Nuevos relatos publicados: 7

La casa de la playa (parte 2)

  • 19
  • 6.408
  • 9,33 (6 Val.)
  • 5

Me desperté temprano al día siguiente como a las 9 de la mañana, cuando escuché algo de ruido que provenía de la zona de la piscina. Me puse de pie y, cubriendo mi cuerpo desnudo únicamente con una corta bata que se ataba por la cintura, salí de la habitación para investigar el origen de la perturbación de mi sueño; dejando a mi novio todavía profundamente dormido.

Al salir al área de la piscina pude descubrir la causa de aquel alboroto; se trataba de mis acechadores nocturnos, Pedro y Pablo. Quienes se habían levantado temprano para finalizar sus tareas y retirarse cobardemente sin darme la cara después de su atrevimiento de la noche anterior. O al menos eso era lo que ellos planeaban, porque de ninguna manera yo iba a permitir que su delito quedara impune. De una u otra manera iban a pagar por eso.

—Buenos días chicos —saludé amablemente sin detenerme a pensar en lo provocativo de mi atuendo.

—Buenos días señora —respondieron al unísono un poco nerviosos, al saberse culpables de su osadía.

—¿Qué hacen tan temprano? —pregunté haciéndome la tonta, sin molestarme en cerrar el escote de mi bata por el que se asomaban mis hermosos senos.

—Sólo... estamos terminando de recoger... la herramienta... para retirarnos señora —respondió tartamudeando Pedro, quien parecía ser el líder de los dos, al verme de cerca tan provocativamente ‘vestida’.

—¿Y ya desayunaron? —pregunté conociendo de ante mano su respuesta.

—Aún no señora, comeremos cuando lleguemos a nuestras casas —respondió Pedro.

—De ninguna manera, déjenme les preparo algo para que al menos se vayan almorzados —ofrecí hábilmente para tener la oportunidad de pasar un poco más de tiempo con ellos en lo que formulaba mi venganza.

—No se moleste señora, no es necesario —dijo Pedro rechazando mi oferta.

—No es molestia, lo hago con gusto —finalicé entrando a la casa sin dar oportunidad a que se negaran nuevamente.

Pedro y Pablo se sentaron en la mesa de la cocina nerviosos y sorprendidos en lo que yo les preparaba el desayuno; ataviada únicamente con mi corta y provocativa bata, ¡cielos, ni siquiera estaba usando sandalias!

Aprovechando lo atrevido y poco práctico de mi atuendo, no dudé en tomar las poses más incómodas y reveladoras para ofrecerles la mejor vista de mis bien torneadas piernas y mi redondo y firme trasero.

Valiéndome del reflejo de los anaqueles de la cocina pude captar perfectamente como ambos chicos bromeaban entre sí; mientras se sujetaban la entrepierna excitados por la inesperada escena ante sus ojos.

Siguiendo con mi perverso juego, al momento de servirles el desayuno en sus platos me aseguré de inclinar traviesamente mi torso frente a ellos, para que pudieran echar un buen vistazo, a través de mi bata, a mis hermosos y voluptuosos senos. Claro está, sin olvidar mis buenos modales.

—Avísenme, si se les antoja algo más —pregunté pícaramente en doble sentido, con la maliciosa intención de excitarlos aún más.

Los chicos se miraron a los ojos entre ellos, antes de sonreír descaradamente en complicidad; pues creo que todos los que nos encontrábamos en ese momento en la cocina, sabíamos perfectamente que era lo que en realidad se les antojaba para desayunar.

Después de asegurarme que mis invitados tenían todo lo que necesitaban, decidí acompañarlos con una taza de café; ¡bebiéndolo de la manera más provocativa posible!

Apoyando mis pies en una silla me subí en la encimera barra desayunador para sentarme encima de ella y, cruzando las piernas, regalarles a mis invitados sentados frente a mí una inmejorable vista de ellas. El granito de la barra realmente se sentía muy fría, pero valió la pena por la reacción de los chicos.

Ambos casi se asfixian, atragantándose con la comida intentando no mirarme de frente; y así hubiera sido de no ser por un sorbo de jugo y unos cuantos golpes de pecho. Ambos juntaron sus rodillas tratando inútilmente de ocultar su excitación. Yo estaba en mi papel de femme fatal y lo estaba gozando.

—¿Les gusta nadar? —pregunté para hacer un poco de conversación antes de dar un sorbo a mi taza de café.

—Claro que sí, yo soy muy buen nadador —respondió Pedro alardeando.

—¿Quisieran ir a nadar conmigo un rato antes de que se marchen? —pregunté con voz dulce, casi suplicando.

—¿No se molestará su esposo? —preguntó Pedro preocupado, recordando las pesadas bromas que mi novio había pronunciado el día anterior al sorprenderlos espiándome mientras yo nadaba en la piscina.

—Él no es mi esposo, sólo somos amigos —dije para aclarar la situación—; y además él se encuentra tan borracho que no se levantará hasta después de mediodía.

Los chicos volvieron a sonreír entre ellos, incrédulos por la situación que la vida les estaba poniendo frente a ellos. Después de todo, “¿cuando volverían a tener la oportunidad de nadar con una mujer tan hermosa como yo?”. ¡Santo cielo, estaba comenzando a pensar igual que mi novio!

—¿Qué dicen? ¿No dejarán que una linda chica vaya a nadar sola? —insistí endulzando mi voz coquetamente.

—Si no hay problema con el señor, cuente con nosotros —aceptó Pedro en nombre de ambos.

—Perfecto, espérenme a fuera —respondí.

Regresé a la habitación para buscar una toalla y un traje de baño suficientemente atrevido para exhibir mi cuerpo descaradamente enfrente de los chicos; terminé escogiendo un diminuto bikini amarillo que dejaba muy poco a la imaginación. Me lo puse rápidamente, sin notar que mi novio había despertado, alertado por mi ruidoso escape.

—¿A dónde vas? —preguntó somnoliento entre dos bostezos.

—Con los chicos a nadar un rato a la playa —respondí desvergonzadamente, tirando mi bata al piso para que él constatara la forma atrevida en que pensaba exhibirme delante de aquellos dos jóvenes.

Él sonrió resignado, aceptando mi respuesta. No le quedaba ponerse celoso en ese momento, después del espectáculo que me había hecho regalarles a Pedro y Pablo la noche anterior.

—De acuerdo, que te diviertas preciosa —comentó él, antes de dejar caer nuevamente su cabeza en la almohada para intentar volverse a dormir—, pero no demasiado —agregó conociendo perfectamente como me gustaba jugar con los hombres; y obvio, recordando algunas de mis aventuras pasadas.

Tomé una toalla grande que tenía especialmente para la playa, y salí de la habitación dejando a mi novio seguir con su muy necesario descanso.

Antes de unirme a los chicos decidí detenerme en la cocina, para tomar unas bebidas con que refrescarnos después de nadar. No tenía más que agua y cerveza; obvio opté por las cervezas, razonando que sería más fácil desquitarme de ellos si los agarraba ebrios. Las coloqué dentro de una pequeña heladera de mano, junto a algo de hielo y otros bocadillos. Al salir al patio los chicos ya me estaban esperando junto a la piscina.

Está demás describir la cara de idiotas que pusieron tan pronto me vieron. La expresión en sus rostros al ver mí bien torneada anatomía, apenas cubierta con el pequeño bikini amarillo no tenía precio. Sus ojos se abrieron grandes como un par de platos; quedando ambos mudos con la boca abierta.

Claro está, yo estaba consciente que la noche anterior este par de sin vergüenzas nos habían estado espiando a mi novio y a mí mientras fornicábamos en la piscina; pero eso había sido en penumbras, casi a oscuras. En ese momento yo estaba justo enfrente de ellos. ¡En vivo y a todo color! Mi venganza iba viento en popa.

—¿Listos? —pregunté fingiendo no notar el impacto que les había causado.

—Sí, claro que sí —respondieron ambos casi babeando por mi escultural cuerpo, como si fueran un par de hambrientos perros callejeros frente a los cuales se blande un buen filete premium.

Entregué la toalla a Pedro y la heladera a Pablo, y sujetándolos a ambos por el antebrazo procedimos a caminar rumbo a la playa. El trayecto era corto pero aun así, poniendo de pretexto lo accidentado del camino al descender a la playa, aproveché para abrazarme a ambos a la menor oportunidad. Estaba dispuesta a todo con tal de cobrar venganza; de ser necesario, les iba a restregar mi trasero en la cara para que aprendieran a no andar de fisgones.

—¿Dónde colocamos las cosas señora? —preguntó tímidamente Pablo.

—No me digas señora, que me siento vieja —protesté riendo para darles confianza.

Escogimos un sitio sobre la blanca arena; donde no llegaban las olas del mar para colocar la toalla y la heladera. Como los chicos originalmente sólo habían venido a la casa a finalizar los trabajos de remodelación, no venían preparados para meterse al mar, prácticamente vestían la misma ropa del día anterior. Pero aun así los animé a darse un chapuzón conmigo.

—¿Me acompañan? —pregunté coquetamente dándoles la espalda para que se deleitaran con mi escultural figura.

Sin esperar respuesta me metí al mar, el cual se encontraba en calma con olas moderadas. Pedro, quien resultó ser el más extrovertido, fue el primero que comenzó a desabotonar su camisa para acompañarme. Pablo que era un poco más tímido, siempre volteaba a ver la reacción de su amigo antes de actuar.

Por ser temprano en la mañana el agua estaba un poco fría por lo que mis pezones se pusieron duros casi de inmediato. Me sumergí hasta el fondo para acostumbrar mi cuerpo a la temperatura del agua; cuando volví a la superficie no podía creer lo que venía hacia mí.

La perfecta anatomía de un par de bellos y jóvenes chicos, saltando en el agua como si fueran un par de niños juguetones. ¡Vistiendo únicamente calzoncillos! La suerte me sonreía.

Pedro, quien era un poco más alto y espigado, tenía un abdomen bien marcado y atractivo, manos grandes y una sonrisa encantadora; por su parte Pablo quien era un poco más fornido tenía los bíceps más grandes y una espalda más ancha que la de su amigo, definitivamente el trabajo físico que tanto despreciaba mi novio tenía sus beneficios.

Los chicos llegaron hasta donde yo estaba y de un clavado se sumergieron para aclimatar sus cuerpos a la temperatura del agua; tomándose su tiempo para poder observar libremente mi hermosa anatomía desde abajo antes de salir a la superficie sonrientes junto a mí.

Como sus ropas no estaban hechas para nadar, me permitían vislumbrar lo que ocultaban bajo ella. Dos gruesos y grandes bultos se marcaron bajos sus calzoncillos, dándome una idea de lo excitados que ambos se encontraban. Tenía que encontrar la manera de mantenerlos así.

—¿Quieren jugar a capturar la bandera? —pregunté inocentemente, como si creyera que se podían negar.

Pedro y Pablo cruzaron sus miradas totalmente desconcertados, tratando de adivinar lo que yo tenía en mente. ¡Estábamos en una solitaria playa, semi desnudos, adentro del mar! ¿De dónde sacaríamos una bandera que capturar? Pobres, no sabían lo que les esperaba.

—De acuerdo —asintió Pedro—, ¿pero que usamos de bandera? —preguntó juguetón mirándome directamente a los ojos, con una sonrisa que me hacía suponer lo que él intuía.

—Permítanme un minuto —solicité tiempo a los chicos para corregir ese pequeño inconveniente, con algo igualmente pequeño.

Me sumergí hasta el cuello y con ambas manos, maniobré el top de mi bikini hasta desabrocharlo, dejando mis voluptuosos senos flotando libremente bajo el agua ante los incrédulos ojos de los chicos. Levanté mi brazo derecho sobre la cabeza agitando victoriosa la diminuta prenda como la presunta bandera a capturar; mientras que, con mi brazo izquierdo, simulaba cubrir mis senos con modestia (obvio sin esforzarme mucho).

—Cuenten hasta 10 —ordené.

Sin esperar respuesta, me lancé a nadar tan rápido como me fue posible lejos de los chicos; sin detenerme a pensar que, con cada brazada, mis senos quedaban al descubierto sobre la línea del agua. No llevaba dirección ni rumbo, mi único objetivo era darles a mis perseguidores una presa ‘no tan fácil’ de atrapar. Aunque en el fondo de mi ser, ansiaba que me capturaran rápidamente.

Dudo mucho que los chicos hayan contado hasta 10. Repentinamente fui flanqueada por dos ‘depredadores’, uno a cada lado; quienes tirando fuertes manotazos contra mi cuerpo, trataban de alcanzar a su presa. La situación era tan erótica; el estar nadando casi desnuda con dos bellos chicos junto a mí, mientras nuestros cuerpos se frotaban accidentalmente, o premeditadamente, con cada brazada. ¡La sensación era indescriptible!

Pedro fue quien primero me quitó el top de la mano para después celebrar burlón, agitándolo sobre su cabeza bailando ahí en medio del mar. Sólo para finalizar su festejo, simulando utilizar mi prenda para cubrir sus senos de manera simpática.

—Se te ve mejor que a mí —dije entre risas bromeando con la celebración de Pedro al intentar vestir mi prenda.

Me encontraba casi exhausta, por el esfuerzo físico que me había costado nadar huyendo de mis cazadores. Con cada jadeo de mi respiración, mis senos se asomaban casi por encima del agua, acción que tenía a los chicos sin parpadear, embelesados con la perfección de mi cuerpo. ¡Me encantaba!

—Hagámoslo otra vez —sugerí una vez que recuperé el aliento—. Pero ésta vez tienen que contar hasta 20 sin hacer trampa —exigí.

Sabía bien que ninguno de ellos iba querer ser la presa, por lo que le pedí a Pedro que me regresara el top. Él me lo dio sin objetar, pues esa pequeña prenda era lo último que le interesaba de mí. Comencé a nadar lentamente hacia atrás para asegurarme que los chicos no hicieran trampa. Cuando estuve a una distancia de unos 10 metros, giré mi cuerpo y comencé a nadar nuevamente con todas mis fuerzas.

La ventaja extra que me habían dado no fue de gran ayuda, pues unos cuantos segundos después, ya tenía a Pedro nadando junto a mí; restregando su cuerpo contra el mío simulando intentar sujetar mi top, pero sin perder la oportunidad de tocar mis senos con su codo en el proceso. Una vez más, Pedro había sido el indiscutible ganador. Y la siguiente vez también... y luego una vez más.

La situación ya se estaba volviendo muy predecible. Yo tratando de escapar nadando a toda velocidad y Pedro siendo el primero en alcanzarme; sólo para terminar restregándole a Pablo su victoria en la cara, no sin antes haberse dado gusto frotando su cuerpo con el mío. Definitivamente Pedro era quien estaba gozando más con nuestro jueguito, por lo que empecé a sentirme mal por Pablo, ¡el pobre chico no había ganado una! Tenía que equilibrar las cosas.

Una vez más le pedí a los chicos que contaran en lo que yo me alejaba de ellos; cuando finalizaron de contar se zambulleron para comenzar a nadar a toda velocidad tratando de alcanzarme. Sólo que esta vez, yo nadé en la dirección en la que venía Pablo, para darle un poco de ventaja. Pedro se pasó de largo junto a mí sin darse cuenta; mientras que Pablo quien nadaba más lento, visiblemente resignado a perder una vez más se llevó la sorpresa de su vida al topar su cabeza bajo el agua, ¡contra mis senos desnudos!

Pablo se quedó mudo (aunque pensándolo bien, hasta ese momento él no había hablado mucho), sorprendido por nuestro súbito encuentro; yo me abracé a él sonriente, frotando mi pecho contra el suyo. Él me sujetó por la cintura, al tiempo que una hermosa sonrisa se dibujaba en sus labios entendiendo finalmente la broma que le había jugado a su amigo.

Unos segundos después, Pedro paró de nadar atónito por no haberme alcanzado aún. Volteó la vista hacia atrás, hacia donde nosotros nos encontrábamos, sólo para observar con envidia como festejábamos abrazados la primera victoria de Pablo.

Yo había colocado mi top en sus dientes, para que él moviera la cabeza simulando ser un tiburón que desgarraba salvajemente a su presa; al tiempo que él me sujetaba firmemente por la cintura. Mientras yo saltaba alegremente a su lado; logrando en cada salto sacar completamente mis senos por encima del agua y estrellarlos en el rostro del nuevo ganador.

Todo este festejo en frente de los ojos de Pedro, quien lucía visiblemente celoso y molesto; no podía creer que hubiese perdido por primera vez.

—Eso no fue justo —protestó Pedro nadando hacia nosotros de mal humor.

—Claro que sí, Pablo ganó esta vez —refuté tomando mi top de la boca de Pablo y arrojándolo frente a Pedro.

Yo me encontraba muy cansada para seguir con el mismo juego; y al parecer por lo que podía percibir creciendo bajo los calzoncillos de Pablo, a él le gustaba que yo estuviera abrazada flotando a su lado con mis senos desnudos. Claro está, Pedro tenía otros planes.

—Si lo quieres, ven por el —retó Pedro tomando mi top y levantándolo muy alto, sobre su cabeza, molesto por la broma.

Créanme, lo último que quería era ese pedazo de tela de 30 dólares. Sin embargo, había algo en la actitud dominante y ruda de aquel chico frente a mí que me hacía sentirme atraída inconscientemente hacia él. Me recordaba sutilmente a la soberbia y prepotencia de mi novio, sólo que con mucho mejor cuerpo. Lo deseaba.

Sin esperar a que me lo dijera dos veces, me liberé de los brazos de Pablo y tan ingenuamente como un pez me dispuse a caer en las redes de Pedro. Él levantaba su brazo en alto para obligarme a saltar apoyándome en sus hombros, obviamente golpeando su rostro con mis senos en cada salto. Cada vez que estaba a punto de alcanzar mi top, él me sujetaba por la cintura introduciendo sus largos dedos por los costados de mi tanga, jalándome hacia abajo con la intención de desnudarme. La escena era súper erótica y excitante.

Entre risas y toqueteos el provocativo juego con Pedro se prolongaba alegremente, dejando al tímido Pablo en su papel de observador una vez más.

“Es un caso perdido ese chico”, pensé. Ahí estaba junto a nosotros a escasos metros en el agua, con una atractiva chica semi desnuda al alcance de su mano; no había nada que le impidiera unirse a la diversión. ¿O acaso esperaba una invitación? Si así era yo no se la iba dar. ¡Estaba muy ocupada divirtiéndome con Pedro!

Durante esos ardientes minutos pude recordar porque me había fijado en un hombre como mi novio, soberbio y altanero. Definitivamente yo prefería un chico que no sólo me deseara con locura si no que mi hiciera totalmente suya, que me poseyera, que fuera mi dueño, que gozara maltratándome sólo por placer. En ese preciso momento Pedro era quien había tomado el lugar de mi novio; con altas probabilidades de satisfacer mi necesidad de ser sometida vilmente por un verdadero hombre.

Por otro lado, chicos como Pablo están condenados de por vida a ser solamente un pasivo observador más de quienes por derecho son auténticos ganadores. Tendría suerte si yo llegaba a recordar su nombre.

Yo continuaba saltando una y otra vez, proyectando mis senos contra el rostro de Pedro, quien a esas alturas ponía más empeño en bajarme la tanga, que en evitar que alcanzara mi top. En un momento dado después de varios intentos, lo que tenía que pasar pasó y mi tanga se deslizó hasta la mitad de mis muslos.

Nuestras miradas se cruzaron por un segundo antes de estallar en una sonora carcajada echando la cabeza hacia atrás, divertidos con el atrevimiento de Pedro. Así es como se debe comportar un verdadero hombre con una mujer; sin dudas ni disculpas, sin detenerse a pensar en lo apropiado de sus actos. Si un hombre quiere asegurarse que una mujer disfrute sexualmente con él, es indispensable que él sea primero quien satisfaga sus necesidades con ella. Para ese momento, Pedro había decretado que él tenía derecho a eso y mucho más.

Ya no me importaba el top en su mano, de hecho, nunca me importó; sólo era el pretexto para poder tener un poco de diversión y excitante contacto cuerpo a cuerpo. Estando Pedro con la guardia baja, le arrebaté el top de la mano y lo arrojé hacia Pablo con desprecio para que se consolara sólo con eso. “Aquel día él ya no obtendría nada más de mí”, sentencié.

Pablo, tan ingenuo como era, tomó mi top flotando frente a él y nadó hacia nosotros esperando participar de la diversión que hasta ese momento se había auto negado. “¡Demasiado tarde idiota!”, pensé, pues yo ya había definido los roles de la relación.

Me entregó la prenda en la mano, la cual tomé con absoluta indiferencia antes de volver a soltar, junto con Pedro, una nueva carcajada burlándonos de la condescendencia de su amigo. Pablo observaba sonriendo sin entender su situación, ¡había que aclarársela! Hice una ‘pelota’ con mi top y con todas mis fuerzas la arrojé lejos nuevamente.

—Tráela como un perro —ordené riendo con desprecio.

Pablo obedeció sumisamente trayendo mi top con los dientes, como perro faldero; en lo que Pedro y yo nos abrazábamos flotando sobre las olas, con los torsos desnudos, burlándonos abiertamente de su amigo. Ni siquiera me apuraba subir nuevamente mi tanga, la cual seguían descendiendo por mis piernas.

—¡Qué pendejo! —exclamé riendo, burlándome de lo condescendencia de Pablo.

—¡Así es, un verdadero pendejo! —asintió Pedro.

Ese insultó pronunciado inocentemente por los labios de Pedro me hizo recordar una vez más, las actitudes y malos modales de mi novio quien yo suponía debía seguir dormido profundamente en la casa. Me encantaba su habla sucia y obscena, específicamente en la intimidad cuando nos encontrábamos fornicando. Y en ese momento yo deseaba que Pedro me insultara de esa manera.

Me provocaba que fornicara conmigo ahí mismo en medio del mar, frente a los ojos de su pasivo amigo; pero había un pequeño inconveniente.

No estaba segura si Pedro realmente se atrevería a hacerlo o, sí por el contrario, se cohibiría; o aún más importante, si Pablo se fuese a conformar con ser sólo un espectador o llegaría a armarse de valor para unírsenos en un trío.

Pero de lo qué si estaba segura, es que si conseguía poner a ambos chicos ebrios era más probable que Pedro se desinhibiera y Pablo se sometiera.

Por consiguiente, le ordené a Pablo, en su papel de mi sumiso esclavo personal, ir por la pequeña heladera hasta la playa; trayéndola de regreso hasta nosotros para que pudiéramos beber una cerveza con la excusa de combatir la deshidratación provocada por el calor del sol.

Como la heladera era de plástico hueco la pudimos usar como una especie de mesita flotante, tan sólo para apoyar nuestras bebidas en lo que nos refrescábamos un poco bebiendo alegremente en medio del mar (olvidándonos por un rato de la ecología). El vaivén de las olas provocó que los efectos del alcohol se intensificaran más rápido de lo normal, al grado que los tres nos desinhibimos casi de inmediato.

—Es usted muy hermosa señora —dijo Pedro cortésmente, con una pícara sonrisa en su rostro.

—Ya les dije que no me hablen de usted, que me hacen sentir vieja —exigí a ambos—. Diríjanse a mí como si fuera alguna de sus amigas o su novia —sugerí sonriendo coquetamente con un guiño de ojo.

—De acuerdo, si tú insistes —asintió Pedro—. ¡Sólo quería decirte que estás bien buena! —exclamó riendo descaradamente.

Casi expulso la cerveza por mi nariz al escuchar tan profunda y desenfadada declaración de amor; mientras mis nuevos amigos reían divertidos por mí espontánea reacción. Contuve la risa solamente por hacer honor a mí palabra; acababa de darles pie a tratarme con toda la confianza del mundo, ahora no podía echarme para atrás exigiendo respeto.

—¿Así es cómo se les declaran a las chicas aquí en su pueblo? —pregunté riendo divertida, en lo que el fermentado líquido escurría sugestivamente por mi cuerpo hasta mezclarse en el mar.

—Algo así —respondió nuevamente Pedro, siendo todavía el único de los dos chicos en animarse a hablar.

—¿En serio? ¿Qué más me dirías, si en lugar de mí, se tratase de una de tus amiguitas? —pregunté desafiándolo a utilizar conmigo sus mejores frases de conquistador.

Pedro sonrió, aceptando el reto, hizo una pequeña pausa no porque ocupara pensar mucho en su respuesta, sino más bien porque quería disfrutar lo excitante del momento.

—¡Estás como para cogerte todo el día! —exclamó vulgarmente al final con una amplia sonrisa de satisfacción; era obvio que lo estaba gozando bastante.

No pude evitar reír abiertamente con lo atrevido de la nueva declaración de Pedro. Definitivamente tenía una forma de ser tan franca y honesta que me encantaba. Por el contrario, Pablo callado como siempre, se limitaba a observarnos; más específicamente a mí, riendo por la singular conversación.

—¿Y tú, bello? —pregunté dirigiéndome a Pablo, tratando de incluirlo en la ardiente plática— ¿Cómo me conquistarías?

Pablo sonrió nervioso, con unos ojos que reflejaban esa timidez que yo tanto detestaba en un hombre. De hecho, era sólo por ser amable que le había desafiado a responder la misma pregunta; era claro que perdía mi tiempo con este chico. Con esa actitud tan esquiva no dudaba que aún fuera virgen, deduje en mi interior.

—¡Quiero darte duro por el culo! —exclamó Pablo soezmente, completamente desinhibido por el alcohol.

Tan pronto escuché la obscena propuesta de Pablo, solté una carcajada abiertamente echando la cabeza hacia atrás; borrando de mi mente la imagen que toda la mañana me había formado de aquel supuesto tímido chico. Pues con esa contundente declaración había superado fácilmente a su amigo. Ya no me era posible ocultar la emoción que me provocaba tener a estos dos hermosos chicos haciendo lo que se me antojaba.

Si mis matemáticas no fallaban, obviamente era mejor tener a dos machos a mi disposición en lugar de uno sólo; pues significaba más diversión y placer para mí. Las cosas no podían salir mejor, o ¿tal vez sí?

—Vamos a ver si es verdad que ustedes dos, son tan conquistadores como presumen —dije yo, sonriendo nerviosa por lo excitante de la situación—, ¿cómo convencerían a una linda chica como yo, algo ebria, para que se animara a realizar un trío con ustedes dos? —pregunté ahora yo pícaramente, subiendo el tono de la conversación... sólo un poco más.

Los chicos cruzaron sus miradas, con una sonrisa de complicidad, poniéndose de acuerdo sólo con gestos e ininteligibles susurros. Conspirando maliciosamente entre ellos, para asegurarse de dar una respuesta que me complaciera; con la esperanza de que tal idea se materializara inmediatamente en aquellas inverosímiles circunstancias.

Una vez que se hubieron puesto de acuerdo, ambos dirigieron su mirada hacía mí, sonrieron con malicia; cambiando sus semblantes de dos amables y gentiles chicos a un par de auténticos locos degenerados. Observándome en silencio, dejándome intrigada premeditadamente, casi a punto de exigirles que revelaran sus pensamientos. Pero justo antes de que les pudiera reclamar…

—¡Pinche pendeja, puta de mierda; ponte en cuatro para darte verga! —exclamaron ambos a grito abierto, con una perversa mirada de satisfacción en sus ojos.

A pesar de estar nadando en las cálidas olas del mar, las vulgares palabras de los chicos me cayeron como un balde de agua fría dejándome con la boca abierta. Confundida entre si debiera sentir terror o excitación; una extraña sensación que estaba segura nunca había experimentado hasta ese día. Me encontraba tan excitada que casi me ganaba la necesidad de orinar que, después de haber bebido tanta cerveza, era lógico que experimentaba; afortunadamente en esa ocasión mi bikini era color amarillo.

—¡Cielo santo! ¿Cuántas chicas se han dejado coger con esa frase tan dulce? —pregunté riendo sarcásticamente.

—Más de las que puedas imaginar —respondió Pedro, fanfarroneando.

La lasciva expresión en el rostro de los chicos, y lo que sus calzoncillos intentaban ocultar lo decía todo; se encontraban realmente muy excitados con la situación. La escena ya no sólo era erótica, ahora había también una alta dosis de morbo flotando en el agua junto a nosotros. El momento ideal para consumar mi perversa venganza.

Aunque realmente la estaba pasando muy bien, divirtiendo con las bromas y ocurrencias de Pedro y Pablo, fingí estar un poco cansada; por lo que sugerí realizar un último juego antes de salir del mar. Tomé nuevamente el top de mi bikini y les indiqué a los chicos que jugaríamos a capturar la bandera una última vez, pero con la pequeña diferencia que esta vez tendría un premio para el ganador.

—¿Cuál es el premio? —preguntaron ambos chicos abriendo sus ojos grandes a más no poder, brillando de lujuria.

—Mi bikini —respondí desvergonzadamente sin dejar de sonreír.

Tan pronto escucharon mi oferta, los chicos se entusiasmaron y comenzaron a chapotear de emoción. ¡No daban crédito a lo que acababa de ofrecerles!

Quién sabe que miles de cosas se habrán imaginado que podrían hacer conmigo frente a ellos, en aquella solitaria playa, ¡totalmente desnuda! Pues si yo estaba renunciando voluntariamente a mi derecho de privacidad, por consiguiente, no debería haber demasiadas cosas a las cuales me pudiera yo negar.

A decir verdad, creo que a ellos realmente no les importaba mucho saber quién de los dos me quitaría esta vez mi top de la mano tanto como la situación resultante. Tenían suficientes razones para sentirse seguros y confiados de que sólo tendrían que alcanzarme una vez más para que sus fantasías se hicieran realidad. Pobres ingenuos.

Estando todos de acuerdo en las reglas de la competencia nos dispusimos a jugar. Pedí a los chicos que contaran una vez más hasta 20, en lo que me separaba de ellos unos 10 metros, para tomar un poco de ventaja extra. Ellos se encontraban todavía mareados por los efectos del alcohol, pero sumamente ansiosos por empezar. Como dos hambrientos tiburones que olfatean la sangre de su indefensa presa; prestos a devorarla.

Un segundo antes de que los chicos terminaran de contar, arrojé con todas mis fuerzas mi top frente a ellos para distraerlos. Ellos se paralizaron por un segundo quedando perplejos, totalmente confundidos; antes de lanzarse a nadar peleando torpemente entre sí, compitiendo por ser el primero en alcanzar mi maltratada prenda. Mientras yo furtivamente me zambullía en el agua para escapar.

Los chicos alcanzaron mi top casi al mismo tiempo, sólo para enfrascarse en una fuerte y brutal batalla por retenerlo; negándose a ceder la oportunidad de ser el último campeón de aquella singular competencia. Creyendo equivocadamente que el vencedor tendría algún tipo de prebenda especial de mi parte.

Cuando finalmente surgió un ganador (supongo), éste vio frustrado su intento de efectuar nuevamente su espontáneo baile de la victoria al haberme perdido de vista. Ambos giraban sus cabezas desesperados tratando de localizarme entre las olas, confundidos por mi engaño. Cuando al fin me divisaron saliendo a respirar, entendieron perfectamente que el juego había cambiado. ¡Ahora era la caza de la ‘zorra’!

Sin detenerse a tomar aire, ambos comenzaron a nadar como locos nuevamente en la dirección en que yo me encontraba, suponiendo acertadamente, que la bandera que tendrían que capturar en esta ocasión, ¡era mi tanga! Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder al otro la oportunidad de remover esa última prenda de mi cuerpo; desnudándome personalmente.

Yo sonreí complacida y orgullosa, regodeándome mezquinamente en mi vanidad; tratando de mantener una posición estática a pesar de las olas, flotando sobre el agua; había conseguido sacar casi 30 metros de distancia entre ellos, era un riesgo muy bien calculado de mi parte. Me sentía bastante confiada en conseguir mi objetivo.

Los chicos combatían codo a codo sin dar tregua. En toda la mañana no había visto a Pablo nadar con tanta enjundia; consciente de que no importaba cuantas veces hubiese sido superado por su amigo más temprano en aquella mañana, ésta podría ser su redención. Pedro por su parte no aflojaba el paso, demostrando que un verdadero hombre tiene que ganarse con su esfuerzo todo lo que desea. Su orgullo estaba en juego.

Yo agitaba los brazos sobre mi cabeza haciendo señas, para que ambos ajustaran el rumbo, desviado por las encrespadas olas. Con cada brazada, la distancia entre nosotros se acortaba y ninguno de los dos daba señas de ceder; 20 metros, 15, 10, 5... me zambullí nuevamente bajo las olas, despistándolos una vez más. ¡Definitivamente, esta zorra no iba ser presa fácil!

Cuando Pedro y Pablo se percataron de mi nueva fuga, se detuvieron repentinamente; se encontraban realmente muy cansados los pobres chicos, fatigados, exhaustos, respirando con dificultad. Un par de segundos de descanso solamente en lo que tomaban el tan necesario aire y me ubicaban bajo las aguas. Cuando por fin lo consiguieron entraron en pánico; pues yo salí a la superficie a 10 metros de distancia, nadando en dirección a la playa.

Al darse cuenta de esto, los chicos inmediatamente se pusieron nuevamente a nadar tras de mí como un par de auténticos demonios; desesperados tratando de darme alcance, pues ahora tenían claro que si no me capturaban antes de salir del mar perderían su oportunidad de verme totalmente desnuda. ¡No lo podían permitir!

Fue una carrera mortal. Los tres nos esforzamos por nadar lo más rápido que pudimos como si nuestra vida dependiera de ello, los chicos motivados lascivamente por el premio que les había prometido; yo por el dulce placer malsano de negárselos. Al final, como lo había calculado con anticipación, sólo hubo una ganadora.

Con escasa ventaja llegué a la playa, gateando afanosamente sobre la blanca arena, doblándome de risa con actitud divertida y perversa. Crucé los brazos con falsa modestia, intentando cubrir mis senos de los ávidos ojos de Pedro y Pablo; que agotados y frustrados se tiraban sobre la arena tras de mí, sin un ápice de fuerzas para siquiera protestar. Mi venganza había sido bien planeada y ejecutada.

Con nuestras escasas ropas nuevamente en nuestros cuerpos, nos recostamos a descansar, apretujados en la única toalla disponible; rozando mi húmeda y delicada piel contra dos atléticos y juveniles cuerpos de hombres, todavía excitada por nuestros ardientes juegos.

Hubiésemos querido seguir jugando los tres semi desnudos dentro del mar, pero el sol de mediodía ya nos comenzaba a calar en la piel; además ahora realmente ya me encontraba muy cansada, por lo que después de que recuperamos la heladera y mi top indiqué a los chicos que era momento de regresar, pues posiblemente mi novio ya estuviese despierto.

(9,33)