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La tía necesitada y el sobrino complaciente

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Había jurado bandera y le dieran un permiso en el cuartel. En el pueblo no había mucho con que divertirse y cómo le gustaba la pesca fluvial, solía ir a pescar al río. ¡Tiempos aquellos en que los ríos eran ríos con aguas cristalinas y estaban repletos de truchas, anguilas...!, pero volvamos al río. Enrique, un tocayo mío, siempre pescaba en un recodo donde solían picar las truchas.

Y como de costumbre paso a escribir el relato en primera persona.

-Caíste, cabrona -dije al sacar una trucha del agua.

Estaba tan enfrascado quitando el anzuelo de la boca de la trucha para meterla en la cesta con las otras que no la sentí llegar, pero oí su voz a mis espaldas.

-Para cabrón tú.

Me giré y le pregunté:

-¿Qué pasó, Albina?

-¡Y aún me lo preguntas!

Me cogió los huevos con la mano derecha, y me dio dos bofetadas con la mano izquierda, una mano grande con dedos gordos: "Plas, plas", y me dijo:

-Si te vuelves a tocar a mi hija te los arranco.

Me tenía los huevos agarrados y podía apretar, le dije:

-Vale, vale, lo que tú digas, tía.

Me dio otras dos bofetadas de banda a banda: "Plas, plas."

-¡Es que si no lo haces te quedas sin huevos!

-Suelta mis cojones y aclaremos este mal entendido.

-¡¿Me vas a decir que no te pasaste por la piedra a tu prima?!

Me miraba con ojos de loca. No podía negarlo. Tenía que ser sutil con ella.

-No la pasé por la piedra, hicimos del amor, tía.

Apretó un poquito y me estremecí.

-¡A darle por culo le llamas tú hacer el amor!

-¿Te lo contó todo?

-Todo, con pelos y señales.

-Entonces también te diría que fue ella la que se metió en mi habitación desnuda y más mojada que el mar Mediterráneo.

-¡Pero es tu prima!

-Y mayor de edad. Suéltame los cojones que si se te va la mano va a ocurrir una desgracia.

-¡Desgracia lo eres tú, una desgracia humana.

Al soltar mis huevos le hice una llave, la puse boca abajo sobre la hierba, sujete sus brazos en paralelo a su cuerpo con mis rodillas y le puse un brazo en la espalda. Jalé su cabello y le puse mi boca junto a su boca, Albina, revolviéndose y rabiosa quería morderme en los labios. Me dijo:

-¡Falso!

Su cabello olía a colonia y sus sobacos a desodorante Rexona. Albina se arreglara bien para darme cuatro bofetadas y cogerme los cojones. Le dije:

-Marta es mayor de edad y vamos a follar cada vez que tenga ganas. ¿Entendido, Albina? Y ahora te voy follar a ti, ya me cansé de hacer pajas a tu salud.

-¡Mal nacido! ¿Me vas a violar?

-Te vas a dejar. Sé que tienes ganas.

-¡Cabrón! Llevo dos años viuda y quieres ver si flaqueó.

-Flaquearás. -hable con voz melosa-. Imagina mi polla gorda y jugosa en tu boca...

-¡Te la arrancaría de un mordisco, cerdo!

Le lamí una oreja.

-Tu lengua lamiendo...

-Sí, tu culo.

-No lo descarto... Tu boca chupando mis cojones llenos de leche,

-¡Te los arrancaría!

Le lamí la otra oreja.

-Los cojones yendo de un lado al otro dentro de la bolsa...

-¡Desparramados sobre la hierba iban a quedar!

Albina tenía 44 años, era robusta, de estatura mediana, tenía el cabello corto, los ojos azules, un culazo... Estaba muy buena, pero yo tampoco estaba mal, un metro setenta de estatura, buenos pectorales, cuidados deltoides, bíceps y tríceps, ancho de espalda, cintura estrecha, culo redondo y prieto, pelo cortito, ojos negros... No, no estaba nada mal, por eso sabía que le gustaba, por eso y por otras cosa que no revelaré ahora, le dije:

-Te voy a calentar hasta que te dejes.

-¡Suéltame, desgraciado!

La besé el lado izquierdo del cuello.

-Te voy a follar hasta que no puedas más, Albina? Te voy a bañar de leche y me vas a dar de beber los jugos de tus corridas.

-¡Te voy a matar!

Le chupé el lado derecho del cuello, y después le dije:

-¿A polvos?

-¡A hostias!

La besé en los labios y casi me da un mordisco.

-Acabarás dejando que te lo coma todo.

-¡A una perra se lo vas a comer todo, perro!

Volví a hablarle con voz melosa.

-Mi lengua yendo de abajo arriba de tu coño mojado...

-Sueña.

-Entrando y saliendo de tu vagina...

Le mordí el lóbulo de una oreja.

-¡Serás cerdo!

-Lamiendo tu pepita, de abajo a arriba, de un lado al otro...

Le mordí el lóbulo de la otra oreja.

-No me vas a calentar.

-Acabarás corriéndote en mi boca.

-Correr te voy a correr yo a ti, a palos.

Ya no se revolvía, pero yo no le soltaba el cabello y no separaba más de cinco centímetros mi boca de su boca más que para besar, lamer y chupar su cuello y morder los lóbulos de sus orejas, le dije:

-Ya estoy empalmado. ¿Tienes el coño mojado?

Ella seguía lo suyo.

-Lo que estás es muerto y no lo sabes.

Ya ni ella misma se creía lo que decía

-No te resistas, deja que te lleve al cielo.

-Al infierno iríamos los dos.

Le lamí y chupé los dos lados del cuello le lamí las orejas, le mordí los lóbulos, y después le dije:

-¿Te dejarías si supieras que nadie se iba a enterar, Albina?

-No digas tonterías, eres mi sobrino.

-¿Y qué? No sería la primera tía que folla con su sobrino.

-Se enterase mi cuñada me mataría.

Ya se empezaba a dejar llevar por la calentura.

-¿Te comieron el culo alguna vez?

-¡Eres un guarro!

Poniendo voz melosa de nuevo, le dije:

-¿Mi lengua lamiendo tu ojete, dándole besos negros...?

-Cochino.

-¿No te gustaría que me corriera en tus tetas y que después te las mamara?

-Estás loco.

-¿No te gustaría que te comiera el coño después de correrme dentro!

-Enfermo.

-Si Marta te contó todo con pelos y señales también te diría que le encantó que le comiera el coño pringado con mi leche y que se corrió cómo una perra. No sé a qué viene lo de cerdo, lo de loco ni lo de enfermo.

-No la creí.

-¿Te calentaste cuando te dijo todo lo que le hice?

-Me dio asco.

Ya se había hecho de noche. La luna estaba llena y los grillos y las cigarras estaban de fiesta. En los chopos ya se refugiaran toda clase de pájaros para escapar del calor y descansar. Le bajé un poco las bragas. Estaban para tirar de tantas babas. Metí mi mano entre sus nalgas, con dos dedos toque su coño. Me salieron llenos de babas.

Albina se quedó quieta, y me dijo:

-Para, Enrique, para ahora y de esto no se entera nadie.

-Tienes el coño cómo si hubieran llovido babas por él. ¿Me dejas ahora que te lo coma?

-No. Sería una indecencia por mi parte, y yo soy muy decente.

Le puse los dedos mojado de babas en los labios y cerró la boca. Volví a jalar su cabello, se los pasé por debajo de la nariz y después los chupé yo. Le besé el cuello... Saqué la polla, me eché encima de ella y la metí hacia abajo entre sus nalgas. Al tener las piernas cerradas rocé su coño y mojé la polla. Me dijo:

-No sigas.

Le cogí las nalgas con las dos manos y le pase la polla entre ellas cómo si fueran tetas.

-Para, Enrique, para.

Le pasé los cojones entre las nalgas y después froté la polla en el coño mojado y en el ojete y luego le lamí el ojete y le metí y saque la punta de la lengua. Albina ya tenía las manos libres y se podía dar la vuelta, pero seguía quieta con la cara apoyada en la hierba. Con voz dulce, me dijo:

-Para, hombre, para.

-¿De verdad quieres que pare, tía?

-Sí.

Sabía que no quería que parara porque echaba el culo hacia atrás cuando le entraba la punta de la lengua en el culo. Le pregunté:

-¿Me dejas que te la meta en el culo?

-No estaría bien.

Le froté la polla en el ojete y le di dos cachetes en las nalgas.

-¿Meto?

-No.

Le di otros dos cachetes y metí la punta.

-Quita, quita.

La quité, le di otros dos cachetes y se la volví a frotar en el ojete.

-Meto.

Ya se puso la soga al cuello

-Solo un poquito, cómo antes.

Le di dos cachetes más y metí la puntita otra vez.

-¿Sigo metiendo, Albina?

Ya se ahorcó.

-Mete, pero despacito.

Giré su cabeza con mimo. Besé sus labios, ella metió su lengua en mi boca, se la chupé y nos dimos un beso tan largo cómo húmedo, después del beso se quedó quieta cómo una muerta. Le metí el glande, repitió:

-Despacito.

Agarrando sus manos con las mías le follé el culo despacito al principio y a romper, sin piedad, cuando se puso a cuatro patas. Pasados unos minutos de "toma pirola, Manola", no pudo evitar comenzar a gemir, y no lo pudo evitar porque se estaba corriendo. Lo noté en que su ojete no paraba de abrirse y de cerrarse. Al cesar el tic-tac del culo, se la saqué y me corrí en la entrada de su coño. Luego le dije:

-Quiero comer tu coño.

-Come, cómelo hasta que me corra en tu boca.

Me aparté y se dio la vuelta. Le subí la falda y le bajé las bragas hasta los tobillos. Le olí el coño profundamente un coño con una mata de pelo rizado que parecía un capo de helechos negros, y le dije:

-Hueles a pecado, Albina.

-Es que estamos pecando, Enrique.

Me cogió la cabeza con una mano y me llevó la boca a su coño.

-Huele bien.

Flexionó las rodillas y se abrió de piernas. Besé el interior de sus muslos y lamí la humedad que había en ellos al lado del coño, lamí el coño, un coño lleno de leche y jugos, que más que coño parecía un bebedero de patos, y me preguntó:

-¿A qué te huele?

Me salió del alma.

-¡A puta!

-Pues cómelo, putero.

Le metí el dedo pulgar en el coño, lo saqué pringado de jugos y con la yema le acaricié el ojete. Mi lengua le dio una lamida de abajo a arriba y salió cubierta de jugos que me tragué.

-¿Vas a correrte en mi boca?

-Para eso tienes que hacer que me corra.

Le lamí un labio, le lamí el otro. Luego los separé con dos dedos y se los chupé, para acto seguido meter mitad de mi lengua dentro de su coño. Me dijo:

-Vas bien.

Le lamí el clítoris con suavidad, de abajo a arriba, lateralmente y alrededor.

-Vas bien.

Le eché con dos dedos el capuchón del clítoris hacia atrás, lamí el glande erecto varias vece y se lo chupé.

-¡Vas muy bien!

Le puse la lengua sobre su clítoris y presioné. Albina movió la pelvis en todos los sentidos. La mujer tardó muy poco en decir:

-¡Me corro, Enrique!

Le metí la lengua dentro de la vagina y ella, retorciéndose y gimiendo, me dio los jugos de su corrida.

Al acabar, le bajé las copas de su sujetador negro y vi sus grandes tetas con areolas rosadas y pezones gorditos. Las cogí con las dos manos, metí la polla en medio de ellas, las apreté y se las follé. Albina cerró los ojos.

-¿Y ahora que me vas a hacer?

-Quiero correrme en tus tetas y después comerlas.

-Lo estaba esperando con impaciencia.

Me ayudó. Juntaba las tetas con mi polla dentro, las separaba, me mamaba la polla, las volvía a juntar... No tardé mucho en correrme... Con veinte años se tiene leche para descarrilar un tren. Le cubrí los pezones y las areolas con ella y aún eche algún chorrito de la leche por los lados de las tetas. Lamí la leche de sus pezones, y lamí y después mamé sus areolas y para acabar lamí la de los lados de las tetas, después, le pregunté

-¿Qué hacemos, subes las bragas o te las acabo de quitar?

Se sentó, se comenzó a desnudar, y me respondió:

-Desnúdate

Me bajé los pantalones, me quité las zapatillas, quite la camisa, y al estar en pelotas, me dijo:

-¡Qué bueno estás, cabrón! ¡¡Te voy a dejar seco!!

Al estar desnuda se arrodilló delante de mí y me masturbó. Escupió en su mamo callosa de trabajar el campo y me la meneó, aún con saliva se sentía áspera. Me lamió y chupó los cojones y sintió cómo se iba uno para un lado y otro para el otro nadando entre la leche. Lamió la polla de abajo a arriba y de arriba a abajo. Me lamió la cabeza, la chupó, chupó la polla casi entera... Se hartó de polla. Al sentir que me iba a venir, le dije:

-¿Quieres leche calentita en tu boca?

Me respondió.

-La quiero en otro sitio.

Al correrme la sacó de la boca y la frotó en sus tetas, después se levantó y me dijo:

-Mama mis tetas.

Le gustara lo que le hiciera, ya que quería una repetición, y la tuvo, lamí y mamé hasta dejar sus grandes tetas limpias, después me agaché y le lamí el coño mojado. Me dijo:

-Haz que me corra otra vez, Enrique.

La saludé poniendo la mano en mi sien derecha y le dije:

-¡A sus órdenes, mi capitana!

Le hice otra mamada de coño. Al rato, la capitana comenzó a dar órdenes.

-Chupa más fuerte mi pepita -le chupé el clítoris cómo me dijo-. Lame... chupa... lame... lame... chupa... lame... más aprisa, mas... ¡¡Toma!! -dijo echando la pelvis hacia delante y corriéndose en mi boca.

Me tragué sus jugos y me relamí. Después se puso a cuatro patas.

-Dentro de mi chocho no te corras, pero para correrte dentro del otro sitio tienes mi permiso.

Me acababa de decir que se la podía volver a meter en el culo, no, insinuó que le gustaba por el culo, fuera cómo fuera la cogí por la cintura y pasé mi lengua entre sus nalgas varias veces, después moví puntita alrededor de su ojete, que comenzó a abrirse y a cerrarse esperado que entrara dentro de él, y entró, y la quiso apretar y se le escapó, volvió a entrar y se le volvió a escapar..., y así estuvo el ojete largo rato queriendo comer cada vez con más ganas. Albina se puso tan cachonda, se folló el coño con dos dedos, Al ver lo que hacía le puse la polla junto a los dedos, la cogió la metió hasta el fondo, y me dijo:

-Dame duro.

La follé a romper. Sus dedos volaron sobré el clítoris y poco después, con sus piernas sacudiéndose y jadeando cómo una perra, se vino diciendo:

-¡Pedazo de corrida!

Baño mi polla y bailó con ella ritmos acompasados. Ahora te aprieto, ahora te suelto, ahora te aprieto... A duras penas pude aguantar. Nada más acabó le metí el glande en el culo y me corrí mientras mi polla iba entrando en él.

Al acabar de correrme, y mientras nos vestíamos, me dijo:

-Gocé cómo nunca, Enrique.

Cogió tres billetes de mil pesetas que tenía doblados dentro de un zapato y me los dio.

-Para que te sea más llevadera la mili.

-El trato eran mil, Albina. ¿No echara en falta tu marido tanto dinero?

-Ese anda borracho día y noche, no se entera de nada.

-¿Y tus hijos?

-Marta y Enrique no saben lo que tengo.

Quique.

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