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Incestos con la madre y la hija

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Mi amigo Berto aún era virgen. Tenía una tía que era la fuente de su inspiración. Se llamaba Genoveva, tenía una hija y estaba casada con un guardia municipal. Genoveva era muy guapa, tenía 38 años y era alta y morena. Sus tetas eran fenomenales, sus caderas anchas y su culo gordo. Era una delicia de mujer.

Berto después de hacernos una manola en el monte me contó la historia de sexo que estaba teniendo con su prima y con su tía. La contaré cómo si yo fuera él.

Una tarde que llegaba a casa oí desde la puerta a mi madre hablar del color amarillo que dejaba yo en las sábanas, a lo que Genoveva contestó hablando del color amarillo de su hija en las bragas y de añadir que se mataba a peras. Cuando oí lo de las peras de mi prima Carmiña me empalmé y tuve que ir al monte a machacarla.

El caso fue que dejé de tener fijación por mi tía y las pajas comenzaron a caer a la salud de la carita de ángel, sí, Carmiña tenía carita de ángel, un ángel con boquita de piñón, ojos azules cómo el cielo, de cabello negro largo y rizado, flaca, con tetas pequeñas, cinturita y culo redondo. Era la típica muchacha que la veías y pensabas que nunca rompiera un plato.

Al estar su casa a escasos diez metros de la mía tenía mucho roce con ella, o sea, que además de primos éramos amigos.

Tres días después de oír lo del amarillo de las sábanas y lo de que se mataba a peras, o sea, nueve pajas después. Lavaba ella ropa en un río apartado y le hacía yo compañía sentado sobre la hierba, cuando me preguntó:

-¿Qué me ocultas, Quique?

-Nada.

Frotando en una camisa el taco de jabón, me dijo:

-Lo que nada no va al fondo.

-Y al que madruga lo madrugan.

-No te vayas por los cerros de Úbeda.

-Mejor eso que enfadarte.

Cogió un pantalón y lo restregó con las dos manos sobre la tabla de lavar. Sus tetas y su culo se movían de atrás hacia delante y de delante hacia atrás cuando me dijo:

-Nos conocemos hace muchos años, sabes que no me pelearía contigo. ¿Qué es eso que me quieres decir que no te atreves?

-¿Por qué sabes qué te quiero decir algo?

-Porque me miras de un modo que nunca antes me habías mirado.

Metió el pantalón en el río lo lavó bien y cuando lo retorcía para escurrirlo, le dije:

-Si te lo digo vamos a dejar de llevarnos bien.

Echó el pantalón en un barreño, se secó las manos a su falda azul, falda que le daba por debajo de las rodillas, arregló su largo cabello, negro, me miró y me urgió a contarle que me pasaba con ella.

-Suéltalo ya.

Se lo solté de un tirón.

-Me enteré de que te masturbas.

-Habla claro.

-Me enteré de que te matas a peras.

-Sí, y para hacerlas echo en los dedos champú de huevo.

Su respuesta me dejó boquiabierto.

-¡¿De verdad?!

-No, pero la contestación venía a huevo.

-O sea, que no.

-¿Aunque así fuera te crees que te lo iba a decir?

-Supongo que no.

Dejó de lavar y me miró con una seriedad que jamás había visto en su rostro.

-¡¿Quién te dijo que me mataba a peras?!

-Se lo dijo tu madre a la mía.

-¿Cómo pensará eso?

-Supongo que llegó a esa conclusión porque dejas manchas amarillas en las bragas.

-Podían ser de orina.

-¿Lo eran?

Mi prima ya se metió de lleno en el tema.

-Dime, Quique. ¿Cuántas pajas haces tú al día?

-Ya das por sentado que las hago.

-Eres un pajillero más. Todos los hombres son unos pajilleros.

-Si tú lo dices...

-¿Cuántas?

Le pagué con la misma moneda.

-¿Aunque las hiciera te piensas que te lo iba a decir?

-Sí, porque a lo mejor te diría que yo también las hago. ¿Cuantas?

Canté al momento.

-Dos o tres.

-¿En quién pensaste la última vez?

-Sí te lo digo...

-Dejaré de ser tu amiga. Eso quieres decir que pensaste en mí madre o en mí.

Me hice el ingenuo.

-En tu madre... No digas tonterías.

-Veo para dónde le miras cuando ella no te ve.

-Es mi tía...

-Y yo tu prima. ¿No me follarías si te dejara?

-Sí.

-¿En quién pensaste la última vez, en ella o en mí?

Ya me confesé.

-En ti.

Se le dibujó una sonrisa en los labios.

-Por eso me miras para el culo y las tetas cuando crees que no te miro, para tomar nota.

Sonriendo con picardía, le dije:

-Apuntes.

-No tengo nada que apuntar.

-Apuntes son notas.

-¡Y vuelve el burro al trigo! Me haces sentir tonta del culo.

-Tú de tonta no tienes nada. No hago más que pensar en ti...

-Cuando te la pelas, pajillero.

-Y sin tocarme también.

Se rio de mí.

-¡Uy, que el nene se enamoró!

-¿Y si me enamorara de ti, qué? Eres preciosa.

Se puso seria.

-Deja de decir estupideces.

-Empezaste tú.

-Lo dije en broma. ¿Y antes?

Me pilló a verlas venir.

-¿Y antes, qué?

-¿En quién pensabas antes de pensar en mí?

-Dejemos el cuento.

-Vale. ¿Qué me hiciste cuando te la pelaste?

-Es muy fuerte.

-Cuenta.

-Si te lo cuento me matas.

-Cuenta que no te voy a regañar.

-Te tengo al lado y me voy a empalmar.

-Cierra los ojos.

-Dime una cosa, Carmiña. ¿Tú también juegas sola?

-Interpreta mi silencio.

Se masturbaba.

Me eché boca arriba sobre la hierba, puse las manos en el pecho, cerré los ojos y comencé a recordar la película que me montara con ella la noche anterior.

-Imaginé que entraba por la ventana de tu habitación y me metía en tu cama. Tú estabas dormida. Te tapé la boca. Te besé en los labios y como no chillaste te volvía besar y te destapé. Estabas desnuda. Vi tus tetas, con areolas claras y pezones pequeños. Llevé mi mano a tu coño peludo y lo encontré empapado. Imaginé que te acababas de masturbar y aquella humedad era tu corrida...

Carmiña me interrumpió para decir:

-Bien podía ser, si.

-Te lamí el coño...

Me volvió a interrumpir.

-¡¿Eso hiciste?!

-Sí, en mi imaginación.

-¿Sabes chupar un coño?

-Tengo la teoría.

-¿Y qué dice la teoría?

-Que el clítoris...

-Ya estamos. En cristiano, coño, en cristiano.

-Que la pepita del coño es la parte más sensitiva de la mujer y...

-Déjalo ahí, me estás poniendo cachonda y yo de cachonda podría hacer locuras.

El que hizo una locura fui yo. Me puse de pie y me abalancé sobre ella para comerla viva, con tan mala suerte que pisé el jabón, caí encima de ella y fuimos los dos a parar al río. Al ponernos en pie el agua nos daba por la cintura. Carmiña pilló un cabreó criminal. Levantó su pequeña mano derecha y me dijo:

-¡Te mato a hostias!

Le miré para las tetas y vi que eran más grandes de lo que yo pensaba. Sus pezones también eran más grandes y se marcaban en la camiseta blanca pegada a su cuerpo. Mi polla se empalmó y mis manos se posaron en ellas. Estaban muy duras. Mi prima seguía con la mano levantada.

-¡Qué te doy!

La besé y no bajó la mano.

-Quita.

Quité las manos de sus tetas. Se dio la vuelta para salir del río. Le volví a echar las manos a las tetas, la besé en el cuello, le arrimé la polla empalmada al culo, se la froté contra él, y le dije:

-Vamos un poquito más arriba donde no nos cubra tanto y no nos pueda ver nadie.

-¿Para qué?

-Para comerte el coño y ver cómo te corres.

Escurriendo el cabello y sin quitarme las manos de las tetas ni separarse de mí, de forma despectiva, dijo:

-Ya.

-¿No te gustaría correrte en mi boca?

-Fantasma.

Volví a frotar mi polla en su culo y le tiré de los pezones.

-Te correrías en mi boca, créeme

-Lo que voy es a partirte la boca si no me sueltas. ¿Qué vas a hacer correr tú, atontado?

-¿Qué te apuestas?

Puso su manos encima de las mías y se empezó a dar.

-¡¿De verdad que me harías correr si dejo que me chupes el coño?

No sabía lo que podría pasar al comerle el coño, ya que nunca comiera uno, pero mi voz sonó autoritaria al responder:

-Tan cierto como que estamos mojados.

-No sé, me daría corte enseñarte el coño.

-A alguien se lo tendrás que enseñar algún día.

Mi prima entregó la cuchara.

-Me dejo, pero siempre y cuando después no quieras meter.

-Tú mandas.

Se dio la vuelta de nuevo y echó andar río arriba. Paró cuando el agua le dio por debajo del coño. Nos tapaban matorrales por ambas orillas. Allí no nos podía ver nadie. Le di un pico y le dije:

-¿No es romántica la música que hacen el croar de las ranas, el cantar del cuco, el cri, cri, cri de los grillos y el murmullo del agua corriendo?

-Me vas a chupar el coño, Quique, déjate de historias de fotonovelas.

Tenía razón. Fui al grano. Le levanté la camiseta y vi sus tetas. Las areolas las tenía pequeñitas, cómo encogidas y los pezones de punta. Le chupé una teta y se le puso la piel de gallina. Me cogió la cara con las dos manos y me dio un beso, tierno, dulce y largo, después le chupé las tetas... Más tarde le subí el vestido y le bajé las bragas hasta las rodillas. Al lamer su coño mi lengua patinó por él como si estuviera lleno de aceite. A medida que iba lamiendo los flujos se hicieron más pastosos. Era la primera vez que le comían el coño y su cuerpo se estremecía, y no con el frío, los nervios hacían que se estremeciera. Poco después, con voz temblorosa, me dijo:

-Me voy a correr, Quique.

Seguí lamiendo su coño y su clítoris. Al ratito Carmiña metió el canto de una mano en la boca, lo mordió, se agarró a la rama de un chopo con la otra, y me dijo:

-Me corro.

De los escalofríos pasó a los temblores, y temblando se corrió en mi boca.

Al acabar bajó la camiseta, subió las bragas y me dijo:

-Me gustó mucho.

Empalmado a más no poder, saqué la polla, Mi prima miró cómo la meneaba... Vio cómo me corría y mirando cómo la leche salía de mi polla y como la corriente se la llevaba, dijo:

-¿Qué me está pasando?

-¿Qué te pasa?

-Mi coño está palpitando. Tengo ganas, muchas ganas. Necesito correrme otra vez.

Se agachó, sacó las bragas y las dejó ir río abajo. Echó sus brazos a mi cuello, dio un saltito y rodeó mi cuerpo con sus delgadas piernas. Cogí la polla, se la acerqué al agujero y le clavé el glande en su coño cerrado. Algo se rompió allí dentro, y no, no fue su himen, ni sintió ella el dolor, lo sentí yo al romperse mi frenillo. No sangraba ella, sangraba yo y la corriente llevaba la sangre al mismo lugar que llevara mi leche. A pesar de eso se la acabé metiendo hasta las trancas. Mi prima era bisoña en el sexo, cómo yo. Su boca no sabía besar con lengua y me morreaba. Yo tampoco sabía besar con lengua y me morreaba con ella al tiempo que subía y bajaba su culo para que mi polla entrara y saliera de su coño. Después de un rato largo, con sus tetas apretadas contra mi pecho, me miró y me dijo:

-No te corras... Me viene, me viene. ¡Me corro, primo!

Sentí como se estremecía, cómo temblaba y como su coño apretaba y soltaba mi polla al correrse.

Al acabar de gozar, se agachó y dándole el agua por las tetas metió mi polla en la boca. No hizo falta más. Me corrí en su boca. Mi prima chupó y escupió la leche, que cómo la otra, se fue río abajo.

Salimos del río y con las ropas mojadas siguió lavando ella y dándole conversación yo.

-... Eres cómo una princesa de cuento.

Carmiña no era amiga de sensiblerías.

-No jodas, Quique, te di el coño. Soy una puta.

-Putas son las que cobran.

-Pues soy una cualquiera.

-Mira, prima, para mi eres una princesa, y digas lo que digas lo seguirás siendo.

De sentirse una cualquiera, pasó a hacerse la importante, y se volvió a reír de mi.

-¡Uy, que el nene se enamora, uy que el nene se enamora!

-Eres mala, muy mala!

La conversación tuvo premio. Quedamos en que esa noche dejaba la ventana de la habitación entreabierta para continuar lo que empezáramos esa tarde.

Era media noche y en mi casa dormían todos. Me vestí y salí sin hacer ruido. Fui por la huerta que tenían detrás de la casa hasta la ventana de su habitación acompañado del perro que tenían para guardar la finca, un pastor belga al que llamaban Tigre y al que acariciara cientos de veces. Al abrir la ventana sentí unos ronquidos que despertaban a los muertos. Venían de otra habitación. Salté por la ventana y después la cerré. Me desnudé y en la oscuridad oí el sonido de una respiración que venía de la cama. Mi prima se estaba haciendo la dormida.

Todo iba cómo lo planeáramos. Me metí en la cama emocionado y con un empalme brutal. La besé en el cuello y se armó la gorda... Una mano me agarró del cuello con fuerza. Se encendió la luz y vi a mi tía sujetando con la otra mano la sábana que la cubría. Tenía una cara de mala hostia que de verla pillé un acojone que me temblaron hasta las cejas. Sin levantar la voz, me preguntó:

-¡¿Cuánto tiempo llevas jodiendo con mi hija, desgraciado?!

Aflojó para que pudiera contestar.

-No sé lo que le dijo Carmiña...

-No me dijo nada, pero ya me lo dirá cuando vuelva de la casa de tu abuela. ¿Cuánto tiempo lleváis liados?

-Desde esta tarde.

-¿Qué hicisteis esta tarde?

Mentí cómo un bellaco.

-Solo le comí el coño.

-¡¿Cómo?!

-Pues lamiéndolo hasta que se corrió.

Se seguían oyendo aquellos ronquidos infernales.

-No te creo, una mujer no se corre así. ¿Qué le hiciste?

-Bueno, también le comí las tetas y nos besamos.

-Sigo sin creerte.

-Hay una manera de que me creas.

No era tonta, la pilló por el aire.

-Hay, pero tu vas a salir de aquí cagando leches y mañana ya hablaré con tu madre.

Me hice el remolón.

-Mujer, ya que estamos podíamos echar un polvo, quien dice uno, dice siete u ocho.

Genoveva me miró para la polla. Los dieciocho centímetros de una polla gordita y el estar a solas en la habitación no hicieron mella en ella.

-Vístete y lárgate de aquí antes de que te meta una hostia y te arranque la cabeza.

La destapé arriesgándome a que me diera lo que me había ofrecido. Estaba desnuda. Aquello no era una mujer era una diosa. Sus enormes tetas tenían unas areolas marrones más grandes que mi boca abierta y sus pezones eran tan grandes y gordos que si me cornea con ellos me deja tuerto, y su coño. ¡Ay su coño! Tenía tanto pelo que parecía un campo de trigo teñido de negro. Le dije:

-Joooder qué buena estás, tía.

Genoveva se volvió a tapar, y me dijo:

-Una hostia lleva grabado tu nombre.

Cómo amenazaba y no me caía la hostia me vine arriba. Le eché la mano al coño y le robé un beso. Me empujó sin fuerza.

-¿Quieres morir esta noche, Quique?

-Sí, de gusto entre tus brazos.

Metí la mano bajó la sábana y al tocar su coño vi que estaba muy mojada. Visiblemente nerviosa y sin retirar mi mano de su coño, en el que ya entraran dos dedos, abriendo las piernas, me dijo:

-Vete, diablo, vete que me vas a meter en un compromiso.

Masturbando su coño, le supliqué:

-Un polvo, aunque uno solo sea.

Me volvió a echar la mano al cuello y apretó. Por un momento creí que la palmaba y con los nervios mis dedos le follaron el coño a mil por hora. Soltó mi cuello y me dio mi primer beso con lengua, un beso de los que jamás se olvidan, ya que tenía lengua de vaca y llenó con ella mi boca. El beso me supo a tortilla de patatas con cebolla. Me quitó los dedos de su coño y los chupó. Luego besándome me cogió la polla y me la meneó. Meneándola me chupó mis tetas y mis pequeños pezones y luego metió mis huevos en la boca y los chupó. Después mamó mi polla metiendo toda en la boca hasta que me corrí cómo un pajarito. No dejó que se perdiera ni una gota de leche, se la tragó todita. Después, subió encima de mí y sin dejar que se me bajara la polla, la cogió y la metió en el coño. Entró como si tuviera el coño untado con mantequilla, pero no floja, no creas, para ser una mujerona cómo es sentí cómo mi polla rozaba las paredes de su vagina. Me cogió las palmas de las manos con las suyas, las llevó a los lados de mi cabeza y me folló sin compasión... Cuando me ponía los pezones en los labios miedo tenía que dejara caer la teta encima de mí y me ahogase. Cuando me besaba me dejaba sin aliento. Era una fiera, una fiera con muchas ganas. Poco después sus manos apretaron las mías. La polla me quedó aprisionada, era cómo si me la estuviera chupando con el coño. Sentí cómo descargaba sobre ella apretándola y soltándola. Se estaba corriendo y echaba babas en cantidad. Mí tía, con los ojos cerrados, rugía cómo una leona.

Al acabar me besó sin lengua, y me dijo:

-Sabes, Quique, las mujeres maduras tenemos fantasías con pollas duras y cuerpos de jóvenes y las jóvenes las tienen con hombres maduros por su experiencia.

No acertaba a entender porque me lo decía.

-¿Por qué me dices eso, tía? No te entiendo.

-Te lo explico. Mira, Carmiña, igual que tú, está en la edad de las fantasías y nunca se imaginó que ibas a hacerle lo que le hiciste, lo más probable es que se haya enamorado de ti, pues le diste lo que ni imaginaba que le podía dar un hombre maduro. Si encima le das lo que me diste a mí la harás sufrir..., porque tú no la quieres. ¿O sí la quieres?

-Le tengo mucho cariño.

-Eso no es suficiente. Le acabarías haciendo mucho daño. Prométeme que no te vas a acostar con ella.

No se lo podía prometer, ya la había follado.

-No podría...

Me agarró los huevos.

-¿Si no lo prometes te arranco los cojones?

Yo con mis pelotas nunca jugué. Si había que prometer, se prometía.

-Te lo prometo.

Me acarició las pelotas y después me preguntó:

-¿Quieres algo de mí a cambio?

No lo tuve que pensar.

-¿Te la metió el tío en el culo?

Sonriendo, me hizo cosquilla y me dijo:

-No. ¿Quieres hacerlo tú?

El cambio fue brutal, de querer dejarme sin pelotas a dejar que le diera por el culo.

-Sí.

Se puso boca abajo y me dijo:

-Siempre tuve ganas de que me follaran el culo.

A ver, yo no sabía cómo comer un culo, pero oyera unas rimas que hablaban de eso. Las dijera un viejo en la taberna, un viejo soltero al que unos llamaban el poeta y otros Toño el borracho. Él estaba en el mostrador a solas con la hija de la tabernera y yo estaba con un amigo jugando al futbolín en una habitación lateral. Es cortito, así que lo contaré.

La hija de tabernera, una recién casada, le dijo al viejo:

-Poeta, cuéntame una historia de las tuyas.

El viejo, le preguntó:

-¿Qué me das a cambio, Loliña?

-Un litro de vino para llevar para casa.

-¿Y si me das el culo media horita?

-Le están oyendo los del futbolín.

-Y yo oigo como le dan a la bola, no soy sordo.

-¿Va el vino?

-¡Qué remedio!

El viejo le contó la historia:

-La muchacha estaba de pie, la lengua del viejo se movía de arriba abajo en la raja del culo lamiendo su ojete y su periné. La muchacha lubricaba, se mojaba y se mojaba. La lengua comenzó a entrar y a salir de su culo, el muchacho era un cerdo y chulo, muy chulo. La arrinconó contra la pared y le metió la polla en el ano, y no se la metió en vano, y te lo digo yo, que fui el muchacho que se la metió y quien vio cómo se corrió.

Volvamos al turrón.

Mi tía tenía un culo cómo un pandero. Sus nalgas estaban duras debido a que trabajaba al jornal en las huertas. Se las abrí con las dos manos y le olí el culo. Para qué te voy a engañar, le olía a mierda, pero a mi me excitó el olor. Al pasar la lengua por su ojete, me dijo:

-¡¿Qué haces?!

-Follarte el culo -le metí y le saqué la lengua de él. ¿No te gusta?

-¡Joder si me gusta! Sigue, sigue.

Al rato se puso a cuatro patas. Aquel coño abierto debajo de su enorme culo impresionaba, pero no a mi polla que latía sin parar y soltaba aguadilla. Echando las manos a sus tetas le lamí y follé con la lengua el coño y el culo. Mi tía gemía cómo una descosida. Al meterle la punta de la polla en el culo, me dijo:

-Despacito y hasta el fondo.

Hasta el fondo se la metí, despacito y de una sola clavada. Al chocar mis huevos con su coño, me dijo:

-Déjala toda dentro.

Dejé la polla metida hasta el fondo. Me cogió los huevos con una mano y los froto en los labios. Metió un huevo dentro del coño y después el otro. Con ellos dentro sintió mi polla latir dentro de su culo. Me dijo:

-Córrete. Quiero sentir tu leche dentro de mi culo.

Sus palabras fueron órdenes. Me corrí cómo un cerdo, aunque me hubiese corrido igual si no me hubiese dicho nada.

Después le volví a dar caña... Mis huevos siguieron chocando con su coño hasta que sus piernas comenzaron a temblar. Corriéndose, dijo:

-¡Qué guuustooo!

Al correrse le tembló todo el cuerpo.

Al acabar se echó boca arriba y me dijo:

-¡Cómo ronca el condenado!

-Mejor así. ¿No?

-Sí, si no escapara de los ronquidos...

-Quiero comerte el coño, Genoveva.

Me miró raro.

-Lo tengo perdido de la corrida.

-Así mojado tiene que estar rico.

Me dio un pico, y me dijo:

-Eres un cerdo.

-¿Me dejas?

-Come, cochino.

Se abrió de piernas pensando que le iba a comer el coño. Le acaricié el cabello y le di un pico en los labios, los entreabrió y dejó que la besara. La besé en la frente y después la besé en la punta de la nariz. Me preguntó:

-¿Qué haces?

-Amarte.

-Cómeme el coño, no me ames. A mí nadie me amó, todos los hombres me jodieron.

Una mujerona diciendo eso impresionaba. Le dije:

-Yo te voy a amar, Genoveva, te voy a amar cómo te amé en mis fantasías.

Le dio a la cabeza, y me dijo:

-Si te hace ilusión...

Le volví a acariciar el cabello, le di un pico en los labios, y la besé con ternura. Mi tía se había quedado quieta cómo si fuera una muñeca de terciopelo. Mis manos acariciaron sus grandes tetas y después las amasaron mientras lamía y chupaba sus gordos pezones y sus enormes areolas. Antes de bajar a su coño la volví a besar, y le dije:

-Eres de lo más bonito del pueblo.

Era dura cómo una piedra.

-Deja de decir tonterías.

Al meter mi cabeza entre sus piernas y pasar mi lengua por su coño me encontré con una piscina en la que mi lengua chapoteaba al lamer. Mi tía gemía sin parar. No tuve que hacer mucho para que se corriera. Solo lamí sus labios cubiertos de jugos, metí y saqué la lengua en su vagina unas ocho veces, lamí su clítoris de abajo a arriba doce o catorce veces y ya se derritió como un helado debajo del sol. No se corriera cómo la tigresa que era, se corriera cómo una monja en su primera vez, temblando y gimiendo en bajito, como para que nadie supiese el maravilloso placer que estaba sintiendo... Se estaba aún corriendo cuando dejé de lamer. Le puse la polla en la entrada del coño y empujé para meterla. Pillé el coño cerrándose y no entró. Al abrirse y penetrar, volvió a cerrase y me la apretó. Era como si fuera virgen de nuevo. Acabó entrando toda. Cuando acabó el placer se relajó, y mirándome a los ojos, me dijo:

-Haz que me corra otra vez, pero esta vez jódeme cómo a una perra.

Lo dijo y se puso a cuatro patas.

Chupé el dedo pulgar de la mano izquierda y se lo metí en el culo. Le follé el coño cómo me pidiera, a toda mecha... Genoveva gozaba cómo una perra y jadeaba cómo tal... Tiempo después su coño se fue mojando, tanto se mojó, que mi polla ya chapoteaba dentro de él, cuando dijo:

-¡Me corro, me corro, me corro!!

Su coño volvió a apretar mi polla y la volvió a bañar de babas.

Al acabar de correrse la saqué y me corrí sobre sus tetas. Mi tía levantó las tetas con las dos manos y las masajeó con la leche. Quise volver a follarla, pero me dijo:

-No puedo más. En mi vida me había corrido tantas veces.

-Una más.

-Estoy reventada, Quique.

-Entre las tetas. Deja que me haga una paja entre tus tetas.

No paraba de sorprenderla.

-¡¿Pero tú dónde aprendiste a hacer tantas cosas?!

-Uno escucha y aprende.

Cómo vio que la polla no se me bajaba no quiso dejarme así.

-Haz esa paja.

Le pasé la polla mojada por los pezones y por las areolas, se la pasé por los labios del coño, después se la metí entre las tetas, se las apreté con las dos manos y se las follé. Mi polla se deslizaba entre sus tetas cómo un caracol y cómo caracol fue dejando su rastro de babas, lo que hizo que la polla se sintiese cómo si follase un coño mojado. Al rato mí tía se estaba metiendo dos dedos en el coño... Ya gemía desesperada cuando le metí la polla en la boca. Me la chupó con ganas. Después se la pasé por los dedos que entraban y salían de su coño y me masturbé rozando el glande contra ellos. Me iba a correr cuando sacó los dedos, me cogió el culo y metió la polla hasta el fondo. Tuve que sacarla a toda prisa. Me corrí en la entrada de su coño.

Mi tía se había puesto tan cachonda que me cogió la cabeza y me la llevó a su coño. Estaba asqueroso y olía a bacalao, pero yo ya había probado mi leche muchas veces después de pajearme y me gustaba lo asqueroso y el bacalao. Se lo lamí de abajo a arriba con celeridad y mi tía en segundos echó en mi boca una cascada de babas espesas y agridulces mientras jadeaba y su cuerpo se convulsionaba.

Al acabar me quitó de entre sus piernas, y me dijo:

-Tienes que volver a casa antes de que te echen de menos, Quique.

Le hice caso. Salí de la cama, y vistiéndome le dije:

-Me gustaría volver a follar contigo, tía.

-Y a mí tener tu edad, Quique, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

-O sea, que no volveremos a follar.

-A veces ocurren milagros, Quique, a veces ocurren milagros.

Quique.

(9,42)