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Mi primo me enseña a disfrutar con el cepillo dental eléctrico
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Tiempo de lectura: 20 minutos

Me llamo Susana (Susi para la familia, amigos y conocidos), soy de Gijón (Asturias, España), tengo 19 años para 20 y soy una chica muuuy mala. Destaco de mí que tengo el pelo castaño con mechas azules, para llamar la atención, para distinguirme entre la multitud.

Tengo un perro, un gato, un loro, un cactus, un padre, un hermano, un medio novio, mal genio y una madre que me lo altera siempre que puede.

He dejado a mi madre la última porque quiero explayarme con ella. Más bien despotricar contra ella. Y, ¿por qué despotricar?, se preguntarán, amigos lectores. Vayamos por partes:

Primero, porque es una pesada y una mandona.

Segundo, porque las fuerzas de la naturaleza no son nada en comparación con ella.

Tercero, porque no quiere darse cuenta que ya soy una señorita, que estoy muy buena y que mi vida es mía y de nadie más.

Recalco que soy joven, que estoy muy buena, que mi vida es mía y que no es de nadie más. Mucho menos de ella, aunque me mantenga, aunque me acoja en su casa. Aunque pretenda mantenerme virginal (ella dice que “pura”, para suavizarlo) porque, según dice, “en la virtud nadie se ahoga”. ¡Menuda majadería! Si supiera la cantidad de veces que me he ‘ahogado’, y que me han ‘rescatado’, y que me han hecho el ‘boca a boca’ y otras cosas por las que merece la pena ‘ahogarse’ una y otra vez hasta el infinito.

¡En fin! El caso es que hacía mucho que quería librarme de ella durante una buena temporada, pero con los estudios y mi precaria situación monetaria, el asunto parecía misión imposible.

Mi salvación vino de parte del Presidente del Gobierno de España.

Y, ¿por qué?, se volverán a preguntar. Les explico.

El pasado 13 de marzo (viernes para colmo) por la mañana, mi tía llamó a mi madre por teléfono. Las dos hermanas hablaron como cotorras durante hora y cuarto. El motivo era que su hijo (mi primo Antón) había sufrido un accidente de moto y se había lastimado la rodilla derecha. La preocupación de mi tía era que el pobre Antón vivía solo en Santander, donde trabaja como auxiliar en una clínica odontológica, y que nadie se ocuparía de él. ¡Las madres son así!

En esta situación vi la oportunidad de escaparme al menos un fin de semana con todos los gastos pagados.

ꟷ Yo puedo cuidar de él este fin de semana, mamá ꟷle dije a mi madre con cara de no haber roto un plato.

Ella mostró lo que parecía una sonrisa (apelando mucho a la imaginación).

ꟷ ¿En serio lo harías? Mira que Santander no está precisamente a tiro de piedra y que la paliza puede ser…

ꟷ Ni te preocupes, mami. ꟷLa interrumpíꟷ Apenas hay 150 kilómetros. Eso sí, paso de ir en tren o en bus. Tu coche. Tienes que dejarme tu coche.

Ella dudó, no obstante, accedió al ver que mi interés podría decaer si no acataba mis condiciones.

Conformes, salí de casa después de comer, a eso de las tres, con las llaves en la mano y 100 euros en la cartera que ella me había dado para gastos varios.

Antes de ponerme en camino, pasé por casa de mi tía, que ya sabía del asunto, con la excusa de preguntarle si quería que llevara algo de su parte para Antón. Ella me comió a besos por el doble buen gesto: cuidar de su hijo y llevarle comida y otras cosillas de primera necesidad. El caso es que salí de allí engordando mi cartera con otros 100 euros, el motivo encubierto de ‘mi buen segundo gesto’.

Gracias al eficiente GPS del coche, llegué sin novedades a mi destino: La Libertad.

Tras aparcar el coche y convencer al portero del edificio, donde vive mi primo, de que precisamente era su prima, llamé a la puerta del apartamento y esperé.

ꟷ ¿Locaaaa? ꟷPreguntó mi primo con cierto tono de sorpresaꟷ ¿Cómo es que tú… estás… aquí? ꟷVolvió a preguntar, tartamudeando.

ꟷ ¿Cómo?… ¿Nadie te ha informado de mi llegada? ꟷCuestioné yo.

Aclaro que mi primo me llama “Loca” desde que una vez, a mis trece años, le quemé las cejas con un mechero. No recuerdo si queriendo o sin querer. Lo que sí recuerdo es que reí mucho y que él se cabreó proporcionalmente al volumen de mis carcajadas.

Él me dijo que no había respondido a las incesantes llamadas de su madre, después de contarle lo del accidente y asegurarle que se veía capacitado para cuidar de sí mismo.

ꟷ A mis 26 años no estoy para tonterías. –Aseveróꟷ. ¿Las madres no se dan cuenta de que, cuando abandonamos el nido, también salimos de debajo de sus faldas?

ꟷDímelo a mí, que mira en lo que me he metido para librarme de ella unos días. ꟷMurmuré.

El resto fue alegría porque llevábamos dos años sin vernos.

En este punto regreso a mi agradecimiento al Presidente del Gobierno porque, al día siguiente, declaró el estado de alarma debido a la crisis sanitaria por el COVIDꟷ19.

‘Mi suerte’, entre comillas, no podía ser mejor. ¿Por qué?, se preguntarán ustedes, mis queridos lectores. La razón es que, debido a esta circunstancia que duraría, en principio, quince días, vi la forma de ampliar mis improvisadas vacaciones un par de semanitas más, aunque ello supusiera un aislamiento casi monástico.

No me costó convencer a mi madre: por un lado, estaba la lesión de mi primo, que yo magnifiqué mucho más de la cuenta; por otro lado, concurría la circunstancia de que las clases en la universidad se habían suspendido; finalmente, recurrí a un repentino temor, no al virus (que lo tenía), sino al caos que pudiera originarse a raíz de la situación y el peligro que podría suponer salir a la carretera.

ꟷ Imagínate, mamá…, yo solita en el coche por esas carreteras de dios. ꟷ Exageréꟷ Desamparada, expuesta a que me hagan… Dios sabe lo que unos desalmados podrían hacerle a una chiquilla indefensa como yo. ꟷSeguí con el culebrón improvisado, lloriqueando, sonándome la nariz, representando un papelón digno de un Oscar.

No solo conseguí quedarme con mi primo. También alimenté mi cartera con 200 euros que mi madre ingresó en mi cuenta de ahorros (por llamarla de algún modo ya que solo tenía, si no recuerdo mal, 20 o 30 euros) para que “no muriera de hambre”. Al día siguiente los saqué del cajero por si se arrepentía.

La primera semana transcurrió sin novedades. Bueno, tuve un pequeño conflicto con mi medio novio debido a que me fui sin decirle nada. ¿Qué le iba a decir si llevábamos casi un mes sin apenas vernos? Lo cierto es que nos vimos un par de sábados. Cosa de poco. Un polvo el primero y dos el segundo. A eso se resumía nuestra relación durante los últimos seis meses: a follar de vez en cuando y cada uno a lo suyo, más como folla amigos que otra cosa.

Precisamente el sexo fue algo que me trajo de cabeza durante esa primera semana. Antes no solo follaba de vez en cuando con mi folla amigo. También tenía un par de ellos más que compensaban lo que el primero no me daba. El morbo, sobre todo, ya que soy bastante morbosilla.

Otro inconveniente fue dormir en el sofá-cama ocho noches seguidas. El apartamento de mi primo solo tiene un dormitorio y dormir juntos era algo impensable para ambos. Era admisible durante un fin de semana, la idea original, pero la situación había dado un giro de 180 grados. Podría haberle dicho que nos alternáramos, pero en su estado sufriría mucho más que yo.

Por otro lado, masturbarme en el sofá-cama resultaba un incordio: cuando no sonaba un muellecito, lo hacía el de al lado, o el de la esquina contraria, o…. Y yo soy de moverme y gemir mucho cuando me masturbo. Esto último impedía que disfrutara a tope cuando me lo hacía en la ducha. También, anecdóticamente, me intrigaba saber si Antón lo hacía y cuándo, porque yo no apreciaba indicio alguno, ni visual, ni auditivo. Nada de nada.

No sé cómo, pero saqué el tema a colación mientras desayunábamos el segundo lunes por la mañana. No el tema de la masturbación, sino el de dormir en el sofá.

ꟷ Yo lo he pensado varias veces, prima, ꟷconfesó Antónꟷ pero no he dicho nada porque tú no sacabas el tema y pensaba que estabas cómoda.

Fruncí el ceño y entoné el ‘mea culpa’.

ꟷ Pues yo no te he dicho nada por si pensabas que era una desagradecida. Es tu casa y yo una adosada.

Mi primo rio con ganas.

ꟷ ¡Cómo vas a ser una adosada si tú me has sacado del apuro! ꟷExclamó al tiempo que tomaba mis manos con las suyasꟷ Mira, primita. Tú hiciste la compra el primer día y seguimos tirando de aquello. Tú has cocinado para mí. También has cubierto mis necesidades básicas, no porque yo no pudiera, sino porque a ti te costaba menos y te nació hacerlo.

No seáis mal pensados, estimados lectores, que con “necesidades básicas” se refería a tareas mundanas como llevarle un vaso de agua, arreglarle la habitación, limpiar, lavar la ropa, etc.

ꟷ Pero eso no es nada. ꟷRepliquéꟷ A mí me cuesta bien poco y, por otro lado, encerrados los días se hacen muy largos.

ꟷPues no hay más que hablar, ꟷdijo soltando mis manos, antes de darme un cachete cariñoso en la cabezaꟷ A partir de esta noche dormimos juntos. Total, somos primos, adultos y en mi cama cabrían tres con cierta comodidad.

La idea me vino como agua de mayo. No podía estar más contenta.

No obstante, esa primera noche supuso todo un reto. A saber: yo suelo dormir en braguitas y con una camiseta mini; así mismo, él suele hacerlo en calzoncillos y con la camiseta de rigor. Esto no suponía mayor problema una vez dentro de la cama, tapaditos y cada uno en su mitad, sin apenas roces pues realmente es tan grande como dijo. El problema era desnudarse. Juntos en la habitación era impensable. Primero uno y luego el otro reducía mínimamente el riesgo de ver lo que no se debía.

Al final todos estos pensamientos míos cayeron en saco roto pues él, sin siquiera hablarlo, tomó la rutina de acostarse una hora antes de lo habitual, cuando yo comenzaba a ver la película de rigor antes de dormir.

Así transcurrieron dos días.

El jueves, 26 de marzo, las noticias fuera del apartamento no podían ser peores. Todo indicaba que el estado de alarma se prorrogaría al menos otras dos semanas. Sin embargo, en opinión de los expertos que opinaban en los distintos programas de TV, aquella situación iba para muy largo.

Debido a esto y a algo que sucedió aquella misma tarde, decidí escribir mi particular diario de cuarentena. Obviamente, lo compartiré con ustedes, amigos lectores. Lo llamaré…

Diario de cuarentena de una chica muuuy mala

Día uno. 26 de marzo de 2020.

Son las dos de la madrugada, hora de las confesiones, y confieso que hoy ha sido un día perfecto y que me siento muy feliz.

Pasado el susto por lo que sucede en el exterior, preparo la comida como siempre. Eso sí, gestionando las provisiones para que duren todo lo posible. No me apetece nada salir a la calle.

Después de comer, ayudo a mi primo con sus ejercicios de rehabilitación. Dice que con la panza llena se siente animado y con más fuerzas. Es cierto porque ha mejorado mucho y apenas cojea. Parece que el asunto no era tan grave como parecía en los primeros días. Aun así, se echa una siesta para descansar. Yo le sigo un rato después.

Al despertarme, observo que ya no está en la cama. El ruido de la ducha delata su ubicación, y decido aprovechar para hacer la cama y arreglar un poco el dormitorio.

Absorta en mis pensamientos, canturreando una tonadilla, descubro que Antón me espía a través de la puerta entreabierta, en calzoncillos, con el pelo mojado y una toalla colgando del cuello. Puedo verle reflejado en el espejo de pie situado entre la cama y el armario. Caigo en la cuenta de lo que mira al percatarme de que todavía sigo en braguitas y con la camiseta mini.

“El culo. Seguro que me mira el culo”, pienso.

Sin miedo a parecer una fresca, haciéndome la despistada, decido prolongar mis quehaceres todo lo posible o, como mínimo, hasta que él se haga notar. No surge carraspeo alguno, ni ruido ocasional, ni tan siquiera un “ejem, ejem” que llame mi atención. Por esto, sigo dándole la espalda, exagerando la posición de mi culo en pompa, para que se recree mientras yo le vigilo de reojo en el espejo.

El momento es… ¿Cómo lo definiría?… ¡Épico!… Esta es la palabra.

Me siento bien y deseada, algo sucia pero deseada. Sin embargo, debo decir en mi defensa que, aunque es mi primo, Antón está para comérselo. Desde los quince años he fantaseado con él y con lo que me gustaría que me hiciera. Por un momento he olvidado el parentesco y le he percibido como un hombre cualquiera. Como alguien que me desea, y esto para una chica muuy mala como yo es una victoria.

No puedo contenerme más.

ꟷ ¿Qué? ¿Piensas quedarte ahí como un pasmarote toda la tarde?… ¿Te gusta el paisaje?

ꟷ Eres terrible, primita. ꟷme suelta como si nadaꟷ. Si sabías que estaba aquí, ¿por qué no has dicho nada?

ꟷ No sé. He pensado que sería cruel privarte de unas vistas que parecían gustarte tanto.

Al darme la vuelta hacia él, noto cierto sonrojo en sus mejillas.

ꟷ ¿Qué? ¿Estás acalorado o abochornado? Lo digo por tus mejillas coloradas… Y por el bulto de tus calzoncillos ꟷañado tras un breve, pero intenso repaso visual.

ꟷ No lo sé. ꟷresponde con aire chulescoꟷ Debería sentirme avergonzado, pero no es el caso. Más bien, estoy sorprendido por lo bien que te has alimentado en los años que llevo sin verte.

Decido seguirle el juego hasta ver adonde nos lleva.

ꟷ Y eso se traduce en…

ꟷ Simplemente se traduce en que no he dejado de mirarte desde el día que llamaste a mi puerta. Y parece que no te has percatado hasta hoy. Hoy he sido más descarado o menos cauto. No sabría definirlo.

Empieza a gustarme el juego de ‘tú me atizas y yo te la devuelvo’.

ꟷ Ni lo uno, ni lo otro. Yo diría que menos disimulado. Días atrás he notado ciertas miraditas, pero mi subconsciente lo ha pasado por alto. Incluso, aquella noche no le di mayor importancia.

ꟷ ¿Noche?… ¿Qué noche? ꟷAntón se impacienta con mis intrigas. ꟷ ¿Qué pasó la noche que dices?

ꟷ No. Si es una tontería. Al menos, yo me lo tomé como tal.

ꟷ ¿Quieres, Susi, decirme qué ocurrió esa dichosa noche?

¡Huy! Que me haya llamado por mi nombre, en lugar de “prima” o “primita”, indica que se toma el tema muy en serio.

ꟷ ¡Bah! Pero si es una tontería. Es solo que, anteanoche, me desperté a eso de las cuatro de la madrugada y me vi en una situación inesperada, aunque no incómoda, debo matizar. ꟷAntón no dice nada, pero sus gestos y mirada reclaman celeridad a la hora de explicarmeꟷ El caso es que tú estabas pegado a mí, tu pecho contra mi espalda, ambos en la posición de la cucharita.

ꟷ ¿Solo eso? ꟷpregunta, algo nervioso.

ꟷ Bueno. Además de tu espalda, otra parte de tu cuerpo oprimía otra parte del mío… Ya sabes.

ꟷ ¿Qué es lo que sé? ꟷpregunta de nuevo, ahora histérico.

Por un momento pienso que es tonto o que se lo hace.

ꟷ¡Joder, Antón! ¿Todo hay que explicarlo? Pues que tu miembro apretaba contra mi culo. Y no estaba flácido, que se diga. ¡Igual que ahora!… ¡Exactamente igual que ahora! ꟷgrito al percatarme de que su erección ha alcanzado cotas inimaginables para mí.

Decido dejar el tema porque su indolencia me enferma. O, acaso, ¿pretende que sea yo quién dé el paso que se supone que alguno debe dar?

Ni me molesto en vestirme al salir del dormitorio. Total, después de haberse recreado un buen rato mirándome, poco recato debería mostrar en adelante.

El resto de la tarde resulta un tanto tensa, y solo tocamos temas triviales. Pero algo me corroe por dentro y necesito forzar la situación. Entonces, dando rienda suelta a mi habitual descaro, decido dar el segundo paso que él, o no se atreve, o no quiere dar.

ꟷ Dime, Antón. ¿Tienes alguna novieta nueva? He sabido que lo dejaste con aquella chica de Oviedo, hará algo menos de un año.

ꟷ Sí. Lo dejamos. Al final la distancia es un obstáculo insalvable. Y no. No tengo a ninguna otra digna de mención.

ꟷ Entonces te has convertido, imagino, en un masturbador empedernido ꟷsigo metiendo el dedo en la llaga.

ꟷ No, querida. Eso es algo que no me va mucho.

ꟷ Entonces… Eres de los dignos que prefieren que se lo hagan. Yo, por mi parte, confieso que me masturbo todo lo que puedo y más.

ꟷ En serio ꟷpregunta como si no lo hiciera.

ꟷ Pues, sí. Lo malo es que temo que la huella dactilar del dedo corazón derecho no sirva cuando tenga que renovar el DNI. Y lo peor es que con el resto de dedos no me apaño. Como que no siento el mismo gustirrinín….

Antón ríe con ganas ante mi bobada. No importa porque me gusta que ría.

ꟷ ¿No te van los juguetes eróticos? ꟷpregunta mirando hacia el suelo.

ꟷ Lo probé una vez, pero el resultado no fue tan bueno como esperaba. El problema es que yo soy más bien clitoriana. Ja, ja, ja… ¡Soy Susana y vengo del planeta Clítoris! ꟷsuelto sin más, al tiempo que imito a un robot con la voz y los brazos.

Lo reconozco y me avergüenzo, porque ha sido una imitación lamentable.

Tal vez por esto no ha reído. Y tampoco ha dicho nada. Sigue con la mirada perdida.

Sigo el trayecto entre sus ojos y el objetivo de estos hasta llegar a mi entrepierna. Estaba tan absorta con la charla que ni cuenta me he dado de mi posición. Sí, ha sido inconsciente, pero el caso es que, entre pitos y flautas, sentada en el sofá, frente a él en el sillón, mis piernas no están tan cruzadas como debían, y él puede ver mis braguitas sin obstáculos, con la hendidura vaginal bien marcada y una pequeña mancha de humedad.

ꟷ ¿Es de sudor? pregunta, pillándome desprevenida.

ꟷ ¿Sudor?… ꟷvacilo durante un par de segundos. Luego caigo en la cuenta, palpo la zona con la mano derecha y respondo con seguridad. ꟷNo. No es precisamente sudor.

Él levanta la vista. Yo separo más las piernas, por si quiere retomar la observación. ¿Por qué?, me cuestiono. No sabría responder categóricamente. Imagino que, a estas alturas, Antón y yo somos simples seres humanos, más que primos, con instintos básicos como cualquiera.

En este momento desconozco las motivaciones o pensamientos de Antón. Me sorprende retomando el tema como si nada.

ꟷ Hay otras alternativas a los artilugios eróticos.

ꟷ ¿Por ejemplo?

ꟷ No sé. Mi exnovia, sin ir más lejos, solía utilizar un cepillo dental eléctrico que yo le regalé.

¿Un cepillo dental eléctrico? Mi mente no es capaz de imaginar semejante utensilio de tortura en esa zona. Se lo hago saber y él me explica la increíble ingeniería sexual que esconde el mencionado aparato.

ꟷ Verás. Cuando se lo regalé, había comprado dos por internet. Eran, por lo visto, exclusivos y con dos velocidades, una más lenta para la zona delicada de las encías y otra rápida para el resto de la dentadura. Obviamente, ella lo utilizaba con la velocidad lenta y algo más para no lastimarse.

La intriga era superior a mí.

ꟷ ¿Qué era ese “algo más”?

ꟷ No sé. Cualquier tipo de tela fina y tensa podía servir. Por ejemplo, la misma braga. Al ser un movimiento circular, debía mantenerla tensa con una mano al tiempo que, con la otra, lo colocaba en el clítoris sin apretar demasiado, lo justo para sentir las cosquillas a través de la tela.

ꟷ ¡Interesante! ꟷexclamoꟷ Y, ¿sirve para el interior?… ¡Ya me entiendes!

ꟷ Eso no lo sé. Imagino que depende de la persona y de la maña que se dé.

Como el que no quiere la cosa, hemos llegado al punto de no retorno, a ese que puede marcarte de por vida, en uno u otro sentido, dependiendo del siguiente paso. Al menos, yo lo percibo así y tiro por el camino del riesgo.

ꟷ ¿Todavía conservas el tuyo? Me refiero al que hace pareja con el que le regalaste. ꟷEntonces caigo en la cuentaꟷ ¿No será el que tienes en el cuarto de baño?

Antón asiente con la cabeza, y yo decido saltar sin paracaídas y que sea lo que dios quiera.

ꟷ Quiero ser sincera y que me escuches con atención, abriendo tu mente todo lo que puedas. Y no, no digas nada hasta que termine. Seré breve y directa.

Otro gesto afirmativo de su parte supone el pistoletazo de salida para lanzarme al abismo en modo telegrama.

ꟷ Yo soy moderna. Tú también lo eres. Los tiempos han cambiado. Tú eres mi primo y yo tu prima. Pero también somos un hombre y una mujer adultos. Lo de los primos ya no tiene la transcendencia que tenía en tiempos de nuestros padres y abuelos. En definitiva: yo por mi parte no tengo prejuicios, y espero y deseo que tú tampoco. Dicho esto, si no me muestras las maravillas que promete el dichoso aparatito, te juro que hago las maletas, me salto la cuarentena y me vuelvo a casa. No podría soportar tus reproches o silencios si la respuesta es NO. ꟷañado con lágrimas en los ojos, debidas a la liberación que supone soltar lo que me corroe las entrañas.

Felizmente, suelto el lastre de la tensión cuando, sin esperarlo, se sienta a mi lado, me abraza y me dice con dulzura:

ꟷ No temas, Loca, que tú de aquí no te vas. ꟷQue me llame “Loca”, como antaño hacía para chincharme, tiene ahora un significado diferente para hacerme sentir bien. ꟷYo pienso lo mismo que tú, punto por punto. Prepárate que ahora vengo. Voy a buscarlo, pero antes debo lavarlo bien con agua y jabón.

ꟷ ¡Vale! ꟷrespondo sollozando de felicidad.

Ya estoy preparada cuando regresa, semi tumbada a lo largo del sofá, con las piernas bien abiertas, flexionadas y temblando como un flan. No obstante, antes he pensado en ir al dormitorio y cambiarme la braguita húmeda. Me ha retenido un pensamiento:

“¿Y si viene y no estoy aquí? Por otro lado, a los tíos les motiva más una braguita con aroma a sexo. Mejor me quedo quietecita donde estoy”.

ꟷ ¿Preparada?

ꟷ Sí, cielo. Lo estoy.

Mi respuesta es tímida, pero contundente. Sensual, pero sin rozar el exceso.

Él se sienta en el sofá, en el espacio que abarcan mis piernas, reclina su cuerpo hacia el mío y coloca el cabezal del cepillo justo en el clítoris. Yo ya estoy preparada, tensando la braguita con la mano derecha y acariciando su cabello con la izquierda. Suena un leve clic y aquello comienza a girar. Lo hace más lento de lo que esperaba. Pese a este detalle técnico, el gustito supera con creces mis expectativas.

“Dios, esto debería ser considerado artículo de primera necesidad, y no solo para la higiene dental”.

Las celdas del cabezal giratorio abarcan una mayor superficie, por las inmediaciones del clítoris. Imagino que mi primo había practicado con su ex cuando estaban juntos. La de ratos felices que debió pasar aquella tipa.

Los gemidos manan de mis labios y se precipitan descontrolados. No quiero que pare. Quiero mucho más. Ansío llegar al clímax y gritar de felicidad. Que mis gritos y gemidos se hagan inaudibles entre los aplausos que la gente dedica todos los días, a esta hora, a los sanitarios. Ya deben ser las ocho. Lo siento por ellos. Espero que me perdonen por no salir al balcón como los días precedentes. Así ha surgido. Yo no he marcado los tiempos. Cuando termine saldré yo sola y les aplaudiré gustosa toda la noche. Si los vecinos me lo permiten, eso sí.

Esto no importa ahora.

El aparato se detiene y cesa el zumbido. Abro los ojos para ver qué ocurre. Antón no dice nada, pero entiendo que ha valorado mi estado de excitación y quiere rematarme con la lengua. Eso hace. Separa la prenda íntima con la mano izquierda y posa la lengua en el clítoris, que a estas alturas está duro como un garbanzo, al tiempo que introduce un dedo de la mano derecha en el coño. No sé cuál es, pero debe ser el más hábil a tenor del gusto recibido.

ꟷ ¡Joder, Antón! ꟷExclamo entre gemidosꟷ No sé por qué has guardado el secreto durante tanto tiempo. La de noches felices que hubiese disfrutadoooo…

El primer orgasmo acalla mis palabras. No puedo emitir sonido alguno. Ni un leve suspiro. Es algo que me ocurre casi siempre cuando llego al cénit del placer. Durante estos breves instantes, lo único que mana de mi cuerpo es una discreta cantidad de fluidos. No dura mucho y, cuando pasa la marea, recobro el habla.

ꟷ Gracias, Antón. Eres mi Aladino particular. Nadie frota la lámpara como tú.

Sé que lo que digo no son más que tonterías infantiles, pero así me siento, como una jovencita que descubre el placer supremo.

Ajeno a mis pensamientos, Antón insiste con la lengua y dos dedos. Sí, ahora caigo en la cuenta de que otro dedo se ha sumado al baile. Y es tan buen bailarín como el primero. Noto como ambos se mueven en armonía. Primero salen y luego entran, para terminar la secuencia con unos giros perfectos, alcanzando las zonas más sensitivas de mi interior, provocando nuevos gemidos de placer. Entonces un pensamiento invade mi mente:

“Hasta la fecha, mis mejores momentos han tenido lugar cuando el chico también recibe placer”.

Es una de mis teorías sexuales. Imagino que común a otras muchas personas. Se resume en que uno se motiva más cuando recibe lo mismo que da.

Aparto la cabeza de Antón, muy a mi pesar, pero con la certeza de que el beneficio será mayor.

ꟷ Déjame ahora a mí. ꟷle digo mirándole a los ojos, con agradecimiento en los míos.

ꟷ Lo que tú quieras. ꟷMe responde sin más.

Antes de proceder, me levanto del sofá, me quito la braguita y la camiseta delante de él. Lo hago muy despacio, regalándole una improvisada sesión de striptease, moviendo levemente el torso, las caderas y el culo, al tiempo que giro para que no pierda detalle, recogiendo mi cabello con ambas manos por la nuca. Finalmente, tomo una goma para el pelo de la mesa y la uso para hacerme una cola de caballo. Lo que viene ahora requiere la mínima distracción o molestia.

Me acerco al sofá. Él está cómodamente sentado, con la espalda apoyada en el respaldo y las piernas entreabiertas. Me arrodillo entre ellas y tiro del calzoncillo. Él mueve el culo de un lado a otro para facilitar la extracción. Finalmente lo consigo y lo tiro hacia atrás, que caiga donde caiga, me da igual. Me apresuro a tomar su verga con ambas manos. La acaricio, calculo su volumen y estimo que cabrá en mi boca con cierta facilidad, pese a tener unas proporciones mucho más que generosas. Me siento la mujer más afortunada del mundo por ello.

Comienzo con un breve masaje arriba y abajo, cinco o seis veces, con la mano derecha, mientras palpo los testículos con la izquierda. Luego poso los labios cerrados en el glande. Más que nada es un beso. Los abro y abarco la cabezota, apretando ligeramente al tiempo que succiono con cierto ímpetu.

“¡Dios, que ganas tengo de comerme este trozo de carne!”.

Lo engullo por completo, hasta que el glande me alcanza la campanilla y mis labios rozan sus pelotas. Apenas me llega para respirar. La meto y la saco para tomar aire cuando puedo, método poco eficiente, pero me basta para no asfixiarme. Su sabor es una mezcla entre ácido y salado. No es de extrañar teniendo en cuenta la situación, el calor y el tiempo que ha pasado con ella dentro del calzoncillo desde que se duchó.

“Esto ahora no importa”, me digo a mí misma a modo de ánimo, aunque no ando escasa de ello. Todo lo contrario.

Finalmente, la saliva segregada en mi boca disipa el sabor y facilita la felación. No obstante, reprimo el ímpetu por miedo a que se corra en mi boca, antes de tiempo, antes de que me proporcione el placer que espero, que ansío.

ꟷ ¿Quieres que lleguemos más lejos? ꟷle pregunto tímidamente, sacando aquello de mi boca y clavando la mirada en sus ojos.

ꟷ ¿Te refieres a fo…?

ꟷ ¡Sí, a follar! ꟷ Exclamo, totalmente desatada, sin darle tiempo a terminar.

Sin comerlo, ni beberlo, me veo en una situación totalmente inesperada cuando, atónita, veo como me toma de la barbilla, oprimiendo con cierta brusquedad, con una mirada diferente, puede que agresiva, y me dice:

ꟷ No me gusta que me corten cuando hablo. ¿ENTIENDES? ꟷLevanta ligeramente la voz y añadeꟷ Te voy a follar como a una zorra. Es lo que quieres, ¿verdad?

No alcanzo a valorar mi estado de ánimo tras presenciar lo que he presenciado. Por un lado, me siento intimidada, pero, por otro, me pone a mil su reacción.

“Si, como sospecho, se va a poner en plan dominante a partir de ahora, ¿me conviene o no me conviene”, me cuestiono. Decido que me conviene y motiva el repentino cambio de rumbo y le incito a proseguir por ese camino.

ꟷ Permite, por favor, que te ponga un condón y luego haces conmigo lo que quieras.

ꟷ Esa es la actitud. ꟷResponde sin atisbo de remordimientoꟷ ¿Tienes tú? Yo no tengo.

ꟷ Claro que tengo. Una guarrilla como yo siempre va preparada. ꟷLe respondo como entiendo que le gusta.

Él asiente con la cabeza, aparentemente satisfecho con mi actitud.

Voy corriendo al dormitorio, donde tengo el bolso y un puñadito de preservativos dentro de él. Allí, antes de regresar, contengo el aliento, tratando de calmar los nervios y mi cuerpo tembloroso. Sí, tiemblo como un flan pensando que este renacido y nuevo Antón me gusta mucho más que el de antes. Al menos en este tipo de situaciones, cuando el macho tiene el control de la situación y se muestra más varonil. Bueno, más que varonil debería decir autoritario y seguro de sí mismo y de lo que quiere.

“Al toro y que sea lo que dios quiera”, me digo antes de regresar.

No es precisamente Dios, pero, en aquel momento, Antón es para mí una especie de Zeus dispuesto a someter mi voluntad y adaptarla a sus caprichos. Este pensamiento resulta acertado cuando regreso.

Le encuentro en pie, impaciente. Tanto que ni permite que le coloque el preservativo y lo hace él mismo, a la velocidad del rayo. Luego me toma del brazo derecho, tira de mí hasta colocarme junto al sofá y con un pequeño empujón consigue que caiga hacia atrás y termine sentada.

Arrodillado, me separa las piernas con ambas manos y tira de mí hasta colocarme con el culo en el borde del asiento.

ꟷ Espera, Antón. ꟷLe digo con voz preocupadaꟷ Así puedes hacerte daño en la rodilla. Recuerda que…

ꟷ Ni te preocupes por eso. ꟷResponde acallando mis palabras, tapándome la boca con la mano derechaꟷ Ya casi la tengo bien del todo.

ꟷ Ya. ¿Pero no sería mejor en la cama, yo encima de ti?

Él niega con la cabeza.

ꟷ La cama está demasiado lejos ahora. Y no tendría gracia que seas tú quien me folle.

Tiene lógica la respuesta, a tenor de su repentina transformación.

Da por terminado el debate cuando me empuja por el hombro hasta que mi espalda choca contra el respaldo. Así, abre todo lo posible mis muslos, se introduce más en ellos, me coloca el glande entre los labios mayores y empuja hasta perforarme las entrañas.

ꟷ¡DIOS! ꟷGrito al sentirme atravesadaꟷ ¡Que gusto! Por favor, no me hagas… ¡UF!… Bueno, hazme el daño que quieras ꟷmatizo al final.

 “El daño que quieras” es solo una forma de hablar porque, en esta posición, el dolor será poco y el placer mucho.

Las primeras acometidas son un poco de lo primero y mucho de lo segundo. Tanto que no tardo en gritar de gusto cuando, pasados apenas dos minutos, otro glorioso orgasmo me regocija en cuerpo y alma.

ꟷ ¡SIGUE ASÍ!… ¡NO PARES! ꟷGrito como una posesaꟷ ¡Fóllame!… ¡Fóllame así!  ꟷAñado entre susurros y jadeos, mientras disfruto los últimos coletazos del orgasmo, al tiempo que abrazo fuertemente su cintura con las piernas, con los pies entrelazados a la altura de su trasero.

ꟷEres más golfa de lo que imaginaba. ꟷResponde élꟷ ¿Me dejarás que te la meta por el culito? ꟷAñade, como si tal cosa, esperando pillarme con la guardia baja.

Yo no puedo creer lo que oigo. No por extraño, sino por precipitado. Es la primera vez, apenas llevamos diez minutos follando y, ¿ya quiere mi culo? La conversación sigue mientras me penetra sin descanso una y otra vez.

ꟷ No, cielo ꟷle digo con dulzura, apelando a su comprensiónꟷ. No soy virgen por ahí, pero las veces que lo he probado eran pollas más pequeñas que la tuya. Tú me lo puedes reventar. Puede que otro día, con más calma y empleando un método alternativo para que el ano dilate poco a poco y sin dolor. Ahora, en tu estado de excitación, dudo mucho que te contengas.

ꟷ Entiendo lo que dices ꟷreplica con aparente resignaciónꟷ, pero, al menos, deja que te folle por detrás mientras te meto un dedo.

ꟷ ¿Por el ano? ꟷPregunto sin saber por qué lo hago, pues la respuesta es obvia.

ꟷ Sí. Por el ano. ꟷResponde él.

Apenas manifiesto mi conformidad, me ayuda a colocarme arrodillada en el sofá, dándole la espalda, con las piernas ligeramente abiertas y el culo bien expuesto. Finalmente arqueo la espalda, bajando el estómago y apoyo los antebrazos en el borde superior del respaldo.

Él, por su parte, coloca la verga en el coño, se apoya con ambas manos en mis caderas y empuja hasta clavarla del todo en mi interior.

Vuelvo a gritar de placer, a gemir con cada embestida. Con más ahínco cuando el dedo corazón de su mano derecha (creo que es ese) penetra en el ano, y acompaña sus movimientos con los de la verga, una y otra vez, con potencia, con resolución.

Mi mayor temor en este momento es que la saque repentinamente del coño y me sodomice sin darme tiempo a reaccionar, aprovechando que un nuevo orgasmo debilita mi voluntad y nubla mi mente.

ꟷGracias por no aprovecharte ꟷle digo cuando vuelvo a mi ser.

Antón no parece haberse percatado de mi situación, pues sigue follando como un poseso. Entiendo que está a punto de correrse y con la mente en otro sitio.

ꟷ ¡CHÚPALA, CHÚPALA! ꟷgrita cuando está a punto de caramelo, justo antes de salir de mí y quitarse el condón.

Entendiendo lo que pretende, me arrodillo frente a él y trago su verga hasta la mitad. No necesito hacer más pues él, entre gemidos y suspiros, sujetando mi cabeza por la nuca, forzándola a no separarse, suelta un par de chorros que inundan mi boca y que yo trago gustosa. Seguimos así hasta que escupe la última gota de semen. Esta no la trago. La aprovecho como complemento a mi escasa saliva para lamer el glande y succionarlo por última vez.

ꟷ A sido una pasada ꟷsusurro en su oreja una vez me he puesto en pie, abrazados, mezclando el sudor de nuestros cuerpos, pecho contra pechoꟷ. Juro por Dios, y mira que no me gusta, que ha sido la mejor follada de mi vida ꟷañado mientras acaricio su polla, que aún se mantiene, como poco, a un 80% de erección.

ꟷSí. Ha sido una pasada ꟷresponde él con cierto aire de contrariedadꟷ, pero ha faltado algo para resultar perfecto, al menos para mí.

Me siento fatal por él. No me arrepiento de mi decisión, pero necesito consolarle.

ꟷ Mira. Hagamos una cosa. Mañana, o cuando quieras, buscamos algo que sirva de lubricante y lo intentamos con calma, sin prisas. Te prometo que pondré todo de mi parte. Aunque me duela al principio, lo aguantaré porque sé que el ano se dilatará lo suficiente si lo hacemos como te digo. Lo que venga después serán todo ventajas para ambos. Te prometo que merecerá la pena. ¿Vale?

ꟷ Vale. Pero podríamos probar ahora que la tengo a media asta.

ꟷ Anda, payasote, déjate de bromas y ayúdame a preparar la cena.

ꟷ ¿Yo preparar la cena?… ¿Con mi rodilla así…?

ꟷ ¿Cómo? ¿Ahora resulta que la tienes bien para follarme como un loco y mal para ayudarme en la cocina? Anda, tira para la cocina, que te conviene.

Antón sonríe maliciosamente y yo me temo lo peor.

ꟷ Hagamos un trato. Yo te ayudo con las comidas, y lo que haga falta, si te comprometes a ir desnuda por la casa todo el día, todos los días. Obvio que yo también. Y si hace frío, pues pongo la calefacción a tope. ¿Vale?

Asiento con la cabeza y decidimos ducharnos juntos antes de cocinar. ¡Cómo está mandado después de practicar sexo!

El resto de la noche resulta extraña. Sobre todo, porque andar por casa como Adán y Eva vinieron al mundo, propicia situaciones nuevas y novedosas.

Por poner un ejemplo, a eso de la media noche, apenas hace dos horas, tras tomarnos un par de vodkas a palo seco, y después de pasar un buen rato manoseándonos por cualquier motivo, he vuelto a sucumbir ante sus encantos, que no son pocos.

Yo me hallaba en la cocina, picando hielo para tomarnos el tercer y último vodka. No me he percatado de su presencia hasta que, por la espalda, me ha abrazado, acariciado mis pechos menudos, ha presionado mi cuerpo contra el suyo y he notado, para mayor sorpresa, una erección de aúpa, casi como la de horas atrás.

ꟷ Follemos otra vez. Antes de dormir sienta mejor. Y en la cocina… ¡no veas el morbo que da la cocina!

Sin remilgos, con descaro, me he girado hacia él y le he mirado a los ojos al tiempo que valoraba el tamaño de su verga con la mano derecha.

ꟷ Esto promete. ¿Seguro que te queda munición para uno más? Mira que no han pasado ni cuatro horas…

ꟷ Nada que ver. Esto será para quitarme el regusto amargo que me ha dejado no metértela por el culo.

ꟷ Vale. Pero por ahí no. ¿Lo prometes?

ꟷ No temas, ‘Loca’, que será rapidito y por donde tú quieres.

Otra vez me ha llamado ‘Loca’. Mira que me pone que lo haga. Y el modo en que lo hace.

Me ha faltado tiempo para limpiar la mesa de la cocina, recostarme en ella de cintura para arriba, levantar la pierna derecha sobre el borde de la mesa y quedar de espaldas a él, con las piernas y el coño bien abiertos y dispuesta a disfrutar de otro ratito.

El polvo apenas ha durado cuatro o cinco minutos, pero ha resultado sumamente satisfactorio para ambos.

Él ha terminado yéndose a la cama y yo, tratando de asimilarlo del todo, he quedado en vela hasta terminar esta primera entrada del diario, antes de que parte de lo sucedido se diluya en mi memoria.

En una próxima entrega de mi particular diario de cuarentena, les hablaré de algo sucedido días después y que no consigo quitarme de la cabeza.

Espero sus comentarios, positivos o negativos, y prometo responderlos.

Gracias por el tiempo tomado para leerme.

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