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Succionando tres almejas pringosas en un multicines

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Jorge es un gigoló-chapero que busca a sus clientes en las puertas de los teatros y cines. Hace como que espera a alguien y observa si alguna mujer u hombre le hace una seña. Si es así, su cliente paga la entrada y ya dentro, aprovechando la oscuridad de la sala, le hace algún trabajito.

Hoy, tres cincuentonas están celebrando la despedida de casada de una de ellas. Se acercan a la entrada del cine con mucho jolgorio y risotadas.

La que se llama Julia es muy alta, andará en el 1,78 m, rubia y lleva un vestido entubado largo rojo. Otra de las amigas se llama Carla. Es gordita, mide 1,60 m y pesará 75 kg. Lleva media melena color castaño y viste con jeans ajustados, marcando unas cachas y muslos prominentes. La tercera amiga, que es la protagonista de la fiesta, se llama Andrea. Es morena de pelo, este lo lleva con trencitas, de altura media y lleva minifalda roja y blusa blanca.

Las tres se fijaron en Jorge, que iba muy apuesto, con traje gris claro y camisa blanca sin corbata. Es un buen mozo de 1,82 m y bien musculado.

Andrea se acerca a él y le pregunta:

–¿Esperas a alguien, guapetón?

–Sí, a vosotras –le contesta Jorge, con cierto desparpajo y poniendo cara de vicio.

–Pues se acabó la espera, majo. Entra con nosotras que tienes mucho trabajo que hacer –le dice Carla, que es la más descarada y choni de las tres.

Le pagaron la entrada y, ya dentro de la sala, se sientan en unas butacas del fondo, haciendo esquina.

Mientras las luces seguían encendidas se presentaron y Jorge les comentó que era puto. Carla ya se había dado cuenta porque reconoció su cara al haberla visto antes en una página web de contactos.

–Pero tú vas a vela y a motor, ¿no? –le suelta Carla con socarronería.

–Sí, me van las almejas y las gambas –contesta Jorge.

–Pues algún día igual te contrato para que le comas la gamba a mi marido, que últimamente le cuesta izar bandera conmigo. Igual esa es la solución –dice Julia, animándose a entrar al cachondeo.

–Sí, pero esta noche te vas a hartar a comer berberecho, almeja y mejillón. Vas a tener agujetas en las mandíbulas de lo mucho que vas a ejercitarlas –continúa Carla, que era la más guarrindonga de las tres.

En esto que se apaga la luz y comienza la película. Andrea se aproxima al oído de Jorge y le dice:

–La película dura dos horas, cariño. Bájate al pilón y no subas en todo ese tiempo. Provócanos un par de orgasmos a cada una.

Jorge se coloca de rodillas ante ellas, entre el estrecho espacio que hay entre butaca y butaca, y se acerca a la entrepierna de Andrea. Esta al llevar minifalda hace más fácil el llegar a su chumino.

El gigoló-chapero le sube la mini, colocándosela a modo de cinturón, le rompe las bragas con las uñas y hunde su rostro en aquella cueva pringosa y pegajosa. Le restriega la lengua de forma superficial, por las labios mayores, provocándole cosquillitas.

Andrea suspira entrecortadamente. Siente como si ráfagas de corriente eléctrica recorrieran su cuerpo.

Jorge, separando los labios mayores con sus dedos, aprovecha para martillear con su puntiaguda lengua el clítoris de la chica. Se lo lame y mordisquea también. Tampoco descuida el lamer, succionar y saborear el resto de la raja en su extensión y profundidad.

Al cabo de un cuarto de hora de estar haciéndole un buen lavado de bajos a Andrea, esta por fin explosiona en un intenso orgasmo. Agarra por la cabeza a Jorge y se la aprieta fuerte contra su concha.

–¡Trágate todos mis jugos, puto! ¡Joder, cómo me refriega el conejo con su lengua de estropajo!

Los chillidos de placer de la chica fueron acallados gracias a que la película tenía el volumen muy alto. La gente más cercana no llegó a percatarse de lo que ocurría a solo unos metros de distancia.

Le tocó el turno a Carla. A Jorge le costó el desenfundarla de sus vaqueros tan ajustados. Cuando por fin lo consiguió, se acercó a la entrepierna de Carla. Entre las lorzas de la barriga, la grasa acumulada en el pubis y sus muslazos anchotes, a Jorge le costó el abrirse paso para manducarse aquel coño sutilmente protegido por un cinturón de castidad tan natural.

Le pegó unos buenos morreos al conejo, separándose de la entrepierna de vez en cuando, para coger aire.

Después de estar casi diez minutos chupeteándole el chocho, Carla le suelta:

–No te olvides de ensalivar el ojete anal y lamerme su correspondiente raja. Me pone a mil el que me morreen el trasero. Yo, mientras tanto, me masturbaré el chumino.

Jorge obedeció, como buen sirviente sexual que es, y comenzó a besar, lamer y succionar

el perineo, ojete y raja del culo de su señora. Carla se frotaba el Botón de la Felicidad con tal energía y devoción que no tardó mucho en correrse, arrojando por la boca improperios de este tipo:

–Abandona la retaguardia y acude a la puerta principal a beber mis caldos calentitos. Chupetea también mis dedos, que me quedaron empapados ¡Me cago en Cristo el Chapero! ¡Joder, qué gusto!

Cuando Jorge le dejó la entrepierna bien limpita a Carla y esta quedó más relajada, continuó su faena con Julia. Esta no tuvo más remedio que rajar un poco su vestido entubado, para poder subírselo hasta la cintura.

El cuerpo de Julia era el de una top model. ¡Qué cinturita tan plana tenía!

La rosada almeja, Julia, la tenía toda empapada ya, de tanto esperar su turno y de ver a sus dos amigas disfrutar como perras.

Andrea y Carla se frotaban el chichi con suavidad, calentándoselo a fuego lento, para cuando llegara el turno de la segunda comida de berberecho, tenerlo a su punto.

Aquel puto se zampó el chumino de Julia con ansiedad, tragándose sus jugos y relamiéndose.

–Si le comes así el rabo a mi marido seguro que se le pone bien tieso, y así podrá penetrarme con éxito después. Llevo sin ser calzada por mi hombre dos meses –informa Julia.

–Pues yo, si quieres, te empotro en los baños y te pongo al día –sugirió Jorge entusiasmado.

–Yo soy una mujer decente. Mi almeja solo la perfora la polla de mi marido. Una cosa es permitir que me laman el coño, pero el acto de la penetración solo está reservado a mi macho. A ti te contrataríamos como mamporrero, para poner a punto nuestras entrepiernas.

Jorge se puso muy cachondo con la conversación que mantuvo con Julia, y sobre todo, al descubrir que el coño que se estaba manducando llevaba dos meses sin recibir polla. ¡Era casi virgen, la muy guarra!

Le morreó y saboreó con tal ímpetu el mejillón, metiendo bien adentro la punta de la lengua (intentando llegar hasta el útero), que Julia no pudo evitar soltar un alarido, al tiempo que llegaba al clímax.

Jorge volvió a hacer una segunda ronda por los conejos de Andrea, Carla y Julia.

La película estaba llegando a su fin y tenía que acelerar los lametazos.

Las mujeres salieron del cine con las entrepiernas bien relamidas y limpitas. Jorge salió con los labios cortados, por estar en contacto con tanta humedad durante tanto tiempo. Pero lo peor fue al día siguiente. Las agujetas en las mandíbulas casi le impedían masticar la comida. También tenía la lengua hinchada. Jorge desconfiaba que pudieran haberle pegado alguna enfermedad venérea, las muy golfas.

(9,50)