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Delicioso trío en casa de nuestro amigo (parte II)

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La leña se iba apagando, pero el fuego de la pasión que se encendió entre nosotros tres no. Al contrario, con las caricias y eventos se avivó, adquiriendo dimensiones interesantes y muy excitantes.

Después del intenso orgasmo que te provocó nuestro anfitrión Arturo, al estar montando su duro y ancho miembro, perlada de sudor te abrazaste a mi, con esa complicidad y sensación de profunda satisfacción que genera el sexo rico, pasional y ocasional. Nos besamos delicadamente, con cuidado, tu mano acariciaba mi erecto miembro y la mía atestiguaba en tu vagina la humedad y sensibilidad que seguía a esos orgasmos producidos del intenso deseo y placer al que te habías sometido al coger con Arturo. Me pedías que acariciara tu sexo y tu cuerpo se seguía sacudiendo con vibraciones leves, pero continuas. Momentos después alcanzaste a decir: me hubieras traído antes y ambos sonreímos ligeramente para no romper el ambiente sensual y sexual.

El sol se había despedido de nosotros por el día de hoy y solo estábamos alumbrados por la breve e irregular flama producida por la leña al centro de la terraza, dando un toque de sensualidad e intimidad al lugar.

Sintiendo lo mojada que estaba mi glande, y ya recuperada tu respiración, sin soltar mi pene con una de tus manos, te apoyaste en tus rodillas para llevártelo a la boca, deslizando tu lengua desde la base, lamiendo mis testículos y desplazándote a lo largo de mi sexo, hasta llegar a la punta, donde saboreabas las gotas de líquido preseminal que iban surgiendo. Eso hizo que levantaras tu cadera en forma natural, mostrando a nuestro anfitrión tus llamativas nalgas, así como tu culito y sexo, mientras tu boca, labios y lengua prodigaban un extraordinario sexo oral a mi pene, desplazando tu cuerpo acompasadamente al ritmo de tu mamada.

No podía pasar desapercibido ese movimiento y Arturo extendió su mano para acariciar tus nalgas, mientras que con la otra recorría su enhiesto instrumento, lo que respondiste levantando mas tu cadera en dirección de su mano, concentrando él sus caricias en la línea que divide tu incitante trasero. Con sus dedos llegó a tu vulva, le abriste el compás para que tuviera mejor acceso a tu cuerpo, recogió parte de tus excreciones pasionales con sus dedos y comenzó a acariciar los pliegues de tu ano. Apenas sentiste esa caricia, el ligero roce y un pequeño sobresalto de tu cuerpo precedió a un profundo gemido y un ligero orgasmo, con el que mojaste los dedos de Arturo que recorrían ese delicado y sensible trayecto entre tus labios vaginales y tu culito. Intensificó las caricias en esa zona, mientras tú lamias con mucha pasión mi pene, metiéndolo profundamente en tu boca, haciéndolo llegar a tu garganta en repetidas ocasiones.

Sus dedos fueron penetrando tu sexo y posteriormente sentiste como iba insertando uno en tu culito, lo que te provocó una nueva sacudida de tu cuerpo y que lo mojaras nuevamente. Sin dejar de penetrarte con ahora dos dedos, se acercó a tu oído para decirte que si disfrutabas que te penetraran analmente. Cuidando no soltar mi pene con tu boca, volteaste hacia él, asegurando el contacto visual con sus ojos y asentiste con tu cabeza junto con un gemido que dejaba ver tu gran excitación y lo mucho que estabas disfrutando de la situación.

Continuó penetrándote, cada vez más profundamente con sus dos dedos y momentos después, nuestro amigo se puso de pie, se colocó detrás de ti, dejando ver su hinchado pene, que lucía mojado por sus propios líquidos. Se apreciaba muy excitado, sus venas marcadas en el tronco, la punta brillante. Entonces, separó con una de sus manos tu trasero y con la otra llevó su glande para frotarlo en el espacio tan erótico que se forma entre tus nalgas. Giraste la cadera hacia arriba para sentirlo mejor tocar tus partes más sensibles y él aprovechó para desplazarlo desde tu culito, hasta tu clítoris, poniendo especial atención a tus labios vaginales, repitiendo varias veces ese excitante recorrido. Dejaste de chupar mi pene y sin soltarlo, te acercaste a besar mi boca, diciendo, justo antes de besarme, que con esas caricias te tenía en el borde del orgasmo. Que te encantaba lo que te estaba haciendo, lo mucho que te provocaba y que lo estabas disfrutando enormidades. Entonces, regresaste a tomar mi pene con tu boca para lamerlo deliciosamente como acostumbras hacerlo.

Al ver cómo te comenzabas a convulsionar, Arturo tomó su pene con la mano, llevó la punta a la entrada de tu ano y comenzó a presionar para vencer la resistencia natural de tu esfínter. Abriste la boca instintivamente, soltaste mi pene y ahogando un pequeño grito, nos dejaste ver que su punta ya se había abierto paso en tu interior, al sentir cómo te abría los pliegues externos. Se detuvo un momento cuando vio que la cabeza de su enhiesto pene había logrado entrar en tu apretadito anillo, permitiendo que tu culito se fuera adaptando al ocasional invasor y momentos después comenzó a empujar nuevamente para ir ganando terreno en ti.

Al sentir esa presión, tu cuerpo fue a buscar ese pene que le estaba proporcionando tanto placer a través de esa cogida anal. Tus movimiento se sincronizaron a sus leves empujones y en pocos instantes, su pene desapareció entre tus nalgas, arropado por los pliegues de tu culito. Arturo mencionó lo rico que se sentía penetrar tu apretado culito y eso te excitó todavía más.

En pocos momentos, sus muslos ya estaban en contacto con tus nalgas, y empezó a marcar un sonoro ritmo que incrementó su intensidad rápidamente. Las sensaciones y gemidos en ti estaban al tope, y la humedad de tu sexo se hacía más evidente. Él se sujetó de tus caderas para hacer más intensas sus penetraciones y tú dejaste de chupar mi pene, sin soltarlo con tu mano, para concentrarte en las oleadas de sensaciones que te provocaba tenerlo cogiendo tu culito con su elongado pene, con esa intensidad y fuerza. La expresión de gozo y disfrute en tu cara era invaluable y estabas entregada a la consensuada sodomización por parte de nuestro anfitrión.

Un nuevo orgasmo estaba por suceder y comenzaste a sentir la expansión del pene de Arturo dentro de ti, lo que te provocó incrementar tus movimientos hacia él. Volteaste la cara para pedirle que te llenara tu culito de su semen. La reacción de Arturo no se hizo esperar, sujetó con mas firmeza tus caderas, incrementó el ritmo y fuerza de sus penetraciones, llegando a desplazar hacia afuera la totalidad de su pene en varias ocasiones, para inmediatamente después enterrarlo de golpe dentro de tu ya abierto y muy mojado culito.

Esos empujones te provocaban grandes oleadas de sensaciones. Tu cuerpo vibraba al compás de los empujes de Arturo, el sudor corría por tu espalda, resbalaba por tus costados y algunas gotas atendiendo a la gravedad, tomaban el camino de tus senos hasta coronar en la punta de tus pezones. Un par de fuertes embates más y, enterrándolo al fondo de tu cuerpo, Arturo empezó a venirse intensamente, gimiendo al descargar una importante cantidad de semen en ti. Al sentirlo, tú le correspondiste con un orgasmo copioso que te sacudió fuertemente.

Tu agitación era significativa, propia de esos grandes orgasmos que sueles disfrutar, las piernas temblaban haciendo difícil mantenerte en esa posición, el sudor era profuso en ti, los espasmos se sucedían, tu culito apretaba involuntariamente el pene de nuestro anfitrión debido a los estertores de tu corrida, tus gemidos dejaban ver que era una de las cogidas de tu culito más intensas que habías disfrutado recientemente, pero no querías dejar de sentirlo dentro de ti, vertiendo su semen.

El pene de nuestro amigo fue perdiendo ligeramente su dureza y lo retiró de tu cuerpo, se apreciaba aún de buen tamaño. Se sentó en el sillón, a nuestro lado, te acurrucaste en él y con tu mano recorrías su miembro con esa admiración por el orgasmo que te había provocado. Arturo apenas podía recuperar su respiración y tu seguías sintiendo los estertores finales del intenso orgasmo que habías experimentado. Llevó un dedo a tu boca y lo comenzaste a lamer, como si de otro pene se tratara, mientras ponías nuevamente erecto el suyo con tu mano.

Verte gozar de esos momentos es extraordinario y sabíamos que la noche seguiría.

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