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Una charla con final feliz

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- “¡¡Qué cagada!! Esto me pasa por anotarme a último momento”, le dije a Jorge, cuando el viernes tarde llegamos al lugar y nos empezamos a acomodar.

Él había organizado esa salida de tres días a una casa de campo en las afueras de Pergamino y yo me había anotado tarde (en realidad cuando el cupo estaba completo) porque vi entre los que concurrían a una mujer que tenía ganas de conocer. Como Jorge me conoce, hizo la gauchada de dejarme entrar, avisándome que solo quedaba (para dormir) el galpón. Éste estaba retirado de la casa principal donde el resto de la gente dormía en los varios dormitorios que tenía la mansión. Para empeorar la situación, la mujer que me interesaba ni me dio bola y ya venía medio en pareja con otro. Un fiasco.

Para empeorarlo, Jorge había aceptado incluirme con la condición que dé una charla sobre sexo una de las noches. Había estado en algunas de mis charlas y pensó que sería bueno para amenizar la salida. Me pidió que diserte sobre “fantasías sexuales”. Pero, ya estaba ahí y no iba a perder lo que había pagado, de modo que me arreglé lo mejor que pude y me propuse pasarlo lo mejor posible.

El sábado la pasé mateando y charlando a la mañana, matizando con zambullidas en la pileta. Eso me permitió apreciar a un par de mujeres más jóvenes, de cuarenta y tantos (todos los demás rondábamos los 60 largos) con un físico muy interesante y que, al parecer, eran amigas ya que iban a todos lados juntas.

A la tarde, Jorge me pidió que dé la charla esa noche, tenía que venir un conjunto para armar un baile y se había retrasado. Quedamos en que anuncie que después de cenar yo iba a hacer mi disertación. Cuando me presenté en el salón para iniciarla vi con sorpresa que estaba muy concurrida. Casi no quedaba nadie de los que habían venido que no estuviera ahí.

Di la charla y las preguntas fueron muchas, con algunas intervenciones con opiniones o contando vivencias referidas a lo que había expuesto. Pero sobre todo muchas preguntas. Y las dos cuarentonas parecían muy interesadas en la cuestión. Lo real fue que el debate se tornó intenso y tuve que contestar a muchos interrogantes. Por esas razones, todo terminó tarde y nos fuimos rápido a dormir, sumado a que estábamos cansados por el día al aire libre.

Estaba conciliando el sueño cuando sentí que golpeaban la puerta. Mentalmente lo puteé a Jorge (era el único que se me ocurría que pudiera venir a golpear y seguro para pedirme algo) y por esa razón cuando abrí mi pregunta fue bastante tajante.

- “¿Qué te pasa?”, dije antes de saber quién era.

- “Perdoná, te molestamos”, escuché que me contestó una voz femenina sin poder ver bien (por la obscuridad) quien era.

- “No, no. Pensé que era otra persona. ¿Qué sucede?”

- “Sabemos que es tarde pero, con mi amiga, nos quedaron muchas dudas, algunas que no son para hablar en público. Queríamos preguntarte si no es demasiada molestia que pudieras contestarnos en privado”.

A esa altura ya había reconocido a las dos amigas cuarentonas que me habían interesado por la mañana. Obvio que les dije que si, pasaron, nos acomodamos a como daba lugar (el sitio no era lo más confortable que se pueda decir). Les pregunté si querían mate, pero me sugirieron otra variante.

- “Mirá, si no te molesta, trajimos un Beefeater helado”, me dijo la rubia (que después se presentó como Carmen).

- “¡¡Cómo voy a negarme a un Beefeater!!, contesté.

Fui a buscar donde tomarlo y, entre un vaso que tenía, la tapa del termo y una taza pudimos servir el gin para los tres. Casi sin dejar espacio a nada, la morocha (Silvia), empezó a preguntar.

- “¿Cómo puede hacer un hombre para satisfacer bien a dos mujeres en un trío?

- “¡¡Caramba!! No tuviste muy buenas experiencias en el sexo. Para empezar, un hombre puede satisfacer a una mujer sin necesidad de penetrarla. Si no ¿cómo gozan las lesbianas?, le contesté.

La charla se dio, distendida y abierta, ambas confesaron ser separadas de matrimonios donde el sexo no había estado demasiado copado. Contaron que sus intentos posteriores tampoco fueron fantásticos y que mis relatos sobre un sexo distinto las había intrigado. Hablamos de todas las caricias, masajes, estimulaciones, juguetes, dominación, juegos de rol y muchas otras cuestiones que eran, para ellas, un mundo desconocido y tentador.

- “¿Tenés juguetes acá?!, preguntó Carmen, que era más desinhibida y lanzada.

- “Sí”., contesté y les fui mostrando los poco que siempre llevo conmigo (por si acaso). Un consolador doble (vaginal y anal), un rosario de bolitas para el ano y un vibrador pequeño. Los miraban con ojos deseosos e incrédulos.

- “Los conocíamos, obvio y escuchamos sobre esto. Pero nunca los tuvimos en las manos y menos aún los probamos”, dijo Silvia sonrojándose.

Seguimos charlando, cada vez más animados porque ellas se iban soltando de a poco y el gin ayudaba a aflojar la situación y eliminar sus pruritos. Yo les relataba la manera en que usaba esos juguetes mientras notaba que se imaginaban qué se sentiría y la curiosidad y el deseo asomaban a sus caras.

- “Si queremos hacer realidad una fantasía ¿es pecado?”, preguntó Silvia.

- “Los pecados no existen. Son inventos de la Iglesia para que las mujeres no expresen libremente sus deseos y goces. Nada es pecado si se hace libremente y en forma consentida. El sexo no es pecado, es disfrutar de la vida”.

- “Si Silvi”, le dijo Carmen. “Siempre te digo que tenes que vivir y permitirte disfrutar lo que deseas. Soltate”.

- “¿Quieren probar?, me animé a decir al verlas tan entusiasmadas.

- “¿Ahora?”, preguntaron las dos al unísono y retrayéndose.

- “Chicas, pueden quedarse con las ganas y seguir fantaseando o hacer realidad sus sueños”, contesté. “Pero, la pregunta real es ¿tienen ganas o no?”.

Se miraron con dudas, casi preguntándose una a otra con las miradas y empezaron a hablar con monosílabos y muletillas sin decidirse a contestar, pero sin ninguna negativa. Yo me adelanté, la tomé a Carmen por la nuca y despacito, le acerqué su boca a la mía. Me dejó hacer y en ningún momento se resistió hasta que terminamos en un beso de lengua, duro y nervioso al principio y que se fue aflojando. Silvia miraba intrigada y sin moverse.

La dejé a Carmen y fui a besarla a Silvia. Al principio tiró apenas la cabeza para atrás, pero Carmen nos tomó de la nuca a ambos y acercó nuestras bocas. El beso también empezó dubitativo, pero en segundos, la morocha me abrazó y se fundió contra mí, mientras yo la tomaba a Carmen y la acercaba para ir cambiando entre una y otra en los besos.

Me separé, la tomé a Carmen y la ayudé a incorporarse mientras Silvia miraba. Abracé a la rubia y empecé a acariciarla toda y después a sacarle la remera. Ella ayudó levantando los brazos. Me acerqué y le besé un pecho, le bajé el corpiño y le dí un chupón en uno de sus pezones. Su respuesta fue un gemido y apretar mi cabeza contra su teta.

Le estiré la mano a Silvia y, cuando la tomó, la ayudé a levantarla, la puse junto a nosotros y empecé a repartir caricias entre las dos, mientras nos íbamos desvistiendo mutuamente. Mientras me entretuve lamiéndole los pezones a Silvia (hermosos pezones en unas tetitas chicas y cónicas, pero firmes y hermosas), Carmen se agachó para bajarme el bóxer (que era lo único que me quedaba) y, cuando mi pene estuvo libre, comenzó a lamerlo y chuparlo.

Silvia se mantenía pasiva y con los ojos cerrados (como si el hecho de no ver, la alejara del pecado que estaba cometiendo) pero me permitía acariciarla toda e ir desvistiéndola hasta dejarla en bombacha. Disfrutaba enormemente que me dedique a sus tetas y pezones y le acaricie la linda colita que tiene. Carmen no me necesitó para desnudarse toda y pasar a chupar mi pija con todo entusiasmo.

Cuando metí mi mano en la entrepierna de Silvia, retiró su cadera como si la vergüenza la venciera, pero sin sacar los pezones de mi boca. Carmen se paró, se puso detrás de Silvia y me abrazó pegando a la morocha contra mí, yo le apoye el miembro contra su pubis y empecé a menearme para que lo sienta. Me abrazó, siempre con los ojos cerrados y me dejó hacer. Carmen le bajó la bombacha y volvimos a abrazarnos. Le tomé la mano a Silvia y la llevé a mi miembro. Se resistió apenas y empezó por tocarlo suave, pero después lo abrazó con su mano y empezó a acariciarlo.

- “Besámelo”, le dije al oído.

Despacito y sin abrir los ojos, se agachó y empezó a darle besos suaves para después empezar a chuparlo delicadamente, pero metiéndolo casi todo en su boca. Con Carmen la miramos y ella le pidió que abra los ojos y nos mire. Lo hizo, con actitud cohibida y nos miró, sin dejar de chupar mi pija. Carmen se agacho para ponerse al lado de ella.

- “¿Me lo prestás un ratito?, le dijo mientras tomaba mi pija y la chupaba y lamía y la morocha la miraba.

- “Ahora vos”, le dijo y, tomándola por la nuca le llevó la boca para que me chupe.

- “¿Vamos a la cama Silvi?

Sin dejar de chupar, la morocha asintió con la cabeza. Tomé las manos de cada una y las ayudé a levantarse y fuimos a acostarnos. Le llevé las manos de Silvia a la cabecera y le dije que no las moviera de ahí y cerrara los ojos. Empecé a acariciarla y besarla, desde la boca hasta los pies, delicadamente y tocando y lamiendo suavemente sus pezones, apenas tocando su pubis, aflojándola y calentándola. Carmen le acariciaba la cabeza y con la otra mano me acariciaba a mí.

Fui a lamerle la conchita de Silvia suavemente, le tomé la mano a la rubia y la llevé para que abriera los labios y me dejará el clítoris de la morocha expuesto. Lo fui tocando apenas con mi lengua, lamiendo y chupando mientras empezaba a acariciar con los dedos la entrada de su vagina, que se mojó rápidamente, permitiendo que le entren dos dedos y después tres. A esta altura, Silvia gemía, se retorcía y respiraba entrecortadamente. Al rato, elevó su cadera para pegarla a mi, se tensó toda y dejó escapar un hondo gemido y un ¡¡ahhhh!! profundo, en un orgasmo largo e intenso.

Dejé a Silvita descansando y fui a abrazarme y acariciarme con Carmen. Me invitó a acostarme, bajo a lamerme un rato, se sentó sobre mí y delicadamente fue metiendo mi pija en su vagina. Después comenzó a cabalgarme suave y combinando movimientos circulares, de vaivén (para rozar su clítoris contra mi) y subiendo y bajando. Mientras, yo acariciaba sus grandes pechos y jugueteaba con sus rosados pezones.

Así estábamos disfrutando, cuando Silvia se despertó de su éxtasis, se puso de costado y empezó a acariciarme y besarme. Carmen le acarició la cabeza y empezó a hacer más intensos sus movimientos, apretó mi mano contra su pecho, empezó a jadear y llegó a un orgasmo quedando tensa un rato, con los ojos cerrados, abstraída en su placer.

Le pedí a Carmen que se acueste junto a su amiga y empecé a pasearme sobre ellas, besándolas, acariciándolas. Fui a buscar los juguetes y empecé a usarlos, afirmando el vibrador contra el clítoris de la rubia mientras lamía a Silvia y le iba introduciendo un consolador. Después pasé de lado, apoyé el vibrador contra la conchita de Silvia y me puse a lamer a Carmen, mientras le introducía un rosario de bolitas untado en lubricante en su cola.

Tomé la mano de Silvia y la llevé hasta la conchita de Carmen, le puse el vibrador en la mano para que lo tenga allí y empecé a jugar con mis dedos en la conchita de la rubia que el rato estaba gimiendo y disfrutando a full, hasta acabar con un largo gemido. Llevó su mano hasta apretar la mano de la morocha contra sí y con la otra la abrazó. Yo tomé de la nuca a ambas y acerqué sus bocas. Se pararon antes de llegar como no estando seguras de seguir.

- “Vamos chicas un piquito!, les pedí.

Rozaron sus labios un rato y yo me sumé besando a ambas y volví a unir sus bocas. Esta vez se besaron y yo mantuve la presión para tenerlas unidas en ese beso.

- “¿Quién de las dos va a animarse a meter la lengua?, pregunté.

Hubo un momento de tensión y quietud y al rato Carmen metió la lengua y Silvia abrió la boca para recibirla. Me corrí y las incité empujándolas para que se abracen. Cuando lo hicieron, me coloqué detrás de Silvia y metí la mano para tomarle una teta mientras le besaba el cuello. Después solté esa hermosa teta, acaricié a Carmen para dejarlas en su abrazo y fui a pasarle mis dedos lubricados en el trasero de la morocha. Reaccionó tensándose cuando la toqué allí, pero Carmen la abrazó y siguió con sus chupones mientras yo le trabajaba ese culito hermoso con un consolador pequeño.

Cuando el dildo entraba y salía sin quejas de Silvia, me acomodé detrás de ella y apoye en su culo la punta de mi pija. Se retorció otra vez y otra vez la rubia la abrazó para que se quede quieta. Suave, delicadamente y muy despacito jugué en ese agujerito hasta que la cabeza de mi pija entró en ella. Gimió y dio un gritito ahogado, pero nada más. Mientras se besaban entre ellas fui dejando que solo le terminara de entrar hasta el fondo. Cuando estuvo ahí, la aparté a Carmen con una mano, tomé los pechos de Silvia y empecé a moverme despacio.

Al rato estaba cogiéndole el culito mientras ella gemía y ponía su cabeza en los brazos de su amiga. La puse boca abajo y montada sobre ella empecé a salir y entrar con fuerza sin ninguna queja. Más vale, se retorcía y gemía de placer hasta acabar en un grito que ahogó contra las sábanas. Me fui saliendo de a poco y le dije a Carmen.

- “Hermosa, ahora le toca a tu colita, ponete boca abajo”.

La rubia no se hizo esperar, no solo se puso como le indiqué, sino que puso bajo ella dos almohadas para que su cola quede levantada. Me subí en esa bella hembra que me entregaba su culito tan tentadoramente, le saqué el rosario de bolitas y, sin ningún recaudo, le metí la pija hasta el fondo. Ella se acomodó para recibirme y disfrutó cuando empecé a cogerla.

- “Mas fuerte, cogeme más fuerte”, pidió.

La tomé por las muñecas y empecé a cogerla violentamente, disfrutando ese apretado y caliente culito que estaba penetrando, hasta acabar junto a ella mientras Silvia me acariciaba y besaba. Me acosté jadeando y cada una a un lado mío, apoyaron las cabezas en mi pecho abrazándome.

- “Nos tenemos que ir. Le dijimos a todos que íbamos a caminar. Vos sabés como son estos grupos, si se enteran, vamos a ser la comidilla de todos”, me dijo Carmen.

- “Ok chicas, pero por las noches, las espero”, les dije.

Cuando salieron del baño, bañaditas y vestidas, le di un abrazo y un beso a cada una y las acompañé hasta la puerta. Salí primero para estar seguro que nadie las podía ver y las dos se fueron a dormir. Al otro día actuaron como si nada hubiese pasado. Pero a la noche, tarde, sentí que golpeaban la puerta y ahí estaban las dos, con ganas de volver a disfrutar del sexo compartido.

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