nada más que una broma, bien sabés que no soy capaz de incomodarte, a las cuatro las amo mucho y mañana, todas, van a tener el último modelo de celular”.

El episodio terminó dándole un beso en la frente y ella, con su cara en mi hombro, alternando risa y llanto.

– “Bueno, terminó la broma, todos contentos pues se disiparon las dudas, ahora tengo que dedicarme a preparar lo necesario antes de poner la carne sobre la parrilla”.

Mi hermano y familia estuvieron un poco antes de la hora pactada para recibir a los invitados. La temperatura cálida hizo que todos vistiéramos ropa fresca y cómoda; las mujeres con vestidos livianos y, las más jóvenes, exhibiendo sus bellas y apetitosas piernas. Después de servir, bien comidos y mejor bebidos, fui un rato a casa para darme una ducha y sacarme el olor a carne asada, para mayor comodidad durante la sobremesa.

Al despedirse los asistentes regresé para avivar las brasas restantes y acelerar su apagado para la limpieza final. En esa actividad me encontró Melina.

– “Te hacía con tus hermanas y novio”.

– “Decidieron ir a la cancha a ver el partido de fútbol y, como soy la única que no lo disfruta, me quedé”.

– “Bienvenida a la tarea”.

– “No vine a eso sino a cumplir mi palabra empeñada en la apuesta”.

– “Nada tenés obligación de hacer, fue una broma, quizá un poco pesada”.

– “Tengo veintidós años y, desde que tengo memoria, alabás a las personas que cumplen su palabra; ahora te estás arrepintiendo de eso?”

Seguimos la charla mientras me lavaba concienzudamente las manos.

– “No, no me arrepiento, simplemente estoy sorprendido”.

– “Será que no te animás?”

Mi respuesta fue acercarme tomarle la cabeza con ambas manos y darle un beso en la frente. Después, mirándola fijamente bajé una mano acariciando la mejilla mientras el pulgar recorría sus labios. Cuando estos se abrieron recibiéndolo como si fuera un chupetín, recobré el habla.

– “Lo que pasa en que el primer efecto de la sorpresa es una cierta parálisis. Sorpresa maravillosa que tardaré tiempo en asimilar tomando verdadera conciencia de lo que significa”.

La di vuelta pegándome a su espalda y, apretándola contra la mesada, puse mi miembro en la divisoria de las nalgas que se abrieron sin oponer resistencia.

– “Esto es lo que le hiciste a mamá?”

– “Esto es lo que creíste que le hice a tu mamá”.

– “Pero algo la tocaste”.

– “Casi nada, en cambio a vos te tengo con la pija alojada entre los glúteos, una mano recorriendo tu conchita empapada y otra amasando una tetita con el pezón erguido”.

– “Decime la verdad, te la coges a mamá?”

– “Primero te devoro la conchita y luego contesto”.

– “Eso no estaba dentro de la apuesta”.

– “Es verdad, pero entra dentro de lo que ambos estamos deseando”.

Sin darle tiempo a responder o protestar la senté sobre la mesa que había servido para comer, corrí el ruedo del vestido hacia arriba y sumergí mi cara en su entrepierna, que ella ofreció solita abriendo los muslos al ponerse de espaldas. Mi contribución a la postura de entrega fue llevar sus rodillas a los hombros y hacer que sus manos sostuvieran la exposición desde las corvas. De ese modo tenía las manos libres para complementar la estimulación principal a cargo de mis labios, que entraron en acción apenas corrí la bombacha a un costado.

– “Porquería, hacerle esto a tu sobrina”.

– “Y no te imaginás lo contento que estoy realizando tan maravillosa tarea, pero lo que realmente me pone feliz es sentir tu conchita yendo al encuentro de mi boca mientras el juguito que brota es un baño de bienvenida”.

– “Tendrías que enseñarle a mi novio”.

– “De eso hablamos después. Cuando estés por acabar te voy a meter la pija, quiero que corras conmigo adentro”.

– “Yo te aviso, y hacelo tranquilo estoy protegida”

Lo primero que hice fue darle un beso al anillo estriado.

– “Asqueroso pero como me gusta, por favor, quiero sentirlo de nuevo”.

Cumpliendo con su orden y siguiendo mi deseo, inicié con la lengua el camino que me llevaba del culito al clítoris, donde me detenía para apresarlo entre los labios y chuparlo mientras lo estiraba; luego me retiraba para iniciar un nuevo recorrido. En la cuarta etapa, succionando el botoncito me llego el aviso.

– “¡Ahí viene, ya empieza la corrida!”

Me levanté y puse en glande en la entrada que ofrecía alguna resistencia, resistencia que fui forzando mientras ingresaba hasta el fondo.

– “Papito, estás entrado a presión, tengo los músculos contraídos, dale fuerte, que placer, me muero de gusto”

– “Ya la tenés íntegra preciosa y te estoy regando”.

– “Sí mi amor lléname de leche, siento cada palpitación, más, más”.

Habiendo normalizado la respiración retomamos un tema pendiente.

– “Es importante que observemos una regla muy sana; a nuestra intimidad no traigamos a nadie, ni siquiera con el pensamiento si fuera posible. En esos momentos, en que la voluntad está casi anulada y el entendimiento obnubilado, podemos llegar a decir algo de lo cual tengamos que arrepentirnos. Tenemos un montón de tiempo aparte para intercambiar opiniones en pleno uso de nuestras facultades, no hay razón para apurarse”.

– “Tenés razón, me sumo a tu regla”.

El que avisa no traiciona, por eso, dándole un beso en el ano, le dije.

– “La próxima vez este culito no se salva”

– “No va a haber próxima vez, no me dejaré engañar de nuevo, además no permitiré que un pariente degenerado lo inaugure”.

Esa noche, leía en la cama mientras esperaba el sueño, cuando en el marco de la puerta aparece Melina.

– “Qué sorpresa hermosura, adelante por favor, vení sentate”.

Se sentó previo correr la sábana y, luego de sacarse por la cabeza el mismo vestido de la tarde, totalmente desnuda se acercó para besarme. Por supuesto, apenas salí de mi asombro, correspondí al beso y me dediqué a recorrer con las manos todo lo que estaba a mi alcance cuando ella corrió la boca hacia mi oído para decirme.

– “Mi amor, quiero que me engañes de nuevo. Haceme el culito”.

Y mientras hablaba se ponía en cuatro ofreciendo el anillo que, horas antes, se había negado a entregar. Pensando preparar bien ese terreno inexplorado tomé el lubricante que tengo a mano en la mesa de luz y comencé a untar, primero exteriormente y luego adentro haciendo correr el líquido mientras abría el ano. Terminado el aspecto mecánico pasé al emocional con caricias alrededor y en el centro de las estrías, haciendo ahí movimientos continuados de presión y alivio con la yema del dedo.

– “Chiquita, me parece que la relajación va a ser más fácil si te ponés de espaldas con las rodillas a la altura de los hombros y te abrís las nalgas; así también veo en tu cara lo que vas sintiendo y, en caso de dolor o incomodidad, rápido me detengo”.

– “Como vos digás”.

– “Perfecto, y para un mejor deslizamiento vamos a poner una almohada arriba de la otra a lo largo, para que tu cuerpo esté elevado y tu culito a la misma altura que mi pija”.

Y así fue, ubicado el glande en la entrada enfrentando un esfínter distendido, ella tomada de mis manos forzaba el acercamiento, graduando la penetración hasta que sus nalgas chocaron con mi pelvis. Viendo su cara distendida, indicando ausencia de dolor, ocupé las manos en acariciar la conchita y estrujar las tetas mientras mi boca cubría la suya, lo que producía una alternancia de quejidos agudos y apagados según el momento del beso.

Su corrida desató una serie de contracciones en el recto que precipitaron la mía, y así al unísono ambos cuerpos entraron en rigidez y luego laxitud. Luego de la ansiada relajación la despedida fue una velada promesa de nuevas ediciones.

– “Degenerado, espero que se cierre todo lo que abriste”.

– “Si mi amor, seguro que se va a cerrar deseando en secreto ser nuevamente abierto”.

– “Ni loca”.

– “Entonces tendré que vivir con esa frustración el resto de mi vida”.

– “No podés con tu maldad, ahora me siento responsable de tu equilibrio emocional”.

El grand slam de Australia me obligó a madrugar ese domingo, pues era una final que me interesaba sobremanera ver. Mientras hablaban los presentadores escuché que alguien entraba, cosa poco común por la hora, pero la duda se disipó en seguida pues ante la puerta abierta de mi dormitorio estaba Cristina, ataviada como quien regresa de una salida nocturna, un vestido liviano cortísimo algo ajado y con expresión de cansancio y contrariedad.

Como si hubiera sido algo ensayado, sin cruzar una palabra me hice a un costado abriendo la sabana para darle lugar, espacio que ocupó después de haberse descalzado. Un rato más permanecimos en silencio, ella acurrucada y pegada, con su cabeza en el hueco de mi hombro.

– “Algún contratiempo?”

– “No propiamente, fue una duda muy seria que se instaló en mi cabeza pero que ya logré disipar”.

– “Te puedo ayudar en algo?”

– “Ya me ayudaste, pues si quedaba algún resquicio por resolver lo hiciste al ofrecerme tu apoyo”.

– “Cada vez entiendo menos”.

– “Ahora te explico. Mis padres, con la mejor de las intenciones, me hubieran preguntado qué me pasaba y después de dar vueltas, aconsejarme, o retarme, recién me hubieran ofrecido ayuda. Vos lo hiciste antes de saber nada, y ahí está la diferencia”.

– “No sé a qué se refiere al diferencia”.

– “Sigo la explicación. Salí con mi novio y ya al comienzo de la noche encendimos los motores, con lo cual se fue caldeando el ambiente hasta que casi, casi, me entrego. En la discoteca franeleamos mucho y regresando en el auto, en el portón de ingreso nos masturbamos mutuamente. Acabé como una burra y con toda suerte había a mano una caja de pañuelos descartables, que de lo contrario tendría goterones de semen por todos lados. En ese momento me enfrié y no quise que mi primera vez fuera con él”.

– “Hacés muy bien en reflexionar antes de hacer algo importante”.

– “Es fruto de la tortura sin fin a la que nos sometías desde chicas <No permitan que otro piense por ustedes>; así salimos y por eso, a veces, papá se enoja”.

– “Dejalo renegar tranquilo que si cambia lo vamos a confundir con otra persona”.

– “Como sos reacio a preguntar te voy a contar acerca de la duda que he resuelto. Quiero que mi primera vez sea con alguien que me quiera, pero no un amor de temporada, o una calentura disfrazada de amor como le pasa a casi todas. Mis hermanas tratan de no recordar ese momento pues les provoca tristeza”.

– “Muy buena postura”.

– “Además me niego a ser un número. Y eso es lo que surge del anuncio que algunos hacen ante sus amigos, <Ayer me comí un virguito>. De ser una persona, de manera súbita, nos transformamos en una miserable membrana rasgada, sin goce, sin afecto, sólo un trofeo a exhibir y, algunas veces, a descartar”.

– “Totalmente de acuerdo”.

– “Además quiero hacerlo con alguien que me quiera mucho y me vaya a seguir queriendo”.

– “Ahí lo veo difícil pues resulta demasiado aventurado pronosticar el futuro”.

– “A vos te parecerá difícil, y da la sensación que los años te están quitando agilidad mental, pues yo lo tengo perfectamente resuelto. Quiero que vos hagás saltar por los aires mi himen, me llenés el fondo de la vagina de leche y me hagás delirar de placer”.

– “Eh. . .”.

– “No digás nada. Si rebatís uno solo de mis argumentos retiro el pedido”.

– “Vení, quedate entre mis brazos, vamos a madurar emocionalmente este momento”.

Bajé los breteles del vestido, primero deleitándome ante la belleza de unos pechos pequeños con los pezones erguidos, con el color rosa de la juventud lozana que no amantó, después la sensación táctil de esas protuberancias duras que, al ser oprimidas y levemente retorcidas provocaron gemidos placenteros, y por último soborear, chupando, mordiendo y tratando de abarcar todo lo que me permitía la apertura de la boca.

Y llegó el momento de comer el manjar principal ofrecido bien abierto por sus manos. Lo recorrí íntegro haciendo detenciones en el ingreso con suaves empujes de la lengua y sorbiendo el delicioso jugo lubricante. Al orgasmo lo gritó y casi me asfixia apretando mi cara contra su conchita.

Cuando se recuperó de la corrida, segunda de la noche, me encontró sentado al lado de la cama en la silla que recién había traído del comedor, concentrado en su desnudez y preparando la pija que tenía a cargo la ejecución de la próxima etapa.

– “Qué hacés ahí, en una silla?”

– “Te estoy esperando mi amor y además disfrutando con la vista. Vení, sentate a caballo de mis muslos, de esa manera vas a poder gobernar el ingreso y luego el progreso. Es la forma de evitar el razonable temor al momento de cruzar la barrera del himen”.

– “Ves que tengo razón, uno de estos pendejos me hubiera clavado en menos de lo que dura un parpadeo”.

– “Yo voy a tener quieto el miembro y vos hacé los movimientos, es posible que duela un poquito o nada, dependiendo de su elasticidad, eso no lo podemos saber ahora. Sí es seguro que a la mínima incomodidad te ayudo a retirarte”.

– “Dejá yo voy a sostener esta hermosura, vos acariciame toda, culito, tetas, todo. Ahora abrazo la cabecita con los labios, empujo hasta que tope y disfruto esos recorridos cortos pero sabrosos. ¡Ay que maravilla, qué delicia sentir que se estira hacia adentro y luego vuelve, así mi amor, me encanta sentir esa piel suave que me frota, sacá tu lengua para chuparla mientras me muevo”.

– “Esperá chiquita, dame un respiro o mi leche queda en la entrada”.

– “Nada más que unos segundos mariquita y empiezo de nuevo. Vamos que se estira, ahora atrás y de nuevo forzándolo algo más, ahora mi amor, hacelo vos, un solo golpe y hasta el fondo. Ay mi cielo ya te tengo íntegro, déjalo quieto, deseo sentirme llena, podés acabar adentro, mañana me toca la regla”.

– “Otro respiro para demorar la explosión”.

– “No, déjame galopar aunque sean pocas veces. ¡Estás palpitando, degenerado, cogérla así a tu sobrina, yo también me corro, mi vida!”

Abrazados, mejilla contra mejilla nos repusimos, ella se vistió para irse y yo volví a la cama.

– “No pienso lavarme, me llevo tu leche a casa, gracias Ale querido, nada ensombreció mi placer y he gozado como la yegua más puta. Me encantaría poder contárselo a mis hermanas y a mamá para darles envidia”

El sábado siguiente hubo comida familiar en casa de mi hermano y la invitación fue de Gabriela que pensaba cocinar arroz con mariscos, plato del gusto de todos. Después de tan rica cena y sobremesa mi cuñada propuso ver una película, pasatiempo aceptado por Lucrecia y yo. Julio prefería ver un partido en la cama, mientras que Melisa y Cristina salían con sus novios. La madre adujo sentir algo de frío en las piernas por lo cual trajo una manta liviana para cubrirnos. En eso estábamos cuando sonó el celular de mi sobrina.

– “Es papá”.

– “¿Tu papá?”.

– “Sí mamá, porque además de cómodo es vivo, no te llama a vos porque sabe que le vas a contestar como para él, dice que comió demasiado y quiere un té de boldo”.

Todo el diálogo se desarrolló mientras mi cuñada bajaba su falda y cerraba las piernas en tanto mi sobrina levantaba la manta para ir a la cocina. Apenas Lucrecia salió de la sala de estar, Gabriela se levantó como impulsada por un resorte tirando la manta al piso, se arrodilló en el sofá, recogió el ruedo del vestido en la cintura y, poniendo los hombros en el apoyabrazos volvió su cara hacia mí.

– “Por favor, dámela con fuerza, tus caricias me han hecho hervir y hace días que no lo hacemos; rápido que hay poco tiempo”.

Mientras bajaba el cierre del pantalón me arrimé a su cara para darle un rápido beso húmedo y decirle al oído.

– “Sí querida mía, ahora la vas a tener íntegra”.

Era tal la calentura de mi cuñada que unas cuantas entradas lentas, terminadas con un golpe seco, desencadenaron su orgasmo, que yo disfruté quieto, manteniendo profunda la penetración pero aflojando mis esfínteres y glúteos intentando evitar la corrida que hubiera alargado demasiado el acople, aunque el acompasado ordeñe de su vagina casi me derrota. Repuesta del esfuerzo y superada la laxitud habló.

– “Hace días que tu hermano anda desganado, perdón, perdón, me olvidé que estando con vos no debo nombrar a nadie de la familia. Cuánto tiempo mantuvimos bajo control el instinto?”

– “Quince años querida, regresé acá cuando había nacido Cristina y la noche de su décimo quinto cumpleaños, ambos, descarrilamos; nadie puede acusarnos de ausencia de voluntad y eso, en parte, atenúa nuestro sentimiento de culpa”.

– “Ves que tengo razón en amarte, no mentís diciéndome que soy inocente para quedar bien, sino que además compartís el peso de mi carga, haciéndola más liviana. Ahora voy a salirme de la regla por unos segundos; hay algo raro en mí porque los amo a los dos y no sabría qué hacer si alguno me faltara. Ya volví a la regla”.

– “Volviendo al tiempo de pasión reprimida, para mí fue como estar fumando sentado sobre un barril de pólvora, pues eso era tenerte cerca y esforzarme en no acortar la distancia, y ahora mejor te dejo, así cada uno cumple sus obligaciones”.

Acostado, esperando el sueño, me vino a la memoria la noche en que dimos curso a los quince años de deseo contenido. Eran las dos de la mañana, los jóvenes transpiraban a gusto en la pista de baile, en una mesa alejada de los bailarines estábamos los padres de la homenajeada, dos matrimonios más y yo; cuando mi hermano acusó cansancio y dijo que en unas horas debía viajar, decidió regresar a la casa, cosa que imitaron los invitados, dejándonos solos a Gabriela y a mí, con el encargo de transportar a las cuatro mujeres cuando terminara la fiesta. Ahí se acercó la cumpleañera.

– “Salgan a bailar no sea que, de pronto, los agarre la vejez”.

Nos miramos, sonreímos y caminamos hacia el sector de baile justo cuando comenzaba la serie de lentos. Por supuesto, tenerla abrazada con el antecedente del deseo largamente contenido fueron suficiente para derribar las pocas defensas con que contaba, y así, imitando a casi todas las parejas, presioné levemente su espalda mostrando querer tenerla más cerca, pero dándole la oportunidad de oponerse sin tener que hacer fuerza. Su respuesta fue pegarse a mi cuerpo y corresponder al frotamiento de ambas pelvis aunque su pudor la hizo evitar mirarme y ocultar la cara en el hueco del hombro.

Poco duró el intenso roce ya que de pronto se separó bruscamente pidiéndome regresar a la mesa. Sorprendido la acompañé y nos sentamos juntos, ambos un tanto cortados. Ahí tomó la copa de vino a medio llenar y de un solo trago la dejó vacía, manteniendo la mirada desenfocada hacia algún punto frente a ella. Evidentemente me tocaba romper el silencio.

– “Estás incómoda o molesta?”

– “No, simplemente tengo miedo. Recién casi hago una locura a la vista de todos, pues estuve al borde de colgarme de tu cuello, besarte con desesperación y frotarme hasta acabar como una burra”.

– “Y yo te hubiera correspondido con el corazón galopando de alegría, pues hubiera sido concretar un anhelo largamente reprimido”.

– “Y en un instante, ambos, tendríamos la vida arruinada”.

Más tranquilo tomé una de sus manos que seguía aferrando la base de la copa y la apreté, cosa que fue recíproca.

– “Te amo preciosa”.

Su cabeza no se movió, pero una lágrima bajó por su mejilla.

– “Yo también, hijo de puta”.

Esa confesión no podía desaprovecharla; mientras seguíamos con la mirada al frente y los dedos de la derecha estaban entrelazados con los de ella, los de la izquierda bajaban el cierre del pantalón, sacaban con dificultad la pija dura y la cubrían con una servilleta. Cuando su mano, guiada por la mía, hizo contacto con el miembro erecto cerró los ojos diciéndome en un susurro.

– “Perverso, te aprovechás de saberme indefensa”.

– “Es verdad, pero me estoy aprovechando de que deseás lo mismo que yo, por lo que más quieras aliviá mi dolor de testículos, que desde el baile están al borde de la explosión”.

– “Y como soy la culpable tengo la responsabilidad de darle solución”.

– “No mi amor esto es cosa de los dos pero vos me podés ayudar, así divina, así mové la mano arriba y abajo, no importa que la servilleta quede como cartón; ya viene, ahí está saliennndooo”.

– “Ahora tendré que lavarme las manos. En este estado no puedo saludar a nadie”.

– “Antes debieras probar aunque sea una gotita”.

– “Tengo razón al pensar que sos un degenerado, te voy a dar en el gusto porque te amo”.

Y lo hizo, se chupó el dedo que tenía pegoteado de semen antes de levantarse y caminar hacia el baño. Yo, por precaución tomé la servilleta pegoteada y la dejé en una de las mesas ya desocupadas. Nuevamente sentada a mi lado acerqué un poco más la silla, llevando mi mano a su muslo, acariciando ascendentemente y de paso descubriendo la piel.

– “No puedo creer lo fácil que te estoy resultando”.

– “Es tu punto de vista, por mi parte no puedo creer lo feliz que soy al haber cruzado la distancia que nos separaba”.

– “Esperá que me arrime a la mesa y ponga el mantel sobre mi falda”.

Seguí el deslizamiento hacia arriba para encontrarme con la sorpresa de la vulva descubierta.

– “¡Estás sin nada!”

– “Me la saqué cuando fui al baño, daba por sentado que no me dejarías con las ganas. Ahora mi amor haceme gozar, entrá el dedo y rascá con la yema hacia arriba. Así tesoro, así, y con la palma frotame el botoncito, ¡ay qué delicia!”.

– “No vayas a gritar”.

– “Me voy a morder para no hacerlo. Cuando lleve la servilleta a los labios y tape el pecho es que estoy al borde de correrme, apretame una teta que eso me vuelve loca”.

Seguí un poco más la caricia dentro de la vagina hasta que agarró la servilleta y llevó a los labios solo la punta mordiéndola; era el momento indicado para agarrar la teta más cercana, al abrigo de la tela que tapaba.

– “Sí papito, el dedo bien adentro y retorceme el pezón ¡fuerte que ya viene, acabo, acabo mi amor!”

Mi vista, que permanecía al frente para disimular, en ese momento se volvió hacia ella; el cuadro era casi tan placentero como un orgasmo, la cara contraída mordiendo la servilleta que las manos crispadas sostenían pegada a la boca, mientras un sonido gutural contenido salía por la comisura de los labios.

La fase de relajación la hizo apoyada en el respaldo, con la cabeza ligeramente echada hacia atrás y tomando mi mano, la misma mano que había acariciado su sexo. Algo repuesta soltó la pregunta clave del momento.

– “Y ahora, cómo seguimos?”

– “Creo que debemos esforzarnos por continuar como antes. No hay razón alguna que justifique hacerle daño a cualquiera de nuestro entorno, ellos no tienen la culpa de mi claudicación ante el deseo, son inocentes respecto de mi locura. Que sea inmensamente feliz en esta relación no justifica mi conducta y seguramente tendré que vivir en esta mezcla, de júbilo asociado a vos, y dolor respecto del resto”.

El resto de la reunión transcurrió tranquila y amena después de haber calmado la pasión.

A las seis, llegaba con las cuatro mujeres, coincidiendo con mi hermano que cargaba su valija en un taxi pues a las ocho salía su vuelo. Después de despedirnos las damas entraron a su casa mientras yo estacionaba en la cochera. Ya en la mía apagué las luces, fui por agua a la cocina y al entrar al dormitorio veo en mi cama, tapada hasta el cuello a mi preciosa cuñada, que me miraba sin mover un músculo de la cara viendo cómo me desvestía.

– “Esto sí que es una sorpresa, te vi entrando a tu casa”.

– “Sí, y mientras saludabas a tu hermano me vine por el corredor de la cochera que comunica ambas casas. Cuando estacionaste me estaba desvistiendo”.

Viéndome desnudo apartó la sábana mostrando que ella estaba igual y, dándose vuelta, para ponerse en cuatro apoyando cabeza y hombros en la almohada me dijo en un susurro.

– “Ahora mi amor estoy lista para lo que falta”.

Las gotas que caían, unas del glande y otras de la rajadura, atestiguaban que los juegos preliminares eran innecesarios, así que me ubiqué atrás, entre las rodillas abiertas, hice unas pasadas de la cabeza entre los labios resbalosos y apunté al ingreso; no hizo falta empujar pues parecía que esa boca aspiraba el tronco.

– “¡Mi amor!, despacito, quiero sentir cada milímetro que entra y expande y, a cada tramo con sendos apretones, hacerle sentir que es bienvenido”.

– “Entonces vos graduá el movimiento”.

– “Sí tesoro sí, déjame que toque; falta un pedazo para que entre todo, qué delicia mi cielo”.

– “Ahí topé”.

– “Sí querido, ahora, así como estamos vamos a dar vuelta para quedar sentada y revolverme sobre esa barra sin peligro de que se salga”.

– “Voy a tener menos aguante”.

– “No importa, yo también estoy al borde pues vengo cargando presión hace rato, ¡ahí viene, las tetas, retorcelas, me corro y siento tus palpitaciones, fuerte mi cielo!”

Al volver a la conciencia vi que su cara era clara muestra de agotamiento fruto de una muy agitada jornada, así que después de darle un rato de descanso le sugerí continuar la recuperación en su cama; no convenía que las chicas salieran a buscarla encontrándola donde no debía estar.

– “Sos capaz de escucharme dos minutos sin interrumpirme?”

Eso me dijo Lucrecia en una de las numerosas veces que veíamos juntos alguna película después de cenar.

– “Seguro”.

– “Bien, las tres putas gozan como yeguas, se retuercen como culebras en cada corrida que les arrancás, les faltan cuerdas vocales para gritar su goce, y yo me tengo que conformar, de cuando en cuando, con un placer que no merece el nombre de orgasmo. Vos decís que me querés, entonces, en nombre de ese amor, quiero lo mismo que ellas”.

– “No suelo hablar de aquellas que comparten algo de mi intimidad, pero vos sos una de mis queridas sobrinas y, a pesar de alguna palabrita fuera de lugar, merecés una respuesta, ¿me hice entender?”

– “No soy tan tonta como para no hacerlo”.

– “Bien, en principio no tengo relación con ninguna puta; sí hay tres mujeres que me hacen el altísimo honor de permitirme gozar con ellas, todas son buenas personas y, por eso, me considero un tipo con muchísima suerte, mi querida Arisca”.

– “No me contestaste si aceptás lo que te pedí”.

– “No solo acepto sino que estoy enloquecido de gusto y no sé por dónde empezar”.

– “Podrías intentarlo con abrazo, luego beso y después vemos”.

Y así lo hice, un beso suave cubriendo sus labios con los míos y pasando la lengua por ellos, mientras la abrazaba juntando nuestros cuerpos. Después la llevé a casa entrando por la puerta de la cochera que da a la cocina-comedor.

Ya adentro cerré con pestillo haciéndola apoyar la espalda contra la puerta y, sin darle tiempo a reaccionar me arrodillé, levanté su vestido y sepulté mi boca en donde su conchita se escondía tras la bombacha. Por si acaso le agarré las manos haciéndola participar en mantener la prenda arrollada en la cintura. Luego, al no percibir resistencia la solté para hacer deslizar por las piernas lo que obstaculizaba el contacto directo con la vulva, para que lengua y labios trabajaran provocando quejidos de placer en ella y, en mí, el gozo de saborear semejante manjar. Deleite no solo táctil sino también apto para deglutir pues lo que surgía del manantial era abundante.

Estimando que para la corrida había que acelerar, apresé el erguido botoncito y, con un corto chupeteo como si fuera un pezón, precipitamos el orgasmo cuyas contracciones vaginales pude percibir metiendo todo el dedo medio.

Ahora seguía el proceso de culminación. Aún bajo los efectos de la corrida la ayudé a llegar y sentarse sobre la mesa donde se dejó caer de espaldas iniciando la etapa de laxitud. Ahí aproveche para que todo su vestido quedara reducido a un rollo alrededor de la cintura, luego llevé sus rodillas a los hombros y, haciendo caso a la abertura que parecía llamarme, la penetré de un solo golpe.

Al regreso de ese merecido descanso se encontró con la vagina ocupada, las tetas acariciadas y mi lengua hurgando su boca. Cuando se colgó de mi cuello comencé el movimiento, lenta la salida, lenta la entrada hasta la mitad y luego golpe haciendo sonar las nalgas.

– “Ay madre mía, es lógico que griten, es natural que se retuerzan, están obligadas a gozar como yeguas, pues esta barra que me taladra es maravillosa”.

– “Cuanto me alegro que te guste”.

– “¡Qué estúpida no haberlo hecho antes! pero ahora estoy plenamente satisfecha pues tu amor no es posesivo y excluyente, sos feliz viéndome feliz con mi novio y compensás su déficit. Sé que vas a venir en mi ayuda cuando lo necesite, como lo has hecho siempre en otros aspectos de la vida. Te amo, tío y ¡macho! Ahora calladito e inmóvil, quiero concentrarme en las palpitaciones de tu pija escupiendo leche bien profundo”.

Nos corrimos en cadena, yo primero y ella me siguió.

– “Vos me apodás Arisca, y es verdad, lo soy. Te voy a explicar la razón con una sencilla frase <Si no tenés cómo defenderte, evitá el enfrentamiento>, por eso nunca permití que tu cuerpo estuviera pegado al mío. Ahora podés decirme Mansa”.

Días después, un martes, me desperté más temprano de lo acostumbrado y llevé el mate a la cama, viendo las noticias y haciendo tiempo hasta la hora de salir. Sin esperarlo aparece en la puerta Gabriela, en camisón y chinelas, con gesto de tristeza. Dejé en la mesa de luz mi desayuno, le hice señas y cuando se sentó le tomé las manos.

– “Me preocupa tu cara”.

– “Me amás?”

– “Sí, y mucho”.

– “Me vas a dejar?”

– “Sólo cuando vos quieras”.

– “Me tendrías abrazada un rato?”

– “Encantado, pero sigo con la incógnita”.

– “Me desperté después que tu hermano se fuera a trabajar y, con la angustia de la pesadilla reciente, en la que me habías cambiado por otra, llorando fui al baño, me lavé la boca y aquí estoy”.

– “Algún demonio te inspiró ese sueño que no se va a realizar, vení mi amor poné tu cabeza sobre mi pecho y a través de la piel sentí lo que mi corazón te dice”.

Así estuvo un rato y se despidió con un beso.

– “Te amo, me voy antes que se despierten las chicas”.

No me puedo quejar pues el futuro pinta bien. Hoy tengo cuatro amores envidiables ya que están cimentados en un afecto profundo que excede lo meramente carnal. Convivimos, pero no todo el día todos los días, que es la parte desgastante, así que de no haber situaciones imprevistas y traumáticas me espera una vejez en dulce compañía.

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