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¡Te voy a romper el culo, pecadora!

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Don Luis, Lucho para los más íntimos, era un cura cincuentón, moreno, delgado, de estatura mediana y no era feo. Vivía en una casa parroquial de dos plantas en un pueblo gallego. El cura hacía de todo para sus feligreses, desde cerrajero a carpintero pasando por albañil, y por supuesto lo hacía gratis, por eso decían las viejas que era un santo, pero de santo no tenía nada.

En frente de la casa del cura, en una casa de una planta vivía Marta, una mujer a la que abandonara su marido. Tenía 42 años y estaba maciza, era madre de un hijo y una hija, el hijo, Leandro, era flaco y desgarbado. Luisa estaba maciza cómo su madre, era bonita y al cura le gustaba. La muchacha lo sabía y jugaba con él, por eso al confesarse le decía con su melosa voz cosas como esta:

-... He vuelto a pecar, padre, ahora ya no me masturbo dos veces al día, me masturbo tres, mañana, tarde y noche.

-Debes controlarte, hija.

-Es que ando todo el día caliente, padre, tengo más ganas de polla que un niño de pecho de la teta de su madre.

-¿Te arrepientes?

-No me arrepiento de nada, ni de chuparme los dedos después de correrme...

-No me des detalles, Luisa, no me des detalles.

-¿Lo excito?

-¿Tú que crees?

-Que sí, y eso que no le conté nada del polvo que me echó Olivia.

-Ni quiero que me lo cuentes.

-¿Cómo me va a absolver si no sabe lo que hice?

-Dios lo sabe todo. Reza diez padrenuestros y diez avemarías.

-¿Me ayuda a rezarlos?

El cura se moría por ayudarla, pero se aguantaba, sabía que a la larga era más productivo hacerse el difícil, cómo se había hecho con su madre para luego follarla la tira de veces, a ella y a muchas de sus feligresas. Algunas para seducirlo hasta decían tener goteras, y las tenían, pero no en el tejado, las tenían en el coño. Por eso pasó de ella, y le preguntó:

-¿Tratarás de no pecar?

-No puedo, soy adicta a mis jugos, solo una polla hará que deje de masturbarme y de follar con Olivia.

Al verla arrodillada ganas le dieron de salir del confesionario y meterle la polla en la boca, pero le dijo:

-Ego te absolvo.

-¿No quiere que le cuente más cositas?

-¡Vete! Vete que me vas a hacer salir del confesionario, ponerte en mis rodillas y calentarte el culo.

La muchacha era traviesa de cojones.

-¿A braga quitada, padre?

-Que te vayas he dicho, hija del diablo.

Luisa se levantó y se fue sabiendo que lo dejara bien caliente.

Al día siguiente Marta y sus hijos habían ido de compras a la ciudad. El cura metió una ganzúa en la puerta trasera, entró en la casa de Marta y fue la habitación de Luisa. Miró en la cesta de la ropa sucia y encontró unas bragas blancas con flores rojas que tenían jugos de una corrida, las olió, después sacó la polla, una polla normalita, tirando a delgada y puntiaguda en la cabeza. Pasando su polla por los jugos y envolviéndola con las bragas se hizo una paja pensando en Luisa y las dejó perdidas de leche.

Por la noche Luisa removió la ropa del cesto de la ropa sucia para encontrar sus bragas blancas con flores rojas, bragas con las que había limpiado su coño después de masturbarse y correrse. Al coger las bragas mojó la mano con la leche del cura que aún no secara del todo. Sonriendo respiró profundamente el olor a semen. Ya eran muchas las veces que encontrara las bragas manchadas de leche. Para Luisa era obvio que su hermano estaba mandándole un mensaje inconfundible: Quería follar con ella. Así que una tarde aprovechando que su madre iba al cine, al cruzarse con Leandro en la puerta de la cocina le echó la mano al paquete, le dio un pico y le dijo:

-¿Lo hacemos?

-¿Y si regresa mamá?

-Sé de un sitio donde nadie nos va a molestar.

El cura había visto desde una ventana entrar en un cobertizo que tenía en la parte trasera de su casa a Luisa y a Leandro cerrar la puerta detrás de ellos. Cómo tenía en el cobertizo un caballo y dos vacas fue a ver que hacían. Al abrir la puerta vio encima de la paja a Leandro y a su hermana. Leandro con los pantalones bajados le daba caña a su hermana, que se había subido la falda, bajado las bragas y puesto a cuatro patas. El cura caminando hacia ellos, juntó las manos, miró hacia arriba, y dijo:

-¡Cómo consientes estas cosas, Señor!

El susto que llevaron fue de los gordos. Leandro subió los pantalones. Luisa subió las bragas, bajó la falda, y le dijo:

-No le diga nada a mi madre.

El cura tenía en su rostro una seriedad que imponía.

-Sois hermanos. ¡¿No os da vergüenza?!

Leandro, que estaba cagado de miedo, le preguntó:

-¿Se lo va a decir a mi madre?

-Es mi obligación.

Luisa vio que el cura tenía un bulto en el pantalón, se acercó a él, le echó la mano a la polla y notó que la tenía dura, la apretó, le dio un pico y lo tuteó.

-Tú no le vas decir nada a nadie.

El cura le dio un empujón, y le dijo:

-¡Deja mi miembro en paz, pecadora!

-Estás empalmado. Espera a que se lo diga a mamá.

-¡¿Qué le vas a decir a tu madre?!

-Que me quisiste violar.

Se le puso cara de tonto al decir:

-¡¿Qué?!

Luisa le dijo a su hermano:

-¿Verdad que me salvaste de sus garras, Leandro?

-Claro que sí.

El cura se acojonó.

-Capaces os veo de calumniarme. ¿Cómo vamos a solucionar esto?

-Interrumpiste algo. Enséñale a Leandro a hacer cosas.

-¡No!

-O eso o lo otro. ¿Qué dirá mi madre?

-Eres una...

Luisa se le adelantó.

-Putita.

El cura se sentó en la banqueta donde se sentaba para ordeñar a las vacas y le preguntó a Leandro:

-¿Estás con ella en todo?

-Tenemos que defendernos.

El muy cínico volvió a mirar hacia arriba y dijo:

-Perdóname Señor por lo que voy a hacer.

Luisa le dijo:

-No me cortes el rollo, tío.

La miró con cara de Nerón.

-¿Quieres jugar? ¡Vas a jugar!

-Eso suena a amenaza.

-Y lo es, lo es.

Luisa se rio del cura.

-¡Qué miedo!

El cura habló con Leandro.

-Cierra la puerta del cobertizo y después quítale la blusa a tu hermana.

El muchacho cerró la puerta y después le quitó la blusa a su hermana. Luisa no llevaba sujetador y sus tetas quedaron al aire, unas tetas grandes, redondas, con areolas oscuras y pezones pequeños. El cura le dijo:

-Ven aquí Luisa.

Luisa fue a su lado y el cura le magreó las tetas.

-Dámelas a mamar.

Luisa se inclinó, el cura cogió las tetas con las dos manos y las magreó, lamió y mamó, luego le dijo a Leandro:

-Te toca, cómele las tetas a tu hermana cómo se las comí yo.

Leandro le comió las tetas... Luisa se puso de un cachondo subido. El cura le dijo a Leandro:

-Ponte detrás de ella y bájale la falda y las bragas.

Se las bajó y el cura vio su coño rodeado por una gran mata de pelo negro, la acercó a él, la echó sobre las rodillas y con la palma de la mano le dio en las nalgas de su culo prieto y redondo.

-¡Plas plas! ¡Ayyy! ¡Cabrón!

-¿A quién le ibas a decir tú que te violé?

-¡A nadie, a nadie!

-¡¡Plas, plas!! ¡Ayyy! ¡Sádico! ¡¡Plas plas!! ¡Ayyy!

-¿Quién es un cabrón?

Luisa se amilanó.

-Mi hermano.

-Lame sus nalgas, Leandro.

Leandro le lamió las nalgas, nalgas que estaban al rojo vivo.

-Ahora lame su ojete y su coño.

Luisa abrió las piernas para facilitarle el trabajo a su hermano. Leandro lamió el ojete y el coño encharcado de jugos. El cura le hizo señales con la mano para que le diera y mordió el labio inferior diciéndole así que le diera fuerte. Gemía Luisa cómo una diablesa cuando le cayeron las del pulpo.

-¡¡Pas plas! ¡¡Ayyy!!

Leandro estaba crecido.

-A mi no me llama nadie cabrón, coooño.

Luisa se hizo la cabreada.

-¡Vendido!

Leandro ya se había emocionado y le iba a dar otra vez, pero el cura lo detuvo.

-¡Quieto parado, Leandro, las cosas deben ser todas en su justa medida.

Luisa cambió de actitud.

-Hombre, por un poquito más que me dé tampoco pasa nada.

El cura le volvió a dar, pero esta vez con poca fuerza.

-Plas ¡Oooh, más, dame más fuerte!

-Lame otra vez su ojete y su coño, Leandro.

Leandro le lamió el coño y el ojete mientras el cura le calentaba el culo.

-Folla el ojete con la lengua y métele dos dedos en el coño.

Al hacer Leandro lo que le dijo el cura, Luisa comenzó a gemir cómo si estuviera loca y acabó corriéndose cómo un pajarito y diciendo:

-¡Azótame más fuerte!

Al acabar de correrse Luisa el cura la puso en pie y le lamió el jugoso coño. Leandro se desnudó mientras veía cómo el cura le pasaba la lengua por el coño de su hermana, cómo se la metía dentro de la vagina y cómo después le lamía el clítoris. Cuando Luisa ya gemía de nuevo, le dijo a Leandro:

-Tu turno.

Leandro lamió el coño del mismo modo que lo hiciera el cura, que se había puesto detrás de Luisa, le abriera las nalgas y le lamía y le follaba el ojete con su lengua... Fue tanto lo que le gustó aquella doble lamida que llenando la boca de su hermano de babas, dijo:

-¡Qué corridaaa!

El cura dejó de lamer al acabar de correrse Luisa. Bajó la cremallera del pantalón y sacó la polla, hizo que se inclinara, se la frotó en el ojete, y sin más se la metió en el culo. Laura exclamó:

-¡Hostiasss!

El cura se emocionó.

-¡Te voy a romper el culo, pecadora!

Se la clavó sin miramientos.

-¡Cabrón!

Le dio caña hasta que Luisa comenzó a gemir más y más alto... El cura supo que se iba a correr. Le folló el culo más aprisa y Luisa se corrió con tanta fuerza que sus temblorosas piernas le fallaron, lo que hizo que se desplomase y con ella fue cayendo el cura, que quedó debajo de ella con la polla dentro del culo. Leandro vio el coño abierto con los labios rosados llenos de babas, se echó encima de su hermana y le clavó la cabeza de la polla. Le entró apretadísima... Luisa se sentía llena con las dos pollas dentro del culo y del coño. Al principio, solo se sentía llena, pero Leandro duraba un mundo en correrse, y cómo iba cambiando de ritmo constantemente, le fue gustando. Al final sintiendo que se iba a correr no pudo evitar comerle la boca a su hermano, y ahí sí, ahí el aguante de Leandro iba a llegar a su fin.

-¡Me corro, cabrones!

Leandro sacó la polla del coño y se corrió en la cara de su hermana, una cara que reflejaba todo el placer que estaba sintiendo.

El cura seguía empalmado, ya que no se corriera.

Luisa se echó a un lado y se quitó la polla del culo. Leandro le metió la polla entre las tetas. El cura le dijo a Luisa:

-Ponte a cuatro patas para que te come el culo y el coño. Ahora ya sabe cómo te gusta.

Luisa se puso a cuatro. Leandro trabajó con su lengua el ojete y el coño empapado de su hermana. El cura le acarició el clítoris con dos dedos y le puso la polla en la boca a Luisa, la muchacha le dijo:

-Ponme el alzacuello.

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