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Me entregué a mi hijo en un viaje a Punta Cana

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Tenía 16 años de matrimonio cuando mi esposo me abandonó. Fue un golpe terrible para mí, entre las muchas cosas horribles me que dijo, hasta hoy recuerdo dos. Que estaba gorda y que no era buena en la cama. Se largó de casa y me dejó con mi hijo que tenía solo 15 años. Fue un trauma imprevisto para ambos.

Se fue con una mujer joven en esos tiempos, 20 años menor que él. Al poco tiempo lo dejó, pero eso no importa.

Sus palabras me hirieron mucho. Pasé tres meses derrotada y destruida. Decidí renovarme. Una mañana desperté y a mis 38 años tenía que mirar al frente. Decidí empezar el gym, renovar mi armario. Logré darle ánimos a mi hijo y poco a poco, él se adaptó a una vida sin su papá.

En pocos meses, bajé 12 kilos, volví a tener una silueta atractiva. Contraté una asesora de estilo y cambié completamente mi peinado y mi look. Me volví a sentir atractiva y sensual y, por cierto, deseada.

Un año después de la rotura de mi matrimonio, me acosté, después de muchos años, con un hombre distinto a mi esposo. Me dejé llevar por él y en pocos meses era una mujer muy distinta en la cama. Mi esposo había tenido razón. Fui sosa y aburrida, pero esa Sofía no existía más. Descubrí el sexo anal, algo que mi esposo me pidió y nunca acepté. Disfruté del sexo en posiciones y formas que con mi marido jamás me había atrevido, a pesar de su insistencia, que debo reconocer, fue paciente por muchos años.

Fueron pasando los años, pasé de una pareja sexual a otra, y a otra, decidí no volver a tener nada serio ni intenso con un hombre, al menos hasta mis 50 años, quizás luego ya encuentre alguien con quien terminar mi vida. Ahora a los 45, todavía deseo seguir libre y experimentando.

Cuando mi hijo alcanzó la mayoría de edad, empezó a trabajar, además de ir a la universidad. Llenaba su tiempo con el estudio y el trabajo. Era de pocos amigos y no le conocía ninguna novia. Cuando cumplió 20 años, me dijo que había ahorrado y había comprado un tour a Punta Cana para los dos. Siendo madre e hijo, alquiló una habitación doble por cuatro noches. Me pareció correcto.

Al llegar al hotel, tras todo el tedio del vuelo, pasar migraciones y el traslado, llegamos sudorosos por el calor, cansados, justo empezando la noche.

Me preguntó si deseaba ducharme primero y le dije que lo haga él antes. Aceptó y sin más, se desnudó delante mío. Me sorprendió lo marcado de su cuerpo, le pregunté si iba al gym y me dijo que no, que hacía ejercicios en su habitación. A pesar de vivir juntos, nunca lo había notado.

Se desnudó de espaldas a mí, pero al hablarme, se dio la vuelta y pude apreciar su enorme miembro. No tenía idea que era tan dotado. Lo tenía dormido, pero era claramente mucho más grande que el de su papá.

Se duchó y salió desnudo. Entre al baño. Me duché y salí vestida. Me esperaba ya listo para salir. Subimos al restaurante del hotel, en el último piso, junto a la piscina, y tuvimos una cena algo tensa. Yo estaba perturbada por lo que había visto. No encontraba hilo a la conversación y él se daba cuenta.

Finalmente se mandó y me dijo mamá, tengo algo que decirte.

Su formalidad me asustó un poco. En ese momento no tenía ni idea de que me quería decir con tanta formalidad y en un viaje que él había pagado. Llegué a pensar que me diría que era gay. Le pedí que hablara.

Tras un silencio embarazoso, habló.

Habló por unos 20 minutos. Yo sólo lo escuchaba. En resumen, me dijo que me admiraba, que me amaba y que me deseaba. Que se masturbaba con mis tangas cuando yo no estaba. Que le hacía feliz que yo sea feliz. Que quería estar conmigo, como hombre y como mujer.

Cuando terminó de hablar siguió otro largo silencio. Él me miraba perturbado y yo pensaba en su verga enorme. Siendo su madre, pero siendo mujer, sentía un choque entre el deseo y la responsabilidad.

Le dije que quizás estaba confundido. Que yo era su madre, que no podía verme como mujer. Insistió con sus argumentos.

Nos levantamos. Volvimos a la habitación. Estuvimos más de una hora ambos distraídos con el celular, sin hablarnos. Yo muy perturbada, seguro que él también.

Decidí dormir. Pero tenía aun la ropa puesta. Pensé que mi pijama era un short demasiado sensual y un polito semi transparente. Las otras opciones eran dormir con la ropa puesta o desnuda. Decidí cambiarme en el baño. Lo hice.

Al salir del baño, mi hijo estaba solo con el bóxer puesto. Me miró con deseo. Me sentí deseada. Sentí la adrenalina y el morbo subir en mí.

Me acosté en mi cama. Lo miraba de reojo. Pude darme cuenta como su verga se iba levantando, poniéndose dura. Su bóxer resultaba escaso para el enorme paquete que guardaba. De pronto, sin más, sin preámbulo, se sacó el bóxer y quedó desnudo. Me dijo simplemente “me incomoda el bóxer para dormir”.

Mi excitación era creciente. Era y soy su madre, pero soy mujer. No soy de fierro.

Él me miraba sin decirme nada. Yo lo miraba pensando mil cosas. Ninguno se atrevía a dar un paso más allá. Me dieron ganas de orinar. Me levanté de la cama. Fui al baño. Mientras bordeaba su cama (el baño estaba de su lado), no podía dejar de admirar el mástil que tenía.

No cerré la puerta del baño, pensé sólo sentarme a orinar y el inodoro no se veía desde el cuarto. Mi hijo entendió que era una invitación y se metió al baño.

Antes que pueda reaccionar, sentada en el inodoro, tenía su enorme verga a la altura de mis labios. No pude resistir más, ya era demasiado. Empecé a chupársela. No podía ni con la mitad de ella. Pero quería más. Me levanté, lo cogí de la mano. Nos volvimos a la habitación.

Sin pensarlo mucho, me puse en 4 patas al borde de su cama. Se paró detrás de mí. Sentí como me untaba la concha con su saliva y de pronto sentí el empujón. Con el apuro de los jóvenes, la metió sin medias tintas, en una sola empujada la llevó lo más adentro que pudo.

No era un experto. Me resultó claro. Pero el enorme tamaño de su verga compensaba su poca pericia. Tuve un orgasmo en pocos minutos. Luego le pedí que se sentara en el sofá. Me obedeció. Me puse de espaldas a él y le entregué mi concha nuevamente. Era yo quien me movía, a mi ritmo, a mi estilo. Tuve dos orgasmos casi continuos y él seguía erecto. Volvimos a su cama, me puse en perrito y luego en cucharita, sentí como se aceleraba su respiración y sentí como me llenaba la concha con su semen, eso me hizo llegar por cuarta vez.

Agotada volví a mi cama. Él se quedó dormido antes que yo. Pensaba en lo incorrecto de mi proceder. En el daño que podía estar haciéndole. A la mañana siguiente, no me importo. Los siguientes tres días fuimos amantes.

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