Era día de mudanza. Finalmente llegaba el momento de decirle adiós a la casa de mi infancia, cual inevitablemente había sido adquirida tan solo un par de semanas después de haber sido puesta a la venta por mi padre, resignado a no poder costear los gastos él solo.
Estaba hecha una sopa de emociones, me sentía triste por dejar la casa de mi vida, pero al tiempo me sentía aliviado por todos esos recuerdos nostálgicos de mi madre impregnados en cada habitación, aún a casi seis años de su muerte.
Así iniciaba una nueva vida en otro hogar, alejado de los suburbios, en otra casa más pequeña, cual compartiría con mi padre y su pareja, pronto a casarse para convertirse en mi madrastra.
Ella era engreída y altanera, la verdad no me caía nada bien. Aunque tenía un lindo rostro y de cuerpo no se le renegaba nada, su actitud era todo lo contrario. Pese a que sus largas piernas, cintura delgada, su cabellera rubia y lacia le hacía lucir más joven de lo que era en realidad, tenía todo el carisma de una vieja amargada de noventa años.
Ella no tendría más de treintaicinco años, en tanto, mi papá, por ese tiempo ya estaba arañando el medio siglo, por lo que no me daba buena espina aquella relación. Es decir, ella estaba más cerca de mi edad, que en esos días tendría veinticuatro años, que la de mi propio padre.
Para mí, era más que obvias las intenciones de esa mujer, seguro estaba que solo quería a mi padre para sacarle dinero y vivir de gratis.
Según ella era edecán en una agencia de modelaje, pero la verdad es que ni trabajaba tenía por lo que no aportaba nada a la casa, solo se la pasaba mirando la tv o haciendo Pilates en la sala. Cuando no estaba revisando su móvil, simplemente perdía el tiempo haciéndose tratamientos de belleza en el rostro.
Me sentía mal por mi padre, no sabía cómo hacerle ver lo que pasaba y a dónde se encaminaba su relación. Nunca he tenido un vínculo tan profundo con él como para platicarlo abiertamente, eso era más con mamá.
Pero bueno, al menos le sacaba provecho a la relación. No había día que no les escuchara haciendo el amor al menos una vez, por las mañanas o antes de dormir. Ella gemía como zorra. No negaré que me excitaba mucho escucharla. Más de una vez le he dedicado una paja al imaginármela en cuatro siendo penetrada, o montada y cabalgando como una estrella del porno.
Ojos para los dos
A decir verdad, ya me tenía harto y fastidiado. La muy sinvergüenza no hacía más que gastarse el dinero de mi padre comprando ropa y productos de belleza. Y no era por el dinero, sino por su actitud.
En el fondo sabía que mi padre era consciente de ello, que solo estaba con ella por el sexo y por mero afán de no estar solo, intentando así enterrar el recuerdo de mi madre. Pero yo eso sentía que debía hacer algo.
En verdad no soportaba estar con ella en la misma casa, me trataba como un estorbo, no me hablaba apenas para saludar siquiera. Y a mi padre no lo intimaba precisamente mejor, solo le hablaba bonito cuando quería comprarse algo.
Un día estábamos ella y yo solos en casa. Yo estaba en el comedor haciendo algunas cosas de la universidad en mi portátil, cuando ella hacía sus ejercicios en la sala justo frente a mí. No podía quitarle la mirada de sus nalgas, la muy desgraciada sí que se cargaba un buen trasero, bien parado en esas mallas ajustadas color lila que no dejaban nada a la imaginación, presumiblemente sin ropa interior o una muy pequeña en su caso, pues no se le marcaba en la ajustada ropa, ni en su top blanco, dejándome ver sus levantados pezones dibujados bajo la elástica tela a punto de reventar por sus voluptuosos senos, incluso marcando sus labios vaginales cada vez que hacía alguna sentadilla o estiraba sus piernas hacía atrás con las manos al piso.
Entonces, comencé a sentir como mi pene se inflaba bajo mis pantalones cortos. Me puse un poco nervioso, pero no me preocupaba. No era que me importara mucho. Miraba a mi nueva madre haciendo sus estiramientos, parándome la cola para que pudiese observarle hasta el más sutil detalle de su perfecta circunferencia. No sé si lo hacía a propósito y si lo zorra le salía natural, pero no había manera de disimularlo.
Cuando terminó, me puse de pie y le desfilé por enfrente con toda la polla parada levantando la tela de mi ropa. Sabía lo guarra que era, de inmediato se clavó su mirada sin disimulo, comprobando lo zorra que era.
Desde ese día me divertía desviando su mirada al levantarme la paja frente a ella, aún sin importarme que estuviese con papá. Me deseaba, seguro estaba que preferiría un cuerpo más joven y fornido como el mío, en vez del cuerpo mi padre, quien lejos había dejado sus días de gloria.
En la sala, mirando la tv, le mostraba mi erguido miembro bajo mis pantalones. O en mi habitación, paseándome en pelotas con la puerta abierta cuando papá no estaba, para que me pudiese observar completamente desnudo mientras ella estaba en la sala. Le gustaba, no podía negarlo.
Caza en casa
Otro día regresaba de la escuela más temprano de lo habitual. Una falla en el sistema de suministro de agua potable nos dejaría el día libre.
Al llegar a casa, me disponía a recostarme en mi cama e intentar recuperar sueño por la desmañada vana del día, cuando escuché ruidos provenientes de la habitación de mi papá. Sabía que era ella, no había nadie más, pero los sonidos eran extraños, se escuchaban como pequeños quejidos.
En un principio, ingenuamente creía que estaba haciendo sus ejercicios, pues se oía justamente así. Pero entonces exclamó un agudo gemido de placer, y ahí lo supe todo. Se estaba masturbando. Entonces me acerqué a su recamara silenciando mis pasos tanto como podía.
Aprovechando mi inadvertencia, me escabullí hasta su puerta, cual para mi suerte tenía entreabierta. Ahí, me asomé y la vi. Estaba completamente desnuda recostada en su cama a piernas abiertas y tocándose con ambas manos en todo su sexo.
Por la perspectiva no podía ver más que sus pies, piernas, cintura y sus parados senos, lateralmente. Evitando asomarme más allá para no ser descubierto. La panorámica era asombrosa, podía ver con toda claridad sus atléticas piernas blancas y su par de deliciosas tetas redondas, endurecidas, con sus pequeños pezones rozados completamente erguidos, sacudiéndose mientras sus manos le daban placer, jugando en su entrepierna.
Entonces se movió y me asusté. No estaba seguro si me había visto o escuchado, pero retrocedí un par de pasos por mero instinto. Esperé un momento, y al escuchar nada, regresé a su puerta para continuar espiándola.
Cuando me asomé de nuevo, la vi en otra posición, esta vez estaba en cuatro, arrodillada sobre su cama, tocándose con una mano por debajo de su cuerpo hasta su depilada vagina. Ahora, girada a un costado de su cama hasta dejar colgando sus pies por el borde de la misma, podía ver mejor el espectáculo, observando a mi madrastra complaciéndose al meterse un par de dedos por detrás, tan fuerte y profundo como era capaz.
Podía escuchar su mojada vagina haciendo sonidos acuosos entre sus dedos, mezclados con los gemidos de placer que exhibía sin censura, expresando todo ese gozo que se proporcionaba a sí misma, creyendo que aún estaba sola en casa. Estaba tan cerca que hasta podía oler su sexo lleno de sus secreciones íntimas escurriendo entre sus manos.
Incapaz de contenerme, me saqué el falo completamente erecto y lubricado por la excitación de solo mirarla, y comencé a jalármelo con extremo placer. Lo hacía lento y contento, intentando contener mi agitada respiración relamiéndome los labios. Completamente loco por comerme a mi futura madre ahí mismo. Mirándola tan excitada como yo, gimiendo y gozando al borde del orgasmo, escuchando cómo exhalaba un profundo alarido insinuándome que estaría a punto de venirse, contorneándose en la cama, levantándome el culo en cada arremetida de sus dedos dentro de ella, metiéndoselos y sacándoselos profundamente, como aclamando por un buen pene, mientras se restregaba su clítoris con la otra mano.
Entonces no pude resistirme más. Ya descarrilado, me adentré a su habitación con la pija de fuera. Ella estaba tan perdida en sus caricias que nunca se percató de mi presencia. Me acerque por detrás hasta su culo. Ahí me acoplé de tras de su blanco trasero mientras aún se masturbaba, y sin más, le clavé mi enrojecido pene, duro como roble, en una de esas veces cando sus dedos estaban fuera.
Su cavidad estaba tan lubricada que no forcejé en absoluto para deslizar mi falo hasta los confines de mi madrastra, quien enseguida soltó un agudo grito estremecedor de espanto, intentando reincorporarse o gatear lejos de mí para sacarme de ella, pero no se lo permití. La sujeté con fuerza por la cintura y la arrimé todavía más a mis caderas para terminar de ensartarle toda la verga hasta el fondo, cual se deslizaba como mantequilla entre sus calientes pliegues vaginales.
Ella gritaba desgarradoramente, estaba realmente asustada, intentaba desfundarse con desesperación, pero al mismo tiempo estábamos tan excitados que cualquier movimiento nos otorgaba un profuso placer, fuese pactado o no.
-Nooo. Detente idiota. ¿Qué haces? No. Para. –Me gritaba, y yo sin decirle palabra, le arremetía mi pene duro y fuertemente, salpicando nuestros líquidos por todos nuestros muslos, mientras la penetraba con rudeza desde atrás, produciendo ese tan excitante y característico sonido de chapoteo sexual a cada embestida en sus suaves nalgas duras y calientes.
-Detente. Por favor. Para. No lo hagas, estúpido hijo de… No. Ya basta. –Me suplicaba entre dolosos alaridos, quejándose al borde del llanto, y sin embargo tan excitada.
Poco a poco, aquellos sollozos se convertían en disimulados gemidos sensuales de placer, casi rogándome ahora, porque no me detuviese. Sabía que estaba demasiado excitada como para negarme una buena cogida, seguramente se habría estimulado tanto que estaría a punto de venirse en cualquier momento. Yo también lo estaba, luchaba por contenerme, quería hacerla terminar antes que yo.
-No termines adentro. Le escuché decir, dándome vía libre a que me la cogiera a merced. Entonces aumenté la velocidad, arremetiendo mi pene dentro de su cada vez más mojada vagina, masturbándome con su rico culito apresado firmemente en mis garras, cual no dejaba de secretar sus acuosas eyaculaciones cremosas que recubrían todo el escroto de mi falo, mientras la escuchaba diciéndome entre gemidos extremadamente excitantes que esperara, que no me viniera aún, pues ella estaba por hacerlo.
-Espera, espera. Aguanta que me vengo. No termines. Aguata. Me vengo. Ho, si. –Me decía, entrecortando su voz, extasiada por las embestidas duras y feroces palmeando en sus sabrosas nalgas, arrancándole un gemido en cada arremetida, mientras yo apretaba los dientes para complacerla tan solo un poco más. –Mierda, mierda. –Expresaba antes de enmudecer un par de segundos, conteniendo el aliento un instante, para dar paso a un intenso orgasmo que expresaba con un agudo grito desgarrador de placer, gozado abiertamente. Obligándome a sacarle mi falo para permitir que se viniera a chorros frente a mis ojos, mientras yo me exprimía toda mi verga en sus nalgas, depositando mi semen justo en el hoyito de su estrecho ano. Mirando ese fabuloso espectáculo de su vagina mojada eyaculando, secretando un hilo de su fluido cremoso que escurría hasta las cobijas de su cama.
Desde ese día chantajeaba a mi madrastra con decirle a mi padre de lo sucedido. A cambio, ella me dejaba que la toquetease por toda la casa, dejando que me la cogiera cuando la quisiera.
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