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Mi primo me engaña para que me folle un desconocido
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Tiempo de lectura: 13 minutos

El día de mi 22 cumpleaños, mi primo Nacho anunció que me tenía preparado un regalo muy especial, pero que debía recogerlo en su casa, a una hora concreta y en circunstancias especiales. El regalo resultó de lo más excitante. También otras sorpresas añadidas.

Me acababa de despertar cuando, mientras me desperezaba, un sinfín de números pasaron en fila india por mi mente. Los escribí para analizarlos porque, recién levantada, no soy persona.

«22 de julio de 2022, día de mi 22 cumpleaños».

Tantos doses juntos debían presagiar algo bueno, o puede que algo malo. Lo interpreté como una alineación astronómica de doses, aunque las alineaciones solían vaticinar calamidades en la antigüedad. Preferí compararlo con una familia de patitos nadando en un estanque, que solo puede traer algo bueno, pero me faltaba la mamá. ¿Dónde estaría mamá pata? No solo encontré a la pata perdida, también a papá pato, cuando miré el reloj y marcaba las «12:02pm». Con esto estaba la familia numerosa al completo:

«Las 12:02pm (papá y mamá) del 22 de julio de 2022, día de mi 22 cumpleaños».

Me sentí tan feliz por mi buena fortuna, que le tomé prestado su patito de goma a mi sobrina de cinco años, y me di un baño con él.

Con este ánimo me fui de compras al supermercado con mi hermana y mi sobrina, que llegaron el día anterior para festejar mi aniversario. Tomamos prestado el coche de mi padre, donde cabrían más cosas que en mi pequeño, coqueto y rojo Seat 600, con menos maletero que la concha de un caracol -caracol cuando saca los cuernos al sol.

En esto estábamos cuando vi a mi primo Nacho, vagando por el pasillo de los lácteos, lanzándome besos y haciendo gestos obscenos, sin reconocer a mi hermana y a la pequeña. Le hice señas con los ojos hasta parecer bizca, indicándole que diera la vuelta y fuese por otro pasillo. Me excusé con mi hermana, fingiendo que había olvidado comprar algo, y fui tras él.

Mi hermana conocía que Nacho había reaparecido tres semanas antes, después de doce años, pero no sabía que nos veíamos a diario, mucho menos que follábamos todos los días desde el tercero. Ella no entendería que nuestro primo, sangre de nuestra sangre, me tuviera subida en una montaña rusa de sexo depravado, con polvo y orgasmo diario, en el peor de los casos.

Lo encontré en el pasillo de las carnes, lugar muy apropiado para hablar de deseos carnales. Lo vi como otro presagio de algo bueno.

—Hace cinco días que no te veo —dijo con tono picarón—, y no sabes lo cachondo que me pongo cada vez que te echo la vista encima.

Cinco eran los días que había estado fuera de Denia, recorriendo la costa con su barco velero hasta Málaga.

—Yo también te echado de menos —me lamenté poniendo morritos—. El primer día de tu ausencia, estaba que me subía por las paredes, porque me faltaba mi ración de sexo. He recurrido a Dylan los siguientes.

El sustituto, se llama Dylan y es un amigo australiano de mi primo, con pinta de surfista y que está par arrebañar el plato. Dos días antes de marcharse Nacho, nos montamos un trío con Dylan. Fue en el barco, cuando me prepararon una especie de encerrona para follarme entre los dos. A pesar de ello, lo disfruté mucho y quedé contenta. Entonces comprendí que mi primo es un sinvergüenza, que sus caprichos son muchos y llegamos a un acuerdo: yo aceptaría someterme a ellos, siempre que me diera la posibilidad de negarme, si no eran de mi agrado.

—Eres una enferma sexual, pero me alegro por los dos —afirmó riendo y restando importancia.

—Muchos entendidos en el tema afirmarían lo mismo —añadí en plan zorra—, pero entiendo que todo depende de cada persona y caso concreto. No es lo mismo echar un polvo al día, durante una semana, que echar siete en un solo día.

Nacho soltó varias carcajadas, rendido a mi lógica aplastante y llamando la atención de cuantas personas había cerca.

—Apenas he llegado esta mañana, he llamado a tu casa, porque tú no me cogías el móvil, —se lamentó Nacho—, y tú madre me ha invitado a comer con vosotros. —Le miré con cara de pocos amigos, pero Nacho se anticipó a mis reproches—. Sé que no me has invitado porque no sabías que llegaría hoy. Lo siento mucho.

—Nunca lo traigo al supermercado —argumenté bromeando—, porque bastante nos roban con los precios, como para que también me roben el teléfono.

—Entonces me marcho —dijo Nacho al tiempo que tomaba mi mano y entrelazaba los dedos hasta doler—. No obstante, te aviso que tengo un regalo muy especial para ti. Luego te doy más detalles.

Se despidió con un piquito en los morros y un azote en el trasero.

Durante la sobremesa, aprovechando que todos charlaban animadamente, fui a mi dormitorio, porque allí puedo fumar en secreto sin que me persigan por hereje. Iba por el segundo cigarrillo cuando, abriendo la puerta de improviso, mi primo Nacho me sorprendió. Fue tal el susto, que el pitillo salió volando impulsado por mi mano, con tan mala suerte, que cayó entre el escote de la camiseta que vestía. Como si bailara una danza india alrededor del fuego, di saltos enloquecida y me la quité sin medir las consecuencias.

—Nunca me canso de admirar lo buena que estás —me dijo al tiempo que me soplaba el pecho derecho, justo en la zona del aterrizaje, marcada con restos de ceniza.

Luego apresó los dos con sus grandes manos, al tiempo que yo caminaba hacia atrás, tratando de escapar y advirtiendo de las consecuencias si alguien nos pillaba. Le dio igual, porque me levantó en vilo y me llevó al rincón tras la puerta. Allí me puso cara a la pared, me levantó la minifalda, bajó la braguita y me clavó la polla en el coño. Fue un polvo rápido de apenas cinco minutos, que terminó conmigo en cuclillas y recostada contra la pared, recibiendo hasta la última gota de su esperma en la boca. Lo tragué y me relamí como tanto le gusta.

—Si no estamos solos en casa, esto no debe repetirse —le dije con tono serio.

Como el que ve llover, pidió que sacara mi ropa del armario, porque pretendía que vistiera escandalosa para ir a su casa. Se decantó por unos leggings de color hueso porque, cuando me los vio puestos, sin bragas debajo, opinaba que se marcaba mucho la vulva y se metía entre las nalgas. Luego eligió un top negro muy escotado, que le pareció perfecto sin sujetador, porque apenas cubría los pezones. Cuando me puse unas sandalias de cuero marrón y me vio en conjunto, exigió que fuese caminando así por la calle, que entendería el motivo cuando llegara a su casa. A mí me pareció que no conjuntaba nada con nada, pero consentí por no discutir y porque, estando su casa en la urbanización donde vivo, no sería más de medio kilómetro a pie.

—Ahora me voy, porque tengo que preparar tu recibimiento —dijo muy sonriente al tiempo que me comía con los ojos—. Tienes que llegar a las nueve en punto. La puerta estará entornada y dentro unas instrucciones extra.

El muy cabrón se despidió con el segundo azote del día, como si fuera una fulana, dejándome intrigada y con más ganas de sexo.

Cuando mi primo se fue de viaje, me dio la llave y encargó que buscara alguien que le limpiara el chalet, porque se había cansado de vivir en el barco igual que un ermitaño. Como la vivienda llevaba doce años cerrada, desde que la familia se fuera a Cataluña, donde su padre fundó una próspera empresa de transportes, hicieron falta dos limpiadoras y tres días de duro trabajo. Allí es donde sacié mis apetitos sexuales con el australiano.

Llegué puntual, entré y las indicaciones estaban en el vestíbulo, cogidas con pinzas en un caballete de madera. Desplegado, se trataba de un folio con un texto manuscrito que decía lo siguiente:

Mi preciosa Sandra, gracias por venir a recibir tu regalo de cumpleaños. Entiendo que estarás confusa con tanto secretismo, pero es necesario dadas las circunstancias que conocerás a continuación.

Debes recorrer el pasillo y llegar hasta el salón, pero debes hacerlo con la mente abierta, sin prejuicios, entregarte y cumplir al pie de la letra lo que te pida, sin peros y con mi palabra de que podrás marcharte en cualquier momento, si no te sientes cómoda.

Dicho esto, la puerta de la calle está abierta, lo estaba para recibirte y puedes irte ahora mismo, si así lo prefieres. Por el contrario, si aceptas, cierra con llave, que seguirá en su sitio, si te arrepientes más tarde.

Contrariamente a los presagios de los patitos y las carnes, me acojonaron tantos síes condicionales; pero cerré la puerta con llave, con lo que este gesto, en apariencia inocente, representaba.

Luego caminé por el pasillo y llegué al salón. Estaba a oscuras y me detuve en la entrada. Le llamé a gritos porque no sabía dónde estaba. Enseguida se encendió una lámpara a mi derecha. Su luz era débil, apenas iluminaba en todas direcciones un metro cuadrado. Mi primo estaba bajo ella, sentado en una butaca, con las piernas cruzadas y un cigarrillo humeante en la mano.

—Enciende la lámpara que tienes a tu izquierda, sobre la mesita —ordenó—, y gira sobre ti misma para que te vea mejor. Por cierto, ¡muchas felicidades!

Agradecí la felicitación, prendí la luz y giré, igual que una modelo de moda, separando los brazos del cuerpo unos veinte grados.

—Tienes buen gusto vistiendo —afirmó bromeando—. Estás preciosa, pero quiero que te desnudes despacio y mirando al frente, así podré admirar ese cuerpo que me tiene loco.

Entendí que quería un striptease y lo hice lo mejor que supe, siendo mi primera vez. Primero me desprendí de las sandalias y luego del top, contorneando los hombros para ayudarme. Aproveché la desnudez de los pechos, anaranjados gracias a la luz cálida de la lámpara, para acariciarlos. Después pellizqué varias veces los pezones duros y empinados, al tiempo que me contorneaba y mordía el labio inferior. Los leggings salieron tirando del elástico con los pulgares en las caderas, las piernas estiradas y haciendo bisagra en la cintura para dejar el culo bien expuesto.

—Me has puesto muy cachondo, Sandra —dijo mi primo. Observé que se tocaba metiendo la mano entre el pantalón—. Ahora quiero que te toques entre los muslos mirando al frente. Mientras lo haces, me gustaría que respondas a unas preguntas.

Tan intrigada como excitada, los abrí lo justo y doblé un poco las rodillas. Luego introduje la mano y comencé a masturbarme, al tiempo que subía, bajaba y describía pequeños círculos con las caderas.

—Me gustaría saber por qué estás aquí -preguntó.

—Me has pedido que venga a recoger mi regalo —respondí tímidamente y ciega de vergüenza, pero sin dejar de tocarme.

—Me refiero a por qué has cerrado la puerta con llave —aclaró—. No pensarías que se trata del típico regalo en cajita y con lazo rojo.

—La he cerrado porque quiero entregarme, sin peros, como decías en la nota.

—Dime qué has sentido viniendo vestida así por la calle. —Me había advertido que su capricho respondía a un propósito concreto.

—He sentido vergüenza y excitación por igual. También deseada por buena parte de los hombres, algunos vecinos, que me he cruzado.

Nacho dio una profunda calada al pitillo, luego sonrió, triunfante.

—¿Te gusta el sexo por el sexo, el morbo, lo prohibido o lo que la mayoría repudia?

Sin entender a qué obedecían tantas preguntas, respondí a cada una de ellas con un sí. Luego vino una que terminó por desconcertarme.

—¿Te gusta el sexo con desconocidos?

—Apenas tengo experiencia, pero depende de quién sea y si me gusta —respondí dubitativa.

—Eres un regalo para la vista y la imaginación —afirmó—. Ya no hay más preguntas. Ahora quiero que conozcas a alguien. Lleva un tiempo ansioso, desde que le hablé de ti.

Cuando me pidió que me desnudara, pensé que Nacho sería mi regalo especial; sin embargo, sospechaba que algo tramaba cuando insistió en que lo hiciera mirando al frente y no a él.

Abandoné este pensamiento cuando una nueva lámpara se encendió delante de mí, al fondo de la sala. Bajo ella, apareció una figura masculina de aspecto atlético. Estaba sentado en el sofá, con las piernas flexionadas y semiabiertas. Vestía de sport, con zapatos marrones de suela blanca, bermuda gris claro y polo marinero azul marino, de esos que llevan un pequeño cocodrilo a la altura del corazón. Me resultó atractivo, sin exagerar, con el rostro serio y varonil. Calculé que rondaría los cuarenta, muy mayor para mí, pero merecía la pena, a pesar de la pinta de pijo que tenía.

—Dime si estás cómoda o quieres marcharte —preguntó Nacho, dándome la oportunidad de recurrir a alguno de los síes condicionales, o comodines, de la nota.

—Estoy tan cómoda como cabría esperarse —murmuré inclinando los ojos hacia el suelo—. No es lo que esperaba, pero he llagado muy lejos para rendirme ahora.

—Ahora quiero saber qué opinas de Leo —preguntó Nacho, revelando el nombre de su amigo. Su tono era menos meloso, pero se mantenía, por los pelos, dentro de los límites marcados hasta ahora.

—Sin ánimo de faltar, casi me dobla la edad. —No me mordí la lengua—. Pero es atractivo y está muy bueno.

—Estaba seguro de que sería tu tipo —afirmó Nacho, sonriendo satisfecho—. Ahora quiero que te arrodilles, vayas gateando y gires ciento ochenta grados cuando llegues hasta él.

Mi primo había llegado al límite de la perversión, pretendiendo que me entregara a un desconocido. No obstante, aunque mis sentimientos eran contradictorios, el reto me excitaba.

No lo pensé dos veces y fui gateando, con la vista al frente, igual que una seductora gata, forzando los hombros a cada paso y balanceando el culo. Al ser menudos y firmes, los pechos apenas se movían, pero los pezones erectos y duros aportaron cierto glamur. El caso es que, a medio camino, su mirada penetrante me intimidaba. Entonces recurrí a la broma, como siempre que estoy nerviosa, fingiendo que había una hormiga muerta en el suelo.

—Pobrecita, tuvo un triste final —dije conteniendo la risa. Luego hice como que la movía con la uña y añadí—. Buenas noticias, porque tan solo es un granito de arena, que alguien ha traído en la suela del zapato.

Los dos rieron y proseguí gateando más relajada, con los labios entreabiertos, mordiendo el inferior como si fuera medio fresón y relamiéndolo después como una golfa. Así llegué a destino, di la vuelta, me apoyé en el suelo con los antebrazos y la espalda quedó a modo de tobogán, con el culo en lo alto. Finalmente separé las rodillas, quedando la fruta prohibida del pecado a la vista, percibiendo como los ojos del pecador se clavaban en ella.

—No te quedaste corto cuando me hablaste de Sandra, amigo Nacho —opinó el desconocido—. Tiene una carita preciosa y su cuerpo juvenil es divino. Pero, sin desmerecer al resto, lo que más me gusta es el culo, con forma y textura de melocotón—afirmó mientras lo acariciaba con ambas manos.

Si las caricias me ponían a cien, ni punto de comparación cuando descendía entre ellas, pasando por el ano hasta el coño. Entregada, cerré los ojos y gemí de gusto al penetrarme con dos dedos. —¡Dios! —, exclamé porque los retorcía en el interior, luego los sacaba, arañando la carne con las yemas de los dedos a modo de garfio, así varias veces, repetitivamente durante unos minutos de locura. Rompió la rutina deslizando los dedos entre los labios vaginales, desde el ano al clítoris, ida y vuelta, una, otra y otra vez, antes de penetrar nuevamente, repetitivo y constante.

Satisfecho con mis muestras de placer, me soltó el cabello y tiró de él. Retrocedí gateando, entendí que este era su propósito, y quedé entre sus piernas con la espalda pegada a su cuerpo. A continuación, me obligó a girar la cabeza, forzándome la barbilla, y me miró fijamente a los ojos.

—Eres una jovencita preciosa. —Me regaló los oídos como preámbulo de una petición—. Quiero que te pongas en cuclillas, por favor.

Afirmé con los ojos y obedecí sin saber qué pretendía. Mis dudas se disiparon cuando abrió mis muslos hasta el límite de su elasticidad, y me forzó para quedar sentada sobre los talones. Gemí varias veces mientras agitaba las yemas de los dedos en el clítoris. Sonreí, imaginando que era un músico interpretando un solo de guitarra, y temí que quisiera matarme de placer siendo yo tan joven.

—Fóllame el coño con los dedos, por favor —le imploré retirando su mano para masturbarme el garbanzo yo misma.

Lo hicimos juntos un ratito hasta que, retorciéndome de gusto, percibí que me venía un orgasmo.

—¡Más!… ¡Más!… ¡Más deprisa, pedazo de cabrón, que voy a correrme como una gua-a-arra! —supliqué al llegar al clímax, agitando la cabeza y gimiendo convertida en una auténtica golfa.

Mi cuerpo se relajó tras los fuegos de artificio, y vi como brotaban del coño restos de fluidos, igual que torrentes que se precipitaban en cascada contra el suelo.

—Eres una mujer muy ardiente y quiero entrar en ti —me susurró al oído—. ¿Me permites que lo haga?

Me dio un beso en los morros y esperó mi respuesta.

—¿Cómo quieres que me ponga? —respondí jadeando—. Tengo ganas de que me jodas, pero ponte preservativo.

—¿Prefieres coito vaginal o coito anal? —me preguntó en plan académico de la Real Academia de Sexología. Demasiado finolis para mi gusto.

—Me da igual que me la metas en el coño o que me des por el culo —respondí convertida en una puta barata de la academia de la calle.

Le ayudé a desnudarse al tiempo que nos comíamos la boca frenéticamente, luego me dio un condón y se lo puse arrodillada, después de engullir la polla unas cuantas veces.

—¿Cómo quieres que me ponga? —le pregunté atropelladamente, jadeando debido a la excitación.

Entendí cuando empujó mi cuerpo con el suyo, ayudándome a caer, sujetando mi cintura por la espalda con los brazos. Quedé con la cabeza apoyada en el brazo del sofá, abrí las piernas, levantando la derecha para apoyarla en su hombro, y me fue penetrando el coño lentamente.

—¡Dios! —exclamé cuando la tuve en lo más profundo.

Empezó a moverse, primero despacio al tiempo que me comía la boca y el cuello. Luego se detuvo, alzó el torso, la metió y sacó por completo, tres o cuatro veces, y comenzó a darme una follada de infarto. Yo gemía descontrolada con el rostro mirando al techo y los ojos cerrados, al tiempo que le pedía más y más. Apenas fueron tres minutos mágicos y quedamos quietos.

—Eres un regalo para cualquier hombre —me dijo controlando la respiración—. Mi buen amigo Nacho es muy afortunado follando contigo a diario.

—No creo que tengas motivo de queja —le susurré mimosa—. Seguro que no te faltan los coñitos jóvenes.

—Ahora quiero hacerlo desde atrás —propuso Leo—. Quiero verte el culo mientras te follo.

Se apartó de mí para darme espacio, me di la vuelta y clavé la rodilla izquierda en el asiento y subí la derecha al brazo del sofá, separando las piernas todo lo posible.

—Elige agujero —dije con el rostro vuelto hacia él—. Ahora tienes los dos que ni pintados.

Apoyando la mano izquierda en la nalga contraria, dirigió la otra y volvió a penetrarme el coño. Con la polla dentro, subió el pie izquierdo al asiento y así ganó estabilidad para follarme. Mientras me daba lo mío, yo miraba su rostro desencajado y le animaba a esforzarse con grititos y comentarios guarros.

—Hola, chicos. —Salida de la nada, sorprendió una voz femenina desde la puerta del salón.

Yo no daba crédito a lo que veían mis ojos. Se trataba de una chica joven, poco mayor que yo, una morena de cabello largo, enfundada en un elegante vestido negro, muy ceñido y por encima de las rodillas, con un buen par de tetas y piernas largas. Analizada en conjunto, era preciosa y con un cuerpo de escándalo.

Tratando de buscar respuestas lógicas a lo que sucedía, no hallaba ninguna en mi cerebro. Menos cuando se acercó a mi primo, le saludó con extrema confianza y le comió la boca. Luego vino a nosotros, quietos debido a la interrupción inesperada.

—Hola, maridito —Dijo a Leo y le besó apasionadamente—. He tardado más de la cuenta, pero ya estoy aquí.

—Esto es de lo más surrealista —dije perpleja, lanzando miradas a mi primo en plan, eres un chulo—. No sé que hago con la polla de un tipo, al que otra llama maridito, metida en el coño y con cara de idiota.

Nacho asintió con los ojos, inmutable. Entonces recordé su nota y las condiciones.

—Por cierto, me llamo Alicia. Encantada de conocerte —dijo la morena, muy animada, delante de mí cara y me dio un prolongado beso en los morros—. Pero, vosotros seguid, que parece que os he cortado el rollo.

La nueva incógnita en la ecuación se fue correteando junto a mi primo —que no daba la cara con las pertinentes explicaciones—, y vi atónita como se subía el vestido a la cintura, se quitaba las bragas y se sentaba sobre Nacho. Así le hurgó en la bragueta y se introdujo la verga una vez la tuvo fuera, sin preservativo y sin distinguir si lo hacía en el coño o el culo.

—Quiero hacerte unas preguntas y exijo respuestas directas —dije a Leo, que había reanudado las penetraciones a un ritmo muy lento, harta de tanta bufonada—. ¿Es Alicia realmente tu esposa? —respondió con un sí—. ¿Esto o algo similar lo habéis hecho con Nacho? —afirmó que tres días antes—. ¿Esto es un intercambio de parejas? —dijo que no, matizando que no era lo previsto.

Con todo más o menos claro, empecé a moverme adelante y atrás, empalándome yo misma en su polla, para motivar una última y definitiva respuesta sincera.

—¿Es esto una compensación por lo que hizo Nacho con Alicia?

—Puede interpretarse así —respondió colaborando con las penetraciones—, pero no era una obligación, porque lo único que importaba era tu predisposición voluntaria. De ahí la importancia de que fuera imprevisto para ti.

—Entonces sigamos, ya que todos lo admitís como algo normal —añadí y comencé a moverme más aprisa.

Leo no se movía ahora, solo se limitaba colocar las manos en mis nalgas y acompañar con ellas mis movimientos de ida y vuelta.

—Puedes hacerlo sin preservativo, pero solo si me das por el culo —dije a Leo en un arranque de rabia, viendo como Alicia se levantaba chorreando semen de… donde fuera que se la había metido mi primo.

Leo la sacó, se quitó la goma y colocó el capullo en mi ano.

—Escupe en el agujerito y lo embadurnas —le pedí un tanto temerosa antes de que la metiera—, porque tu polla será la más gruesa que me metan por ahí.

—Iré muy despacio hasta que dilate. Confía en mí —respondió con tono tranquilizador.

Fiel a la palabra dada, se fue abriendo camino hasta que entró la mitad, luego comenzó a encularme despacio con penetraciones poco profundas.

—Ya es suficiente, Leo —dije tras un par de minutos, girando el rostro hacia él. Proseguí tras besarlo—. Creo que ya lo admito con normalidad y comienza a gustarme. Prueba más deprisa y te voy diciendo si debes frenar.

Paulatinamente, aumentó ritmo y profundidad confiado porque mis gritos eran de puro gusto, intercalando con súplicas exigiéndole más y más.

—A mí ya me viene —le dije con el rostro desencajado de placer—. ¿A ti te falta mucho?

—Un poco más —respondió resoplando.

—Entonces no te espero, pero sigue tú, aunque yo haya terminado.

Llegué al orgasmo entre gritos desgarradores, representando un show improvisado para mi primo y Alicia, que nos miraban hipnotizados. Leo tardó un par de minutos más, derramando accidentalmente, porque se le salió un instante llevado por la pasión, cierta cantidad de semen por los labios vaginales y el clítoris. Inmediatamente la metió de nuevo y terminó dentro del recto.

Yo sonreía viéndolo feliz. Entonces, llevada por un impulso repentino, le pedí que la sacara, me senté y le chupé la polla unos segundos, recogiendo en la boca restos de semen. No es frecuente que chupe una verga salida de mi culo, pero en ciertas ocasiones especiales puedo permitirme una excepción. Leo fue una de ellas.

Terminamos tumbados en el sofá, abrazados, besándonos y sonriendo satisfechos entre caricias mutuas.

—Me habéis puesto super cachonda —afirmó Alicia echándose sobre nosotros, todavía desnuda de cintura para abajo—. Ya estoy deseando repetir mañana.

—No te apresures, cariño —le dijo su esposo—. Antes tenemos que celebrar con la cumpleañera y darle su regalo.

—¿No era este el regalo? —pregunté confusa.

—No, querida —respondió Alicia después de restregar sus labios contra los míos—. Si he llegado tarde es porque vengo de Gandía, de comprarte algo con dinero que hemos puesto entre los tres, pero había un accidente en la autopista y esto me ha retrasado un buen rato.

—Al final, era cierto que tenías un regalo en cajita y con lazo rojo —añadió mi primo uniéndose al corrillo.

Me ayudó a levantarme, antes de que la morena me desgastara los morros, y me pidió que me duchara. Él se comprometió a limpiar los restos de esperma derramados en la tapicería de cuero. Obedecí como una buena chica. Pero, para mi sorpresa, Leo entró en el cuarto de baño cuando me duchaba y lo hizo conmigo.

—Mi adorada mujercita se ha encaprichado contigo —dijo y me puso contra la pared. Luego volvió a meterme la polla semi erecta en el ano, solo meterla, sin más—. Yo lo estoy con tu culo perfecto, y queremos que vengáis con nosotros a Ibiza el día uno de agosto. Nacho está conforme y podemos ir en nuestro yate, que tiene espacio para todos. La idea es pasar cuatro o cinco días.

—Trabajo en una terraza de ocio nocturno y dudo que me den permiso tantos días —respondí dubitativa.

Entonces comprendí que había ganado suficiente dinero para mis caprichos durante una buena temporada, teniendo en cuenta la asignación de mis padres y que corrían con todos mis gastos en el día a día como estudiante, y acepté llena de ilusiones.

Después de casa de mi primo, me llevaron a la mía para cambiarme de ropa. No era plan ir a cenar a un restaurante vestida de aquel modo. Allí me entregaron el regalo que habían comprado. Cuando lo recibí a los postres, en cajita con lazo rojo y la abrí, quedé muda y conmovida con lágrimas de felicidad. Se trataba de un juego compuesto por anillo, pulsera, collar y pendientes, todo a juego y de oro rosa, no chapado, sino macizo, que les debió costar un ojo de la cara.

El matrimonio ha regresado a Marbella esta mañana y mi mente no deja de fantasear con lo que habrá de venir.

Fin

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