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El sobrino depravado

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Salgo de la ducha, froto el vidrio empañado del espejo y me observo mientras me seco. Sé que hay algo que no anda bien, pero no alcanzo a entender de qué se trata. De hecho, cuando pienso en ello, me agarra un terrible dolor de cabeza.

Es mejor no pensar, dice una voz en mi mente.

Voy a mi cuarto, envuelta en una toalla. Mi cuerpo húmedo está completamente depilado, y antes de bañarme pasé diez minutos en el bidet. Me siento impecable, hermosa, pura. Y sin embargo sé que algo no anda bien.

Mejor no pensar…

Sobre mi cama está la ropa que me debo poner: una minifalda elastizada y ceñida color gris, y un top negro con los hombros desnudos. La ropa interior es una diminuta tanga con encaje.

Me pongo entonces esa ropa, que más que vestirme me hace sentir desnuda, completamente expuesta. La minifalda de cintura alta es muy corta y se adhiere a mis carnosos glúteos a la perfección; el top es muy pequeño para unas tetas tan generosas como las mías. Cuando termino de vestirme me siento delante del pequeño espejo que tengo en la habitación, me maquillo, me peino el cabello lacio y negro con un rodete, me pinto los labios de rojo.

¿A dónde voy? Alcanzo a preguntarme. Pero la respuesta solo es una dolorosa jaqueca.

Me pongo los zapatos de tacones altos. Me hacen ver más alta de lo que soy, y las piernas lucen muy elegantes.

Agarro mi cartera y las llaves de la casa y salgo a la calle. Podría usar el auto pero no lo hago. Y eso que ir caminando con mi apariencia en pleno domingo por la tarde podría hacer que alguna vecina hable de más y me cause problemas.

No es que yo misma considere que esté mal vestirme así, pero casi nunca lo hago, y no puedo negar que el hecho de que una mujer casada, cuyo marido se encuentra en un viaje laboral, camine sola con mi atuendo por la calle, es algo atípico, y se presta a las habladurías.

Por suerte parece que casi todos los vecinos duermen la siesta.

Camino una cuadra, dos cuadras, tres cuadras, cuatro, cinco. Mis tacones hacen un fuerte ruido cuando pisan las baldosas, haciendo difícil que pase desapercibida.

En una esquina hay dos jóvenes tomando una cerveza. Me miran con asombro, me silban con descaro. Debería cruzarme de vereda, pero paso al lado de ellos como si quisiera provocarlos. Enmudecen cuando me tienen a unos centímetros. Siento como si estuvieran conteniendo la respiración. Recién cuando les doy la espalda salen de su estupefacción. Siento sus miradas lascivas a la vez que un vientito se mete por debajo de la pollera y sopla sobre mis muslos desnudos. Entonces los escucho hablando entre ellos. “Que pedazo de culo” dice uno de ellos en voz alta. “¿Viste esas tetas? Parecen que van a explotar” dice el otro.

Apuro el paso. Qué locura, si para mi eran muy chicos. Debían de tener aproximadamente la misma edad que Camilo, mi sobrino. Unos dieciocho años.

Al pensar en Camilo siento que una corriente eléctrica atraviesa mi cuerpo. ¡Claro, eso era! Debía ir a ver a Camilo. El pobre estaba enfermo y necesitaba que alguien lo cuide, pues su madre —la hermana de mi marido Eduardo— y su padre, se habían ido a unas cortas vacaciones a la costa.

Camilo vive a kilómetro y medio de mi casa. Fui muy tonta al no usar el auto, y mucho más al vestirme de esta manera. Aunque… así era como tenía que vestir ¿cierto?

Fuerte dolor de cabeza. Mejor no pensar.

Dejo atrás a los adolescentes, pero el viento aún me acerca sus groserías. Siento mis pechos moverse dentro del top. Son demasiado grandes. Los pezones se frotan con la tela constantemente, cosa que me genera un placer culposo, pues temo que alguien note lo duros que se ponen. Siento también mi sexo húmedo debido al roce de la tanga que se me mete adentro a cada paso que doy —y tal vez también debido a las palabras de aquellos mocosos—. Qué locura. Debo controlarme. Debo comportarme como la mujer de treinta y dos años casada que soy. Camilo no debe verme así: además de no usar corpiño, los pezones duros se marcaban en el top. ¿Por qué tuve que vestirme de esta manera?

Conozco a Camilo desde que era un niño. Muchas veces lo cuidé cuando se puso enfermo. Los últimos años estuvimos distantes, pues él estaba muy ocupado llevando su vida de adolescente, pero el cariño siempre estuvo presente. Carina, su madre, me confesó hacía unos días que temía por él, ya que el chico andaba mucho tiempo fuera de casa y ella no tenía en claro en qué cosas estaba metido. Le dije que se quedara tranquila, que si se trataba de Camilo, seguramente no estaba metido en nada raro. De todas formas, aprovecharé mientras lo cuido esta tarde para hablar con él sobre el asunto. Qué lástima que tuve que vestirme así. No era bueno que un sobrino vea a su tía con este aspecto. Me perdería el respeto, y tal vez me haría preguntas. Quizás debería volver a casa a cambiarme. Tengo la cabeza en cualquier parte. Pero ¡un momento! ya estoy frente a la casa de Camilo, ya estoy sacando la llave y abriendo la puerta, ya estoy gritando ¡Camilo, ya llegué! Y ya estoy subiendo por las escaleras para entrar a su cuarto.

Golpeo la puerta, él me grita que pase. Siento las piernas temblar, y un calor inapropiado se apodera de mi entrepierna. ¡Qué locura!

— Hola tía —dice Camilo.

Está en la cama, aunque no parece enfermo. Veo su rostro aún aniñado, a pesar de que hace poco cumplió los dieciocho: sus mejillas sonrosadas, sus pecas, su nariz respingona, sus ojitos azules, su cabello corto rubio. Veo sus hombros desnudos, por lo visto no está usando remera. Me mira de arriba abajo. Me da vergüenza, debería llevar un pantalón para estar más cómoda, no debí ponerme esa diminuta tanga cuyo hilo se metía entre mis nalgas, y sobre todo, debí ponerme una remera y un sostén, y no usar ese top tan provocador.

— Qué linda estás tía.

Me limito a sonreír. Camilo siempre me decía cosas lindas, y cuando era un niño me dijo que se casaría conmigo cuando creciera. Pero ahora ya está grande, y un brillo en sus ojos me dice que sus palabras no tienen la inocencia de antes.

— Veo que estás bien. Me alegra —digo.

— La fiebre casi se va. La verdad es que no hacía falta que vinieras, pero tenía ganas de ver a mi tía favorita. Hace mucho que no pasamos un rato juntos.

— Es cierto, pero eso no es culpa mía —digo a la defensiva.

Las palabras me salen lentas, y me cuesta hilvanar frases inteligentes. Es casi como si estuviera borracha, aunque no lo estoy, claro que no. Pero siento es que me encuentro en un plano diferente. Mi cuerpo está frente a Camilo, pero mi mente parece observar todo desde cierta distancia, y eso hace que no pueda actuar con normalidad. Es como si mi cabeza estuviera rodeada de neblina.

— ¿Estás bien? —pregunta Camilo, aunque en su rostro no se ve una pizca de preocupación.

— Sí, sólo un poco mareada.

— No escuché el auto cuando llegaste —comenta.

— Es que no lo traje.

— Vaya, ¿caminaste quince cuadras vestida de esa manera? —pregunta mi sobrino, penetrándome con la mirada.

— Es que salí sin pensar, estoy muy distraída.

— Me imagino que cada hombre que se cruzó con vos por la calle se sintió agradecido por tu distracción —comenta el chico con ironía.

— Sólo me crucé a dos tipos que me dijeron vulgaridades —dije.

— No los culpo, si viera a una chica como vos caminando así por la calle, me pondría un poco loco. No podría evitar decirle algo, y quizás también intentaría hacer algo…

Pero qué carajos ¿Por qué Camilo me estaba hablando de esa manera?

— Deberías tratar a las chicas con respeto —alcancé a decir.

— Bueno, cuando una mujer se viste como puta, no creo que se merezca mi respeto.

¿De verdad estaba escuchando eso? ¿Qué había pasado con el tierno sobrino que conocía? Por lo visto Carina estaba en lo cierto: su hijo andaba en malas juntas.

— Cómo te atreves a hablarme así… —digo indignada.

— Tía, a partir de ahora, no hables salvo que yo te pregunte algo.

Pero qué le pasa a este pendejo. ¿De verdad pensaba que me quedaría callada mientras él me humillaba?

Sin embargo las palabras se amontonaban torpemente en mi cabeza, sin poder salir por mi boca.

— Veamos tía, muéstrame detalladamente tu atuendo. Camina como si fueras una modelo.

Al chico definitivamente se le había salido un tornillo. Quizás hasta estaba drogado. Lo mejor era que me fuera. Pero… ¡¿Qué estoy haciendo?! Estoy caminando de una punta de la habitación a la otra. Meneo las caderas, doy media vuelta para que me mire por detrás y vuelvo a donde estaba.

— Muy bien, quédate un rato así.

Quizás estoy soñando. Sí, eso debe ser. Recuerdo que una vez leí que a veces las personas son conscientes cuando están soñando. ¿Cómo se llamaba eso? Sueño lúcido, sí, eso era. Debía estar atrapada en un sueño lúcido. Eso explicaba todo: el vestirme como una cualquiera sin motivo aparente, el ir caminando por la calle, exponiéndome a cualquier degenerado que se pudiera cruzar conmigo, el sentirme poco lúcida, y finalmente la actitud aberrante de mi querido sobrino. Sí, debía estar soñando.

— Qué te dijeron los tipos con los que te cruzaste.

— Sólo hablaron entre ellos. Les gustó mi culo y dijeron que mis tetas parecían a punto de explotar.

¡Maldición! ¿Es que estaba obligada a contestarle con sinceridad a cada cosa que preguntara?

— Muy poco originales —comenta Camilo—. Tía, quiero que me hagas un favor. Tengo un problema en mi cuerpo, y necesito que me ayudes. ¿Vas a ayudarme?

— Sí —contesto. Después de todo, soy su tía, y debo cuidarlo ¿Verdad?

Camilo hace a un lado el cubrecama. Descubro que se encuentra completamente desnudo. No puedo evitar observar la potente erección que tiene. Su pelvis está muy velluda, y su verga parece un hongo, pequeño y cabezón, totalmente erguido.

— Pues verás. Mientras más se acercaba la hora en que llegarías, más me excitaba. Traté de controlarme, pero era imposible. La sola idea de tenerte como mi esclava personal durante horas, me volvía loco. Además, no estaba seguro de si la cosa funcionaría. Pero cuando vi que llevabas la ropa que te dije que te pusieras, y cuando me confirmaste que viniste caminando, supe que esto marchaba bien.

¿Qué carajos? ¿Él me había pedido que me vistiera así? Ahora lo recuerdo. Me llamó por la madrugada, me dijo que me pusiera ropa atrevida, que quería verme vestida como una puta; y me pidió… No. Más bien me ordenó que me fuera caminando hasta su casa. ¡Qué locura! Ahora empiezo a creer que de alguna manera me drogó para someterme a su voluntad, pero ¿En qué momento lo hizo? Si no nos vemos desde hace meses.

— Bueno, en fin —sigue diciendo el mocoso perverso—. Lo que necesito es que me ayudes a terminar con esta erección. Parece que el esfuerzo que hice para no acabar tuvo como consecuencia que ahora no pueda deshinchar mi verga. Por favor tía, ayúdame con esto, vamos, acércate.

Camilo extiende la mano y yo me acerco a él. ¿Qué demonios estoy haciendo? Quizás se trate de una hipnosis. ¡Maldición, mi cuerpo no me obedece! Tomo la mano de Camilo y me siento sobre la cama.

— Por favor tía, leí en internet que puede ser muy doloroso mantener una erección por mucho tiempo. No quisieras ver a tu pequeño sobrino sufrir ¿Verdad?

En su mirada siniestra todavía hay rastros de aquel niño que yo llevaba al parque los fines de semana. Ese niño que juró que se casaría conmigo cuando fuera grande.

No parece dispuesto a obligarme por medio de la fuerza. Pero de hecho, no necesita hacerlo. Mi mano derecha ya está envolviendo su verga. Está roja, hinchada y durísima. Siento el calor de ese instrumento en la palma de la mano; siento la sangre corriendo a través de las gruesas venas. Camilo acaricia mi cabeza. ¿Qué carajos estoy haciendo? Empiezo a masturbarlo. Camilo me agarra del mentón, haciéndome sentir escalofríos, y me obliga a mirarlo mientras lo masturbo.

— No tienes idea de cuántas veces soñé con este momento —dice. Acerca sus labios. Yo retrocedo, aunque no puedo dejar de masturbarlo. Parece como si me fuera imposible negarme a sus requerimientos verbales, eso me pone en una situación muy vulnerable—, Tía, por favor, deja que te bese.

Ahí estaba, ya lo dijo. Ahora acerca los labios de nuevo, pero no puedo moverme. Físicamente sí podría hacerlo, pero por algún motivo me quedo ahí. Mi voluntad no me pertenece. Siento su aliento a menta, siento los labios carnosos apoyarse en los míos, siento la lengua metiéndose adentro.

— Por favor, tú también masajéame con tu lengua —dice.

Entonces vuelve a besarme, y ahora yo participo, nuestras lenguas se enredan, siento su saliva adentro de mi boca. Su mano se desliza lentamente, y se cierra como una garra en una de mis tetas.

— Vaya, que tetas tan blandas. Se siente muy rico. Realmente estoy muy contento de que hayas venido a cuidarme vestida como una puta, y de que hagas todo lo que te pido. Siempre supiste cuidarme. Siempre me cumpliste todos mis caprichos. Eres una buena tía.

Maldito pendejo. ¿Se está burlando de mí? Está usándome como si fuera su juguete sexual y encima tengo que soportar sus comentarios sin decir nada. Lo peor de todo es que hay una parte de mí que parece disfrutar de tener esa verga joven y completamente dura entre mis manos. De hecho, ahora mi sexo está empapado. ¡Qué locura!

— Sabes tía, creo que así será difícil que acabe pronto. Tu mano se siente deliciosa en mi verga, se nota que sabes lo que haces, pero va a ser mejor que usemos otros estímulos, ¿Qué me recomiendas?

Maldito mocoso, cómo se atreve.

— Lo mejor va a ser que te la chupe —digo, sin poder evitarlo.

— Muy bien, entonces, no esperes más —dice el degenerado de Camilo—. Y por favor, hazlo con esmero, como si se la estuvieras chupando a tu esposo después de una reconciliación, o como si se lo estuvieras haciendo a un tipo que hace mucho deseas.

Me inclino. El glande brilla, pues de él ya empieza a salir presemen. Lamo como una gatita que está bebiendo de un plato de leche. Mi lengua frota el prepucio y la cabeza. Camilo se estremece. Succiono todo el presemen. Escupo sobre el sexo, una, dos, tres veces: la saliva ya se está chorreando por el tronco. Camilo suspira. Me llevo la verga a la boca. Mi sobrino apoya la mano en mi nuca y empuja la pelvis hacia adelante. Me da arcadas, toso, escupo sobre la verga de nuevo y luego, sigo chupando mientras lo masturbo.

— Así que así es como la chupa una mujer con experiencia —se regodea Camilo—. Le habrás hecho muchas mamadas al tío Eduardo ¿Eh tía? ¿O acaso practicaste con otros hombres?

— Nunca chupé otra pija que no fuera la de mi marido —me defiendo, para luego seguir mamando.

Camilo suelta una carcajada.

— Bueno, ya no vas a poder decir lo mismo a partir de hoy.

La verga sigue completamente dura dentro de mi boca. Los masturbo con vehemencia, mis dedos se resbalan sobre el tronco resbaladizo debido a mi propia saliva. Lamo el prepucio con intensidad.

— Qué imagen más hermosa tía —dice Camilo acariciando mi mejilla con una ternura que me desconcierta—. Qué diría tío Eduardo si te viera así, a los pies de tu sobrino preferido, mamando verga como una puta cualquiera.

Lo miró con gesto suplicante, siento que de mis ojos van a salir lágrimas, pero no puedo pedir misericordia, pues debo seguir chupando hasta que acabe.

— No te preocupes —dice él—. Nunca le diría al tío lo que está pasando entre nosotros. Por nada del mundo pondría en riesgo el futuro de nuestra relación… Tía, realmente eres una experta en mamadas, sigue así y pronto acabaré. Cuando lo haga te tragarás hasta la última gota. Quiero que te tomes mi esencia, que me lleves adentro tuyo por mucho tiempo. No te preocupes, leí en algún lugar que el semen tiene un sabor más rico si se consume mucha verdura, así que estuve toda la semana sin comer grasas ni carne, ni ningún tipo de frituras. Sólo verduras. Así que descuida, la leche saldrá sabrosa. Además tampoco me masturbé en toda esta semana, por lo que seguramente saldrá a montones.

¿De verdad había hecho eso por mí? Por primera vez siento que lo de Camilo va más allá de un impulso sexual. Acaricio sus testículos peludos mientras lo sigo mamando. En efecto, el abundante presemen que estoy saboreando hace rato tiene un sabor dulzón que nunca sentí en mi marido.

Camilo me aprieta el rostro con ambas manos. Empuja, y su verga me invade por completo.

— ¡Dios mío! Se siente delicioso, pero ya no puedo aguatar más —gruñe el chico—. Toma tía, bebe toda la leche de tu querido sobrino.

El líquido pegajoso inunda mi boca. Está caliente y se siente exquisito. Pero además es extremadamente abundante, casi equivalente a cinco eyaculaciones de Eduardo. Siento una profunda lástima al recordar a mi marido. Pero no interrumpo mi tarea. No puedo hacerlo por más que quiera.

Empiezo a tragar, pero Camilo sigue escupiendo sus semillas en mi boca. Trago todo. Mi garganta hace un sonido que me avergüenza. Ahora succiono la verga que aún está erecta y le saco hasta el último miligramo de semen.

— Vaya tía eso estuvo increíble. Mejor de lo que pude haber imaginado —dice Camilo, limpiándose con servilletas que tenía en un cajón—. Definitivamente fue buena idea no masturbarme por una semana. La eyaculación fue abundante, y la sensación increíblemente intensa. Aunque claro, lo mejor fue la manera en que me la chupaste. Con esa cara de chica buena quién hubiera pensado que eras tan buena mamadora. Temía que fueras una mojigata y no supieras hacerlo bien, pero ya está claro que estuve completamente equivocado, para mi fortuna.

Se sienta en el borde de la cama.

— Ya puedes ponerte de pie —dice.

Recién ahora me percato de que aún estoy de rodillas viendo la desnudez de mi sobrino. Me pongo de pie, no con cierto esfuerzo pues las rodillas me duelen y siento las piernas entumecidas.

— Acércate —dice Camilo.

Doy dos pasos hacia él.

— Realmente no sé por dónde empezar a disfrutar este cuerpo perfecto que tienes. Es como si tuviera decenas de manjares en una mesa —rodea mi cintura con sus brazos—. Pero, en fin, supongo que el orden no importa. Al final del día habré conocido cada poro de tu piel, y me habré metido en cada uno de tus orificios —acaricia mis piernas y desliza una mano por debajo de la minifalda—. Vaya, por fin siento tu espectacular culo en mis manos. Tienes un trasero muy grande considerando tu esbelto cuerpo. Vaya, está muy firme, se nota que lo ejercitas. Oh, veo que te pusiste la diminuta tanga que te ordené que te pusieras –levanta la minifalda—. Vaya, realmente es muy linda. Además, puedo ver que estás totalmente depilada.

Sus manos acarician y estrujan mis nalgas alternativamente. Camilo besa mi ombligo desnudo y huele mi piel.

— Todo en ti es perfecto —dice, y yo no puedo evitar sentirme halagada.

Una de sus manos acarician mi muslo. Los dedos no tardan en llegar hasta la parte de la tanga que cubre mi pelvis.

— Pero ¿qué es esto? —dice.

Hace a un costado la tela y mete su dedo en mi sexo.

— ¡Pero si estás empapada! —dice—. Vaya, no esperaba que te excitaras tanto sin que te haya tocado siquiera.

Saca el dedo de adentro de mí y me lo muestra. Me sonrojo al ver que mis fluidos se adhirieron a él. Camilo se chupa el dedo.

— Exquisito —dice—. Este es el sabor del paraíso.

Niño tonto, ¿de dónde se le ocurren tantas tonterías?

Hunde su dedo de nuevo. Entra por completo, y siento su puño presionando mi vulva. Ahora mete dos dedos. Los mete y los saca una y otra vez. Mis fluidos salen con abundancia. Empiezo a gemir. No puedo evitarlo, pues se siente demasiado rico.

— ¿Qué pasa tía? —dice Camilo sin dejar de enterrarme sus dedos—. ¿Acaso te excita que tu sobrino te toque? Después de todo eres una puta calenturienta. Debería darte vergüenza, estar frente a tu sobrino, dejar que te levante la pollera, y permitir que te toque. Y para colmo lo disfrutas. Eres una tía degenerada. Pero no te preocupes, en realidad me alegra que lo seas.

¿Era necesario que me humille de esa manera? Ya me tenía completamente a su merced el maldito mocoso. Estaba abusando a su antojo de mí y encima tenía que insultarme por la reacción involuntaria de mi cuerpo. Nunca lo perdonaré. Sin embargo, sus dedos se sienten muy ricos, y para colmo ahora usa su mano otra para frotar mi clítoris.

— Tía, quiero que recuerdes el orgasmo más intenso que hayas tenido en tu vida.

Maldición, ¿Por qué me pide eso? No estoy segura de cuál fue el más intenso. Con Eduardo, cuando recién empezamos a salir, tuve algunos que casi me dejaron desmayada. Ahora recuerdo uno en particular. Una noche Eduardo me hizo el mejor sexo oral del mundo. Refrescó su aliento con un caramelo de menta, por lo que su lengua, antes de hacer contacto con el clítoris, largaba un aire fresco que me enloquecía. Esa noche casi desnuco al pobre Eduardo cuando, al acabar, cerré mis piernas en su rostro.

— Muy bien —dice camilo, sin dejar de estimularme—. Ahora quiero que imagines cómo sería un orgasmo que sea el triple de intenso que ese.

Qué carajos. Me resulta muy difícil imaginar algo como eso. Ya de por sí aquel orgasmo fue increíble. ¿Cómo sería un orgasmo tres veces más intenso? ¿Acaso mi cuerpo podría tolerarlo?

— Voy a contar hasta cinco —dice Camilo—. Cuando termine el conteo vas a tener ese orgasmo. Será el mejor que tuviste en la vida.

¿Estaba hablando en serio? Después de todo, desde hacía más de una hora que yo estaba haciendo cada cosa que él me ordenara. No debería ser raro, dado el contexto, que pueda incidir en las sensaciones que atraviesa mi cuerpo.

— Uno —dice Camilo, iniciando el conteo. Mi tanga esta a la altura de mis rodillas y él sigue hurgando en mi sexo—. Dos —me mira a los ojos con su mirada traviesa. ¿Hay algo de ternura en sus ojos? ¿Aún estaba ahí el inocente chico que me había prometido matrimonio cuando fuera grande? —. Tres —empiezo a sentir cómo el cosquilleo que hay tanto en mi ombligo como en toda la zona de la pelvis, se va convirtiendo en un calor incendiario—. Cuatro— ¿De verdad va a pasar? Mis músculos se contraen. Apoyo mis manos en la cabeza y el hombro de Camilo, convencida de que necesitaré sostenerme de algo—. Cinco —dice al fin.

Un violento estremecimiento se expande desde mi sexo hacia todo el cuerpo. Los pelos se erizan, los muslos se cierran. Mi garganta suelta un grito enloquecedor. Mi sexo mana fluidos de manera increíblemente abundante, casi parece que estuviera meando. Pero es todo flujo vaginal que empapa la mano de mi sobrino. ¿Es esto posible? El orgasmo no solo es espectacularmente intenso, sino que es muy prolongado. Mis piernas ceden. Caigo de rodillas en el piso, mientras mi sexo sigue largando fluidos. Pierdo el poco equilibrio que me queda, y ahora me encuentro recostada sobre la alfombra, boca arriba. Estoy muy agitada, como si hubiera corrido una maratón. Me debo ver completamente patética: la tanga en las rodillas, la minifalda levantada, el sexo convertido en una laguna, la alfombra manchada con mis flujos, mis mejillas coloradas, apenas pudiendo respirar, a punto de perder la consciencia, a los pies del sociópata de mi sobrino, todo mi ser tembloroso.

Siento que me acaricia el rostro. Mis ojos están borrosos. ¿Estaba llorando? Ahora lo veo. Camilo me sonríe.

— ¿Verdad que fue el mejor orgasmo de tu vida?

— Sí, fue increíble — le contesto.

— Me voy a quedar con esto —dice.

Al principio no entiendo de qué habla. Pero luego siento cómo tironea de la tanga. En lugar de quitármela, me la arranca, cortando las tiras en el proceso.

Se lleva la pequeña tela a la nariz y la huele.

— Realmente el olor de tu sexo es muy rico. Voy a guardarla para masturbarme, ya que la espera hasta verte de nuevo será muy dura.

Ahora se arrodilla. Yo todavía estoy conmocionada por el orgasmo. Camilo mete la cara en mi entrepierna y lame mi sexo.

— Esto se siente realmente rico tía —dice, y lame de nuevo—. Ya ves cómo te pusiste a causa de tu sobrino. Después de todo eres una puta calentona. En principio no deberías andar vestida de esa manera por la calle, y mucho menos si vas a ver a tu sobrino. Si haces eso, cualquier hombre va a pensar que estás desesperada por ser poseída. Me sorprende que aquellos chicos con los que te cruzaste no te hayan querido coger. Pero yo no soy un cobarde como ellos, y si mi querida tía quiere que la coja, no voy a dudar en hacerlo.

¡Maldito cabrón! Sí fue él el que me obligó a vestirme de esta manera, así como también me está obligando a tener relaciones con él. Incluso me obliga a disfrutarlo. No sé cómo lo hace, pero así es. Mocoso degenerado, ahora empiezo a sentir excitación debido a los masajes que recibe mi clítoris de su lengua.

— Vaya, tus pechos están increíblemente hinchados —dice, deteniéndose por un momento—. Y los pezones se marcan en tu ropa. No puedes contener tu calentura ¿Verdad?

Me pellizca un pezón, me quita el top.

— Tus tetas son muy grandes, pero aún así se mantienen muy firmes. Además, se sienten muy blandas —dice, estrujándome ambas tetas—. Tío Eduardo debe divertirse mucho con ellas… Pobre tío, si supiera las cosas que estás haciendo ahora con tu sobrino. ¿Cómo piensas que reaccionaría?

— Se volvería loco. Pero no creo que tuviera el coraje de dejarme —contesto, presa de la sinceridad.

No puedo evitar sentir una profunda lástima por mi marido. No merecía que lo humille de esa manera a sus espaldas.

— Eso imaginé —dice Camilo, sin dejar de masajearme las tetas—. Tío Eduardo es un cornudo de alma. Aunque no lo hayas engañado antes, eso no importa, ser un cornudo es algo que se lleva adentro. Y el hecho de que me digas de que no tendría el valor de dejarte, aunque le metas los cuernos, confirma mi teoría.

Pendejo de mierda, yo no le estoy metiendo los cuernos a mi marido. Pero no puedo decir nada de eso. Mis quejas solo quedan en mi mente, pues solo puedo hablar cuando él me pregunta algo, tal como lo dispuso hace un rato.

Camilo se inclina y lleva uno de mis pezones a su boca. Los aprieta con los labios y los lame. Mi cuerpo se estremece y largo un gemido en contra mi voluntad.

— Así que te gusta que te chupe las tetas, eso me gusta, eres realmente una warra.

Se ensaña con ese pezón y lo succiona como si fuese un bebé que le quiere sacar toda la leche. Noto que su sexo ya está completamente duro.

— Es mejor que vayamos a un lugar más cómodo —dice, poniéndose de pie al tiempo que me toma de la muñeca y me ayuda a levantarme—. Un momento —dice ahora, deteniendo sus pasos—. Me había olvidado de esto. Espérame aquí.

Camilo mete la mano en el armario, y saca algo de él.

— Esto lo compré pensando especialmente en ti —dice.

No puedo creer lo que veo. Se trata de una larga cadena con una correa de cuero en un extremo.

— A ver, quédate quieta —dice, ante mi absoluta indignación e impotencia, y acto seguido me coloca la correa alrededor del cuello—. No te preocupes, no la voy a ajustar mucho. Perfecto. Ahora ponte en cuatro patas, como la gata que eres. Eso es, eres una puta muy sumisa.

¡Hijo de puta! Veo el cuerpo desnudo de mi sobrino unos pasos delante de mí, tirando de la cadena. Tal como me lo ordenó, voy gateando detrás suyo. SI antes me veía patética, ahora no encuentro una palabra que describa la situación en que me encuentro. Camilo se da vuelta a cada rato, y sonríe con sarcasmo. La alfombra termina enseguida, y ahora apoyo mis rodillas en el lustroso piso. ¿Por qué tiene que humillarme de esta manera? Si de todas formas puede hacer conmigo lo que quiera.

Atravesamos un pasillo y entramos a otro cuarto. Hay una cama de dos plazas y un enorme ropero. Me va a coger en el cuarto de sus padres. Espero que tenga la astucia suficiente como para dejar todo en orden una vez que termine con esta locura.

— Mi cama es de una sola plaza. Aquí vamos a estar más cómodos —dice—. Súbete a la cama y ponte en esta misma posición. ¡Vamos! —ordena, dándome una innecesaria nalgada.

Al menos ahora voy a estar más cómoda, aunque estoy segura de que no eligió coger en una cama más grande por mi confort, sino por el suyo propio.

— Vaya tía, tu culo es un espectáculo digno de ver. Es todo una escultura, una obra de arte. Y pensar que el mojigato de tío Eduardo es el único que disfrutó de él hasta ahora. Pero eso se termina a partir de hoy.

Estoy con la vista clavada en la pared. No quiero verlo. Camilo tironea de la cadena, generándome un leve dolor en el cuello.

— ¿Sabes lo que te haré ahora, verdad? —pregunta.

— Me vas a hacer el culo —digo.

— Claro que te haré el culo. De hecho, mi verga ya está lista para enterrarse en ti. Pero me propuse hacer todo lentamente, como lo habrás notado. El primer impulso cuando entraste a mi cuarto fue arrancarte la ropa y cogerte como un condenado a muerte. Pero supuse que todo sería más rico haciéndolo despacio, y ya veo que no me equivoqué. Ahora llegó el momento de que me entregues el culo, eso es cierto, pero antes… —Camilo enmudece y yo siento su lengua lamiendo mis nalgas—. Vaya, Realmente estás completamente depilada. Tu trasero se siente increíblemente suave —dice, y me da un mordisco— ¿Alguna vez tío Eduardo te penetró por acá? Y en caso de que así fuera ¿Cuántas veces lo hizo?

— Solo se lo permito en ocasiones especiales —contesto—. En su cumpleaños, o en nuestro aniversario, o cuando creo que se merece algo especial. Lo habremos hecho unas quince veces en todo nuestro matrimonio.

Siento la lengua ahora en mi ano.

— Este culo es realmente delicioso. Podría comer encima de él sin problemas —. La lengua se desliza como una enorme babosa a lo largo de la raya de mi culo, para luego detenerse en el ano. Frota el anillo de cuero, y ahora parece querer penetrarme con la lengua. Mientras lo hace, masajea mis glúteos y jadea como el cerdo maldito que es. Realmente parece estar comiéndome —Increíble, pero ya habrá tiempo para seguir degustando esta exquisita carne tuya. Ahora mi verga pide a gritos una nueva expulsión de leche. Sabes tía, eyacularé adentro tuyo, luego te pondrás de pie y me mostrarás cómo sale el semen de tu culo ¿Qué te parece la idea?

— Me parece una idea repugnante —contesto.

— Pero, lo harás ¿Cierto?

— Claro, haré lo que me digas que haga ¿Acaso tengo otra alternativa?

— No. Pero como recompensa, te haré gozar mientras te hago el culo, después de todo, te lo mereces.

No sé si eso es peor o mejor. ¡Maldición! Con solo escuchar esas palabras, ahora se me hace agua la boca mientras espero que me penetre. Su verga no es muy grande, pero sí bastante gruesa. ¿Me dolerá? Si empieza despacio probablemente no.

Siento la mano de mi sobrino hurgando en mi culo. Me está poniendo gel lubricante. Ahora tira de la cadena, mi espalda se yergue.

— En lugar de una correa debería haberte puesto una montura. De esa manera te cabalgaría como la yegua que eres. Pero esto no está mal. Me gusta esta cadena.

Camilo arrima la cabeza de su verga. Empuja. El glande se mete. Duele. Pero también se siente rico. Se siente demasiado rico. Es vergonzoso, porque la sensación es muy similar a cagar. Ahora retroceden unos milímetros, pero sin salirse, para luego empujar más. Agradezco que lo haga con cuidado. La verga se siente inusitadamente tiesa. Hace años que Eduardo no alcanza ese nivel de dureza, esa erección perfecta y total que solo se tiene cuando se es extremadamente joven. Me siento sucia por estar disfrutando cómo este pendejo diabólico me penetra. De mi boca se escapan gemidos cada vez más intensos. Me resulta imposible contenerlos. Camilo tira cada tanto de la cadena, y sensación de asfixia que siento cuando la correa aprieta mi cuello, es un ingrediente que suma aún más placer.

De repente siento que un objeto cae sobre el colchón, muy cerca de mí. Miro para saber de qué se trata. Es el celular de Camilo.

— Tía, enciende la cámara frontal y graba tu rostro mientras te estoy culeando.

¡Pendejo hijo de puta! Ahora tendría pruebas de que estuve con él. Sin embargo, enciendo la cámara.

— No te preocupes, no usaré ese video en tu contra. Es solo que ahora se siente muy rico verte de espalda, boca abajo, mientras veo tu espalda doblarse cada vez que te entierro la verga. Pero luego querré ver tu linda cara de puta mientras lo hago.

En la pantalla sólo está mi cara, la cual queda fuera de foco cada vez que Camilo arremete con mayor ímpetu, metiéndose más y más adentro mío. Veo una mujer joven, hermosa, de labios carnosos, ojos penetrantes. Parezco una puta fina, con el maquillaje corrido debido a algunas lágrimas que recorrieron mi mejilla, y con la cara roja debido a la presión de la correa. Tengo una expresión de gozo que no puedo ocultar. Estoy disfrutando. Lo odio, pero estoy disfrutando de esta vejación, y mi cara no puede ocultarlo. Ahora siento que la verga de mi sobrino entró por completo. Camilo tira de la cadena y siento sus bolas peludas chocando una y otra vez con mis glúteos. ¿Hace cuánto que me está culeando el pendejo? Ya perdí la noción del tiempo, pero tengo la sensación de que su duración es admirable. Más aun teniendo en cuenta la potencia de sus penetraciones. ¿Sus piernas aguantan tanto ejercicio? No hubiese apostado por ello.

Ahora escucho que por primera vez sus gemidos se superponen a los míos. Tira de la cadena, y me obliga ahora a sostenerme solo de mis piernas. Mi cuerpo queda pegado a su torso, mientras me da cortas penetraciones, pequeñas puñaladas que hieren mi corazón, pero que regocijan mi cuerpo. Y por fin la eyaculación, el chorro caliente en mis entrañas. Un chorro casi tan abundante como el primero. Y entonces la sorpresa: mi cuerpo se convulsiona, cada poro de mi ser arde, y un nuevo orgasmo me sacude violentamente.

Caigo rendida sobre la cama. Abro los ojos con mucha dificultada. ¿Acaso me desmayé durante unos minutos?

— ¿No estarás olvidando algo tía? —Alcanzo a oír a Camilo.

Con mucha dificultad me pongo de pie. Le doy la espalda. Me inclino apenas, y siento cómo el semen de mi sobrino empieza a salir de adentro mío. Lo siento deslizarse por la pierna derecha.

Camilo se acerca con servilletas de papel en su mano. Me limpia la pierna, ahí donde está el semen, y lentamente sube hasta mi culo.

— Esto no puede estar bien —dice—. Tener que limpiarte el culo como si fueras una niña. ¿No te da vergüenza?

— No —contesto con sinceridad, pues a estas alturas, después de tanta humillación, ya perdí todo rastro de vergüenza.

— La verdad es que me gustaría quedarme todo el día contigo tía —dice Camilo, y el solo hecho de pensar en todas las locuras que me obligaría a hacer, me generan escalofríos —, pero no sé hasta cuándo, con exactitud, dure esta cosa. Además, tengo que calcular el margen hasta que llegues a tu casa. Con mucho dolor debo decir que es hora de que te vayas. Aunque claro, ya tendremos la revancha.

¿Por fin era libre? Un triste alivio se adueña de mí.

— Puedes arreglarte un poco en el baño, pero sólo el pelo y la cara —dice mi sobrino—. No quiero que te duches acá. Quiero que vuelvas caminando hasta tu casa, así como estás.

Me acomodo la pollera. Vuelvo a su cuarto, y me pongo el diminuto top. Serían las únicas prendas que llevaría, pues Camilo había hecho hilachas la tanga. Dos prendas que más que vestirme me hacían ver desnuda. Debía caminar quince cuadras con ellas. Qué locura. Me pongo los zapatos y agarro la cartera.

— No vayas a tardar mucho, o me van a dar ganas de cogerte nuevamente —Avisa Camilo desde el cuarto de sus padres.

Me meto al baño. Me peino, y lavo mi cara. Me dirijo a la salida, hacia la libertad.

— Tía —dice Camilo a mi espalda. Mi corazón da un vuelco—. No le dirás a nadie lo que sucedió hoy. ¿Entendido?

— Sí —respondo sumisa.

— De todas formas, en cuestión de algunos minutos olvidarás todo. Si alguien te pregunta cómo estuvo tu visita, les dirás que yo estaba en cama con fiebre, y tú te quedaste a cuidarme un par de horas. De hecho, cuando empieces a perder la memoria, tú misma creerás que lo que sucedió fue eso.

— Entendido.

— Ahora vuelve a tu casa. Cuídate de los degenerados, con esas pintas pueden querer violarte. Definitivamente no deberías vestir de esa forma cuando vas a visitar a tu sobrino.

Salgo de la casa. Mis pasos son ruidosos debido a mis tacones. ¿Qué fue toda esa locura que acababa de pasar? ¡Maldición!

Mi pollera es muy corta, y mis tetas demasiado grandes para ese top ¿Por qué tuve que vestirme así? Algunos autos me tocan bocina. Pero se pierden enseguida. Los chicos que me habían dicho groserías ya no están en la esquina, por suerte. De lo contrario, quién sabe qué harían al verme tan indefensa.

Algunos vecinos me ven llegar con este aspecto deplorable. ¿Qué dirían? ¿Darían por sentado que engañe a Eduardo? ¿Le llegaría a él algún chisme?

Entro a mi casa. Tiro la cartera sobre el sofá, y me quito los zapatos. Me desnudo y me voy a duchar. El ano está aún dilatado. Todavía siento como si tuviera una verga adentro. ¿Una verga? ¿Qué estoy diciendo? Si Eduardo está de viaje. Además, vine de la casa de mi sobrino Camilo. Pobre chico, tan solo en su casa mientras está enfermo. Hice bien en ir a cuidarlo. Aunque… ¿Por qué no recuerdo de qué conversamos? Me duele la cabeza. Una ducha caliente me va a hacer bien. ¡Qué demonios! Mi sexo está hinchado y de él sale un fuerte olor a flujos. Debo estar desvariando. Necesito descansar.

Voy a la cama, a pesar de que es muy temprano. Necesito dormir. Por algún motivo me siento muy cansada. Camilo… debo visitarlo más seguido. Es un buen chico.

Fin

(9,80)