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Un tropezón con final feliz (6)

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Comenzaba un nuevo día y ambos se levantaron de la cama dispuestos a aprovecharlo, se asearon y tomaron café en la cafetería del hotel. Eduardo puso su tarjeta al lado de la taza de Cristina y le guiño un ojo.

-¿Tú no te vienes?

-No, yo te esperaré aquí, confío en ti, ya sabes mi talla. La fiesta comenzaba a las 9 de la noche, así que tenían todo el día para prepararse. Cristina cogió la tarjeta y le dio un beso en la mejilla, se encaminó a la salida.

Media hora después, Cristina estaba en la tienda viendo las cosas que necesitaba cuando notó un cosquilleo en su coño, Eduardo le había dicho que se pusiera el pequeño vibrador y el conjunto de ropa interior de color rosa. Sonó el móvil, Cristina lo cogió al ver que era una llamada de Eduardo.

-Hola zorra, voy a provocarte un orgasmo. No dijo nada más, colgó. Se lo dijo con una voz serena, segura de lo que decía, a ella la excitó oírlo. De repente la potencia del juguete aumentó de potencia, Cristina se encogió un poco y no pudo evitar dejar salir un pequeño gemido. No se atrevía a tener un orgasmo en público, ella sola y a la vista de todas las personas que estaban en la tienda, buscó a la dependienta y le pidió por favor que dónde estaba el baño, la dependienta le dio la llave y le indicó el lugar. Cristina se dirigió rápidamente, entró y se sentó en la taza, echó su cuerpo hacia atrás y puso una mano en la pared, sentía las vibraciones del juguete y como un orgasmo inesperado y sorpresivo se abría camino entre sus muslos, sentía su coño mojado y se tocó los pechos con una mano, la otra intentaba tocar su clítoris, la intensidad subía y bajaba, pensaba en Eduardo tocando el mando a distancia como si fuera su clítoris y eso la excitaba más, no pudo más y se dejó llevar, se corrió moviéndose en su asiento, poco a poco la intensidad disminuía como si él la estuviera viendo y lo supiera, se quedó un rato recuperándose, paulatinamente recuperó la compostura y salió, devolvió la llave y siguió comprando lo que le faltaba, salió a la calle y respiró hondo, se encontraba satisfecha y decidió dar un pequeño paseo ella sola. Al cabo de un rato volvía a sonar su teléfono.

-Hola zorra, ¿todo bien?

-Todo bien amo.

-¿Lo tienes todo?

-Sí, estaba dando un pequeño paseo para recuperarme, ¿quieres que vaya ya?

-No, no, pero si quiero que compres unas cosas y luego cojas un taxi dependiendo de donde estés, y vayas a la dirección que te he puesto en el whatsapp, nos vemos a las 14 h en el restaurante que te he indicado, se puntual o te castigaré.

-Sí amo, así lo haré. Eduardo cortó la llamada y Cristina se quedó pensando en lo que le había dicho, sobre todo en lo de que la castigaría, no sabía qué hacer, la idea de que la castigara le gustaba, ser azotada y follada la excitaba, le gustaba ser su esclava, pero tal vez se lo dijo para que fuera puntual porque tenía otros planes, de repente se acordó que tenía una lista de cosas que comprar que le había dicho, miró el móvil y se puso en marcha. Lo tenía todo y le daba tiempo de pasar por el hotel y dejar las cosas, llegó a la puerta del restaurante a las 14 h en punto, entró y lo buscó, no lo vio, se sorprendió, la dirección era correcta y la hora la que le había dicho, preguntó por la reserva a nombre de Eduardo y la acompañaron a la mesa, allí encontró un pequeño ramo de rosas y una bolsita de papel con una pequeña caja de cartón en su interior junto a una nota, olió las flores y aspiró su aroma, cogió la nota y la leyó. Ves al aseo y cámbiate la ropa interior, la cajita contenía un conjunto de color rojo. Ella obedeció, su señor estaba jugando con ella toda la mañana y eso le gustaba, no estaba con ella pero tampoco se sentía sola, en el baño se desnudó y se cambió de ropa interior, una vez arreglada volvió a la mesa, Eduardo apareció cinco minutos después, la besó y se sentó, pidieron la comida. Eduardo le pidió que se lo contara todo.

El la escuchaba con atención, disfrutando del relato. Tras la comida volvieron al hotel y descansaron, cuando llegó la hora de arreglarse se pusieron a ello, ya estaban listos y Eduardo llamó a recepción pidiendo un taxi, al cabo de unos minutos sonaba el teléfono de la habitación.

-El taxi está en la puerta señor.

-Vale gracias. El carruaje nos espera Justine. Ella sonrió y bajaron a la calle, subieron al coche y le dijeron la dirección al taxista.

-Por cierto Justine, estás muy hermosa.

-Gracias señor marqués. El taxi los llevó a su destino, pagaron y bajaron, la puerta del local estaba bastante concurrida, personajes de todas las épocas y disfraces de todas las clases iban entrando en el edificio, se pusieron a la cola y pagaron su entrada, una vez dentro se mezclaron con la gente, camareros y camareras vestidos del Medievo pasaban con bandejas de bebida y comida, una música de orquesta amenizaba la fiesta, Eduardo cogió dos copas y le ofreció una a Cristina que hizo una pequeña reverencia , se terminaron la copa y salieron a bailar, el tema era lento y cada uno se agarró al otro.

La velada transcurría de manera agradable, Eduardo se había fijado en una pareja de una edad similar a la de ellos y que también parecían estar solos igual que ellos, estaban sentados en una de las mesas que daban al lado de la pista, se acercaron a ellos sin que Cristina se diera cuenta de lo que ocurría.

-Hola, ¿podemos sentarnos con vosotros? No hay ninguna mesa libre al lado de la pista. El hombre contestó que sí. Se presentaron, eran Claudia y Ricardo.

-Yo soy Cristina. Eduardo hizo una señal a una camarera que se acercó.

-Yo invito, ¿qué os apetece? ¿Os gusta el cava?

-Sí contestó Ricardo.

-Ya lo ha oído señorita, una botella de cava y cuatro copas. Le dio su tarjeta. La camarera se alejó.

-¿Vuestros disfraces son de?

- Yo voy de Julio César.

-Yo de Cornelia.

- Que apropiado, Cornelia fue la primera mujer de Julio César, dijo Cristina.

-¿Y vosotros vais de? Preguntó Ricardo.

-Yo de Justine.

-Yo del marqués de Sade, ella es mi obra maestra. Cristina no pudo evitar una pequeña sonrisa. Claudia lo miró a los ojos y Eduardo percibió un pequeño destello.

-Pues si no recuerdo mal… Justine fue de las primeras obras del marqués, comentó Ricardo.

-¡Correcto! Añadió Eduardo. La camarera llegó con la botella y las copas y las dejó en la mesa.

-Si me permitís, sois mis invitados. Dijo Eduardo, Cristina lo observaba con admiración de cómo su señor manejaba la situación.

-¡Por favor! Dijo Ricardo. Eduardo sirvió y preguntó, ¿por qué brindamos?

-Por una feliz noche en compañía de nuevos amigos. Dijo Claudia que añadió. - ¿Sois de aquí?

-No, somos turistas. Dijo Eduardo que volvía a ver el destello en la mirada de Claudia.

-¿Vosotros sí?

-Sí, somos toledanos. Apuntó Ricardo.

Entre bromas e intercambio de información se terminaron la botella.

-¿Permitirme a mí que ahora os invitemos nosotros?

-Como tú has dicho antes, ¡por favor! En esta ocasión fue un camarero quien trajo la segunda botella. Tras el primer sorbo Eduardo preguntó.

-¿Bailamos? Las mujeres contestaron que sí a la vez, se miraron y se rieron. Ricardo dijo que él era un pato bailando, que le gustaba más mirar, lo dijo mirando a Eduardo y guiñándole un ojo. Eduardo sacó primero a Cristina que se sintió alagada, pues pensaba que sacaría a Claudia primero, pero su señor sabía cómo tratarla. Bailaron un tema y al finalizar él la acompañó de nuevo a la mesa, le ofreció la mano a Claudia que salió encantada de poder bailar, la música seguía siendo lenta, pero eso no le importó a ninguno de los dos. Cristina y Ricardo hablaban de trivialidades, Cristina observó cómo Ricardo no dejaba de mirar a la pareja de baile. Pensó, será celoso, espero que no porque conociendo a mi amo. Cuando se terminó la canción, Ricardo hizo mención de volver con los demás, pero Claudia le cogió de la mano y le dijo.

-Por favor, una más, quiero aprovechar que eres mi nueva pareja.

-Claro Cornelia, como vos deseéis. Claudia le sonrió. Bailaron dos temas más, mientras bailaban le dijo a Eduardo.

-Me encanta bailar, es una lástima que mi marido sea un torpón, con lo liberal que es para otras cosas. Esto último lo dijo mirando a Eduardo a la cara.

-Me alegra oír eso, nosotros también lo somos, ¿y tú? Porque sin ti la mesa está coja.

-A mí también me gustan los juegos y probar cosas señor marqués, se podría decir que soy una niña traviesa. En esta ocasión fue Eduardo quien la miró a los ojos. Volvieron a la mesa y Ricardo los recibió con una sonrisa al igual que Cristina.

-¿Has disfrutado querida Cornelia?

¡Sí mi César! Bebieron y Eduardo sacó a las dos mujeres a la vez, se colocó en medio y bailaron, las mujeres se cogieron a él, Cristina por detrás y Claudia por delante, Ricardo se sirvió un poco de cava y los veía bailar; dos temas y volvieron a la mesa. La segunda botella tocaba a su fin. Eduardo ofreció su hotel para seguir con la fiesta. Ricardo y Claudia aceptaron. Se levantaron y salieron del local, Ricardo y Claudia iban un poco adelantados, Eduardo habló con Cristina diciéndole algo en voz baja, ella lo miró y asintió. En la calle le hicieron una seña a un taxi que se acercaba, se detuvo y subieron los cuatro, Ricardo prefirió subir delante y Eduardo se colocó entre las dos mujeres, el taxista puso rumbo al hotel, una vez dentro Eduardo los invitó a tomar una copa en el piano bar que tenía en el hotel. Pidieron cuatro copas de cava y bebían tranquilos observados de reojo por la gente al ir disfrazados. Eduardo se levantó y se acercó al pianista, le dijo algo en voz baja, le dejo unos billetes y volvió a la mesa, cogió la mano de Claudia y mirando a Ricardo le dijo.

-¿Te importa César?

-No, en absoluto, ya te he dicho que me gusta mirar.

-¡Gracias o César! La música que tocaba el pianista era parecida a la de la fiesta pero un poco más alegre, lo suficiente para bailar separados, bailaron varias canciones y de vez en cuando iban a la mesa y daban un trago, Cristina observó como Ricardo cogía por el brazo una de la veces que Claudia se acercó a la mesa a beber y la besó en la boca, también vio como cruzaban algunas frases y finalmente Ricardo asentía, Claudia volvió a la pequeña pista y continuó bailando, Cristina hacía lo mismo cuando Eduardo la cogió y la besó en la boca varios segundos, luego se separó y se fue con Ricardo a beber. Las chicas continuaron bailando y de vez en cuando intercambiaban alguna frase.

-Discúlpame un segundo, voy a pedir algo de beber para la habitación, ¿O ya es muy tarde para vosotros? Dijo Eduardo.

-Me parece perfecto, la hora es ideal para seguir aquí o arriba, creo que te puedo dejar dirigir.

-Es mi especialidad, la palabra clave para parar es rojo.

-Perfecto, me gusta ese color. Eduardo se ausentaba cuando las chicas volvían a la mesa.

-Eduardo ha ido a pedir bebida para seguir en la habitación. Dijo Ricardo.

-¡Estupendo, no tengo nada de sueño! ¿Y tú Cristina?

-Yo estoy como tú Claudia, dispuesta a seguir disfrutando la noche, además, es nuestra última noche en la ciudad, mañana nos volvemos.

-¡Qué lástima! Dijo Ricardo, con lo que hay para ver. Eduardo apareció y se sentó, el camarero traía cuatro copas más detrás de él.

-¿De qué hablabais?

-De lo que hay por ver de la ciudad. Dijo Cristina.

-Estoy de acuerdo. Contestó Eduardo mirando sutilmente el escote de Claudia, ella se percató y se movió con cierto disimulo. -¿Quieres bailar una más Claudia?

-¡Desde luego! Salieron a la pista y bailaron dos canciones. Eduardo devolvió a Claudia a Ricardo que la cogió por la mano mientras ella se sentaba y lo besaba.

-Me gustaría bailar con mi obra maestra una vez más. Dijo Eduardo tendiéndole la mano a Cristina. Ella se la cogió y la besó, mi señor estaré encantada. Bailaron y Eduardo le hizo una seña al pianista para que tocara algo más lento. Abrazados y besándose bailaban bajo las miradas de sus nuevos amigos que estaban cogidos de la mano, también se besaron. Cuando se terminó el tema que estaba tocando el pianista le aplaudieron y Eduardo se acercó con ella para felicitarle por la selección de temas que había tocado.

-Te presento a Justine maestro.

-¡Encantada señorita! Cristina le devolvió el saludo.

-Ahora nos vamos, pero me gustaría salir del local oyendo blue moon.

-Contar con ello señor marqués de Sade.

-¡Sois conocido en todas partes mi señor! Dijo Cristina un poco sorprendida. Eduardo le guiñó un ojo y la cogió de la mano en dirección a la mesa.

-¿Nos vamos?

-¡Sí! Dijo Claudia mientras Ricardo asentía. Cuando se abrió la puerta del ascensor entraron primero las mujeres, Eduardo dijo.

-Vos primero, sois el emperador.

-Pero tú eres al anfitrión marqués, hoy diriges tú. Las mujeres se miraron y pusieron una mueca en sus rostros. El cava estaba en la habitación en una cubitera, las copas listas para llenar.

-Justine.

-¿Sí? Señor marqués.

-Sirve unas copas a nuestros invitados mientras yo pongo un poco de música.

-¡Enseguida señor! Cristina obedecía mientras Claudia y Ricardo observaban complacidos por la escena, parecía de teatro. Cristina ofreció las copas, cuando todos tenían la suya, Eduardo ofreció un brindis.

-¡Por la diversión! Todos brindaron, Eduardo les ofreció salir al balcón a Claudia y Ricardo.

-¿Justine no nos acompaña? Preguntó Claudia.

-No, en esta ocasión no, ella tiene que hacer una cosa. Eduardo cerró la hoja de cristal y le dijo a Ricardo. –Me has dicho que te gusta mirar, espero que te guste, tocó el cristal y Cristina comenzó a bailar ella sola, la música era lenta y sensual, Eduardo se sentó en medio de la pareja. Cristina bailaba y empezó a acariciar su cuerpo, tanto Ricardo como Claudia la observaban con deleite, Cristina comenzó a desnudarse, primero el gorro, después el delantal, el corpiño, la falda, los pololos y la blusa, lentamente se iba quedando sin ropa, solo le quedaba la ropa interior que Eduardo le había dicho que se pusiera la negra, se tocaba los pechos y después bajó sus manos hasta su coño al ritmo de la música, siguió bailando hasta que se quitó la última prenda.

Ricardo no perdía detalle, estaba disfrutando del striptease, Eduardo se acercó a Ricardo y le preguntó.

-¿Te gusta lo que ves?

-¡Ya lo cero! Eduardo le cogió la mano a Claudia que se la apretó sin decir nada. Cuando Cristina se quedó sin ropa continuó bailando, Eduardo entró en el salón se dirigió a la habitación y volvió con el látigo, colocó apoyada en el sofá a Cristina y la acarició con él varias veces. Eduardo le hizo una señal con el pulgar hacia arriba o hacia abajo a César. Este sin mirar a Claudia señaló hacia abajo, el marqués azotó a Justine varias veces en la espalda y en su culo, Cristina en su papel gemía y contraía su cuerpo a cada latigazo. Eduardo se detuvo e invitó a Claudia que se quedó un poco parada, no se lo esperaba, Eduardo le insistió y ella entró en el salón, miró a Ricardo y vio en sus ojos el deseo, lo imaginó empalmándose ante lo que estaba viendo.

-¿Alguna vez has azotado a una mujer?

-Ni a una mujer ni a un hombre.

-Pues hoy será tu primera vez. Le ofreció el látigo que ella cogió, se lo pasó por la espalda y el culo como había visto a hacer a Eduardo y luego azotó a Cristina. Lo hizo muy suave.

-Dale más fuerte. Claudia hizo caso y Cristina gimió.

-Bien, otra vez. Claudia repitió con más confianza, Cristina se retorcía mientras su blanca piel se sonrojaba. Ricardo se tocaba la polla en su asiento. Claudia azotó varias veces a Cristina hasta que Eduardo levantó la mano.

-Ahora acaríciala. Claudia pasaba la mano por la espalda de Cristina con delicadeza, luego acarició su culo.

-Toca su coño. Le dijo Eduardo. Claudia obedecía y tocó el húmedo coño de su compañera que ya estaba mojado, llegó hasta su clítoris y Cristina gemía como una perra en celo, Claudia se excitaba al oírla, al tocarla, al obedecer. Eduardo volvió a levantar la mano y ella se detuvo, cogió a Cristina y la bajó del sofá, la besó en la boca y le dijo algo al oído que solo escuchó ella. Se dio la vuelta y se acercó a Claudia, comenzó a desnudarla mientras Eduardo servía más cava para todos. Ricardo le dio las gracias y bebió, las mujeres estaban a lo suyo, Claudia se dejaba hacer y Cristina disfrutaba de la situación, nunca había desnudado a una mujer, cuando le quitó las bragas del conjunto azul de encaje y la tuvo desnuda ante ella comenzó a besarla, primero en la boca, luego en los pechos y su mano bajó al coño de Claudia que separó las piernas, Cristina metió dos dedos y se los ofreció a su señor que los chupó.

-Ahora bésame. Cristina lo besó.

-Ahora tú Claudia. Claudia obedeció, lo besó.

-Ahora besarme las dos. Ambas mujeres se acercaron y comenzaron a besarlo, las tres lenguas jugaban entre ellas ante la deleitada mirada de Ricardo.

-¿Quieres sentir el látigo? Le preguntó Eduardo a Claudia. Ella estaba excitada y sin pensar dijo que sí. Eduardo la puso en el sofá inclinada con su culo mirando a su marido, la acarició con el látigo, después puso a Cristina al lado de Claudia en la misma posición, acariciaba a las dos mujeres sin azotarlas, pasaba el látigo por sus coños y por las espaldas de las dos, se detuvo y se volvió hacia Ricardo, se lo ofreció y este negó con la cabeza, lo señaló a él para que siguiera. Eduardo azotó primero a Cristina, segundos después azotó a Claudia, aunque el latigazo fue suave, Claudia gimió y cogió la mano de su compañera con fuerza. Eduardo volvió a azotar a Cristina y seguido a Claudia, lo hizo varias veces, la piel de Claudia era más morena que la de Cristina pero aun así se empezaban a notar las marcas. Cristina besaba en la boca a Claudia que empezaba a relajarse y sentir con más placer lo que le estaban haciendo. Eduardo se detuvo y le dio la vuelta al sofá, se colocó delante de las mujeres y las besó en la boca a las dos, sacó su polla y se la ofreció, las dos a la vez se pusieron a chupársela con avidez, un poco después Eduardo se separó de sus bocas.

-¿Alguna ha estado con otra mujer alguna vez? Las dos movieron la cabeza negándolo.

-¿Te lo dije o no?

-Sí, tenías toda la razón, sabe cómo llevar la situación.

-Pues bien, empieza tú Cristina comiéndole el coño en el sofá, pero primero beber un poco de cava. Las dos cogieron sus copas y bebieron, Claudia miró a su marido, no era la primera vez que ella follaba con otro hombre y él miraba desde el armario, escondido como si no estuviera en la casa y ella le pusiera los cuernos, eso a sus amantes les gustaba mucho más, y a él le daba más morbo todavía al verlos actuar libremente follándose a su mujer, pero Eduardo era un maestro, nada que ver con los otros polvos que su mujer había echado, le estaba ofreciendo todo un espectáculo y con dos mujeres a la vez. Eduardo cuando las mujeres dejaron las copas sobre la mesa les dijo.

-Primero salir al balcón y besar a Ricardo en la boca, le decís que es de mi parte y que os de un azote en el culo. Claudia y Cristina se cogieron de la mano para obedecer a Eduardo.

Ricardo las vio acercarse, tenía la polla en la mano pero no hizo nada, las mujeres le transmitieron el mensaje y lo besaron, después ambas le ofrecieron sus culos, Ricardo les dio un azote a cada una, Cristina le pidió otro más fuerte. Ricardo lo hizo y le dio otro a su mujer, satisfecho les dijo que le dieran las gracias al señor marqués.

-Claudia.

-¿Sí?

-¿Te ha dolido mucho cuando te han azotado?

-La verdad es que no, ha sido muy delicado con la intensidad del látigo.

-¿Y te ha gustado?

-Yo diría que sí, ha sido una experiencia nueva.

-¿Yo podré hacerlo algún día?

-Si te portas como un niño bueno es posible que te deje, mantén el contacto con Eduardo y hablaremos, ¿y tú estás disfrutando de la puta de tu mujer?

-Mucho cariño, mucho, le pediré el teléfono al marqués. Claudia lo beso de nuevo y volvió al salón.

De vuelta al sofá Claudia se acostó y Cristina comenzó a lamer su coño. Eduardo le cogió los brazos por el lateral del sofá y los pasó por una silla, le puso las esposas y le vendó los ojos. Claudia como anteriormente había experimentado Cristina, se sintió prisionera de una lengua que le estaba dando placer, su compañera nunca se había comido un coño, pero Eduardo le había enseñado en los días que estaban juntos a ser más atrevida de lo que ella era antes de conocerlo. Claudia gemía y se retorcía en el sofá, Eduardo le apretaba los hermosos pezones de sus pechos, aumentaba la intensidad al mismo tiempo que su primer orgasmo llegaba, terminó corriéndose en la boca de Cristina que siguió lamiendo hasta que Claudia cerró las piernas. Eduardo espero unos segundos y la liberó.

-Es tu turno Claudia. Cristina se acomodó y Eduardo la ató y le tapó los ojos, Eduardo había cogido el látigo le pasó a Claudia por el culo varias veces, luego lo hizo por la espalda, miró a Ricardo y este asintió. Claudia sentía como era azotada mientras se comía el coño de su nueva amiga, aunque terminaba de correrse, volvió a excitarse, Eduardo dejó el látigo y se sacó la polla, se la metió a Claudia hasta el fondo y comenzó a follarla, ella intentaba comerse el coño de Cristina que ya se agitaba en su posición, Claudia sentía toda la polla de Eduardo en su interior y la disfrutaba, Ricardo contemplaba la escena mientras se masturbaba, Eduardo lo veía todo y lo llamó.

-¡Ricardo ven! El entró en el salón y se acercó a él. –Si vas a correrte, hazlo en la cara de Cristina. Ricardo asintió y se puso encima de ella mientras Eduardo se follaba a su mujer. Ricardo estaba disfrutando más que ningún polvo que había visto de su mujer con otro, al final todos eran algo monótonos, pero hoy estaba disfrutando de lo lindo. Claudia también estaba disfrutando, tenía una polla dentro de su coño, se lo estaba comiendo a una mujer que era una fantasía recurrente en ella cuando se masturbaba, tenía a su marido a la vista a punto de correrse sobre la cara de otra mujer y esa imagen ayudaba a que se excitara más. Cristina estaba a punto del primer orgasmo de la noche y teniendo una experiencia inimaginable para ella, otro hombre estaba a punto de derramar su leche sobre su cara y su verdadero amo, ese hombre que la había convertido en su puta esclava lo permitía, a una mujer comiéndole el coño, gemía y se retorcía de placer. El más tranquilo era Eduardo, consciente de todo lo que estaba ocurriendo, dirigiendo como el director dirige a sus actores, él ya había estado con dos mujeres en más de una ocasión, pero nunca lo había hecho con un cornudo delante que también se dejaba llevar, parecía también un sumiso a las órdenes de él, parecía buena persona pero era todo lo contrario de lo que era él, seguía follándose a Claudia y pensando en todas esas cosas, cuando Ricardo se corría en la cara de Cristina.

Cristina sintió la cálida leche de Ricardo por su cara y eso provocó que su orgasmo inundara su cuerpo, gimió y lo dijo.

-¡Me corro amo! ¡¡Me corroo!! A Claudia oírla le dio el punto que le faltaba para correrse.

-¡Yo también me corro! Dijo. Eduardo se apartó de ella, era el único que no se había corrido, Ricardo lo miró, Cristina no podía ver nada, y Claudia le preguntó.

-¿He hecho algo mal Eduardo?

-No pequeña, solo que no he terminado con vosotros, ¿os queréis marchar o seguir aquí? Ricardo dijo.

-Por mí seguir pero lo que diga ella. Claudia dijo.

-Yo quiero seguir, me gusta lo que me haces a mí y a mi marido. Eduardo se acercó y la besó en los pezones, se volvió y le dijo a Ricardo que volviera al balcón hasta que lo llamara de nuevo, Ricardo obedeció y Cristina que no veía nada de lo que ocurría, pero lo podía oír todo. Pensó sonriendo y feliz, que ya habían caído en las garras de su amo.

-Claudia, sirve un poco de cava a todos. Otra sierva de mi amo pensó Cristina al oír eso. Con el cava servido Eduardo le dijo.

–Ahora lame la cara de mi esclava y bésala. Claudia obedecía y ambas mujeres compartían el semen de Ricardo mientras sus lenguas se entrelazaban, cuando terminó lo miró. Eduardo le dijo que la liberara y ella así lo hizo.

Eduardo casi sin dar tregua, les pidió a las mujeres que se sentaran en el sofá, que se abrieran de piernas y se masturbaran para Ricardo y para él, les dejó un consolador que tenían que compartir, salió al balcón y se sentó junto a su compañero con una copa en la mano.

-Vamos a disfrutar un poco más.

-Encantado y gracias por hacerme participar, ha sido muy agradable participar a mi manera, me gusta hacerlo así pero tú me has hecho sentirme uno más y te lo agradezco.

-No hay nada que agradecer, soy yo quien debería agradecerte que me dejes follarme a tu mujer, es una buena zorra.

Las mujeres comenzaron a tocarse el coño y a pasarse el consolador la una a la otra, la temperatura de sus cuerpos aumentaba gradualmente mientras eran observadas, sus coños emanaban deliciosos fluidos que lubricaban sus labios vaginales. Eduardo mantenía la calma pero a Ricardo ya se le había puesto dura y se la tocaba.

-No te corras todavía. Le dijo.

-De acuerdo. Dejó de tocarse.

Cristina más acostumbrada a ser la puta de su amo y al hecho de que ya la había hecho vivir situaciones similares, comenzó a gemir más fuerte, su cuerpo se movía al compás, sus dedos entraban en su coño y frotaban su clítoris, miró al balcón y los vio allí contemplándolas, se excitaba más y más y fue la primera en correrse.

¡Me corro amo! ¡¡Me corroo!!

Claudia estaba a punto, tenía el consolador dentro de su cuerpo, Cristina le acariciaba los pechos y la besaba por la cara y el cuello, Claudia no pudo más y enseguida se corrió.

-¡Me corro! ¡¡Me corro!! Eduardo se levantó y entró en el salón, las acarició y las besó mirando a Ricardo que seguía empalmado pero sin tocase la polla. Bebieron y se recuperaron. Claudia aprovechó que Eduardo le llevaba la botella a Ricardo para servirle para preguntarle a Cristina.

-¿Puedo preguntarte una cosa?

-¡Claro!

-¿Por qué le dices amo cuando te corres?

-En primer lugar porque yo soy su esclava y él es mi amo, en segundo lugar es porque a él le gusta que se lo diga.

-¿Lleváis mucho juntos?

-¡Qué va! Una semana más o menos, pero en esa semana ha hecho que me corras más veces que en los últimos años y me ha cambiado totalmente de forma de ser.

-La verdad es que se nota que sabe lo que hace, yo he hecho esta noche cosas que no imaginaba que haría.

-A eso me refiero, ¿y con tu marido qué tal?

-Con Ricardo bien, nos llevamos muy bien, a él le gusta mirar cómo me follo a otros hombres, hemos adaptado el armario para que pueda observar con comodidad, no sale del armario hasta que se han ido, a veces follamos y yo me quedo relajada hasta la siguiente vez, pero no me gusta repetir hombres porque no busco otra relación, Ricardo me trata bien y somos felices, pero esta noche me siento bien, no soy yo la que dirige, solo tengo que disfrutar, la verdad es que me siento como una auténtica…

-¿Zorra?

-¡Sí! Eso, me siento como una zorra y un poco esclava. Dijo sonriendo. Eduardo que había estado hablando con Ricardo, entró y se sirvió un poco más de cava, bebió y les dijo.

-Bebed que seguimos. Ellas se miraron y se sonrieron.

-Claudia.

-Dime.

-¿Alguna vez te la han metido por el culo?

-No.

-Pues yo lo voy a hacer, te voy a meter mi polla y tal vez me corra en él. Claudia sintió un escalofrío de placer.

-Como tú digas amo. Eduardo miró a Cristina que sonrió. Se colocó entre las dos mujeres y comenzó a besarlas y a tocarlas, ellas le devolvían los besos y acariciaban su cuerpo, tocaban su polla y se besaban entre ellas. Eduardo hizo que se agacharan para que se la chuparan, cada vez una se la iba metiendo en la boca y se la pasaban a la otra, cuando Eduardo decidió que ya estaba bien las levantó y las apoyó contra la puerta del balcón de cara a Ricardo que lo veía todo con agrado. Primero se la metió a Cristina que gemía al sentirla dentro y ser enculada, tras unos envites Eduardo se salió y le metió el consolador, Cristina quedó con las piernas separadas y apoyada contra el cristal. Con Claudia se agachó y comenzó a comerle el culo, ella nunca había experimentado un beso negro, pero le gustaba sentir la cálida lengua de su nuevo amo, se estaba excitando y de manera rápida, gemía y su mirada se cruzaba con la de Ricardo que guardaba silencio mientras se tocaba. Eduardo con una mano sacaba y metía el consolador en el culo de Cristina. Las dos gemían de placer cuando Eduardo se levantó y comenzó a meter la polla con una buena dosis de vaselina en el culo de Claudia, esta dio un grito pero aguantó el envite, Eduardo metía la punta y la sacaba, el culo de Claudia se iba dilatando por momentos, volvió a coger la mano de Cristina como buscando un apoyo. Eduardo siguió entrando poco a poco hasta que se detuvo, aguantó así unos segundos para que su ano se acostumbrara, sacó la polla y volvió al beso negro, Claudia gemía, Eduardo volvió a meter la punta que en esta ocasión encontró menos resistencia, se la metía y la sacaba como preparando el terreno, Claudia gemía cada vez con mayor intensidad, Eduardo jugó con el consolador de Cristina para excitarla mientras su polla seguía en el culo de Claudia, dejó el consolador y se centró en Claudia, ya no se detuvo, siguió follándosela, ella gemía y apretaba la mano de su compañera, de repente dijo.

¡Me corro amo! ¡¡Me corroo amo!! Eduardo la cogió por las caderas hasta que le llegó el orgasmo, Claudia sentía la leche caliente inundando su desvirgado culo, pero satisfecha por la experiencia, luego cogió a Cristina y desde atrás la masturbó, no tardó en correrse y decir las mismas palabras que terminaba de decir Claudia. Ricardo por su parte ya que había corrido al ver a su mujer retorcerse contra el cristal mientras era enculada por otro hombre. Eduardo le hizo una señal para que entrara.

-Cristina y Claudia, limpiar la polla de Ricardo. Cristina sabía lo que quería decir, mientras Claudia parecía buscar algún trapo o papel. Cristina la cogió de la mano y se agacharon delante de Ricardo dispuestas a limpiarle la leche de la polla y la mano con sus bocas. Eduardo se sentó y se lió un cigarro, se sentó fuera con la copa, la agradable noche invitaba a ser disfrutada, los demás con sus copas le siguieron una vez finalizada la limpieza, Claudia también se lió un cigarro, fumaron, bebieron y hablaron mientras se recuperaban. Ricardo dijo.

-Me gustaría intercambiar los números de teléfono si no te importa Eduardo.

-No, no me importa.

-¿Y el tuyo Cristina?

-De momento mejor que no, más adelante ya veremos. Dijo Eduardo antes de que Cristina dijera nada. Ella se sorprendió pero reconocía que era su puta y esclava y que él seguía decidiendo por los dos, además no había cerrado la puerta de manera definitiva. Ricardo lo aceptó. Claudia tenía el número de Eduardo que era lo que realmente quería, pensó que Cristina iría en el lote.

-Quiero que me comáis la polla sin prisas. Ricardo, ¿podrías traer el látigo?

-¡Claro! Las dos mujeres se colocaron delante de Eduardo y comenzaron acariciando sus muslos, poco a poco pasaron las lenguas hasta llegar a su polla. Tanto una como la otra se esmeraban en darle placer.

-Ricardo, azótalas con delicadeza. Ricardo que lo estaba deseando hacer con su mujer cuando estuvieran solos, ahora tenía a dos mujeres para hacerlo, sintió como su miembro se endurecía de nuevo. Ellas seguían con lo suyo aunque sentían el látigo en sus cuerpos. Ricardo lo hacía suave como le había dicho Eduardo, el primero se lo dio a su mujer que arqueó un poco la espalda. Ricardo la azotó de nuevo antes de hacérselo a Cristina. La polla de Eduardo ya estaba dura y ellas seguían jugando con ella. Cogió a Claudia y se la sentó encima para follarla, le dijo a Cristina que la besara y tocara sus pechos, un poco después cambió de mujer. Ricardo seguía azotándolas con delicadeza mientras se tocaba, estuvieron un rato así hasta que Eduardo sitió que se corría, las puso de rodillas y se corrió en sus caras, Ricardo no pudo aguantar más y Eduardo lo puso delante de las mujeres mientras eyaculaba.

-Chuparos. Dijo Eduardo. Las mujeres obedecieron mientras se abrazaban, se lamían ante la mirada de los dos hombres. Ellas habían disfrutado pero no se habían corrido. Eduardo entró en el salón y cogió el pequeño vibrador y se lo metió a Claudia en el coño, le explicó a Ricardo cómo funcionaba y este lo puso en marcha, Eduardo le indicó a Ricardo que fuera al salón con él, se sentaron en el sofá a observar, a Cristina le había dicho que la acariciara y que después sería su turno.

Sentados observaron como Claudia notaba el cosquilleo y se movía de manera sensual contra Cristina que la acariciaba sabedora de lo que estaba sintiendo su compañera.

-Dale más potencia. Dijo Eduardo. Ricardo obedeció y lo puso al máximo. Claudia se retorcía en los brazos de Cristina hasta que no pudo más.

-¡Me corro! ¡¡Me corroo!! Se paró y miró a Cristina que le sonreía.

-¿Conocías este juguete?

-No, había oído hablar de él pero nunca lo había probado.

-Me toca. Dijo Cristina, Claudia se lo sacó y se lo ofreció, Cristina se lo puso. Eduardo le dijo a Ricardo que lo pusiera en marcha a media potencia. Cristina soltó un gemido y Claudia la acarició, la abrazaba y la besaba.

-Súbelo al máximo. Ricardo así lo hizo. Ahora era Cristina la que se retorcía en los brazos de Claudia, sus gemidos eran cada vez más fuertes. ¡Me corro amo! ¡¡Me corro!! Las dos se quedaron abrazadas recuperándose del momento que habían pasado, unos segundos después, Eduardo les hizo una señal para que entraran, las dos se colocaron delante de él. Eduardo metió primero los dedos en el coño de Cristina, se los mojó bien y los chupó, después hizo lo mismo en el coño de Claudia, lo hizo varias veces, pasando de una a otra.

-Sentaros y serviros una copa. Claudia sirvió a Cristina y ofreció el cava a los hombres. –Espero que lo hayáis disfrutado.

-¡Ha sido increíble! No esperaba nada de esto la verdad, me has sorprendido agradablemente. Dijo Ricardo.

-Pues yo que solo esperaba un polvo y poco más, no veas cómo me he quedado. Dijo Claudia. Cristina sonreía.

-¿Nos llamarás cuando vuelvas a Toledo? Preguntó Ricardo.

-No hace falta que venga o vengamos a Toledo, con el coche hoy no hay distancias y menos para disfrutar de un fin de semana o un puente.

-¡Cierto! Dijo Claudia que ya buscaba en su cabeza el próximo puente. Eduardo miró el reloj y comentó.

-Cuando nos terminemos el cava nos despedimos, os pido un taxi y ya hablamos.

-De acuerdo. Dijo Ricardo. Que sirvió lo que quedaba en la botella, bebieron y hablaron de la experiencia que habían pasado, había sido toda una sorpresa para tres de ellos el probar cosas que no había ni imaginado en sus sueños más húmedos. Eduardo sin ser pedante ni presumido, reconocía que no era nuevo para él ante la mirada de reconocimiento de sus acompañantes. Claudia y Ricardo se pusieron sus túnicas y los detalles, entre besos y abrazos, se despidieron en la puerta de la habitación, el taxi esperaba en la puerta del hotel.

-¡Llámanos! Dijo Claudia marchándose y dándole el último beso en los labios a Eduardo.

-¡Lo haré! Contesto Eduardo que cerró la puerta cuando subieron al ascensor. Él y Cristina se quedaron solos.

-¿Cómo has dado con ellos mi señor?

-Pues con pequeños detalles que iba observando al principio y luego con alguna frase que surgía aquí y allá.

-Eres todo un cazador y me encanta como eres amo, ¿los llamarás?

-Puede que sí, ¿te gustaría que lo hiciera?

-¡Sí! Pero sobretodo que me llames a mí, eso me gustaría más.

-Eso será seguro zorra mía. Ella se acomodó en sus brazos apretando Su cuerpo contra él. Se acostaron y un rato después de unos besos se durmieron.

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