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La casa de la playa (parte 3)

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Al llegar los tres de vuelta a la casa, mi novio ya estaba esperándonos, sentado plácidamente frente a la piscina; con actitud relajada, una cerveza en la mano y un grado de ebriedad visiblemente más alto que el de cualquiera de nosotros. Pensativo y reflexivo, escuchando en silencio la animada música que provenía de una radio portátil que habíamos llevado. Sin pestañear fijó su inquisitiva mirada sobre su traviesa novia.

Resultaba obvio que, desde su cómoda posición, había podido ver todo nuestro 'inocente' jugueteo en el agua. ¡¿Quién sabe que sucios y pervertidos pensamientos habrían pasado por su mente en ese momento; al verme llegar riendo alegremente, con mi cuerpo escasamente cubierto por un sugestivo y diminuto bikini; acompañada de dos de sus empleados, que exhibían orgullosos sus atléticos y musculosos torsos?! Afortunadamente para mí, él era mucho más orgulloso.

—¿Te divertiste linda? —preguntó dirigiéndose hacia mí con sarcasmo; como si fuera posible que de alguna manera mi rostro no reflejase ese hecho.

—Claro que sí amor —respondí francamente sin preocuparme por tener algo que ocultar, sentándome en sus piernas para regalarle un tierno beso en los labios.

Pedro y Pablo tomaron asiento frente a mi novio en lo que yo iba a la cocina para traerles algo que beber. Al parecer durante el tiempo que habíamos estado jugando en la playa, mi novio había tenido tiempo de inspeccionar el trabajo realizado por los chicos y había quedado satisfecho. O al menos fue lo que dijo, porque él realmente no es un arquitecto o ingeniero.

—Gran trabajo —comentó mi novio—, me salvaron de una bronca enorme; de no ser por ustedes, ¡no sé qué diantres hubiera hecho en éste remoto lugar! —agradeció muy a su estilo.

—No se fije patrón —dijo Pedro—, trabajo es trabajo y uno siempre debe agradecer que éste no falte —agregó muy filosóficamente, antes de brindar con la cerveza que yo recién le había traído.

Todos levantamos nuestras bebidas respondiendo al brindis de Pedro; gracias a ellos, la casa se lograría entregar en la fecha indicada, por lo que mi novio estaba visiblemente de buen humor. Eso era algo por lo que yo debería buscar la manera de agradecerles personalmente a los chicos.

Después de unos cuantos tragos, mi novio se levantó de su asiento para ir a la cocina en busca de algo más que beber. Oportunidad que yo aproveché para seguir jugueteando con mis nuevos amigos.

—Hicieron muy buen trabajo chicos, parece que se ganaron un bono extra —dije con voz traviesa, mientras que muy sugestivamente con mi mano libre jalaba hacia abajo el top que cubría mis senos; dando la impresión de querer desnudarme frente a ellos.

—¿Y quién nos lo va a dar? —preguntó en forma retórica Pedro abriendo los ojos y fijándolos sobre mi busto—. ¿Usted o el patrón?

—Mi novio, si así lo prefieres —respondí riendo en tono de broma, poniendo en duda su virilidad.

Pedro reaccionó ofendido por mi respuesta, en lo que Pablo reía discretamente a causa de la broma que le estaba jugando a su amigo. ¡Cielos, yo realmente la estaba pasando muy bien divirtiéndome con los chicos!

Lamentablemente ellos ya no tenían un motivo para seguir ahí. Si quería seguir pasándola bien, era imperativo que encontrara la manera de que ellos permanecieran en la casa hasta el día siguiente.

En caso de conseguir que ambos chicos pernotaran ahí en la casa una vez más y mi predecible novio se emborrachara como la noche anterior; ésta vez estaba dispuesta a dejarlo profundamente dormido en mi recamara en lo que yo me escurría hasta la habitación de ellos; y una vez ahí, dejarme hacer por ambos lo que se les antojara. Ese era mi plan... un muy buen plan.

—¡Cariño! —llamó mi novio desde la cocina.

—Enseguida voy amor —respondí de inmediato, temerosa de que él se hubiera dado cuenta de mis intenciones con sus empleados.

Entré a la cocina para averiguar que necesitaba mi novio, sólo esperaba que él no estuviera molesto por la prolongada estadía de los chicos y pretendiera despacharlos sin darme oportunidad de llevar a cabo mi perfecto plan.

—Parece que necesitaremos más alcohol —comentó mi novio con una sonrisa irónica, señalando el refrigerador con la puerta abierta.

Lo bueno de beber en el caluroso clima de la playa en el verano, es que el alcohol no se te sube a la cabeza tan rápido. Por otra parte, lo malo de beber en esas mismas condiciones es que el alcohol nunca es suficiente; sobre todo si tienes invitados sorpresa. Al parecer, mi plan para gozar de una salvaje noche con los chicos no era tan perfecto como yo pensaba; había que buscar la forma de corregir la situación.

—¿Quieres que pregunte a los chicos si nos harían el favor de ir a buscar más bebidas? —pregunté a mi novio con voz dulce, ofreciendo solucionar ese pequeño inconveniente que yo misma había provocado.

—No hace falta, yo iré por ellas —respondió sin vacilar—. Además, necesito comprar otras cosas, tú quédate y échales un ojo; no vaya a ser que se acaben alguna otra cosa, además me parece que tú y ellos ya se hicieron buenos amigos —agregó en tono de broma disimulando su desconfianza.

Por supuesto que estaba totalmente de acuerdo, con la sugerencia de mi novio, de quedarme en casa sola con ese par de hermosos chicos para echarles un ojo. Es más, gustosa les echaría mi cuerpo entero sobre ellos a la menor provocación mientras él estuviera ausente. Gracias al cielo, mi plan no sólo se había corregido, ¡se había mejorado!

—Como tú digas amor —asentí sumisamente a los deseos de mi novio sin objetar. ¿Por qué habría de hacerlo?

Tan pronto mi novio se marchó en la camioneta regresé con los chicos al área de la piscina, y sin decir una palabra me lancé dentro de ella, sujetando mis rodillas para crear una espontánea bomba de agua, la cual alcanzó a empapar a los chicos sentados en la orilla. Una vez conseguido mi objetivo salí a la superficie sonriendo divertida después de haber efectuado mi pequeña travesura. Los chicos limpiaban sus rostros del agua que había alcanzado a salpicarlos, mientras sonreían sorprendidos, un poco fríos, casi forzados.

Resultaba obvio que ambos, especialmente Pedro, continuaban un poco molestos por la broma que más temprano les había jugado en la playa; lo cual era perfectamente entendible considerando la excitación o ‘calentura’ que les había provocado en primera instancia, sin darles una oportunidad de desahogarse. ¿Quién podía culparlos?

Además, recién había puesto en duda la virilidad de Pedro, quizás en broma, pero yo estaba consciente que a los hombres no les gusta que bromeen con eso; sobre todo si se trata de machos alfa como Pedro.

Por consiguiente, creí conveniente mantener una actitud un poco más sumisa para intentar limar asperezas. Pues como en ese momento ignoraba cuanto tiempo más podría disfrutar de su compañía, esperaba que en caso de que decidieran retirarse prematuramente a sus hogares al menos no fuera por mi causa.

—¿Qué no se van a meter al agua? —pregunté animándolos a acompañarme en la piscina para aprovechar el tiempo que estaría ausente mi novio.

Pedro se levantó rápidamente sin decir una palabra, aceptando la invitación que él sabía bien que llegaría. Clavó la mirada en mí con actitud soberbia y retadora; mientras desabotonaba orgulloso su camisa, exhibiendo su abdomen perfectamente marcado. Sus ademanes, sus gestos y su lenguaje corporal me indicaban que deseaba con todo su ser la oportunidad de una revancha. La conseguiría.

—¡Ahora vas a ver perra! —amenazó apretando los dientes con actitud desafiante, desabrochando su pantalón desesperado por quedar únicamente en ropa interior.

Para ser sincera, se veía imponente, un perfecto adonis, de mirada penetrante y cabello enmarañado que coronaba un cuerpo joven y atlético; y lo más importante, muy bien dotado; el enorme miembro que se alcanzaba a vislumbrar bajo esos desgastados calzoncillos negros no dejaba duda de ello. Sonreí fascinada.

Una vez que se pudo librar de sus ropas las hizo a un lado para dar un par de pasos hacia atrás en lo que Pablo, siempre segundo, de igual manera se ponía de pie para desvestirse. Aspiró fuerte para inflar sus pulmones con aire preparándose para zambullirse en el agua; y sin más contratiempo emprendió la corta carrera hacia a la piscina, consiguiendo suficiente impulso para efectuar un exagerado salto mortal con un giro hacia atrás.

Pedro cayó junto a mí, con tan fuerte impacto, que provocó que una gran ola de agua golpeara contra mi cabeza dejándome temporalmente ciega. Un par de segundos después, él emergió unos metros más atrás con una mezquina sonrisa de satisfacción en su rostro. Algo había cambiado en él; o mejor aún, mostraba quien realmente era.

Pedro nadó esos escasos metros hasta colocarse detrás de mí, y con una actitud dominante me sujetó ambos brazos por la espalda colocándome enfrente de él; y utilizándome como una especie de escudo humano para protegerse de lo que estaba por venir. ¡Su robusto amigo Pablo!

—¡Vamos cabrón, te toca mojar a ésta perra! —gritó fuerte invitando a su amigo, quien recién terminaba de desvestirse, a repetir su afrenta contra mí.

Pablo, quién era tan fornido como discreto, presumía una mejor y más desarrollada musculatura producto de su trabajo duro. Bíceps más fuertes, espalda amplia, pecho más ancho, piernas fuertes y unas pompas redondas y grandes. Y al igual que su amigo, un enorme bulto en su entre pierna. ¡Cuánta suerte tenía! Imposible evitar sonreír una vez más.

El chico dio unos pasos hacia atrás buscando tomar impulso; cerró fuerte los puños al flexionar sus bíceps para darse valor, a la vez que nos indicaba que nos deberíamos preparar para recibir su embestida. Con pesados pasos inició su corta carrera para terminar apoyándose en el borde de la piscina antes de saltar. Mis ojos se abrieron enormes admirando su físico venir a toda velocidad en dirección hacia mí, encontrándome yo completamente indefensa sin que hubiese algo que pudiera detenerlo.

Su salto no fue tan espectacular como el de Pedro; cayendo justo enfrente de mí. Pero gracias a que era más fornido y pesado, la cantidad de agua que consiguió desplazar definitivamente fue mucho mayor. La ola generada golpeó nuevamente contra mi rostro, provocándome incluso tragar un poco de la clorada agua.

Pablo emergió sonriente satisfecho por su hazaña, en lo que yo tosía tratando de expulsar el agua que había ingerido, mientras que Pedro me mantenía sujeta por la espalda. En ese momento comprendí, que mi castigo distaba mucho de haber terminado.

—¡Vamos Pablo, enseñémosle a ésta perra quien manda! —exclamó Pedro riendo burlón sentenciando mi destino a corto plazo.

Pablo me sujetó por enfrente en lo que Pedro se sumergía tras de mí, hasta bajar la cabeza por debajo de mis glúteos y pasarla por entre mis piernas. Apoyando mis muslos en sus hombros se puso en pie, levantándome fácilmente sobre el nivel del agua. Sentada sobre sus hombros a manera de caballito, por un segundo me sentí en las nubes... quizás menos.

Sin previo aviso, Pedro se dejó caer de espalda, arrastrándome con él. El impacto contra el agua fue fuerte, sobre todo por lo inesperado; pero extrañamente, me gustó. Me gustaba la actitud dominante y ruda de ese chico. Me gustaba el hecho de que me estuviera viendo como un objeto el cual le pertenecía; como un simple juguete de su propiedad con el que podía hacer o deshacer cualquier cosa que se le antojara. Si ese iba ser mi castigo, lo aceptaría gustosa.

Lejos de lamentarme por la tortura de la que era objeto salí a la superficie riendo divertida, y también escupiendo un poco de agua. Pedro, todavía con una sonrisa maliciosa, estiró su mano para alcanzar mi pie y jalarme hacia él; dispuesto a continuar con mi suplicio.

—Ves que a ésta perra le gusta que la maltraten —dijo Pedro, dirigiéndose a su amigo—, es tu turno.

Si el semblante de Pedro reflejaba su crueldad y enojo; el de Pablo por el contrario lucía irreflexivo, libre de emociones, de hielo, como si no creyera que yo fuese realmente un ser humano. Supuse que, de acuerdo con su personalidad, cada uno de ellos tenía su forma particular de verme y torturarme.

Pablo se acercó hasta a mí y me sujetó por los hombros para girar mi cuerpo quedando él detrás. Se sumergió completamente en el agua para levantarme, al igual que segundos antes lo hubiese hecho su amigo; introdujo su cabeza por entre mis muslos, levantándome sobre sus hombros con suma facilidad.

Nuevamente me encontré a casi un metro sobre la superficie del agua, en espera de mi castigo. Pero lejos de acobardarme levanté ambos brazos en señal de victoria, indicando a Pablo que me castigara sin piedad. El fornido chico se dejó venir de espalda con violencia, utilizando todo su peso como impulso.

Mi cuerpo recibió todo el impacto directo contra el agua sin que yo hiciera nada por tratar de protegerme; después de todo, ese no era el punto. Si los chicos deseaban castigarme sólo por diversión así sería; yo estaba más que dispuesta a soportarlo con valor.

Salí a la superficie un poco más adolorida, pero sonriente; con el cuerpo ligeramente adormecido por el fuerte golpe. Los chicos me miraban divertidos, pero ansiosos por continuar sometiéndome cruelmente, yo no les iba decir que no.

—¡Trae a esa perra de mierda para acá! —ordenó Pedro riendo burlón.

Pablo obedeció y entre los dos me sacaron de la piscina por los escalones de acceso, dando la vuelta por la orilla hasta el otro extremo; obedeciéndolos yo en silencio con actitud sumisa. Pedro se colocó frente a mí mirándome fríamente a los ojos, quedando Pablo a mis espaldas. No sabía lo que ellos tenían en mente, pero lo que si sabía es que yo no pensaba resistirme.

—Levántala —ordenó Pedro sin inmutarse.

Pablo me sujetó por la cintura, alzándome fácilmente en lo que Pedro metió sus manos por entre mis muslos para colocarlos sobre sus hombros, de tal forma que su rostro se apoyaba directo en mi vientre, quizás un poco más abajo; mientras colocaba sus manos bajo mis glúteos para equilibrarme precariamente en lo alto.

¡Cielos, no podría creer lo que los chicos estaban planeando para castigarme! ¿A caso no preferían disfrutar de mi cuerpo? ¿O es qué simplemente no se les había ocurrido? Justo ahí, suspendida a casi dos metros sobre la superficie del agua, comencé a pensar que más me valdría sugerirles yo misma que me ultrajaran. Sólo que no lo pensé rápidamente.

Pedro giró hacia la piscina, conmigo montada en sus hombros. Apoyando sus pies en el borde, Inclinó levemente su cuerpo hacia adelante; mientras yo nerviosa me sujetaba de su cabeza presionándola contra mi vientre en lo que nos proyectábamos en caída libre. La velocidad de impacto fue mucho mayor.

Ambos golpeamos contra la superficie del agua violentamente, yo por estar en lo alto me lleve la peor parte; él con su rostro clavado en mi vagina obviamente la mejor. El ardor de la fricción a causa del impacto invadió mi cuerpo, dejándolo completamente adormecido. No podía creer lo que les estaba permitiendo a los chicos hacer conmigo. Si el objetivo de ellos era asegurarse que yo no volviera a jugarles una broma pesada, creía haberlo entendido. Sin embargo, todavía faltaba que Pablo reafirmara su punto.

—¡Vamos perra, una vez más! —sentenció Pedro sujetándome por una pierna, como si quisiera prevenir que yo escapara. No me encontraba en condiciones de eso.

Pedro me empujó hasta la orilla donde se encontraba Pablo, para que este me sacara a la superficie colocándome de pie frente a él. Yo lo mire a los ojos sonriendo tontamente. Sin pensarlo mucho, él se agachó frente a mí para pasar su brazo izquierdo por entre mis muslos, sin esperar la ayuda de su amigo, no la necesitaba, era suficientemente capaz de manejar mi peso.

—¡Vamos cabrón, tú puedes! —alentó Pedro; mientras Pablo pasaba también su brazo derecho por entre mis muslos sujetándose fuertemente a mis glúteos.

Pablo miraba hacia arriba apoyando su mentón en mi vientre. Respiró profundo, preparándose a erguirse conmigo sobre sus anchos hombros. Al igual que con Pedro, me sujeté fuertemente a su cabeza presionándola contra mi vientre para no caerme.

Sin ningún problema, Pablo se puso en pie soportando su peso y el mío combinados, dio un paso al frente, listo para lanzarse al agua. Aún con mi cuerpo adormecido encontré suficiente valor para soltar su cabeza y, una vez más, levantar los brazos en señal de victoria; suponiendo que ésta vez me debería doler menos. Estaba equivocada.

De nueva cuenta, el mayor peso de Pablo jugó en mi contra, consiguiendo ambos una mayor cantidad de inercia que tenía que ser disipada de alguna manera. ¿Dónde más terminaría esa cantidad de energía, si no era en mi pequeño y frágil cuerpo? Recibí de lleno el impacto provocando que el ardor que ya sentía se incrementara exponencialmente.

Para ser sincera, extrañamente toda ésta tortura me gustaba, me excitaba. ¿Cuándo mi novio se atrevería a maltratarme de ésta manera sólo por diversión? Obvio nunca. Como los chicos tenían claro que tal vez nunca volveríamos a vernos, no se esforzaban en reprimir sus más profundos y perversos deseos. ¡Me encantaba!

Reponiéndome del golpe nadé lentamente flotando adolorida hacia a la orilla; donde se encontraba Pedro quien era el verdugo a cargo. Antes de que pudiera yo llegar él saltó ágilmente a la piscina para acortar el camino, quedando yo flotando en medio de los dos chicos.

—¿Qué pasa perra? —preguntó Pedro, en forma retórica—. ¿Quieres más?

La lógica dictaba que respondiera ‘no’. Que suplicara de rodillas llorando por su perdón; que prometiera que nunca más volvería a faltarles el respeto jugándoles alguna pesada broma; que me refugiara en la seguridad de mi habitación.

Pero justo cuando estuve a punto de responder una duda me invadió: ¿Cuándo volvería a tener la oportunidad de ser sometida tan deliciosamente por dos hermosos y viriles chicos? Así que, olvidando la lógica por el momento, con un movimiento de cabeza asentí que ‘sí’.

Pedro me miró sonriente, de pie enfrente de mí, satisfecho con mi respuesta. Y con actitud dominante me sujetó por el cabello para jalarme hacia él; y sin previo aviso me sumergió en el agua sujetándome por la nuca salvajemente con ambas manos como si tratara de asfixiarme.

Esos primeros segundos me parecieron eternos. Yo pataleaba en el agua desconcertada, cerrando fuerte la boca para retener el escaso aire que me quedaba, sujetándome de sus brazos para intentar liberarme. Y justo cuando empezaba a entrar en pánico, un leve golpeteo en mi rostro me hizo entender el nombre de éste nuevo juego.

Primero fue un golpe en mi mejilla derecha, luego otro en la izquierda; uno más en medio de mi rostro. No sé exactamente cuántos golpes recibí antes de que pudiera descifrar el ritmo de la cadera de Pedro, quien utilizaba el enorme miembro bajo su calzoncillo para abofetearme en la cara. Entonces comprendí perfectamente que no era que él estuviera tratando de asfixiar, sino todo lo contrario, me estaba ofreciendo su miembro para jugar. ¡Tenía que aceptarlo!

Lo sentí golpear en mi mejilla duro como un garrote, pasando frente a mi rostro de lado a lado. Si anteriormente había sentido curiosidad por el tamaño del miembro de aquel chico, éste era el momento de averiguarlo; comparándolo indirectamente contra la proporción de mi rostro.

Que extraño es el tiempo. Cuando algo no lo disfrutas te parece eterno; pero si le agarras el gusto se vuelve tan fugaz. Las embestidas de la cadera de Pedro duraron unos segundos más hasta que él recordó que yo necesitaba respirar, ¡por poco yo también lo olvidaba!, permitiéndome entonces emerger sonriente enfrente de él.

—¿Te gustó? —preguntó Pedro, jalándome por el cabello cruelmente para mantener mi cabeza sobre el agua.

—Sí... sí... sí... —respondí eufórica tartamudeando, rompiendo el silencio que mantenía desde que mi novio se había marchado.

—De acuerdo —concedió Pedro sonriente, satisfecho por mi sumisión.

Ésta vez no me agarrarían desprevenida. Respiré profundo para llenar mis pulmones de aire, antes de que Pedro volviera a sumergir mi cabeza sujetándome por la nuca. Y tal como lo esperaba (o deseaba), una vez más él comenzó con sus embestidas de cadera contra mi rostro; utilizando su ahora más erecto miembro como bastón de castigo. Afortunadamente podía contener más tiempo la respiración, por lo que podía apreciar su gran miembro mucho mejor. Cuando este golpeó en mi nariz, ¡juro que casi pude oler su aroma bajo el agua! Estaba en un éxtasis total.

Obvio, Pablo justo a lado, era el único que estaba en posición de deleitarse con la escena antes sus ojos, masturbándose frenéticamente (espero). Parecía dar la impresión de que Pedro estaba follándome salvajemente por la boca estando yo bajo el agua. Por eso es perfectamente entendible que cuando su amigo me permitió emerger nuevamente estuviera ansioso por participar.

—¡Mi turno! —gritó Pablo deseoso por unirse a la diversión.

“¡Por fin, ya era hora que Pablo mostrara un poco de iniciativa!”, pensé en mi interior. Pedro me sujetó por el brazo para hacerme girar sobre el agua y de esa manera empujarme en dirección de su amigo. Sin desaprovechar la oportunidad para darme una nalgada en los glúteos, alcanzando a introducir algunos de sus dedos en la unión de ellos. ¡Caramba, a Pedro no se le pasaba nada!

Pablo me recibió más que sonriente, desesperado por reproducir para Pedro, la escena que él antes había estado disfrutando. Yo conociendo la rutina, una vez más, aspiré aire tan fuerte como pude; tomando esto el fornido chico como señal para empezar. Pablo me sumergió sujetándome por los hombros y sin más preámbulos comenzó a embestirme con su cadera.

La excitación de Pablo era tal, que su miembro se encontraba completamente erecto, proyectándose bajo su calzoncillo. Éste golpeó repetidamente en mi rostro sin contemplación, casi clavándose en mi ojo; con un ritmo un poco más lento que el de Pedro que me permitía apreciar su gran tamaño con un mínimo de error. Su bulto me golpeó en la frente, en la nariz, en mis labios; si no fuera por la necesidad de mantener la boca cerrada para evitar que escapara el aire, fácilmente su miembro hubiese entrado en mi boca con todo y el calzoncillo gris de por medio.

A ciegas, me era imposible determinar cuál de los dos chicos tenía el miembro más grande y grueso; pero una cosa era segura: cualquiera de los dos era mucho mayor que el de mi novio, quien yo suponía no tardaría en regresar. Si mi plan era poder seguir disfrutando de los miembros de estos dos chicos, necesitaba pensar en una forma de poder aprovechar mejor el tiempo que me quedaba.

Casi un minuto después Pablo me permitió emerger a respirar. Su rostro se encontraba extasiado; era obvio que lo había disfrutado más que Pedro y yo. Quizás siendo un chico tan reprimido, jamás imaginó lo que el destino tenía preparado para él. Para ser honesta, creo que yo tampoco lo pude prevenir.

Dirigí la mirada hacia Pedro, buscando su aprobación con mi desempeño. Su mano derecha dentro de su calzoncillo me hizo saber que así era, masturbándose enérgicamente mientras babeaba observándonos. ¡Cielos, ambos chicos eran patéticos! Este era el momento ideal para que yo volviera a tomar el control de la situación.

Sonreí pícaramente a Pedro, invitándole a unírsenos en la diversión. Bastó un simple movimiento de mis ojos para indicar a Pedro que se pusiera justo detrás de mí. Sin pensarlo dos veces, el atlético chico, tomó posición entre mis piernas detrás de mis glúteos, sujetándome por la cadera. Yo me sujeté a la cintura de Pablo, introduciendo mis dedos en la cintilla de su calzoncillo, antes de levantar la mirada para indicarle que ahora él tendría el control total de toda la diversión. Él sería el único responsable de determinar cuándo iniciar y cuando parar; su amigo y yo nos someteríamos a su decisión.

Ni siquiera me molesté en tomar aire. No importaba cuanto tiempo los chicos quisieran mantenerme bajo el agua, estaba segura de que lo soportaría. Toda la excitación que experimentaba en ese momento hacía que el riesgo inherente valiera la pena.

Pablo sonrió en silencio aceptando la encomienda que le había sido asignada, y sin más demora, me sumergió brutalmente en el agua sujetando mi cabeza nuevamente por la nuca; para inmediatamente después abalanzarse con su cadera contra mi rostro con una actitud tan dominante y perversa, que no le había visto en todo el día.

Su miembro, aún erecto, era empleado para restregar una y otra vez su inmunda ropa interior contra la delicada piel de mis mejillas; alternando su ángulo de ataque de un lado a otro. Primero por la izquierda, luego por la derecha, sin olvidar pasar por debajo de mi nariz; permitiéndome apreciar, aunque fuera sólo con la imaginación, ese rancio olor de macho que tanto me excitaba. Exquisito.

De Pedro obviamente no me podía quejar, su carácter fuerte había sido más que probado durante todo el día, por lo que estaba más que segura que no me decepcionaría. Sujetándome firmemente por la cintura con ambas manos, empujaba su pelvis contra mi cuerpo con violencia; soportando como un verdadero hombre, el dolor auto infringido cuando su miembro se doblaba angustiosamente sobre sí mismo, al momento de chocar con la unión inferior de mis glúteos.

Con cada una de sus certeras y fuertes embestidas intentaba hacer un leve giro; como si él creyera que utilizando su duro miembro a manera de tornillo conseguiría perforar la delicada tela de mi diminuta prenda. Quizás no estaba tan errado, pues con cada estocada conseguía introducir su filosa daga más profundamente dentro de mi alma, aún que fuera sólo de manera superficial.

Yo me sujetaba fuerte a la cintura de Pablo, tratando de mantenerme sumergida; mientras intentaba a toda costa evitar que mi cuerpo ingrávido, se doblara por la mitad en cada ocasión que las poderosas acometidas de los chicos coincidían sobre mi ser. La sensación que me invadía era indescriptible. El sentirse deseada con locura por dos atléticos jóvenes y saber que, por esos escasos segundos, en su mente no había espacio para nada que no se relacionara con mi cuerpo y las innumerables formas en que podían gozar con él a su antojo, habían disparado mi excitación a mil. ¡Definitivamente no quería que esto terminara!

Completamente enajenada de la realidad, en mi propio y exclusivo mundo de fantasía, a mis pensamientos llegó el ineludible y siempre odioso hábito de comparación; para intentar determinar cuál de mis dos flanqueadores había sido mejor bendecido por la madre naturaleza, anatómicamente hablando. Por enfrente tenía a Pablo, abofeteándome en el rostro sin parar, con ese enorme bulto frontal. Y por detrás tenía a Pedro empalándome continuamente con su filosa y larga estaca. Simplemente imposible decidirme por uno de los dos. Me sentía en el paraíso.

Unos cuantos minutos después, casi por casualidad, recordé lo imprescindible que es para un hermoso y sensual organismo como el mío volver a respirar. ¡Estaba tan absorta, gozando sin control que lo había olvidado una vez más! ¡Definitivamente estaba como poseída!

Pero no era solamente la necesidad de subir a tomar aire lo que me hacía recordar la superficie, sino también el viejo hábito de jadear emitiendo algún sordo sonido que yo tenía por costumbre realizar durante el acto de copular; lo cual resultaba un poco difícil dado las circunstancias especiales de aquel momento. Nunca mi garganta había tenido que silenciar tantos gritos y gemidos de placer como en esa ocasión.

Sin embargo, yo no pensaba acobardarme tan fácilmente, sino todo lo contrario, estaba deseosa de encontrar la forma de prolongar ésta situación al máximo. Y entonces, providencialmente, pude recordar donde tenía puestas ambas manos. ¡Exacto! ¡En la cintilla del calzoncillo de Pablo!

Una idea había llegado a mi mente ofreciendo una ingeniosa solución a mi dilema. Sólo tenía que halar un poco hacia abajo la prenda interior del fornido chico y ésta se deslizaría por sus muslos gracias a su enérgico movimiento de cadera; y de esa manera yo estaría en posición de poder disfrutar de su enorme miembro sin intermediario. Sin embargo, justo antes de animarme a desnudarlo una duda me detuvo.

¿Cómo se sentiría Pedro al verme desnudar a su amigo enfrente de él? ¿A caso no iba a desear que yo hiciera lo mismo por él? Lo último que yo quería es que Pedro se pusiera celoso y terminara abruptamente con nuestra excitante coreografía en progreso; ¡la verdad la estaba disfrutando demasiado! Desafortunadamente, por él estar ubicado en mi 'otro extremo', no había manera humana posible de desnudarlo al mismo tiempo que a Pablo; por lo que si llegaba a desear el mismo trato tendría que esperar por su turno.

En una fracción de segundo el riesgo fue sopesado y aceptado, tenía mucho que ganar y poco que perder; ¡había que aprovecharlo! Sin nada más que pudiera yo hacer; implore al cielo para que le otorgara a Pedro, la paciencia suficiente para esperar a que yo me pudiera ocupar de él.

Sincronizando hábilmente mis manos con el rítmico movimiento de cadera de Pablo, jalé ligeramente hacia mí la cintilla de su íntima prenda tan precisamente, que con un sólo movimiento pude bajarla hasta sus rodillas sin interrumpir su frenético vaivén. ¡Fue algo mágico!

De un instante a otro, mis mejillas ya no eran restregadas con esa desgastada tela gris; sino más bien eran acariciadas con la firme y tersa piel que cubría su miembro desde la punta de su enorme cabeza, hasta donde el grueso tallo se unía con dos grandes bolas peludas.

En efecto, sin la presión de su ropa interior impidiendo su erección podía apreciar perfectamente como su miembro se extendía cuan largo era; cubriendo toda la longitud de mi rostro sin problema. Era divertido intentar calcular su tamaño al momento que una de esas ásperas bolas golpeaba en mis labios, mientras la punta de su glande acariciaba el lóbulo de mi oreja. ¡Sublime!

Pero si había algo que me había dejado impresionada, era el tamaño de sus testículos; se sentían gigantescos cada vez que ese par de bolas golpeaba contra mi rostro. Como dos enormes albóndigas de carne recién cocidas, tiernas y carnosas.

Claro está, que previamente yo había tenido la oportunidad de sentir las bolas de un hombre en mi cara; y no me refiero a bolas minúsculas como las de mi novio; hablo de las bolas de un hombre de verdad, de esas que te provocan morder y lamer por horas, mientras los gruesos cabellos con que están cubiertas se pegan a tu paladar.

Posiblemente la falta de gravedad permitía a sus testículos flotar e inflarse sin colapsar, y esa era la razón por la que daban la impresión de ser más grandes de lo que realmente eran. No lo sé, no soy científica; lo único que me importaba era poder disfrutar un poco más de lo que Pablo tenía para ofrecer.

Y lo mejor de todo era que ninguno de los chicos había alterado su ritmo, ¡ni siquiera una fracción de tiempo! Ambos continuaban sin inmutarse, lanzando sus duros y enormes miembros contra un magnifico objeto de deseo entre ellos, ¡como si nada hubiese pasado!

Mis preocupaciones previas habían sido en vano, no podía estar más complacida. Quizás mi maniobra había sido tan eficiente que Pedro no la hubiese notado, por haberla yo realizado bajo el agua; o tal vez era sólo que él tenía los ojos cerrados en ese preciso momento. Pero una cosa era más que segura: no había manera de que a Pablo le hubiera podido pasar desapercibido. Sus acciones posteriores no dejaron ninguna duda de ello.

Sin previo aviso, Pablo fijó como objetivo mis bien cerrados labios; plantando la cabeza de su pene sobre ellos sin pretender despegarlo hasta conseguir abrirlos. Intentando utilizar su miembro como si se tratase de una gruesa barra de metal, la cual fungiendo de palanca podría ser utilizada para abrir un cofre del tesoro. Imposible evitar sonreír con lo desesperado de sus actos, ¡patético!

Sin embargo, yo no podía complacerlo, no en ese momento; sabía que tan pronto mis labios se despegaran escaparía la última bocanada de aire que mantenía en mi interior. De hecho, mi vientre prácticamente había desaparecido dentro de mi tórax buscando exprimir cada molécula de oxígeno en mis pulmones. Si lograba salir viva de ésta situación habría tiempo para complacencias más específicas.

Estaba tan embelesada con el grandioso falo frente a mí, que casi me olvido por completo de Pedro, quien no cejaba en sus fuertes embestidas contra mis glúteos, ¡que ingrata! El sentido básico de justicia exigía que debiese tener para él la misma cortesía que estaba teniendo con Pablo; además, estaba el hecho de que aún me sentía mucho más atraída hacia él.

Los tres seguíamos gozando como locos sin que ninguno de los tres quisiera parar, pero claro eso tenía que suceder tarde o temprano. En determinado momento, Pablo se detuvo bruscamente y con un fuerte jalón de cabello me llevó a la superficie permitiéndome respirar nuevamente. De no ser por él, no sé qué hubiera pasado.

Mi boca se abrió tan pronto mi cabeza salió del agua, aspirando profundamente desesperada; emitiendo un sonido ronco al momento que el aire fresco se habría paso, entrando rápidamente por mi garganta hasta llegar a mis pulmones. ¡No podía creer el tiempo que había permanecido sin respirar bajo el agua de la piscina! Definitivamente el cuerpo humano es capaz de realizar grandes hazañas con la correcta motivación.

Los chicos reían perversamente viéndome jadear penosamente en medio de ellos tratando de recuperar el aliento después de semejante proeza física. Por poco me desmayo al sentir el cambio de la presión que era ejercida sobre mi cuerpo. ¡Cielos, mi rostro debería estar morado!

—¡Pendeja, casi te ahogas, pero la rica sobada que te pusimos nadie te la quita! —comentó Pedro a modo de broma, riendo abiertamente sin una pizca de compasión.

El comentario de Pedro me hizo un poco de gracia, como si él realmente creyera que valía la pena que yo arriesgara mi salud con tal de dejarme sodomizar por ellos dos; lo cual había sido completamente cierto. Por supuesto, el que yo reconociera ese hecho abiertamente era algo muy diferente.

—He tenido mejores —respondí con sarcasmo, esforzándome por reír entre jadeos antes de recobrar la compostura.

—Si eso es cierto, estoy seguro de que no fue con el pendejo de tu novio —refutó Pedro, continuando con su broma, sin estar errado del todo.

—Obvio no —respondí tajantemente dándole la razón.

Pedro continúo riendo abiertamente en medio de la piscina, satisfecho con mi reveladora respuesta, pues ahora sabía que yo no tenía problema en ser le infiel a mi novio; hasta que un sutil movimiento de Pablo le quitó la sonrisa de su rostro.

—¡¿Qué?! —exclamó Pedro abriendo sus ojos tan grandes como pudo, al momento de ver volar los calzoncillos de Pablo hacia fuera de la piscina.

Pedro estaba completamente atónito, no podía creer que él no hubiese notado antes que, su tímido amigo, estuviera frotando la piel de su inmundo miembro directamente contra mi rostro, ¡justo enfrente de él! Pero lejos de molestarse, sonrió ingenuamente burlándose de su propia inocencia.

Yo sonreí pícaramente, encogiendo los hombros en señal de culpabilidad, sin decir una palabra antes de regresar a flotar suavemente sobre la superficie del agua enfrente de él. Sujetándome a su cintura para ofrecerle amablemente repetir lo que recién le había permitido a su amigo.

—¡En verdad que eres una gran puta! —exclamó Pedro acariciando mi rostro con una sonrisa de lujuria en sus labios.

Gracias al cielo, Pedro no se había molestado o puesto celoso porque yo hubiese sido demasiado 'amable' con su amigo. A estas alturas, creo que él ya entendía bien la manera tan pesada en que me gustaba jugar con los hombres a mi alrededor.

Antes de que él pudiera reaccionar, introduje mis dedos en la cintilla de su calzoncillo; al igual que lo había hecho con Pablo sólo que, en ésta ocasión, planeaba bajárselos inmediatamente tan pronto me sumergieran en el agua. Lo jalé levemente hacia mí, como si pretendiera mirar lo que el atlético chico escondía bajo su ropa.

A mis espaldas, Pablo callado y sumiso como siempre, se aprestó a tomar su nueva posición entre mis piernas justo detrás de mis glúteos; masajeando su miembro con ambas manos, impaciente por tomar su rol en el segundo acto de nuestra divertida puesta teatral.

—¡Ahora vas a ver lo que es bueno, pinche puta de mierda! —amenazó Pedro sujetando mi cabeza por la nuca, con la actitud dominante que lo caracterizaba.

Aspiré aire tan profundamente como pude, previniendo que pasaría más tiempo bajo el agua que en las ocasiones anteriores. Pedro me sumergió brutalmente sin darme tiempo a terminar, provocando incluso que tragara un poco de la clorada agua de la piscina, ocasionando que mi garganta colapsara. Pero no había tiempo para arrepentirse, si quería seguir gozando con la anatomía de esos hermosos chicos había que actuar rápido.

Inmediatamente jalé el calzoncillo de Pedro hacia abajo llegando hasta sus muslos, dejando su miembro justo frente a mí, preparándome para ser embestida sin piedad. Sin embargo, esto no ocurrió de inmediato. Extrañamente Pedro se dio el lujo de quitarse su sucia prenda, levantando un pie a la vez. Para al final colocarla en mi rostro, utilizando sus dedos para intentar introducirla entre mis sellados labios.

¡Demonios, no podía creer lo que él estaba haciendo! ¡Yo queriendo aprovechar el poco tiempo que me quedaba estando a solas con los chicos y el muy idiota desperdiciándolo! ¿O acaso ahora Pedro me negaría su miembro como castigo por haber dado preferencia a Pablo? No importaba cual fuera la causa de su irracional comportamiento, sólo podía implorar al cielo que el chico recapacitara para el beneficio de ambos. ¡Demonios!

Al ver que su calzoncillo no se mantenía en mis labios, Pedro comenzó a restregarlo lentamente por todo mi rostro, como si pretendiera limpiarlo con ellos; mientras yo seguía sujetada a su cintura, esforzándome por retener la respiración completamente furiosa. ¡No lo podía creer, todo mi esfuerzo para nada!

Estando molesta a rabiar, recordé a Pablo, quien desde un inicio no había parado en sus embestidas contra mi cuerpo. Gracias al cielo, al menos Pablo si estaba dándole la seriedad al asunto aprovechando el escaso tiempo que nos quedaba; arremetiendo con su cadera contra mis glúteos tratando de hundir mi tanga lo más profundo entre ellos, claro está, valiéndose de su duro y enorme miembro para ello. Este chico se merecía un premio, aún no sabía si se lo daría o no, pero absolutamente se lo merecía.

Consolada, en el hecho de que al menos para uno de los chicos yo seguía siendo un objeto de deseo, comencé a pensar una alternativa para poder sentir el miembro y los testículos de Pedro en mi rostro; y de esa forma responder la pregunta de cuál de los dos chicos estaba mejor dotado por la naturaleza.

Después de todo, ahí estaba el miembro de Pedro, justo frente a mí, al alcance de mi mano. Sólo tenía que hacer un poco de fuerza en los brazos y mi cuerpo saldría proyectado contra su cadera, resolviendo la incógnita que me tenía completamente intrigada.

Sin embargo, sabía bien que al hacer esto, estaría castigando indirectamente a Pablo al negarle mi trasero por unos pocos segundos, después de que él había sido el único que me estaba haciendo gozar en ese momento. Lo que me parecía algo ingrato de mi parte y un poco injusto para él.

Con mis pulmones carentes de oxígeno de nueva cuenta, y el reloj corriendo sin parar, tuve que sopesar el costo beneficio una vez más. La decisión había sido tomada, no había marcha atrás. Tan pronto Pedro retiró sus calzoncillos de mi rostro se presentó una ventana de oportunidad, ¡había que aprovecharla! Pero justo antes de lanzarme al abordaje, sentí ese anhelado y duro miembro golpeando fuertemente contra mi rostro tomándome totalmente por sorpresa.

Aliviada, agradecí al cielo el que el chico delante de mí hubiese recobrado la razón, dejando de lado sus absurdos juegos; para a continuación, entregarme completamente a gozar siendo acribillada por aquellos bien dotados chicos. Su miembro se sentía duro y enorme; y al igual que Pablo intentó utilizarlo a manera de palanca para abrir mis labios clavando su glande entre ellos repetidamente.

Si tan sólo lo hubiese intentado antes, yo hubiera estado en condiciones de complacerlo. En ese momento mi abdomen se había refugiado nuevamente entre mis costillas. No podía darme el lujo de desperdiciar mi última bocanada de aire. Lamentaba ser ruda, pero quizás esa sería la única forma en que el chico aprendería a ser más dedicado en sus deberes.

Al no conseguir lo que deseaba, Pedro comenzó a frotar su miembro contra mi rostro lenta y deliciosamente. Tomándose el tiempo de colocar sus enormes testículos bajo mi nariz. Puedo jurar que incluso sentí el grueso y áspero cabello púbico atorarse entre mis labios. Y en ese preciso instante, pude resolver la importante interrogante.

Ciertamente ambos chicos estaban muy bien dotados; y cualquier chica estaría feliz de tener la oportunidad de gozar fornicando con uno de ellos. Y aunque una primeriza podría no notar ninguna diferencia en la longitud o grosor de sus miembros, un ojo bien experimentado (como el mío), sí era capaz de detectar esa sutil diferencia. La cual puede llegar a ser muy importante en la cama, o cualquier otro lugar en el que se pueda fornicar.

Pero como siempre, tarde o temprano todo lo bueno tiene que terminar, o al menos ponerse en pausa. Estando yo todavía semi sumergida bajo el agua, con la adrenalina a tope, esforzándome por exprimir las últimas moléculas de aire en mi sistema y los chapoteos y gemidos de placer de los chicos a mi alrededor; en determinado momento alcancé a escuchar perfectamente el motor de la camioneta de mi novio, deteniendo su marcha al estacionarse frente a la casa. El tiempo se nos había acabado. ¡Demonios!

(9,25)