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Una mañana agitada

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Hacía un calor de perros y en la radio sonaba una rumbita que a Azul le recordó su Cuba natal. Ordenaba el cuarto rememorando los años que llevaba sin volver a su Santa Clara mientras movía las caderas al ritmo de Los Papines. A pesar del aire acondicionado, se descubrió transpirando como un oso polar en el desierto. Se quitó la musculosa, los pechos grandes se bambolearon elásticos antes de quedar en su lugar, allí donde el médico que la había operado le había asegurado que estarían.

Las tetas se mecían morenas al compás de la música mientras el sol del mediodía le doraba la espalda a través de la ventana. Fue al ir a cerrarla que lo vio. ¿Cuánto tiempo llevaría ese pervertido mirándola bailar en musculosa (ahora, con los pechos al aire) y bombacha? Se hizo la distraída, descorrió las cortinas que daban al balcón y se puso a limpiar lo que ya estaba reluciente. Meneaba las caderas y las tetas bailaban su danza propia, electrizante. De reojo, seguía las miradas del vecino y creyó percibir otro par de ojos que lo acompañaban. Dos mirones, la cosa iba tomando color. Removía su melena azabache y se agachaba sensual como la mucama de uno de esos videos porno que miraba por las noches, solo faltaba que se echase agua enjabonada entre los pechos.

Se dio vuelta para sorprender de frente sus miradas y disfrutar del azoramiento pero ya no estaban allí, en una esquina de la ventana mal cerraba aleteaba débil una esquina de la cortina. De inmediato, sonó el timbre. Se calzó malhumorada la musculosa y corrió a abrir, los dos pares de ojos la contemplaban como perros a un apetitoso trozo de carne.

–Soy Eduardo y él, Román –se presentaron de manera algo nerviosa, atropellada.

Azul sonrió de lado y los hizo pasar. Los dos eran jóvenes, menos de veinte, calculó. Eduardo era fibroso bajo su remera ajustada y Román tenía unos ojos verdes que podrían derretir el Perito Moreno. Los invitó a tomar asiento en los sillones de la sala y trajo tres vasos de jugo de naranja. Rápidamente, se dio cuenta de la situación: estaban inquietos, sentados al borde del sillón esperando a que el otro diera el primer paso. Azul disfrutó del espectáculo durante los siguientes quince minutos. Echaba hacia atrás los hombros para que sus pechos tensaran la musculosa, adoptaba un tono casi gatuno y cruzaba las piernas como una actriz consagrada. Fue Román quien habló:

–Nos estábamos preguntando…

–¿Sí? –ronroneó Azul dando un sorbo a su jugo.

–Queremos saber… -balbuceó Eduardo con la boca reseca.

–Y por eso me espiaban, chicos. Vamos, sin miedo.

–Hicimos una apuesta –confesó Román en tono de travesura.

–¿Apuesta?

–Sí. Le dije que era una estupidez, pero el calor… estábamos aburridos… no sé…

–¿Y en qué consiste esa apuesta, si puede saberse? –interrogó Azul, divertida por los titubeos de los dos jóvenes.

–Queríamos que nos la chupes. ¡Listo, ya está! –soltó Eduardo.

Azul rio con ganas ante la mirada confundida y excitada de los dos chicos.

–Miren que soy…

Los jóvenes rieron nerviosos y no se necesitó más. Se acercaron con las vergas ya duras en las manos. Azul las examinó, acariciándolas con estudiada lentitud. Lamió primero una y luego la otra, deslizando con suavidad la lengua por los glandes tersos e hinchados. Eduardo se quitó la remera y la obligó a meterse la verga en la boca. Azul simulaba arcadas para hacerlo sentir bien mientras acariciaba el miembro de Román, que sí era de buen tamaño. Se apartó y se zampó la pija de Román, tan grande que apenas le entraba. Las cuatro manos le sobaban las tetas a través de la musculosa, se la sacó mientras chupaba sin parar esa verga deliciosa. Lamía con entusiasmo la sal del líquido preseminal de uno y otro, intentaba meterse ambas trancas en la boca pero la de Román siempre terminaba ocupándola entera.

–¡Vamos a tu cama! –ordenaron ambos.

–Pero miren que…

Con un gemido rebotó sobre el colchón, una mano la atrajo hasta el borde de la cama donde su cabeza quedó colgando. El cipote de Román se le hundió entero en la garganta. Una arcada gutural la convulsionó, quiso resistirse, frenar el embate pero la verga seguía allí, llenándola como si quisiera convertirse en parte suya. Mientras tanto, Eduardo se instaló entre sus piernas y con un movimiento impecable se coló en su ano. Se movía ahí adentro como pez en el agua, a la tercera embestida la pija de Román en la boca le resultaba más tolerable de tanto placer como sentía al ser cogida de esa manera por esos dos pendejos.

Con un brillo de implorante lascivia siguió los movimientos de Román apenas se apartó, deseaba sentir en su culo ese buen pedazo de pija. Recibió con ganas la verga de Eduardo mientras esperaba con ansias el premio mayor. Vibró al sentir sus nalgas separarse y el glande apoyarse, presionar, entrar despacio, abrirse paso con deleite por su culo estrecho, hundirse lentamente, explorar cada milímetro… Exhaló un largo gemido cuando la tuvo toda adentro, se removía de placer a medida que entraba y salía como una serpiente de su cueva. Las manos de Eduardo la retenían para hundirle la pija hasta el fondo de su garganta.

–La quiero toda. ¡Vamos, chicos! –imploró el segundo que se liberó de Eduardo.

Se puso en cuatro. Para su suerte, Román volvió a empalarla mientras su boca se ocupaba de Eduardo. Ambos se movían con frenesí, como una máquina perfectamente sincronizada. Cuando Azul era empalada por atrás, la verga de Eduardo se perdía entera dentro de su boca. Se afirmó en el colchón cuando sintió una palpitación distinta y las manos aferrándose a su cabeza. Un disparo de leche le azotó las paredes de la tráquea y se deslizó caliente hacia abajo. Los dedos la retenían, obligándola a tragarse cada gota. Mientras, un rugido y un calor líquido en el otro extremo le indicaron que Román se estaba vaciando en el interior de su culo bien abierto. Los dos jóvenes permanecieron en sus posiciones hasta que se descargaron por completo entre gemidos satisfechos.

Tendida en la cama, Azul los contempló vestirse y marcharse con un saludo rápido. Cuando estuvo a solas, sonrió recordando los espasmos de su ano ante la invasión de esa buena tranca. Introdujo la mano bajo la tanga que los chicos apenas habían descorrido para penetrarla, extrajo su miembro completamente rígido y, con una amplia sonrisa en los labios, ensayó una paja como hacía mucho tiempo que no se hacía.

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