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Mi primera infidelidad de casada

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¡Hola! Me llamo Susana (me dicen Susy o Sus) y esta es la primera de muchas confesiones; espero no me juzguen. Vivo al sur de la Ciudad México, tengo 40 años, vivo con uno de mis hijos (20 años), el mayor de 22 años vive con su novia en el Estado de México; soy casada desde los 18 años cuando mi novio me embarazó, pero desde hace casi dos años mi esposo vive en otro estado, ya que tuvo que mudarse por cuestiones de trabajo; viene a pasar el fin de semana cada dos meses y a veces pasa más tiempo en venir, ha tardado hasta cuatro meses sin venir, pero pues así es cuando trabajas lejos, lo bueno es que sí viene y nos sigue mandando dinero.

La verdad es que desde chica fui inquieta para el sexo, desde la adolescencia sentía la necesidad de unos buenos fajes, unas buenas manoseadas y algo de sexo oral; no tardé mucho en tener sexo con novios o amigos de la escuela. Si mi novio no me atendía seguido, era muy común que buscara con quién quitarme las ganas, por eso era conocida como una de las golfas, de las putitas del barrio, pero cuando me embaracé sólo cogía con mi novio, además él también era muy cogelón. Raúl, mi esposo, es mayor que yo, cuando nos casamos yo tenía 18 y él 23, ya había acabado la carrera, y enseguida consiguió trabajo en una empresa por ayuda de su papá. Se iba desde las 6 de la mañana y volvía después de las 9 de la noche, así que estaba todo el día sola, cuando nació mi primer hijo era igual, por suerte mi mamá o mi suegra me ayudaban a cuidarlo, eso me permitió buscar trabajo y ayudar al ingreso familiar.

Un día mi suegra me dijo que doña Laura y don Pepe estaban buscando quién les ayudara en su tienda y pues fui. Por suerte me dieron chance y al día siguiente empecé a trabajar en la tienda; iba de 10 a 2 y luego de 4 a 8, así que podía dejar desayunado a mi hijo, luego darle de comer y después llegar para darle de cenar, acostarlo y esperar a Raúl. En ese entonces siempre andaba de falditas o jeans súper pegados –bueno, todavía uso eso jajaja- y playeritas que resaltaran mis tetas, que además estaban más grandes que de costumbre ya que apenas había dejado de dar pecho a mi hijo, por eso varios clientes, proveedores y el propio don Pepe me comían con la mirada y siempre además de piropearme me saludaban de beso abrazándome de la cintura, a veces me rozaban las nalgas.

A veces atendía sola y a veces me acompañaba doña Laura o don Pepe, sobre todo don Pepe, ya que su esposa se hacía cargo de la casa. Desde el principio me comía con la mirada, pero con el paso de los días y la convivencia fue tomando más confianza, sus piropos eran más lanzados y vulgares, era un poco incómodo, pero por otra parte siempre me ha gustado que me halaguen, que me deseen, además empezaba a necesitarlo porque Raúl ya llegaba cansado y el sexo era poco frecuente, entre una y tres veces cada dos semanas.

Ya siendo mamá y esposa quería ser fiel, pero mis necesidades me estaban ganando, así que era un poco receptiva y coqueta con don Pepe; a veces me abría más la blusa o me desabrochaba un botón de más “por accidente”, me subía más la faldita, dejaba que se me asomaran mis calzones en los pantalones o me ofrecía a acomodar los estantes altos para subirme a la escalera o a algún banco y me viera las nalgas. Él se dio cuenta, así que fue yendo más allá, cuando pasaba atrás de mi me tocaba las nalgas con la mano, cada que podía me arrimaba su paquete y hacía preguntas sexuales algo indiscretas.

Una noche estábamos cerrando, yo estaba contando el dinero de la caja cuando se puso atrás de mi don Pepe, sentía su paquete en mis nalgas, la verdad me sorprendió:

Don Pepe: Estás bien rica, chamaca –me agarró las tetas toscamente-.

Yo: Qué hace, Don Pepe?!

Don Pepe: No aguanto más, Susy, desde que viniste pedir chamba que quiero agarrarte las tetas y las nalgas; te caes de buena, tienes tetas y culo firme, mamita, mi vieja ya está aguada y quiero carne joven, Susy –yo forcejeaba un poco, quería coger, pero Don Pepe tenía más de 50 años y yo sólo 18.

Yo: No, don Pepe, déjeme por favor.

Don Pepe: Tranquila, Susy, déjate llevar, putita, déjate coger por un cabrón hecho y derecho, no por esos chamacos pendejos que ni saben a los que se las das.

Yo: No, ya no soy así, don Pepe; déjeme ir, por favor –seguía apretándome las tetas, pero ahora me bajaba la blusa de tirantitos- no engaño a Raúl.

Don Pepe: Siempre vas a ser una puta, Susy; te gusta demasiado la reata. Además, bien que me las quieres dar, pinche chamaca, ni te hagas pendeja. Seguro ya tienes la papaya mojada, pinche güila –metió la mano debajo de mi falda y me tocó la panochita encima de mi mojada tanga- ya ves, Susy…esa papaya quiere ñonga –negué con la cabeza; me puso a lado de la caja, sobre el mostrador para poder inclinarme más, me abrió las piernas, se la sacó, me hizo a un lado la tanga y me la metió de un empujón-.

Yo: No, don Pepe, qué… ay, cabrón!

Don Pepe: Ay, qué rica estás, pinche Susana –empezó a bombearme, me bajó bruscamente la playerita y el bra para agarrarme bien las tetas- puta madre, qué ganas tenía de ensartarte, cabrona!

Yo: Ay, Don Pepe, no tan fuerte; no mames, la tiene bien dura –y grande.

Don Pepe: Te gusta, verdad putita? –asentí- dime, Susy, te gusta mi verga, verdad putita?

Yo: Sí, don Pepe, la tiene muy rica, ay, cabrón!

Don Pepe: La vamos a pasar de poca madre, pinche Susy; dándote verga cuando quiera, cabrona –aceleró sus embestidas- voy a gozar de este perro culo; apriétamela verga con la papaya, zorrita.

Yo: No termine adentro, don Pepe.

Don Pepe: Cállate, putita –en ese momento se vino adentro- aaaa… ay, hija de la chingada, me sacaste un chingo de leche, pinche Susy –todavía me la sacó y acabó de escurrirse en mis nalgas; me embarró sus mecos por todas mis nalgas y luego me acomodó la tanga evitando que me limpiara y mandándome a casa toda embarrada y llena de sus mecos adentro y afuera; empecé a acomodarme la ropa.

Yo: La tiene muy dura y me cogió bien fuerte, me dejó adolorida.

Don Pepe: Eran muchas las ganas, culito. Así que ya sabes, Susy.

Yo: Me puedo ir, don Pepe?

Don Pepe: Ándale pues, Susy. No diga nada, eh, yo la recompenso. –asentí y me fui a casa.

Pasé por mi hijo y enseguida me lo llevé a casa, le di de cenar, lo acosté y rápido me iba a limpiar y bañar, pero en mientras acostaba a mi hijo llegó mi esposo, ni tiempo me dio. Le iba a dar de cenar a Raúl pero enseguida se puso cariñoso, jarioso mejor dicho y acabamos cogiendo en la sala. La verdad es que mientras cogía con mi esposo, yo pensaba la cogida que me había dado don Pepe imaginando que seguramente habría muchas otras. Así fue.

(9,20)