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Ni un rastro de vergüenza

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La ironía de la vida quiso que al mismo tiempo que se elevaban las banderas del feminismo con el fanatismo propio de todo lo que efervesce, se pupularizara entre las mujeres un libro, que luego sería película, cuyo argumento principal fuera la dominación. De alguna forma este choque de frentes de vientos fríos y calientes, provocaría en la cabeza de Vanessa lo que ella experimentaría luego como su propio ciclón sexual.

Su despertar sexual fue en realidad lento, mas tarde culparía a su novio de pervertir lo que ella llamaba "su cerebro de frutillas", pero lo cierto es que desde adolescente cada día al desvestirse no podía evitar quedarse un buen rato frente al espejo admirando el contraste entre su delgada cintura y sus prominentes pechos. No tardó en descubrir que no era la única que quedaba como hipnotizada con su este contraste y le empezó a divertir la reacción que su cuerpo provocaba en los hombres de todas las edades.

Criada en una familia de clase media, educada y conservadora, llevó su vestimenta al máximo que esa realidad le permitía y su guardarropa se convirtió en un sin fin de tops escotados, que dejaban ver su ombligo por debajo y por arriba un tatuaje de una pequeña iguana clavado en un pecho, imposible de ignorar, que sonrojaba a todos menos a ella.

Su entorno hizo que sus primeros novios fueran devotos de la iglesia para quienes el sexo prematrimonial estaba prohibido. A medida que pasaba el tiempo de pareja, esta prohibición se iba haciendo mas laxa en la moral de estos muchachos que simplemente no podían evitar probar un poco de la manzana a punto caramelo que tenían enfrente.

La penetración era el límite imposible de cruzar, todo lo demás, terreno por explorar. Quizás por este motivo, el ímpetu que se hubiera resuelto con unos minutos de coito, se distribuía en horas de manoseo, cada vez mas caliente.

Su semana se dividía en dos partes, de lunes a viernes se encerraba a estudiar para la facultad y el fin de semana la pasaba en casa de los padres de su novio, donde cada vez se llegaba un poco mas lejos.

Ambos descubrieron que podían alcanzar un estado similar a la embriaguez, donde poco importaban las consecuencias. Pronto fue habitual para ella encontrarse semidesnuda sentada sobre una erección con sus pechos al aire enfrentados a la boca de su novio que no paraba de besarlos y de besarla a ella por horas. Del otro lado de la puerta de la habitación, sostenida solo por un parlante que la flanqueaba, el resto de la familia continuaba su vida yendo y viniendo en sus quehaceres, solo llamándolos para ir a comer.

Era tal la calentura, que en los viajes en coche para devolverla a su casa, el manoseo seguía hasta el estacionamiento mismo de los edificios donde ella vivía. Su novio no podía creer con que naturalidad ella se subía la remera y dejaba sus pechos al aire cubiertos solo por una camperita de jean entreabierta que nadie hacia nada por poner en su lugar.

Ella nunca pedía nada, nunca avanzaba, pero aceptaba y permitía todo.

El desarrollo de su exploración sexual estuvo determinada por la velocidad con la que su novio podía deshacerse de su extrema moralidad. Afortunadamente para ambos, no se quemó ninguna etapa, y se pasaron por todas las estaciones.

Gracias es este ejercicio rutinario, ella aprendió a acabar ante la mayor variedad de estímulos, pero su novio solía contenerse y acabar luego, solo en su casa. Llegado un punto, esto no se pudo sostener mas sin que se haga sumamente visible el mar humor que le provocaba.

En su jugueteo constante, él le hablaba y preguntaba sobre sus preferencias, ella contestaba poco y tras mucha insistencia, pero sus respuestas eran una mina de oro. Llegó el día en que su novio le pregunto si le gustaría ver su leche. Ella respondió con una sonrisa. Me encantaría. Minutos mas tarde sintió por primera vez el olor y la tibia sensación de este nuevo líquido que miraba de cerca con curiosidad, desplazándose lentamente por su mano, la misma con la cual había hecho el trabajo para extraerlo.

Cada paso que daban era un escalón sobre el cual se paraban para alcanzar el siguiente nivel en una escalera de la que nunca se bajaron.

Hacer que su novio acabara fue a partir de ese día una tarea habitual, y todas las partes de su cuerpo fueron a su turno experimentando esta tibieza. Claramente ella estaba mentalmente preparada para hacer todo antes de que él se animara a pedírselo. Llegó el día en que éste le preguntó si le podía acabar en la cara. Ella solo asintió y se dejó conducir al baño, bajo la tapa del inodoro, se sentó y puso sus labios en trompita como indicando donde le gustaría recibir la acabada. Sus ojos verdes no dejaron de mirar a su novio hasta que este descargo todo lo que tenía. Una vez terminado, dejo que la leche bajara por su mentón y goteara hasta el piso. Ofreció el resto de su cara para que su novio limpiara lo que aún no había salido, y luego este abandonó el baño para que ella se limpiara.

Ella se levantó y se miró en el espejo, de la misma forma que otras veces se quedaba admirando su figura, esta vez concentró su mirada en su carita de nena buena que a todos agradaba, pero que esta vez repetía una imagen que ya había visto en algún video porno que le había mostrado su novio, nunca se había pensado a ella misma como una puta y de repente esa palabra la calentó como nunca había llegado a imaginar y la leche aun tibia en su cara depositada sobre sus labios, recorriendo su pera hasta colgar por su mentón para acabar goteando en sus tetas, le provocó una sensación que no podía comparar con ninguna otra que haya sentido antes. Se quedó un buen rato mirándose al espejo sin moverse, orgullosa de lo que había logrado hacer, de su capacidad de calentar y de calentarse al ser enchastrada.

Se limpió un poco de la leche con el dorso de la mano, pero solo para luego con esa misma mano desabrochar el botón de sus jeans y empezar al masturbarse el clítoris sin dejar de mirarse toda sucia en el espejo ni por un segundo hasta terminar de acabar con la mayor intensidad con la que jamás lo había logrado. Luego de eso limpió todo bien y se fue a sentar a la mesa con el resto de la familia de su novio que la estaba esperando para comer.

El siguiente paso se dio sin que ninguno de los dos lo buscara. Los viajes en coche, sobre todos los nocturnos eran de un intenso toqueteo. Pronto la ropa comenzaba a incomodar por lo que él se abría la bragueta para dejar su miembro más expuesto a las caricias y ella se dejaba levantar la remara por encima de su busto para que él hiciera lo propio. Esta forma de viajar fue siendo cada vez mas habitual sin intentar ninguna provocación adicional más que la de darse placer. Una noche detienen el coche el semáforo y su novio aprovecha el impás para inclinarse sobre ella y chupar sus pechos.

En ese momento se detiene a su lado un colectivo apenas separado unos metros. Una de las personas que viajaba en el colectivo se encontraba mirando en dirección al coche y observa la situación. Una oleada de adrenalina y temor invadió el cuerpo del novio de Vanessa, pero un impulso aun mayor hizo que continuara con la tarea de darle placer, con la mirada puesta en los distintos pasajeros que uno a uno descubrían atónitos la escena pornográfica que se estaba desarrollando en vivo y en directo a su lado. Vanessa, con sus tetas duras, paradas y brillosas por la baba de su novio se da cuenta de esta situación cuando ya no había nadie en el colectivo que no tuviera clavada su mirada sobre ellas.

La situación continuó todo lo que duró la luz en rojo. Luego de eso, el coche retomo su avance dejando atrás al colectivo, y sus pasajeros con una nueva anécdota para contar. Este episodio fue como una droga, como heroína, se sentían hinchados de calentura, envalentonados, electrizados. Fueron a tomar un helado y no podían dejar de hablar de eso y de sonreír. Ninguno de los dos lo dijo esa noche, pero sabían que no iban a dejar que esa fuera la última vez.

Al tiempo Vanessa se recibió en la facu y se fue a vivir con una amiga a un departamento en medio de la cuidad. Era un dos ambientes con patio por estar ubicado en planta baja. Los fines de semana su compañera de cuarto se iba a visitar a su familia por lo que Vanessa invitaba a su novio a quedarse. Estaban en el sillón, cada vez mas desnudos, cada vez mas calientes, el episodio del colectivo aun en sus cabezas.

Ella, como siempre, no iba a proponer nada. Por suerte. su novio se anima después de mucho dudar y le dice: ¿me acompañas al patio? Ella contesta: ¿al patio? El asiente con la cabeza y la agarra de la mano, sale primero apenas con un calzoncillo y remera, ella en bombacha y remera corta. Frente al patio varios edificios con decenas de ventanas con sus luces encendidas, con potenciales espectadores. Se empiezan a besar, el la da vuelta y la enfrenta a las ventanas, le levanta la remera para que se puedan ver sus tetas. Ella cree que él se la quiere sacar por lo que termina sola el trabajo.

Él se pone a mil. Saca la pija y se le empieza a frotar por la espalda y el culo mientras acaricia, con manos llenas de saliva, sus pechos totalmente expuestos. Chupame la pija, le dice con el corazón golpeando a mil. El esperaba que Vanessa aprovechara la oportunidad para darse vuelta, dar la espalda a los edificios y practicarle sexo oral arrodillada sobre el. Por el contrario, Vanessa se ubica y lo ubica a el perpendicular a los edificios, como si el patio fuera un escenario, de manera que quedara bien dibujada la silueta de un hombre con el pito erecto y una puta inclinándose sobre él con las tetas descubiertas, metiéndose la pija en la boca y sacándola infinitas veces.

Lo que más le sorprendía era que en estas situaciones Vanessa se ponía en lo que él llamaba, modo cámara lenta. Nada la apuraba, no tenía prisa por salir del patio, por evitar que la miraran, que alguien les gritara algo, les sacara fotos o los filmara. Vanessa solo se concentraba en la pija y disfrutaba cada lengüetazo que le pasaba, cada beso de puta que le daba, como si no hubiera nadie más, como si no importara nada mas. Era su novio el que tenía que hacer un esfuerzo por concentrarse en la situación, el sí temía todo lo otro, y eso amenazaba con volverlo flácido. Pero era la habilidad de Vanessa y su actitud de puta la que lo sostenía duro y en su lugar y lo llevaba felizmente hasta su final.

Ella siempre fue la mas sexual de los dos, la que siempre buscaba los besos, el era más retraído, pero una vez que se encendía tomaba el control de la situación como si la hubiera provocado.

Una tarde de paseo por el parque rosedal, charlando ambos de cosas que charlan las parejas, Vanessa apoya su mano sobre la bragueta del pantalón de él y lo empieza a acariciar. Era pleno mediodía, las familias iban y venían, pasaban por su lado, el gesto era tan normal y su actitud tan indiferente que nadie parecía notarlo, la erección no tardó en abultarse y las palabras se trababan antes de llegar a la boca de su novio que no sabía que correspondía hacer en esa situación totalmente inesperada. El momento habrá durado 5 minutos, varios años mas tarde volvería a hacer lo mismo en un aeropuerto justo al momento del embarque.

Las pocas veces que Vanessa tomaba la iniciativa eran así de arriesgadas. La segunda vez fue en un vuelo nocturno de 9hs. era el momento en que apagaban las luces y todos dormían, ella simplemente le bajo los pantalones a su novio y se la empezó a chupar como si no hubiera nadie. El la detuvo y ella se incorporó en su asiento. Todos dormían y su familia que volaba con ellos estaba solo unos asientos mas atrás. El lo pensó mejor, cuantas veces voy a tener esta oportunidad? Le hizo un mínimo gesto y ella entendió perfectamente, volvió a poner su boca entre sus piernas y siguió chupando hasta el final. Ella nunca mostró pudor a mostrarse y jamás se negó a desvestirse en ninguno de los lugares y las situaciones en las que su novio se lo pidió.

Esta actitud de Vanessa le planteaba un desafío, cual era el siguiente paso? El sentía que no podía desaprovechar su suerte, tenía que avanzar lo que fuera necesario hasta encontrar el punto en el que ella finalmente dijera que no, pero no parecía haberlo.

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