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Las manos de mi madre
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Tiempo de lectura: 26 minutos

La cruda realidad me estalló en la cara cuando el día después de mi cirugía en ambas manos fui plenamente consciente que durante al menos varias semanas estaría sin manos.  Si, literalmente sin manos. No podía hacer absolutamente nada sin mis dos preciadas manos. Ni comer, ni rascarme la nariz, ni orinar si quiera para al menos sacar mi pene o bajarme el pantalón. Era horrible. Escasamente las puntas de mis falanges se asomaban y podía moverlas un tanto.

Maldije la vida en ese minuto. Maldije mi bicicleta de la que caí estrepitosamente al andar por aquella maldita vía asfaltada en pendiente. Mis manos soportaron el peso de mi cuerpo al impactar contra el suelo duro y negro y mis muñecas se hicieron añico. Ahora estaba sin manos. No sabía lo terrible que es no tener manos. Es peor que no tener piernas. Verlas así completamente enyesadas sin poderlas mover era una verdadera tragedia.

No pude continuar yendo a mi primer año universitario que acababa de iniciar. Tuve que congelar mis estudios y eso me frustraba enormemente. Estaba deseoso de experimentar eso de ser un primíparo universitario y solo falta una semana para ello. Tranquilo, todo va a pasar, ten paciencia, el semestre próximo inicias y ya está, me repetía mi madre cada día cuando miraba mi rostro frustrado.

Me sentía raro, avergonzado y fastidiado cada vez que tenía que usar el baño para hacer pipi o peor aún para hacer caca. Me incomodaba que mi mama me viera desnudo y aun peor que tuviera que agarrar mi pene para sacudirlo o secármelo con pedazos de papel higiénico. Era todavía más terrible e indignante que tuviera ella que limpiar mi culo después de cada deposición. Aunque ese primer día lo hacía procurando voltear su rostro para mirar hacia otro lado y no avergonzarme tanto.

-Ándale hijo, déjate de tonterías, bien que te limpiaba todo cuando eras un bebé. Soy tu mamá. Relájate.

Pero me era imposible al principio no sentirme incómodo y evitar la vergüenza. Ya no era un pequeño. Ahora ya acababa de cumplir mi mayoría de edad después de todo. Podía entender que mi madre aún me leyera como su niño, pero ya yo no me sentía tal cosa.

Al día siguiente fue mi primera ducha en casa. La pensé mil veces para hacerlo. La idea de estar completamente desnudo ante mi madre y peor aún, que fuera ella quien me enjabonara como un bebé me ponía de puntas de lo incómodo. Dejé pasar el día entero sin decir nada hasta que fue ella misma casi al morir la tarde quien me sentenció a que debía ir ducharme.

Lo hice de mala gana. Me levanté y me metí al baño a esperarla ansioso para que ese momento pasara lo más rápidamente posible.

Ella entró resuelta y cariñosa como siempre con su ropa vieja de estar en casa. Alce mis brazos, con cuidado ella me quitó la franela suave y holgada que yo vestía y me bajó mi calzoncillo y pantaloneta de un solo tirón sin ser brusca. Me sentí al descubierto. Sentí el aire fresco y húmedo del baño recorrer mi desnudez. Era la primera vez que estaba completamente desnudo ante ella desde mi niñez.

Ella ni expresó nada pero su mirada fisgoneó un poco en mi sexo con evidente y natural curiosidad y su mirada recorrió de reojo mi cuerpo desnudo completo. Con mucha naturalidad y ante mi actitud tensa me pidió que alzara los brazos y entrara en la ducha. Lo hice y ella con la llave flexible podía mojar por todas partes de mi cuerpo sin pringar el yeso de mis manos. Me recorría con ternura pero naturalidad. Yo no paraba de sentirme tenso e incómodo, pero extrañamente era agradable sentir sus manos enjabonar mi cuerpo. Cerré los ojos y en silencio dejé que sus manos suaves me recorrieran por toda mi intimidad. Un cosquilleo agradable me invadió.

Me dio una palmaditas en mis nalgas que me sacó de mi estado de paz y me decía cosas como si fuera yo todavía un bebé. Lo hacía con cariño para bajarme la tensión. Yo sonreía un poco avergonzado. Pero cuando me giré y me expuse frente a ella completamente, sentí tensión nuevamente.

-¡Tremenda cosa colgante tienes!, hijo de tu padre tenía que ser ja ja. Eres todo un hombre.

Ese comentario con pretensión juguetona elevó mi vergüenza aun más. No supe cómo reaccionar ante esas palabras. Solo lo decía por romper el hielo y relajar la atmósfera. En todo caso, para mí, mi pene estaba muy dentro de lo normal aunque si un poco grueso según comentarios de una que otra novia que ya había tenido en los dos últimos años. Cerré los ojos en silencio y dejé que me enjabonara mi cuerpo, mi zona pélvica y mi pene. La sensación de su mano en mi zona íntima fue suave y agradable la verdad sea dicha. Pero fue breve, creo que lo más breve que pudo para no fastidiarme. Finalmente todo culminó. Me secó, me echó desodorante y polvo de cuerpo, me ayudó a colocarme un bóxer azul corto y una camisilla.

-Ahora entiendo porque se te pinta siempre un bulto jajaja.

-Ay mami me haces sonrojar.

-No seas tonto. Soy tu madre.

A pesar de lo natural y juguetona de mi madre, no podía evitar sentirme tenso y un tanto avergonzado a pesar de lo placentero del baño. Debo admitir por lo tanto que esa primera ducha fue menos dramática de lo que me esperaba.

Mi mamá había pedido tres semanas de permiso de su trabajo para poder cuidar de mí, al menos hasta que me quitaran los yesos y pudiera yo comenzar a hacerme por mi mismo algunas cosas básicas. Era entonces raro estar todos los días en casa solo con ella. Rodolfo, mi hermano menor iba a la escuela y solo regresaba por las tardes y mi padre se había separado de ella ocho años atrás.

Los días eran tranquilos, pero a ratos era desesperante no poder hacer otra cosa que mirar tv aunque podía con mucho esfuerzo teclear algo en el pc moviendo enteramente mi brazo y pulsando con la punta de mis salientes dedos y poder navegar en el internet un poco, pero me cansaba rápidamente. Mi mamá se ocupaba de mí y el resto del tiempo hacía los quehaceres de casa, sino se relajaba en su alcoba mirando tv. Me hablaba bastante a ratos y creo que eso ayudó a intimarnos y hasta a conocernos un tanto más que antes.

Durante la madrugada ocurrió un primer incidente realmente vergonzoso que marcaría un punto de inflexión en esta historia. Tuve muchas ganas de orinar como solía ser habitual de mi cuerpo, pero al tiempo tenía una tremenda erección de naturaleza fisiológica, de esas que se forman en la noche sin motivo erótico. Así que intenté ir sigilosamente al baño solito y hacer pipí. Salí de mi alcoba, recorrí el pasillo, pasé por la puerta abierta de la alcoba de mi madre contigua al baño que había decidido mantener abierta para atender mis urgencias. Empujé la puerta del baño que estaba medio abierta y con mi brazo pude encender la luz. Craso error. Mi madre de sueño ligero sintió no solo mis pasos, sino también la luz del baño que iluminó el pasillo y de paso un poco la oscuridad de su habitación. Su instinto protector la hizo saltar de su cama y rápidamente salió en su bata corta y su rostro fruncido por la luz molesta y me hizo un reclamo sin enfado del porqué no la había llamado para ayudarme.

-¿Vas a hacer pis?

Yo apenas asentí tímidamente. Ella se acercó sin vacilar y me deslizó mi calzoncillo hacia abajo sin poder aun estabilizar su mirada aturdida por la luz. Mi erección inevitable salió disparada al aire libre. Mi madre miró mi pene crecido por primera vez seguramente. No se lo esperaba y mi vergüenza subió colores a mi rostro.

-Las ganas de orinar me lo pone duro en las noches.

Ella, solo lo miró un segundo y sonrió un poco entre curiosidad, vergüenza y sorpresa.

-Hombres, hombres, ay hombres. ¿Puedes mear así o mejor te sientas en la taza?

Me senté en la taza a esperar a que la erección cediera, pero sabía que iba a tomar unos largos segundos. Cuando volví a mirar hacia arriba noté que mi madre me lo miraba con curiosidad. Pude detectarlo en sus ojos color café ahora dilatados. Notó que yo me daba cuenta que miraba mi sexo y percibí en ella un cierto atisbo de vergüenza. Se sintió pillada contemplando mi intimidad.

-Bueno me avisas, para secarte y subir tu calzón.

Salió del baño un poco y se puso de espaldas en el pasillo sin cerrar la puerta. Fue una rara sensación. De alguna manera convivían en mí, una incomodidad y vergüenza por la situación pero al tiempo un cierto placer de saber que a mi propia madre de alguna manera le había llamado la atención ver mi pene así, erecto. Intenté entonces concentrarme para que mi erección cediera. Poco a poco mi miembro fue ablandándose y un chorrito de orín fue saliendo cada vez con más fuerza. Ella escuchó mi orín caer en la taza.

-Pudiste al fin. Ya se te puso chiquita je je. Bueno chiquita es un decir, porque aun dormida la tienes tremenda.

En realidad no estaba aún tan chiquita, pero su comentario hizo que mi mirada se volcara hacía ella que aún seguía de pie y de espaldas en el pasillo. Fue entonces cuando noté que su bata vieja azulosa y corta era bastante transparente y se le dibujaban claramente sus nalgas abundantes y una tanga oscura de encajes en las costuras inferiores. Era extraño y poco menos que imposible quitar mi vista de su culo grande. Sentí vergüenza, cierta culpa y morbo. Si, morbo hacia el culo de mi madre. Fue la primera vez en mi vida que había tenido un mal pensamiento para con ella. Muchas veces mi madre la he visto así en bata en la cocina incluso en ropa interior, pero era la primera vez que la miraba con ojos de morbo. Hice un esfuerzo mayúsculo para sacudir todo eso en ese instante. Miré hacia otro lado y pude terminar de orinar. Mi pene por suerte estaba fláccido y ella acudió a ayudarme. Me secó el glande con papel de forma diligente y me subió mi calzoncillo siempre evitando al máximo mirarme. Pero esta vez fui yo quien aprovechó para mirarle. Al agacharse para subir mi calzón volqué mi mirada hacia su escote desnudo. No tenía sostenes y no solo le miré de reojo su busto medio desnudo sino que pude por un instante estudiar su pezón ovalado amplio y oscuro visible a través de la tela delgada de su bata.

-Listo hijo, sigue durmiendo.

Se empinó, me dio un beso en la mejilla, se giró y caminó hasta entrar a su alcoba. Miré otra vez su cuerpo curvo y llenito de señora cuarentona. Su prenda íntima de encajes se hizo más visible al caminar. Yo apagué la luz y volví a mi cama. Un silencio absoluto roto solamente por los perros o un auto lejano invadió mi espacio. La imagen de mi madre en bata, su mirada atenta curioseando en mi sexo, su cara bonita, su cuerpo gordito de curvas amplias, su culo grande y su tanga oscura de encajes me abrumaban. Esta vez la erección ya no era por causas fisiológicas. Morbo y culpa, culpa y morbo. La vida es compleja y muchas cosas no nos las podemos explicar. No supe en qué momento caí dormido nuevamente pensando en lo atractiva que es mi propia madre.

Al día siguiente todo transcurrió con normalidad. Pero me sentía diferente. Algo ya no era como antes. Decidí salir por un momento al patio para asolearme un poco antes de almorzar. Sobre la alambrada estaban colgadas varias prendas de vestir de ella, de mi hermano y mías que ondeaban con el viento. Uno ve lo que quiere ver definitivamente. Nunca antes me había fijado en ello a pesar de las cientos de veces que he visto en las alambradas prendas íntimas de mi madre al sol. Pero esta vez era diferente. Mi cerebro las fijó de inmediato en mi pensamiento una vez estuvieron en mi distraído campo visual. Me acerqué y comencé a observar y curiosear con atención esos calzones femeninos. Había cuatro prendas en la alambrada ese día. Una panty negra de algodón sencilla sin nada especial, una tanga blanca de tirantas delgadas y encajes en la zona de la vulva que me resultó tremendamente sugestiva y la última, la que yo pude ver a través de su bata, tenía puesta la noche anterior sin duda alguna. Era una tanga de un uniforme azul turquesa como pude constatar. Tenía un elástico amplio y encajes en los bordes inferiores. Era la más nueva de todas por su excelente estado. Se me vino la imagen de la noche anterior. Mi madre de espaldas hacia mí con sus nalgas abultadas y apretujando esa prenda ahora colgada ante mis ojos. Olía a limpio y aun estaba algo mojada. No hacía mucho había sido lavada a manos para no dañar los encajes seguramente.

Me preguntaba con interés inusitado qué prenda tendría puesta ella ahora que ya tomó ducha. Me resultaba increíble que por mi cabeza solo pasaran ahora pensamientos obscenos para con mi propia madre, pero eran inevitables y cada vez más intensos y diversos. Cada paso me abría nuevas curiosidades y me hacía explorar nuevos horizontes de morbo y fantasía.

Después de almorzar, estuve divagando en pensamientos obscenos. Se me había despertado un cierto apetito sexual inesperado en esta convalecencia. Pensaba en el olor de la vagina de María, una exnovia a quien le obsesionaba el sexo oral. Por ratos fantaseaba con Sonia, la novia de mi amigo Ernesto, quien era una chica sensual aunque no bonita ciertamente. Fantaseaba con la profe Marta de matemáticas de rostro bonito y grandes senos y con la tía Patricia de mi amigo Miguel, una señora también bonita gordita blanca de grandes ubres y culo redondo que gustaba mucho vestir con faldas cortas. Imaginé varias situaciones sexuales y eso expandía mi imaginación a límites eróticamente insospechados. Estuve largamente recreando en mi cabeza embriagada de deseos que la profe Marta y la tía Patricia estaban conmigo en una cama haciendo un trío y que además entre ellas había un voraz sexo lésbico incluido. Todos esos pensamientos cobraban fuerza a medida que avanzaba la tarde y mi pene se endurecía a ratos según lo intenso y vívido de cada escena imaginada.

Entonces hubo una de esas conexiones de raciocinio raras que se meten de intrusas en la cabeza cuando uno menos lo espera. En medio de esa escena de sexo imaginada, me di cuenta que esas dos mujeres, Marta y Patricia, recreadas en mi mente desnudas y devorándome, eran dos señoras casi de la misma edad de mi madre y además de eso, ambas muy parecidas físicamente a ella. Un poco gorditas, de esas que lo han sido toda la vida por naturaleza y no necesariamente por mal comer, de tez clara, de rostros agraciados, curvas pronunciadas, caderas anchas, senos abundantes y traseros generosos. Parecía algo banal, pero fue un para mí en ese instante hallazgo fascinante y revelador que generó pálpitos en mi corazón. Tal vez en realidad y en el fondo, yo simplemente y de manera inconscientemente deseaba a mi propia madre y me era menos culposo reproducirla en otras mujeres parecidas a ella, tales como Marta y Patricia quienes a su vez tenían su encanto propio. Esta convalecencia y el estar cotidianamente desnudo frente a mi madre habían hecho sacar ese deseo prohibido del fondo de mi psiquis. Entre esas cavilaciones me quedé dormido sentado en una mecedora pegada a una ventana que daba hacia la calle.

Mi mamá me despertó. Tal vez había pasado una media hora desde que me había quedado dormido. Al abrir mis ojos me hallé con su rostro bonito de ojos marrones y una sonrisa de ternura infinita. Se había maquillado y tenía puesta una blusa rosada que caía hasta sus muslos y una falda blanca. Lucía bonita. Ahora mis ojos tenían otro filtro cuando la miraba. Eso me fascinaba lo mismo que me incomodaba. Mi piel se erizaba de saber que miraba con ojos de deseo a mi propia madre. No lo podía evitar.

-Voy a salir un momento al banco hijo, intentaré demorarme menos de una hora. ¿Necesitas algo? ¿Ir al baño?

-Si mamá, debo orinar- le dije despreocupadamente.

Entonces me levanté, todavía somnoliento y caminé hacia el baño. Me dispuse de pie frente a la taza intentando alejar esos pensamientos tan pesados, pero su belleza y el olor de su perfume, sumados a la intensa tarde de fantasías eróticas me arrastraban demasiado. Ella de un tirón e intentando no hacerme sentir incómodo como siempre, me bajo de un tirón mi pantaloneta y mi calzoncillo. Otra vez mi inocencia y despiste me fallaron. Lo primero que bajó de mi pene adormilado y en abundancia fue una espesa línea de líquido preseminal que cayó como un chorro de miel. Fue imposible esconderlo y a pesar de que mi madre hacía el esfuerzo de apartar la mirada, fue inevitable que no lo viera caer como una gota seguida de una línea en cámara lenta. Hubo un silencio de sepulcro. Ella no pudo evitar expresarse.

-Wao, hombres, hombres. Siempre calientes. Me avisas cuando acabes hijo.

Sentí algo de vergüenza. No sabía si su comentario era negativo, de molestia, de indignación o de sarcasmo. Pero esta vez no acudí al silencio. Le pedí disculpas de forma natural y honesta mientras meaba.

-Está bien hijo, no pasa nada. Es normal. Solo que no me esperaba ver esa babita salir así de tu cosita, bueno más bien de tu cosota je je. En que andabas pensando?

-Ay mamá en nada. Me haces sonrojar.

Al terminar, ella tomó el pedazo habitual de papel higiénico, me peló el glande y me lo secó con cuidado y ternura. Aún había líquido espeso. Se sonrió y me exprimió un poco mi pene deslizando sus dedos en forma de pinza hacia adelante. Otro hilo de líquido espeso brotó y eso la divirtió. Me secó tomando aún más papel.

-Wao, estas bien cargado hijo. No te sientas mal por eso. Es normal. Y lo peor es que no puedes jalártela. Pobrecito, ja ja. Perdona. No es mi intención burlarme. Luego tocará limpiarte bien más tarde cuando tomes la ducha ja ja. Debo apurarme porque me cierran el banco.

Todo transcurrió natural. Me subió mis calzones y se marchó. Un silencio y un alivio me acogieron a pesar de la vergüenza que acababa de vivir. Era raro todo, pero otra vez me tranquilizaba el hecho de que mi madre entrara poco a poco en mi intimidad y mi sexualidad. Ahora tuve más claro que ella como tal, me excitaba y empezaba a fantasear con que ella a mí, también. Aun con el olor de su perfume y la sensación de su mano limpiando mi sexo, tuve una fulminante erección que disfruté. Esta vez era por y para ella. Tuve tantas ganas de masturbarme, pero me era imposible.

Una hora y quince transcurrieron cuando sentí a mi madre abrir la puerta. Me preguntó si yo estaba bien y sintió mucho haberse demorado. Le dije que no pasaba nada, que yo no había necesitado de nada durante ese momento.

-Ahora sí, ven vamos a que te duches, en una hora llega tu hermano y debo apurarme a prepararles cena.

No supe bien porque. Pero deseaba ahora tanto ese momento a pesar de que yo sabía que no me atrevería a nada. Pero deseaba eso. Estar desnudo frente a ella y sentir sus manos.

Ella se quitó la ropa de salir y se colocó una blusa blanca de tirantas y un short de algodón cómodo que dejaba sus muslos desnudos. También se apretaba mucho a su cintura e inevitablemente le dejaba bien dibujada du vulva. Era curioso que yo mirara ahora esos detalles que antes ni prestaba atención a pesar de que siempre estuvieron allí. Todo lo hacía con discreción. Mucha naturalidad de mi parte.

Me desnudó ya en la cabina de la ducha. Alcé los brazos y comenzó la fiesta. El agua mojó mi cuerpo y en un par de minutos otra vez sus manos, sus suaves manos recorrieron mi espalda, mis nalgas y mis piernas con esponja y jabón. Ella hablaba de su vuelta al banco y yo apenas si podía prestarle atención, más bien concentrado en la rica sensación de sus manos en mi cuerpo. Desde atrás, sin girarme hacia ella, sentí su mano pasar por mi pelvis, mis testículos y mi pene. Lo enjabonó con suavidad y agilidad para no demorarse mucho y lo peló despacio para lavarlo. Sentí su mano tocar mi sensibilidad y cerré los ojos. Terminó esa zona y se concentró en mi cabello. Fue imposible no tener una erección aunque leve, pero sensiblemente visible. Me asusté e hice un esfuerzo para que eso se apagara mientras ella aún aplicaba mi champú en mi cabello.

-Voltéate por favor.

Me hice el que no escuché y seguí de espaldas solo para ganar tiempo, pero ella insistió y me hizo girar tomándome con cuidado del brazo. Mi erección había cedido un poco afortunadamente y al parecer no la notó. Pero su cara bonita, sus labios pintados de rojo, su perfume, el busto casi desnudo por las tirantas mal acomodadas, todo me resultaba tremendamente erótico. Y torpemente mi erección recobró algo de vida. La punta de mi pene topó con su abdomen y a pesar de que ella estaba concentrada en lavar bien mi cabello, al sentir mi glande rozar su panza su mirada se lanzó de inmediato hacia abajo para buscar el elemento que tocaba su cuerpo.

Miro hacia abajo, alzó su mirada y clavó sus ojos marrones dilatados en los míos. Eran ojos interrogantes, sorprendidos, despiertos, emocionados, condenadores, extrañados, profundos, pero serenos. Yo no tuve aliento para musitar palabra. Una avalancha de vergüenza me inundó. Esquivé su mirada mirando como mi pene me traicionaba cobrando para mi sorpresa más erección aún. Volvió a mirarlo.

-Hijo, creo que estas muy necesitado. Pero dime una cosa honestamente. ¿Se te puso así, porque yo te lo toqué?

-No lo sé mamá. Creo que sí. Perdóname. No es voluntario. Perdóname mamá – fue lo único que me pudo salir de mi boca.

Lo miró otra vez. Sonrió levemente. Después rio al tiempo que acariciaba mi rostro. Miraba otra vez mi pene duro y mojado.

-Hijo, no pasa nada. Es normal. Creo que te hace falta una tocadita o como se dice comúnmente. Una buena paja.

-Ay mamá para. Haces que me avergüence. Lo sé. Tal vez sea eso.

-Está bien hijo. Es normal. Todo esto es natural. Pero perdona que me de gracia eso. Verte así. Nunca pensé que te vería desnudo y caliente. ¡Qué pinga que te gastas! Wuao y pensar que apenas ayer eras mi bebé.

-Yo creo que la tengo normal. No exageres mamá.

-Míratelo, es grueso. Se te ve interesante. Tremendo huevo que tienes.

Al decirlo me guiñó el ojo y sonrió. Se inclinó, me dio un besito en la mejilla. Sus senos se aplastaron contra mi pecho y mi pene ya un tanto menos duro se estrelló más estrechamente contra la parte alta de la su zona púbica. Acercó su boca a mi oído y musitó – tranquilo hijo, no te sientas mal. Eres un hombre y como tal has de tener necesidades normales.

El timbre sonó. Mi hermano menor había llegado de la escuela. Mi corazón palpitaba y una sensación extraña entre excitación, culpa, morbo, goce y vergüenza me invadieron mientras ella me secaba aceleradamente. Fue a abrirle a mi hermano quien de inmediato se sentó en la sala para mirar un capítulo de una serie de tv. Mi mamá volvió ingresó al baño con cierto actitud de complicidad. Su mirada ahora brillaba diferente. Me puso el calzoncillo con sigilo y acomodó mi pene que aún estaba un tanto grueso.

– Que bulto tienes hijo – me dijo con voz pasita, casi secreteando.

-Ay mamá para por favor.

La tarde y noche transcurrieron dentro de la normalidad, pero mi cabeza solo pensaba y ansiaba situaciones como la que había sucedido en el baño con ella. Recreaba la sensación de sus manos tocando mi sexo. Quería que sucediera otra vez, aunque sabía que yo no me atrevería a tomar una iniciativa sexual para con ella. No creo que lo consintiera a pesar de su postura comprensiva con todo este tema. Carajo, se trata de mi propia madre.

Esa noche a parte de ir a orinar antes de dormir, no hubo otra eventualidad. Dormí profundamente sin despertar hasta que la luz matutina invadió mi alcoba. Me desperté y oriné sin llamar a mi madre. Pude bajarme mi calzoncillo y sentarme en la taza como una dama. Para subirme mi ropa si tuve que pedirle el favor. Lo hizo algo apresurada para poder atender el desayuno puesto que mi hermano debía partir a la escuela.

En esa mañana, la señora Nohemí, una vieja amiga de mi madre, fue a casa a visitarla aprovechando que mi madre andaba de libre laboralmente. Se sentaron bajo la sombra en el patio para chacharear y secretear temas de mujeres y yo quedé solo dentro de la casa mirando tv y matando el aburrimiento. Por un momento contemplé a Nohemí. Era una mujer casi de la edad de mi madre, de rostro bonito, de estatura chica, delgada y senos gordos. Era atractiva y también me despertó de pronto un mal pensamiento que antes nunca me había inspirado. Hasta imaginé por un instante que ella y mi madre estaban haciendo algo lésbico desnuditas en mi cama. Que pensamiento más caliente ese que tuve. Erección inevitable. Me fui a la alcoba de mi madre sin ninguna razón. Solo por moverme y me tumbé en su cama a imaginar y fantasear cosas sexuales. Miraba el cielo raso simplemente con ese deseo tan impío pero intensamente placentero. De repente y sin saber porqué, se me prendió el bombillo y me fui al cesto de la ropa sucia que está siempre en la alcoba de mi madre. Estaba a medio llenar y en la parte superior yacía la ropa de mi hermano y la mía. Pero había una diminuta prenda femenina que coronaba la pila de trapos. Era una tanga delgada de algodón gris con líneas rosadas delgadas. Era la que tenía puesta anoche seguramente. Me aseguré de que mi madre estaba bien distraída con su amiga y como pude la tomé con la punta de mis falanges. La zona interna donde se junta con la vulva estaba un tanto amarillosa y un pelillo se había pegado.

Mi nariz se embriagó, debo admitirlo. El olor era más intenso y más vívido de lo que esperaba. Era como si estuviera oliendo directamente su sexo. Ese aroma penetrante a intimidad femenina me produjo una corriente en mi cuerpo muy placentera que avocaron unas urgidas ganas de masturbarme. Gocé oliendo esa prenda como si fuera un drogadicto perdido y sin remedios. Perdí incluso mi realidad y me olvidé del mundo. Tan solo porque Nohemí emitió una carcajada pude reponerme y salir de mi estado nirvánico. Dejé la alcoba sin levantar sospechas. Pero mi erección era definitiva. Así que me escondí en mi alcoba y respiré profundo para que se me pasara la alteración, pero el aroma vaginal materno impregnaba mi olfato. Todo olía a cuca de mamá.

Me distraje después nuevamente en la tv hasta que Nohemí se marchó. Entonces tuve ganas de orinar. Mi madre al verme dirigir al baño, me persiguió para ayudarme. Otra vez, me bajó mis calzones y una gota espesa de líquido transparente cayó como hilo de miel. Mi madre solo sonrió un poco burlonamente.

– Miguel. ¿En qué te la pasas pensando?

– En nada mamá.

Cerré mis ojos. Dejé que mi orín fluyera y ella me limpió. Había más líquido todavía saliendo.

– Hijo, dime una cosa. Puedes ser sincero conmigo. ¿Tú te masturbabas a menudo antes de accidentarte? Digo, ¿Estabas acostumbrado a jalártela diariamente o algo así?

Me puse rojo. Y solo sonreí avergonzado. Ella me acarició el cabello con ternura sin dejar de pasarme su mano con papel higiénico para secar mi glande que aun chorreaba un poco de líquido.

– Anda, hijo, puedes decirlo. No tiene nada de malo eso. Quiero que te sientas cómodo con ese tema porque faltan semanas hasta que ya puedas ser autónomo con tus manos.

– Ay mamá, a veces si lo hacía. Como todo chico de mi edad. Tú sabes.

– Si, si, si lo sé. No te sientas mal. Es que me pregunto si acaso no te hace falta eso. Creo que estás necesitado, y mucho más de lo que yo podría imaginar.

Me iba a quedar en silencio, pero algo desconocido me impulsó a expresarme con honestidad.

– La verdad mamá. Si me hace falta hacérmela.

No me dijo nada. Solo me quedó mirando un tanto con ternura, comprensión, indagación y sonrisa con esos ojos marrones. Hubo un silencio y de repente sentí sus dedos tantear mi pene dulcemente por la parte inferior. Pensé que eran ideas, pero era real. Mi mamá estaba acariciando mi pene. Así, tímidamente pasado la punta de su dedo medio entre la parte inferior de mi pene aún fláccido y mi testículo. Muy despacio. Luego, sin musitar palabra su dedo buscó el frenillo de mi glande, lo posó y lo paseaba muy delicadamente generándome un rico cosquilleo erector. No nos decíamos nada. Yo, incrédulo, me quedé estático e hice un esfuerzo por parecer sereno. Mi rostro inevitablemente expresó placer.

Ella fijaba su mirada en mi rostro. Yo no dejaba de mirar el brillo raro de sus ojos bonitos palpitantes, pero seguros. Mi cuerpo reaccionó claro está. Mi pene empezó a cobrar volumen lentamente hasta ponerse en posición horizontal. El glande ahora estaba completamente descubierto. Ella sin cambiar de expresión, sencillamente comenzó a pasar el dorso de su mano por la parte superior de mi miembro. Acariciaba enredando sus dedos en mi vello púbico y después deslizándolos hasta la puntita palpitante. Después se devolvía muy, muy despacio para repetir el ciclo sin dejar de mirar las reacciones de mi rostro plácido.

Ella mordisqueó su labio inferior con sus dientes blancos y medio sonrió. Su expresión muy sexy denotaba que algo prohibido estaba pasando. No nos quitábamos la mirada. Finalmente el silencio se rompió.

– Hijo, yo sé que no es correcto esto, pero se te puso dura. Supongo que eso quiere decir que te gusta el toqueteo que te he hecho con mi dedo.

– Si mamá. Si. Me gusta. No pares por favor.

Sonrió. Volvió a mordisquear sus labios y miró hacia abajo.

– Que verga tienes hijo, perdona que insista. No me creas perversa, pero caray, no pensaba que la tuvieras así. No puedo dejar de sorprenderme. Eres ya todo un hombre.

Entonces fue cuando finalmente la garró. Sentí su mano suave tomarla con propiedad. Me comenzó a masturbar muy lentamente. Jugando a pelar y cubrir mi glande con sus dedos índice y pulgar. Nuestras respiraciones se entrecortaban y se hacían más intensas en el silencio de la casa.

– Mamá te va ayudar. Yo sé que lo necesitas, pero esto es algo muy secreto Miguel. Esto no se le cuenta a ni a tu sombra. Es algo incorrecto. Tampoco te prometo que volverá a suceder otras veces.

– Está bien mamá.

– Voltéate. Es más cómodo para mí yo estando detrás de ti.

Ambos estábamos de pie justo al frente del inodoro. Me giré y le di la espalda sin entender bien lo que deseaba. Me abrazó entonces desde atrás y con su mano izquierda, como mujer zurda que es, tomó mi pene. Su mano derecha la dispuso mi pecho velludo y luego la deslizó hacia mi muslo para acariciarlo. Comenzó entonces a masturbarme a un ritmo más intenso. Yo no lo podía creer. Me sentía extraño. Había un disfrute infinito, había un morbo multiplicado por cien viendo esa mano mayor, femenina, tierna y tremendamente prohibida trabajar en mi sexo. Yo jadeaba un tanto. Ella también daba muestras de excitación respirando en mi espalda. Su otra mano abandonó mi muslo y se ocupó en acariciar mis bolas sin que la otra dejara de menearme el miembro. Ella respiraba y jadeaba con su boca casi pegada en la parte baja posterior de mi hombro.

Luego sentí que sus labios se pegaban a mi espalda y me daba besos tímidos y tibios. Su mano se agitaba más rápidamente. Advertí que ella gemía a ratos.

– ¿Voy bien?, ¿así te gusta?

– Si, si, si mamá, hmm. Si.

– Pero me canso un poco así. Miguel, mejor me sentaré en la taza.

Ella se sentó y mi verga apuntaba hacia su rostro curioso cuya mirada se alternaba entre mi sexo, recorriendo mi cuerpo hasta terminar en mis ojos. Miraba mi pecho, mi abdomen, mi pubis. Su mirada era otra. Era simplemente de mujer. De mujer excitada. Eso me daba más ánimo y morbo, pero yo no me atrevía decir o expresar nada al respecto. Continuó entonces agitando su mano. Ahora yo la podía ver. Contemplé su rostro que estaba rojizo. Su boca carnosa se mordisqueaba mientras su mano se deslizaba por mi miembro. Sus pupilas se dilataban. De repente su mano desocupada dejó de estar en mi cuerpo y comenzó a pasearse por sus senos encima de su blusa blanca. Entonces detuvo todo como si se hubiera cansado. Exhaló aire desde muy profundo tomó aire. Hizo un gesto de desapruebo para con ella misma, luego recobró su prestancia por unos segundos temblando un poco.

– Ay perdona hijo, pero esto también me altera. No me siento cómoda del todo, pero la verdad hacer esto me estimula más de lo que yo creía. Me dieron ganas de tocarme. Qué vergüenza contigo.

– Mamá está bien. Ahora soy yo quien te pide que no te sientas mal por eso. No sabes lo mucho que me gusta lo que está me haces. Estoy gozando mucho. ¿Por qué no podrías tú también gozar? No tiene nada de malo.

– Ay hijo. Esto no es algo correcto, aunque nos guste. Terminemos esto y no te prometo que vuelva a pasar. ¿Bueno?

– Ok mamá. Pero puedes tocarte si deseas. No te sientas mal. Solo eso quiero que sepas.

Ella exhaló, sonrió y tomó mi pene. Lo comenzó a masturbar otra vez. Despacio, luego más rápido y miraba mi rostro de goce. Esa pausa de confesiones prohibidas me dio más seguridad y ganas. Quería que se desnudara. Quería verle las tetas. Pero no me atrevía a pedírselo. Podría tomarlo mal y todo acabaría.

Su mano cobró la velocidad óptima en la que un cosquilleo sabroso recorrió mi cuerpo como corriente eléctrica. Su respiración otra vez denotaba excitación. Su boca ahora estaba relajada y su lengua se paseaba por sus labios y se mantenía entreabierta denotando deseo. Su mano derecha otra vez tocaba sus senos pero esta vez la metió por debajo de su blusa a la que tuvo que desatarle un par de botones. Se tocaba mientras me jalaba el pene. Que caliente era ver eso, aunque no estaba su seno desnudo a mi vista. Apenas si pude verle su sostén desacomodado y algo de su abultada teta cubierta por su necia mano. De repente escupió encima de mi glande y sus dos manos sujetaron mi sexo ahora suavizado. Comenzó a masturbarme asiduamente, con mucha intensidad y morbo. Gozaba mirando mi cara contraída en expresión pre-orgásmica. Yo me deleité mirando su cara y un poco su entre seno que había dejado un poco al descubierto.

– Hmmm rico mamá ahhhh me voy a venir ya mamá. Voy a botarme.

Ella no hizo nada. Solo continuó mirando mi cara de clímax y agitando sus manos en mi miembro con una agilidad de mujer experimentada. Ella gozaba al verme así. Se le notaba el morbo. Cuando los chorros comenzaron a ensuciar su ropa, su cuello y hasta la parte baja de su mentón, curiosamente rio con una felicidad perversa como si hubiera sido un gran logro personal.

– ohh wow hijo, wow, jaja jajajaja jeje uyyy yuppi waooo así, así, vente, bota esa leche vieja hmmm yupiii waoo, así macho, bota todo hmmm que tibia y que montón jajaja.

– Ahh ahh si, ahhh, si, hmm rico mamá.

No se detuvo. Miraba mi pene pringar semen ensuciando su ropa y sus manos. Me sorprendió lo mucho que la divertía esa eventualidad. Gozaba mucho. Su cara lo expresaba de diversas maneras. Sus ojos palpitaban. Su mano mantenida en mi pene no paraba de masturbarme, casi exprimiendo chorros de semen ahora más débiles pero espesos que caían como miel pesada al piso frío y duro. Le divertía sentir las palpitaciones de mi verga en su mano enroscada.

– Se te puso rojo hijo. Se ve bonito así.

– Ay mamá. Dices unas cosas.

Finalmente lo soltó. Mi pene aún estaba duro y palpitante aunque un poco menos.

– ¿Te gustó la paja que te hizo mamá?

– Si. Si mamá. Mucho, mucho.

Entonces no sé porqué se me ocurrió hacerle una petición impetuosa.

– Mamá, ¿te puedo pedir algo?

– Dime, hijo – me dijo con voz interrogante mientras limpiaba el semen de su ropa con papel higiénico.

– Mamá. ¿Me dejas conocer tus senos?

– Ay Miguel, ¿qué cosas dices, hijo? No, no, no. Eso sí que no Miguel.

– No te enfades mamá. Perdóname. Es que te tocabas y eso me gustó y no sé, me dieron ganas de vértelos.

– No estoy enfadada hijo. No pasa nada tranquilo. Entiendo tu punto. Pero todo esto lo he hecho porque sé que es una necesidad de hombre que tienes y ni novia tienes para que pueda ayudarte con eso. No confundamos cosas. No me sentiría cómoda hijo. Aunque te entiendo tu deseo. Los hombres suelen ser muy visuales. Ver tetas y partes íntimas de la mujer les da morbo. Pero hijo, no por favor. Lo siento. Y a todas estas, ¿porqué los senos y no mi culo o mi cuca?

– No sé mamá, me dio mucha calentura cuando te los tocabas. Discúlpame.

Me limpió mi pene, me subió mis calzones. Se puso de pié. Me dio un beso en la frente y con su mano me acarició mi pene ya fláccido. Me pidió que saliera porque iba a tomar una ducha para lavarse bien.

Salí extasiado. Mi cuerpo temblaba y un calor de goce me recorría. No podía creer que mi mamá me hubiera hecho una paja. La paja más deliciosa de toda mi existencia. Pero algo se había roto sin duda. Habíamos pasado un límite que no se debía cruzar.

Mi madre pasó el resto del día en la cocina y haciendo algo de su trabajo en su alcoba bastante ocupada en el teléfono. Yo no paraba de pensar en lo sucedido. Cuando llegó la hora de la ducha era muy tarde y mi madre apenas si pudo ponerme el agua para que yo solito me mojara. Después me enjabonó y me enjuagó rápidamente con la puerta abierta porque mi hermano ya había llegado de la escuela. No hubo privacidad ni atmósfera erótica para que sucedieran más cosas ese día. Ella actuó con total normalidad como si nada hubiera pasado.

Al día siguiente, viernes durante la mañana estuve dormido. Me sentí cansado de no haber podido conciliar el sueño en la madrugada. Creo que estuve muy estimulado por lo sucedido. Mi cabeza solo reproducía esa paja maravillosa y fantasías eróticas con mi mamá. Cuando desperté a orinar eran casi las nueve. La luz brillante estalló en mi cara. Lo hice sin la ayuda de mi mamá que ni supe dónde estaba.

Luego me di cuenta que había salido tal vez al supermercado del barrio. Tenía hambre y debía esperarla para que me diera el desayuno. Al rato volvió. Tenía un vestido ajustado enterizo de color blanco y flores azules. No pude evitar recorrerla con la mirada y decirle lo bonita que se veía.

Ella sonrió y se dispuso a darme el desayuno. No hablamos de lo sucedido. Su actitud, su comportamiento era totalmente natural. Yo hice un esfuerzo por entonar con eso. Intente ser natural, como antes, como si nada hubiera cambiado aunque en mi fuero interno sentía que no era así. Fuimos al baño y ella me cepillo los dientes.

– Bueno, a la ducha.

– ¿Ahora mamá?

– Si hijo. Porque anoche casi que ni pudiste hacerlo bien, pero es más que todo porque esta tarde van a venir tu tío Antonio y tus primos a visitarte. Debo preparar comida y no podré ocuparme de tu ducha. Mejor ahora.

Entré a la ducha y mi madre me desnudó completamente. Fue inevitable esta vez. Tuve una tremenda erección casi al instante. Ya en mi mente había una asociación erótica entre estar en el baño desnudo y la presencia de mi madre. A pesar de todo, yo no quería que eso no pasara. No quería que se ofendiera, pero no lo podía controlar.

– Miguel, ¿otra vez? – expresó con sorpresa interrogándome con su mirada.

– Mamá lo siento. Si quieres me ducho solo. No prestes atención a eso. Perdóname, pero no puedo evitarlo. Mamá perdóname.

Mi rostro denotó una genuina vergüenza y desesperación por no estar en esa situación tan incómoda. Me sentí verdaderamente mal con ella. Pensé que se enfadaría. Bajé mi mirada e intente salir de la ducha para evitar la situación, pero ella me tomó de mi brazo.

– Hijo, no pasa nada. Tranquilo. Tampoco es para tanto. No te pongas así como niño regañado. Lo siento. No quise incomodarte con ese comentario. Entiende también que para mí es imposible no reaccionar si te encuentro así con la pinga dura.

– Mamá yo sé. Qué vergüenza contigo. No pude evitarlo. Lo siento. Yo no te quiero faltar el respeto mamá.

– Lo sé Miguel. Dime una cosa con honestidad. ¿Se te puso así por mí?

– Si, mamá. Por ti. Estas bonita y desde ayer no he podido dejar de pensar en lo que pasó. Lo disfruté y creo que eso hace que se me ponga así dura cuando entré al baño y te vi. Es como si mi cerebro pensara inconscientemente que otra vez va a pasar algo y eso pone así. Es involuntario mamá. Perdóname.

Mi mamá miró mi pene duro. Mordisqueó sus labios. Se sentó en la taza otra.

– Ven acá Miguel.

Yo no dije nada. Solo obedecí intrigado preguntándome si acaso iba a hacerlo otra vez. Mi corazón latía fuerte. Estaba entre excitado, asustado y avergonzado. Mi erección había cedido un poco, pero aún mi pene tenía buen volumen y estaba levantado cuando salí de la ducha y me dispuse de pié frente a ella que apoyó sus dos manos en mis caderas sin dejar de contemplar mi sexo desnudo.

– Hijo, no te sientas mal. A mí también me pasan cosas. No soy de hierro. Soy mujer de carne y hueso y además no tengo novio ni marido. También tengo mis necesidades igual que tú. Por eso te entiendo y por eso decidí ayudarte un poco. No me siento cómoda con esto. Se supone que son cosas que no pueden pasar entre una mamá y un hijo. Solo que esta circunstancia tan particular tuya de estar sin manos hace que como madre me sienta presta a ayudarte, a que no sufras esas ganas como yo a veces las sufro. La diferencia es que yo tengo manos y puedo tocarme, pero tú no puedes. Por eso te presto mis manos. Y para que no te sientas culpable, te confieso que a mí también me gustó mucho lo que pasó ayer. Mamá también siente morbo como cualquier persona. Mamá también le dan ganas de hacer cosas ahora mismo contigo. Además de ser mi hijo, eres un hombre atractivo, desnudo y erecto. Imagínate. Eso es tentador. Además las cosas prohibidas nos gustan. Los humanos somos así. Nos fascinamos a veces con cosas tabúes.

Mientras decía eso, yo la escuchaba y me hacía sentir mejor, pero mi erección lejos de apagarse cobró vida.

– Ay mamá, gracias por tus palabras.

Sonrió y miró mi verga dura y palpitante.

– Me la puedes hacer una última vez mamá. Te prometo que no te lo vuelvo a pedir.

No me dijo nada. Solo miró mi rostro de tonto y sonrió nuevamente. Me agarró el pene y comenzó a acariciarlo despacio. Esta vez más entregada y relajada que el día anterior.

– Hijo. Esto es un secreto grande entre tú y yo. No quiero que me veas como una mala madre perversa.

– Mamá. No te veo así. Te quiero y te respeto mucho.

– Te quiero hijo. Gracias por entenderme. Te voy a premiar.

Soltó mi miembro. Deslizó con habilidad femenina su corredera trasera y dejó que su vestido se aflojara. Se lo dejó caer desnudando su pecho y su espalda y por primera vez en muchos años vi a mi madre en ropa interior. Su sostén era blanco bonito de encajes. Sus tetas eran algo desbordadas como queriéndose vomitar de la prenda. Era tremendamente sexy. Se inclinó hacia atrás, sacó pecho y los meneó.

– ¿Los quieres ver?

Entonces hubo el instante mágico. Se quitó el sostén y un par de tetas abundantes, blancas, hermosas, de piel tersa, pezón oscuro y aureolas ovaladas sin frontera definida saltaron ante mis ojos. No pensé que mi madre pudiera tener unas tetas tan provocativas. Tremendamente sensuales. Solo me inspiraban erotismo y ganas de mamarlas. Sexo, sexo, sexo.

– ¿Te gustan? Dime, la verdad.

– Mamá. Son las tetas más bonitas que he visto. Que grande son mamá.

– Ay hijo. No exageres.

– No exagero mamá.

Se las tocaba. Pasaba sus dedos por los pezones y me miraba el pene. De repente me hizo la mejor propuesta del mundo.

– ¿Me dejas que te la chupe hijo?, es que quiero tocarme los senos también. ¿Puedo?

– Si mamá.

Cerró los ojos. Exhaló y abrió su boca. Yo me acerqué más para facilitarle la tarea. Me dio un primer besito en la punta de mi cabeza.

– No te has duchado. Huele fuerte tu cosa. Huele a macho sucio. Pero así me gusta más.

Otro beso en la punta, después una lamida suave hasta que finalmente mi glande fue tragado. Luego mi tallo y en forma mi mamá había empezado a darme una mamada fenomenal. Yo ni me lo creía. Mi mamá la mamaba rico, despacio, con cadencia, ternura, ganas, entrega y emoción. Sus manos pellizcaban sus pezones y acariciaban sus senos. Mi boca se hacía agua gozando ante semejante espectáculo inesperado. La atmósfera íntima de esa casa para nosotros dos era maravillosa.

Su mano izquierda se metió por debajo de su falda. Mi madre se estaba tocando abajo. Se estaba dedeando tal vez. ¡Se estaba masturbando! Gemía y mamaba. Mamaba y gemía. Su cabeza se sacudía a ratos violentamente tragando mi verga. Su boca tibia y suave deslizaba mi verga palpitante. Una sensación de placer nos invadía. Se agotó. Dejó que mi pene saliera mojado de su boca. Traspiraba excitada. Se puso de pié. Me tomó de mi brazo.

– Ven hijo. Ven.

Me condujo a su alcoba.

– Me canso así en el baño. Mejor acuéstate así boca arriba en la cama.

Lo hice. Ella se quitó el vestido. La panty blanca de encajes delgados, casi transparente le lucía hermosa. Gateó despacio como una pantera en celos. Pasó su rostro por mi pubis y me dio una mamada corta. Luego continuó subiendo. Su boca se posó en mi pecho y me dio unas lamidas cosquillosas en mis tetillas. Subió y su boca se unió brevemente a la mía. Hubo humedad en ese beso corto. Luego subió aún más hasta que sus ubres se posaron en mi rostro atónito. Las lamí, las chupé, las besé, las enjuagué con mi lengua. Finalmente, me concentré en chupar y chupar esos pezones erguidos y carnosos hasta la saciedad. Mi madre gemía y se excitaba y no desaprovechó en pasarse mi pene duro por su vulva sin quitar su panty.

– Miguel. ¿Me harías oral? ¿Te atreverías?

-¿Oral?

Tal vez por estar tan anonadado en los placeres no entendí

– Si hijo. Chupar mi cuca así como yo ya te la comí a ti.

– Si mama, sí, claro que sí.

– ¿Seguro Miguel? No quiero que hagas algo que no desees.

– Seguro. Yo quiero.

– ¿Ya lo has hecho?

– Si mamá. Varias veces con mi ex novia Magola. Eso la enloquecía.

– No tienes que decir nombres hijo.

– Perdona mamá.

Se quitó la prenda. Su vulva tenía poquitos vellos en la parte inferior. La mantenía más bien depilada.

– Tengo días que no me depilo, espero no te moleste.

Su cuca era rosada, carnosa y ese olor que había impregnado mi nariz el día anterior ahora brotó más intensamente. Me entregué a sus carnes. Lamí sin poder tocar con mis manos. Yo me senté en el suelo y ella al borde de su cama con las piernas abiertas. Sentí la suavidad de su vagina. El sabor de su sexo era exquisito. La textura de sus carnes en mi lengua hábil y hambrienta de nuevas experiencias me daba un morbo desconocido. Mi mamá gemía cada vez más fuerte. Sus gemidos pasaron a ser gritos graves. Al menos estábamos solos en la casa.

– Miguel, no aguanto. Te deseo hijo. Por favor. Cógeme. Quiero que me penetres.

– Mamá si, mamá

– Hijo, perdóname por todo esto. Pero no puedo aguantarme.

Para facilitarme la tarea por no tener mis manos. Ella se volteó en cuatro. Puso su culo a la altura de mi pene yo estando de pié junto a su cama. Solo tuve que apuntar y deslizar la punta de mi verga por la raya de su culo, pasar por su ano y seguir un poco más abajo hasta que hallé la entrada de su vagina. Mi madre es tremenda mujer atractiva. Su culo redondo y abultado me generaba ganas y morbo. Ella, abrió un poco más sus piernas y con una sola hincada que hice mi verga se hundió en su intimidad. Acceso carnal. Acceso carnal prohibido. Acceso carnal tabú. Ya todo se había consumado. No había marcha atrás.

Meneé mis caderas suavemente sintiendo su carnosidad mojada y caliente quemar mi verga. La embestí despacio. No podía perder mi equilibrio. Era peligroso por no tener mis manos si debía apoyarme en algo. Mi mamá se meneaba penetrándose ella misma a ratos.

– Miguel, que rica tu verga

– Mamá tu concha me encanta. Tu culo me gusta.

– Ay hijo, es el culo de tu mamá.

Nos reímos y continuamos un tanto así. Hasta que ella me pidió que me acostara boca arriba en su cama nuevamente. Lo hice y por primera vez la tuve toda completamente desnuda encima de mí con sus piernas dobladas y abiertas a lado y lado de mis caderas. Su vulva explayada y carnosa se tragó mi verga hasta pegar sus labios mayores con mi zona púbica. Sus senos desparramados y abundantes se meneaban bamboleando en la atmósfera cargada de sexualidad. Sus manos se apoyaban en mi pecho o bien se acariciaban sus senos. El espectáculo no podía ser mejor. Entrega total. Mi madre, mi bella madre estaba en otra galaxia con sus ojos entreabiertos en goce íntimo. Su boca gemía y mordisqueaba. Subía, bajaba, subía y se dejaba caer y cada vez con más intensidad hasta que el sonido delatador de acto sexual desenfrenado, pla pla pla pla pla de sus muslos y sus nalgas al galopear en mi cuerpo se sumaban a los gemidos de ella y los míos. Sudamos, nos dio fiebre, la cama traqueaba tornillos oxidados, el colchón estaba exigido al máximo. Mi mamá exhaló un gemido profundo y su cuerpo tembló por unos segundos. Se quedó quieta en un estado de trance. Supe más tarde que había tenido un intenso orgasmo. El orgasmo más prohibido de su vida. Se tomó su tiempo para vivirlo y disfrutarlo egoístamente.

– hmmm ahhhh

Luego se repuso un tanto y continuó meneando su cadera, ahora ya no subía y bajaba, sino que se deslizaba hacía delante y hacía atrás. Mi pene experimentó allá dentro una invasión de fluidos que hacías más resbalosa la penetración. No pude aguantarlo más. Por respeto le dije que ya me iba a venir. Ella no hizo nada diferente a seguir meneándose.

Me dejé llevar por un orgasmo de intensidad máxima como nunca antes había experimentado en mis cinco años y medio de pajas y sexo esporádico. Las palpitaciones de mi verga dentro de su vagina parecían arrancarme cada gota de mi vida. El calor era quemante y el semen seguramente expulsado con tal intensidad debía viajar hondo a su aparato reproductor que por suerte había sido desactivado varios años atrás.

Nos desplomamos en un beso intenso. Mi madre dejo caer su cuerpo amplio encima de mí. Su boca acudió con urgencia hacía la mía. Necesitaba sentirse besada como mujer. Lo hice. Sellamos ese acto consumado con un beso prohibido. Un beso húmedo, largo, de lenguas malolientes a sexo. Un beso de labios vencidos, un beso que traspasaba los límites de lo moralmente aceptado como correcto.

Sus manos acariciaron mi pecho. Sus manos limpiaron mi sexo. Sus manos vistieron mi cuerpo. Sus manos me ayudaron a levantar de esas sábanas usadas. Sus manos. Esas manos. Las manos de mi madre.

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