Nuevos relatos publicados: 7

Pati (Parte 1)

  • 17
  • 8.542
  • 9,40 (5 Val.)
  • 2

Al finalizar la tarde, acompañé a mi querido amigo Alberto hasta la puerta de mi oficina.  Quince minutos más tarde, recibí su WhatsApp.

−Carajooo Rafa, Pati está preciosa, me imagino que te la estás cogiendo no?

−Esta noche te contesto por correo electrónico −le respondí, después de pensarlo un par de minutos.

Hubiera podido contestarle a mi amigo −Siii Alberto, sí me la cojo! Increíble!

Pero quería contarle mi extraordinaria historia con detalles, aunque no quería ufanarme delante de él ni subirme al pedestal de Depredador Sexual, por el que tengo fama. Esta es una copia de aquel correo.

<Alberto, desde que Pati empezó a trabajar para mi, hace ya algo más de seis meses, me pareció muy bonita, aunque algo tímida y reservada, lo que era normal, pues apenas nos conocíamos. Por su hoja de vida, me enteré de que tiene veinticinco años, recién cumplidos. Durante la corta entrevista, le noté gestos enigmáticos, los que no me detuve a analizar, pues mi prioridad era encontrar con rapidez a alguien que me proporcionara un servicio adecuado, el que me daría tranquilidad. Sus magníficas referencias en trabajo de oficina, me dieron el sosiego necesario para ofrecerle sin dudarlo, un trabajo estable y creí, bien remunerado dentro de mis posibilidades. La contraté para trabajar el día completo, los martes y viernes. Los días restantes ella trabajaba en un almacén de abarrotes. De esta forma empezó la historia que aquí te narro y comparto.

Después de dos o tres semanas, el desempeño laboral de Pati me satisfacía. Desde aquella época, los gestos enigmáticos a los que me referí antes, se hicieron más notorios y llegué a interpretarlos como una leve coquetería, pero sentía que era injusto calificarlos así, sin tener fundamento alguno.

A causa de mi soledad en esta dura ciudad, tiendo a buscar seres humanos con quienes compartir conversaciones y ratos, gente que me proporcione algo de compañía. Así, ocupando mi pequeña sala, la que uso frecuentemente con clientes, esquina preferencial de mi querida oficina, un Viernes al final del día la invité a salir de su pequeño cubículo de trabajo y a compartir conmigo un descanso, durante el que planeaba conversar de variados temas, triviales y rutinarios.

En ese entonces, había empezado a mirarla más y a observar sus características físicas, las que comenzaron a atraerme enormemente. Observé que, siendo bastante baja de estatura, tenía un bello cuerpo, unos senos pequeños, los que me imaginaba bien formados, tal vez coronados por hermosos pezones grandes y negros, mi gran fantasía, los que hubieran sido puntos focales para algún pintor famoso, además, de unas nalgas prominentes, que me habían empezado a martillar hace algún tiempo la mente, con una frecuencia maligna. Desde el principio me encantó su largo y negro pelo, sus ojos también negros, su tez morena y hasta el modo como movía sus bellas manos, las que le he elogiado mucho, a lo que ella siempre ha respondido con uno de aquellos gestos enigmáticos a los que me refiero. Enigmáticos, pues recibe mis cumplidos con la galantería de siempre, pero con frialdad. Ante cualquier elogio o cualquier detalle, se comportaba indiferente; te parecerá extraña esta mezcla, indiferencia con un aire de coquetería.

Uno de esos iiernes al final del día, Pati se acercó a la salita y se sentó en una de las sillas. Me atreví a sacar de mi bar, una botella de Baileys; le ofrecí un trago del delicioso y suave licor, el que aceptó gustosa; como sabes, dicho licor tiene un bajo contenido de alcohol. Esto se convirtió en una especie de costumbre. Los viernes, a eso de las cinco de la tarde, muy cumplidamente, yo sacaba las dos copitas y la botella y las colocaba sobre la pequeña mesa de centro. Te cuento más Alberto, desde hace unas semanas, ella es quien, sin habérselo solicitado, se encarga cuidadosamente de dicho ritual. Debo agregarte que, por lo general, nos tomamos la botella completa, la que sin falta, me apresuro a reemplazar en un par de días.

Nuestras conversaciones variaron mucho y con frecuencia llegaron a invadir temas levemente sexuales, los que yo abordaba y manejaba sutilmente, pues quería tomar las cosas con calma; sin embargo, ella no aparentaba sufrir alteración alguna, por el contrario, y en mi opinión, los disfrutaba con atención e interés.

Debo confesarte que durante dichas charlas, después de pocos minutos, sentía que mi miembro estaba hecho un pantano, pues siempre he sido altamente sexual y hoy en día, a pesar de mi edad, se me altera muy fácil y frecuentemente la bilirrubina, pues me mojo sólo escribiéndote esta confesión, Alberto.

En esas ocasiones, me preguntaba con curiosidad, si ella estaría tan mojada como yo. Lo ignoro. Muchas veces quise gritarle, −¡Pati, quítate esa puta blusa pues te quiero chupar tus lindos senos, tus bellas tetas! −las que me imaginaba como dije antes, coronadas por esos bellos pezones negros que tanto deseaba.

Pati insistió siempre en presentarme una imagen suya, inocente y virginal, a pesar de haberme confesado y aceptado, haber tenido sexo varias veces, no sé cuantas… no sé con quien… y no quiero saberlo.

−Me imagino que una mujer de tu edad ha tenido sexo, ¿cierto?− le pregunté.

−Don Rafael, es mi vida privada −dijo.

−Pati, de donde yo vengo, de California, las muchachas están activas casi desde los dieciséis años; no me digas que una mujer como tú es virgen! −exclamé.

Sonreía con picardía, pero siempre me revelaba muy poco y pretendía ser muy ingenua, aunque se refería a ciertos episodios, los que recordaba con cierta diversión.

Me contó varias historias, una de ellas, de una fiesta de tres parejas las que, celebrando el cumpleaños de una de las muchachas, terminaron entrando a un motel en el sur de la ciudad.

−Me contarías qué pasó esa vez, Pati? −pregunté con gran curiosidad.

−No don Rafael, como se le ocurre? −dijo−. Sólo sé que habíamos tomado mucho.

Varias veces pensé pedirle que me quitara el “don”, pero era difícil, pues de vez en cuando, recibía clientes en mi oficina y esto presentaría problemas, tú sabes por qué Alberto.

−¿Hace cuánto tiempo sucedió eso? −pregunté con insistencia.

−Hace un año o algo así −contestó.

Decidí seguir mi investigación.

−Pero cuéntame, ya me dijiste que estaban allí, en el motel, cierto? Qué pasó allí? Tuviste sexo con alguno de ellos? Tenías allí una pareja, un predilecto o a tu novio?

−No, todos éramos amigos −dijo−. Sólo sé que, después de un largo rato, casi dos horas, yo era la menos popular. Ellos, descansaban y seguían; cogían, se chupaban, cambiaban de pareja, no paraban. Eran tres hombres contra dos mujeres, muy alicorados, todos. Tenían un pequeño radio que despedía una música horrible y desde adentro, un empleado había traído la segunda botella de aguardiente. Yo, algo asustada, me quería ir a casa, pero no lo hice, pues no podía salir sola a esa hora, especialmente en esa localidad, parte de esta complicada ciudad.

−No entiendo lo que dices; siendo tú lo que eres, siendo tan bella, cómo podías ser la más impopular esa noche? −pregunté con ansiedad−. Estaban con ropa Pati?

−Ellos seguían tomando, casi todos desnudos, yo estaba sólo en brasier y calzones. −dijo−. Pero me quería ir a casa.

−Pati, me muero por oirá lo de la impopularidad, por qué lo mencionas? −pregunté−.

−Bueno, don Rafael, muy recién llegados allí, uno de ellos, Ramiro, a quien he conocido por algún tiempo, pero quien no me atrae, me persiguió, me tocó, me besó y me manoseó un buen rato, hasta que me hizo como dar ganas. Creo que a causa del alcohol, yo misma me quité los calzones.

−Mámame la verga Pati, −ordenó−. Le hice saber que estaba totalmente loco. Nunca lo había hecho, ni lo haría ahora, menos con ese idiota.

Ramiro trató de metérmelo sin condón, a lo que me rebelé y acabó metiéndomelo con condón. A los pocos minutos lo rechacé, pues, además de ser muy brusco, muy pronto le detecté un mal aliento horrible, de manera que, para su sorpresa, me aparté de él… y de ellos.

−En los siguientes minutos, −continuó−, pude observar cómo, entre ellos, hacían el sexo y se cambiaban las chicas, hicieron de todo; se hacían el sexo oral, los unos a los otros. Miguel, se me aproximó y me dijo:

−Quiero comerte, quítate los calzones! −a lo que me negué rotundamente.

−Don Rafael, yo nunca he entendido el tal sexo oral. No permitiría que me lo hicieran, ni mucho menos, lo haría. −dijo Pati−. Cinco minutos después, me encontré sola en un pequeño asiento a un lado de la enorme cama. La fiesta se había acabado para mi.

−Un rato después, −continuó Pati−, vi con sorpresa a Miguel, introduciéndole dedos por el trasero a Amanda, quien era la mayor de nosotras por cuatro o cinco años. Con curiosidad, oí que ella emitía altos y raros quejidos, los que no llegué a comprender; estaba bien tomada.

−Sin embargo, cuando a veces me reúno con amigas a contar experiencias y hablar porquerías, muchas de ellas afirman que les gusta todo eso. Hablan de sus novios, dicen que hacen el sexo oral y anal, repiten una y otra vez que les encanta. A mi me aterran todas esas prácticas, no las haría y además las rechazo.

−No sabes de lo que te pierdes Pati, −me dicen con frecuencia.

Esa noche, cuando ella salió de mi oficina, me masturbé con furia en aquella soledad… y después de limpiar y recoger un poco, me fui a casa con mi mente alborotada y llena de recuerdos eróticos… de ella.

Historias como esta y varias otras, me inclinaban a pensar que no era tan mojigata como se presentaba ante mi. Pero me molestaban terriblemente, me lastimaban y quisiera gritarle que me daban enormes celos enterarme de que otros idiotas inexpertos y faltos de ternura y respeto, seguramente alicorados, se hubieran acercado a su bello cuerpo, desperdiciando su belleza y sin preocuparse siquiera por darle placer alguno, pensando sólo en ellos. Que horror!

En aquella época, como Pati sólo venia martes y viernes, cada vez que llegaba, mis ojos perforaban los suyos con un mensaje profundo, lleno de pasión y por qué no, de lujuria; ella me lo devolvía y yo lo recibía con beneplácito, creyendo que era correspondido… pero seguramente no lo era. Ojalá lo hubiera sido. Me encantaba verla llegar los martes… era como un alivio al no haberla visto por el fin de semana. No conocía sus actividades, pero me acordaba de sus historias y el sólo hecho de pensar que algún hijodeputa alicorado se la hubiera cogido y le hubiera mamado el coño… si ella lo hubiera permitido, me horadaba el cerebro.

Hubiera querido confesarle a Pati, que una tremenda obsesión se había apoderado de mi, pues no podía dejar de pensar en proporcionarle un enorme placer, arrancándole la ropa y haciéndole el sexo oral. ¡Soñaba con enseñarle, comerla allá abajo y provocarle un orgasmo que no pudiera olvidar nunca y que le hiciera recordar mi nombre por mucho tiempo! ¿Me explico Alberto? Sin embargo, ella expresaba con frecuencia su repulsión por ese acto, al que yo me había tomado la libertad de bautizar “el Acto Sublime”, mi definición propia, hace muchos años. Ella afirmaba que nunca lo había hecho y que, además, no quisiera que se lo hicieran. Decía que no lo permitiría. Dudé dicha afirmación, pues no podía creer que los imbéciles con quienes había estado en el pasado, hubieran dejado de comerle esa fuente de placer, desperdiciando tan hermoso manjar. Mi deseado manjar!!!

Me atrevía a pensar que cuando perforaba sus ojos con los míos, ella podría adivinar todo lo que aquí describo, pues créeme Alberto, −¡Se lo decía con mi mirada! ¡Se lo imponía! – Le decía que la deseaba tanto, que me molestaba mucho estar tan cerca a ella sin poderla tocar y besar; que su recuerdo envenenaba mis momentos de soledad; quisiera decirle que quería sentir el olor de su cuerpo y que me la quería coger hasta quedar sin fuerzas, interrumpiendo a ratos para comérmela abajo unos minutos y entonces continuar hasta terminar, levantarme a mirar y admirar su bello e incomparable cuerpo, para después, voltearla para de nuevo mirar y admirar sus hermosas nalgas, esas que me han embrujado por tanto tiempo. Pero me daba temor a causa de mi inmenso deseo, el no durar un buen rato sin venirme, lo suficiente para que ella se me corriera mientras la miraba a los ojos y disfrutaba su momento de lujuria; por eso le quería brindar mi boca antes, ¡y por qué no… también después de que se me corriera!

Nuestras conversaciones habían tomado tonos más altos, pues ella, con una gran estrategia, me invitaba a que yo también le compartiera mis experiencias sexuales. Lo comencé a hacer con gran tacto, escogiendo eróticos pero sutiles episodios, dejando en blanco partes fundamentales de los relatos, con el fin de hacerla preguntar e indagar, es decir, haciéndola descubrirse. Me esmeré en un área que como sabes, me había confesado era no solo inexplorada, sino rechazada por ella, el sexo oral, el que como te mencioné antes, me atreví a bautizar… “el Acto Sublime”!!!

Una de esas tardes, descubrí que este era como nuestro quinto “viernes”, hablando y conversando. Caí en cuenta que nunca le había expresado mi enorme deseo por ella y lamenté que nunca la había besado. Conceptué que debía, mejor aún, que tenía que lanzar un ataque inmediato, atrapar mi presa, ante la que me había agazapado por varias semanas… y que debía devorármela, antes de que se me escapara. Hoy era el día y así, el momento del ataque llegó.

Durante la conversación, en un momento inesperado me le acerqué y tomándola de la nuca, le estampé un cálido beso en sus labios, el que recibió con agrado; me tranquilicé, pues todavía ignoraba cual hubiera sido su reacción ante mi ataque. Ella abrió ligeramente la boca y por primera vez sentí su pasión, lo que me animó a seguir mi invasión. La besé por varios minutos y al recibir su lengua, constaté que no estaba oponiendo ninguna resistencia, por el contrario, se había acomodado en la silla para facilitar mi accionar. Con pericia, le desabotoné la blusa y el brasier, descubriendo sus bellas tetas; qué momento tan grande, pues descubrí esos grandes y oscuros pezones, con los que había soñado tantas veces mientras me masturbaba.

Continué escarbando su boca con mi lengua y para mi fortuna, sentí una respiración cálida y excitada. Sentí también sus brazos abrazando mi torso, lo que me indicaba mi buen camino. Lancé una de mis manos hacia su bajo vientre, hacia su tan deseado coño y sentí con felicidad, que abría sus piernas, aceptando mi ataque. Con dificultad corrí hacia un lado su calzón, para detectar que estaba muy, pero muy empantanada; la acaricié con desespero y mirándola profundamente a los ojos, me llevé mis dedos a la boca, chupándolos con deleite, una, dos y tres veces.

−Don Rafael… no haga eso −dijo.

−¿Patica, quisieras explorar el sexo oral conmigo? Quiero comerte, te va a encantar −le dije−. Sé que lo rechazas, pero estoy dispuesto a guiarte.

−Don Rafael… −contestó.

−Sé que lo deseas Patica −me atreví a decir con voz de mando−. Estaba seguro de que esta batalla estaba más que ganada, aunque a veces lo había dudado. Sabía que estaba casi dominada… y rendida a mis pies!!!

Después de un minuto de silencio, expresé:

−Pati, espero una respuesta. Quieres?

−Si, don Rafael, si quiero, pero estoy nerviosa, además, que pensará usted de mi?

Me limité a horadar sus ojos con mi mirada e ignoré su estúpido comentario.

−Qué debo hacer? −dijo con nerviosismo.

Por los siguientes minutos, muy seguro de mi triunfo, procedí a terminar de desvestir a esta mujer que me embrujaba, que me había tenido inundada la mente de lujuria por los últimos seis meses, la culpable de que mi verga hubiera sufrido muchos orgasmos solitarios y quien había sido la dueña de mi ser, por tanto tiempo. Mientras la desvestía, la besaba, sentía su deseada boca y mi lengua se enloquecía jugando con la suya. Descubrí para mi reposo, que no era tan mojigata como se presentaba ante mi; sentí sus manos en mi cara y nuca y su fuerte respiración me animaba a proseguir mi cometido.

Cuando terminé de desnudarla, procedí a quitarme todo con velocidad, dejando al descubierto mi verga, que gritaba de deseo. Coloqué a Pati sobre la mullida sillita, la recosté contra la parte de atrás y para mi sorpresa, descubrí que su coño no estaba depilado, lo que me indicaba que en realidad, no era una mujer promiscua, por lo menos, eso creía yo. Mi experiencia hoy en día, es que muchas de ellas se liberan de la indeseada pelamenta, sólo por higiene y comodidad.

Sin embargo, si me hicieran parte de una encuesta para investigar mi preferencia, no podría responder, pues para mi, un coño es un coño y me apasionan, peludos, así como depilados.

La proximidad de su cueva de amor, su olor y su increíble humedad, me llevaron hacia un estado, que creí nunca había experimentado antes, aunque me había comido cientos de coños en el pasado. Pero este era especial! La abracé, la besé en la boca con pasión y le repetí diez veces cuanto la he deseado; mientras me comía su bella vagina, le narré cuantos videos sexuales he mirado, donde mi alborotada imaginación ha reemplazado su carita y su cuerpo con los de la actriz porno en la pantalla de mi compu, cambiando su bella vulva por la de la idiota esa frente a mi. Le dije que me he soñado lamiendo cada centímetro de su piel, chupando su sexo con pasión por horas sin parar, hasta hacerla correr varias veces, mientras me he deleitado oyendo esa sinfonía erótica emitida por sus adorables quejas repletas de pasión; interrumpí mi fogoso accionar para decirle, −Patita, ¿Si ves que te gusta? ¡Yo lo sabía! −Ella guardó silencio.

Al final, deleité mi boca y mi ser, saboreando por largos minutos sus deliciosos jugos. Me esmeré en mi accionar y creo que sentí hacerla correr dos veces, pues su cuerpo tembló y sentí su bella vagina contraerse, pero para mi sorpresa… en silencio! Nunca sentí el deleite de oír la sinfonía erótica que yo esperaba, emitida por las adorables quejas repletas de pasión, de una mujer sintiéndose comida hasta lograr un grandioso orgasmo.

−¿Te gustó Patita, disfrutaste? −le pregunté directamente.

−Si, don Rafael −contestó simplemente, bajando la mirada.

−¿Solamente si? −increpé.

−No señor, lo disfruté mucho, pero estoy avergonzada! −Contestó, mirándome a los ojos.

−No tienes por qué estarlo, pues estuviste divina; repetirías la experiencia Patita? −pregunté.

−Si don Rafael, me gustó mucho, pero no hoy. Ahora veo por qué usted la bautizó “el acto sublime”. −respondió bajando la mirada de nuevo.

No se me pasó por la mente cogérmela, pues no tenía condones y sabía que aquello hubiera sido un problema con ella. Además, conceptué que por ese día era suficiente.

−Patita, tienes mucho que aprender, pues tu silencio… no ayuda! −respondí.

−Estás dispuesta a cambiar? Quieres cambiar?

−Si don Rafael, −contestó.

−Debes entender, −le dije−, que un orgasmo sólo permite un rugido erótico o una expresión soez, no una palabra suave. No guardes silencio, déjate llevar y grita con lujuria. Además, si tienes sed de sexo… exprésalo. Esos son mis consejos, síguelos.

Ella recostó su cabeza en mi hombro… y se sonrió. Había experimentado y disfrutado recibir sexo oral y llegué a creerle que era la primera vez que alguien le chupaba su hermosa cueva de amor. El siguiente paso sería enseñarle a darlo. Esperé a que se fuera, para desahogarme… como de costumbre.

En el futuro, te compartiré más correos, Alberto, pero ahora estoy de prisa, pues hoy es viernes y debo salir a comprar mi botella de Baileys. Espero tu comentario!!!>

(9,40)