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Poema inconcluso (padre e hija)

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Tu aroma marca los pasos recorridos por

Tu ardoroso cuerpo.

Haces que todo en derredor se esfume,

Como preludio a nuestro encuentro.

La ciudad se estremece ante la candidez

De tus ardientes labios que esparcen una

Verborrágica nube cargada con palabras

Amorosas…

Pensando en vos dejo caer de mi lápiz presuroso, esas palabras que nunca termino de escribir.

Es pensar en vos, o pensar que escribo sobre vos, llego a un punto donde siempre me detengo y aflora el recuerdo de nuestro primer encuentro amoroso.

Te recuerdo enfundada en ese vestido que ceñía tu cuerpo escultural, como has crecido, ya toda una mujer.

Tus senos duros y firmes dejaban entrever esas areolas rosadas, coronadas con sus respectivos pezones apetitosos, tu cintura delgada sosteniendo firmemente esa cola respingada que invitaba a ser explorada.

Aún tengo en mi mente la foto de nuestro gran día, justo en el preciso momento en que tu ropa se deslizaba hacia el suelo, permitiéndome ver como esa longilínea figura, quedaba sola y tímida con la ropa interior. El brasier con sus delicadas copas daba mas forma a tus hermosos y blancos pechos, manteniéndolos hacia adelante, desafiantes. La braga, indiferente cubría esos pliegues carnosos de piel que rodean la entrada de tu vulva, estaba ansioso por explorarlos desde el clítoris hasta el final de la abertura, para así saborear el icor de tus jugos directamente desde esa copa de placer, impoluta, sin un solo bello a su alrededor.

Finalmente me invitaste con tu mirada a desnudar los centímetros de piel que aún estaban cubiertos por esa nimia porción de tela verde agua que escogiste para este sublime momento.

Mi corazón late a mil revoluciones, casi creo sentir como fluye la sangre por todo mi cuerpo, agolpándose en una zona, esa zona que en un rato entrará en actividad para, luego de brindarnos todo nuestro cariño y hacer erupción cual volcán activo.

Aun, también recuerdo las sensaciones cuando te acercaste y, silenciando mi boca con un beso profundo, comenzaste a sacar mi vestimenta, tan hábilmente, que antes de darme cuenta estábamos ambos sin vestigio de la tela que nos cubría.

Mi sexo se yergue cual coloso, imponente en toda su magnitud con gran ansia de franquear tu fortaleza encantadora, el tuyo brillaba por las mieles icóreas de tu interior, las que fluían como invitación a tan virginal banquete. El olor a sexo flotaba por la habitación, como tarjeta de invitación para degustar tan exquisito manjar.

Bajo ese vientre agitado espera deseosa tu abertura para beber del manantial que fluye de ella, llena de aromas emanados de sus pliegues; mi palabra no puede describir tantas sensaciones percibidas.

Acabo de descubrir el poder de excitación que tiene tu mirada cuando nuestros ojos se encuentran, mientras mis manos descubren el camino que nos lleva al placer, tus muslos muy lentamente se separan para dar comienzo al preámbulo de aquel acto que nos llevara al paroxismo.

Mis manos, en complot con mi apresurada lengua, comenzaron a darte ese placer que pedias, recorriendo tus cuatro labios inflamados de pasión esa boca fresa deja escapar suspiros prolongados con algún gemido intermedio, elevo mi vista observando tus pechos subir y bajar en forma agitada cuando sin previo aviso al rozar tu clítoris hirviente y endurecido, explotaste en un tremendo primer orgasmo.

El deseo y la pasión me atrapo entre sus garras, colocando una protección mi miembro enardecido de pasión. Muy lentamente se fue perdiendo en tu interior, los gemidos iban en aumento a medida que progresaba la exploración sutil de ese, hasta ahora, por ti desconocido trozo de piel candente que tomaba posesión de un himen impoluto.

Al cabo de un rato y varios de tus orgasmos después, logramos llegar al éxtasis en forma unísona.

Nuestros corazones agolpados cabalgan en ambos pechos, que se elevaban a gran velocidad, al igual que el abdomen; miraste la pequeña mancha escarlata en la sabana y un hilo del mismo color que recorría el condón, con el líquido blanquecino y viscoso dentro, regresaste tu mirada para cruzarla con la mía diciéndome…

- Gracias papa.

Ahora sí, puedo decir mis versos están listos.

Tu aroma marca los pasos recorridos por

Tu ardoroso cuerpo.

Haces que todo en derredor se esfume,

Como preludio a nuestro encuentro.

La ciudad se estremece ante la candidez

De tus ardientes labios que esparcen una

Verborrágica nube cargada con palabras

Amorosas.

Para ti que sos una prolongación de mí,

Mi otra mitad, que hemos tocado el cielo con

Nuestras manos.

Desde hoy, el día que te he hecho mujer,

Solamente quiero desfallecer entre tus brazos

Renaciendo cada día, también entre ellos.

(9,33)