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El sueño de Martha

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1.

—¿Te falta mucho? —preguntó Constanza besándole el cuello.

—Es que no puedo con condón... siempre tardo más. ¿Me lo quito? —Benjamín detuvo bruscamente las arremetidas y se separó un poco de ella. Constanza sopesó la pregunta de su joven su amante y se quitó el sudor con la mano.

—Ya te dije que no me gusta que lo hagas sin condón.

—Si te gusta —, respondió devolviéndole los besos en el cuello —ándale, así nos tardamos menos. —Constanza odiaba que la chantajeara de esa manera, aunque por otro lado, le encantaba sentir su virilidad a pelo.

—Si no terminas en 10 minutos nos vamos a ir así, y quién sabe hasta cuándo volvamos a hacerlo. —Benjamín se incorporó rápidamente y se quitó el preservativo, arrojándolo a la papelera que estaba junto a la cama. Le pasó el pene a lo largo de la raja varias veces, sobándole el clítoris con el glande. Constanza cerró los ojos y se acarició sus enormes pechos, algo molesta por la manera como la podía manipular tan fácilmente, pero ¿cómo decirle que no? Y sobre todo, ¿cómo resistirse a semejante herramienta? —Métemela, Benji, deja de jugar.

Le agarró las tetas con firmeza y le clavó la verga hasta el fondo. Constanza gimió fuertemente, arqueando la espalda. Ciertamente, Benjamín estaba mejor dotado que su esposo, por lo que cada sensación era mil veces más placentera. Además, la manera como la penetraba y la cambiaba de posición súbitamente la volvían loca, tornando casi cada encuentro en una maravillosa “primera vez”. Sus movimientos eran firmes y con cada empujón llegaba un poco más adentro de su madura vagina; jamás imaginó que sería el deseo más ardiente alguien tan joven. Sus tetas bailaban al compás de sus empujones y los gemidos se hacían más intensos cada vez.

—¡No te corras dentro! —gimió Constanza cuando aumentó el ritmo —Córrete afuera, amor, por favor… —Él no dijo nada y después de un par de arremetidas más, sacó el pene justo a tiempo para eyacular abundantemente en su vientre y parte del ombligo. Constanza levantó la cabeza para ver como su amante “exprimía” con la mano los últimos chorros de semen que fueron a parar a su monte de venus. —¡Pero si no aguantaste nada! —Exclamó entre risas, y apenas terminó la frase cuando Benjamín introdujo dos dedos en su vagina y comenzó a penetrarla. Ella gimió con la boca abierta y se detuvo de la cabecera de la cama. Se recostó junto a ella y la besó mientras movía los dedos como gancho, acariciando su clítoris con el pulgar. No pasaron ni 2 minutos, cuando le apartó la mano bruscamente para correrse, arqueando la cintura; fue un orgasmo violento y prolongado. Benjamín la besó nuevamente y se quedaron un rato así, acariciándose, con la ternura de dos amantes que apenas conocen su cuerpo.

—¿Ya te tienes que ir, verdad? —preguntó sobándole los pezones, que no habían perdido su dureza.

—Desde hace rato, jovencito —le dio un beso en la mejilla y se levantó de la cama de un salto. Recogió su ropa interior y fue corriendo de puntillas al baño. Benjamín se recostó en la cama y le sacó un paquete de cigarrillos de su bolso. —¿Vas a venir en la noche?

—No. Tengo práctica todavía. —Constanza asintió arreglándose el cabello y lo miró a través del espejo. Su pene seguía erecto, acomodado sobre su muslo.

—Ya volví a subir de peso otra vez. Esto no me quedaba así hace un mes. —Se quejó abotonándose la blusa con algo de esfuerzo, sin dejar de mirarlo. Benjamín notó como se veía en el espejo y se levantó para abrazarla por detrás, apoyándole el bulto con fuerza en las nalgas.

—Hace un mes no estábamos cogiendo… Así estas bien. Así me gustas.

—Benji… Ya me tengo que ir. Y tú también —gimió cuando las manos de Benjamín acariciaron sus pechos por debajo de la blusa. Le besó el cuello despacio, dándole ligeros lengüetazos. Eso le encantaba a ella y le ponía la “piel de gallina”. Su aroma le parecía fantástico, y aunque casi se había bañado en perfume, quedaban esos restos de sudor que delataban su pecaminosa intimidad. —¿Nos vemos mañana para comer?

— Antes. Solo tengo dos clases por la mañana.

—Me avisas, entonces. —Constanza se giró y al abrazarlo le dio un largo beso en los labios. Tomó su bolso y salió de la habitación.

2.

Justo cuando Constanza entró al estacionamiento, vio a Martha, su hermana, que ya estaba esperándole junto a la entrada del aeropuerto. Apenas detuvo el auto, la mujer arrojó las maletas al asiento trasero y entró a toda prisa. No se veían desde navidad y por la expresión de su rostro había mucho que contar.

—¿Cómo esta Álvaro? ¿Ya se resignó a su calvicie? —preguntó Martha en tono burlón. A su hermana le hacía mucha gracia la manera como su cuñado, el esposo de Constanza, estaba perdiendo el cabello y no habían dejado de hablar de eso en días. Siempre fue un hombre vanidoso cuyo terror era, en efecto, quedarse calvo.

—Ya lo conoces. No tardará nada en usar peluquín. Anda de gira en Pachuca, por lo de la nueva constructora. —contestó con la mirada fija en el semáforo.

—Gilberto también ya empezó a perder cabello. Apenas y tiene canas, pero no se le nota con el sombrero.

—¿Lo mandaron otra vez de misión? —Martha guardó silencio un momento como si no hubiera escuchado la pregunta.

—Tiene rato queriendo subir de rango. Ya no soporta al general. Ojalá se lo den… ¿Y tu crío? Pensé que nos acompañaría ahora. —Constanza entendió la indirecta de su hermana y decidió no tocar más el tema. Pero la mención de su hijo le provocó una extraña sensación en el estómago.

—En la escuela, todavía no se desocupa. Hablé con él en la mañana y te mandó saludos.

—Por fin encontró algo que le gusta… Por cierto ¿Si terminó con Leticia? No quiero preguntar una imprudencia cuando lo vea. —Apenas y escuchó la pregunta de su hermana pues entre los transeúntes le pareció ver a Benjamín. No pudo evitar sentirse acalorada por la visión ni tampoco humedecer su entrepierna. Estaba segura de que aún tenía restos de semen en el panty y movió las piernas para sentir los fluidos embarrados en la tela. Había durado más que otras veces y eso le encantaba. Le parecía formidable. El tacto de sus manos permanecía en todos sus rincones y, sobre todo, la calidez de su lengua explorando cada milímetro de su raja.

Las palabras de su hermana se perdían en la imagen fresca de su polla entrando y saliendo de ferozmente de ella en cada embestida que le dio en esa habitación de hotel; deseó haberla mandado en Uber con cualquier pretexto. “Podríamos estar cogiendo ahora mismo”, pensaba mientras seguía en automático la plática sosa de su hermana. Llegaron nuevamente a otro semáforo y aprovecho para acariciarse disimuladamente los pechos, recreándose aún en cada minuto de su encuentro. Notó que sus pezones estaban duros y, al tocarlos, se humedeció aún más. Se moría por llegar a casa y masturbarse en la ducha.

— …Tierra a Constanza, ¿hay alguien ahí?

—Perdona, Martha —exclamó espabilándose—, es que el trabajo me trae loca…

—El trabajo… ¿Y ese “trabajo” es güero o moreno como Álvaro? —Constanza fingió reírse y le dio un codazo a su hermana. Estaban a unos minutos de llegar a casa por fin.

Pasaron la tarde poniéndose al día y por la noche cenaron en el pequeño patio trasero. Nuevamente, se mostraba distraía pues no podía esperar a quedarse sola y tocarse recreando cada minuto de su reciente encuentro; después de correrse un par de veces, se quedó dormida desnuda con el masajeador aun entre sus piernas.

3.

Eran las 8 de la mañana cuando sonó el móvil de Constanza. “Buenos días. ¿Nos vemos para comer, entonces? Aunque preferiría comerte a ti. ¡Ya te quiero ver!”. Decía el mensaje de Benjamín. Constanza sonrió ruborizada y de inmediato contestó con emoticones de besos. “Buenos días, mi vida. Aunque buenos los empujones que me das (jajaja). Me dejaste con las ganas noche, mi amor. Muero por verte”.

—¿Interrumpo algo? —Dijo Martha al entrar a su habitación intempestivamente. Su hermana arrojó el móvil a las sábanas y fingió desperezarse.

—Buenos días, Martha. ¿Se te olvido tocar?

—¿Vamos al centro a desayunar? Quiero comprar un par de cosas…

—Vale. Me doy una ducha y estoy contigo. —Una vez que logró sacar a su hermana de su habitación, tomó el móvil y se encerró en el baño. Tenía dos llamadas perdidas de Benjamín.

“Perdona, corazón. Martha entró y no podía cortarle el rollo. ¿Ya desayunaste?” Se sentó en el sanitario esperando respuesta como lo haría una colegiala, a escondidas de sus padres. Solo que en sus tiempos no había teléfonos celulares, sino notitas en hojas de cuaderno. Recordó cuando ella y Álvaro tenían una relación mas romántica y viva, hasta que los asuntos de la iglesia lo fueron consumiendo al grado de convertirlo, como ella decía, en un beato. A su esposo no le caía en gracia que criticara su lado espiritual y al cabo de largas discusiones terminaba todo en gritos y portazos. Así fue como se alejó de él y terminó acercándose a Benjamín, o más bien, sobre él.

El celular vibró y al abrir el mensaje, apareció un video corto de Benjamín, masturbándose lentamente con la verga totalmente dura. Constanza se humedeció rápidamente reproduciendo el video varias veces. Aquel palo de escoba que acariciaba lentamente la tenía tan embelesada, que cedía fácilmente los caprichos de su joven amante. El paulatino abandono de su esposo la hizo fijarse en él hasta que, sin darse cuenta, un día se descubrió verdaderamente enamorada. Su trato cariñoso y gentil, aunado a sus constantes atenciones la cautivaron hasta la médula pues hacían una diferencia abismal con la sosa convivencia con su esposo. Sabía que estaba terriblemente mal, pero no podía evitarlo.

Se quitó el panty y abriendo las piernas empezó a tomar video, acariciándose lentamente toda la extensión de su madura vagina. Estaba depilada pero ya brotaban algunos bellos, formando una pequeña sombra en su monte de venus. Se acariciaba el clítoris y se introducía la punta del dedo índice en su húmeda cavidad. Amaba recibir esos mensajes y, sobre todo, contestarle de la misma manera. “¿Te espero en la tarde, cariño?” Le escribió con el video. Pasados unos segundos contestó. “Que ricura. ¡Te quiero comer toda ahora mismo! Si, nos vemos a las 5 donde siempre. Tengo clase ahorita, pero ando cachondo”. Constanza sonrió ruborizada y le mandó una foto de sus pechos desnudos. Las aureolas se veían particularmente grandes y las venas de sus pechos se notaban más que otros días. Tenía los pezones duros como piedra. “Te esperan en la noche, cariño. ¡Mucha suerte en tu examen! Prometo recompensarte como te gusta…” Concluyó con un emoticono de un durazno y gotas de agua. Le puso play al video y se masturbó hasta correrse, tratando de no hacer ruido.

La mañana se fue entre tiendas y recorridos largos por el centro. Le hacía bien la convivencia con su hermana, pero no podía dejar de pensar en Benjamín. Por un momento lamentó que el viaje de su esposo coincidiera con la visita de Martha, aunque eso le ayudaba a cubrir sus “huellas” y evitar sospechas. No estaba orgullosa de lo que hacía, pero tampoco se arrepentía en absoluto. Cerca de las 3 de la tarde regresaron a casa; casi era la hora de su cita y tenía que arreglarse bien para él. A escondidas de su hermana había comprado un par de conjuntos en una tienda de lencería que sabía le gustarían. Después de escoger la que mejor le pareció para la ocasión, la guardó cuidadosamente en su bolso junto con un paquete de condones. Tenía que cuidarse pues aún a sus 46 años, podría darse una sorpresa. Después de ducharse nuevamente, se recostó en su cama e inevitablemente se quedó dormida.

4.

El sonido del timbre de la entrada la despertó abruptamente. Se levantó de un salto y se horrorizó al ver la hora: 6:45. Buscó su móvil por todas partes en su habitación y, al no encontrarlo, recordó que lo había dejado cargando en su auto. Cuando salió hacia la cochera, se llevó el sobresalto de su vida, pues Benjamín apareció en el pasillo con solo una toalla en la cintura.

— ¡Hola, mamá! Te volviste a quedar dormida... —Le dijo Benjamín con una amplia sonrisa en los labios.

—¿Por qué no me dijiste que Benji venía ahora? —Preguntó Martha, que apareció también detrás de él. Constanza se ruborizó y abrazó a su hijo nerviosa, sintiendo la dureza de su paquete por debajo de la toalla.

—¿Cómo te fue mamá, te cansaste?

—Mucho. Tu tía no hace nada más que dar vueltas y no compra nada. Y a ti ¿cómo te fue en tu examen? —Preguntó con toda la normalidad posible, pero le costaba trabajo ocultar la excitación que le provocaba la sorpresiva presencia de su hijo.

—Lo pasé sin trabajos. Alguien me debe algo —contestó guiñándole un ojo. Constanza le dio un golpecito en el brazo sintiendo como se humedecía su panty poco a poco.

—Ya veremos… Por ahora ve a secarte y ayúdame a preparar la cena, que dormí mucho y tengo hambre— Concluyó dándole un rápido beso en la mejilla.

Constanza salió a la cochera con las piernas temblorosas. Temía que los descubrieran y ahora no sabía que hacer. Revisó el móvil y tenía varias llamadas perdidas de su hijo, así como infinidad de mensajes. “Bueno, por lo menos se cargó el teléfono” se dijo a si misma ruborizada.

Por la noche, los tres se sentaron a cenar en la sala. Habían preparado varios platillos, todos favoritos de Benjamín. Constanza no dejaba de lanzarle miradas a su hijo que disimulaba perfectamente. De cuando en cuando, le acariciaba la pierna y cuando su tía no los veía, subía la mano hasta su entrepierna y luego a sus pechos. Constanza inmediatamente se libraba de él pero continuaba con sus caricias, hasta que no tuvo más remedio que ceder pues estaba verdaderamente excitada.

Martha de pronto se quedó dormida y Benjamín aprovechó para besar a su madre en los labios. Ella respondió sus besos sin quitarle la vista a su hermana, y cuando las manos de su hijo subieron nuevamente hasta sus pechos, apagó la televisión quedando toda la casa a oscuras. Se acariciaron un momento, siempre pendientes de la respiración de Martha que, al cabo de un rato, se despertó. Los tres se despidieron y sin más, cada uno fue a su respectiva habitación.

Cerca de las 3 de la mañana, Martha despertó al escuchar ruido en el pasillo. Trató de ignorarlo, pero se volvía cada vez más insistente, por lo que se levantó a ver qué ocurría. Al acercarse al pasillo, Martha constató que los sonidos provenían de la habitación de su hermana, cuya puerta se había quedado entreabierta. No tardó en distinguir gemidos apagados y la voz de otra persona. “¿Álvaro? ¿Qué no estaba en Pachuca?”, pensó al escuchar la voz masculina, y presa de la curiosidad, salió de puntillas de su habitación hasta la puerta de su hermana. Estaba follando, no cabía duda, pero ¿con quién? —No me entró bien, te dije que estoy muy apretada todavía. —Se oyó la voz de Constanza, que hablaba lo más bajo que podía. —No… mejor por el otro, ¡me vas a lastimar! —Dijo ahora subiendo la voz. Se hizo un silencio y la escuchó gemir un poco más —No empujes, deja que yo me siente… —Martha sintió el calor de la excitación recorrer su entrepierna y aunque se moría de ganas por asomarse, se quedó inmóvil con la oreja casi pegada al borde de la puerta. Su hermana estaba follando y por lo que escuchó, estaba a punto de darle el culo a su amante. ¿Pero quién era? Se le ocurría al menos una decena de amigos mutuos que darían lo que fuera por cogérsela y al menos dos de ellos se lo habían propuesto en alguna ocasión. Sabía que su matrimonio tenía altibajos, pero no para llegar a una infidelidad; lo que sea que la haya motivado para hacerlo, tenía que ser algo definitivamente muy bueno.

—¿La saco?

—No... Métela toda, pero despacito. —contestó su hermana entre suspiros, luego de una breve pausa.

—¿Así? Estas bien apretada… —dijo su amante. La cama comenzó a rechinar, seguramente por sus movimientos. “¿Estará sobre ella, o la tendrá en 4?” Pensaba Martha, ansiosa por asomarse, pero como la habitación estaba completamente a oscuras, era más fácil que ellos la vieran a ella, por lo que continuó inmóvil junto a la puerta. Era todo un nuevo nivel de excitación, pues imaginar a su hermana empalada, le recordaba la vez que accidentalmente vio a sus padres follar, cuando apenas entraba al colegio.

—Ponme más lubricante, ya me dolió poquito. —dijo su hermana casi como si le estuviera hablando a un bebé. Por unos segundos no escuchó nada, hasta que finalmente su amante bufó al mismo tiempo que ella dejaba escapar un agudo gemido. —¡Me entró hasta el fondo!

—¿Me muevo?

—Si, pero despacito. —Martha no pudo aguantar el morbo y finalmente se asomó por la abertura de la puerta. Constanza estaba sentada sobre él, cubierta completamente con las sábanas. Ambos cuerpos se movían lentamente, y sus gemidos acompasaban el sutil movimiento de sus caderas. Estaban culeando despacio y de manera tan despreocupada, que daba la impresión de que no era la primera vez que lo hacían. “Pero ¿quién es?” Se preguntaba una y otra vez, tratando de identificar la voz, que de hecho, le parecía familiar. —¿Esto querías, cabrón? ¿Follarte el culo de tu madre? —Las piernas de Martha temblaron y abrió los ojos hasta casi salírseles de sus cuencas. Estaba helada, pero la excitación se había disparado al punto que sintió como su entrepierna empezaba a escurrir.

—Estás bien apretada, mamá, ya casi me corro.

—¡Ni se te ocurra venirte todavía! Que me costó mucho trabajo meterte… —Le dijo Constanza entre risas. Poco a poco el movimiento fue desplazando la sábana hasta que su cuerpo quedó totalmente al descubierto. Estaba desnuda, con el cabello amarrado en una cola y casi acostada sobre su hijo, que jugaba con sus tetas con ambas manos. Benjamín movía sus caderas despacio, embistiendo delicadamente a su madre, que gemía con cada movimiento. El también resoplaba y le decía cosas ininteligibles.

De pronto su hermana se echó hacia atrás, exponiendo sus pesados pechos y parte de la cara de su hijo, que no le quitaba la vista a sus tetas que danzaban con el movimiento de su pelvis. Se habían acoplado perfectamente y habían aumentado el ritmo, acariciándose lentamente en la oscuridad. Martha no pudo evitarlo y bajó una mano hasta su entrepierna, que palpitaba húmeda debajo de la prenda. El flujo viscoso se estaba pasando a sus muslos y al sentirlo hundió un dedo dentro de su vagina. La sensación de su interior junto con los gemidos de su hermana y su sobrino hicieron que se corriera apenas lo empezó a mover. Fue un orgasmo breve pero intenso que para nada sació sus ganas, reiniciando el movimiento de su mano casi al mismo tiempo que su sobrino embestía a su madre por el culo.

Durante su juventud, Constanza había tenido una figura envidiable, pero después del embarazo, no pudo recuperarse y subió bastante de peso. No era mórbida, ni mucho menos, pero el sobrepeso había aumentado todas sus tallas considerablemente. Sus pesados pechos se miraban firmes, pero ya con un ligero declive. Sus nalgas, grandes, redondas y con un poco de celulitis, eran masajeadas ávidamente por su sobrino, que no reparaba en ello en absoluto conforme le propinaba sentones y arremetidas.

Miraba los brazos fibrosos de Benjamín sujetar el cuerpo de su hermana con fuerza y eso la excitaba todavía más. Metió la mano debajo de la camiseta y acarició sus pequeños pechos, haciendo círculos con los dedos en sus pezones, duros como piedras. Los apretaba y jaloneaba conforme recorría con la mirada el cuerpo grueso y atlético de su sobrino, que le encantaba presumirlo cada vez que podía. Metía y sacaba uno y dos dedos en su empapada cavidad sin dejar de ver el acto incestuoso de su hermana y su hijo. “¿Cuánto tiempo tendrán así? ¿Él habrá seducido a su propia madre?” Se preguntaba imaginándolos en otras situaciones a escondidas de su cuñado. Entonces, Benjamín aceleró el paso y los gemidos de su madre se hicieron más cortos y agudos.

—Mamá, me voy a correr…—gimió sin soltarle las tetas. Ella se inclinó, apoyándose en su pecho y empezó a mover las caderas como desesperada.

—¡Lléname, lléname, lléname! —Le respondió entre resoplidos y moviéndose más rápido, hasta que su hijo gruñó y se quedó quieto. Chorros de semen empezaron a brotar de su culo abierto al tiempo que su madre gemía tapándose la boca con ambas manos, pero sin dejar de moverse sobre él. Martha también se corrió y por poco deja escapar un gemido, que muy probablemente habría sido opacado por los de su hermana, cuyo orgasmo pareció durar una eternidad. —No la saques todavía, Benji. —Le dijo sobándose los pechos y jalando sus pezones. Su sobrino le acariciaba el vientre y movía ligeramente la pelvis.

— Que buena estas, mamá.

—¿Te corriste otra vez? —Preguntó Constanza divertida, aun con el pene de su hijo en el culo.

—Me vine mucho, teníamos rato ya… —Su madre se inclinó sobre él y, por el movimiento de su cabeza, se dio cuenta de que lo besó. El sonido de sus labios la delataron. Martha continuaba viendo la escena sin dejar de acariciarse, disfrutando como el siguiente orgasmo iba y venía.

Cuando Constanza se sentó a su lado, pudo ver por fin el pene de su sobrino, que palpitaba aun totalmente enhiesto. No era nada fuera de lo normal, pero seguramente más grande que el de su esposo o su cuñado. Su hermana lo sujeto de la base y lo masturbo despacio mientras le decía algo que no alcanzó a escuchar. Así estuvo unos minutos hasta que se acomodó bien junto a él y, luego de escupirle, se lo metió entero a la boca. Lo mamó un par de veces antes de dar la primera arcada y luego se entretuvo con su glande.

Aunque la habitación estaba casi completamente oscura, alcanzaba a distinguir muy bien como la boca de su hermana engullía sin reparo la dura herramienta de su hijo. Su boca subía y bajaba al mismo tiempo que lo masturbaba con las dos manos. Benjamín le tocaba la cara y le acariciaba el cabello cuando tenía la polla totalmente dentro de su boca. El último orgasmo había dejado exhausta a Martha, pero no quería perderse de nada, y aunque estaba ciertamente horrorizada por todo aquello, el morbo la carcomía por dentro, esperando poder atestiguar su próximo encuentro. Se detuvo en su clítoris un momento mientras veía a su hermana quitarle hasta el último rastro de semen al pene de su hijo, cosa que logro al cabo de unos minutos.

—Déjame quedarme hoy, mamá, ándale. —Le dijo Benjamín acariciando el brazo de su madre, que se limpiaba la cara y probablemente los restos de semen que tenía en la barbilla. Nuevamente le dijo algo ininteligible y se levantó. Martha se acomodó rápidamente el panty que había quedado en el suelo sin darse cuenta y se dispuso a regresar a su habitación.

“Ahí está tu tía, claro que no” fue lo último que le escuchó decir antes de regresar a su habitación y meterse a la cama. La cabeza le daba vueltas y el último orgasmo le había dejado una punzada en la sien. Tenía mucho que no se corría de esa manera, ni siquiera con su esposo, y quería sentirlo nuevamente. “¿Cuánto tiempo tienen haciéndolo?” Se preguntó nuevamente y como acto reflejo, deslizó su mano dentro de su pantaleta.

Cerró los ojos e imagino los brazos de su sobrino y el culo de su hermana subir y bajar sobre el juvenil mástil de Benjamín; tenía los gemidos y resoplidos de ambos dando vueltas en su cabeza. Acariciaba con fuerza su clítoris imaginando a su sobrino sobre ella, taladrándola sin piedad como a su madre, y cuando hundió los dedos en su vagina, imaginó besar a Constanza mientras su sobrino la penetraba por detrás. Aquella imagen la hizo despabilarse y detuvo el movimiento de su mano un segundo. Recordó aquella vez, siendo mucho más jóvenes, cómo jugaban a “practicar” el cómo besar. Y su mente la llevó de estar escondidas en un armario, a estar los tres en una habitación de hotel, ella besando a su hermana mientras su sobrino se turnaba para penetrarlas. Algo se había despertado en ella.

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