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Follando al primo, a la prima, a la tía y a la tía abuela. 2

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Mi madre quiere follar contigo.

Jacinto y yo bajábamos la cuesta de la aldea. Iba a la tienda a hacer un recado. Me dijo:

-Mi madre quiere follar contigo.

Lo miré con cara de asombro.

-¡¿Te lo dijo ella?!

-Sí, le dije lo larga y gorda que era tu polla y se muere por jugar con ella.

-¿Y qué más le dijiste?

-Que te la mamé.

-¿Es que le cuentas todo lo que haces?

-Soy un buen hijo.

-Un buen hijo de puta.

-Eso también. ¿Vas a ir a mi casa?

-¿Cuándo quiere que vaya?

-Después de comer Alicia y yo nos vamos a Pontevedra a la casa de los abuelos. Te estará esperando en su cama.

Llegamos al río y allí estaba mi tía Carmen lavando la ropa. Carmen era una mujer fibrosa, alta, morena, con el cabello negro azabache que le llegaba al culo, cabello que en ese momento llevaba recogido en una cola de caballo. Creo recordar que tenía 38 años, lo que recuerdo bien es su culo redondo, sus gordas tetas y sus labios carnosos, labios que jamás había pintado. Frotando una pieza de ropa en la piedra del fregadero miró para su hijo y para mí. Vimos cómo sonreía y cómo las tetas se le movían hacia delante y hacia atrás. La polla se me puso dura. Mi primo vio el bulto y me echó la mano al empalme. Le dije:

-Estate quieto que nos pueden ver, cabrón.

Media hora después fui al monte con la idea de hacerme una paja a la salud de mi tía y al pasar por delante de Sésama sentí un ruido que venía de dentro. Hacía años que no entraba en la cueva y pensaba que estaría todo lleno de humedad. No era así, estaba casi igual que la última vez que comiéramos allí unas cerezas. Entré en la cueva y me encontré a Conchita, estaba de espalda a mí con las manos en la cara. Siempre fui rápido pensando. Era nuestra cueva, y si Jacinto le comiera el coño a ella y a su hermana, entre ellas había algo. Le dije:

-Así que este es vuestro nido de amor.

Conchita se dio la vuelta, tiró al suelo las bragas que estaba oliendo, echó una mano al corazón y me dijo:

-¡Casi me matas del susto!

Me acerqué a ella.

-¿Quién es una chica mala?

-Déjame salir de aquí, Quique.

Me aparté y le dejé espacio para que se fuera.

-Tira. ¡Qué suerte tiene mi prima, coño!

No se movió del sitio.

-Tu prima y yo no jugamos a esas cosas que tú piensas.

Mirando para las bragas que había estado oliendo y que tirara al suelo, le dije:

-¿No? Entonces aún es peor, pues esas bragas son de prima.

-¿Y tú cómo sabes eso?

Las había visto en la huerta de mi tía, estaban a secar sujetas con pinzas, pero no le iba a decir eso, le dije:

-Lo sé y punto, cómo sé que si yo no aparezco, ahora mismo te estarías haciendo una paja.

Se hizo la decente.

-¡Qué dices!

-A ver, Conchita, si estabas oliendo unas bragas es porque te ibas a hacer una paja, y yo si vine al monte fue para hacer otra. ¿Te hago yo una y me haces tú otra a mí?

Se puso altanera.

-¡¿Me has visto cara de guarra?!

-Tu cara es de angelita, pero de una angelita que se hace pajas.

Le eché las manos al culo y sintió mi polla dura en su pelvis. Quise besarla, me hizo la cobra, y temblando me dijo:

-Déjame.

-¿Echamos un polvo?

Sin revolverse, me respondió:

-Ni en tus sueños.

-En mis sueños ya follamos.

La besé en el cuello. Seguía temblando al preguntar:

-¡¿Te la pelaste pensando en mí?!

-Muchas veces. Deja que te coma la boca, las tetas y el coño.

-No te voy a dejar hacer nada.

Forcejeando conseguí que mis labios se juntaran con los suyos y al meterle la lengua en la boca ya no los apartó. Al acabar de besarla, colorada cómo una grana, me dijo:

-Si no cuentas nada del lío que tengo con tu prima dejo que me hagas una paja, pero la haces sin quitarme las bragas.

Ya no se lo iba a decir a nadie, pero coño, con aquella cosita sexy a mi lado no iba a decirle que no diría nada aunque no jugáramos, así que le dije:

-Dalo por hecho.

Conchita tenía mi estatura, 166, era rubia, de ojos castaños y su cuerpo era ideal para el pecado, o sea, que tenía todo muy bien puesto. Ese día llevaba puesto un vestido de flores rojo y amarillo con cuello de pico que le daba por encima de las rodillas y calzaba unas sandalias marrones. Le di un pico y le levanté el vestido. Me dijo:

-Sin más besos.

-Tú mandas.

Metí mi mano dentro de sus bragas y me encontré con el acolchado de sus pelos y con el coño ligeramente mojado. Con su cabeza apoyada entre mi cuello y mi hombro comencé a meter y a sacar de su coño el dedo medio de la mano derecha... El coño se fue mojando y ella empezó a gemir muy en bajito. Poco después levantó la cabeza y me dio un pico, dos, tres, y después me besó con lengua, luego su mano bajó la cremallera de mi pantalón. Estaba tan empalmado que no podía quitar la polla. Abrí el cinturón y el botón de arriba y bajé los pantalones. Me cogió la polla. No sabía qué hacer con ella, solo la agarraba. Moví el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás y cuando paré ya ella sabía cómo hacerlo. Algo después dejó de besarme, me quitó los dedos de su coño y se bajó las bragas. Al volver a meter los dedos ya fueron dos los que entraron en su coño encharcado. Nos comimos a besos hasta que su coño apretó mis dedos y descargó sobre ellos. Fue una corrida grandiosa. Apretó tanto mi polla mientras se corría que al soltarla le puse el vestido perdido de leche.

Conchita tuvo miedo de que las manchas de leche secasen y no saliesen, por eso fuimos a lavarlo a un riachuelo que pasaba por el monte. Por culpa del vestido no la follé.

Ese día comiendo en mi casa no me salía mi tía de la cabeza. ¿Cómo serían sus tetas? ¿Cómo sería su coño? ¿Cómo follaría? Comía y sentía mi polla latir y mojar mi calzoncillo. Tuve que estar sentado cinco o seis minutos a la mesa después de comer para que se me bajara la erección.

Media hora más tarde fui a la casa de mi tía. La puerta de la casa estaba cerrada, pero sin llave, ya que antiguamente nadie cerraba la puerta de su casa con llave. Sabía dónde dormía, así que fui a su habitación. Estaba boca abajo, sin bragas, sin sujetador, sin nada. Me fijé en su culo redondo y blanco. ¡Qué culo más rico tenía! Pensé que se había quedado dormida esperando por mí. Se dio la vuelta. En lo primero que me fijé fue en su coño. No se veía el corte con la cantidad de pelo negro que tenía, después le miré para las tetas, iban a su bola, una caía hacia un lado y la otra hacia el otro, sus areolas eran de color marrón oscuro y sus pezones metían miedo de los grandes y gordos que eran. Me quité los pantalones y mi polla se puso a mirar para las telarañas, luego me quité el resto de la ropa y los tenis y me eché sobre ella. Abrió los ojos, vio mi cara y me sacó de encima de un empujón. Se levantó de cama, y con una cara que acojonaba, me dijo:

-¡¿Qué coño pensabas que ibas a hacer, Quique?!

Me olió que mi primo me había engañado.

-Jacinto me dijo que me esperabas para follar...

-¡Y yo voy y me lo creo! ¡¡Ven aquí, cabrón!

Al coger una zapatilla marrón de las que tenía al lado de la cama quise escabullirme, pero la habitación era demasiado pequeña y ella demasiado grande. Me agarró, se sentó en el borde de la cama, me puso en sus rodillas y me dio a romper.

-¡¡¡Plas, plas, plas!!

Me dejó el culo en carne viva, ya que la zapatilla era una de esas con piso de goma rojo que solo se cambiaban cando aparecían agujeros debajo. Rabioso y empalmado cómo un burro, le dije:

-¡Al maricón de tu hijo cuando lo vea le voy a meter una capa de hostias!

Mi tía me volvió a dar.

-Si es que te dijo lo que dices que te dijo me encargo yo de reprenderlo, a ti que no se te ocurra tocarle o le dijo a tu madre lo que me hiciste hacer.

-¡La puta que lo parió!

-¡¡¡Plas, plas, plas!!!

Dejó que me pusiera en pie, y me preguntó:

-¿A quién llamas tú puta, cabrón?

Ya me había llegado hasta los cojones.

-A ti, cabrona, a ti. Seguro que ya tienes el coño mojado. ¿Te excita pegarle a un hombre?

Se rio de mí.

-¿Hombre? Tú no eres más que un muñeco.

Vino a mi lado, me cogió la cabeza y me la frotó contra sus tetas.

-¿Son estas las que le querías mamar a la puta?

-Sí, abusona.

Me cogió por la nuca y me llevó la boca a su coño.

-¿Era aquí donde querías meter?

Me estaba poniendo perro, pero perro, perro.

-¡Sí, quería coño, quería!

Me agarró la polla, la estranguló y su mano subió y bajó por ella.

-¡A mí no me chilles! ¿Querías meter esto en el coño de la puta?

-Sí.

Mi tía queriéndome humillar se había calentado, ya que su cara la tenía roja. Le eché las manos a las tetas. Me metió dos bofetadas y me corrí cómo un pajarito. Viendo cómo la leche salía del meato e iba a parar a su dedo pulgar y anular, dedos que abarcaban mi polla, el cuerpo se le estremeció, y casi susurrando dijo:

-La madre que te parió.

Al acabar de correrme, le dije:

-¿Estás cachonda, tía?

Limpiando la leche de su mano a una sábana, mintió.

-No. Vístete y vete.

Estaba empalmado y mi tía estaba desnuda. No me iba de su habitación a no ser que me echara a hostias.

-No, no me voy sin comerte el coño.

Se hizo la dura.

-¡Qué coño vas a comer tú!

-El tuyo.

-No me hagas reír.

-No, te voy a hacer correr.

No pensé que me sería tan fácil. Le di un pequeño empujón entre las tetas y su cuerpazo se dejó caer hacia atrás sobre la cama. Me dijo:

-Por tu madre, Quique, de esto no le digas nada a nadie.

-¿Ni a tu hijo?

-A nadie.

Me arrodillé, puse mi mano entre sus muslos y sus piernas se abrieron. Con las dos manos separé los pelos para los lados. Allí estaba el coño más grande que había visto, y estaba empapado. No era un experto comiendo coños, pero le metía la lengua dentro de la vagina y al sacarla lamía hasta el clítoris apretando mi lengua en cada lamida. Así hiciera correr a tres chavalas antes de follarlas y así pensaba hacer que se corriera ella... De vez en cuando paraba y veía cómo la vagina se abría y se cerraba y cómo sus jugos bajaban del coño al ojete y caían en la cama. Mi tía no era de las que gemía, ni siquiera hablaba mientras disfrutaba, y cuando habló fue para decir:

-¡Qué corrida me vas a hacer echar, cabrón!

Me agarró la cabeza con las dos manos, apretó mi boca contra su coño y moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo se corrió y me baño la cara de jugos espesos, diciendo:

-¡Toma, cabrón, toma!

Al acabar de correrse me lamió los jugos de la cara. Me dio un beso con lengua, después se echó en cama boca abajo y me preguntó:

-¿Te gusta mi culo?

-Mucho

-Hazme con la lengua en el culo lo que me hiciste en el coño.

Antes de comerle el culo me apetecía besarla en el cuello y en la espalda y fue lo que hice. Besé su cuello por un lado, besé la nuca, besé el otro lado del cuello, y después bajé besando y lamiendo su espalda por la columna hasta llegar al hueso palomo. Abrí sus nalgas con las dos manos y vi el agujero de su culo, tenía estrías, cómo el de una de las chavalas que había follado, eso me dijo que ya le follaran el culo. Lamí de abajo a arriba. Al lamer el ojete se abría y se cerraba y lamiendo hacía arriba el ojete se abrió y la punta de mi lengua se coló dentro. Mi tía, cómo ya he dicho, no era de las que gemía, pero al sentir mi lengua entrar en su culo lo echó hacia arriba para que entrara más y soltó un dulce gemido: "Ooooh". Aquel gemido hizo latir a mi polla, que ya estaba más que mojada. Desde ese momento lamí, metí y saqué mi lengua de su ojete. Mi tía con la cabeza hacia un lado y la coleta hacia el otro no paraba de gemir. Metió una mano por debajo de su cuerpo y comenzó a hacerse una paja. En esas estaba cuando levantó las posaderas y me dijo:

-Métemela en el culo.

La polla entró apretada en el culo pero no más que en un coño cerrado. Follándoselo me dijo:

-¡Pégame en el culo!

Le di con las palmas de las dos manos.

Mi tía se volvía loca y jadeaba cómo una perra. Sus dedos chapoteaban en su coño.

-¡Clash, clash, clash...!

-Dame más fuerte.

¡¡Plas, plass, plas!!

-¡Más fuerte!!

Sintió que se corría, y dijo:

-¡¡Me corro!!

Su ojete apretó mi polla y ya no pude más, le llené el culo de leche.

Al acabar de corrernos, quise follarle el coño. Me preguntó:

-¿Has traído condones?

-No.

-Pues sin condones no metes en mi coño.

Por ese día se acabara la fiesta.

Compré los condones en el mercado, pero iba a estrenar la caja con su hija y alguien más.

Mañana más.

Quique.

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