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El vestido, con la artista
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Dos de mis personajes preferidos son un padre y una hija que viven y se aman juntos. Empujaron cuando ella por pedir un Mini de segunda mano para conducirlo encontró un vestido sexi de su madre. Al lucirlo para su padre se conocieron mucho mejor.

Proyectado en la pared, ahí estaba toda mi desnudez en cuatro metros de blanco muro. Cada cinco segundos la imagen cambiaba para mostrar una vista nueva de mi piel descubierta. Todo el que pasaba por la galería de arte contemplaría mis desnudos, en tela, en papel fotográfico, en barro, escayola o en manchas de luz en la pared, todos mis autorretratos, todos mis desnudos. De eso iba la performance.

Y yo, la artista, paseándome entre ellos apenas cubierta con una gasa trasparente. Tenia que demostrar que la exhibición de mis encantos no se limitaba a las piezas expuestas. Cada vez cuesta mas trabajo hacerse un nombre en el mundo del arte. O montas algo de escándalo o nadie te hace caso.

Que se fijaran en mi cuerpo ayudaría a vender las obras. Quien me deseara podría tenerme, o por lo menos, una de mis imágenes además hecha y firmada por mí. Me sabía lo suficientemente bella y con un cuerpo bonito como para que esa maniobra comercial me brindara unas buenas ventas y puede que algo de placer si se terciaba.

Mi exhibición estaba dando buenos resultados económicos, ya tenía apalabradas algunas ventas. Pero aparte de las miradas lascivas a mis expuestos pezones y a mi cadera casi descubierta nadie se había atrevido a insinuarse.

Casi todo estaba vendido. La hora de cerrar se acercaba, estaba a punto de rendirme y dejarlo para el día siguiente. Vestirme con algo más de ropa y marcharme a casa.

La puerta automática se abrió dejando pasar una ráfaga del agobiante aire de la tarde de julio y a una bonita pareja. Una joven de unos veinte años, sexi con un corto vestido veraniego de cuello halter, atado detrás del cuello, lo que le dejaba un precioso escote y los hombros pecosos desnudos. Alta, delgada, pelirroja, veía sus preciosas piernas y su espalda bronceada.

El chico, también pelirrojo pecoso, un poco mas alto que ella y puede que unos veinte años mayor, vestía vaqueros y camiseta ajustada bajo los que se adivinaba un físico bien cuidado, atlético.

Admiraban las obras despacio, relajados y con cierta mirada lasciva que me gustó. Él rodeó su cintura con un musculoso brazo y la beso en el cuello. Un lujurioso, largo y húmedo beso que yo admiraba desde el otro lado de la sala con mi copa de vino en la mano. Parece que lo que estaban contemplando no les resultaba del todo indiferente. Se estaban excitando.

Cogí otras dos copas y crucé la galería entre las imágenes de mi cuerpo desnudo. Fui a ofrecérselas con una sonrisa y muy poco más encima. Los lascivos ojos de ambos recorrieron mi anatomía reconociendo de inmediato al vivo lo que había en las fotografías y el resto de las obras. Devolvieron mi sonrisa ampliada en sus sensuales labios.

Nos presentamos, me dieron sus nombres de pila pero no me dijeron la relación que hay entre ellos, ¿amantes, casados? Un puzzle que estaba dispuesta a resolver. De entre las piezas que no tenían la pegatina de vendido se habían interesado por una foto en blanco y negro en la que se me veía la cara, los pechos y los hombros y mi lengua rozando el pezón de la perfecta teta de una amiga.

Fue ella la que se acercó a mí.

– ¿Me enseñas el resto de la exposición?

Se colgó de mi brazo apoyando uno de sus pechos en mi piel desnuda, interesándose por los desnudos, mis aficiones y mi vida sexual, tratando de conocerme mejor. Mientras él gestionaba la compra con el personal de la galería, nosotras recorríamos el resto.

Rozándonos sin complejos le comentaba el resto de las obras a veces con los detalles mas escabrosos de su factura. Me gusta experimentar… con nuevas técnicas y estilos. No penséis mal.

Me hacía inteligentes preguntas sobre el arte, mis técnicas. Ella mantenía mi excitación con roces que parecían inocentes y casuales pero constantes. Mi poca ropa le facilitaba alcanzar mi piel y mi actitud tampoco se lo impedía.

– ¿Quieres un recuerdo de la artista?

Detrás de una de mis estatuas en escayola me atreví a besarla, un suave roce de nuestros labios. Pero ella aprovechó para cogerme el culo por debajo de la gasa. Viendo sus avances yo acaricié uno de sus pechos sobre el vestido, notando la dureza de su pezón en la yema de mis dedos. Nos sonreímos antes de separarnos.

– Creo que si quiero más detalles de la artista.

Seguíamos viendo el resto de la exposición despacio cuando él se acercaba a nosotras. Fue directa al grano cuando le soltó:

– Papá ¿por qué no la invitamos a cenar?

El asintió sin poner pegas mientras yo aún me atragantaba con aquel papi. Para calmarme y pensar en el morbo que me había dado una sola palabra decidí ir a cambiarme y reflexionar un poco sobre ello. ¿De verdad serían padre e hija? o ¿Él sería un sugar dady?

– ¿A qué te vienes con nosotros? Nos divertiremos.

Aquella extraña parejita estaba despertando mi lujuria. Lo estaban haciendo desde que entraron en la galería. Les contesté con una sonrisa pícara.

– Si os empeñais, creo que no tengo más remedio. Para agradeceros la compra claro.

Al ponerme mi ligera faldita de vuelo decidí prescindir del tanga y guardarlo en mi bolso. El suje ni me lo había traído.

El top con la espalda desnuda lo llevaría sin sujetador dejando que los duros pezones excitados se marcaran en la fina seda. Al salir del baño parece que volví a sorprenderlos agradablemente a juzgar por las sonrisas y el vistazo que le echaron a mi reducido atuendo.

– Pues vámonos.

Casi sin dejarme despedirme de la encargada de ventas ella volvió a coger mi brazo y el de su padre y nos condujo a un discreto y caro restaurante no muy lejos de allí. Me dio la impresión de que ya lo conocían. Me cogió del brazo con firmeza, como para indicarme que ya no podría escapar de ella. ¡Como si yo lo pretendiera!

– Es un sitio muy tranquilo y discreto. Ya verás.

En cuanto giramos la primera esquina la niña me besó de nuevo pero esta vez lo puso todo, buscaba mi lengua con la suya y dándome a beber su saliva. Mordisqueaba mis labios juguetona agarrando mi culo para apretarme contra su delgado cuerpo. Yo tampoco me hice la manca y sujetaba su delgada cadera rodeandola con un brazo mientras la otra mano la dirigí de inmediato a sus durísimas tetas.

– Ya tenía ganas.

Al terminar de besarme, con mi lengua aún en su boca, giró la cabeza para repetirlo con su apetitoso padre que se había acercado a nosotras. Él nos rodeó con sus fuertes brazos, a la dos. Ella sujetó su cabeza echando un brazo levantado y hacia atrás, lo que dejó su suave axila a mi alcance. No me pude resistir y pasé la lengua por ella un momento, por su cuello de cisne y por el filo de su mandíbula.

– Papi, me gusta.

– Tienes muy buen gusto cariño.

Ellos seguían en un lascivo morreo en que sus lenguas se cruzaban dentro y fuera de sus bocas. Yo solo podía mirarlos excitada, espectadora en primera persona, agarrándome aún más a la cintura de ella, mareada por mi propia lujuria.

Sentados a la mesa redonda, pequeña y en un rincón discreto. Cubiertos nuestros muslos con el mantel pronto sentí sus manos, las de los dos, deslizándose bajo mi falda. Estábamos muy juntos ya que la mesa era muy pequeña. Separé mis piernas para darles mejor acceso.

Ambos se alegraron al llegar a mi vulva y descubrirla húmeda depilada y sin nada que les impidiera acariciarla cada vez que el camarero se alejaba. Yo también investigaba bajo el mantel, no pensaba quedarme quieta y descubrí que ella también había decidido prescindir de la lencería y que estaba tan húmeda como yo.

Ella sacó los dos dedos que tenía en mi xoxito y se los llevó a la boca con una increíble cara de vicio. Verla lamerse los dedos húmedos de mis jugos casi me provoca un orgasmo. Al otro lado, al deslizar la mano por el vaquero del padre encontré allí la mano de ella agarrando la dura y depilada polla que ya asomaba por la abierta bragueta.

La hija me cedió el tronco y ella se dedicó a acariciar los suaves huevos. Mientras, volvía a besarme jugando con mi lengua y dejando hilos de saliva en nuestras barbillas sin soltar ambas la polla de su progenitor. A todo ello charlábamos como si por debajo del tablero no pasara nada.

Los tres estábamos muy excitados. La sensualidad del ambiente, la comida era sabrosa y las caricias más que morbosas. Hasta los camareros eran guapos y vestían sexis. La faldita negra de la chica que nos trajo el segundo plato apenas conseguía cubrir sus nalgas y se veía un poco de piel blanca entre las medias y el borde de la prenda. Las camisas blancas eran translúcidas casi trasparentes y los pezones oscuros de los chicos y de las chicas son sujetador se marcaban en la tela. Además de sus paquetes en los ajustados pantalones negros.

Empezaba a necesitar ese rabo dentro de mí, a desear comerme esa vulva suave y caliente y tener en la lengua el sabor de sus orgasmos. Aquellos como los que sus hábiles dedos me estaban provocando en la discreta esquina del restaurante. Nuestras caricias y lascivos besos por fin consiguieron que él se corriera dejando su semen en nuestros dedos. Ya no me asombraba nada y vi cómo, morbosa, igual que había hecho antes con mis jugos se los llevó a la boca. Lamió la semilla de su padre mirándome a los ojos como desafiándome.

A esas alturas ya debía saber que yo no me iba a echar atrás. Chupé mis dedos recogiendo todo el semen que pude en mi lengua y volví a besarla compartiéndolo. Aún más dejé caer unas gotas de la abundante lefa mezcladas con nuestras salivas en mi postre y mirando a sus bellos ojos azules. Usé la cucharilla para comérmelo. Incluso de le di una cucharadita a ella.

Ella, subiendo el nivel recogió las ultimas gotas directamente del glande, pero esta vez llevó los dedos a la boca de él que los chupó goloso.

Estaba claro que había dado con la horma de mi zapato con aquellos dos. Me ofrecieron llevarme a su chalet a tomar unas copas pero mi loft estaba mas cerca y ya no podíamos esperar. Queríamos arrancarnos la poca ropa y disfrutar de nuestros cuerpos desnudos.

En el asiento de atrás de un mini rojo ella me clavaba los dedos lo más que podía en la vulva mientras me sorbía el aliento y la saliva. Gracias a los cristales tintados nadie podía vernos excepto él por el retrovisor.

En el ascensor las dos nos lanzamos a por él en un lujurioso beso a tres lenguas mientras mi mano se deslizaba entre las nalgas de la hija bajo el ligero vestido clavando el índice en su ano. Estaba convencida que no iba a rechazar esa caricia. También aproveché un segundo para soltar el nudo que sostenía la prenda tras el fino cuello.

Sin cerrar la puerta tiré de su leve vestido sacándolo por la cabeza y dejándola desnuda en mi recibidor. Únicamente con sus sandalias me puse a contemplar su perfecto cuerpo con ojos de artista. Deseaba inmortalizar ese desnudo en mis obras y así se lo propuse. La quería como modelo. Mientras le pedía a su padre que e quedara en bolsas y nos preparara unas copas señalando mi bar. Me encantaba tener un camarero desnudo así.

Aunque ya conocía su sabor lamido de nuestros dedos, necesitaba saborearla directamente de la fuente y sin siquiera terminar de desnudarme yo, la tumbé en mi sofá para ponerme a cuatro patas entre sus muslos y lamer su jugoso coñito.

Le hice gemir mientras se corría. El padre dejó las copas al alcance de nuestras manos. Estaba claro que en mi postura se lo estaba poniendo muy fácil. Noté como levantaba mi falda, echándola sobre mis riñones. Se agachaba tras de mí para mordisquear mis glúteos y deslizar la lengua húmeda y caliente por toda mi raja. Del clítoris al ano, la humedad de sus besos hacían contraste con el calor de la noche.

Era tanta la excitación que llevaba durante toda la jornada que me derramé en su boca a las pocas veces que su lengua pasó por mi clítoris. Al relajarme tras el orgasmo ella aprovechó para librarme del top. Mis tetas rozaban sus muslos mientras seguía saboreando su xoxito.

– Seguro que quiere que la folles.

– Si, dame ese bonito rabo.

La dura polla de su padre buscaba entre los labios de mi vulva el camino a mi interior. Estaba tan mojada que no le costó penetrarme. Noté su glande llegando al fondo de mi vagina y moviéndose suavemente follándome tierno pero insistente. Mirando como yo hacia disfrutar a su bella hija con mi lengua seguía provocando mis orgasmos. Mis jugos seguían mojando sus huevos y bajando por sus fuertes muslos incansables.

Él ya se había corrido en el restaurante y ahora parecía eterno. Pero al fin con mi permiso se derramó en mi coño llenándome con su semen.

– Me llega, ¿Donde lo quieres?

– ¡Donde estás! No te salgas.

No dejó que abandonara mi placentera tarea y fue él quien limpió mi pubis con su lengua recogiendo en su boca la mezcla de sabores que rezumaban de mi interior provocándome un nuevo clímax.

Con ellos estaba siendo multiorgásmica.

Besó a la joven dejando su polla que empezaba a perder dureza al lado de mi cabeza. Me di cuenta que aún no la había tenido en la boca. Abandoné el manjar que estaba disfrutando para limpiar con mi lengua la bella herramienta que tanto me había hecho disfrutar.

No conseguí endurecerla de nuevo pero tampoco importaba. Los tres habíamos disfrutado de los cuerpos de los otros y de nuestros orgasmos. Ahora descansábamos revueltos en mi húmedo sofá. Mojados de sudor, flujos de ambas y semen.

No pude resistir la tentación de plasmar su belleza salvaje con el rojizo cabello revuelto desmadejada sobre los cojines. Y la del trabajado cuerpo del padre con la polla que tanto me había hecho disfrutar agotada sobre su muslo. Alcancé la cámara que siempre tengo a mano por si llega la inspiración o dos pervertidos como ellos.

– ¿Me dejaríais haceros una fotos?

Me dejaron fotografiarles sin complejos. Incluso posaron para mi objetivo mientras terminábamos las copas que no habíamos llegado a probar y bebíamos unas nuevas. Aún desnuda me movía a su alrededor con mi cámara plasmando en pixeles sus bellos cuerpos sudados.

La sesión estaba siendo bastante mas pornográfica de lo que pretendía y no podría publicar casi ninguna de ellas. No importaba, las guardaría para mi disfrute y les regalaría unas copias a ellos.

Lo fue todavía más cuando se animaron de nuevo y empezaron a besarse y acariciarse como si el objetivo de la cámara no estuviera guardando para la posteridad sus lascivos movimientos.

Las fotos de ella sentada sobre la cara de su progenitor con las manos acariciando sus pechos. La expresión de pura lujuria en su bello rostro me darían muchos ratos de autocomplacencia. Hice una nueva serie con la polla depilada que aunque no estaba todavía bien dura ya morcillona. Era un bonito espectáculo con los sensuales labios y lengua de la hija recorriéndola con gula. O simplemente colgando entre los duros y torneados muslos.

No posaban claro. Sus movimientos eran naturales, sensuales en sí mismos. Cambiaban de postura cuando algo les decía que esa alteración le iba a dar mas placer a su pareja.

Aunque les propuse una nueva sesión de fotos mas seria que o poco me conocía o iba a terminar como esa noche desnudos y revueltos. Ellos me invitaron a su casa lo que desde luego acepté. Puede que su jardín fuera un buen fondo para volver a plasmar sus desnudos. Al aire libre y bajo la luz del sol.

Ya en su casa, unos días después, en lo que estaba siendo una agradable visita volvimos a renovar nuestros juegos. Hice nuevas fotos algunas eroticas, otras mucho más pornográficas. Los dos desnudos sobre su impresionante Harley juntos o por separado serían una obra de arte.

Llevé las ampliaciones en una carpeta para regalárselas y estuve mostrándoles las fotos que les había hecho. Y ellos me enseñaban el lugar de preferencia donde habían colgado mi autorretrato. Todo eso ya completamente desnudos por supuesto.

De hecho les regalé la copia de esa misma foto que habían comprado y una nueva en la que esta vez la teta que yo estaba chupando era la de la hija. La había hecho en esa noche memorable en mi loft. Juntas las dos fotos en el mismo formato, con el mismo marco, y con las leves diferencias, serian un buen adorno en su salón.

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