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Mi sobrino el carnicero

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Mi nombre es Carmen, tengo 55 años y vivo en Buenos Aires.  Desde hace 2 años soy viuda; perdí a Ricardo de manera realmente inesperada tras un trágico accidente automovilístico. Empezar esta historia con este detalle tan triste me parece importante porque los hechos que voy a contar llegaron para cambiarme la vida después de haber tenido que superar un duelo realmente difícil. 

Mi hermana Beatriz, 5 años menor que yo, y su familia fueron los principales pilares para que pueda seguir adelante tras la pérdida de Ricardo. Beatriz y su hijo Damián de 25 años estuvieron pendientes de mí varios meses después de la tragedia. Lo cierto es que ellos viven en una ciudad rural a unos 200 km de Buenos Aires y, después de un tiempo tuvieron que volver a su ciudad para realizar sus respectivos trabajos. 

Corría el mes de septiembre y me encontraba sentada en mi amplio patio disfrutando de una taza de café cuando sonó mi celular. El nombre de mi hermana apareció en la pantalla. Las llamadas de Beatriz llegaban a diario demostrando que la distancia no le impedía preocuparse por mí. Y lo cierto es que los recuerdos de Ricardo aún seguían presentes como el primer día y las largas charlas con mi hermana me venían muy bien para tener la cabeza ocupada en otra cosa. Pero esta llamada venía con una sorpresa incluida. 

 -Hola hermana, como estás hoy? – preguntó la alegre voz de Beatriz.

 - Acá estamos Betty, un poco mejor pero es muy difícil olvidar. Lo veo a Ricardo en todos lados – dije, sabiendo que mentirle a mi hermana era imposible. 

 -Me imagino Carmen. Solo vos debes saber por el dolor que estás pasando. Pero te tengo una buena noticia. No te vendría bien algo de compañía familiar para distraerte un poco?

Me quedé pensando unos segundos en la respuesta más honesta posible y finalmente respondí.

- Si, puede ser. La verdad que no lo había pensado. Pero charlar con alguien más seguido me vendría bien.

- Si! Y da la casualidad que Damián va a empezar a estudiar en Buenos Aires y, hasta que consiga lugar propio, pensé que se podía quedar algunas semanas con vos.

La propuesta de mi hermana me trajo sensaciones encontradas. Por un lado, mi angustia me llevaba a desear estar sola porque siempre odié que la gente me tenga lástima. Pero por otro lado sabía que la compañía de mi sobrino no venía desde la lástima, sino del verdadero cariño familiar que había entre nosotros. Además, ellos me habían ayudado mucho durante los primeros meses y no podía negarle asilo a mi sobrino mientras comenzaba con sus estudios. Mi hermana siguió hablando.

- Además tiene muchas ganas de trabajar y te puede ayudar con alguna tarea domestica para que se gane algo de plata – dijo Beatriz tratando de convencerme.

- Si Betty, decile que no hay problema y que lo espero – contesté aun tratando de procesar la idea de convivir algunas semanas con Damián.

- Perfecto, por lo que me dijo estaría llegando pasado mañana.

- Buenísimo hermanita, acá lo espero a Dami. Quédate tranquila que va a estar bien cuidado. 

- Eso no me preocupa. Espero que él también te pueda cuidar a vos – dijo Betty con tono cariñoso y luego nos despedimos. No me imaginé el nivel de realidad que iban a tomar esas últimas palabras de mi hermana. 

En los dos días siguientes a la llamada de Betty, no pude dejar de pensar en la idea de tener a mi sobrino viviendo conmigo. No me gustaba la idea de que tuviera que soportar a una vieja de duelo llorando por los rincones, pero Damián era un joven excelente. Tras un año y medio de no verlo, imaginé que no había cambiado mucho. Deseaba que ese respeto, ese perfil bajo y esa voz casi tímida típicas de Damián sigan intactas. Por momentos pensé en Damián como un joven demasiado introvertido, a veces por de más de vergonzoso y con falta de cierta rebeldía. Pero esas características me generaban una ternura extra por él.

Lo cierto es que aproveché esos dos días para limpiar toda la casa y preparar un cuarto para mi sobrino. Además cociné algunas de sus comidas preferidas para que se sienta lo más cómodo posible. El sábado por la mañana sonó el timbre anunciándome la llegada de Damián. Abrí la puerta y me costó entender como un joven podía cambiar tanto en tan poco tiempo. Un joven trigueño de casi 1.80 de altura estaba parado en la puerta de mi casa cargando una enorme valija y con una tímida sonrisa en su boca. 

- Dami querido! Que grande que estás. Qué lindo que vengas a pasar unos días conmigo - dije mientras lo ayudaba con su valija y seguía mirando sus repentinos y notorios cambios físicos. 

- Hola tía, gracias por recibirme - contestó el con esa voz vergonzosa pero con un tono un poco más grave de cómo la recordaba. 

Lo invité a entrar y una vez en el living, solté la valija para estrechar un cariñoso abrazo familiar. Mi metro sesenta de altura solo me permitía rodearlo con mis brazos a la altura de la cintura mientras que los suyos rodearon mis hombros. Hasta el momento en que me dio un fuerte apretón no me había dado cuenta de que hacía mucho tiempo que no recibía un abrazo tan sentido. Además, los anchos brazos de Damián me llevaron a esos momentos en donde mi difunto esposo hacía lo mismo; fue una mezcla de emociones realmente extraña pero que me trajo muchos lindos recuerdos. Fue un abrazo largo y sostenido por lo que no pude dejar de sentir esos fuertes brazos rodeándome. 

Damián vestía una musculosa blanca que dejaba ver un cuerpo masculino bien entrenado. Sus piernas seguían la misma tónica y se veían realmente fuertes bajo un jean claro ajustado al cuerpo. Por un segundo llegué hasta pensar en que el culo de Damián era realmente espectacular. Pero una voz dentro de mí me hizo entrar en razón recordándome que ese joven tan sexy era parte de mi familia. 

Una vez dentro y con sus cosas acomodadas en su habitación, Damián compartió un café conmigo y tuvimos una larga charla para ponernos al día después de tantos meses sin vernos. Ese perfil bajo y amabilidad que tanto me gustaba de él seguían intactos. Esa parsimonia al hablar era como escuchar una melodía clásica. Además, mi sobrino tiene ojos color verde oscuro que, en sintonía con ese color trigueño de su piel, lo hacían ver casi como un galán de telenovela.

Él me contó cómo, durante los últimos meses, había estado trabajando en el campo con su padre; esa era una de las explicaciones de los abruptos y beneficiosos cambios en su cuerpo. Dijo que se había hartado de trabajar de sol a sol y quería interiorizarse en el mundo intelectual. Por eso había decidido inscribirse en la facultad que quedaba relativamente cerca de mi casa. 

Lo cierto es que Damián se volvió un gran compañero y su presencia fue de gran ayuda para ir superando poco a poco mi perdida. Durante las primeras semanas fue una convivencia normal entre tía y sobrino. Él se dedicaba a sus estudios y, en sus ratos libres, nos dedicábamos a la charla o me ayudaba en alguna tarea doméstica, las cuales no se hicieron más después de la partida de Ricardo. La mayor parte del día se encerraba en su cuarto a estudiar o estaba en sus clases y a mí me encantaba esperar para que cambie una lámpara, arregle una canilla o corte el césped del patio. Me sentaba con una taza de café a admirar el trabajo de mi sobrino mientras me invadían recuerdos de Ricardo. Pero con el pasar de los días esos recuerdos fueron quedando atrás porque no podía dejar de mirar el escultural cuerpo de Damián. La transpiración hacía brillar cada musculo de su torso y me podía quedar horas viendo a ese joven trabajando en mi patio. 

La voz de la conciencia en mí cabeza seguía presente pero cada vez con menos frecuencia. En más de una ocasión, él se giraba para hablarme y yo me quedaba tartamudeando sin saber que decir con la cabeza totalmente perdida en su anatomía. El nivel de su inocencia me daba la tranquilidad de que no podía imaginar que lo miraba con intenciones ocultas.

Pasaron los primeros tres meses y el nivel académico de Damián le permitió tener algunos días de descanso: rindió todos sus exámenes en tiempo record y tenía algunos días antes de encerrarse a estudiar nuevamente. Su desempeño en la universidad era realmente notable y, con Beatriz, estábamos muy orgullosas de su rendimiento. No se lo notaba cansado ni muchos menos. Realmente era un joven brillante y tenía potencial para muchos más. Esto lo comprobé el primer día de sus vacaciones, cuando me dijo que estaba buscando un trabajo de medio tiempo para aportar en los gastos de la casa. Me pareció una actitud realmente valorable en él y eso me generó un excesivo nivel de ternura, por lo que prometí ayudarlo en su búsqueda laboral.

Unos días más tarde, salí por la mañana a hacer mis respectivas compras y el último local que visité fue la carnicera que estaba cruzando la calle. Daniel, el carnicero, era un viejo amigo mío y de mi difunto esposo. Si no había ningún cliente en su local, nos quedábamos varios minutos charlando sobre temas banales. Como si los planetas se hubieran alineado, esa mañana me comentó que estaba buscando un empleado de medio tiempo para atender su carnicería porque él ya estaba demasiado cansado. Mi cara se iluminó y, automáticamente, le dije a Daniel que tenía el empleado perfecto para su carnicería. Daniel se quedó sorprendido y coordinamos para que Damián lo visitara por la tarde para hacer la respectiva entrevista. Yo estaba segura que los trabajos en el campo le daban a Damián las referencias suficientes para ayudar a Daniel en su carnicería. 

Al volver a casa no podía aguantar la ansiedad de darle la buena noticia a Dami. Crucé la puerta principal cargada con las bolsas de las compras y, con su típica amabilidad, me ayudó a cargar todo y llevarlo a la cocina. Él se vestía realmente bien a diario, pero ese día en particular estaba realmente hermoso. Una camisa negra bien entallada al cuerpo y una bermuda de jean por arriba de las rodillas me obligaron a detenerme algunos segundos para admirar toda su masculinidad.

- Te tengo una buena noticia sobrino! Mañana tenés tu primera entrevista de trabajo.

- De verdad tía? En dónde? – preguntó él con una emoción poco común en su voz.

- En la carnicería de Daniel, justo acá enfrente. Necesita empleado de medio tiempo y te espera a la tarde para hablar con vos. 

Jamás en mi vida había visto sonreír a Damián de esa manera. Sus dientes blancos y perfectos iluminaron su rostro de oreja a oreja y corrió rápidamente hacía mí, me abrazó por los hombros y me levantó por el aire en su ánimo de festejo. No me esperaba esa reacción por parte de un joven con un perfil tan bajo, pero la emoción realmente se apoderó de él. Cuando hizo fuerza para alzarme pude sentir como sus brazos se hinchaban y su torso se endurecía. Otra vez volví a darme cuenta que hacía mucho tiempo que no tenía contacto físico tan estrecho con un hombre. 

Pero esta vez fue diferente; esa vocecita de conciencia dentro de mi cabeza había desaparecido. Mi temperatura corporal aumentó de golpe y me recorrió una electricidad realmente intensa: el deseo. Ese sentimiento que pensé que estaba muerto me había vuelto a visitar estando entre los brazos de mi sobrino. La sensibilidad de mi cuerpo me permitió sentir el roce de cada detalle de su torso y parte de su cintura. No había dudas de que ese día iba a necesitar un cambio de ropa interior. Cuando me liberó de sus brazos, me pidió perdón por el exceso. Me di cuenta que su exagerado respeto no lo dejaba liberarse de varias de sus emociones, por lo que decidí volver a abrazarlo para demostrarle que era libre de expresarse libremente y para disfrutar, una vez más, ese estrecho contacto.

Esa misma tarde, Damián fue puntualmente a la entrevista con Daniel y minutos más tarde volvió con la noticia de que comenzaba en su nuevo trabajo al día siguiente. Ese chico no paraba de agradecerme y esa misma noche celebramos con una rica cena y una botella de vino. Fue una cena digna de celebración; reímos y charlamos como pocas veces y hasta lo noté mucho más suelto. Mientras él hablaba, me costaba prestar atención a lo que decía porque estaba concentrada pensando en los positivos cambios en la personalidad de ese joven; parecía que se había inyectado varias dosis extra de confianza y soltura. 

Después de la exquisita cena y una velada increíble de charlas y risas, nos fuimos cada uno a su respectiva habitación un poco más tarde de lo normal. Con algunas copas de vino encima, me quité la ropa y me propuse meterme en la cama. Pero un segundo antes, la imagen que devolvía el espejo ubicado en la puerta de mi vestidor me hizo detenerme de golpe. Miré mi silueta dentro del conjunto de ropa interior negro y me noté más bella que de costumbre. Mi figura no dejaba de ser de una mujer que había pasado los 50, pero esas estrías y pequeñas imperfecciones no opacaban mi belleza natural. Giré con las manos en la cintura como lo haría una modelo y vi que mi culo seguía firme, con algunas marcas de celulitis pero manteniendo su forma redondeada. Mi abdomen estaba algo flácido pero sin ser grotesco y ni siquiera desagradable; nada que algunos abdominales no puedan corregir. Mi parte frontal fue la que más me favoreció siempre y fue lo que más admiré en el espejo esa noche. Me quité el corpiño y me sentí orgullosa de mis tetas: nada pequeñas ni extremadamente grandes. Dos hermosas bolas de carne de talla noventa y cinco decoraban mi torso, algo caídas por la gravedad común de la edad pero que no perdían turgencia. Algunas estrías también comenzaban a aparecer pero que quedaban en segundo plano gracias a las hermosas pecas marrón claro que adornaban mis pechos.

En un movimiento casi instintivo, bajé la mano derecha a mi pubis y deslicé la punta de mis dedos bajo la tanga negra. La humedad me obligó a seguir masajeando mi clítoris mientras, con los ojos cerrados, recordaba el estrecho abrazo de mi sobrino. Quizá era la desinhibición causada por el vino, pero la vocecita de lo correcto había desaparecido, por lo que, después de algunos segundos de masajear enérgicamente mi parte intima, las piernas comenzaron a temblarme y un orgasmo muy húmedo hizo estremecerme entera. Con la culpa post orgasmo, me volví a preguntar cómo podía ser capaz de excitarme con mi propio sobrino; pregunta a la que hasta el día de hoy no puedo darle respuesta. 

Con el nivel de relajación digno de un rico clímax, me metí en la cama y me dormí profundamente. Estaba teniendo sueños realmente atrevidos y mojados cuando el dolor de cabeza me despertó de forma algo brusca cerca de las 3 am. El malestar típico después de algunas copas de alcohol me obligó a levantarme en busca de un analgésico. Con mi tanga negra, aún húmeda de mis jugos como única prenda, salí de mi habitación y noté que la puerta de la habitación de Damián estaba entreabierta. Las luces provenientes de una pantalla iluminaban parte de las paredes y el lado interior de la puerta. Enseguida pensé que se había quedado dormido mientras trabajaba en su computadora o, simplemente, mirando televisión. Me acerqué sigilosamente con la intención de apagar su tele o su notebook y que pudiese dormir tranquilo, pero antes de entrar noté que mi sobrino seguía despierto.

El ángulo en el que estaba ubicada la cama me permitía verlo de espaldas y parte de su perfil derecho, mientras que él no podía ver si alguien estaba en la puerta, por lo que no se percató de mi paseo nocturno. Damián estaba acomodado con su espalda en el respaldo de la cama, sus auriculares puestos y su computadora portátil al lado de sus pies. 

En la pantalla del dispositivo se podía ver un video porno en HD y pantalla completa; una mujer de las llamadas MILFS metía y sacaba un enorme pene de su boca con la habilidad de una mujer que de eso depende su trabajo. Pero el espectáculo principal, para mi gusto, estaba dentro de la cama: Damián se masturbaba suavemente con su mano izquierda. Su palma masajeaba arriba y abajo un venoso trozo de carne de aproximadamente 17 cm y con un diámetro realmente llamativo. Su mirada seguía fija en la pantalla mientras iba aumentando el ritmo y la presión de su mano sobre ese hermoso falo. De vez en cuando frenaba, se escupía la mano para lubricar y seguía en su tarea. Yo seguía parada junto a la puerta habiéndome olvidado de mi dolor de cabeza y totalmente concentrada en ese potro masturbándose en mi propia casa. Sabía que cualquier movimiento o suspiro inoportuno lo podía alertar de mi presencia, por lo que contuve las ganas de volver a tocarme mientras lo miraba. 

Pasaron algunos minutos y, sin darme cuenta, la voluptuosa actriz de su video se había ubicado en cuatro patas, mientras el mismo pene que estaba chupando en la escena anterior, entraba por su culo ya bastante dilatado. El sexo anal era algo que nunca había experimentado, pero esa noche comprobé que formaba parte de los gustos ocultos de mi sobrino. Mientras la sexy mujer en la pantalla era taladrada por atrás, Damián emitió un leve bufido mientras varios chorros de abundante y espesa leche iban a parar a su abdomen y su ropa interior; debo reconocer que se me hizo agua la boca al ver ese tronco venoso y brilloso por la leche que se derramaba desde el glande. Por un momento hasta sentí que la podía oler y me pareció un aroma agrio y fuerte, pero muy excitante. Antes de volver sigilosamente a mi cama pude ver en la pantalla como la MILF recibía los jugos íntimos del actor en su boca y pensé “esa podría ser yo”.

Sin haber tomado mi analgésico, me acosté totalmente desnuda, volví a tocarme dos veces más y me volví a dormir plácidamente. Pocas noches en mi vida había dormido de una manera tan profunda. Tal fue la calidad de mi descanso que a la mañana siguiente me quedé dormida y me desperté dos horas más tarde de lo habitual. Cerca de las 9 abrí los ojos y recordé que era el primer día de trabajo de Damián. Me desperté algo exaltada, me vestí rápidamente y corrí hacia la cocina para preparar el desayuno. Pero al igual que la noche anterior, mi sobrino me había vuelto a sorprender: el café listo y unas cuantas tostadas me esperaban en la cocina, acompañadas de una nota:

“Tía, me fui a trabajar. Te quise despedir pero estabas muy dormida y me dio pena despertarte. Te dejo el desayuno preparado, nos vemos a la vuelta”

Te quiero

Dami

Las palabras de puño y letra en la arrugada hoja y el aroma del café por la mañana me hicieron emocionar. La ternura y el amor de familia me llenaron el pecho hasta que recordé las excitantes y morbosas imágenes de la noche anterior. La misma mano que había escrito esas dulces líneas era la que tanta calentura me había causado hacía algunas horas. Parecían dos personas diferentes, pero realmente era una sola.

Decidí ir a hacer las compras a la carnicería de Daniel para aprovechar y visitar a mi sobrino. Pero antes de salir preferí lavar algo de ropa sucia. En el lavadero volví a encontrarme con otra sorpresa que Damián había dejado sin querer. Su bóxer manchado con sus jugos me esperaba en lo más alto de la sesta de la ropa sucia. Había visto como lo había manchado y ahora lo tenía en mis manos mientras me encontraba sola en casa. Lo apoyé en mi cara y respire profundamente ese fuerte aroma. ¡Qué agrio pero que rico olor! La excitación me obligó a tener un hermoso momento de autosatisfacción matutina. Mientras olía y lamía la prenda tuve un increíble orgasmo con mis dedos visitando lo profundo de mi humedad. 

Más tarde me di una larga ducha, me puse uno de mis mejores vestidos y me dispuse a cruzar la calle a comprar la carne para la comida y visitar a mi querido sobrino. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que me sentía tan bella. Ese vestido rojo claro, con un escote que no estaba acostumbrada a usar por vergüenza, me quedaba realmente sexy. Crucé la puerta de la carnicería y ahí estaba él parado tras el mostrador: cuchillo en mano y cortando carne como todo un carnicero experimentado. Sus grandes y hábiles manos todas sucias y engrasadas manipulando los cortes me llenaron de morbo una vez más. Debí disimular lo que sucedía dentro mío porque él ya me estaba saludando con su bella sonrisa mientras atendía a otra clienta. Me había quedado tan obnubilada con Dami que no me percaté de que la otra clienta era mi vecina y amiga Susana. 

- Hola Carmen! Como estás tanto tiempo? – me saludó Susana mientras yo volvía de mis fantasías. 

- Hola amiga. Bien. Vine a hacer las compras y de paso, saludar al nuevo empleado – contesté imaginando que Susana ya se había enterado que Damián era mi sobrino. Su falta de actividades la hacían estar al tanto de todo lo nuevo que sucedía en el barrio. 

- ¡Ay sí! Pero que dulzura de sobrino que tenés. Todo un caballero y muy buenmozo. Además se nota que tiene habilidad con la carne – dijo Susana mientras le dedicada a Damián esa sonrisa lasciva de mujer madura y excitada. Hubiera preferido no hacerlo, pero en ese momento descubrí que mi sobrino se había convertido en la presa de Susana. 

- Viste que hermoso es mi sobrino. No lo mires mucho que te va a retar tu marido jaja – bromee para ponerle un límite sutil a Susana y para que Damián se entere de que la mujer que lo estaba seduciendo era casada. 

- Jaja, pero si es un nene Carmencita! Igual parece que estas cuidando demasiado al nene, jaja – dijo ella en tono sarcástico mientras le pagaba a Damián. 

- Él ya se puede cuidar sólo amiga, yo solamente lo cuido como su tía. Bueno Su, voy a comprar antes de que se haga tarde – dije para terminar la charla y para evitar poner más incómodo a Damián.

Susana tomó su bolsa y salió del local. Al cerrarse la puerta, con Damián soltamos una carcajada al unísono.

- Parece que tenés una admiradora en el barrio jaja – le dije mientras me reía. 

- Jaja, si Tía. Menos mal que llegaste para rescatarme porque pensé que se me tiraba encima – contestó él.

- Y no me sorprendería Dami. Tené cuidado porque es casada y el marido es bastante celoso, jaja – le dije a modo de advertencia graciosa. 

- Si tía, no me voy a andar metiendo con mujeres mayores del barrio y mucho menos si son casadas. ¿Qué vas a llevar? – preguntó intentando cambiar de tema. 

- Mmm, no sé qué quiere comer mi sobrino preferido esta noche.

- La carne al horno con papas te sale increíble tía – contesto él con su característica cordialidad. 

- Entonces dame un buen pedazo de carne para poner al horno y algunos chorizos ricos – le respondí sin darme cuenta en el doble sentido que se podía interpretar en mi frase. 

El asintió al escuchar mi pedido y puso manos a la obra. Sacó de la heladera un jugoso y ancho pedazo de carne, lo corto y de forma muy hábil lo puso dentro de una bolsa. Luego sacó varios chorizos de la heladera y mientras los manipulaba para embolsarlos, se me vino a la cabeza su imagen con su verga en la mano escupiendo leche. Fueron solo algunos segundos, pero me perdí con la mirada en sus manos manipulando los alargados tubos de carne mientras el morbo y la fantasía me invadían por completo. Pesó ambas bolsas y me dijo el precio. Tuve que esforzarme por volver a eje y sacar el dinero de mi bolso con mis temblorosas manos. 

- Gracias mi vida. Te espero a la noche.¿ Salís de trabajar a las 6? – le pregunté mientras me daba el vuelto.

- No tía. Daniel me pidió que cierre y limpie todo antes de irme. Seguramente salga 6 y media – me explico él. Su voz temblorosa y poco firme me resultaron algo sospechosas. 

- Bueno Dami, te espero.

Crucé la calle de vuelta a mi casa y en esos pocos metros no pude dejar de pensar en la idea de que Susana haya estado acechando a mi sobrino. Pensar en ella como una depravada me pareció una actitud hipócrita. La noche anterior yo lo había estado espiando mientras se masturbaba y eso también me convertía en una depravada. Pero ella era casada y Damián era mi sobrino, por lo que me sentí ofendida por la falta de códigos de mi vecina. ¿Era eso o solo excusas para no admitir que me hubiese gustado seducirlo? ¿Estaba celosa de Susana? Preguntas a las que solo el tiempo les iba a ofrecer respuesta.

Llegué a casa y pasé la mayor parte del día pensando en el episodio de la mañana pero, sobre todo, en las manos de Damián manoseando la carne al igual que había estado manoseando su tentadora verga. Esa idea me excitaba muchísimo y no podía dejar de reproducirla en mi cabeza una y otra vez.

Cerca de las 6 de la tarde me dispuse a preparar la cena y fui hacia la heladera a buscar la carne que mi sobrino me había vendido. Al tomar la bolsa, noté la suave y tierna textura de los chorizos y la imagen volvió a aparecer nuevamente. Los saqué de la bolsa, los toqué, los apreté y los olí intensamente en una acción casi salvaje. Cerré los ojos y al inspirar entró por mi nariz el aroma a carne cruda y un dejo suave del perfume de Damián. Los tenía en mis manos, con mis ojos cerrados mientras imaginaba las anchas venas oscuras de su verga recorriendo su falo desde los huevos a la punta. Metí mi mano por debajo del vestido, corrí mi tanga hacia el costado y comencé a refregar los blandos tubos de carne por mi clítoris y los labios de mi vulva con intensidad y cuidado para no romperlos. Después de unos segundos, el frio y la suave textura del improvisado juguete me hicieron retorcer de placer y soltar un leve gemido de clímax. Volví a olerlos y el perfume de mi sobrino había sido reemplazado por el aroma de mi intimidad. Decidí meterlos al horno con el resto de la carne y algunas papas. Compartir esa comida con Damián me inundaba de morbo. 

Con la comida en marcha a fuego lento y después de haber tenido un nuevo orgasmo con la imagen prohibida de mi sobrino el carnicero, me serví una taza de café para esperarlo. Eran 18:15, me asomé por la ventana del frente y noté que la carnicería estaba cerrada. En cualquier momento Damián saldría por la puerta y cruzaría la calle para volver a casa. Pero el aún no salía y, para mi sorpresa, alguien se acercaba al local cerrado; era Susana.

Al verla cruzar la calle, descubrí instantáneamente las intenciones de mi vecina. La desesperada mujer se iba a tirar encima de mi sobrino aprovechando que la carnicería estaba cerrada y no iba a tener interrupciones como la de la mañana. 

No podía quedarme sin hacer nada así que, en un impulso de furia, salí por la puerta de enfrente. Crucé la calle casi sin mirar y noté que Susana ya estaba dentro del local. La puerta y la persiana, ambas cerradas, no me dejaban ver lo que sucedía adentro, lo único que escuchaba eran algunos murmullos a los lejos. Me colé por el lateral del local y descubrí una pequeña ventana abierta que daba al interior. Subí a un pequeño banco ubicado bajo la ventana y fui asomándome poco a poco procurando no ser descubierta y pudiendo escuchar con más claridad los murmullos. 

- Gracias por abrirme tan tarde Dami! Que cabeza la mía! Me olvidé de comprar la carne para mañana – dijo Susana en una actuación muy mala y poniendo voz provocadora

- No hay problema señora. ¿Qué va a llevar?- contestó Damián con su cordialidad habitual.

 

- No me digas señora que no soy tan vieja querido, decime Su. Quiero el pedazo de carne más rico y sabroso que tengas – contestó ella. Al asomarme vi su cara de depravación y que su escote era mucho más pronunciado que el de la mañana. Noté que Dami comenzaba a ponerse nervioso ante la provocación de mi vecina. 

Damián abrió la heladera y saco un jugoso pedazo de carne que apoyó sobre el mostrador. Susana se quedó mirando el producto mientras arrugaba la nariz y comenzó a rodear el mostrador para ponerse del mismo lado que Damián. Susana siempre había sido muy descarada pero ya estaba superando todos los límites. 

- Permiso Dami. La voy a oler para ver si la carne está fresca - dijo Susana con su seductora vos. 

Mientras Damián estaba petrificado ante la avasallante actitud de su clienta, ella se agachaba para acercar su nariz a la carne y, en el mismo movimiento, apoyo sus flacuchas nalgas en el bulto de Damián. 

- Me parece que ya encontré la carne más sabrosa - susurró ella apenas sintió el contacto. 

Susana se dio vuelta y, sin decir nada más, comenzó a manosear la entrepierna de Damián mientras él estaba estupefacto. Al ver tan vulgar y desesperada actitud, se me ocurrió comenzar a gritarle todo lo que pensaba de ella, pero decidí esperar para ver la reacción de mi sobrino. Rápidamente, las huesudas manos de Susana abrieron el pantalón y los bajó de golpe con todo y bóxer. El pene erecto de Damián saltó como un resorte frente a los ojos desorbitados de su lujuriosa clienta, que no tardó ni un segundo en meterlo en su boca. 

Cuando estaba a punto de entrar en escena para increpar a mi supuesta amiga, vi que la reacción de Damián no era la que yo esperaba: "Que rico Su" fueron las palabras de mi vergonzoso sobrino mientras ubicaba sus grandes manos en la cabeza de Susana para meterle el falo más profundo en su garganta. Damián estaba disfrutando de la mamada de Susana. Realmente no podía creer que ese joven respetuoso y cauto estuviera teniendo sexo con mi vecina. 

Luego de unos minutos de intensos y profundos cabezazos de Susana, ella se levantó y se dio vuelta mientras con una mano levantaba su vestido blanco y con la otra bajaba una prenda de ropa interior digna de su edad. “Rómpeme toda nene” dijo ella con su mejor voz de puta mientras su fino vestido blanco se manchaba con la carne aún apoyada en el mostrador. Damián la tomó por sus pequeñas caderas y comenzó a penetrar a Susana de una forma casi salvaje. Los gemidos de ella retumbaban en la carnicería acompañados del rítmico choque de cuerpos.

Yo seguía enfurecida y asqueada, pero sin poder sacar los ojos de la escena porno que estaban montando. Los sonidos emitidos por Susana me indicaron que acabó dos veces hasta que Damián anunció que él también estaba por explotar. Ella volvió a arrodillarse y comenzó a mamar el endurecido miembro de forma muy enérgica mientras se ahogaba con el glande en su garganta. Damián soltó un alarido ahogado mientras llenaba la boca de su amante con sus jugos. Ella siguió succionando hasta tragar cada gota de leche.

No sé cómo, pero me di cuenta que debía volver a cruzar hacia mi casa antes de que cualquiera de los dos salga del local. Bajé del banquito y volví a mi casa lo más rápido que pude con el corazón latiendo a toda velocidad. Cinco minutos después, Susana salió de la carnicería acomodando su rojiza cabellera y tratando de limpiar las manchas de su vestido. Me hubiese gustado saber cómo le iba a explicar a su marido el motivo de que haya vuelto tan desalineada.

Pero ese no era mi problema. Me sentía realmente decepcionada de la respuesta de mi sobrino ante las provocaciones baratas de Susana. Pensé que su amabilidad, cordialidad y exceso de respeto lo iban a llevar a rechazarla, pero sus hormonas lo controlaron y lo llevaron a tener un sucio episodio pornográfico con mi vecina. Quizás los celos manejaban mi cabeza en ese momento, pero lo único que pensé en ese instante fue demostrarle a mi sobrino que yo era mucho más mujer que Susana.

Unos minutos más tarde de la silenciosa salida de la amante, Damián salió del local, cerró con llave y cruzó la calle. En ese instante decidí que iba a hacer mi mejor esfuerzo para hacer creer a Dami que no sabía nada de su aventura prohibida. En una digna actuación, lo recibí con el cariño de siempre y le serví la rica cena que había preparado para él. Mientras lo veía devorar los mismos chorizos que había usado para masturbarme y me inundaba de morbo, decidí que iba a demostrar que la seducción de Susana era de lo más vulgar y barata. Yo le iba a demostrar a ese pendejo viril lo que es la calentura.

Estaba deseosa de que me espíe, encuentre mis tangas sucias y le pique el morbo de olerlas. Quería atraerlo con el jugo de lo prohibido como él había hecho conmigo, por lo que comencé esa misma noche. Al terminar de cenar, junté la mesa y nos fuimos cada uno a su habitación; esta vez fui yo quien dejó la puerta entreabierta.

Si era necesario pensaba quedarme toda la noche despierta hasta que Damián se levantara al baño para poder atraer su atención. Lo cierto es que solo tuve que esperar media hora hasta que la puerta se abrió y los pies descalzos avanzaron por el pasillo. Me acosté de espaldas a la puerta y apreté “play” en mi celular. Una mujer madura cabalgaba salvajemente sobre una enorme verga mientras gemía con agudos alaridos que se escuchaban nítidamente desde el pasillo. A pesar de estar de espaldas, vi que la silueta de Damián se detuvo frente la puerta entreabierta. Bajé lentamente la mano hasta mi pelvis y corrí el hilo de mi tanga. Mi vista iba del video a la silueta y viceversa. Comencé a mover la cintura atrás y adelante mientras la sombra de mi sobrino seguía en la pared y también comenzaba a moverse; a diferencia de mí, él se atrevió a masturbarse frente a la puerta de mi habitación. La mujer en el video comenzaba a gemir más rápido y más fuerte, al igual que yo. Se me estremeció el cuerpo por completo y solté un gemido orgásmico asegurándome de que Damián lo escuche. No sé si lo habrá hecho a propósito, pero al escuchar su respiración agitada, noté que él también había eyaculado. Se volvieron a escuchar los pasos alejándose por el pasillo y Damián cerró la puerta de su habitación. Mi sobrino había mordido mi anzuelo.

A la mañana siguiente procuré no dar señal alguna del episodio prohibido de la noche anterior. Me desperté de muy buen humor porque había logrado comprobar que era capaz de atraer la curiosidad sexual de mi sobrino. Esa misma noche iba a poner “toda la carne al asador” e intentar recibir ese hermoso regalo que Susana había conseguido injustamente la noche anterior.

- Buen día Dami ¿Cómo descasaste querido? - lo saludé cuando se sentó en la mesa de la cocina mientras yo preparaba el desayuno.

- Bi… bien tía - contestó algo nervioso.

- Me alegro mi vida. Yo también descansé como una reina. Dami, si tenes ropa para lavar ¿La llevas al cesto de la ropa sucia? - le pedí amablemente ya sabiendo la respuesta.

- Obvio, tía. Ya la llevo.

Damián se levantó, camino hacia su cuarto y unos segundos después pasó caminando con una pila de ropa sucia hacia el cuarto de lavado. Mi segundo anzuelo ya estaba esperándolo en el punto más alto y visible del cesto de ropa sucia. Intencionalmente, había dejado la misma tanga que llevaba puesta mientras él me miraba desde la puerta haciendo sus travesuras la noche anterior. Al verlo pasar, lo seguí sigilosamente y me quedé espiándolo detrás de la puerta esperando su reacción.

Damián entró y antes de dejar su ropa en el cesto clavó su mirada en la fina tanga celeste. La prenda estaba realmente empapada y despedía el intenso aroma de la intimidad femenina. El joven se acercó aún confiado de que yo seguía en la cocina y tomó la tanga. Automáticamente la llevó sobre su rostro y aspiró con todas sus fuerzas mientras se llevaba su mano izquierda al bulto creciente de su pantalón. Mi segundo anzuelo había funcionado perfectamente y me moría de ganas de entrar en el cuarto y ayudarlo en sus manualidades, pero decidí contenerme para dar el paso final esa misma noche.

Regresé a la cocina y dos minutos más tarde Damián volvió a sentarse en la mesa algo incómodo. Seguramente queriendo ocultar esos 17 cm de carne endurecida que luchaban bajo su pantalón.

- Querido ¿Para cuándo salgas te puedo encargar un poco de carne y chorizos? Voy a prender la parrilla – le encargue con firmes intenciones de no mirarlo y hacerme la desentendida de la situación.

- Claro tía! Te traigo. Que rico, un asado! – dijo feliz sin imaginarse cuál iba a ser el postre.

- Gracias hermoso! Esta noche vas a comer la mejor carne de tu vida – le dije, esta vez esperando que su inocencia se vaya rompiendo y comprenda el doble sentido.

Después de desayunar, Damián se despidió y partió rumbo al trabajo. Si había aprendido algo de mi difunto marido era la habilidad de prender el fuego y hacer carne asada. En Argentina es un plato típico me considero toda una experta en prender fuego y hacer brazas. El día se me pasó muy lento por la ansiedad de mostrar sin sutilezas mi provocadora actitud. La temperatura ese día rondó los 30º y el calor me ayudó en mi plan de atraer las hormonas de Damián.

La ansiedad hizo que me fuera a preparar una hora antes de la llegada de mi sobrino. Ya en mi habitación, me puse una hermosa bikini que me habían regalado hace años. Dos porciones de telas relativamente chicas, engomadas y de color azul brilloso lucían mi imperfecta pero sensual figura. Un short de jean reciclado de un viejo pantalón largo dejaba ver un cuarto de mis nalgas mantenidas bien firmes por la bikini. La parte superior del traje de baño me favorecía mucho en mi parte delantera, ya que les daba un poco más de voluptuosidad y dejaba un largo y profundo surco entre mis tetas. Luego de un par de giros frente al espejo, fui al patio a comenzar a prender el fuego para la cena.

Una hora después se abrió la puerta del frente y Damián entró con una pesada bolsa repleta de carne mientras en la parrilla crepitaban las brasas calientes. Su brazo derecho se hinchaba mientras sostenía la bolsa mientras mi corazón iba a mil por segundo. Sus nervios tampoco se hicieron esperar al ver mi look veraniego con todas mis transparencias. Se detuvo un segundo para repasarme de pies a cabeza y luego reacciono.

- Ho… hola tía. Ya tenés a full el fuego. Acá te traje la carne que me encargaste – dijo mientras intentaba fijar la mirada en otro lado que no sea mi cuerpo.

- Gracias mi cielo – le dije mientras lo abrazaba e intentaba estrechar mis pechos en su torso de forma sutil.

Tomé la bolsa, le di la espalda y dejé que me mire libremente sin que yo lo pueda descubrir. Mientras tanto, yo vaciaba la bolsa y dejaba la carne para la cena sobre la mesada junto a la parrilla. Tomé uno de los pedazos más grande y lo puse sobre los fierros calientes, procurando tirarme un poco hacia delante para que mi short deje ver un poco más de mi culo. Tomé los chorizos y me volví a girar. Pude ver como Damián desvió torpemente la mirada hacia la parrilla. Los amasé un poco en una especie de control de calidad ante la atenta mirada del joven. Lleve uno hacia mi nariz y lo olí. El chorizo que colgaba desde la otra punta se apoyaba en el surco entre mis pechos y rosaba los marcados relieves; la mirada de Damián ya estaba perdida en mis tetas sin sutileza.

- Tía, te vas a ensuciar toda con los chorizos – dijo el mientras señalaba con algo de vergüenza el chorizo que colgaba sobre mis tetas.

- No pasa nada mi vida. Una buena asadora siempre se tiene que ensuciar – le dije a modo de chiste para romper el hielo – Además, deja de mirarle las tetas a tu tía, chancho jaja – le reproche en tono gracioso aun masajeando y oliendo los blandos tubos de carne.

- No tía, n… no te estaba mirando ahí – tartamudeó nervioso. Era el momento perfecto para ir por todo.

- Ah, porque me enteré que al final si te gusta mirar mujeres grandes como Susana – le dije usando una voz entre irónica y seductora.

- Qué te contó Susana? Es todo mentira tía, no le creas – dijo transpirando por el calor y los nervios.

- Susana no me contó nada, yo los vi esa noche que cerraste la carnicería y ella te visitó – contesté mientras caminaba lentamente hacia el con el sugerente alimento en mis manos.

- No tía, fue un malentendido. No era mi intención, ella se… - balbuceó hasta que le hice señas de silencio con mi dedo antes de que terminara con sus excusas.

- No estoy enojada sobrinito. En realidad, estoy un poco celosa – dije con mi voz más seductora.

Damián había quedado realmente obnubilado ante mi show carnal, por lo que decidí continuar. Tomé el chorizo que colgaba ante mis tetas y lo metí lentamente en el surco entre ellas. El chorizo del otro extremo comencé a meterlo lentamente en mi boca hasta dejarle una marca en lo más profundo con mi labial rojo. La inquietud en el cuerpo de Damián me decía que tenía una mezcla de nervios y excitación.

Sin decir ni una palabra más, me acerqué a él hasta quedar a escasos centímetros. La corta distancia me dejo ver que su pantalón estaba a punto de estallar. Me arrodillé frente a él, le desprendí sus ajustados jeans y bajé sus pantalones y ropa interior como un animal hambriento. Su verga erecta quedo rebotando frente a mi cara y pude sentir su aroma masculino llenándome los pulmones. Metí esa sabrosa pija en mi boca y comencé a mamarlo de forma desesperada. De vez en cuando me ahogaba con una leve arcada y eso parecía excitarlo aún más. Al igual que había hecho con Susana, me tomó del pelo y comenzó a coger mi boca sin reparos.

Estuve varios minutos con su falo erecto entrando y saliendo de mi garganta mientras me masturbaba con los juguetes improvisados de carne. Ya había hecho la parte más difícil, por lo que en ese momento sólo quedaba dejarme llevar por el goce. Me levanté y le di la espalda mientras subía una pierna a una silla.

- Cógeme duro sobrino – susurré mientras acariciaba lentamente mis labios vaginales empapados.

Él se acercó con la verga en su mano y la apoyó en mi concha hirviendo y rápidamente pude sentir como esos 17 cm de dureza me visitaban. Fue una sensación sublime sentir esa verga entrando y saliendo de mi vulva mientras las gruesas manos de Damián amasaban mis tetas. No puedo asegurar el tiempo que el viril cuerpo de mi sobrino estuvo bombeando duro contra mí, pero sí sé que fueron al menos cuatro los orgasmos que tuve en ese rato. Cada uno era una descarga eléctrica más fuerte que la anterior que me recorría de pies a cabeza.

Mis piernas comenzaban a temblar de tanto placer, por lo que decidí ponerme más cómoda. Lo tomé de la mano y lo arrastré hacia el interior de la casa. En el sofá me puse en cuatro patas y abrí mis nalgas con las manos.

- Estréname mi culo pendejo. Es tuyo – le dije con tono de desesperación.

Él no lo dudó y se me acercó por atrás con su pija en la mano, brillosa y empapada de mis flujos y se agachó para darme un beso negro que me hizo ver las estrellas. Metía y sacaba enérgicamente su hábil lengua de mi ano para comenzar a dilatarlo y lo estaba logrando. Unos minutos después se puso en posición y apoyó su hinchado glande en la puerta de mi culo. Comenzó a empujar lenta y firmemente hacía delante mientras yo empujaba con mi culo en sentido contrario. Mientras la dureza de su pija se iba abriendo paso en mis entrañas, el dolor comenzó a crecer y, por inercia, mordí el chorizo que había quedado colgando de mi cuello luego del show erótico del comienzo. La fuerza de mi mordida sobre la carne blanda hizo que se desarmara y quede todo manchado y pude sentir el sabor de la carne cruda; no me importó e, incluso el hecho de estar realmente sucia, me generaba mucho más morbo.

Después de unos instantes de dolor, toda la dureza de mi sobrino estaba dentro de mí y poco a poco comenzó a bombear. El placer comenzó a reemplazar al dolor y mi culo estaba realmente dilatado. Era la primera vez en mi vida que tenía sexo anal y lo estaba disfrutando muchísimo. Mientras Damián subía el ritmo de su pelvis y la presión sobre las estrechas paredes de mi culo, yo me masajeaba intensamente el clítoris. Fueron dos más los orgasmos que tuve mientras mi sobrino me taladraba el ano con su dureza.

Cuando noté que las energías iban disminuyendo, saqué lentamente su pija de mi culo y me volví a arrodillar frente a él. La mezcla de olores y el aspecto enrojecido e hinchado de su pene por la presión de mi culo me volvieron loca. Comencé a mamar su verga nuevamente mientras una mezcla agria, rara y excitante de sabores me invadía la lengua. La transpiración nos bañaba a ambos cuando noté en los espasmos de Damián que ahora le tocaba a él. Comencé a masturbarlo con mi mano hábil mientras que con la otra le acariciaba los huevos. Mis carnosos labios rodeaban y succionaban su glande mientras la tensión en su cuerpo iba en aumento. Finalmente, una cascada de espesa y agria leche me inundó la boca. Los gemidos de Damián me hicieron saber que realmente lo estaba disfrutando. Deposité cada gota de sus jugos en mi lengua para luego mirarlo con mi mejor cara de puta y tragar la espesa leche ante su morbosa mirada.

Esa noche la carne a la parrilla se quemó y nuestros cuerpos también. Mi sobrino aún sigue viviendo conmigo y ya no se preocupa por buscar un nuevo lugar para irse a vivir. Sigue estudiando en la universidad y trabajando medio tiempo en la carnicería frente a mi casa. La convivencia es realmente buena y estoy muy feliz de haber superado mi perdida gracias a la compañía y la atención de mi sobrino, el carnicero.

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