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Mi tía milf

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Era sábado por la tarde, y yo me pasaba la adolescencia a mis veintidós años, mirando videos en mi celular mientras platicaba con mis amigos en el chat simultáneamente, mi costumbre a esa hora del día desde hacía un par de semanas, después de que me mudara a la casa de mi tío para trabajar con él en su negocio, teniendo como objetivo el costearme la universidad.

Además de ese empleo, también trabajo como instructor personal en un gimnasio a tiempo alternado con mis compañeros, y evidentemente aquel día no era mi turno.

En ese momento escuché a mi tía haciendo ruido en su recamara, sabía que saldría a alguna parte. Por el sonido, podía deducir que estaría buscando su ropa dentro de su armario, sus contoneos delataban su posición con toda claridad sobre el piso de madera aglomerada.

Entonces aquel sutil danzar de sus pies seguramente descalzos, fue bruscamente cambiado por un sonoro eco de tacones altos que parecían andar desde su habitación, por las escaleras justo a un lado, hasta el sofá de la sala en el que estaba sentado de frente a aquellas escaleras.

A alguna reunión con sus amigas irá. Pensaba, deduciendo lo obvio después de mirarla hacer lo mismo cada sábado a la misma hora. Bastante comprensible, es decir, divorciada, muy guapa y sin hijos, no tenía quien le reprochara nada. Con mi tío, es decir, su hermano, quien también era divorciado, llevaba una buena relación desde que murieran mis abuelos y heredaran la casa, pero se mantenían alejados de la vida privada uno del otro.

Los días corrían a prisa y yo la pasaba bastante bien, entre mi trabajo en el gimnasio y con mi tío, me entretenía bastante bien. Excepto los días cuando debía descansar de ambos trabajos, esos días eran terriblemente aburridos, pues además eran también los días en que mi tía salía de casa y mi tío salía con su hija quien vivía con otros miembros de la familia, dejándome así, completamente solo.

Una pequeña ayuda

Uno de esos días libres, tumbado en el sofá de la sala, después de haber hablado hasta el cansancio con algunos amigos en el chat, miraba a mi tía bajando las escaleras con su toalla y bata blanca de baño en mano. Aun llevaba sus pantalones de mezclilla y su blusa rosa que vestía en la mañana, solo había remplazado sus zapatillas deportivas por un par de sandalias afelpadas.

Es muy hermosa, tiene un cuerpo increíble, a sus cuarenta y tantos, diría que tiene mejor cuerpo que muchas de las chicas jóvenes que entreno en el gimnasio. Su cabellera morena, larga y lacia, acentúa su delgada cintura sobre su cola bien parada y firme, largas piernas, busto grande y redondo, además de un rostro angelical que le esconde muy bien su edad. Lástima de su actitud, la modestia no es lo suyo, materialista e interesada a más no poder. Seguramente el motivo de su divorcio.

Apenas me daba la espalda para encaminarse al baño, mi mirada se clavó en su trasero cual aún en esos pantalones poco ajustados se meneaban como deliciosos duraznos jugosos, balanceándose hipnóticamente como seduciendo a quien los mirase para comérselos.

Me ponía muy caliente, tenerla en la misma casa y solo ver el manjar sin poder probarlo era una tortura. Sí tan solo no fuese tan avariciosa e interesada, seguramente tendría una oportunidad con ella, pero al ser tan ególatra solo me permitía un par de saludos por día y en el mejor de los casos una muy corta charla ocasional.

Intentando alejar pensamientos lujuriosos de mi mente, retomé mi actividad digital dejando de lado mis instintos más bajos, al menos hasta que mi tía tomara camino de regreso a su habitación.

Aquel aroma de mujer llenaba la casa apenas abrir la puerta del baño y dejar escapar todo el vapor que atacaba cada rincón para impregnar su olor femenino. El olor de aquella mujer que desfilaba engreída frente a mí, con su cabello envuelto en toallas y su bata blanca, completamente desnuda bajo esta.

Incapaz de apartar la mirada, le seguía de cerca cada detalle de sus movimientos, como si la vida me pasara en cámara lenta, desde su andar por la estancia principal hasta las escaleras. Paso por paso, uno a uno cada peldaño, hasta que, de pronto, un mal movimiento hizo que una de sus pantuflas se atorase en un escalón provocando una de las caídas más graciosas que jamás he presenciado.

Gracioso sí, pero el golpe fue fuerte y aparatoso, por lo que me contuve la carcajada y me apresuré a socorrerla forzando mis labios a no esbozar una sonrisa.

-¿Se encuentra bien? -Le Pregunté con tono preocupado, y quizá un poco exagerado.

–Creo que me he lastimado la cintura. -Me respondía adolorida y enfadada consigo misma. Acto seguido metí mi mano por debajo de sus rodillas y la otra por su espalda para cargarla hasta su dormitorio.

Una vez ahí, la recosté sobre su cama mientras ella me agradecía y se acomodaba su bata para no dejarme ver más piel que las de sus bellas pantorrillas, cuando se recostaba de espaldas a mí. Entonces mi boca cobraba vida propia y le pregunté si me permitía revisarla para determinar si había tenido alguna torcedura importante, y antes de que me respondiera, la tomé una vez más por la cintura para evitar que se recostara de frente a mí, reacomodándola para que se extendiera en su cama boca abajo. Comencé a tocarla, o más bien a tentarla como si fuese de cristal.

En cierta forma sí le temía un poco a su reacción, por ello actué con mucha cautela y respeto. Deslizando su bata para despejarle la espalda, mientras presionaba sus músculos de la espalda y de la cintura intentando saber si tenía alguna molestia más allá del golpe, también hundía profundo en sus huesos para tentar una posible fractura.

Ya más tranquilo al tener la certeza de que no se trataba de nada serio, estaba a punto de dejarla tranquila para que descansara, pero algo me detuvo. Y es que estaba ahí, en su recamara con mi tía semidesnuda debajo de mí, prácticamente a mi merced y yo desperdiciando la oportunidad. Así que seguí.

No pretendía nada, solo quería prolongar el momento, por lo que continué tocando los músculos de su espalda, ahora sin miedo, más bien le estaba dando un masaje relajante, son la excusa de hacer que se olvidara del dolor. Sería, según yo, lo que le diría si llegaba a cuestionarme por mi atrevimiento. Pero mi tía no decía nada.

Todo estaba en silencio y yo tenía a mi tía en mis manos, literalmente. Sabía que me había dejado

camino libre para ir más allá de una simple revisión profesional, y yo, no queriendo desperdiciar la oportunidad, subí rápidamente las manos hasta su cuello para masajearle esta parte, deslizando deliberadamente su bata todavía más, a medida que recorrían su espalda firmemente, pero mucha delicadeza, bajando hasta su cintura, desnudando su espalda.

Mientras me esforzaba por relajar cada musculo de su escultural cuerpo, no dejaba de observar los sutiles cambios en su actitud, como cuando estiraba sus manos y pies, finalmente sucumbiendo a mis caricias. Entonces dejé de lado mi profesionalismo un momento y le tomé la mano. La sujeté con cariño, pero con cierta firmeza y comencé a masajearla. Cada dedo, su palma, su muñeca y antebrazo hasta llegar de nuevo a su espalda, para hacer lo mismo con el otro brazo.

Siguiendo con la misma tranquilidad, pericia y paciencia, continué el camino desde sus hombros, pasando por su espalda, hasta regresar a su cintura, desnudando su piel a medida que avanzaban mis manos tras de ella.

Una y otra vez recorría su columna aventurándome cada vez más lejos, llegando a rosar sus firmes y suaves nalgas. Me tentaba a manosear de más, pero sabía que el tiempo apremiaría y me decidí por saltarme este lugar que ahora era la única parte de su cuerpo cubierta por su bata, para masajear sus pies.

Apenas los toqué soltó un profundo suspiro, y con él, dejándome en claro que estaba haciendo las cosas bien. Con completa seguridad y especial atención al mejor trabajo de mi vida, continúe masajeando sus pies, sus plantas, sus tobillos, pantorrillas y lentamente subiendo hasta sus piernas.

Extremando cautela, entrelazaba mis manos alrededor de sus firmes y bien torneadas piernas, forjadas con sudor y esfuerzo en uno de los gimnasios más prestigiosos de la ciudad, en donde seguramente no trabajaba yo por desgracia.

Poco a poco, subía mis manos acercándome peligrosamente a su entre pierna, la cual sentía caliente como al pasar la mano sobre una gran taza de té hirviendo, lo cual me hacía titilar de ansiedad, cuando mis manos se estrechaban más y más en la suave cuneta que dibujaban sus piernas apenas un poco separadas.

Aparentando hipócritamente mi lerdo profesionalismo, continuaba masajeando sus piernas cada vez más adentro, intentando ingenuamente llegar al paraíso terrenal. Sin embargo, cuando mis manos llegaban al límite de lo permitido, de inmediato mi tía me detenía cerrándome las piernas.

Así marcaba frontera, finalmente lo que tanto temía había sucedido, la había embarrado y en grande, sin embargo, a esas alturas ya estaba tan caliente que no quise perderlo. Sin darme por vencido astutamente regresé mis manos a su espalda y de paso evitando que se levantara restregándola firmemente de vuelta al colchón de su cama.

Sabía que la suerte se me acabaría tarde que temprano, así que me apresuré a sacarle jugo al momento agasajándome con el hermoso cuerpo contorneado de mi tía, dejando un poco de lado aquel precioso y respetuoso masaje inicial. Entonces me regresé a su cuello y tras masajearlo un poco me atreví.

-¿Crees que podrías girarte? –Le pregunté apostando el todo o nada.

-¿Cómo? –Me respondió astutamente.

-Girar tu cabeza hasta el borde de la cama. –Le expliqué, dado que su cuello me quedaba muy lejos, casi en la cabecera.

Dudó. Seguro que se lo pensó. Bien sabía que de aceptar me estaría dando banderazo verde. Sin embargo cuando le expliqué que así podría enderezar sus cervicales parece que me lo creyó, pues acepto sin decir palabra alguna.

En parte no mentía, conozco un movimiento que ayuda a corregir la columna, la excusa no se mandaba a ciegas. De cualquier forma, mi tía se giraba cual manecilla de reloj, eso sí, cuidando en todo momento no mostrar nada, cubriéndose su trasero con la bata y su pechos con su mano, hasta rotarse ciento ochenta grados intercambiando sus pies y cabeza, la cual sacaba al borde de la cama, dejándola colgando libremente ante mis manos que se apresuraban a continuar con lo suyo.

Asegurándome de cubrir mi cuartada, sujeté su cuello firmemente con ambas manos y le he dado unos fuertes jalones como queriendo desprender su cuello, extremando cuidado de hacerlo correctamente para no lastimarla. Enseguida regresé a su columna para continuar con el masaje y así prolongar aquel glorioso momento.

De nuevo, poco a poco me inmiscuía bajo su bata, entremetiendo mis dedos cada vez más, intentando tocar aunque fuese un poco su par de dulces bombones a escasas pulgadas de mí.

Haciéndome el tonto, por fin conseguía rozar sutilmente las fronteras de su espalda saboreando con las yemas de los dedos aquella nueva piel, suave y tibia cual esponjosos algodones de azúcar.

Mi corazón bombeaba ferozmente, sentía que se me fugaba el aliento, estaba caliente como nunca, al tener literalmente aquel escultural cuerpo en mis manos, cuales temblaban incontrolablemente al deslizarlas con suavidad y cariño una y otra vez, atreviéndome a conquistar más y más piel nueva ya casi por completo de su exquisita colita.

Mirando de tanto en tanto las reacciones de mi tía, esperaba que en cualquier momento saltara enfurecida maldiciendo mi descarado atrevimiento. Pero sorprendentemente ella no decía palabra, dejándome camino libre para tocar, ahora sí, todas sus nalgas con todo descaro cual se agarran un buen par de melones, tiernos y jugosos.

Sin saber cómo, en un momento ya me encontraba manoseando las posaderas de mi tía, disfrutando su consistencia y dureza con tanta delicadeza como me era posible, disimulando con masajes circulares y presiones constantes, tratando al mismo tiempo de relajar aquellos sublimes y grandes músculos.

Y ella disfrutaba, seguro que lo hacía, podía escucharlo en su respiración, soltando uno que otro sutil gemido que me corroboraba el placer que le hacía sentir mis manos sobre su exuberante cuerpo.

Con la mirada partida

Pero entonces mi suerte terminó, ese momento temido llagaba, y mi tía me cerraba el telón subiendo de nueva cuenta su bata, agradeciéndome las atenciones e insinuando con todas las señales que aquel espectáculo había terminado, para que me largara de una buena vez.

Quizá no había llegado tan lejos como me hubiera gustado, pero con esa señora no había oportunidad para nada más, sin duda había corrido con mucha suerte, nunca me habría imaginado llegar tan lejos. Llegar hasta tocarle el trasero no era para menos.

En fin, contento con lo conseguido, largaba de regreso con mi falo inflamado como nunca, levantándose bajo mis deportivos cual bate de madera, cuando al salir escuchaba a mi tía pedirme de favor cerrase la puerta. Teniendo claro que no había más oportunidad, acerté y obedecí.

Al salir y asegurar la puerta tras de mí en el marco de la puerta, me alejé un par de pasos, bien servido y orgulloso de mi triunfo, pero entonces algo me hizo detener. No lo sé, me pareció escuchar a mi tía decirme algo, casi como un susurro, aunque no estaba seguro de que me hablase a mí.

Por instinto o mejor dicho, por pura calentura, me detuve. Simplemente no quería que terminara, quería seguir aunque fuese imaginándome el cuerpo perfecto de la tía que tan excitado me había dejado. Enseguida me di media vuelta de regreso a paso lento, haciendo absoluto silencio hasta los confines de la cerradura que yo mismo había afianzado con seguro puesto, intentando escuchar si mi tía repetía lo dicho o solo corroborar mi locura.

De pronto escuché un pequeño lamento. En un principio creí que se estaría quejando al levantarse de la cama, quizá aún adolorida por la caída, pero enseguida lo escuché de nuevo, más bien se semejaba más a un sutil gemido de placer.

No quise suponer nada pero mi corazón me reventaba en el pecho como nunca, mientras luchaba por contener el aliento que se me escapaba como alma en pena y mis piernas que no dejaban de sacudirme. Cuando se escuchaba otro gemido, y allí, otro más, haciéndome explotar de ansiedad.

Totalmente incrédulo escuchaba atentamente los sensuales y eróticos gemidos de mi tía al otro lado de la puerta a quien seguramente le habría dejado tan caliente el masaje, que ahora mismo se estaría tocando aquel delicioso cuerpo en el que pocos minutos antes le había pasado mis manos, sobre sus esculturales y perfectas curvas, habiéndole manoseado con descaro su tersa piel desnuda, de la cual aún sentía su textura haciéndome cosquillas en las palmas de mis manos.

En ese momento, escuchando los excitantes sonidos de placer que expresaba sensualmente, me bajé mis pantalones haciendo brotar mi sonrojado y húmedo pene totalmente erecto y caliente, enfilado como bestia hambrienta. Entonces comencé a tocarme, tan flipado como aquella hermosa mujer con quien compartía la casa, y ese momento tan excitante a merced de nuestras más bajas pasiones aún a flor de piel.

Era increíble, perfectamente podía escuchar los gemidos terriblemente excitantes de mí tía satisfaciéndose con sus propias manos, mientras yo me zanjaba fuertemente el miembro estrujándole como anguila caliente y pegajosa con furor, sabiendo que en cualquier momento nos haríamos correr fogosamente.

Cuando en ese momento, aquellos sutiles sonidos, que empezarían como tenues quejidos ocasionales, eran ahora fuertes y pasionales clamores que se hacían resonar cada vez más fuerte haciendo eco en las paredes de su habitación. Con total descaro, desgarradores alaridos orgásmicos graves, emergían desde lo más íntimo de su habitación y de su cuerpo, anunciándome así que estaría a punto de hacerse terminar.

Sin quererme quedar por detrás, y completamente preso de mi tremenda calentura, aumenté el ritmo de mis fuertes jaloneos como queriéndome arrancar el alma, escuchando el inconfundible sonido de los dedos de mi tía penetrando furiosamente en su lubricado sexo, produciendo el chapuceo de sus jugos escurriendo desde su vagina entre sus dedos, salpicando al estamparse contra su pubis al entrar y salir de su tibia cavidad.

Así, bajo los acordes desgarradores de sus sollozos eróticos, que a su vez me hacían gozar como nunca, me arrancaban desde el interior de mi próstata un poderoso y férreo orgasmo que hacía eyacular mi pene como el húmedo coño de mi tía, quien debía de estar segregando aquellos fluidos que sonaban con toda claridad al escurrirse entre sus dedos, haciéndose correr lánguidamente en la comodidad de su cama, aliviada y desahogada por completo. Mientras yo, al tiempo, me apretujaba mi duro falo exprimiéndole hasta la última gota de semen que capturaba en mis pantaloncillos evitando que manchasen el piso de madera.

Vestido de novia

Había pasado ya dos meses desde aquel erótico encuentro con mi tía, quien sin embargo lo ignoraba como de un simple frívolo recuerdo mundano se tratase, en su glamurosa vida artificial. En tanto, yo intentaba sin éxito, sacármela de la cabeza; su cuerpo perfecto, su piel tersa, suave y tibia, aquel aroma de mujer, y ese momento confidencial de placeres mutuos.

Pero su arrogancia, ese endemoniado narcisismo con el que se paseaba por toda la casa con aires de grandeza, inmerecida por el mundo. Era imposible, simplemente no se puede tratar con esa mujer así. Como el dulcero de la abuela que no debes tocar, pese a estar sobre la alacena a la vista de todos.

Sin embargo, no me rendiría, ya no podía, me traía loco, al mirarla en las mañanas saliendo en aquellos vestidos entallados, sus elásticas mallas forrando sus esculturales piernas y levantando sus jugosas nalgas en forma de dulces duraznos sobre sus tacones altos.

Pero mi suerte cambiaría. Sucedía que en tan solo un par de semanas sería ni más ni menos que su cumpleaños. Me lo habría confesado mi tío quien planeaba hacerle una fiesta, seguramente nada sencilla. No obstante aquella sería mi mejor y única oportunidad para intentar algo con ella.

Sin nada que perder y todo por ganar, me conseguí el vestido de marca más lindo que me he podido costear, con un par de pendientes y un collar que le hiciese juego.

Finalmente llegaba el día de, mi tía estaba insoportable como nunca. Como cualquier otro día, pero ese en especial, no la aguantaba ni su madre. Seguramente debía pensar que era la única en el mundo que cumplía años.

Aprovechando el momento en el que mi tía se duchaba, me inmiscuí en su habitación, le dejé el vestido perfectamente envuelto para regalo y salí como no sabiendo nada. Creí que sería un lindo detalle hacerlo de esa forma. Regresé al patio que aquel día fungía como salón de fiestas, me acerqué a unos primos y me bebí un par de copas esperando a la protagonista de la noche.

Después de un tiempo, finalmente aparecía mi tía, envuelta ni más ni menos que en aquel vestido que le había comprado, saludando como a todo mundo como si fuese la reina de Inglaterra. Sin duda debías quererle mucho para seguirle el juego, o excitarte mucho como era mi caso.

No obstante había funcionado mi estrategia, aquel vestido le había gustado tanto que se lo había calzado de inmediato. Tampoco me sorprendía, seguramente al ver que era de una buena marca, había encontrado una cosa más que presumir para enaltecer aún más su ego.

No me quejaba, había tenido un acercamiento más, y con lo difícil que era, me sentía satisfecho. Aún más, cuando mi tía se me acercaba y tras abrasarle me susurraba al oído que le había encantado su regalo, casi olvidando agradecerme al último.

En fin, un abrazo, aunque fuese de cumpleaños era un buen avance. De menos había podido sentir sus cálidos y suaves senos restregándose en mi pecho.

Pero todo aquel sueño me duraría poco, pues tras su fiesta de cumpleaños, su actitud para con migo decaía de nueva cuenta. Día tras día se alejaba más y más, al grado de apenas saludarme como si fuese un cualquier conocido.

No obstante, ahora sabía que aquella mujer no era imposible, más bien costosa.

Con aquella premisa en mente comencé a ahorrar en la que pensaba sería la mejor inversión de mi vida. Follarme a mi tía. Lo primero que le compré fue un conjunto deportivo que sabía que le gustaría y otro elegante vestido ejecutivo para sus días de trabajo.

No solo quería comprar cosas caras sin sentido, sino que además nos gustaran, es decir, que me gustaría verlo en el cuerpo de ella, y a ella ponérselo. Por ello, mi última compra del día fue un capricho plenamente mío. Y es que al pasar por la sección de lencería quise darme ese lujo, añadiendo un conjunto sexy y una bata de seda.

En fin, al llegar mi paquete con sus regalos se los fui dejando uno a uno en su recamara. El cambio en su actitud era inmediato, toda una chantajista, seductora, interesada y caprichosa de los mil demonios la señora. Por eso le dejé primero el vestido y en cuanto bajó un poco su actitud le puse el traje deportivo, para finalizar con el conjunto de lencería y la bata de seda un par de semanas después.

La estrategia había funcionado, el interés de mi tía por los regalos costosos me daba tiempo suficiente para acercarme a ella y coger confianza por cogerme algo de ella aunque fuese.

Al paso de unas semanas habíamos forjado una relación un tanto más estrecha, y se dejaba toquetear un poco de tanto en tato.

Ya le había visto vestir el traje sastre de oficina, y el conjunto deportivo ajustado que le había comprado y que le resaltaría sus bien puestos atributos firmes, tan firmes como me dejaba la polla al verla pasar. Solo faltaba el conjunto íntimo y aquella bata que tantas ansias tenía de verle puesta.

Sin embargo, al paso del tiempo y no ver señales de esas prendas, deduje que había sido demasiado y abandoné toda esperanza. Hasta que un día algo sucedió.

Era un viernes por la noche, ese día llegaba tarde a casa, pues al salir del gimnasio me había quedado con unos amigos y no me aparecí hasta pasadas las dos de la madrugada. Creí que mis tíos estarían dormidos, pero al llegar me encontré a mi tío haciendo números en su computadora, muy preocupado porque su contabilidad nomás no le cuadraba, así que me le acerque a ayudarle.

En esas estábamos cuando escuché a mi tía bajando las escaleras. Sin resistirme, de inmediato volteé a verla disimuladamente, solo para darme cuenta que vestía ni más ni menos que aquella bata que le había regalado, presumiblemente sin nada debajo.

Con solo la luz del comedor encendida no podía ver claramente si tendría algo debajo de aquella prenda, pero podía ver cómo marcaba su par de pezones de lo más excitantes con todas las ganas de pellizcarlos y llevártelos a la boca para acabártelos.

Mi imaginación a todo lo que daba, me estaba levantando todo el deseo de mi pene irguiéndose en mi entre pierna. Además y para colmo, vestía unos deportivos poco holgados que no ayudaban mucho para disimular la tremenda erección que me cargaba.

Y es que no era de esas erecciones cualquiera, era de esas como pocas, a todo, de esas que hasta duelen, cuando sientes que si no te la jalas te estallara el pene. Me moría de ganas aunque fuese de rozarme el glande para apaciguar el furor de mi tranca que me pedía a espasmos comerse el tremendo y jugoso trasero de mi tía que se posaba a escasos pasos de mí, recargada en una silla levantando el culo al cielo como esperándome para llegarle por detrás y enfundármela como cuchillo en pastel.

Fingía prestarle ayuda a mi tío, pero lo cierto es que no podía quitarle la vista a mi tía, su perfecta silueta se esbozaba en aquella tersa vestimenta delineando su tornada silueta, sin difuminarse en ningún momento por algún corte de otra prenda debajo. Es que no había más, era así. Mi tía estaría completamente desnuda tras esa delgada bata.

Con esa imagen en mente mi pene se hinchaba al máximo bajo mis calzoncillos casi reventando mis deportivos. Entonces me pasé detrás de mi tío con el pretexto de mirar mejor la pantalla, y ahí, con un sutil y veloz movimiento me gire rozando de paso mi falo enfilado en las deliciosas nalgas de mi tía.

Fue rápido y fugaz, pero pude arrimarle mi férrea tranca en todo el trasero. Habría sido la mejor sensación de mi vida, y lo mejor es que ella no dijo nada.

Mirando con falsa atención la pantalla del ordenador de mi tío, poco a poco me acercaba a mi tía por detrás con toda intención de estacarla con mi falo. Lentamente me acomodaba en posición con todo el pene estirado e inflamado, rozándole con sutileza y extrema excitación sus suaves duraznos redondos frente a mí.

Ahí pude sentir la calidez de su trasero rozándose con mi pene, deslizándose desde sus duras piernas, por su parada colita casi hasta su ardiente hendidura.

Pero el gusto me duró poco, y enseguida se ha dado media vuelta de regreso a su alcoba.

Diva

Desde aquel día no había otra cosa en que pudiese pensar que en follármela. Se había vuelto una obsesión y una adicción. Los siguientes días mi tía había cambiado un poco conmigo, más allá de su infame actitud, parecía que había encontrado un nicho de humanidad bajo todas esas capas de egocentrismo y vanidad, donde podía acorrucarme como tierno ratoncillo para recibir una coqueta mirada, y en los mejores días aceptar una que otra sonrisa seductora. Pero entonces sucedió.

Decidido a conquistarla le compré un par de zapatos de moda, de una buena marca, cuales bien sabía que le encantarían, se los envolví en una caja y se los puse sobre su cama.

Esa tarde estaba haciendo chequeo de inventarios en el comedor con mi tío. Mi tía aún estaba en la ducha, de la cual saldría justo cuando yo terminaba mis deberes con su esposo. Enseguida me apresuré y subí a mi recamará, con toda intención de espiarla para ver su reacción, y quizá conseguir algo.

Al salir del baño, sus pasos se escuchaban ascendiendo la escalera. Yo espiaba desde mi habitación. Enseguida le escuché pasar a su alcoba, y entonces salí velozmente silenciando mis pasos con mis calcetas deportivas hasta su puerta donde me asomé lentamente.

Con un buen golpe de suerte, ella habría dejado su puerta entrecerrada, dejándome el suficiente espacio para permitirme mirar dentro. Al ver lo que a todas las mujeres les vuelve locas, de inmediato tomó el par de tacones para medírselos.

Para mi excelso y entrenado ojo, aquel par le había encantado, y mejor aún le habían calzado a la perfección. Se veía hermosa sobre los elegantes los zapatos de tacón alto caminando en su habitación sin poder dejar de mirarse sus torneadas pantorrillas que le lucían asombrosas, aún con su bata de baño puesta.

Después de modelarse los zapatos por algún tiempo, completamente fascinada por su nuevo regalo, finalmente se acercó a su guarda ropa, del cual sacó ni más ni menos que aquel conjunto de lencería que le había regalado semanas atrás.

Sujetó el conjunto con delicadeza; era de dos piezas, de encajes y trasparencias, en negro. Lo miró atentamente intentando encontrarle forma entre los delgados hijos de la sensual prenda. Su mirada se perdí en su regalo y su sonrisa se había apagado, ahora lo miraba con seriedad, quizá imaginando que con ello estaría insinuando algo más.

Sin hacer alguna reacción evidente, parecía estar peculiarmente encantada con el sujetador. Lo analizaba detalladamente mientras se la ponía sobre su pecho sin quitarse su bata, seguramente imaginando como se le vería. Y entonces lo hizo. Ahí, frente al espejo de su tocador, se llevó las manos al nudo de su bata y comenzó a deshacerlo.

Así, la miraba frente a su espejo abriendo su bata y deslizándola por su desnudo cuerpo hasta dejarla caer al suelo y de nuevo la vista desnuda de su espalda se me presentaba para el deleite de mis pupilas, ahora pudiendo apreciar, además, sus bellas, lindas y tersas nalgas blancas.

Y en el reflejo su perfecta silueta femenina, su brillante piel, sus curvas naturales, cintura esbelta y, sobre todo, ese par de pechos grandes en forma de gota, firmes y suculentos, con sus pezones color nuez tostada un poco erectos por el frío, debelándose por fin ante mis ojos. Sin dejar de lado su bella vagina depilada con una elegante rayita de vello púbico coronando su monte de venus.

Con toda atención observaba sus movimientos, su espectacular figura completamente desnuda, envolviéndose con la erótica prenda de encajes y listones de un profundo satín negro, que resaltaba en su piel clara.

La escena era tan asombrosa y tan excitante que no pude evitar estrujarme mi pene endurecido bajo mis pantalones. Fascinado, comencé a estimularme placenteramente, gozando con la vista de mi hermosa tía vestida en la lencería más sensual que jamás había visto.

Caminando sobre sus tacones altos y el traje de encajes que le había regalado. La espiaba desde su puerta masajeándome mi pene tieso como marro, ardiente y enfilado como estaca, queriéndome follar a mi tía ahí mismo. Viéndola desfilar cual diva ella, su cabellera larga ondeando a su pasar de un lado a otro en su habitación, con la vista fija en su propio reflejo, enamorada de sí misma.

La quería ya mismo, y la deseaba tanto. Estaba decidido, entraría y me la follaría. Estaba tan caliente que ya nada más me importaba, forcejearía un poco de ser necesario. Pero entonces la miré caminando hacia la puerta, directo a mí. Me conmocioné, mi corazón me aporreaba como martillo al tenerla frente a mis ojos atónitos y entonces cerró la puerta.

La muy cabrona me cerró la puerta en la cara. Estaba colérico, realmente frustrado como perro en brama. Me había dejado literalmente con la caña en la mano. Pero, por otro lado, ahora sabía que le gustaba, es decir, estaba claro que en todo momento supo que yo estaba ahí, mirándola, y me dejó hacerlo. Ahora sabía que estaba jugando conmigo.

Cabreado, decepcionado y bien caliente. Regresé a mi recama a jalármela con el recuerdo de su figura bordado en mi mente.

Carne al vapor

Desde aquel día me había dejado como león hambriento, nada me zaceaba, ninguna mujer me atraía, no me podía ni masturbar sin pensar en ella. Era como una maldición. Estaba obsesionado con esa mujer. Hasta aquel día.

Fue en una linda tarde, el cielo estaba despejado, el sol entraba por las ventanas iluminado toda la sala donde miraba mi móvil recostado en el sillón. Ella se preparaba sus maletas para salir de viaje. Sucede que había pedido un par de días de descanso en su trabajo, y los aprovecharía para irse de turista con sus amigas.

Se escuchaba su andar presuroso mientras alistaba sus cosas para salir el día siguiente. De tanto en tanto pasaba por la sala, frente a mí. Ni me volteaba a ver, como si no existiese.

Me ponía como semental en corral al verla pasar con glamures de diva y esas malditas ganas que tenía de montarla. Estaba tan ofuscado que quise bajarme un poco la calentura mirando un poco de porno en mi móvil, solo para distraerme.

En esas estaba cuando pasaba frente a mí; engreída como siempre, como si el mundo fuese para ella. Entonces me sujeté el palo y lo levante firmemente bajo mis bermudas enfilado en su cara. Creí que me ignoraría y pasaría de largo, pero me miró.

Me vio con mi pene erecto en las manos con todo descaro. Me sobresalté, pero estaba tan caliente que no me importó. Seguí jalándomela como si estuviese solo, pues sabía que mi tío estaría en el taller.

Con la tranca bien parada a punto de estallarme, seguía mirando videos en mi móvil como degenerado. Cuando mi tía pasaba de regreso en dirección al baño, cuál era mi sorpresa que ahora vestía ni más ni menos que la bata trasparente que le había regalado y su toalla en mano. Ahí le miré fijamente esperando que me volteara a ver de nuevo mi enrome miembro tieso.

Lo hizo. Me miró. Sus ojos se cruzaron con los míos por un instante, pero de inmediato se desviaban a mi cintura baja donde estrangulaba mi pene como quien quisiese exprimir un gran pepino. Me encantó. Aquello me había llevado al clímax, poniéndome fogoso como nunca antes.

Ya para ese momento lo único que quería, era hacerme venir frente a ella, así que me saqué el pito de mis pantaloncillos cortos y me seguí masturbando con sumo placer, mirándola entrar al baño y acomodando su toalla sobre el mingitorio sin cerrar la puerta.

No podía creerlo, pero parecía que no cerraría la puerta del baño. Mi corazón bombeaba como bongo gigante en mi pecho, mi garganta se me cerraba y mis músculos se tensaban al ver a mi tía despojarse de su camisón lentamente, dejándolo deslizarse en su esbelto y contorneado cuerpo de diosa frente a mí.

Ahí me miró de nuevo. Y yo no podía reaccionar, estaba paralizado estimulándome con la vista fija en mi tía completamente desnuda frente a mí. La muy cabrona me estaba provocando y yo no podía más. Quería venirme en su cara, pero quería que me viera eyaculando, y ella no volteaba más.

Entonces cuando creía que no podía esperar más, ella se agachaba para recoger su ropa parándome la cola en los ojos, dejándome ver explícitamente su rosada vagina segregando un poco de sus fluidos que la hacían brillar como perla preciosa.

Y allí no pude soportarlo más. Simplemente me volví loco. Era demasiado. Así que me levanté con la palanca hinchada sobresaliendo por encima de mis pantaloncillos hasta donde ella. Entré al baño y la sujeté por la cintura tomándola por sorpresa a sus espaldas.

Ella se conmocionó, no creyó que fuera capaz. No lo esperaba. Soltó un genuino grito de espanto e intentó alejarme. Pero ya no era yo, me había sobre pasado. Le abrasé con fuerza y cierta rudeza al tiempo que le restregaba mi roja, ardiente y dura tranca en sus esponjosos y dulces bombones bajo su espalda.

Al ver mis intenciones, se asustó e intentó gritar suplicándome que parara, pero de inmediato le cubrí la boca mientras le besaba el cuello sin dirigirle la palabra. Ella forcejaba con todas sus fuerzas intentando liberarse de mis brazos, pero lo único que conseguía con ello, era embarrarse mi pene en sus nalgas, estimulándome más y más.

Entonces, en uno de esos toscos ajetreos finalmente conseguía estacarle mi espigado miembro tosco y bruto en su delicada y húmeda vagina, tan solo un poco, pero lo suficiente para sentir su calidez y tersa textura mojada.

Ella gritó completamente aterrada empujándome con su cuerpo tan fuerte como podía, momento que aproveché para enfilar mi pene bajo sus redondas nalgas para introducírselo lentamente en su mojada vagina, con firmeza, sin detenerme, sin importarme sus suplicas que gritaba con todo furor ahogando sus desgarradores gritos bajo mi mano que le cubría completamente su boca.

Mientras mi hirviente pene duro como el acero entraba en su estrecha y caliente cavidad completamente mojada hasta lo más íntimo de su cuerpo, le sujetaba fuertemente ambas manos por su espalda, penetrándola duro en tan incómoda posición para ella.

Embestida tras embestida, finalmente me cogía a mi tía tratándola como la cualquiera que era, como la mujer que se vende a cambio de falsos lujos y pretenciosos regalos. Ahora me cobraba sus servicios, y lo hacía con creses; penetrándola violentamente en su preciosa cola que la muy zorra me paraba para que le pudiese meter y sacar toda la tranca a lo largo de toda su extensión, haciéndola gozar como nunca antes, aunque aún fingiese hipócritamente resistiéndose y gritando a todo pulmón bajo mi mano.

Pero aquellos clamores ya no eran de terror. No. Aquellos impetuosos gemidos eran ahora de placer. Lo sabía y lo sentía. Ahora ella había relajado su pequeño y delicado cuerpo, y aquellos grotescos forcejeos desesperados por alejarme, se habían convertido en bruscos arrebatos que se violentaban al ritmo de mis embestidas, estrellando sus suaves y blancos glúteos en mis duros muslos aplaudiendo en todo el baño.

Así, seguro de que ella finalmente había cedido, le solté las manos, y liberando su boca, la tomé con fuerza por la cintura para evitar que escapara, estrechándola para seguírmela cogiendo con tanto goce por fin agraciado.

En cuanto le quité mi mano de sus labios, de inmediato comenzó a suplicarme que me detuviera, fingiendo preocupación por que mi tío nos sorprendiese. –Para, para. Por favor. –Me imploraba, quejándose del culposo placer, entre palabras.

Pero yo, ignorando sus suplicas, continué penetrándola acelerando mis movimientos y empujándola cada vez más fuerte y más rápido, escuchando como se agitaba más, gozando con mi pene estimulándola hasta lo más profundo de su ser, a punto de hacerla venirse.

Entonces aumenté el ritmo, rematándola con más rudeza; descargando toda mi ira y frustración acumulada por todo ese tiempo, desahogando el enrome y profundo deseo insano de tenerla, por fin, al estármela cogiendo como si quisiese reventarla. Cobrándome todo el esfuerzo, el dinero y el tiempo invertido. Golpeándole duro su tierno trasero, haciendo justicia por todas esas veces que me había ignorado, todas esas malditas miradas desviadas, saludos fríos y puertas cerradas en la cara.

Castigándola con un profundo y agresivo orgasmo que le arrancaba a punta de violentas arremetidas, que le hacían gritar de dañino placer. Restregándome su cola en toda mi entrepierna con rudeza, mientras ella intentaba contener su sufrimiento aguantando con grandes esfuerzos, endureciendo la quijada.

Entonces bajé mi mano hasta su vagina, donde mi pene embestía como bestia desenfrenada. Ahí comencé a estimularle su clítoris lubricado con sus propios fluidos que salían por todos lados, llevándola al éxtasis insoportable.

Sus clamores se hacían más intensos, y yo no me detuve hasta que finalmente la hice correrse a chorros en un orgasmo tan profundo y desgarrador que por un instante quiso detenerme y abortar todo. –No, no, no. Espera, para, espera. –Me imploraba intentado escabullirse y sacarme de su interior, suplicándome con desesperación que me detuviese un momento. Pero no lo hice.

En cambio, la sujeté fuertemente por la nuca, aprisionándola con agresividad para evitar que huyera, al tiempo que continuaba estimulando su clítoris bruscamente y sin piedad, acelerando mi penetración tan rápido como podía, salpicando sus fluidos en nuestros muslos con mis testículos estampándose en su coño chorreante, escuchando sus ruegos aclamándome piedad, mientras repetía efusivamente, –Diablos, diablos. Mierda, mierda, mierda. –Maldiciendo su propio pacer culposo, con palabras entrecortadas por sus quejidos orgásmicos agudos raspando su garganta, hasta enmudecerla por un momento, justo antes de romper el tenso silencio con un desgarrador grito de sufrimiento y placer, estallando desde lo más profundo, por fin, eyaculando en todo mi pene con sus fluidos que escurrían hasta el piso de loseta azulado del baño, consumando al fin aquel tortuoso orgasmo, a manera de castigo por todo lo que me debía.

Finalmente, con mi tía aun estremeciéndose aferrada al depósito del mingitorio, me estrangulé el pene haciéndome venir en sus nalgas, dejándole mi tibio semen entre sus blanquecinos glúteos. Cuando ella giraba reincorporándose. Entonces me miró con una sonrisa traviesa en toda la cara, me tomó por mi rojo pene aún al cien, lo apretó un poco más para terminar de vaciarlo y entró a la bañera relamiéndose los dedos manchados con nuestras eyaculaciones. Dándome la espalda una vez más. -No le digas a tu tío. Me dijo antes de abrir el agua de la ducha.

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Mi nombre es Tania y te deseo que tengas Felices Fantasías.

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