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Madre no hay más que una
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Hace cuatro años que mi madre se divorció de mi padre. Lo ha pasado bastante mal y no ha sido hasta este año que ha recuperado la alegría de vivir.

Pese al divorcio mi madre tiene un buen sueldo, ya que trabaja en una multinacional, y aunque mi padre le pase una pensión por mi, porque yo todavía no trabajo, con su sueldo sería suficiente para mantenernos a los dos.

Ese verano me propuso que nos iríamos los dos por ahí de vacaciones a pasarlo bien y disfrutar de la vida. En julio nos iríamos a Cullera, un pueblo de Valencia donde unos amigos tenían un apartamento en un complejo residencial muy cuco con piscina y todo. Para agosto me había prometido un viaje sorpresa.

Una semana antes de irnos, se dedicó a sacar toda la ropa que le había comprado mi padre y dejarla sobre la cama. Me habló de regalarla a sus amigas y el resto donarlo a caridad. No quería conservar nada de lo que ese capullo, así llamaba a mi padre desde el divorcio, le había comprado.

Por lo tanto al día siguiente nos fuimos de compras. Compró dos maletas para ella y una para mi. Varios vestidos, tres bikinis, unas gafas de sol y una pamela que le cubría toda la cabeza. Cuando se la probó no pude evitar una sonrisa.

Pagamos, bueno pagó ella evidentemente, y pidió dejar las compras en el punto de recogida porque nos fuimos a merendar a la cafetería del centro comercial.

Sobre las 8 de la tarde salimos de allí y cogimos un taxi. Había decidido tirar la casa por la ventana.

Cenamos un poco y nos fuimos a acostar temprano. Estábamos cansados con las compras.

Por fin llegó el día del viaje. Llegamos pronto a la estación del AVE por lo que nos sentamos en unos bancos a esperar la hora de salida del tren.

-¿No vamos a tomar nada? -Le pregunté.

-Es pronto. Yo no tengo hambre. ¿Te apetece a ti tomar algo?

-No, que va. Lo decía por ti.

-Tomaremos algo en el tren.

Por fin salimos de Madrid y nos fuimos a tomar algo al tren en cuanto arrancamos.

Llegamos a Valencia menos de dos horas después de haber salido. Cómo mi madre andaba muy rumbosa, decidió coger un taxi en lugar de esperar al tren de Cercanías. 60 euros le costó. Cuando estaba casada con mi padre en la vida se hubiera gastado ese dinero. Pero ahora era distinto.

Ya en el apartamento nos pusimos ropa cómoda. Sacamos algo más y mi madre me comentó si queríamos bajar a la piscina o esperar y comer antes.

-Yo ahora no tengo hambre mamá.

-Pues vamos entonces.

Mi madre sacó los tres bikinis y se quedó mirándolos. Finalmente se decantó por uno verde. No me di cuenta hasta que salió del cuarto que la braga del bikini era un tanga. ¡Dios mío! Cuando se giró para salir me fijé en su culo. Era perfecto, casi sin celulitis para su edad.

Se puso un pareo y cogió la pamela. Yo ya estaba preparado y nos bajamos a la piscina.

Directamente nos metimos en el agua. Risas y chapoteos nos acompañaron un buen rato. Yo quería nadar pero mi madre no me dejaba, todo el rato haciendo el tonto.

Estaba disfrutando como nunca en mi vida, hasta que ocurrió una situación que lo cambió todo.

Habíamos salido del agua, yo iba delante y mi madre se escurrió un poco con el borde de la piscina. La agarré de la muñeca para que no se cayera y tuve sus pechos grandes frente a mi botando bajo ese sujetador verde.

Esa visión provocó que mi pene creciera un poco bajo el bañador. Mi madre ni se enteró y tras agradecerme que la sujetara, nos tumbamos en la hamaca.

Se puso las gafas de sol y la pamela y se quedó dormida enseguida. Yo a su lado me giré y me fijé en que unas gotas de sudor se escurrían desde su cuello hasta su escote.

Su pecho subía y bajaba al respirar. Las gotas de sudor se iban haciendo más grandes y mi pene se enderezó del todo provocándome una erección bastante grande. Me cubrí enseguida con la toalla aunque ella no podía enterarse.

Yo también me dormí y cuando desperté, noté una sombra. Pensé que se había nublado, pero era mi madre que estaba agachada frente a mi, con las gafas de sol y la pamela.

-Cariño, te has quedado dormido, me dijo. Ya es hora de comer. Volvamos al apartamento.

Me levanté y ella me cogió de la mano. Nos fuimos así al apartamento. Afortunadamente ya había perdido la erección.

Mientras yo dormía ella había encargado paella para comer. Así me dijo, no tendríamos que preocuparnos de hacer comida.

Comimos en la cocina que tenía una puerta corredera que daba a la terraza. Estábamos a la sombra y entraba el aire por lo que se estaba muy a gusto.

Mi madre seguía con el bikini puesto, por lo que tenía a la vista sus dos preciosos pechos. Algunas gotas de sudor volvieron a aparecer en su escote. Yo trataba de mirar el arroz para que no se diera cuenta de que no podía quitar ojo de sus pechos.

Una erección urgente volvió a mi. Enseguida estaba de nuevo empalmado. Me puse nervioso y tiré el tenedor al suelo.

Al agacharme para recogerlo vi sus piernas cruzadas. Sus muslos eran increíbles. En la piscina no me había dado cuenta. Nunca había visto a mi madre desnuda ni en ropa interior hasta ahora y sé que la gente que escribe estos relatos dice que su madre está bastante buena para su edad, pero en mi caso es totalmente cierto.

A partir del tropezón en la piscina y de esa comida, empecé a ver a mi madre como lo que era, como una mujer y no como una madre. Una mujer a la que podrías follarte hasta que no te quedara una gota de semen en el cuerpo y a la que le dejaras el coño escocido de tantas veces como te la hubieras follado. Sé que lo que digo es una barbaridad, pero en ese momento no la veía de otra forma.

Acabamos de comer y mi madre me sonrió mientras me retiraba el plato. No me dejó ayudarla a fregar y no sé si realmente fue peor, porque claro, se puso a fregar de espaldas a mi, sin pareo, con su culo a la vista con ese tanga que os dije que llevaba moviéndolo de un lado a otro mientras fregaba y aquello fue lo más.

Tuve que excusarme para ir un momento al lavabo a hacer pis, pero con esa erección que tenía no conseguí mear sin salpicar la taza.

La limpié como pude y metí la cabeza bajo el grifo para quitarme el calentón. Con la excusa de haberme mojado el bañador me puse un pantalón vaquero holgado que disimuló un poco mi erección y volví a la cocina.

Mi madre había preparado café frio. Le agradecí que lo hubiera hecho y con el frio me tranquilicé y mi pene también recuperando su tamaño normal.

Recogí yo los vasos y nos fuimos a echar la siesta. Por supuesto cada uno en su cuarto.

En cuanto oí a mi madre roncar, aparté la sábana, me bajé el calzoncillo y comencé a acariciarme el pene. Frotaba el frenillo y mi glande y enseguida mi pene estaba otra vez en posición de firmes.

Cerré los ojos recordando la imagen de mi madre en bikini, ensalivé mi polla y agarrándola con mi mano derecha, soy zurdo pero las pajas me las hago con la derecha, empecé con el sube y baja imaginando que era la mano de mi madre y no la mía la que me estaba haciendo la paja.

Gemía su nombre bajito, Gema, Gema, Gema, y lo iba alternando con mamá, mamá, que gusto me das, con la fantasía de que ella me pajeaba.

No duré nada y enseguida me corrí sobre mi tripa dejándola perdida de semen. Hacía varios días que no me masturbaba y la corrida fue bastante grande.

Me incorporé con cuidado tratando de no manchar las sábanas y fui al baño donde me limpié bien con papel higiénico. No quise abrir el grifo para que no se despertara.

Satisfecha mi lujuria volví a la cama donde nada más caer me quedé profundamente dormido.

Me desperté a eso de las ocho y oí la ducha. Mi madre se lavaba, pero no me atreví a espiarla.

Cuando salió me propuso ir a un restaurante que le habían recomendado sus amigos. Yo acepté y cenamos, vestidos de calle por supuesto, por lo que mis fantasías se olvidaron, en parte también gracias a la paja.

Amaneció un nuevo día y después de desayunar y guardar las dos horas de rigor para hacer la digestión nos fuimos a la playa y nos metimos en el agua.

Chapoteamos de nuevo, para nada nadamos. Estaba claro que mi madre era una mujer nueva y estaba disfrutando de la vida.

Salimos del agua después de bastante rato. Los socorristas paseaban de un lado a otro de la playa pero el tiempo era estupendo y el mar estaba en calma, por lo que afortunadamente no tenían mucho trabajo.

Me di cuenta de que mi madre no le quitaba ojo a uno de ellos. Un chico de unos 25 años, alto, musculoso y bronceado.

Se levantó y se dirigió al agua. Al llegar hizo como que tropezó en la orilla y se quedó mirando el tobillo. El socorrista se acercó a ella.

No pude oír que decían con el ruido del mar y el de la gente. Pero sin duda mi madre estaba ligando con él.

En ese instante una ola fuerte llegó hasta ellos y empujó a mi madre quitándole el pareo con el golpe. El chico la cogió antes de que cayera. La acompañó hasta mi.

-Tienes una madre muy simpática y muy guapa. Cuídala, me dijo guiñándome un ojo.

Cuando se alejó, mi madre me dijo:

-Está buenísimo el socorrista, ¿eh? Bueno cariño, ya sé que a ti no te gustan los hombres, pero vamos que está para comérselo. Dijo riéndose.

-Mamá, me alegro. Ya es hora de que te alegres. Estos años desde el divorcio has estado muy triste.

-Ya lo sé hijo, y te pido perdón si no he estado a la altura. Ahora soy otra persona.

-No pasa nada mamá. Pero mira, seguro que te lo has ligado. En la orilla no te quitaba ojo de encima.

-Ja,ja,ja. Qué dices.

Volvimos a casa para la hora de comer, serían las dos y media o así. Comimos, recogimos todo y nos fuimos a echar la siesta. Por supuesto una siesta con paja incluida. Pero ese día fue distinto.

Me levanté al oír unos gemidos que venían del cuarto de mi madre.

No podía creer lo que estaba viendo. Estaba tumbada en la cama, desnuda, abierta de piernas y sudorosa con una polla de plástico rosa metida en su coño. Se acariciaba el clítoris con la mano derecha y con la izquierda se metía y sacaba la polla. Joder cómo había cambiado mi madre. ¿Cuánto tiempo haría que no follaba?

Me quedé unos segundos mirándola. Sin el bikini podía apreciar su cuerpo entero. Sus tetas grandes, aunque no demasiado, justo como me gustaban. Sus piernas, sus muslos, sus caderas y su tripa, con un poco de barriguita, pero tampoco demasiado.

Me estaba poniendo súper cachondo y en cuanto aceleró el ritmo de la masturbación, corrí a mi cuarto y allí me pajeé con la puerta abierta y sin disminuir los gemidos.

Más tarde descubriría que mi madre se levantó desnuda después de correrse y se quedó mirándome en el umbral de la puerta. Su coño aún estaba húmedo después de la corrida.

Merendamos algo después de la siesta. Yo miraba a mi madre por si se le ocurría decirme algo sobre la paja que me había hecho durante la siesta, pero no soltó palabra. Yo tampoco le dije nada.

A eso de las 8 me sorprendió dándome dinero para que me fuera al cine de verano. Me dijo que ella se encontraba cansada y que se quedaría en casa. Ya me acompañaría otro día.

El cine estaba lejos de donde estaba el apartamento y tuve que coger un autobús hasta allí.

Al llegar vi que solo echaban Dolor y Gloria de Pedro Almodóvar. Nunca he sido muy fan de Almodóvar, pero no había otra película que ver.

Compré palomitas y un refresco y me senté en una de las últimas filas en el centro tal y como solía hacer cuando iba al cine en Madrid.

Media hora después me había acabado las palomitas y el refresco y me estaba entrando sueño. La película no me gustaba para nada. Entonces decidí abandonar el cine.

Pregunté en la parada de taxis cuánto me costaba llegar hasta la urbanización y me sobraba dinero, por lo que tomé uno hasta el apartamento.

El taxista me dejó a la entrada y se disponía a subirme hasta arriba, pero le dije que allí estaba bien y subí andando.

Abrí la puerta y vi luz en la habitación de mi madre. Oí como unos gemidos y di marcha atrás. Cerré la puerta con cuidado y salí fuera. Girando un poco, la ventana de la habitación de mi madre daba al exterior y desde allí podría cotillear.

Me puse en la ventana y vi algo que me dejó pasmado. Más que haberla pillado masturbándose.

Mi madre estaba desnuda sobre la cama, con las bragas por los tobillos y agarrada al cabecero. El socorrista del otro día estaba detrás de ella follándosela en la postura del perrito.

Los dos gemían con dos bestias salvajes. Esperaba que el tío estuviera follándosela con preservativo porque mi madre todavía podía quedarse embarazada y no me gustaría tener un hermano de un desconocido, aparte de que pudiera pegarle cualquier enfermedad.

Me agaché y me apoyé contra la pared mientras terminaban.

El tío se despidió un rato después de haber terminado. Yo seguía sentado al otro lado del apartamento donde no pudiera verme al salir.

Miré el reloj y calculé la hora a la que terminaría la película y lo que tardaría en llegar al apartamento.

A la hora que pensé, abrí la puerta y me encontré a mi madre mirando la televisión como si nada hubiera pasado. Evidentemente no le conté nada de lo que había visto.

Pasaron un par de días en los que no me masturbé y tampoco me pareció oír a mi madre hacerlo. Hasta que pasó lo que pasó. Esa noche se fue la luz. Como por allí estaban preparados tenían velas guardadas.

Mi madre sacó unas cuantas y las puso por todo el apartamento.

Se sentó en un cojín en el suelo y me propuso jugar al strip póker.

-Como no tenemos luz no podemos ver la televisión. Antiguamente las parejas no tenían nada que hacer y hacían el amor a luz de las velas.

No entendí a que venía eso. ¿Habría visto que la había pillado con el socorrista?

No tenía ni idea de cómo jugar al strip póker. Ella me enseñó.

Enseguida estaba perdiendo ropa, aunque no llevábamos mucha. Al poco cogí ventaja y le hice perder la camiseta. Luego el sujetador y yo terminé en calzoncillos y ella en bragas.

Sus pechos estaban frente a mi. No sabía dónde meterme y agaché la cabeza mirando las cartas.

-Vamos, aún no hemos terminado.

Volví a lanzar y mi madre perdió. Se quitó las bragas y se quedó desnuda frente a mi. Ya no podía disimular más. Mi polla se enderezó bajo el calzoncillo y ella lo vio. No sé si lo había hecho aposta o que.

Ella se levantó y se acercó a mi. Estiró el calzoncillo y liberó mi polla.

-Mi niño está a punto, me dijo.

Se agachó y se metió la polla en la boca. No sabía dónde meterme. Solo pensé: tierra trágame.

Pero no era la tierra lo que me tragaba sino su boca que tragaba mi polla.

Comenzó una mamada tremenda. Joder, mi madre me estaba mamando la polla como seguro le hizo cientos de veces a mi padre mientras estuvieron casados.

Después de un rato de mamarla, la sacó de la boca y comenzó una paja.

-Joder, mamá, le dije. Qué gusto me das.

-¿Te gusta mi niño? La otra noche te vi meneándotela en la cama.

-Yo no, no…

-¿Qué te crees, que no sé qué te la meneas desde hace años?

-Joder mamá, pero esto es muy fuerte, es incesto, no sé.

-Incesto seria si estuviéramos follando, pero esto es solo una paja.

-Aaaah, no puedo más mamá, me voy a correr.

Ella aceleró el sube y baja y terminé corriéndome. Salpiqué sus tetas que se llenaron con mi leche caliente. Solo llevaba dos días sin meneármela, pero eyaculé bastante.

Se cogió las tetas después de terminar y las movió frente a mi. Me sonrió y me ayudó a levantarme.

Nos duchamos los dos y traté de evitar mirar su cuerpo desnudo para no empalmarme otra vez.

-Mañana te haré otra paja mi niño, me dijo, si tú prometes masturbarme a mi también. No quiero que nos toquemos a solas.

Aquello finalmente terminaría en un polvo, estaba seguro. Cerré los ojos y me dejé limpiar con la ducha.

Esa noche dormimos juntos y abrazados los dos.

Si os gustado y queréis comentar, escribidme a: [email protected].

Para Lara, mi más fiel lectora.

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